19
Cada media hora, Alioscha sacaba peras y fresas de moldes de plástico de colores y ataba bolsas de hielo y me envolvía las sienes en toallas mojadas en agua fría, como si tuviera fiebre; me acercó en el sofá, como a un abuelo, al balcón, donde entretanto el tendedero había encontrado su sitio fijo. Su bañador verde estaba colgado en los alhelíes. Me sentía débil. El frío me daba dolor de oídos, pero seguí con la bolsa puesta por sentido del deber y por terquedad, y quise convencerme de que al día siguiente, en el que ya quería volver al trabajo, todo estaría bien. Eva había mandado flores. Lirios, igual que al entierro.
De la cocina me llegó otro olor al balcón y luego subió hasta casa de Hoffmann. Yo conocía aquel olor. Olía a Moscú, a la cocina del bloque prefabricado en la que estaba la abuela de Alioscha con su delantal. Con las nudosas piernas firmes en tierra, removía el contenido de una enorme olla de aluminio blanco que a causa de sus abolladuras se mantenía insegura sobre la llama de gas. Se cuece trigo sarraceno, grasa y varias cosas más con las que se hace un puré que ellos llaman kasha y que toman ya para desayunar. Ahora Alioscha había echado la kasha en mi olla de acero pulido para la pasta. Me dio asco de pensar en aquella papilla marrón con ojos amarillos nadando en la superficie. Alioscha ha crecido con la kasha. Alioscha es un chico sano, dijo su abuela. Al que está enfermo hay que ponerle compresas húmedas. El sitio para secar la ropa es el balcón. Alioscha me metió la cuchara en la boca. Cuántos mimos.
Bea subió a fumarse un cigarrillo en el balcón junto a mí, me trajo saludos de mis empleados de la peluquería y deseos de un pronto restablecimiento de parte de los clientes, se acercó una silla, cruzó las piernas y se puso a contemplarme. Visita de médico.
—El ojo parece mucho mejor —afirmó.
Alioscha trajo la kasha y desapareció nuevamente. Puse los pies en la barandilla y conté a Bea mi conversación con Clemens Sander.
—En mi opinión, dice la verdad —dije—. Está entre la espada y la pared.
—Yo no estaría tan segura —adujo Bea. De la punta de su cigarrillo cayó ceniza en el puré que se tenía que comer y se hundió sin dejar huella—. Tienes que considerar que el asesino la quería. ¿Lo recuerdas? Y Clemens estaba totalmente entusiasmado con Alexandra. No podemos perder eso de vista. Tal vez es simplemente que no te ha contado el espantoso final.
—Entonces se tendrían que haber peleado por algo. Pero ¿por qué? ¿Y después de semejante frenesí?
—¿Y qué pasa con Eva?
—De acuerdo. Ella estaba también en la redacción. De todos modos Clemens dijo que tenía prisa por ver su serie favorita. Conozco eso, con mamá siempre es así. Para ellas el nuevo capítulo está por encima de todo —miré los dedos de mis pies en la barandilla, observé cómo se encogían y se estiraban—. Pero ¿y si Eva —pregunté— se hubiera quedado a ver el capítulo en su despacho? La discusión fue larga, a lo mejor ya no podía llegar a tiempo. Y si en uno de sus paseos por las oficinas hubiera irrumpido, como afirmaba Claudia… Eva no estaba precisamente de buen humor. La situación en Vamp debe de ser bastante mala. Alexandra, la malvada competidora. Pero ¿es ése un motivo? ¿Y se le hubiera ocurrido a Eva lo del cojín después de hacer una cosa así? No sé…
—Kai sí que hubiera actuado de ese modo. Él hubiera puesto el cojín a su madre.
—Ah, Kai. Pero en lo esencial es un chico inofensivo.
Bea y yo nos miramos perplejos.