16
Sally los miraba a través de una ventana enrejada que se abría a unos seis metros por encima de sus cabezas. Estaba sucia y parecía terriblemente cansada, pero por lo demás su aspecto era bueno.
—¡Sally! —gritó Adam sorprendido—. ¿Qué estás haciendo ahí?
—Vengo a rescataros, ¿a qué si no? —dijo como si tal cosa—. Pero aún no sé cómo.
—Márchate enseguida, Sally —dijo Adam—. Nosotros estamos condenados. Al menos sálvate tú.
Watch carraspeó.
—Perdona, pero a mí no me importaría que me rescatara.
Adam consideró el comentario de su amigo.
—Tienes razón. Si puede intentar rescatarnos sin que la hagan prisionera… pues no sería una mala idea —reflexionó y, alzando el rostro hacia Sally, dijo—: ¿No puedes deslizarte a través de los barrotes? Parecen estar muy separados entre sí.
—Claro que puedo deslizarme a través de los barrotes —contestó ella—. Pero… ¿qué hago luego? ¿Volar hasta el suelo como un pájaro?
Watch señaló hacia lo alto.
—Allí hay una araña de velas. Tal vez puedas saltar y cogerte de ella.
—No está tan lejos de la ventana —observó Adam.
—¿Quién os creéis que soy? ¿Tarzán? —exclamó Sally—. No puedo saltar hasta esa araña, podría hacerme daño.
—Es cierto —admitió Watch—, pero nosotros estamos a punto de bañarnos en un caldero de agua hirviendo. Creo que el momento de ser prudentes ya ha quedado muy atrás.
—Tiene razón —convino Adam.
—¡Creía que estabais preocupados por mi seguridad! —protestó Sally, indignada.
—Y así es —se apresuró a decir Adam—, sólo que…
—… estoy más preocupado por mi propia seguridad —interrumpió Watch acabando la frase.
—Yo no he dicho eso —replicó Adam.
—Pero lo estabas pensando —dijo Watch echando un vistazo a uno de sus relojes—. Si piensas rescatarnos, será mejor que lo hagas ahora. La bruja y su caballero negro pueden regresar en cualquier momento.
Sally se deslizó entre los barrotes con facilidad y, sin soltarse, estudió la distancia que la separaba de la araña que colgaba del techo. Sally calculó que debía de estar a unos dos metros, pero desde aquella altura eran dos metros enormes.
—¿Y qué sucederá si fallo el salto y me estrello contra el suelo? —aventuró.
—Pues… piensa que en todo caso no resultará tan doloroso como morir dentro de un caldero con agua hirviendo —dijo Adam.
—¿Qué se supone que debo hacer cuando esté balanceándome cogida de la araña? —preguntó Sally.
—Ya nos preocuparemos de ello cuando lo hayas hecho —dijo Watch…
—No puede decirse que seáis el ejemplo perfecto del héroe —dijo Sally—. Bueno, allá voy… uno, dos, tres…
Sally saltó desde la ventana y sus dedos en forma de garra apenas si consiguieron aferrarse a uno de los brazos de la araña. El sobrepeso que debió soportar la lámpara hizo que se aflojara la soga que la sostenía, lo que, a fin de cuentas, fue una suerte. Como si se hubiera convertido en Tarzán o, más apropiadamente, en Jane, Sally llegó hasta el suelo cogida de la araña. No fue un aterrizaje perfecto. Las velas saltaron de sus candelabros y rodaron sobre las piedras, dejando regueros de cera roja por doquier.
Afortunadamente, las velas que ardían en los candelabros de las paredes del salón todavía proporcionaban suficiente luz.
Cuando Sally estuvo erguida sobre sus pies, se sacudió el polvo con toda naturalidad y se encaminó hacia sus dos amigos.
—¿Sabíais que este castillo está rodeado por un foso de agua infestado de cocodrilos?
—Nos preocuparemos de ese problema a su debido tiempo —le contestó Watch, que aún no había cambiado de táctica—. Por cierto, no llevarás la llave de los grilletes en un bolsillo, ¿verdad?
—No, me la he dejado en el bolso —replicó Sally con una mueca y, echando una mirada temerosa a su alrededor, preguntó—: ¿Dónde está la bruja?
—Preparándonos un bañito —dijo Adam, y acto seguido miró a Watch—. No vamos a poder romper estas cadenas. Sin embargo, se me ocurre una idea, hay una cosa que Sally puede hacer…
—¿Qué cosa? —preguntaron Sally y Watch al unísono.
Adam movió la cabeza señalando el enorme reloj de arena que presidía aquella habitación.
—Es su orgullo y su joya preferida. La mayoría de las brujas tienen un gato negro, pero ella tiene ese fantástico reloj de arena. Tal vez sea la fuente de su poder. Rompe el cristal para que toda la arena se derrame por el suelo.
A Sally la idea de destruir el reloj le encantó. O al menos eso supuso Adam cuando observó el modo en que se lanzaba impetuosamente contra el ornamentado artilugio de cristal, como si fuera un león hambriento abalanzándose sobre una apetitosa cebra.
El reloj no estaba sujeto al pedestal. Probablemente la bruja jamás había tenido en aquel sitio a huéspedes sin cadenas que no apreciaran los relojes de arena.
Tras propinarle unas enérgicas patadas, el reloj saltó de su pedestal y cayó ruidosamente al suelo. El cristal se hizo añicos y el polvo de diamantes se esparció por toda la estancia.
Entonces todo cuanto había en aquel reino de pesadilla pareció enloquecer. Las velas que ardían en los candelabros de las paredes titilaron, se agitaron hasta casi salirse de sus soportes, lo que habría sumido la estancia en la más absoluta oscuridad.
El suelo se estremeció como si estuviera sufriendo los efectos de un seísmo. El ruido era increíble. Las paredes del castillo comenzaron a desmoronarse y una lluvia de polvo y piedras cayó sobre los tres amigos.
Pero no hay mal que por bien no venga, el poste que sujetaba las cadenas de Adam y Watch se partió en dos, de modo que quedaron parcialmente libres.
Desde algún lugar del castillo les llegó el alado furioso de la bruja.
—Salgamos de aquí cuanto antes —dijo Adam tirando de Sally, con las manos todavía sujetas por los grilletes—. No parece que la bruja se sienta muy feliz.
—Es una manera suave de definir su estado de ánimo —puntualizó Watch enderezándose las gafas.
Los tres amigos corrieron hacia lo que esperaban que fuera la puerta de entrada.
Fue entonces cuando Adam los detuvo.
—Un momento —dijo—. No podemos abandonar a los otros niños que están encerrados en las mazmorras.
—¿Qué otros niños? —preguntó Sally mientras el castillo continuaba estremeciéndose.
—Hay muchos niños encerrados en las mazmorras —le explicó Watch—. Se les ve majos, aunque la bruja los ha mutilado.
Sally hizo una mueca.
—Tenemos que sacarlos antes de que todo el castillo se desplome —decidió Adam.
Sally y Watch se miraron durante un segundo.
—Vaya, pero si se ha convertido en todo un héroe —dijo Sally.
—No teníamos que haberle llamado cobarde —añadió Watch.
Adam estaba cada vez más impaciente.
—Voy a los calabozos.
—Nosotros también vamos —dijo Sally corriendo tras él—. Al otro lado de la puerta sólo hay un horrible foso plagado de cocodrilos.
En el último momento, Adam se detuvo un instante para recoger un puñado del polvo de diamante. La arena brilló en su mano como si estuviera compuesto por millones de diminutos soles. Realmente era algo mágico.
Adam se guardó aquel puñado de polvo maravilloso en un bolsillo.
Hallaron la puerta que conducía a las mazmorras y se apresuraron a bajar la larga y retorcida escalera de piedra.
Cuando llegaron a los sótanos descubrieron que todas las celdas estaban abiertas de par en par. Los prisioneros ya habían huido.
—Pero… ¿adónde habrán ido? —preguntó Adam.
—Este pasadizo debe de conducir a alguna salida —repuso Watch señalando hacia delante con un gesto—. Noto una brisa de aire fresco. Quizá se ha abierto un agujero en los muros.
—Prefiero pasar por debajo del foso que echarles una carrera a los cocodrilos —dijo Sally.
—¿Cómo conseguiste entonces llegar hasta aquí? —quiso saber Adam.
—Le dije al guardia que tenía una cita con la bruja —respondió Sally encogiéndose de hombros—. La verdad, para ser un ser sobrenatural me pareció bastante tonto. Él mismo bajó el puente levadizo.
El castillo sufrió una nueva convulsión y los tres amigos estuvieron a punto de rodar por el suelo. Detrás de ellos la escalera se derrumbó hasta quedar convertida en un montón de piedras amontonadas.
Adam ayudó a Sally a recobrar el equilibrio.
—Bueno, asunto resuelto —dijo Adam—. Seguiremos este pasadizo. Tal vez sea lo más razonable. Los otros niños deben de conocer el castillo mucho mejor que nosotros.
—Bueno, pero a algunos la bruja les había arrancado los ojos —indicó Watch.
Sin embargo, no había alternativa… y los tres lo sabían.
Echaron a correr por el tenebroso pasadizo.
Al poco, una brisa de aire fresco les golpeó el rostro.
Detrás de ellos aún se alzaban los furiosos lamentos de la bruja.
El eco de sus gritos. De sus maldiciones.