9

El cementerio estaba rodeado por un alto muro de ladrillos grises. La puerta principal era de hierro forjado, un conjunto de herrumbrosas barras de metal retorcido que acababan en punta, como lanzas.

Los pocos árboles que crecían aquí y allá entre las tumbas tenían un aspecto enfermizo, como si fueran esqueletos de árboles reales.

Al principio, Adam no descubrió sitio alguno por donde pudieran entrar y experimentó una sensación de alivio. Supuso que tendrían que dejarlo. Sin embargo, Watch tenía otras ideas.

—Hay un agujero en el muro, en la parte de atrás. Si contenemos la respiración, podemos deslizamos por el hueco —les explicó.

—¿Y si quedamos atrapados? —preguntó Adam, particularmente nervioso ante la perspectiva de volver a deslizarse por un hueco…

—Tú deberías saberlo mejor que nadie —dijo Sally.

—El muro no te hará daño. No está vivo —lo tranquilizó Watch.

—Y la gente que emparedaron en él se murió hace tiempo —acotó Sally.

Deslizarse a través de aquel agujero en el muro resultó muy fácil. Sin embargo, una vez dentro del recinto del cementerio, y mientras caminaban entre las lápidas, Adam comenzó a sospechar que en adelante no habría ya nada que resultara sencillo. Una cosa estaba clara: no le convencía hacer el tonto alrededor de la tumba de una bruja muerta.

Desde aquel lugar podía ver el viejo castillo, que parecía escudriñarles desde lo alto. Una torre sobresalía de la parte de atrás de la enorme construcción de piedra y Adam creyó ver una luz muy débil, rojiza, que se agitaba detrás de la ventana más elevada. Tal vez se tratara del fuego de la chimenea o de un candelabro muy grande.

Se imaginó a Ann Templeton sentada en aquella torre, envuelta en una capa negra, concentrada en su bola de cristal, en la que les veía claramente osando desafiar el poder de su antepasada, profanando su tumba mereciéndose su maldición.

Ann Templeton era una mujer muy guapa, nadie podía discutirlo; sin embargo, mientras Adam caminaba en dirección a la tumba de su tataratatarabuela, descubrió que comenzaba a tomarse muy en serio las advertencias de Sally acerca de aquella misteriosa mujer.

Pensó, por ejemplo, que a Fantasville realmente le cuadraba aquel nombre maligno.

La tumba de Madeline Templeton era la más grande de todo el cementerio. Tenía una forma horrible. En lo alto, en vez de una cruz, el oscuro mármol había sido esculpido hasta adquirir la forma de un cuervo. Y el ave los miraba desde lo alto como si ellos fuesen su presa. Adam lo observó durante un instante, luego parpadeó y tuvo la impresión de que los ojos negros del cuervo le devolvían la mirada.

Alrededor de la sepultura la tierra aparecía completamente yerma. Adam no se sorprendió. Ninguna hierba podía crecer tan cerca de donde habían sido enterrados los restos de una bruja.

—Deberíamos venir aquí un día de merienda —dijo Sally, siempre sarcástica; y de inmediato, mirando a Watch, preguntó—: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Nos trasladaremos a otra dimensión?

—No creo que sea tan fácil —contestó Watch—. Tenemos que utilizar nuestra imaginación y dar con la solución de la última parte del acertijo… —Hizo una pausa y luego repitió las últimas palabras de Bum—: «La clave está en la historia de la bruja. Tenéis que seguir su vida, toda su vida, hasta el momento de su muerte. Y recordad que cuando la llevaron a la tumba lo hicieron transportando el ataúd al revés, la enterraron mirando hacia abajo, como se hace con todas las brujas, al menos con todas las que no mueren en la hoguera». —Watch hizo otra pausa para limpiarse las gafas con el faldón de la camisa—. No creo que ninguno de nosotros pueda caminar al revés… O sea, cabeza abajo…

—Es una pena —dijo Adam.

—Sí, ya se te nota el sentimiento —comentó Sally, sin abandonar su tono sarcástico.

Watch comenzó a caminar alrededor de la enorme sepultura e hizo un gesto en dirección a la entrada del cementerio.

—En aquella época la entrada ya estaría en el mismo sitio, de modo que debieron transportar el ataúd desde allí. Tendríamos que ir a ese punto y volver a la sepultura. Aunque no creo que eso funcione. Bum trataba de decirnos algo más con este acertijo… —reflexionó en voz alta—. ¿Alguno de vosotros tiene alguna idea?

—Yo no —contestó Sally, y alejándose varios pasos de la sepultura se dejó caer en el suelo—. Estoy cansada y tengo hambre —comentó, y golpeando con una mano el suelo a su lado, dijo—: ¿Por qué no descansas un poco, Adam?

—Creo que será mejor que nos olvidemos del acertijo durante un tiempo —propuso Adam desplomándose junto a Sally. Era estupendo echarse en el suelo y descansar. Se sentía tan exhausto como si hubiera andado todo el camino desde Kansas City hasta Fantasville. Llamó a Watch, que continuaba dando vueltas alrededor de la tumba—: Podemos descifrar la última parte del acertijo más tarde.

Sally dedicó a Adam una amplia sonrisa.

—¿Quieres que te dé un masaje en los pies? —preguntó con dulzura.

—Está bien —accedió Adam.

—Tengo un tacto muy suave —dijo Sally.

—Así no me harás daño —repuso Adam.

—Podríamos conseguir un ataúd —sugirió Watch—. Y yo podría meterme dentro, boca abajo.

—Los ataúdes que venden en el pueblo quedan sellados herméticamente cuando los cierras —objetó Sally— y recuerda que oíste escarbar bajo tierra…

—No creo que tuviéramos la fuerza suficiente para transportarte dentro de un ataúd —dijo Adam, distraído ante la visión de la mortecina luz roja que se distinguía en lo alto de la torre del castillo, en la cima de la colina.

En realidad, ya no era una luz mortecina. Tal vez Ann Templeton había decidido encender más candelabros o arrojar otro leño al fuego. ¿Qué estaría haciendo allá arriba?, se preguntó Adam. ¿Sería una bruja de verdad? ¿Podía transformar a los niños en ranas y a las niñas en lagartijas?

Adam no podía apartar de su cabeza el sonido de la voz de aquella hermosa mujer.

Mientras Watch continuaba paseándose a sus espaldas y Sally permanecía somnolienta a su lado, Adam pensó en las extrañas palabras que le había dicho Ann Templeton.

«Nada es como parece. Nadie es sólo de una única manera. Cuando escuches historias acerca de mí, de labios de esta pequeñaja que te acompaña, o quizá de otras personas, has de saber que sólo dicen parte de la verdad, verdades a medias».

Sin embargo, él intuía que le había gustado.

«Tienes unos ojos preciosos… Te lo han dicho ya, ¿verdad?».

Adam no creía que ella pretendiera hacerle daño.

«Os veré a los dos un poco más tarde… bajo circunstancias muy diferentes».

La luz en lo alto de la torre volvió a brillar.

Normalmente, las velas no daban una luz tan roja.

Adam descubrió que era incapaz de apartar la mirada de aquella extraña luz.

Aquella torre.

Le pareció vislumbrar la silueta de Ann Templeton acercándose a la ventana.

«¿Te gustaría visitarme en mi castillo algún día?».

La mujer le miró desde lo alto. Y le sonrió.

Sus labios tenían el color del fuego. Sus ojos refulgían en la noche.

—Oh, no —gimió Adam.

Sally le dio un codazo en el costado.

—¿Adam?

—Sí —murmuró él, aún hipnotizado.

—¡Adam! —gritó Sally sacudiéndolo con fuerza.

Él la miró.

—¿Qué pasa? —preguntó Adam.

—¿Qué te pasa a ti? —respondió Sally, mirando hacia la torre, que se destacaba en lo alto de la colina—. Está tratando de hechizarte.

Adam sacudió la cabeza como si deseara despertarse de un mal sueño. La luz roja había desaparecido, al igual que la imagen de la hermosa mujer. Ahora la torre daba la impresión de haber estado deshabitada durante los últimos doscientos años.

—No, me pasa nada… —contestó Adam, aunque sentía frío en todo el cuerpo—. Pero… creo que deberíamos irnos de aquí. —Echó un vistazo a su alrededor y preguntó—: ¿Dónde está Watch?

Sally frunció el entrecejo.

—No lo sé —respondió, y se puso en pie de un salto—. ¡Watch! ¡Watch! ¡Adam, no lo veo! ¡Watch!

Le llamaron a gritos durante diez minutos.

Pero Watch había desaparecido.