Capítulo 9

 

A la mañana siguiente, Nicolo sintió que ese día había tardado más en amanecer. Era como si hubiera pasado toda una vida desde que se fuera a la cama con Sophie hasta que desaparecieron las estrellas y fue llenándose de luz el cielo.

Sabía que tenía que levantarse, pero le costaba apartarse del cálido cuerpo de esa mujer, aunque, por otra parte, su presencia le recordaba la estupidez que había cometido. Suspiró y tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para levantarse.

No recordaba cuándo se había quedado dormido. De haber sido capaz de usar su sentido común, se habría levantado en cuanto terminaron de hacer el amor, pero ya había sido antes consciente de que su cerebro no estaba funcionando demasiado bien esos días. De otro modo, no se habría acostado con ella.

Se puso su bata, pero en vez de ir directamente al baño para ducharse, se quedó mirando su sonrosada cara y su pelo del color de la miel. Se le encogió el estómago. Era tan bella por dentro como por fuera. No tenía una belleza superficial, era su personalidad la que hacía que brillara tanto. Le costaba creer que le hubiera parecido tan irritante e insoportable cuando la conoció. Aunque creía que habría sido mejor para los dos que ella se hubiera marchado a Londres cuando la echó ese día.

Recordó haberse despertado en mitad de la noche. Se había quedado mirándola entonces, acurrucada contra él, y se había dado cuenta de que se había metido en un buen lío. Aunque Sophie le había dejado muy claro que le gustaba vivir el presente y aprovechar cada momento, tenía la sensación de que iba a esperar mucho más de él, cosas que no podía darle. No podían tener una relación, era imposible. Él arrastraba demasiadas cosas de su pasado y creía que no tenía nada que ofrecerle. Llevaba años tratando de aceptar que había hecho daño a mucha gente con su comportamiento egoísta. No tenía intención de arriesgarse a herirla también a ella. Su fundación era lo único que le importaba en ese momento de su vida y sabía que una relación con Sophie sería una distracción que ni quería ni necesitaba.

 

 

Sophie recordó dónde estaba antes de abrir los ojos. Había sido una noche increíble. Le había sorprendido la ternura con la que Nicolo le había hecho el amor. Después de mucho tiempo, había terminado por ocurrir algo que había estado cociéndose a fuego lento desde el primer día.

Se estremeció al recordar todo lo que habían hecho. No sabía por qué. Después de todo, tenía veintiséis años, era demasiado mayor para ruborizarse como una colegiala cuando pensaba en Nicolo besando cada centímetro de su cuerpo. Pensaba devolverle el favor cuando volvieran a hacer el amor. Quería hacerle sentir el mismo placer del que había disfrutado ella.

Abrió los ojos y descubrió que estaba sola en la cama. Pero no tardó en ver que Nicolo estaba de pie frente a la ventana. Llevaba unos vaqueros negros, botas de cuero y una camisa blanca. Le habría encantado despertarse entre sus brazos, pero iba a tener que conformarse recordando todo lo que habían compartido la noche anterior. Le bastó con pensar en ello para sentir que volvía a excitarse y deseó que volviera a la cama con ella. Pero notó algo en su rígida postura que consiguió inquietarla.

–Buenos días.

Nicolo se dio la vuelta al oír su voz, pero no dijo nada ni le sonrió. Parecía muy serio.

–He preparado el té –le dijo Nicolo.

Vio entonces que había una bandeja con una tetera y una taza en la mesita de noche.

–¿Quieres que te sirva una taza? –le preguntó él.

–Sí, pero espera un minuto.

Sophie tenía un nudo en la garganta. No entendía dónde estaba el hombre que se había comportado como un tierno amante esa noche. Nicolo estaba mostrándose muy distante.

Miró su reloj, eran casi las diez. Nunca se levantaba tan tarde, pero, después de una noche tan apasionada, no le extrañó que el cansancio hubiera podido con ella.

–Tengo que levantarme –murmuró nerviosa.

Apartó sin pensar la sábana, recordando demasiado tarde que estaba desnuda. No pudo evitar ruborizarse y lo miró de reojo. Había visto deseo en los ojos de Nicolo, pero enseguida apartó la mirada de ella. Le aliviaba ver que aún la deseaba, pero empezaba a pensar que esa experiencia intensa y mágica había sido para él solo sexo.

–He decidido asistir a la asamblea de accionistas –le anunció de repente Nicolo.

–¡Vaya! –exclamó perpleja–. Me alegra oírlo. Estoy segura de que no te arrepentirás.

–Eso ya lo veremos –repuso él–. El caso es que ya no tienes por qué quedarte. Me dijiste que regresarías a Londres en cuanto accediera a ir a la junta.

Se quedó sin aliento al ver que estaba deseando deshacerse de ella.

–Nicolo, ¿qué pasa? –le susurró–. ¿Por qué estás haciendo esto?

–Lo de anoche estuvo muy bien –contestó Nicolo–. Pero sería un error dejar que ocurriera de nuevo.

No supo qué decirle.

–Cuando tengas tiempo para pensar en ello, estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo –agregó Nicolo.

Tuvo la tentación de llevarle la contraria, de recordarle que lo que había pasado entre ellos había sido especial, pero pensó que quizás no lo hubiera sido para él. Le había parecido sentir una conexión entre los dos, pero ya no lo tenía tan claro.

Pensó que quizás se hubiera vuelto a equivocar, como le había pasado con Richard. Había creído que él la amaba y que no iba a dejarla aunque no pudiera tener hijos. Se sintió muy mal. Lamentó haberse dejado engañar de nuevo. Iba a tener que aprender de una vez por todas que los hombres no eran de fiar. Había amado a tres hombres en su vida, pero los tres la habían decepcionado. Primero su padre, después Richard y…

Se quedó sin aliento al darse cuenta de que lo que sentía. No podía ser, le costaba creer que se hubiera enamorado de Nicolo, pero pensó que era la única manera de explicar por qué se sentía tan traicionada y dolida.

Aun así, era demasiado orgullosa como para dejar que la viera sufrir por él.

–Supongo que tienes razón –le dijo–. Christos me necesita en Londres y, como me has recordado, no hay motivos para prolongar mi visita. Me iré en cuanto haga la maleta.

No estaba dispuesta a pedirle que la dejara quedarse un poco más. Tampoco entendía por qué su corazón quería luchar por la posibilidad de tener una relación con Nicolo. Sabía que iba a ser casi imposible romper del todo la barrera que lo rodeaba. Era un hombre que no conseguía librarse de su pasado y que ni siquiera quería tener nada que ver con su familia.

Lo miró de nuevo y sintió una punzada de dolor en su corazón.

–Lo siento por ti –le susurró con lágrimas en los ojos–. No por tus cicatrices, sino porque veo que no puedes o no quieres perdonarte por haber causado el incendio. Nadie puede cambiar el pasado, Nicolo. Pero la vida sigue. Disfruta de tu segunda oportunidad en vez de sentir lástima por ti mismo. Cometiste un error, pero no sigas castigándote por ello. Tu vida vale demasiado para que te limites de esta manera. Estoy segura de que tu familia ya no te juzga por lo que pasó cuando eras un niño. Si quieres que estén orgullosos de ti, antes tienes que dejar de culparte como lo haces.

Nicolo suspiró al oír sus palabras. Hacía que pareciera muy fácil, pero ella no tenía que vivir sabiendo que su error había arruinado la vida de otra persona.

Miró a Sophie. Había vuelto a cubrirse con la sábana, pero la tela no ocultaba las curvas de su cuerpo. Recordó entonces la noche anterior y cómo había besado esos pechos hasta conseguir que gimiera de placer.

Seguía deseándola con la misma intensidad, no podía controlarlo. Era aún más inquietante e inexplicable darse cuenta de que lo que sentía por ella no era solo sexual, sino algo mucho más complicado.

–¿Has terminado ya con tu psicoanálisis de pacotilla? –le preguntó Nicolo mirando su reloj–. Porque tengo mucho trabajo pendiente.

Sin decir nada más, salió con el ceño fruncido del dormitorio. Temía no poder seguir controlándose, y ceder a la tentación de volver a la cama, si seguía tan cerca de ella.

 

 

El correo electrónico entró en su ordenador poco antes de las cinco y media de la tarde. Nicolo no solía leer sus mensajes hasta que terminaba de trabajar, pero el nombre del remitente atrajo su atención. Habían pasado cinco semanas desde que Sophie se fuera de esa casa y no había sabido nada de ella durante ese tiempo. Tenía que reconocer que sentía curiosidad por saber qué quería.

Pero el mensaje era breve y al grano.

 

A Christos Giatrakos le ha surgido un viaje inesperado al extranjero y se ha visto obligado a aplazar la junta de accionistas de mañana hasta su regreso.

S. Ashdown.

 

Leyó el mensaje dos veces, preguntándose por qué se sentía tan decepcionado. Ni siquiera lo había firmado con su nombre, le parecía muy impersonal. Le costaba entender cómo, después de pasar juntos una increíble noche de pasión, Sophie ni siquiera se hubiera molestado en utilizar su nombre. El tono frío del mensaje le dejaba muy claro que esa noche no había significado nada para ella. Le dolía pensar que lo más seguro era que no hubiera vuelto a pensar en él desde que regresara a Londres. A él, en cambio, le había pasado lo contrario.

Y el aplazamiento de la reunión lo dejaba sin excusa para ir a Londres y volver a verla. Hizo girar su sillón para mirar por la ventana. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales. Dorcha se levantó de la alfombra y se acercó para apoyar la cabeza en la rodilla de Nicolo.

–Está bien, lo admito. La echo de menos –susurró acariciando la cabeza del perro–. ¿Qué debería hacer? ¿Tienes alguna sugerencia?

No encontró respuestas en los ojos de Dorcha. Maldijo entre dientes y se giró de nuevo hacia los monitores del ordenador.

 

 

Sophie se inclinó sobre el lavabo y se echó agua fría en la cara. Acababa de vomitar y se sentía débil y agotada. Se miró en el espejo e hizo una mueca al ver lo pálida que estaba. Afortunadamente, estaba en un lavabo que solo usaba el personal que trabajaba en las oficinas del hotel Chatsfield de Londres. Al menos no la habían visto los glamurosos clientes del hotel.

Christos ya le había dicho antes de irse a Grecia que tenía mal aspecto.

–Ve al médico –le había ordenado–. Ya sé que crees que es una gastroenteritis, pero parece que estás tardando demasiado tiempo en superarla. A lo mejor es algo más grave de lo que piensas.

Le había quitado importancia a su estado, pero ella también estaba preocupada por su salud. Estaba siempre agotada y al principio había pensado que estaba así porque le había afectado mucho alejarse de Nicolo y volver a Londres. Había dado por hecho que sus cambios de humor y la falta de apetito se debían también a su estado de ánimo, pero llevaba ya un par de semanas con náuseas y vómitos. Eran síntomas que le recordaban demasiado a su enfermedad.

No quería ni pensar en la posibilidad de que pudiera tener de nuevo cáncer. Había analizado con todo detalle su cuerpo, pero no había encontrado ningún bulto extraño. Aun así, sabía que sería buena idea ir al médico.

Regresó a su despacho y miró el reloj. Solo eran las cuatro de la tarde, ese día se le estaba haciendo eterno y sabía que se sentía así porque había tenido la esperanza de ver de nuevo a Nicolo, pero Christos había tenido que aplazar la reunión.

No sabía por qué se sentía así. Nicolo le había dejado muy claro que para él no habían compartido más que una noche de pasión.

Le dolía la cabeza y no podía concentrarse en el informe que tenía que modificar. Tomó de repente una decisión y fue al despacho de al lado, donde trabajaba Jessie, la secretaria de Lucilla.

–¿Puedo desviarte mis llamadas? Me voy a casa.

–Sí, por supuesto –repuso Jessie–. Llevas varios días muy pálida, deberías ir al médico.

–Sí, creo que llamaré a la clínica en cuanto llegue a casa.

De vuelta a su apartamento, se metió directamente en la cama. Solo iba a ser una breve siesta, pero se despertó horas más tarde y se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Calentó un plato del guiso que había preparado el día anterior y se sintió mucho mejor después de haber comido.

Había dormido demasiado y le preocupaba no poder conciliar el sueño esa noche. Se preparó un baño con la esperanza de que las burbujas y el agua caliente la ayudaran a relajarse.

Ya se había hecho de noche cuando salió de la bañera y se puso el albornoz. Sonó justo en ese instante su timbre y puso la cadena de seguridad antes de abrir unos centímetros la puerta.

–¡Nicolo! –exclamó con sorpresa al ver quién era.

Estaba apoyado contra el marco de la puerta y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Llevaba un traje gris claro y una camisa de seda negra con los botones superiores desabrochados. Llevaba corbata, pero se la había aflojado. Tenía un aspecto tan sexy que se quedó sin aliento al verlo.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó fingiendo que su presencia no le afectaba–. Recibiste mi correo electrónico, ¿verdad? Han tenido que posponer la asamblea de accionistas.

Nicolo tuvo la tentación de decirle que no lo había visto, pero no lo hizo.

–El caso es que estoy aquí, ¿no vas a invitarme a entrar?

Le parecía increíble que le hablara como si nada hubiera pasado después de cinco semanas sin saber de él.

–¿Por qué iba a hacerlo? –le preguntó ella.

–Tenemos que hablar.

No se esperaba esa respuesta y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Creía que tenía derecho a decirle que la dejara en paz, que no quería saber nada de él, pero sus dedos quitaron la cadena de seguridad antes de que pudiera decidir qué hacer.

Nicolo entró en el estrecho recibidor y se sintió abrumada por su imponente presencia. Era demasiado alto y demasiado grande para su apartamento.

Se dio la vuelta y le hizo un gesto para que la siguiera hasta el pequeño salón. Empezaba a lamentar haberlo invitado a pasar. Decidió que le iba a dar cinco minutos para decirle lo que quisiera decirle y nada más.

Nicolo siguió a Sophie hasta el salón y miró a su alrededor. No había mucho mobiliario, pero era un piso agradable.

–Bonito apartamento –murmuró para tratar de romper el hielo–. Está muy… Está muy bien aprovechado el espacio.

Ver a Nicolo en su pequeño salón hizo que se pusiera aún más nerviosa. No podía soportar tener que estar tan cerca de él y buscó una excusa para salir de la habitación.

–¿Quieres un café? –le preguntó ella.

La estaba mirando y no pudo evitar sonrojarse. Pensó que quizás Nicolo hubiera esperado un recibimiento más entusiasta por su parte, pero ese hombre le había dejado muy claro que no estaba interesado en tener una relación con ella y no pensaba seguirle el juego.

–Sí. ¿Por qué no? –dijo Nicolo–. Me encantaría tomar un café.

Frunció el ceño y la siguió a la diminuta cocina. Había hecho todo lo imposible por olvidarla desde que saliera de su casa sin mirar atrás, pero no lo había conseguido. La imagen de Sophie parecía estar grabada en su retina y tampoco había podido olvidar las últimas palabras que le había dirigido.

Sophie le había dicho que tenía que perdonarse a sí mismo por los errores del pasado. Pero no podía olvidar lo que le había hecho a Marissa Bisek. Por eso había intentado que Sophie se fuera y lo dejara solo. Sabía que no podía ser el tipo de hombre que se merecía y tampoco quería tener una aventura con ella, no le parecía justo. Pero al verse de nuevo tan cerca de ella, le costaba recordar por qué no debía dejarse llevar por su deseo.

Desgraciadamente, era aún más bella de lo que recordaba. Había un brillo especial en sus ojos castaños y se le fue la mirada a su escote. El albornoz que llevaba se había abierto lo suficiente como para revelar la parte superior de su pecho. Se dio cuenta entonces de que no debía de llevar nada bajo el albornoz y todo su cuerpo reaccionó al instante.

Sophie, mientras tanto, llenó de agua la tetera y sacó las tazas y el azúcar de un armario. Notaba que Nicolo la estaba mirando y estaba cada vez más nerviosa.

Estaba terminando de preparar un par de tazas de café cuando sintió fuertes náuseas. Seguía muy preocupada por su salud, pero no pensaba decírselo a Nicolo. Se volvió hacia él y se cruzó de brazos.

–Bueno, ¿de qué quieres hablar? ¿Qué es tan importante como para que vengas a verme a estas horas? –le preguntó con frialdad–. Son las diez y quiero irme a la cama.

Se sonrojó en cuanto las palabras salieron de su boca. Esperaba que Nicolo no lo entendiera como una invitación.

–La verdad es que he cambiado de opinión –murmuró Nicolo con una voz tan seductora que no pudo evitar estremecerse.

–¿Qué quieres decir? ¿Ya no te apetece el café? –repuso ella cuando pudo hablar de nuevo.

–No –le dijo Nicolo agarrando las solapas de su albornoz y atrayéndola hacia él–. No quiero café, no es eso lo que me apetece ahora mismo…

Sophie no podía creerlo, abrió la boca para protestar y decirle que se fuera de su casa. Le parecía increíble que Nicolo pensara que podía ir a verla y que ella lo iba a recibir con los brazos abiertos.

Pero no podía ignorar la reacción de su cuerpo. Estaba furiosa, pero también muy excitada. Vio que Nicolo inclinaba hacia ella la cabeza. Seguía sin creerse que estuviera allí, que estuviera a punto de…

Se estremeció en cuanto sintió los labios de Nicolo contra los suyos. Un mínimo contacto fue suficiente para que su cuerpo despertara.

–Sophie… –susurró Nicolo con emoción en la voz.

La besó de nuevo, con toda la pasión que sentía.

Sophie sintió que volvía a respirar después de cinco semanas muy duras. Se sentía viva de nuevo y cada terminación nerviosa de su cuerpo temblaba de deseo. Se apretó contra su musculoso cuerpo y Nicolo la tomó en sus brazos.

Una voz en su cabeza le advirtió que debía resistirse, que era una locura, pero no pudo hacerlo. No mientras sintiera lo que sentía cuando lo miraba a los ojos, no cuando su masculino aroma la embriagaba como lo hacía en esos momentos.

A Nicolo no le costó encontrar el dormitorio en el pequeño apartamento. Abrió la puerta con el hombro, pero apenas tuvo tiempo de fijarse en la decoración de la habitación. Lo único que le había quedado claro era que Sophie parecía no tener a ningún otro hombre en su vida. Ya le había dado la impresión de que ella no era muy dada a aventuras de una sola noche. Pero, en vez de asustarse al saberlo y salir corriendo de allí, le llenó de satisfacción que ella fuera así.

Le desató el cinturón del albornoz mientras besaba la sedosa piel de su cuello. No pudo evitar gemir al ver de nuevo sus pechos desnudos. Le faltó tiempo para acariciarlos. Se estremeció la sentir sus pezones endurecidos y recordó lo mucho que había disfrutado Sophie la otra noche cuando él les dedicó toda su atención. Se sentía abrumado por el deseo que sentía por ella. No le había pasado con ninguna otra mujer. Sophie despertaba en él una necesidad casi primitiva de poseerla totalmente. Con manos temblorosas, se quitó la chaqueta y la camisa. La luz de la lámpara revelaba el horror de sus cicatrices, pero ya no sentía la necesidad de ocultarlas. Sabía que a Sophie no le molestaban. Cuando la miraba a los ojos solo veía deseo.

–Nicolo –susurró ella con voz suplicante mientras él le separaba las piernas y comenzaba a acariciarla con los dedos.

Sophie arqueó hacia él la espalda. Podía sentir cómo temblaba su cuerpo, tan ansiosa y excitada como lo estaba Nicolo. Siguió acariciándola hasta que gimió de placer, hasta que consiguió dejarla sin aliento.

Él también estaba perdiendo la cabeza.

–¿Qué es lo que me estás haciendo? –murmuró casi con desesperación mientras se hundía en su cálido y húmedo interior.

Sophie gritó con fuerza y él se quedó inmóvil.

–¿Te he hecho daño? –le preguntó con un hilo de voz.

–No, no –susurró Sophie sin aliento–. Sigue…

Con Nicolo dentro de ella, llenándola por completo, no podía hablar ni pensar. Era increíble y sintió que no iba a tardar mucho en alcanzar las cotas más altas del placer. Se sentía como en una nube. No podía dejar de temblar.

Nicolo incrementó el ritmo y la intensidad de los movimientos. Ella movía las caderas al unísono, encajaban a la perfección. Se dio cuenta en ese instante de que su cuerpo le pertenecía a él. No tenía escapatoria.

Y momentos después, cuando llegaron al mismo tiempo a un clímax demoledor, fue por primera vez consciente de las increíbles consecuencias que iba a tener para ella el sentirse así.