Capítulo 8

 

No te compadezco –insistió Sophie poniéndose también en pie–. Pero tampoco te entiendo. ¿Por qué te escondes del mundo aquí? ¿Por qué vives aislado de tus hermanos, tu padre y la empresa familiar? Supongo que sería horrible verse atrapado en el incendio y que las quemaduras te producirían mucho dolor, pero sobreviviste –le dijo con la voz llena de emoción–. Sabes mejor que nadie el valor que tiene la vida.

Después de haberse enfrentado ella también a la muerte, apreciaba la segunda oportunidad que le había dado la vida.

–Hiciste algo maravilloso –continuó ella–. Rescataste a una empleada del hotel. Fuiste un héroe y deberías estar orgulloso de lo que hiciste.

–¿Orgulloso? –repitió Nicolo riendo con amargura.

Sophie se estaba burlando de él sin saberlo. Habían pasado muchos años, pero sus recuerdos no desaparecían. Y esa noche era la más dura. No podía dejar de odiarse por lo que había hecho.

–Ya te lo he dicho antes, Sophie. Haces demasiadas preguntas.

Nicolo se quedó mirando su hermoso rostro y algo se rompió en su interior. No quería tenerla allí ni que lo mirara con compasión.

–¿Quieres saber la verdad? No fui ningún héroe. Fui yo quien inició el fuego. Fue culpa mía que la doncella del hotel se quedara allí atrapada y culpa mía el hecho de que casi muriéramos los dos.

Sophie recordó de repente la conversación que había tenido con la señora de la limpieza. Miró a Nicolo y el corazón le dio un vuelco al ver su expresión torturada.

–No entiendo –le dijo con voz temblorosa–. ¿Cómo podrías haber iniciado tú el fuego?

Nicolo parecía estar sufriendo tanto que le entraron ganas de abrazarlo y apoyar la mejilla contra su pecho.

–Estaba borracho –le confesó él.

–¿Cómo? Pero si solo tenías trece años…

–Sí, pero había estado bebiendo el whisky de mi padre. Me colé en su ático con la intención de vaciar sus botellas de whisky en el lavabo. Te parecerá algo infantil, pero era aún un niño. Estaba furioso con él porque…

Recordó que unos días antes había descubierto a su padre en la cama con una mujer desnuda, una joven que trabajaba como doncella del hotel.

–Por algo que había hecho –murmuró sin querer darle más explicaciones–. Quería hacer algo que le molestara. Tenía una colección de whiskies muy caros. Creo que bebí media botella y tiré el resto. También traté de fumar uno de sus puros. Sabía tan mal que lo tiré a la papelera. Después, supongo que me quedé dormido por culpa del alcohol. Cuando me desperté, el ático estaba envuelto en llamas y no podía llegar a la puerta. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba atrapado.

–Sería aterrador –murmuró Sophie.

–La única salida que tenía era bajar por la tubería que recorría la pared exterior. Estaba en la planta sexta, pero pensé que tenía que intentarlo. No sé si habría podido hacerlo pero, cuando estaba a punto de descolgarme, oí a alguien gritando dentro del ático. Volví a la habitación y vi que una de las doncellas estaba en el baño. Había vuelto a entrar en el ático esa tarde para recoger su alianza, se la había quitado esa mañana mientras limpiaba. Cuando yo entré en el ático, la mujer se escondió porque temía que la despidieran si la veía allí.

–Entonces, ¿la ayudaste a bajar por la tubería?

–No, estaba demasiado asustada para intentarlo. Ni siquiera pude convencerla para que saliera del baño. Seguí diciéndole que teníamos que irnos, pero no podía moverse. Empezábamos ya a ahogarnos por el humo y supe que íbamos a morir –le dijo Nicolo–. Tuve entonces la idea de llenar la bañera con agua y empapar en ella un montón de toallas. Nos cubrimos los dos con ellas y la llevé casi a rastras hasta la puerta. Las toallas no cubrían el lado izquierdo de mi cuerpo, en esa zona tengo las peores quemaduras. No sé cómo llegamos a la puerta. Solo recuerdo el humo y las llamas.

–Pero lo conseguiste –le recordó Sophie–. Y, si no hubieras sido tan valiente, la mujer habría muerto. Puede que causaras el fuego, pero fue un accidente y tú, un héroe. ¿No te das cuenta?

–La prensa dijo que era un héroe, pero solo porque nadie sabía la verdad. Solo mi familia. Mi padre estaba furioso conmigo y mis hermanos pensaban que había hecho una estupidez.

A veces se preguntaba si sus hermanos habrían sido más comprensivos con él si les hubiera contado que había visto a su padre con una de sus amantes, pero no había querido humillar a su madre. Había pensado entonces que se había ido de casa porque había descubierto la infidelidad de su marido.

–Lucilla se portó bien conmigo, fue la que más me cuidó, y eso se lo debo. Pero fui creciendo y ni siquiera ella conseguía controlarme. Comencé a beber demasiado para olvidar el pasado. La prensa estaba fascinada conmigo. Me llamaban «el héroe Chatsfield». Pasé años de fiesta en fiesta y de mujer en mujer –le dijo con media sonrisa–. Te sorprendería saber la cantidad de mujeres que querían ver mis cicatrices. Supongo que para ellas era una especie de reto acostarse con un monstruo como yo.

–¿Por qué dices eso? –exclamó Sophie–. ¿Cómo puedes hablar así de ti mismo, Nicolo? No eres un monstruo y estoy segura de que no te veían así. Cometiste un error a los trece. ¿Vas a pasarte toda la vida castigándote?

–Te honra ser tan compasiva, pero no sentirás lo mismo después de que te cuente lo que le pasó a esa doncella. Desarrolló una enfermedad respiratoria grave después de inhalar tanto humo y comenzó a tener ataques de pánico que la dejaron incapacitada para trabajar. También sufrió quemaduras graves, sobre todo en su cara, que la desfiguraron. No supe lo que le había pasado hasta mucho después. Estaba tan centrado en mí mismo que ni siquiera pensaba en ella. Pero volvió a aparecer en mi vida y tuve que enfrentarme a la gravedad de lo que había hecho, a la miseria que le había causado.

Nicolo se acercó a la ventana. Ya era de noche. No sabía por qué le estaba contando cosas que nunca había compartido con nadie, pero le estaba sentando bien hacerlo, sentía cierto alivio.

–Hace unos ocho años, se presentó en esta casa cuando estaba celebrando una fiesta. Había bebido bastante y, cuando el mayordomo me dijo que una mujer llamada Marissa Bisek quería verme, no supe quién era. Ni siquiera me había molestado en aprender su nombre.

Sintió que Sophie se le había acercado, pero no se giró para mirarla.

–Me costó reconocerla. Era como si hubiera envejecido treinta años y tenía un lado de su cara lleno de cicatrices. Me dijo que su marido la había abandonado porque no podía aceptar su nuevo rostro. Como no podía trabajar, le estaba costando criar sola a sus hijos. Llevaba años leyendo en la prensa que yo había sido un héroe. Incluso Marissa me veía así. No sabía que yo había empezado el fuego y arruinado su vida. Y yo no me había acordado de ella hasta que vino a verme esa noche para pedirme algo de dinero –le dijo mirando a Sophie–. ¿Qué te parece? Fui un héroe, ¿verdad? –agregó con sarcasmo.

–Sí, lo fuiste –repuso ella con firmeza–. Sin tu valentía, esos niños habrían crecido sin su madre. Entiendo que su vida se viera afectada por el incendio, pero estoy segura de que agradece que la salvaras y valora mucho lo que tiene. Sobre todo ella, que sabe que estuvo a punto de perderlo todo.

Vio que Nicolo la miraba desconcertado, supuso que no entendería el porqué de su apasionado alegato. El cáncer que había sufrido le había dejado alguna consecuencia, pero al menos había sobrevivido y estaba muy agradecida.

–¿Qué pasó con Marissa después de que viniera a verte?

–Me hice cargo de ella y de sus hijos. Lo arreglé para que fuera ella la que recibiera a partir de entonces el dinero que recibía cada mes del fondo fiduciario de mi familia –le contestó Nicolo–. Su visita me hizo ver que mi vida tenía que cambiar. Sentí asco por el hombre mujeriego y bebedor en el que me había convertido. Y odiaba también que la gente siguiera viéndome como un héroe cuando no me merecía esa etiqueta.

No sabía si hablarle a Sophie de la fundación que había creado. Nadie conocía la identidad del misterioso benefactor que donaba millones de libras cada año a la fundación de apoyo a quemados y él lo prefería así.

–Me miré entonces en el espejo y no me gustó lo que vi –le confesó–. Y no me refiero a mis cicatrices. No me gustaba lo que tenía aquí dentro –agregó tocándose el pecho–. También me di cuenta de que, después de cederle el dinero de la familia a Marissa, iba a tener que ponerme a trabajar. La creación de mi propia compañía financiera me pareció la decisión más lógica.

–Y conseguiste ganar mucho dinero muy pronto –comentó ella.

Entendía que, después de todo lo que le había pasado, Nicolo prefiriera vivir como un recluso y trabajar en el mundo sin emociones del negocio financiero. Pero seguía preguntándose si ganar todo ese dinero le haría de verdad feliz. Sabía que su pasado aún lo atormentaba y su corazón sufría por él.

Impulsivamente, tomó su mano izquierda y pasó los dedos suavemente sobre sus cicatrices.

–Me encantaría que pudieras perdonarte a ti mismo –susurró ella.

Nicolo se quedó sin aliento al sentir una gota en su piel. Le levantó la cara a Sophie con la otra mano para mirarla a los ojos.

–¿Lágrimas, Sophie? ¿Crees que así vas a poder curar mis cicatrices?

–No tus cicatrices visibles –repuso ella–. Y solo tú puedes curar las cicatrices en tu interior. Nicolo, tienes que valorar más la vida. Es algo que sé mejor que la mayoría de la gente…

–¿Tú? Te agradezco tu compasión, Sophie, pero ¿cómo podrías entender lo que se siente al estar mirando cara a cara a la muerte?

–Lo entiendo porque también me sucedió a mí –le dijo ella con fiereza.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Nicolo frunciendo el ceño.

Sophie respiró hondo antes de contestar.

–Tuve cáncer a los dieciséis años. Nicolo. Estuve a punto de morir.

Sus palabras lo golpearon con fuerza, como un puñetazo en el estómago. Le había sorprendido muchísimo la confesión de Sophie. Estaba tan llena de vida que le costaba imaginarla enferma.

–¿Qué tipo de cáncer?

–Tenía cáncer en los huesos, un osteosarcoma –contestó Sophie–. Todo empezó cuando vi que me había salido un bulto en mi rodilla. Entonces jugaba mucho al tenis y pensé que era una lesión sin importancia, pero el bulto se hizo más grande. También comencé a sentirme cansada todo el tiempo y con síntomas de gripe. Mi madre me llevó al médico pensando que pudiera tener alguna carencia de vitaminas, pero los análisis de sangre revelaron que tenía un recuento anormal de células sanguíneas y me enviaron al hospital para hacerme más pruebas. Unos días después, descubrieron que el bulto en mi rodilla era un tumor muy agresivo que ya se había extendido hasta la pelvis. Empecé entonces con la quimioterapia. Las cosas se pusieron tan mal que estuvieron a punto de amputarme la pierna –añadió sin poder hacer nada para controlar el temblor en su voz.

Le entraron ganas de abrazar a Sophie al ver tantas emociones en su cara mientras le hablaba.

–Fue un momento muy difícil para mí y también para mis padres –prosiguió Sophie–. Mi madre dejó de trabajar para estar conmigo en el hospital. Lo más duro fue cuando se me cayó el pelo por culpa de la quimioterapia. Pero tuve suerte, el tratamiento funcionó y conseguí el alta dos años después. Pude entonces ir a la universidad y seguir adelante con mi vida, pero siempre agradeceré esa segunda oportunidad y estoy decidida a aprovechar al máximo cada día.

Se quedó mirando a Nicolo.

–Sé que sufriste mucho, pero sobreviviste y me gustaría que pudieras aprovechar cada día, cada momento –le dijo con gran emoción.

Se quedó en silencio, pensando en lo que Sophie acababa de decirle.

–¿Lo aprovechas tú? –le preguntó finalmente con una voz que salía de su alma.

Miró a Nicolo a los ojos y se quedó sin aliento al ver deseo en su mirada. Sintió al instante el mismo hambre feroz en su interior, una necesidad tan grande que le hacía temblar de emoción.

Él aún estaba conmocionado por lo que Sophie le acababa de decir. También ella había tenido que enfrentarse a su propia mortalidad a una edad muy temprana. Creía que eso explicaba su naturaleza compasiva. Sintió una gran admiración por ella y también una conexión especial.

–¿Qué contestarías si te dijera que estoy deseando aprovechar este momento y hacer el amor contigo? Algo que he querido hacer desde que llegaste a esta casa –le confesó susurrando.

A Sophie el corazón le dio un vuelco. Era como si estuvieran los dos desnudando sus emociones. Nunca se había sentido tan vulnerable ni tan emocionada.

–¿Seguro? ¿No recuerdas que me echaste de tu casa? –le preguntó con media sonrisa.

–Solo porque sabía que eras una amenaza para mi salud mental –contestó mientras tiraba de ella para aplastarla contra su torso–. Sé que no soy bueno para ti, que no te merezco, pero no puedo seguir luchando contra esto… Tengo que tenerte, Sophie.

Ya se había dado por vencido esa tarde cuando la vio caminar por el jardín, como una figura etérea con su vestido de seda gris y su cabello dorado al viento. No podía seguir negando el deseo que sentía por ella, sobre todo después de saber que había estado a punto de morir por culpa de un cáncer. La vida era demasiado frágil, demasiado breve.

Sophie no era como las innumerables mujeres con las que se había acostado durante sus años más salvajes. Después de aquello, se había prometido no volver a tener aventuras de una noche, pero ella era diferente, había conseguido provocar en él una respuesta emocional que no había sentido nunca. No estaba listo para definir lo que estaba sintiendo, pero sabía que Sophie había conseguido deslizarse al otro lado del muro que había erigido a su alrededor. Acarició su largo y sedoso cabello con las manos mientras inclinaba la cabeza y la besaba como si estuviera muerto de hambre y ella fuera su salvación.

Sophie sabía que no se podría haber resistido a Nicolo aunque hubiera querido hacerlo. En cuanto sus labios se unieron, sintió que la pasión estallaba entre los dos. La besaba como si le fuera la vida en ello, saboreándola, dejándose llevar por el deseo que también la dominaba a ella. Separó los labios y el beso se hizo cada vez más intenso. Sabía que era una locura, pero su cuerpo ignoraba lo que la cabeza le recordaba una y otra vez. Sintió una oleada de calor por todo el cuerpo, que se concentraba más intensamente entre sus muslos mientras Nicolo movía nerviosamente las manos sobre ella, trazando la forma de sus caderas y de sus pechos.

Nicolo la tomó entonces en sus brazos y ella rodeó su cuello con las manos sin dejar de besarlo. Salió de la habitación con paso firme y subió las escaleras en dirección a su dormitorio. Había tanta decisión en sus actos que Sophie no pudo sino temblar pensando en lo que estaba a punto de ocurrir.

 

 

La habitación estaba en penumbra, ya era completamente de noche. La ventana estaba abierta y Sophie pudo oír el canto de un mirlo, pero no podía pensar en nada más, solo en Nicolo. El sonido rápido e irregular de su respiración se mezclaba con la de ella mientras le bajaba la cremallera de su vestido y dejaba que cayera al suelo. El corazón le dio un vuelco cuando la dejó con ternura en la cama y se arrodilló frente a ella, quitándole hábilmente el sujetador sin dejar de besarla.

Fue bajando después con los labios por su garganta y su cuello hasta llegar a su escote. Se estremeció cuando notó la lengua de Nicolo sobre uno de sus pezones. No pudo contener un gemido de placer.

Cada vez era más intenso el delicioso dolor que sentía entre las piernas. Eran tantas las sensaciones que Nicolo le estaba haciendo vivir… Estaba deseando sentirlo dentro de ella.

Deslizó las manos entre los dos y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. Se la quitó poco después, pero no había suficiente luz en la habitación como para que pudiera distinguir la expresión de su rostro ni los fuertes músculos de su torso.

Alargó la mano y no tardó en encontrar el interruptor de la lámpara de la mesita de noche. Sintió que el cuerpo de Nicolo se tensaba cuando ella encendió la luz.

–Apágala –le pidió él–. No creo que quieras ver mi cuerpo desfigurado. Puedo ponerme la camisa de nuevo si quieres.

Se le encogió el corazón al notar tanta vulnerabilidad en la voz de Nicolo. Acarició lentamente la piel descolorida que cubría su brazo y la mitad de su torso.

–Ya he visto antes estas cicatrices y no me desmayé –le recordó ella–. No cambian en absoluto lo que siento –agregó tomando la cara de Nicolo entre las manos y mirándolo fijamente a los ojos–. Eres el hombre más sexy que he conocido en toda mi vida y nunca he estado tan excitada como lo estoy ahora. Quiero poder verte mientras hacemos el amor.

–Dios mío, Sophie… –susurró Nicolo.

Había conseguido conmoverlo profundamente con sus palabras y con la honestidad que veía en sus ojos. Estaba consiguiendo curar las heridas que tenía dentro de él, unas que le habían hecho más daño aún que las físicas.

La miró y sintió una necesidad casi animal de hacerla suya. Era tan bella…

Bajó las manos por sus hombros hasta llegar a sus firmes y perfectos pechos. Se le fueron los ojos a sus pezones rosados, parecían invitarlo a que los acariciara. Había sido muy excitante escuchar sus gemidos mientras besaba sus pechos, era increíble ver la intensidad con la que Sophie reaccionaba a cada una de sus caricias.

Posó los dedos sobre su vientre y no se detuvo hasta llegar a la sedosa piel de la cara interna de sus muslos. Era tal la fuerza de su deseo que no podía dejar de temblar, pero recordó en ese momento algo que no podía ignorar. Maldiciendo entre dientes, se apartó de ella.

Sophie lo miró confundida. No entendía por qué se había detenido y recordó entonces cómo la había rechazado en el jardín unos días antes. No pudo evitar que sus inseguridades la atraparan de nuevo.

–¿Qué pasa? –susurró temblando.

No quería ni pensar en la posibilidad de que Nicolo la rechazara de nuevo.

–Lo siento, pero no tengo… No tengo preservativos –respondió él.

Se quedó con la boca abierta al entender lo que le pasaba. Era un alivio saber que se había detenido por su sentido de la responsabilidad, no porque no la deseara.

–No me lo puedo creer –murmuró Nicolo tumbándose boca arriba.

Agarró la mano de Sophie y se la llevó a la boca para besar sus dedos con una ternura que consiguió conmoverla.

–La farmacia del pueblo está cerrada, pero hay una gasolinera en la carretera principal donde puede que vendan preservativos. Podría ir y volver en quince minutos, si no te importa esperar. Yo no sé si podré… –le confesó Nicolo.

–No tienes por qué esperar ni ir a buscarlos a una gasolinera –repuso ella–. La verdad es que no hay ningún riesgo de que me quede embarazada. La quimioterapia me dejó estéril.

Sin saber por qué, Nicolo sintió que algo se rompía dentro de él al oírlo. La miró a los ojos.

–Supongo que sería una noticia devastadora cuando te lo dijeron…

–Bueno, después de tener un cáncer tan agresivo y conseguir curarme, no me pareció el fin del mundo saber que no iba a poder tener hijos. Estaba tan feliz de seguir viva…

No dejaba de impresionarle lo optimista que era esa mujer. No sentía lástima de sí misma.

–Eres increíble –murmuró en voz baja mientras tomaba su cara entre las manos.

La besó con ternura, pero el deseo los dominó y no tardó en convertirse en un beso intensamente erótico. Sophie le había dicho que nunca había estado tan excitada y no podía olvidar esas palabras. Estaba decidido a ofrecerle la experiencia más placentera de su vida.

Ya sin dudas de ningún tipo, Sophie se relajó y rodeó el cuello de Nicolo con los brazos mientras él besaba su cuello y sus pechos. No podía dejar de temblar. Todo su cuerpo se sacudió cuando Nicolo comenzó a acariciarle el estómago para seguir bajando poco a poco por su anatomía. El deseo se concentró con fuerza en su sexo cuando comenzó a bajarle lentamente las braguitas. Levantó las caderas para ayudarlo y se quedó sin aliento cuando Nicolo separó sus muslos.

Le alegró haber encendido la lámpara cuando vio la intensidad y el deseo en la mirada de ese hombre. Separó un poco más las piernas para hacerle hueco y le encantó oír que un gemido salvaje escapaba de la garganta de Nicolo.

Contuvo la respiración cuando él comenzó a acariciarla íntimamente. Primero con un dedo y luego dos, deslizándose muy dentro de ella y explorando con habilidad su cuerpo hasta conseguir que se deshiciera entre sus manos.

Estaba lista para él. Se sintió algo decepcionada cuando dejó de acariciarla, pero supo que estaba a punto de deslizarse dentro de ella y no pudo evitar estremecerse de placer. Pero, en vez de colocarse sobre ella, inclinó la cabeza y sintió su cálido aliento entre las piernas. Sintió que se le detenía un segundo el corazón cuando Nicolo comenzó a besarla de la manera más íntima posible.

Arqueó hacia él sus caderas sin poder hacer nada para evitarlo, buscando un placer aún mayor. Sintió que sus músculos se tensaban y se quedó sin aliento, agarrando sus fuertes hombros mientras notaba que empezaba a acercarse al clímax. Lo que le estaba haciendo con la lengua era increíble, pero su cuerpo exigía más y estaba desesperada por sentirlo dentro de ella.

Nicolo sintió la frustración de Sophie y también su cuerpo estaba deseando unirse a ella. No pudo ahogar un gemido cuando sintió los dedos de Sophie rodeando su erección. Cuando notó que comenzaba a acariciarlo rítmicamente, apretó la mandíbula y contuvo el aliento para tratar de controlar su deseo.

Apartó la mano de Sophie y la miró con una sonrisa.

–No sigas así o terminará todo demasiado pronto –admitió.

Sophie volvió a sentirse conmovida por la vulnerabilidad que había en su voz.

Lo miró a los ojos y se quedó sin aliento mientras Nicolo se colocaba entre sus piernas. Fue increíble tenerlo contra su húmedo sexo. Tragó saliva cuando sintió lo bien dotado que estaba, pero su cuerpo estaba tan listo para él que no tuvo ningún problema.

En el instante en el que sus cuerpos se unieron, tuvo la sensación de estar donde tenía que estar y con quien tenía que estar, como si llevara toda la vida esperándolo. Pero prefería no pensar en esas cosas. Además, Nicolo exigía toda su atención y no le dio tregua.

Se entregó a él de buena gana y permitió que saqueara por completo su cuerpo con poderosos movimientos, cada uno más intenso que el anterior. Levantó las caderas hacia él para sentirlo aún más dentro de ella, para aumentar las sensaciones.

Iban a toda velocidad hacia un éxtasis que solo podían alcanzar dos cuerpos que se movían como los suyos, a la par y completamente entregados. Eran dos almas ligadas de manera inevitable.

Eran tantas las sensaciones y tan increíbles… Nicolo dominaba su mente y su cuerpo. Gritó sin poder controlarse cuando sintió las primeras oleadas de un orgasmo que recorría todo su cuerpo. Estaba cerca, muy cerca de la cima. Mantuvo los ojos bien abiertos, quería mirarlo mientras hacían el amor. Sintió en ese instante una ternura feroz por ese hombre lleno de cicatrices y enigmas.

–Déjate llevar –le susurró a Nicolo.

Sintió que su musculoso cuerpo se tensaba y que comenzaba a temblar mientras la miraba a los ojos. Sophie se deshizo entonces entre sus brazos, gritando cuando la arrastró por completo un increíble orgasmo.

Segundos después, su cuerpo seguía temblando y estremeciéndose. Aun así, fue muy consciente de los salvajes gemidos de Nicolo mientras alcanzaba su propio éxtasis y se dejaba después caer sobre ella.