8

La vida de Madeline Templeton se entrelazaba con otras historias igualmente interesantes. Mientras se encaminaban hacia su próximo punto de destino, Watch relató alguna de ellas a sus amigos. Se decía que cuando Madeline tenía dieciséis años había subido hasta una de las cuevas más grandes de los cerros que dominaban Fantasville, allí sostuvo una lucha feroz con un enorme puma.

—Aparentemente, mató al puma utilizando sus uñas como única arma —dijo Watch.

—He oído decir que el extremo afilado de sus uñas era venenoso —añadió Sally.

—¿Y estamos yendo a esa cueva? —preguntó Adam con muy poco entusiasmo.

Se sentía atemorizado ante la perspectiva de volver a entrar en algún sitio que pudiera ser una trampa mortal.

—Sí —dijo Watch—. Yo ya he estado allí y no me pasó nada.

—También dijiste que habías estado en el interior del árbol —le recordó Sally.

—Entraremos todos juntos —propuso Watch.

—Eso, y si nos pasa algo no queda nadie —ironizó Sally—. Pero suponiendo que sobrevivamos a la expedición a la cueva, ¿ya habéis descubierto cuál es el siguiente punto de la senda? No deseo invertir todo mi tiempo y mi energía dando vueltas alrededor de este pueblo odioso.

Watch asintió con un gesto.

—Creo recordar cuáles han sido los momentos culminantes de su vida. Primero iremos a la cueva y luego nos dirigiremos a la capilla.

—¿Por qué a la capilla? —preguntó Sally—. No creo que existiera en los tiempos de Madeline.

—No, no existía —le explicó Watch—, pero ella contrajo matrimonio en el sitio donde más tarde se construyó la actual capilla. En aquella época Madeline tenía veintiocho años de edad y su boda fue sin duda un momento importante en su vida. Después de ir a la capilla tendremos que visitar el pantano.

—¿Qué sucedió en el pantano? —preguntó Adam.

—Es donde ella ahogó a su marido —le explicó Sally.

—Al menos eso es lo que cuentan —agregó Watch—. La gente asegura que Madeline ató grandes piedras a las piernas de su marido y lo lanzó desde una barca con la que había llegado hasta el centro del pantano. Y dicen que él gritaba de terror.

—¿Por qué lo hizo? —quiso saber Adam.

—Creía que él la engañaba con otra —intervino Sally—. Luego se descubrió que estaba equivocada, pero ella no lo averiguó hasta después de enterrar viva a la supuesta amante de su marido.

—Jo, con la señora —comentó Adam.

—Después de ir al pantano regresaremos a la playa —continuó Watch—. Fue allí donde las gentes del pueblo intentaron quemarla viva la primera vez, acusada de brujería.

—¿Qué quieres decir con eso de que intentaron quemarla viva? —preguntó Adam.

—La madera que habían reunido a su alrededor, formando una pira, se negó a arder. Rechazaba el fuego —dijo Sally—. Y de la pira brotaron serpientes que se abalanzaron sobre el juez que la había condenado a muerte y acabaron con él. Deberías recordar esta historia la próxima vez que quieras ir a visitar a su tataratataranieta, Ann Templeton.

—Desde la playa iremos al cementerio —dijo Watch, siguiendo el hilo de sus propios pensamientos.

Sally le detuvo con un gesto.

—Ni lo pienses. Hasta tú puedes comprender que es una idea estúpida. Allí descansan los muertos y los vivos pueden encontrar la muerte.

—Madeline fue enterrada en el cementerio —repuso Watch—. Para alcanzar el último punto, el último eslabón de la cadena que forma la Senda Secreta, debemos seguir hasta el final el recorrido de su vida. Bum lo dejó muy claro, tenemos que seguir paso a paso toda su existencia.

—Bum no dejó nada claro —refunfuñó Sally.

—Ya nos preocuparemos del cementerio cuando nos toque ir allí —propuso Watch.

—Sí, claro —dijo Sally con tono sarcástico—. Para entonces tal vez estemos muertos y a punto para ser enterrados en el cementerio.

Los tres amigos continuaron su excursión hasta llegar a una de las cuevas más grandes que se abrían en los cerros que rodeaban Fantasville.

Cuando por fin llegaron a destino, Adam respiraba con dificultad tras el esfuerzo de la escalada y, además, se sentía hambriento.

Vista desde el exterior la gruta no parecía amenazadora. La entrada era muy amplia; no había que agacharse para entrar. Sin embargo, a los dos pasos Adam percibió que la temperatura descendía al menos en diez grados y le preguntó a Watch a qué se debía aquel cambio tan radical.

—Hay corrientes subterráneas que fluyen debajo de estas cuevas —le informó—. El agua de esas corrientes es helada. Si prestas mucha atención podrás oír su sonido en las profundidades.

Adam se detuvo y escuchó atentamente. No sólo pudo oír las corrientes de agua sino algo más, una especie de débil gemido.

—¿Qué es eso? —preguntó a sus amigos.

—Los fantasmas —le aclaró Sally.

—Los fantasmas no existen —afirmó Adam indignado.

—No, qué va… —se burló Sally—. El caballero no cree en fantasmas y un árbol casi le devora hace menos de una hora. —Y volviéndose hacia Watch, le dijo muy seria—: Bien, ya hemos cumplido. Hemos venido hasta aquí. No tenemos por qué quedarnos. Venga, vámonos.

Watch estuvo de acuerdo. Abandonaron la cueva sin sufrir el menor daño y se encaminaron hacia la capilla, su siguiente punto de destino según el plan de Watch.

Sally deseaba visitar primero el pantano ya que se hallaba de camino. Pero Watch insistió en que debían seguir la secuencia correcta si querían tener éxito en su empeño. Y según la historia de la bruja, primero había pasado por la capilla y luego cometió el asesinato en el pantano.

La capilla se reveló como el sitio menos aterrador de todos, aunque la campana de la torre de la iglesia comenzó a doblar desde el momento en que llegaron y no paró hasta el preciso instante en que se fueron de allí.

Sally pensó que aquellas campanadas tenían un significado, algo así como una señal de advertencia que les indicaba que debían abandonar la búsqueda de la Senda Secreta.

—Antes de que sea demasiado tarde —dijo en un murmullo.

El pantano era un sitio horripilante; las aguas tenían un color extraño, una especie de tono plomizo que producía una sensación siniestra.

A Adam no le hizo ni pizca de gracia enterarse de que toda el agua que se consumía en el pueblo procedía del pantano.

El lugar recordaba al espacio del interior del árbol, era anormalmente silencioso. Cuando hablaban, sus palabras parecían morir en el aire. Sally se preguntó en voz alta cuántos cuerpos yacerían bajo la superficie de aquellas aguas repugnantes.

—Ni idea —contestó Watch—. Lo que sí sé es que los peces no pueden sobrevivir en este embalse.

—¿Se mueren? —preguntó Adam.

—Sí —respondió Watch—. Saltan a la orilla y se dejan morir.

—Claro, prefieren la muerte a vivir en este sitio —dijo Sally.

—En Kansas City estas cosas no pasaban —reflexionó Adam.

Regresaron a la playa. Para entonces el día estaba agonizando y Adam pensó que sus padres comenzarían a preocuparse si no volvía enseguida a casa. Pero Watch, empeñado en seguir con la búsqueda de la senda, se opuso.

—Si abandonáramos ahora, tendríamos que volver a comenzar desde el principio —argumentó.

—Además, mañana, al volver a la senda, podrías desaparecer para siempre —añadió Sally—, es mejor que no des a tus padres falsas seguridades…

Cuando llegaron al muelle comprobaron que Bum ya no se encontraba allí. Watch no estaba muy seguro del sitio exacto donde la furiosa multitud había intentado quemar viva a Madeline Templeton hacía unos doscientos años. No obstante, sospechaba que debía haber ocurrido cerca de la playa, donde el océano arrastraba a tierra una gran cantidad de maderos.

—Pues sí que eran vagos —comentó Watch—. Cuando deseaban quemar viva a alguna persona ni siquiera se molestaban en ir a por leña al bosque…

La playa tenía un aspecto terrorífico, pero Adam estaba demasiado distraído pensando en la próxima visita al cementerio, como para preocuparse por menudencias.

Adam no se pirraba por visitar cementerios, y sospechaba que el de Fantasville tendría que ser cien veces más espeluznante que cualquier otro.

Mientras caminaban en dirección al cementerio, Sally empezó a atemorizarlos con historias de las suyas.

—Mucha gente enterrada en Fantasville no está completamente muerta —dijo con un tono grave y sombrío—. El dueño de las pompas fúnebres es un poco apresurado. Basta que tengas un resfriado, y ya te está enseñando su sala de exposición para que escojas un féretro a tu gusto… dice que es por si hay complicaciones. Desde luego, no hay nada mejor que darse una vuelta entre sus ataúdes para que se te cure todo.

—No puedo creer que sea tan bestia —dijo Adam.

—Yo he oído como si escarbaran bajo tierra mientras caminaba por el cementerio —dijo Watch—. Alguno que enterraron con prisas…

—Pero… eso es horrible —exclamó Adam, con el rostro pálido—. ¿Por qué no corriste en busca de una pala para desenterrarlo?

—Tengo problemas de espalda —contestó Watch.

—Además, tiene un riesgo desenterrar a alguien que ha estado bajo tierra durante varios días —razonó Sally—. Como no han tenido nada para comer, podrían devorarte.

Adam comenzó a pensar más seria y detenidamente en la aventura que había emprendido.

—Bueno… Ha sido un día muy largo… la mudanza, el ataque del árbol y todo eso. Creo que será mejor dejarlo para más tarde.

—¿Te ha entrado miedo? —le espetó Sally.

—¡No! —replicó Adam—. Yo… me limitaba a explicar todo lo que he hecho. —Y tras una breve pausa, agregó—: Además, desde el principio tú te has opuesto a la investigación.

—Yo siempre me opongo a cualquier cosa que resulte antinatural —dijo Sally—. Y, francamente, esta Senda Secreta tiene toda la pinta.

—Si tienes miedo, no quiero obligarte a continuar con esto, Adam —intervino Watch.

—Os lo repito, tíos, no tengo miedo —exclamó Adam—. Sólo estoy cansado.

—Bueno, pues vale —dijo Watch.

—No vamos a reprocharte esa repentina fatiga —remachó Sally.

—No es repentina —protestó Adam—. Si vosotros os hubierais trasladado desde Kansas City, también estaríais agotados.

—Sí, sobre todo si estuviera a punto de visitar un cementerio donde entierran a la gente viva —bromeó Sally.

—Ya te lo he dicho, no creo en fantasmas —insistió Adam—. No me dan ningún miedo.

—Mejor para ti —dijo Sally.

Adam se sintió acorralado, y lo que todavía era peor… humillado.

—Está bien, está bien. Vamos al cementerio. Pero luego iré directamente a mi casa.

—Si lo que dice Bum es cierto —le advirtió Watch—, a lo mejor tardamos un poco.