Aspectos varios del estudio de los quipus
La antigüedad de los quipus
Uno de los primeros y más interesantes problemas que la arqueología tiene que resolver en el estudio de los quipus es el de la antigüedad de su empleo en el Perú precolombino.
Hay autores que piensan que el quipu es preincaico y de uso muy antiguo; otros en cambio sostienen que es exclusivamente del período inca, esto es, que se remonta a unos pocos siglos antes de la llegada de los españoles.
Entre los cronistas que hablan del origen de estos instrumentos sobresalen Oliva, Montesinos y Calancha. El primero afirma que aparecieron durante el reinado del cuarto Inca, Maita Capac, inventados «por un famoso y gran privado suyo llamado Illa». Montesinos, en cambio, traslada esta invención al reinado de Tupac Cauri, Pachacuti VII, soberano de la dinastía de los conquistadores, anterior a la de los Incas. Esta afirmación la confirma, en parte, Calancha, quien dice que entre los indios el «uso de los quipus es inmemorial», pues comenzó «desde que vino al mundo su dios Viracocha».
Estos ejemplos son suficientes para demostrar que la lectura de las crónicas, contradictorias unas con otras, no puede proporcionar datos seguros acerca de la antigüedad del quipu.[34] Solamente la arqueología puede resolver las dudas que aún subsisten, no obstante las afirmaciones de arqueólogos de gran prestigio que con Tello sostienen que el quipu sólo se encuentra en los estratos correspondientes a la civilización incaica.[35] Esta afirmación, sumamente valiosa por supuesto, no podrá ser definitivamente aceptada hasta que no se publiquen las descripciones detalladas de muchos hallazgos de quipus realizados durante excavaciones científicas.
Las cuerdas anudadas fuera del Perú
Pensar en la antigüedad del quipu significa relacionar su uso con el de las cuerdas con nudos en los más remotos tiempos de la historia china; argumento éste, predilecto de todos aquellos que buscan en América elementos culturales derivados de otros continentes.
Los autores que con mayor insistencia señalaron la semejanza de los quipus peruanos con las cuerdas anudadas de los chinos fueron los del siglo XVIII, como el famoso Carli, autor de las Cartas americanas. En nuestros días, esta opinión no ha cambiado y es dable encontrar todavía muchos escritores que pretenden demostrar que los quipus son originarios de China.
Es cierto que la tradición china refiere que en tiempos lejanísimos imperaba el uso de las cuerdas con nudos, sistema inventado por Suigin-chi, soberano del período que los chinos llaman de «las tres reglas», o sea, el primero de la edad mítica. Los historiadores clásicos de China señalan para estos míticos tiempos varios ki, esto es muchos miles de siglos, cronología en verdad demasiado fantástica, que debe rechazarse. Se debe, sin embargo, admitir que la edad de «las tres reglas» no es tampoco muy reciente, pues, según las excavaciones arqueológicas realizadas por la Misión Chavanne-Anderson y la Academia Sinica, los tiempos históricos, propios ya de la dinastía Sia, que reinó inmediatamente después del período mítico, son de fines del tercer milenario antes de la era cristiana.
Si bien es verdad, entonces, que las cuerdas con nudos no son en China tan antiguas como la tradición y los autores clásicos pretenden, deben ser siempre consideradas como de época remota, pues, el mismo Lao Tse, que vivió unos seis siglos antes de Cristo, habla ya de ellas como alejadísimas en el tiempo. Conocida es la poesía del Tao-te-king, en la cual el gran filósofo exhorta a volver a las costumbres de la antigua edad en que aún se usaban las cuerdas y los nudos.[36]
Parece que en China estas cuerdas fueron abandonadas del todo apenas se inventó la escritura, pues según el libro Lou-se, sería errado creer que en tiempo de Fo-ki, probable inventor de los caracteres, se empleasen todavía.[37] Acerca del origen de la escritura china existen muy confusas teorías; pero sea que ella haya sido inventada por Fo-ki o por Tang-hie, ambos posteriores a Sui-gin, es innegable que apareció también en época remota, durante el mismo período mítico. De esto se deduce que para convenir, con Loayza[38], que los quipus «tuvieron su cuna en Asia y que de allí los transplantaron al Perú inmigrantes chinos» habría que admitir lógicamente que esta importación tuvo lugar en época anterior al tercer milenario antes de Cristo, cosa que, si bien podría acordarse con el texto de Montesinos, en parte[39], y con la afirmación de Calancha, no se conviene en cambio, ni con la crónica de Oliva ni con los datos de aquellos arqueólogos que indican que los quipus son propios únicamente de la época incaica. Una vez más resulta evidente la necesidad de intensificar la investigación arqueológica, a fin de determinar con exactitud la posición estratigráfica de los quipus y evitar que se continúe hablando de influencias que, quizá, resulten completamente absurdas.[40]
También otros países, además de la China, tuvieron instrumentos semejantes a los quipus peruanos, como precisa Nordenskiöld en una de sus últimas publicaciones, Origen de las civilizaciones indígenas en la América del Sur.[41] En esta obra señala al quipu como existente no sólo en el imperio Inca, sino también en Colombia y Panamá, en América Central y México, en Norteamérica y norte de México, en la región del Amazonas y en Polinesia. No se encontraría, en cambio, en la Tierra del Fuego, en el Gran Chaco, al este del Brasil y río Xingú arriba; dudosa sería, por último, su presencia en las Antillas y en Melanesia. Nordenskiöld hace también observar que si bien esta difusión es cierta, se deben diferenciar las cuerdas con nudos de los peruanos de las que tuvieron los mayas, los aztecas y otros pueblos centroamericanos, quienes «no conocieron el quipu según el sistema decimal»; pudiéndose afirmar, concluye, que «en este sentido, él fue igualmente desconocido, durante los tiempos precolombinos, en toda otra parte que no fuera la América del Sud».
Afirmaciones parecidas hicieron, en cuanto a la difusión del propio quipu o la existencia en otros países de análogos sistemas, varios autores modernos, además de Nordenskiöld. Baudin sostiene que el quipu no era peculiar a los peruanos sino que también lo conocían los colombianos de Popayán, los caribes del Orinoco, los mexicanos antes del uso de los códices, ciertas tribus de Norteamérica y los habitantes de las islas Marquesas.[42] Bollaert manifiesta, en cambio, extrañeza por el hecho de que no fuera conocido por naciones que, como las caras, se encontraban muy cerca del imperio incaico.[43]
Muchos son también los cronistas y los autores del virreinato que traen citas y referencias acerca de cuerdas parecidas a los quipus en diferentes países de América. Por lo que a México se refiere, preciosos son los datos que proporciona el famoso anticuario Boturini Benaducci.[44] Para los indios del Orinoco están las indicaciones del padre Gumilla[45], quien explica cómo se hacía la cuenta del tiempo mediante un cordón cuyos nudos indicaban los días. Otro historiador, el padre José Guevara, imitador del padre Lozano en el relato de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán[46], recuerda también que los tupi-guaraníes contaban sus tradiciones sirviéndose de los quipus. El mismo padre Lozano agrega que los indios diaguitas de Andalgala lo poseían y que aun lo usaban en 1611.[47] De estas citas se puede deducir que en algunas partes de América del Sur, el empleo de las cuerdas anudadas no fue sino el resultado de la influencia cultural incaica. «Llama la atención, dice Medina en sus Aborígenes de Chile[48], que el sistema de los quipus se haya practicado aún en aquellas regiones a que nunca llegó el dominio incaico, y que hasta el presente encuentre todavía cierta aplicación entre los descendientes de los araucanos».
Como bien sostiene este autor, las cuerdas anudadas, ya derivadas del quipu incaico o inventadas independientemente de él, han perdurado hasta nuestros mismos días. Varios serían los ejemplos que se podrían citar para probar que esta supervivencia es mucho más fuerte de lo que por lo común se cree;[49] nos limitaremos, sin embargo, a recordar el empleo, entre los indios de la Guayana Francesa de un instrumento parecido al quipu, tanto por la factura como por su valor mnemotécnico. Se trata, según Jacques Perret[50], del udukuru, que sirve para cumplir con exactitud la más importante ceremonia religiosa de la tribu de los Emerillons, indios descendientes de los tupi-guaraníes que a fines del siglo XVIII emigraron de la cuenca del Amazonas a la Guayana. El udukuru es una especie de «rosario ayuda memoria» que indica el orden de ejecución de las danzas rituales, y consta de varios elementos que representan en forma simbólica las diferentes fases de la ceremonia.
Supervivencia de los quipus en el Perú
Si ha quedado demostrado que el quipu perduró en muchas naciones americanas, mayor razón debe haber para su supervivencia en el Perú. «Es conveniente, dicen Tello y Miranda[51], llamar la atención sobre las enseñanzas que ofrece el estudio de los quipus, cuyo uso subsiste en muchos lugares del país. Rezagos de este sistema incaico se encuentran todavía en casi toda la sierra, y los españoles se sirvieron de él para su organización tributaria». La costumbre de anudar cuerdas estaba tan arraigada, que los españoles no trataron de desterrarla; antes bien, permitieron a los indios servirse de sus quipus para muchos menesteres, como el de prepararse a una buena confesión. Podemos decir que todos los doctrineros de indios aconsejan, como el padre Arriaga, que los naturales «hagan quipus, pues muchos se confiesan muy bien con ellos». Sostienen, además, que para averiguar las idolatrías que esconden «se les debe dar algún término para que lo piensen y hagan sus quipus». También el autor de la Corónica y buen gobierno insiste en la misma idea, y señala la original función que los indios daban también a sus cuerdas, «entrando a disciplinarse por ellas en la cuaresma».
Como en los tiempos antiguos, también en el virreinato, el quipu no sólo fue permitido, sino impuesto a veces en el desempeño de determinado trabajo, como lo demuestra un documento del siglo XVIII, referente a las labores realizadas en el obraje de tejidos que poseía la Compañía de Jesús en Cajamarca: en él se dispone que «aquél que guarda la majada de ovejas o carneros debe tener un quipu de cada premio».[52]
En nuestros días los quipus continúan auxiliando a los pastores de la sierra, quienes fabrican interesantes ejemplares cuyo estudio ya ha sido emprendido mediante las ediciones a que hemos hecho referencia en nuestro anterior capítulo.[53] Al lado de estos quipus modernos, es necesario recordar también aquellos instrumentos parecidos que se basan en el mismo sistema de registro como esas tablas de madera de que hablan Tello y Miranda. Ellas —dicen estos autores— son empleadas para controlar el trabajo de los obreros dedicados a la construcción de canales, y están formadas de planchas de madera sobre las que se registran por escrito los nombres de los obreros y se indica, mediante una cuerda de variados colores y nudos que cuelga al lado de cada nombre, las características del trabajador.[54]
Las interpretaciones
Iniciamos ahora el estudio del argumento más delicado de nuestra investigación, pues, como dijimos, interpretar o sea saber para qué servían los quipus, es la gran interrogación que ha provocado las más diversas y, a veces peregrinas respuestas.
Muchas son las contestaciones que se han dado al problema y algunas suscitan la más franca hilaridad, como la del ocurrente Reynolds que en su disparatada obra Versiones incaicas[55] informa haber servido los quipus «como hoy se acostumbra con letras de cambio o cheques, y de tan buena seña como el actual papel moneda».
Dejando de lado esta y otras curiosas opiniones, podemos reducir las interpretaciones a tres tesis fundamentales: 1.º los quipus tienen valor numérico, o sea sirven únicamente para expresar números; 2.º los quipus son instrumentos mnemotécnicos de valor personal, es decir, sirven como auxiliar recordatorio para quien los ha confeccionado o, a lo más, para unos cuantos individuos que conocen el significado de los elementos que lo componen; 3.º los quipus son verdadera escritura, o sea, sirven para expresar toda clase de ideas mediante signos convencionales. Estas tesis presentan tan variados aspectos que es necesario exponerlas por separado para poder criticar los argumentos en que cada una se apoya.
El quipu numérico
Principiando por la del valor numérico de los quipus, diremos que es preciso admitir que ellos servían efectivamente para registrar números, pues claramente lo declaran todos los cronistas. Solamente queda en discusión si los quipus eran exclusivamente registros de números, como parecen indicar Molina el almagrista, Santillán y el padre Lozano, o si eran instrumentos en que se podía consignar ideas diferentes a la de los números, como dan a entender muchos otros cronistas. Ya Hernando Pizarro escribió, en su famosa carta, que los indios «contaban por nudos en unas cuerdas», y Cieza dio el nombre de «contadores que entendían el guarismo de los nudos» a los que manejaban los quipus. Garcilaso, por su parte, agregó que quipu quiere decir no sólo nudo y «añudar» sino también cuenta.
Admitido, entonces, que con él se indicaban cantidades de personas o cosas, es interesante saber cuáles de éstas eran objeto de enumeración. Después de minuciosa lectura de las crónicas se llega a la conclusión de que en las cuerdas se registraba todo lo referente a la buena organización de la vida privada y pública, pues existía en el antiguo Perú una verdadera preocupación por el orden y el control.[56] Nada escapaba, por cierto, a los que manejaban los nudos. Todo cuanto de manera contable y estadística podía ser registrado, ellos lo consignaban en sus cuerdas, con las que podían dar razón de las cosas, aún después de transcurrido mucho tiempo. El quipu servía, por ejemplo, para vigilar el exacto pago de los tributos, pues, como dice Cieza, «por los nudos tenían cuenta y razón de lo que habían de tributar los que estaban en un distrito, desde la plata, oro, ropa y ganado, hasta la leña y las otras cosas más menudas». Al ingresar estas contribuciones a los respectivos depósitos se anotaban las cantidades en los quipus, como hace observar Hernando Pizarro, al decir que «tienen los indios, depósitos de leña e maíz e de todo lo demás, e cuentan por unos nudos en sus cuerdas de lo que cada cacique ha traído». De igual manera se contaba también lo que salía de estos depósitos, o sea, lo que se distribuía entre los súbditos «sin agravio» como expresa Cieza, o, como explica el mismo Hernando Pizarro, «quitándose de los nudos lo que habían entregado a los españoles» y «anudándolo en otra parte». Esta última frase demuestra claramente que los quipus del incario fueron una verdadera contabilidad en la cual se consignaba, como en nuestros libros de doble partida, los ingresos o entradas y los egresos o salidas.
Mediante este sistema de registro numérico se lograba también el más estricto control demográfico de la nación. Murúa dice al respecto que por los quipus «tenían cuenta de todas las personas del pueblo, grandes y chicas», o sea, como explica claramente Garcilaso, con distinción de edades «desde los viejos de sesenta años hasta los niños de teta». Pero no sólo se registraba según la edad, sino también de acuerdo con la función y actividad de cada individuo; se sabía, por ejemplo, cuántas «escogidas» había en determinado monasterio (Guaman Poma) o cuántos guerreros estaban a las órdenes de un capitán. Hernando Pizarro cuenta que «Calcuchima tenía mucha gente y muy buena, que, en presencia de los cristianos la había contado por sus nudos»; y Cabello Balboa informa que, al resolverse Huáscar a detener el avance de Quiquiz, enviando contra él un ejército al mando de Mayta Yupanqui, ordenó que se hiciera «registro de los guerreros por medio de quipus, que fueron depositados en casa del general». Dicha estadística debía ser muy minuciosa, pues no sólo comprendía la indicación de los hombres alistados sino también del material de guerra disponible, según dicen Garcilaso, Polo de Ondegardo y Pedro Pizarro. Podemos entonces sostener con certeza que dentro del totalitarismo incaico todos los habitantes del imperio eran fichados por quipus de acuerdo con su oficio o función pues «los marcacamayocs se auxiliaban de los quipus para repartir las personas de cada pueblo según su propia tarea o trabajo» (Murúa).
Muchos otros datos eran, además, susceptibles de ser consignados en las cuerdas como, por ejemplo, el resultado de las cosechas y el recuento del ganado (Garcilaso). Para el control de este último, se procedía casi como con la estadística de la población, indicándose el número de los animales según la especie, edad, sexo y hasta el color, método que continúa empleándose en nuestros días entre los pastores de la sierra, quienes agrupan en sus quipus las cantidades de sus animales de acuerdo con el mismo criterio, subdividiéndolos según la especie y el sexo, y llegando a indicar hasta el número del ganado que fue consumido por el propietario de la hacienda o por el propio pastor.
En cuanto a la eficiencia del sistema contable y estadístico por quipus podemos decir que era inmejorable, pues muchos cronistas declaran su admiración más sincera, como el minucioso Cieza que los considera «método tan bueno y subtil que eccede en artificio a los caracteres que usaron los mexicanos para sus cuentas y contratación». El mismo cronista, agrega, que habiendo «considerado como fábulas» todo lo que le habían contado acerca de la eficiencia de los quipus, tuvo sin embargo que convencerse de su error cuando, en Jauja, el señor de Guacarapora le «presentó quipus donde estaba asentado todo lo que por su parte había dado a los españoles, desde que entró el gobernador Francisco Pizarro en el valle». «Todo —escribe el cronista— estaba allí, sin faltar nada, con el maíz, ganado y otras cosas, que, en verdad, yo quede espantado dello».
Cuanto hemos expuesto constituye la tesis contable y estadística sustentada por muchos historiadores de prestigio, como Tello, Luis Valcárcel, Baudin y, sobre todo, L. Locke, el iniciador del estudio científico de los quipus. Este investigador está tan convencido de que ésta es la verdadera finalidad de los quipus que llega hasta a sostener que uno de los ejemplares que describe en su obra contiene datos relativos a la población de una provincia del antiguo Imperio incaico. Empero, no se debe olvidar que los mismos quipus numéricos sirvieron también para el cálculo del tiempo, o sea, que fueron como calendarios que registraban días, meses y años. Conocidas son las nociones astronómicas del pueblo de los incas, que por motivos religiosos y económicos se dedicó, desde tiempos remotos, a la consulta de los astros.[57] Las frecuentes citas de los cronistas confirman nuestras afirmaciones: Murúa dice claramente que por los quipus se contaba el tiempo, y Molina el Cuzqueño cree que desde épocas muy antiguas los indios «tenían meses y años por sus quipus aunque no con tanta pulicia como después de Inca Yupanqui», soberano que conquistó tierras más allá de los alrededores del Cuzco y dio los nombres a los doce meses del año. Estas opiniones que relacionan el quipu y la astronomía dieron lugar a la tesis más revolucionaria que ha nacido en esta clase de estudios: la de E. Nordenskiöld, según la cual los quipus encontrados en las tumbas contienen únicamente números que a la par que representaban días, meses y años, tenían ante los ojos de los indios significación mágica. Sostiene el sabio que no es posible admitir que los antiguos habitantes del Perú colocasen en una tumba quipus con datos relativos a la vida, por ejemplo, los que se referían a una población, pues hubiera sido, de acuerdo con su mentalidad, lo mismo que enterrar a la misma vida. Tampoco puede pensarse que el quipu depositado en la tumba registrase los objetos o animales poseídos por el difunto, pues se hubiera dado al muerto poder sobre dichos bienes. No niega, por consiguiente, Nordenskiöld la existencia de los quipus estadísticos pero no cree que los conocidos por nosotros, que provienen todos de excavaciones arqueológicas, sean de este tipo, pues en las tumbas solamente se encuentran cuerdas cuyos nudos expresan números astronómicos y mágicos, y son como libros de profecía o adivinanza.
Para que fuera aceptada su tesis, Nordenskiöld comprendió que era necesario demostrar que los indios del antiguo Perú tuvieron una numeración de carácter mágico; recurrió entonces a una frase del léxico aymara de Bertonio que, traducida, expresa «adivinar tomando un puñado de algo y contando después los granos», frase que él interpretó como clara prueba de la existencia de una manera de predecir, basada en ciertos números que significaban buena o mala suerte. Del estudio de los quipus, dice Nordenskiöld, se puede deducir que dichos números son aquéllos en que el 7 interviene como unidad imperante; cifras que tienen siempre relación con cálculos astronómicos, pero que no se encuentran consignados nunca en una sola cuerda, sino que son el producto de la suma de los nudos de todas las cuerdas del quipu o de los de una misma serie o color.[58]
Colección Radicati - Quipu N.º 4 (extendido).
La tesis que hemos expuesto es, indudablemente, muy original y da al estudio de los quipus un nuevo significado: el de lograr, quizá, un mejor conocimiento de los adelantos que en astronomía alcanzaron los incas. No creemos, sin embargo, que esta teoría haya resuelto, como pensó su autor, el secreto de los quipus, pues ella presenta muchos lados débiles y puede ser objeto de algunas críticas. Llama por ejemplo la atención que Nordenskiöld se limitara a reproducir la frase del diccionario de Bertonio para demostrar la existencia de una numeración mágica en el viejo Perú. Hubiera sido necesario encontrar en otras crónicas la indicación precisa de los números empleados con fines de adivinanza. Desgraciadamente, los antiguos autores sólo se concretan a señalar como mágicos los números pares y los impares. El mismo padre Arriaga, tan minucioso en describir supersticiones e idolatrías, se contenta con decir lo siguiente: «cuando un indio se confiesa con su hechicero mantiene en su mano una cuentecita de mullu metida en una espina, la cual es tomada por el confesor, quien hincando la espina en la manta la aprieta hasta que se quiebra la cuenta, y mira en cuantas partes se quebró, y si se quebró en tres ha sido buena la confesión y si se quiebra en dos no ha sido buena y dice que torne a confesar sus pecados». «En otros lugares —agrega Arriaga— para verificar esto mismo toman un manoxillo de hicho y lo divide el confesor en dos partes y va sacando una paja de una parte y otra de otra, hasta ver si quedan pares, que entonces es buena la confesión y si no es mala». Estos ejemplos son prueba de que efectivamente se practicaba la adivinanza mediante números los cuales, sin embargo, tenían significación solamente en cuanto fuesen pares o impares y según las circunstancias: para la adivinanza, mediante la cuentecita de mullu, el número que significaba afirmación y bondad era el tres, mientras que para la que se practicaba con ichu, lo era el dos o un número par.
Afirma también Nordenskiöld que los indios colocaban los quipus en las tumbas para que sirvieran de adivinanzas a los espíritus. Al respecto hay que observar, sin embargo, que si se hubiera practicado dicho acto con esta finalidad, no hubiera pasado por cierto desapercibido a los extirpadores de idolatrías, quienes no hubieran tampoco dejado de señalarlo en sus relaciones. Ellos, en cambio, consideran siempre como normales instrumentos —o sea aquellos de uso diario— los que los indios colocaban en las tumbas al lado del difunto.[59] Hay, sin embargo, un hecho que podría ser considerado como favorable a este aspecto de la tesis de Nordenskiöld: aquél de que el Concilio de Lima de 1583 mandara quemar los quipus de las huacas provinciales, «en razón —dice Baudin— de las fórmulas mágicas que contenían».[60] Empero si nos detenemos a meditar la disposición, veremos que la orden de destruirlos se basaba más bien en el hecho de que, mediante ellos, los indios «conservaban la memoria de sus ritos, ceremonias e inicuas leyes»; o sea, no porque los quipus fueran instrumentos mágicos, sino porque los que eran conservados en las huacas u adoratorios contenían las indicaciones acerca de la manera como debían cumplirse los ritos y demás ceremonias gentílicas. Esta afirmación adquiere aún mayor fuerza por el hecho de que ningún extirpador de idolatrías señala el quipu como «huaca», sino que, antes bien, todos aconsejan a los indios hacer quipus, precisamente, para confesarse mejor o emplearlos en vez de los rosarios.
Como vemos, poca ayuda prestan los cronistas del Perú en la defensa de la tesis de Nordenskiöld. No sucede, en cambio, lo mismo si ponemos el quipu en relación con el significado mágico que, desde la más lejana antigüedad, tuvieron en todo el mundo las cuerdas anudadas.[61] Es bueno recordar que su uso en China está íntimamente unido al origen del Pa-kua u ocho trigramas trazados por el emperador Fo-ki y núcleo primero del Y-ki, libro de magia y adivinanza. El Pa-kua es la combinación de líneas rectas y quebradas, que recuerda también el antiguo uso de adivinar mediante escamas de tortuga embadurnadas de barniz negro y arrojadas después al fuego: las rajaduras producidas por el calor sobre las escamas eran elementos de adivinanza, de acuerdo con la combinación de una o varias líneas rectas con una o varias líneas quebradas. Ahora bien, si el Pa-kua fue una antigua forma de adivinar y si él deriva, como parece, de las cuerdas anudadas (los trazos del Pa-kua representarían las cuerdas originales), hay que admitir que los quipus chinos tuvieron, en su origen, valor adivinatorio.[62]
Es también innegable que en muchos otros países, tanto en tiempos antiguos como en los recientes, las cuerdas anudadas tuvieron la misma finalidad mágica. Es suficiente referirse a las prácticas mágicas de los antiguos babilonenses que admitían para el encantamiento y contraencantamiento el empleo de las cuerdas y nudos que reducen al embrujado a la impotencia. La cuerda y los nudos —dice Furlani—[63] lo pueden privar del ejercicio de algún miembro o del uso de alguna facultad, pero pueden igualmente paralizar la acción del demonio y detener, por consiguiente, la enfermedad, pues, si se rompe o deshace el nudo, se destruye el encantamiento. En efecto, por el contacto prolongado de los nudos con el miembro enfermo, éstos terminan por impregnarse de la enfermedad, que puede ser eliminada por la destrucción del nudo mismo. Éste es uno de los innumerables ejemplos que se pueden presentar de la práctica de la magia mediante cuerdas y nudos. Como se observa, aquí se trata de magia terapéutica, llamada técnicamente magia catártica. Entonces, sería dable pensar también, siempre que admitiéramos en los quipus un significado mágico, que el valor de ellos podría estar relacionado no con la adivinanza sino con la medicina, como parece vislumbrar el mismo Nordenskiöld al final de una de sus publicaciones, cuando, al referirse a la utilidad de conocer los detalles relativos a las tumbas en que se han encontrado quipus, dice que «éstos pueden también provenir de tumbas de hombres dedicados a la medicina».[64]
Los ejemplos presentados prueban que no anduvo del todo equivocado Nordenskiöld al pensar que entre los antiguos peruanos el hecho de anudar cuerdas de colores podía tener, también, para los ejemplares de quipus colocados en las tumbas, un significado mágico, semejante al que instrumentos parecidos tuvieron en muchos otros países del mundo.[65]
Como es natural, esta tesis despertó gran interés y, aunque débil en algunos aspectos, provocó entusiastas comentarios y la publicación, en 1927, en la Revista del Instituto de Sociología de Bruselas, de un extraño estudio comparativo que escribió Raymond Lenoir sobre «El soulava y el quipu».[66]
En un artículo de cincuenta páginas, Lenoir habla del soulava, especie de collar fabricado por los indígenas de las islas del oeste de Nueva Guinea. Este collar no es, en absoluto, un adorno, sino un objeto sagrado y simbólico que representa la fuente misma de la vida. Conservado por un pequeño número de individuos iniciados en el conocimiento de los astros y de los números, se exhibe solamente en las grandes festividades. Sus guardianes forman verdaderas sociedades secretas encargadas de mantener puros, entre los iniciados solamente, estos conocimientos astronómicos y numéricos dispensadores de poder y fuerza. Desconfían, por consiguiente, de la escritura y los conservan mediante la representación simbólica e indirecta del soulava.
Está formado este collar por varios discos de conchas blancas y rojas, perforados y distribuidos en dos ramales que se unen en una concha bivalva, de la que cuelga una hilera de discos idénticos a los anteriores, que sostiene a su vez una concha cónica alrededor de la cual están suspendidos aretes que terminan en figurillas de piedra, talladas en forma de pentágonos.
Se advierte de inmediato que por su aspecto externo, el soulava nada tiene de parecido con el quipu; la semejanza existe sólo en cuanto al carácter simbólico que ambos poseen. Según Lenoir, si observamos atentamente la estructura de un soulava y hacemos la enumeración de sus discos, siguiendo cierto orden, se comprenderá que se trata de un símbolo cuya interpretación se basa en la astronomía y la teoría de los números, especialmente en lo que se refiere a los conceptos de igualdad, equivalencia, simetría y asimetría numéricas. Conclusión ésta muy parecida a la que llegó Nordenskiöld en su estudio de los quipus, al considerarlos como unos libros proféticos, depositarios de la ciencia astronómica de los antiguos peruanos. Muchas deducciones podrían hacerse de este empleo análogo del pensamiento simbólico aplicado al conocimiento de los astros y de los números en dos sociedades tan alejadas geográficamente una de otra. Sin embargo, Lenoir no se preocupa por la demostración de posibles contactos malayo-polinesios y peruanos, sino que se limita a recordar que la civilización incaica fue posterior a la del Tiahuanaco, la cual debía poseer sociedades secretas de iniciados en la ciencia de los números y en astronomía. Cree también que los incas representan una invasión de pueblos que destruyeron esta civilización, y opina que los amautas fueron los nuevos iniciados en las ciencias ocultas. Inspirándose en Montesinos, a quien nunca cita, afirma que antes de los incas y desde el tercer rey Pirua, se conoció en el Perú la escritura, que fue, sin embargo, suprimida en los tiempos incaicos, para que los amautas pudieran mantener mejor su monopolio sobre los conocimientos astronómicos y mágicos. La escritura fue reemplazada por el empleo de los quipus, que no fueron, sin embargo, inventados por los incas sino que existían ya desde tiempos inmemoriales. El empleo simbólico de la cuerda en colores es muy antiguo y difundido en toda América y ejemplos típicos son el «nepotzualritzin» del Anahuac y las cuerdas empleadas por los Zuñis durante sus ceremonias de invierno. Pero, aún más significativo es, según Lenoir, el empleo en el Perú de esa larga cuerda de colores negro, blanco, rojo y amarillo, con la que, cogidos de un lado los hombres y del otro las mujeres, se ejecutaba el baile del Capac Raymi en el Cusipata del Cuzco.[67] Aplicando la interpretación dada por los Zuñis a los colores, dicha cuerda significaría el mundo, las fuerzas naturales y el ritmo de la vida. En efecto, los cuatro colores representan los puntos cardinales, que al unirse simbolizan el universo; los hombres y las mujeres, las fuerzas contrarias, o sea, la derecha y la izquierda, el cenit y el nadir; el baile y el ritmo, la animación y el orden que existen en el mundo.
Si el uso de una sola cuerda puede perfectamente relacionarse con un símbolo expresado bajo el aspecto del color y de la forma, diferentes cuerdas, unidas a una principal y colgando de ella, se prestan mucho más para la expresión simbólica. Lenoir compara el quipu a un collar, como lo es, en cuanto a su forma, también el soulava; un collar hecho precisamente para rodear el cuello sobre el cual reposa la cabeza que es el centro de la vida. Al igual que la parte superior del soulava, la cuerda transversal del quipu es como el círculo de sol, del cual parten, en todas direcciones, los rayos: el aumento o supresión de rayos hace que este círculo sea susceptible de recibir el número de divisiones que se quiere y expresar lo que se desea con respecto a los períodos solares.
De esta manera, y gracias al quipu, los amautas fueron consignando sus observaciones astronómicas. Pero, con el tiempo, ellos se dieron cuenta de que los números no son mudos, ni de expresión inerte y artificial. Ante los regresos periódicos, las analogías, el redoblamiento e inversión de números, las simetrías que se advierten en la comparación de las sumas obtenidas, quedaron profundamente asombrados; la curiosidad que en ellos se despertó fue el punto de partida de toda una especulación sobre la virtud y el sentido propios de los números. Nació así una nueva ciencia unida a la traducción numérica de las observaciones astronómicas y se llegó a comprender que detrás del cielo visible había un poder calculador que todo lo ordena.
Original y a la par extraño el artículo de Lenoir es, sin embargo, sumamente interesante por ciertas interpretaciones de las cuerdas en general y de los quipus en particular, y también por la explicación que, de acuerdo con los principios sostenidos, se hace de algunos quipus expuestos por Nordenskiöld. En general, podemos decir que este trabajo es una buena contribución, la única que hasta ahora se haya realizado, favorable a la tesis de Nordenskiöld sobre el valor astronómico y mágico de los números contenidos en los quipus depositados en las antiguas tumbas del Perú.
Estudiadas las opiniones relativas a la interpretación numérica de los quipus no queda sino tratar ahora de otro aspecto interesantísimo de este mismo argumento, el de la manera como se consignaban en los quipus los datos numéricos y cómo éstos podían ser leídos.
Afortunadamente, sobre el particular, los cronistas informan con bastante exactitud, especialmente el Inca Garcilaso, quien debió conocer mejor que otros historiadores el mecanismo de los quipus numéricos, pues él mismo declara que, siendo joven, ayudaba a los indios tributarios de su padre a trasladar las cuentas de los tributos, que ellos traían dos veces al año, de los nudos o quipus a la escritura castellana.
Precisaremos enseguida, que el quipu se basa en el sistema decimal y que los nudos inferiores indican las unidades y los superiores las decenas, las centenas, los millares, etc. En cuanto a las cantidades que podían consignarse, Cieza dice que se contaba de uno hasta diez, de diez hasta cien y de cien hasta mil.[68] Garcilaso agrega que pocas veces se consignaba en los quipus la centena de millar, sino solamente las decenas de millar porque, explica, «cada pueblo tenía su cuenta de por sí y cada metrópoli la de su distrito, y nunca llegaba el número de éstos o de aquéllos a tanta cantidad que pasase la centena de millar, que con los números que hay allí abajo tenían harto».[69]
Se consideran entonces exageradas las cifras mayores que algunos cronistas presentan, especialmente la de cuatro y cinco millones señalada por Gutiérrez de Santa Clara. Aquí, sin embargo, se debe llamar la atención sobre las aclaraciones que el mismo Garcilaso hace a su anterior explicación, cuando agrega que «si se ofrecía haber de contar por centena de millar o número mayor, también lo contarían porque en su lenguaje pueden dar éstos (los quipus) los números del guarismo él (lenguaje) los tiene; mas —insiste— como no habían de usar de los números mayores, no pasan de la decena de millar».[70] Para demostrar la verdad de esta afirmación de Garcilaso, de que era posible consignar también una alta numeración en los quipus, conviene recordar todas aquellas cifras que han sido señaladas por los cronistas como obtenidas de la consulta de los quipus. Hernando Pizarro dice, por ejemplo, que Calcuchimac contó, por sus nudos, su ejército, y resultó teniendo «treynta e cinco mil indios».[71]
No se ha conseguido, empero, explicar cómo los indios podían expresar en sus quipus estas cifras superiores a la decena de millar, y razón parece tener Horkheimer cuando afirma que «cada cuerda de quipu consta de cuatro divisiones y no puede dar un número mayor de 9,999».[72] Todos los que han estudiado con cierto detenimiento los quipus y han tratado de leer en sus cuerdas las cantidades o números, han tropezado, en un primer momento, con el obstáculo que señala Horkheimer, pues al llegar al número 9.999 han leído nuevamente, enseguida, el número 1.000 y no el 10.000, en cuanto parece no existir una quinta división en las cuerdas de los quipus. Creemos, sin embargo, que esta dificultad se supera fácilmente, siempre que se admita que en los quipus se observaba con gran minuciosidad la altura de los nudos en las cuerdas. Algunas veces era la forma del nudo lo que indicaba la cantidad (el nudo flamenco sólo para la unidad y los compuestos para los números del dos al nueve); pero para las decenas, centenas, millares, etc., que se señalaban con nudos simples, era solamente la altura de colocación en la cuerda la que servía para señalarlas. En otras palabras, opinamos que en las cuerdas había una altura (1.ª) que podía ser ocupada por nudos, solamente cuando se quería expresar las unidades; que había otra (2.ª) para las decenas; otra (3.ª) para las centenas; otra (4.ª) para los nueve primeros millares; otra (5.ª) para los números comprendidos entre el diez mil y el cien mil; y otra (6.ª) para los del cien mil al millón. Por consiguiente, nos parece que se podía perfectamente expresar el número 10.000 sin confundirlo con el 1.000, siempre que se colocase el nudo en la altura correspondiente dentro de la cuerda. Para una mayor demostración, recordaremos cómo en toda cuerda pueden haber «altura en blanco» o sea sin nudos, como sucede por ejemplo cuando se expresa el número 304, en que queda vacío el espacio de la cuerda dedicado a las decenas. La importancia de la altura, con referencia al valor de la cifra expresada, explica también la gran preocupación de los quipucamayocs de distribuir con exactitud sus nudos en las cuerdas, creando lo que podríamos calificar de verdaderas estratificaciones u horizontes de nudos dentro de un mismo quipu. Tuvimos ya oportunidad de hacer resaltar esta característica en nuestro capítulo dedicado a la descripción general del quipu, y llamar la atención en la frase de Garcilaso de que «los nudos de cada número y de cada hilo iban parejos unos con otros, ni más ni menos que los pone un buen contador para hacer una suma grande». De otra frase de Garcilaso se deduce también que en cada cuerda se expresaba solamente una cifra, pues, el cronista dice que «estos números contaban con nudos dados en aquellos hilos, cada número dividido de otro», o sea, interpretamos, cada número en un solo hilo.
Por lo que se refiere al significado numeral de los nudos, en cuanto a su forma, Locke y Nordenskiöld están de acuerdo en que el nudo flamenco solamente era empleado para indicar la unidad y que los nudos compuestos servían solamente para los restantes números de la primera decena, o sea del dos al nueve, inclusive. Para los números superiores a la decena, sostienen ellos, se empleaban los nudos simples. Altieri cree, en cambio, que la unidad podía ser representada también con el nudo simple, y que los nudos flamencos y compuestos podían emplearse como decenas, centenas, millares, etc.
Dentro de este argumento de la expresión de los números en el quipu surge también el difícil problema de la manera cómo los indios indicaban el cero, siempre que se admita que fue posible que lo concibieran. Nordenskiöld, que comprendió la importancia de este problema, escribió lo siguiente:
[…] en los quipus que yo he visto no hay nada que indique el cero. Pero, cuando se ha llegado, como los antiguos peruanos, a tener un sistema decimal con números (nudos) que expresan valores según su posición, se siente la necesidad de indicar el cero. Sugiero, a los que llegan a examinar quipus que presten atención a este detalle, pues, me parece mucho más natural que un símbolo especial fuese inventado por una raza que usaba el sistema decimal que por una que empleaba el vigesimal.[73]
Hasta ahora, la única explicación que se ha dado es la de considerar —según admiten Rowe, Lenoir y otros[74] — como expresión del cero la ausencia de nudos a lo largo de la cuerda; explicación no del todo satisfactoria, tanto más que, gracias a la fuente histórica, sabemos que existían quipus cuyas cuerdas, carentes de nudos, indicaban, por la simple combinación de colores, nombres propios. Este ejemplo lo presenta Calancha al describirnos un quipu cuyo contenido es numeral e histórico al mismo tiempo. Es probable que en los quipus exclusivamente numerales, la ausencia de nudos indique efectivamente el cero. Sólo el detenido estudio del monumento nos llevará, también en esto, a una solución más satisfactoria.
Si «el nudo dice el número», como escribe Garcilaso, debía existir otra manera para señalar y diferenciar las personas, animales y cosas cuya cantidad se consignaba en el quipu. Esta manera era, en primer lugar, la del empleo de los colores, porque «los colores simples o mezclados tenían un significado de por sí» o sea que por los colores se sabía lo que se indicaba en el hilo «como el oro por el amarillo, la plata por el blanco y la gente de guerra por el colorado» (Garcilaso).
Sabemos también, por el mismo Garcilaso y por el estudio de los quipus modernos, que para esta clase de indicaciones se empleaba, además de los colores, también el sistema de la colocación por orden de importancia. Dice el mencionado cronista que «las cosas que no tenían colores (o sea aquellas que no tenían señalado un determinado color para significarlas), iban puestas por su orden, comenzando por las de más calidad y procediendo hasta las de menos», así por ejemplo, «cuando daban cuenta de las armas, primero ponían (o sea, las indicaban en la primera cuerda del quipu) las que tenían por más nobles, como lanzas, y luego (esto es en las cuerdas sucesivas) dardos, arcos y flechas, porras y hachas, hondas y las demás armas que tenían». Y hablando de los vasallos, dice que «en el primer hilo ponían los viejos de 60 años arriba; en el segundo los hombres maduros de 50 arriba y el tercero contenía los de 40; y así de diez en diez años, hasta los niños de teta». Este curioso sistema ha subsistido hasta nuestros días, en que lo practican todavía los pastores de la sierra que llevan sus cuentas por quipus, como puede deducirse de la descripción de Uhle del quipu de Cutusuma, el cual no está coloreado, pero tiene indicados los animales hembras en el borde y los machos en el centro.
Otro problema que se presenta en relación con este tema es el de las cuerdas subsidiarias, o sea, el del significado de las cuerdas cuyo punto de arranque no es la transversal sino una colgante. Garcilaso, que las define como hijuelas de las cuerdas más grandes, explica que eran «excepciones de las reglas generales», pues servían para expresar particularidades, o bien, para precisar el dato numérico consignado en la colgante. Así por ejemplo, la subsidiaria que partía de la colgante en la cual se indicaba la cifra de los hombres de una determinada edad, señalaba cuántos de éstos eran en ese momento casados. Las subsidiarias de segundo orden indicarían entonces, con toda probabilidad, particularidades dentro de la excepción señalada por la subsidiaria de primer orden: así por ejemplo, si la subsidiaria que precisaba el número de los casados tenía otra subsidiaria, ésta podía referirse a los viudos.
Un último aspecto dentro del estudio del quipu numeral es su relación con el empleo de los llamados «contadores», pues es muy probable que los indios se auxiliasen, para sus cálculos, con los ábacos. Sobre estos utensilios hay una copiosa literatura, y las opiniones están algo divididas. Los doctores Verneau y Rivet han descrito uno de estos artefactos hallado en la provincia de Cañar. Se trata de un objeto de madera formado por una placa rectangular de 33 cm de largo por 27 cm de ancho, en cuya cara superior hay ahuecados doce compartimientos cuadrados y dos rectangulares, conservando en el centro un espacio libre octagonal. El tablero presenta, además, en dos de sus esquinas, una especie de plataforma rectangular que tiene una casilla análoga a las anteriores, en cuya esquina se levanta, a su vez, otra pequeña plataforma con el respectivo casillero en la cima.[75] Wiener trató, desgraciadamente sin presentar pruebas, de explicar la manera cómo los indios empleaban dicho contador, sirviéndose de granos, de habas o de guijarros; el guijarro, dice, colocado en uno de los compartimientos cuadrados indicaba la unidad, pero doblada de valor en uno de los campos rectangulares, lo triplicaba en el central, lo sextuplicaba en el casillero del primer piso de las plataformas y tenía doce veces su valor en el segundo piso. El color de los guijarros indicaba, por fin, la naturaleza del objeto contado.[76]
Si bien, es verdad, que no hay plena seguridad de que estos aparatos hayan sido contadores, puesto que hay quienes sostienen que representan planos de fortalezas o que son tableros de juego[77], se puede, sin embargo, aceptar la opinión de los que sostienen que servían, al mismo tiempo, para sacar las cuentas como para auxiliares de la memoria; así parece indicarlo el padre Juan de Velasco cuando, al hacer mención de estos instrumentos entre los caras, dice que eran «depósitos hechos de madera, de piedra o de barro, con diversas separaciones, en las cuales colocaban piedrecitas de distintos tamaños, colores y figuras angulares, porque eran excelentes lapidarios»; y que, «con las diferentes combinaciones de ellas, perpetuaban sus hechos y formaban sus cuentas de todo».
Como vemos, la descripción de Velasco coincide en mucho con la de Verneau y Rivet. Serían, entonces, ábacos que, además de servir para «formar cuentas», como dice el historiador quiteño, tuvieron también la finalidad de «perpetuar los hechos». Por lo que toca este segundo aspecto, o sea, su valor mnemotécnico, nos ocuparemos de estos aparatos al estudiar el problema del quipu como auxiliar de la memoria. En cuanto a su finalidad contable, diremos que no hay que confundirlos con los quipus, como alguien ha pretendido, y menos calificarlos de superiores a éstos. El ábaco, bien lo explica Baudin[78], no es sino un instrumento que sirve para contar, o sea, para facilitar las operaciones aritméticas, no pudiéndose registrar en él, como en el quipu, los resultados. En efecto, los guijarros dispuestos en el contador para indicar un resultado en cifras, deben ser cambiados de sitio si se quiere utilizar el contador para una nueva operación. En este sentido de registrador de cifras, es un utensilio inferior en capacidad al mismo palo con muescas, empleado para indicar cantidades por la gente primitiva que sabe sólo contar pero no escribir.
De todos modos, es innegable que el contador fue un auxiliar poderoso para el quipucamayoc, quien lo empleaba seguramente para hacer sus cálculos. Sostiene Locke que «como el quipu no era apto para los cálculos, empleaban para este propósito pequeños guijarros y granos de maíz», afirmación refutada justamente por Nordenskiöld, quien demostró que, gracias a la disposición de los nudos en el quipu, se podía, con facilidad, hacer la suma o sustracción de las cantidades consignadas en las varias cuerdas.[79] Con esto, él no quiso por cierto negar el empleo de las piedras y granos en las cuentas, pues muchos autores antiguos claramente se refieren a este sistema de cálculo. Bertonio, por ejemplo, traduce varios términos quechuas que significan «contar por piedrecitas», como «piedra para contar lo que se debe», o «poner cinco en la cuenta cuando la hacen por piedrecitas». Son estas frases una prueba evidente de que también en el Perú prehispánico se empleaban los «calculi» como en la antigua Roma, lo cual hace suponer la existencia de un tablero contador o ábaco.[80]
En conclusión, diremos con Murúa que «Los indios hacían sus cuentas por piedras y por nudos», o sea, que empleaban ambos sistemas. Cuando el quipucamayoc lo deseaba podía consignar las cifras en el quipu y realizar, luego, la operación aritmética con facilidad porque el instrumento se prestaba a ello. Pero cuando la operación debía hacerse con rapidez, y no interesaba sino conocer el resultado, prefería seguramente emplear el ábaco, cuyas piedras eran fácilmente removidas de los casilleros después de la operación. La cifra obtenida era inmediatamente registrada en el quipu, como se deduce claramente del dibujo en el folio 358 de la Corónica y buen gobierno de Guaman Poma. Este grabado llamó la atención de H. Wassén, quien en un interesante estudio titulado El antiguo ábaco peruano según el manuscrito de Guaman Poma[81], comenta lo más interesante de esta viñeta, que no es tanto la figura misma del quipucamayoc que en ella aparece, sino lo que está dibujado en la parte inferior izquierda, o sea, un rectángulo compuesto de 4 × 5 cuadros, marcados sistemáticamente por pequeños círculos o puntos que aparecen en su interior. Este rectángulo constituye indudablemente la parte más interesante del dibujo de Guaman Poma, pues, demuestra el empleo del ábaco por el quipucamayoc en el preciso momento de confeccionar el quipu, y nos dice, además, que el típico y puro ábaco incaico era muy diferente de los contadores de origen cañari o cara de que hablan el padre Velasco y los señores Verneau y Rivet.
Wassén demuestra que esta clase de ábaco servía no sólo para las sumas, sino también para realizar las otras tres simples operaciones aritméticas. Este supuesto método presentado por Wassén es todavía dudoso y el argumento de la manera cómo usaban los peruanos su ábaco se presta aún a la formulación de otras hipótesis y debe ser, por consiguiente, objeto de una mayor investigación.[82] Locke, que se ocupó también de este problema, en un artículo inspirado en el de Wassén, llegó a la conclusión de que si bien es verdad que este contador dibujado por Guaman Poma tiene algún parecido con el suan-pan de los chinos y el soroban japonés es, en cambio, muy diferente de las tablas que para contar empleaban los europeos del siglo XVII, lo que nos obliga a desechar toda idea de una posible influencia hispánica sobre el cronista en el momento de hacer su dibujo, y a admitir por ende que este ábaco es típicamente incaico.
Quipus con valor extranumeral
Precisa ahora estudiar otro aspecto de la interpretación de los quipus: el extranumeral, pues ellos no sólo sirvieron para expresar números (contables, estadísticos, astronómicos y, probablemente, mágicos) sino también para otros fines,[83] como bien dice el padre Acosta al escribir que «había diversos quipus o ramales, para diversos géneros, como de guerra, de gobierno, de tributo, de ceremonias, de tierra», etc. En otras palabras, que hubo también quipus que servían para conservar la historia del pueblo incaico, las leyes y las disposiciones administrativas y las fórmulas o datos relativos al cumplimiento de los ritos y demás ceremonias religiosas.
La existencia de los llamados quipus históricos está probada por las rotundas afirmaciones de los cronistas de más crédito, muchos de los cuales insisten en el hecho de que sus narraciones relativas a la historia de los Incas, se basan precisamente en la consulta de los quipus, descifrados por quipucamayocs que sobrevivieron a la caída del imperio. Estos escritores no hicieron sino imitar el ejemplo de muchos gobernantes españoles en el Perú, como Vaca de Castro, Gasca, Cañete y Toledo, quienes consiguieron información sobre el pasado de los reyes Incas, convocando a los viejos quipucamayocs premunidos de sus quipus. Esta simple referencia, dice Porras, basta para demostrar que, además de quipus numéricos, había quipus históricos o de recordación de hechos pasados. Los encargados de confeccionar los quipus de esta especie eran los «grandes quipucamayocs que sabían las cosas que sucedido habían en el reinado de cada Inca» (Cieza) y que «daban razón de más de 500 años de todo lo que en esta tierra en este tiempo ha pasado» (Molina el Cuzqueño).[84]
Polo de Ondegardo señala, además de la finalidad histórica, también el carácter legislativo, administrativo y religioso de los quipus. «En el Cuzco —dice— se hallaron muchos oficiales antiguos del Inga, así de la religión como del gobierno y otra cosa, que por hilos y nudos se hallan figuradas las leyes y estatutos así de lo uno como de lo otro, y las sucesiones de los reyes y tiempo que gobernaron, y hallóse que todo lo que esto tenía a su cargo no fue poco y aun tuve alguna claridad de los estatutos que en tiempo de cada uno se habían puesto». Otro cronista que mucho insiste en la existencia de los quipus legislativos, es Murúa, quien, a menudo, recuerda que, «estos indios tenían leyes, de las cuales usaban, mas no escritas, sino en quipus».
¿Sistema mnemotécnico o escritura?
Al admitirse el significado extranumeral de muchos quipus, surgieron dos teorías que trataron de calificar lo que podemos llamar la capacidad expresiva de estos instrumentos.
La primera sostiene que el quipu no es sino un sistema mnemotécnico más o menos perfecto, que servía para estimular la memoria, o sea, ayudar el recuerdo, no sólo de número sino también de hechos o circunstancias históricas y de disposiciones administrativas. La segunda tesis es, en cambio, más audaz y pretenciosa, pues, sostiene que el quipu es un sistema perfecto de escritura que se basa en una convención universal que permite la expresión, mediante signos, de toda clase de ideas; cada una de estas teorías debe ser analizada con cierto detenimiento.
Sistema mnemotécnico
Sabemos que el término mnemotécnico o su sinónimo mnemónica, designa los varios expedientes empleados para ayudar a retener en la memoria las nociones y los conocimientos adquiridos.
En la Antigüedad y Edad Media se dio gran importancia a este arte y se buscaron procedimientos para crear lo que Carli llamó la «memoria artificial». Entre estos procedimientos, el más usado es el de poner en verso lo que se debe recordar, pues los versos, con su ritmo y rima, se retienen más fácilmente en la memoria. Otro sistema es el llamado topológico, aconsejado por Cicerón y Quintiliano[85] a los oradores, que consiste en representarse las varias partes del discurso, de acuerdo con las diferentes divisiones de una casa, en cuyas varias habitaciones se puede imaginar también una serie de muebles u objetos que simbolizan los diferentes conceptos contenidos en cada una de las partes del discurso. Aquí observamos que, con este método, inventado según se dice por Simónides de Ceos, interviene el símbolo imaginado como elemento auxiliar de la memoria.
Pero no sólo es posible imaginarse el símbolo, sino representarlo también materialmente, o sea, en forma visible de objetos, dibujos, etc. Como ejemplo más sencillo de este procedimiento mnemónico, que llamaremos del símbolo visible, está precisamente el clásico nudo al pañuelo a que recurren tan frecuentemente las personas olvidadizas. A su lado hay que colocar los dibujos recordatorios: un objeto, unas cuantas figuras, son suficientes para sugerir, esta es la palabra, al aedo los versos, al cazador las operaciones por cumplir, al brujo las fórmulas mágicas, etc. El udukuru de los Emerillons de las Guayanas, y sobre todo el quipu peruano, hay que clasificarlos dentro de esta técnica mnemónica. Para sostener esta opinión hay que recurrir al padre Acosta cuando alude a la costumbre de los indios de «aprender las palabras que querían tomar de memoria» empleando diferentes «pedrezuelas o granos de maíz». «Es Cosa de ver —comenta el Padre— a viejos caducos, aprender, con una rueda hecha de pedrezuelas, el Padre Nuestro y con otra el Ave María, y con otra el Credo, y saber cuál piedra es que fue concebido del Espíritu Santo y cuál que padeció debajo del poder de Poncio Pilato, y no hay más que verlos enmendar cuando yerran, y toda la enmienda consiste en mirar sus pedrezuelas». Estas líneas interesantísimas sirven no sólo para demostrar el uso de la mnemotécnica en el antiguo Perú, sino también para confirmar otro aspecto utilitario de esos contadores encontrados entre los cañaris y los caras que, según el ya citado testimonio del padre Velasco tenían, además de la finalidad de «formar cuentas», también la de «perpetuar los hechos».
En cuanto al quipu mnemónico, el mismo padre Acosta se refiere a él cuando cita ese «manojo de hilos» en el cual una india trajo «una confesión general de toda su vida y por él se confesaba». «Aun pregúntele —concluye el cronista— de algunos hilitos que me parecieron algo diferentes, y eran ciertas circunstancias que requería el pecado para confesarse enteramente».
Colección Radicati - Quipu N.º 5 (extendido).
Si ha quedado demostrado que, con piedrecitas y quipus, auxiliaban los indios su memoria, falta aún manifestar y probar cómo este sistema se integraba y perfeccionaba mediante la paralela adopción de otros procedimientos mnemónicos, especialmente los cantares y las pinturas. Unas cuantas citas de cronistas serán suficientes para convencernos de esta afirmación.
Por lo que respecta a las pinturas, el mencionado padre Acosta dice que los indios «suplían la falta de escritura y letras, parte con pinturas, como los de México, aunque las del Perú eran muy groseras y toscas, y parte y lo más, con quipus».[86] En las famosas Informaciones de Toledo, dos descendientes de Incas declaran que «ellos vieron una tabla y quipu, donde estaban sentadas las edades que hubieron Pachacutec Inga y Topa Inga Yupanqui…» y que por la dicha tabla y el quipu vieron que «vivió el primero cien años y el segundo cincuenta y ocho o sesenta». Semejantes a estas tablas fueron, seguramente, esos paños o telas que el mismo Toledo hizo pintar a artistas indígenas para remitirlos a España. Nada, sin embargo, puede decirse con exactitud de su factura, y la idea de Steffen de que los dibujos del manuscrito de Guaman Poma son copias de ellas, es completamente absurda.[87]
El dato más interesante relativo a las pinturas peruanas lo proporciona quizá Sarmiento, cuando informa que fue el inca Pachacutec quien estableció este sistema recordatorio, después de reunir en el Cuzco a 103 historiadores de todas las provincias para consultarlos sobre las cosas del pasado. Ordenó él, que las más notables fuesen pintadas sobre grandes tablas, que reunió en una especie de pinacoteca-librería situada en una casa del Sol llamada Poquen cancha. De este «archivo policromo e historial», como lo define Porras, habla también Molina el Cuzqueño, quien indica que en las pinturas estaba representada «la vida de cada uno de los Incas, la tierra que conquistó, el origen de las antiguas fábulas», etc. Además, de las Informaciones hechas por el virrey Martín Henríquez, se sabe que los indios declararon que las pinturas servían también para auxiliar el recuerdo de las leyes imperiales, completando así el servicio que prestaban los quipus legislativos. Dijeron ellos que los jueces del incario, para recordar y aplicar las leyes, consultaban «unas señales que tenían en los quipus y… otras que tenían en unas tablas de diferentes colores, por donde entendían la pena que cada delincuente tenía».
El tercer elemento mnemónico, utilizado tanto como las pinturas y el quipu, fue el de los cantares. Cieza explica, que existió la costumbre de que cada inca escogiera tres o cuatro hombres ancianos a quienes ordenaba «que todas las cosas que sucediesen durante el tiempo de su reinado las tuviesen en la memoria y de ellas hicieran y ordenasen cantares». Más preciso es Garcilaso, quien sostiene que «decían en verso todo lo que no podían poner en los ñudos», y también Estete quien aclara que «por ciertas cuerdas y nudos recuerdan las cosas pasadas, aunque lo más principal de acordarse es por los cantares que tienen».[88]
Intentemos ahora describir, tal como lo hicimos con el quipu numérico, uno de estos quipus que, a la par de los cantares y pinturas, servían de poderosos auxiliares de la memoria. Esta descripción es imposible hacerla tomando como ejemplo los quipus arqueológicos hasta ahora conocidos, pues es difícil señalar cuáles de ellos tienen los precisos caracteres de un quipu extranumeral.[89] Tenemos entonces que basarnos, para lograr nuestro propósito, en la descripción de un quipu histórico presentada, desgraciadamente en forma algo confusa, por Antonio de la Calancha en su crónica. Baudin, que también la reprodujo en su libro, la simplificó y aclaró. Nosotros trataremos de exponerla en forma aún más clara y nos esforzaremos por interpretar con exactitud las ideas del cronista.
Supongamos, dice Calancha, que un funcionario incaico hubiese querido expresar estos hechos históricos: que antes de Manco Capac, primer Inca, no había ni reyes, ni jefes, ni culto, ni religión; que el cuarto año del reinado de este soberano se sometieron diez provincias, cuya conquista costó la vida a tres mil soldados incas; que el Emperador logró apoderarse en una de las provincias sometidas de mil unidades de oro y treinta mil de plata; y que, en agradecimiento por las victorias obtenidas, se celebró una fiesta en honor del Sol.
Para expresar todos estos conceptos, el quipucamayoc tomaría un cordón negro, color que indica el tiempo, e iría colgando en él un gran número de hilos pajizos (incoloros), en los cuales pondría una gran cantidad de nudos pequeños (millares, dice el cronista). Luego, haría justamente en la mitad del cordón negro, que sirve de transversal, un grueso nudo atravesado por un hilo carmesí que es el color del Inca.
Para leer esta primera parte del quipu se debe proceder, dice Calancha, por negaciones, o sea, que el lector debe pensar lo siguiente: el pueblo, antes del primer Inca (hilo carmesí), durante un tiempo muy largo (gran número de hilos y nudos sobre el cordón negro, símbolo del tiempo) no tenía Inca, puesto que ninguno de dichos hilos es carmesí; no había jefes, ya que ninguno es morado; no tenía gobierno o administración, pues ninguno es pardo; no tenía subdivisión en provincia, del momento que ninguno es de torzales de diferentes colores; no tuvo guerra, pues ningún hilo es colorado; ni tampoco estimaba el oro y la plata, pues no hay hilos amarillos o blancos; ni tenían religión y culto, pues no hay torzal de azul, amarillo y blanco. Y así, por negaciones, deducirá lo que no había habido, o sea, nada de todo esto.
En cuanto a la otra mitad del quipu, que debe contener la segunda parte del relato, el quipucamayoc la expondría de la siguiente manera: sobre el hilo carmesí haría cuatro pequeños nudos e, inmediatamente debajo del cuarto nudo, ataría un hilo color pardo con diez nudos, el primero más grande que el segundo, éste más que el tercero y así sucesivamente hasta el décimo. Debajo de cada nudo amarraría un hilo verde con nudos y, de cada hilo verde haría partir otro hilo de torzal de diferentes colores y sin nudos; en uno de estos hilos verdes pondría, además, dos hilos, amarillo uno y blanco el otro, ambos con nudos. Por último, termina Calancha, el quipucamayoc amarraría otras dos cuerdas de segundo orden, haciéndolas partir, al igual que las verdes, de la subsidiaria de color pardo; la primera de dichas cuerdas sería de color rojo y con nudos, y la segunda de torzal blanco, azul y amarillo con uno o más nudos.
Esta segunda parte del quipu debe ser leída de la siguiente manera: el hilo carmesí indica, como dijimos, al primer Inca; los cuatro nudos en este hilo significan que han transcurrido cuatro años de su reinado; el hilo pardo, el cual arranca del cuarto nudo y ostenta diez nudos de diferente grosor, señala que durante el transcurso del cuarto año de gobierno (pardo = gobierno) ha habido diez conquistas sucesivas (10 nudos de diferentes tamaños para indicar el orden de las conquistas); las cuerdas verdes, que tienen nudos y cuelgan cerca de los nudos de la cuerda parda, contienen el número de enemigos muertos en cada una de las conquistas (verde = enemigo muerto); el hilo de torzal de diferentes colores y sin nudos, amarrado a cada hilo verde, señala, según la combinación de los colores, la provincia que ha sido conquistada; los dos hilos, amarillo y blanco, con nudos, que cuelgan de una sola de estas subsidiarias verdes, indican las cantidades de oro y plata (1.000 y 30.000 unidades) que han sido tomadas como botín durante la conquista de una de esas provincias. Por último, para expresar los guerreros incas muertos y la fiesta en honor del Sol, están las cuerdas que cuelgan de la subsidiaria de color pardo: una de ellas es colorada, color que si bien indica guerra en general, era también el símbolo del ejército imperial; y la otra que es de torzal blanco, azul y amarillo, indica la religión y expresa la fiesta al Sol. Curioso resulta el advertir en ella nudos, pero Calancha explica la presencia de aquéllos diciendo que para indicar que se «hizo la fiesta primera (del año) se ponía un nudo, y si era la tercera o la cuarta de las que se hacían, se ponía tres o cuatro nudos».
Gracias a esta descripción de Calancha, que hemos simplificado, tenemos formada ya una idea más clara de los quipus históricos y de su valor como instrumentos recordatorios. En cuanto a este último aspecto, debemos confesar, sin embargo, que del quipu de Calancha se deduce cierta limitación a la capacidad mnemónica de estos instrumentos, restringida a provocar más bien el recuerdo de los aspectos del pasado que se pueden expresar en forma de números, como fechas, cantidades, etc. Por poco que se medite el ejemplo que comentamos, se debe admitir que no le faltó razón a Sarmiento para sostener que los quipus «anotaban las cosas más notables que consisten en número y cuerpo», pues vemos que también en el de Calancha predomina lo numeral, tanto cuando se niega como cuando se afirma algo en la narración. Efectivamente, «infinidad de cuerdas y millares de nuditos» significan la cantidad de años, pueblos, etc., de la época de la behetría; cuatro nudos en el hilo del Inca son los cuatro años de su gobierno; diez nudos, uno diferente de otro en tamaño, las diez conquistas; los nudos en la cuerda de cada pueblo conquistado, el número de enemigos muertos; los nudos en la cuerda amarilla, las 1.000 unidades de oro de botín, y los de la cuerda blanca, las 3.000 unidades de plata; los nudos en el hilo colorado, los 3.000 hombres del Inca muertos durante las conquistas; y, por fin, los nudos del cordón torzal azul, blanco y amarillo la fiesta de dación de gracia, según su número de orden dentro de las festividades religiosas del año.
Otra deducción posible es que también para Calancha los colores indicaban las personas, animales o cosas que se enumeraban: carmesí, el Inca; morado, el curaca; verde, los enemigos muertos, etc. Pero se advierte también que ellos sirven, además, para señalar circunstancias y hasta nombres propios, como el de las provincias conquistadas, que se expresa por la combinación de colores en esas cuerdas que, dentro de todo el quipu, son las únicas que no tienen nudos. Éste es, sin duda, el dato más valioso proporcionado por Calancha con la exposición de su quipu, pues mediante él podemos admitir, no sólo el carácter extranumeral del quipu, sino también que mediante el símbolo de los colores se podía alcanzar gran perfección recordatoria; además, que la ausencia de nudos en una cuerda no indicaría siempre el cero.
Hechas estas reflexiones con el libro de Calancha ante los ojos, cerraremos nuestro capítulo sobre el carácter mnemónico de los quipus, transcribiendo una página de la crónica del padre Salas, sugestiva por los datos que contiene sobre el valor extranumeral de las cuerdas con nudos en el antiguo Perú. Esta página parece no haber sido del todo adulterada por el estrafalario Vizcarra, aquel quien, como sabemos, editó la obra de Salas, la que trata precisamente de la descripción de los quipus hecha por los ancianos indios informantes:
Nuestro idioma —dicen ellos— ha tenido y tiene siempre sus signos y caracteres y kipos propios y connaturales; en los mismos que no dentra la configuración tan complicada de vuestra caligrafía, ni ortología, ni ortografía; y menos los amínculos del papyro y tintas y penolas. Nuestros Intis, nos han transmitido sus ideas y mandatos por medio de la tradición oral, clara y sencilla y plana de nuestros padres, y con cargo de hacer nosotros tanto y cuanto, y ni más ni menos; y para auxiliares de la memoria, nos han enseñado el uso de los kipos, en cuya composición manual entran las líneas rectas y curvas; y estas mismas líneas cinceladas en piedras o metales, decimos kelcas del Inti; las compuestas de líneas de oro y plata (alambres o agujas) son las sagradas del culto; y en fin, los vulgares y del uso general, se componen de hilos de colores y anudados o encadenados como eslaboncillos, y hechos de cualquiera materia flexible, como hilo de cáñamo o de lana o cuerdas de pieles finas. Y con ellos, como con los anteriormente mencionados, los hechos o las ideas igualmente las conservamos sin ninguna alteración y con menos peligros que los de vuestros cartapacios y pergachus; aquí tenéis las pruebas en estos hilos de la lana blanca de nuestras karwas, teñidos con los colores del arco iris, y diciendo: Ta! ua! watta suyu. Es decir: Ta! parate, ponte de pie que ya eres hombre, eres gente, parate. Ua! es la acción de resollar y soplar sobre las palmas de las manos. Y este dicho y hecho, que son dos aspectos, los ejecutó el Hacedor eterno en la creación del primer hombre.
Con este ejemplo tan inquietante termina su descripción el padres Salas, sin explicarnos, desgraciadamente, cómo estaba representado en el quipu el nombre Tiahuanaco leído por el anciano indio, o sea, descompuesto de tal manera que, más que en un quipu mnemónico, nos hace pensar en uno fonético.
Escritura. Contemplada en todos sus aspectos, la tesis del valor exclusivamente mnemónico de los quipus, se debe emprender el estudio de una tesis que apasiona y tiene gran número de partidarios: la que afirma rotundamente que los quipus fueron un verdadero sistema de escritura.
Antes de entrar en el desarrollo de este argumento, atrayente pero escabroso, consideramos oportuno indicar que si se quiere llegar a una conclusión concreta y satisfactoria sobre este tema, es preciso aceptar la definición más amplia que se ha dado de la escritura, o sea, el de conjunto de signos convencionales de cualquier especie, de que se vale el hombre para comunicar a sus semejantes, en el tiempo y en el espacio, ideas y acontecimientos. Estos signos no tienen solamente capacidad rememorativa, sino que, por el hecho de basarse en una convención más o menos extendida, hacen también posible la manifestación de pensamientos y hechos a las personas que están alejadas de aquel que los expresa.
Tomada así, en términos generales, la definición de escritura, es evidente que dichos signos convencionales pueden ser de varias clases. En primer lugar están, por supuesto, los trazados, pintados, grabados o dibujados. En forma de figuras de toda clase, sobre materiales de varia especie, como madera, piedra, tela, cuero, etc.[90] Estos signos son los que más han evolucionado, creando lo que entendemos por escritura propiamente dicha, la fonética, que se basa en los signos llamados letras.
La escritura figurada fue conocida, en forma muy embrionaria, en el Perú precolombino, como puede colegirse de la existencia de numerosos petroglifos y pictografías encontrados en varias partes del país y señalados por los antiguos cronistas y los modernos etnógrafos.[91] La existencia, tanto en el idioma quechua como en el aymara, de términos equivalentes al significado de la palabra española «escritura», es también otra prueba de esta afirmación: dichos términos son, «quilca» y «quelca», que los primeros lexicólogos traducen no sólo como «escritura», sino también como «dibujo y pintura».[92]
Sobre el grado de evolución alcanzado por la quilca, es difícil pronunciarse. Sostiene el padre Acosta que él vio «escrita la confesión que de todos sus pecados un indio traía, para confesarse, pintado cada uno de los diez mandamientos por cierto modo, y luego allí haciendo ciertas señales como cifras, que eran los pecados que había hecho contra tal mandamiento». Esta manera de «escribir» que señala el padre Acosta, fue adoptada por los indios en la época de la evangelización, siendo estimulado su uso por los padres doctrineros. A nosotros han llegado, por ejemplo, muchas de estas pictografías, como el «pellejo pictórico» que describe H. Urteaga, proveniente de la provincia de Chucuito evangelizada por los jesuitas.[93]
Al lado de los petroglifos y pictografías sobre cueros, existieron, probablemente, también otras manifestaciones de la quilca, según suponen Wiener, Patrón, Valcárcel, Larco Hoyle y otros investigadores. Wiener piensa que las verdaderas quilcas no hay que buscarlas sobre las piedras o pellejos, sino en los dibujos de los tejidos; Patrón cree que ella es posible encontrarla en las figuras de la cerámica; Valcárcel opina que es posible hallar huellas de una escritura jeroglífica en los tejidos incaicos y en los queros; y Larco Hoyle ha creído descubrir inscripciones significativas en los pallares y fríjoles en general.[94]
Pero para nuestra finalidad, que es el estudio de los quipus, creemos que más que los petroglifos, pictografías u otros sistemas de quilca mencionados, es interesante señalar la escritura sobre especie de palos o báculos, frecuentemente citada por los cronistas. De ella nos habla Santa Cruz Pachacuti quien, al relatar la leyenda de Tunapa Viracocha, dice que el dios traía un palo «donde estaban los razonamientos que predicaba» y en el cual «señalaba y rayaba cada capítulo de las razones». Más adelante, el mismo cronista sostiene que Tupac Yupanqui mandó «un visitador general de las tierras y pastos, dando su comisión en rayas de palo pintado». Las Casas, por su parte, indica que estos palos eran entregados a los chasquis como insignia o credencial o, según sus mismas palabras, tal «como entre nosotros se usa, que da crédito al que trae las armas o sello del Rey».
Estos dos cronistas no parecen estar del todo acordes sobre la capacidad gráfica de estos báculos, pues mientras para Santa Cruz Pachacuti contenían razonamientos completos, capaces de manifestar lo que se predica o las órdenes y mensajes que se dan o envían, para Las Casas su capacidad simbólica estaba limitada a la de una contraseña o insignia. Esta última opinión podría ponerse en relación con el significado de los bastones de mensajeros empleados en otros países, en Australia por ejemplo, donde son, a la vez, atlas y salvoconductos.
Al lado de las referencias que comentamos, existe otra de mayor importancia, relativa también al empleo de palos con signos pintados como manifestación de escritura en el antiguo Perú. Es la conocidísima apuntación que traen algunos cronistas, entre ellos, en forma más clara y completa, Cabello Balboa, del testamento consignado por el inca Huayna Capac en uno de estos báculos.[95]
La cita de Cabello Balboa es como sigue: sintiéndose morir, Huayna Capac «hizo su testamento según la costumbre de los Ingas, que consistía en tomar un largo bastón o especie de cayado y dibujar en él rayas de diversos colores, por las que se tenía conocimiento de sus últimas disposiciones; se le confió enseguida al quipucamayoc o notario…». De estas palabras del cronista se deduce lo siguiente: 1.º que, sobre este bastón, los signos se consignaban no con incisiones o muescas, sino con rayas de diversos colores, afirmación con la que coinciden también otros cronistas; 2.º que mediante estas rayas, coloreadas diferentemente, se podían expresar conceptos, pues, mediante ellas el Inca pudo hacer conocer sus últimas disposiciones como, por ejemplo, que deseaba ser sepultado en el Cuzco, según indica, no sólo Cabello sino también Sarmiento; y 3.º que este bastón fue entregado al quipucamayoc o notario. Aquí es donde, por lo general, se detienen los autores modernos al transcribir la cita de Cabello Balboa. Pero nosotros, que más interés tenemos en los quipus que en los palos pintados, no podemos callar lo que a continuación expresa el cronista. Dice él: Huayna Capac nombró sus albaceas y «habiéndose embalsamado el cuerpo del difunto, como era costumbre, los albaceas y el quipucamayoc se reunieron y estudiaron con atención lo que los quipus y los nudos significaban. Después de haber estudiado con el cuidado y la fidelidad necesarios la verdadera interpretación, declararon que el sucesor y heredero único y universal del Imperio era un hijo muy amado del difunto rey, llamado Ninan Cuyuchic… Los quipus decían también de qué manera habían de trasladar el cadáver del rey al Cuzco y hacer la entrada solemne en la ciudad».
Importantísimos son estos datos, pues permiten hacer una serie de reflexiones. Es indudable que de lo dicho por el cronista se deduce en primer lugar que, después de que el Inca hubo consignado su última voluntad en el báculo entregándolo al notario, éste no se limitó a conservarlo bajo su custodia, sino que hizo quipu; o sea, trasladó lo que contenía el báculo a los quipus, los cuales sirvieron luego a los albaceas y al quipucamayoc notario, para consultar el testamento y decidir cómo cumplirlo. No se consultó el báculo sino los quipus, hecho que hace surgir la pregunta sobre el porqué de este proceder. Aquí el pensamiento se encauza, inmediatamente a otro dato único y excepcional, también muy citado y conocido, proporcionado por Montesinos y que se refiere a la existencia, en épocas remotas, de la escritura con caracteres o letras, escritura que fue precisamente prohibida y reemplazada por el uso de los quipus. Esta afirmación habría quizá que entenderla tal como ella suena. Comprendemos que es difícil imaginarse la sucesión «escritura fonética-quipu», pues lo normal y general es precisamente lo contrario. En América misma, como bien observa Porras[96], «La escala ascensional hacia la escritura fonética ofrece la siguiente graduación: wampum, quipu, pictografía o petroglifo, escritura simbólica calculiforme». Sin embargo, repetimos, en el Perú, según Montesinos, esta escala se invertiría, anteponiéndose en orden de tiempo la quilca al quipu. Si, haciendo un esfuerzo, vamos contra la lógica y aceptamos que «el uso de las letras escritas sobre pergaminos y ciertas hojas de árboles» fue reemplazado por el del quipu, podemos suponer también que la prohibición de continuar usando la quilca, tan estricta, que como sabemos, «habiendo un amauta inventado unos caracteres fue quemado vivo», tuvo, sin embargo, una excepción cuando se trataba del Inca.[97] En casos importantes, como el de dictar su testamento, podía el Emperador usar la quilca o caracteres en forma de rayas de diversos colores dispuestos sobre un báculo; pero, después, esta quilca, entregada al notario, era inmediatamente trasladada a los quipus, respetándose así la tradicional disposición.
Son, empero, las últimas frases de la cita de Cabello Balboa, las que presentan, por lo que a los quipus se refiere, mayores dificultades para su justa comprensión. Cuando el cronista dice que los albaceas y el quipucamayoc estudiaron con atención lo que los quipus significaban, poniendo todo el cuidado y la fidelidad necesaria para la verdadera interpretación, no se comprende si se deben tomar estas palabras en el sentido de que, no siendo el quipu (ni el báculo, puesto que estaba siempre a la base) una verdadera escritura, era difícil la interpretación; o bien, en el otro significado de que, por más clara que fuese la expresión gráfica, se requería siempre interpretar con exactitud el pensamiento del Emperador a fin de cumplir sus disposiciones con toda fidelidad; pues, como se comprenderá, también para el caso de un testamento escrito con nuestros mismos caracteres alfabéticos, se podría asimismo decir que es preciso darle una verdadera interpretación, o sea, no interpretar torcidamente su texto. De todos modos, gracias a las indicaciones de Cabello Balboa se podría quizá llegar a definir el quipu como sistema superior al mnemotécnico, pues, sirvió para registrar, en forma más o menos perfecta, las ideas testamentarias del Inca, consignadas antes en el báculo e interpretadas luego, a base del quipu, por los albaceas y el notario. Recordando nuevamente a Montesinos, deberíamos por último admitir que el quipu, posterior en el tiempo a la quilca, la pudo perfectamente reemplazar, puesto que cumplió, tan satisfactoriamente como ella, las mismas funciones. En este caso, si quilca es escritura, también el quipu lo sería.[98]
Este razonamiento, basado en dos autores que no obstante los valiosos datos contenidos en sus crónicas, aún no gozan de toda la estimación de los estudiosos, no es precisamente el que prefieren presentar los defensores del quipu escritura. El caballo de batalla es en este caso, más bien, la cita del padre Acosta, que se refiere a esa vieja india que se confesó con el auxilio de un quipu, tal como podría haberlo hecho «por papel escrito», pues dice el cronista, «así como nosotros de 24 letras, guisándolas en diferentes maneras, sacamos tanta infinidad de vocablos, así éstos (indios) de sus nudos y colores sacaban innumerables significaciones de cosas». Esta opinión, de que se hace eco también Sarmiento cuando dice que en los nudos «se anotan y distingue cada cosa como letras», impresionó en tal forma a los románticos de la historia incaica y a sus mismos enemigos, que todos atribuyeron al padre Acosta la paternidad de la tesis que nos ocupa. Nadie reparó que es precisamente este cronista quien más insiste en que los indios no tuvieron ningún género de escritura: todos criticaron con Altieri su opinión de que «los kipus servían para escribir», y la calificaron de inaceptable «porque presume la invención de un alfabeto sobre kipu».
Para comprender el significado de las afirmaciones del cronista y no atribuirle torcida interpretación, es preciso tener presente la definición que él da, en la misma crónica, del término escritura. «Las señales —dice—, que no se ordenan de próximo a significar palabras sino cosas no se llaman ni son en realidad de verdad letras, aunque estén escritas». Por consiguiente, cuando Acosta emplea el término escritura le da tanto el significado de expresión de palabras como el de cosas, siendo precisamente en este último sentido que habla de la confesión, escrita en un quipu por la vieja india. Además, el padre Acosta indica claramente que los peruanos «suplían la falta de escritura y letras (o sea, mediante letras) por pinturas y quipus». La comparación de la combinación de las letras de nuestro alfabeto con la combinación de los nudos y colores de los quipus, no significa de manera alguna que éstos son idénticos a aquéllas, o sirvan igualmente, sino que, por el contrario son diferentes, puesto que con la combinación de letras se puede obtener infinidad de vocablos o palabras, mientras que con la de nudos y colores se obtiene innumerables significaciones de cosas, que es lo único que se puede conseguir con el empleo del quipu.
Al lado de la equivocada interpretación de las frases de Acosta, los partidarios del quipu-escritura colocan, en defensa de su tesis, las exclamaciones ponderativas de aquellos cronistas que, como Sarmiento, se admiran de las «menudencias que se conservaban en aquellos cordelejos», con los que «mejor se entendían los indios, que nosotros por escrito», como dice Murúa. Por más conmovedoras que resulten estas frases, no revisten, sin embargo, fuerza alguna de testimonio en favor de la tesis escritural, pues los cronistas más asombrados —Murúa entre ellos— son quizá los primeros que declaran categóricamente que «los indios no saben ni leer ni escribir».
Un argumento hay, empero, que pasó más bien desapercibido y que tiene mucho más significado que las pruebas que se han aducido hasta ahora. Se trata de la transmisión de mensajes por los chasquis, no sólo en forma oral sino también mediante el quipu, como bien lo indican varios autores antiguos.
«Otros recados —dice el Inca historiador— llevaban (los chasquis) no de palabra sino por escrito, digámoslo así, aunque hemos dicho que no tuvieron letras: los cuales eran nudos dados en diferentes hilos de diversos colores: y esta manera de recados eran cifras por las cuales se entendían el Inca y sus gobernadores, por lo que había de haber y los ñudos y los colores de los hilos significaban cualquiera otra cosa que se hubiese de hacer, enviar o aprestar». En las Declaraciones de los quipucamayos a Vaca de Castro se explica, además, cómo «antes de llegar (a la posta) venía el chasqui diciendo la embajada y, si traía en las manos alguna cosa de cuenta o quipo, esperaba hasta tomarla el que había de partir». Murúa, al referirse al origen del nombre Arica, cuenta cómo el capitán Apocamac envió, desde ese lugar al Cuzco, a un hermano suyo con las noticias de las victorias obtenidas por el ejército del Inca en la campaña de Chile; pero dice textualmente el ameno cronista, «como los indios no saben leer ni escribir ni tenían escritura, enviaban a decir todo lo que querían en quipus: cuando se despidió el hermano de dicho capitán Apocamac le dijo: Señor ¿habéis hecho el quipu que he de llevar al Inga mi señor?; y entonces metiendo la mano en su chuspa, sacó el quipu y dándole dijo: Arica, que quiere decir en nuestra lengua, sí, toma».
Pruebas serían éstas evidentes de que el quipu llevado por el chasqui era una especie de carta que contenía, como observa Raúl Porras, una trascripción de frases y razonamientos, posible sólo en el caso de que se emplearan en el quipu signos fonéticos. Desgraciadamente, un minucioso examen crítico de estas fuentes destruye la impresión de que los mensajes contenidos en los quipus de los chasquis fueran expresados como se podría hacer mediante nuestra escritura. En primer lugar es preciso recordar que el mismo Garcilaso advierte, al tratar de este argumento, que «lo que contenía la embajada, ni las palabras del razonamiento, ni otro suceso historial, no podían decirlo por los nudos, porque el nudo dice el número mas no la palabra». En segundo lugar, hay que admitir que ni el mencionado cronista, ni Murúa tampoco, pretenden demostrar que el quipu del chasqui contenía mensajes escritos, pues tanto el uno como el otro, insisten en que los indios no sabían escribir.
Surge entonces, espontánea, la pregunta de por qué el chasquis llevaba el referido quipu. La contestación la proporciona el mismo Murúa cuando describe ese quipu que llevó al Cuzco el hermano del capitán Apocamac, quipu que «tenía tantos nudos cuantos pueblos se habían conquistado, tantos nuditos chiquitos como suma de indios vencidos y en un cordón negro, la cantidad de los que habían muerto en la guerra». En otras palabras, este quipu, lejos de representar un sistema fonético de escritura, era un simple quipu numeral, cuyos nudos indicaban únicamente cosas y personas. Diremos, entonces, que los chasquis llevaban en sus quipus el mensaje numeral, pero que la orden o noticia, llegaba siempre verbalmente por labios del chasqui mismo, como llegó al Inca la noticia del desarrollo de la campaña de su ejército mandado por el general Apocamac. Como definitiva prueba de lo que afirmamos está, por último, otra observación de Murúa de que «Los indios pensaban que hablaban las cartas que se enviaban de una parte a otra». Si hubieran estado acostumbrados —concluimos— a usar un sistema parecido a nuestra correspondencia por cartas no hubieran interpretado en forma tan equivocada el envío de las misivas según el método postal español.[99]
Si estos ejemplos presentados por los cronistas no resisten la crítica, menos pueden sostenerla otros ejemplos posteriores de envío de mensajes a través de los quipus. Nos limitaremos a recordar uno de estos quipus mensajes empleado en 1772 durante una revolución de indios que tuvo lugar en Chile, cerca de la ciudad de Valdivia. El acontecimiento lo refieren Nadaillac y Medina[100], los cuales precisan cómo poco antes de la revuelta, el jefe indio Lepitran, envió un chasqui a visitar a todos los caciques que suponía deseosos de sacudir el yugo español. El chasqui llevaba un quipu de cuatro cuerdas colgantes, cada una de color diferente, negro, blanco, rojo y azul. En la cuerda negra, Lepitran había puesto cuatro nudos para significar que el mensajero había partido de Paguipulli, residencia del jefe rebelde, cuatro días después de la luna llena. En la cuerda blanca, el mismo Lepitran había hecho diez nudos para indicar que diez días después de esa fecha tendría lugar el levantamiento; las cuerdas colorada y azul no tenían nudos, puesto que debían servir para que, con ellas, contestaran los caciques que habían sido visitados por el chasqui. Los que aceptaban se limitaban a hacer un nudo en la cuerda de color rojo y los que se negaban hacían también un nudo, que debía coger dos cuerdas, la colorada y la azul. De esta manera, sabiendo Lepitran la ruta que había seguido su chasqui, estuvo en situación de conocer cuáles caciques se unirían a la revolución y cuáles, en cambio, se apartarían de ella.
Como es fácil comprender, también el quipu de Lepitran es esencialmente numeral en cuanto contiene, en su primera parte, solamente la indicación de fechas; las respuestas, que forman el elemento extranumeral, únicamente se limitan a la afirmación (un nudo en la cuerda roja) y a la negación (un nudo en las cuerdas roja y azul unidas).
Después de esta larga exposición acerca de los argumentos en favor y en contra del sistema quipu-escritura, no nos queda sino rechazar tanto la afirmación de Uhle de que el quipu no es escritura porque «no es la reproducción fonética de la palabra»,[101] como la respuesta que a ella dio Kimmich[102] cuando observó que «el hecho de que un quipucamayoc pudiera —según Blas Valera— leer en un quipu nada menos que el yaraví Sumac Ñusta, es más que suficiente para demostrar que mediante las cuerdas y los nudos se expresaban fonéticamente las palabras». Decimos que es preciso rechazar estas afirmaciones porque ambas son extremistas y equivocadas. Kimmich se basa en un razonamiento demasiado elemental y Uhle se equivoca por completo cuando pretende que por escritura se debe entender sólo la que se manifiesta en forma fonética. Sin embargo, esta insignificante polémica entre Uhle y Kimmich trae al recuerdo otra verdaderamente famosa del siglo XVIII, provocada por la publicación de las Cartas de una peruana de madame de Graffigny. Con la mención de esta novela hemos principiado nuestra monografía; con el breve comentario de la obra de uno de sus mayores panegiristas, Sangro de San Severo, queremos cerrar este capítulo referente a las interpretaciones dadas a la finalidad de los antiguos quipus peruanos. Que los incas no hayan alcanzado la escritura fonética por quipus es cosa que aún no se puede afirmar o negar en forma rotunda; pero que las cuerdas anudadas puedan suplir las letras tal como nosotros las empleamos no debe ya ser asunto de discusión alguna. Demostró esta posibilidad hace dos siglos un académico italiano, el príncipe Sangro de San Severo cuando escribió su Carta apologética, obra de mérito que ha sido, sin embargo, objeto de repetidas e injustas críticas.[103] No es nuestra intención salir en defensa de este autor del siglo XVIII, sino la de hacer presente que Sangro no pretendió encontrar la clave para descifrar los antiguos quipus del Perú y ni siquiera demostrar que ellos fueron en realidad un sistema de escritura fonética. Su único deseo fue, repito, probar que con cuerda de varios colores y nudos como eran los quipus, se puede expresar también palabras, tal como se hace con nuestro moderno método de escritura. Como bien lo indica el título de la Carta, la tesis que el autor desarrolla no es sino la de la defensa del libro de Madame de Graffigny, demostrando que la idea literaria de que las cartas de la peruana fueron escritas en quipus no era al fin tan descabellada como muchos pretendían. El mismo Sangro confiesa que nunca ha visto un quipu y declara que en su exposición procede por simples suposiciones, basándose únicamente en unos cuantos cronistas (Blas Valera, Acosta, Cieza) y en personas que visitaron América y le proporcionaron datos sobre los quipus. También él presenta el razonamiento del yaraví de Sumac Ñusta (lo que hace sospechosa la originalidad de Kimmich) y declara que un tal padre Illanes, jesuita amigo suyo, que había vivido muchos años en Chile, le había contado que los naturales de ese país tenían en sus casas, al lado de los quipus que empleaban para las cuentas, otros cordeles heredados de sus antepasados, que conservaban con gran cariño no obstante que ya no podían interpretarlos. Según el padre Illanes, dichos quipus eran semejantes a los que se empleaban para las cuentas, pero se caracterizaban por tener, además de los colores y nudos, algunas señales en la parte superior de las cuerdas, como figuras redondas, cuadradas, triangulares, o bien, mechones de lana de diferentes colores. Tomando como punto de partida este dato, Sangro elabora su teoría. Dice que los antiguos peruanos, cuya inteligencia no se puede poner en duda, bien pudieron inventar una particular manera de expresar fonéticamente el contenido de sus poesías. Por ejemplo, explica, ellos habrían podido separar en sílabas las palabras y tomar luego como base unas cuantas palabras maestras en las que estuviesen comprendidas todas las posibles combinaciones silábicas del idioma quechua. Era suficiente convenir en un símbolo que señalase cada una de estas palabras maestras (como serían variedad de colores y sus combinaciones; figuras geométricas; mechones de lana, etc.) colocarla en las cuerdas y anudar en cada una de ellas el número que debería significar cuál es la sílaba de la palabra maestra que se debería emplear para formar determinadas palabras.
Insistimos en que esta idea de Sangro se puede discutir pero no se debe tachar de absurda, pues su autor no pretendió presentarla como el sistema mismo del quipu peruano. Es ello tan cierto que Sangro después de demostrar que el quipu peruano no está reñido con la posibilidad de una expresión fonética semejante a la de nuestros signos gráficos piensa lanzarse a la aventura de probar cómo con cuerdas colores y nudos se podrían también expresar alfabéticamente los mismos idiomas modernos: ideó así su sistema de cuerdas aplicado al alfabeto de cinco idiomas en el cual se llega hasta la indicación de la acentuación, puntuación, etc. Equivocado estuvo entonces Altieri cuando, después de haber revisado a la ligera la obra de Sangro y admirado las magníficas láminas en colores que en ella se incluyen, interpretó que nuestro autor sostiene que los quipus de los peruanos se basaban en un sistema simbólico idéntico al de la escritura alfabética. La obra de Sangro de San Severo no es un disparate y vale en cuanto demuestra que con los quipus se podría escribir. Buen punto de partida éste para una mayor investigación sobre el quipu considerado en todos sus aspectos, inclusive en el de su significado como sistema de escritura fonética.