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Adam regresaba de la tienda con los refrescos cuando conoció a Sally Wilcox. Ella se le acercó por detrás, casi de repente.
Era una chica guapa, casi de su misma edad, con largos cabellos de brillante color castaño y una figura tan delgada que daba la impresión de ser una muñeca a la que la reina de las hadas hubiese otorgado la vida con un toque de su varita mágica.
El día era caluroso y sus largas piernas asomaban huesudas de unos cortos pantalones blancos.
La niña tenía los ojos castaños más grandes que Adam hubiese visto jamás y no se parecía en nada a Denise, la amiga que había dejado en Missouri.
—¡Hola! —dijo ella—. ¿Eres tú el chico que se ha mudado al pueblo?
—Supongo que sí… Acabo de llegar.
Ella le tendió la mano.
—Mi nombre es Sara Wilcox, pero puedes llamarme Sally. Es más fácil de recordar.
—Yo soy Adam Freeman.
Sally le estrechó la mano con tanto entusiasmo que estuvo a punto de estrujársela.
—¿Y cómo te llama la gente?
—Adam.
—¿Están frías? —preguntó, echando un vistazo a las latas de refrescos que él llevaba en la mano.
—Sí.
—¿Me das una, por favor?
No era el momento de negarse, sobre todo teniendo en cuenta que era un recién llegado y todo lo demás; de modo que le entregó una lata que ella se apresuró a abrir y beber con fruición, hasta que no quedó una sola gota. Adam estaba impresionado.
—Debías estar muerta de sed…
—Tú lo has dicho —respondió Sally, y lo estudió durante algunos instantes antes de añadir—: Por cierto, no parece que estés muy contento.
—¿Ah sí?
—Pareces triste. ¿Lo estás?
—No —negó Adam, encogiéndose de hombros.
Sally movió la cabeza.
—Has dejado atrás a alguien muy importante para ti. Lo comprendo.
Adam parpadeó, asombrado.
—¿Qué estás diciendo?
Aquella chica era muy extraña.
—No tienes por qué sentirte avergonzado… Por cierto, estás muy bien. Debías de tener una novia muy guapa donde vivías… —Hizo una pausa y luego inquirió—: ¿De dónde eres?
—De Kansas City.
Sally puso cara de entenderlo todo.
—Claro, y ahora ella está lejos…
—¿Quién?
—Acabo de conocerte, Adam… ¿Cómo quieres que sepa su nombre?
Adam frunció el entrecejo.
—Mis mejores amigos en Kansas City se llaman Sammy y Mike.
Sally agitó la cabeza con impaciencia.
—Si no deseas hablar de ella, por mí de acuerdo. Total, yo estoy pasando por una crisis de identidad —dijo Sally y tras una pausa, prosiguió—: Pero ¿a que no se me nota?
—No.
—Lo oculto. Sufro en silencio. Es mejor así. Una se hace fuerte, templa el carácter. Mi tía dice que tengo un rostro con mucho carácter. ¿Tú qué opinas, Adam?
Adam echó otra vez a andar hacia su nueva casa. Los refrescos estaban calentándose y la conversación de Sally comenzaba a aturdirle. Sin embargo, había sido muy amable de su parte al decirle que era guapo. Adam nunca acababa de convencerse. Su pelo castaño era de un tono muy parecido al de Sally aunque no lo llevaba, ni mucho menos, tan largo como ella.
Su padre era quien se lo cortaba y creía firmemente que el cabello, al igual que el césped, cuanto más corto, mejor.
Adam tampoco era tan alto como Sally, aquella niña parecía caminar sobre zancos. Pero había acertado con que era guapo, la gente solía comentarle que tenía un rostro bien parecido. Al menos eso era lo que le decía su madre cuando estaba de buen humor.
—Supongo que sí —respondió Adam a la última pregunta de la chica, la del carácter que expresaba su rostro.
Ella le siguió.
—¿Vas a presentarme a tu familia? Siempre me ha gustado conocer a los padres de mis amigos. Puedes hacerte una idea muy clara de cómo será un chico de mayor observando a su padre.
—Espero que no —opinó Adam con un murmullo.
—¿Qué has dicho?
—No, nada. ¿Cuánto tiempo hace que vives aquí?
—Doce años. Toda mi vida. Yo soy una de los afortunados.
—¿Quieres decir que es agradable vivir en Springfield?
—No. Quiero decir que soy afortunada de continuar con vida. No todos los niños alcanzan los doce años de edad aquí, en Fantasville.
—¿Fantasville?
Sally le respondió ahora con mayor seriedad que en todo el rato que llevaban juntos.
—Es el sitio en el que vas a vivir, Adam. Sólo los adultos llaman Springfield a este pueblo. Los niños somos los únicos que conocemos lo que pasa aquí. Y créeme, merece llamarse Fantasville… sin el menor asomo de duda.
Adam estaba perplejo.
—Pero… ¿por qué?
Ella se inclinó hacia él, como si fuera una conspiradora, como si estuviera a punto de revelarle el mayor de los secretos.
—Porque aquí la gente desaparece. Normalmente les ocurre a los niños como nosotros. Nadie sabe adónde van y nadie habla de su desaparición. ¿Y sabes por qué no lo hacen? Pues porque todos están aterrorizados.
Adam sonrió forzadamente.
—¿Estás tomándome el pelo?
Sally se apartó de él.
—Si realmente quisiera tomarte el pelo te dejaría calvo. Estoy diciéndote la pura verdad. Este pueblo es peligroso. Mi consejo es que te marches cuanto antes, hoy mismo, antes de que se oculte el sol —dijo Sally muy seria y colocando una mano sobre el hombro de Adam—. Y créeme, no es que yo quiera que te marches…
Adam negó con un movimiento de la cabeza.
—No voy a marcharme. No creo que todo el mundo esté aterrorizado. No creo en vampiros ni en hombres lobo y tonterías por el estilo. Y me sorprende que tú sí creas —dijo Adam, y enseguida añadió con convicción—: Y tenías razón, estás atravesando una profunda crisis de identidad… y se te nota.
Sally apartó la mano que había depositado amistosamente sobre su hombro y le miró con el ceño fruncido.
—Deja que te cuente la historia de Leslie Lotte antes de que creas que estoy loca. Hasta hace sólo un mes Leslie vivía en mi misma calle, un poco más abajo. Era una chica estupenda. Te hubiera gustado si la hubieses conocido antes que a mí. En fin, era muy hábil haciendo cosas, ya sabes… ropa para las muñecas, cometas… Se le daba muy bien lo de las cometas. No me preguntes la razón. Tal vez deseara ser un pájaro cuando fuera mayor. Bueno, a lo que iba, ella solía hacer volar sus cometas en un parque que hay junto al cementerio. Sí. En Fantasville el parque está junto al cementerio, justo al lado del castillo de la bruja… pero eso es otra historia… Pues eso, el hecho es que Leslie solía ir al parque sola, incluso cuando ya estaba a punto de anochecer. Le advertí que no lo hiciera. Pero ni caso. El mes pasado fue completamente sola al parque a hacer volar su cometa cuando, de pronto, una ráfaga de viento la arrastró hacia lo alto, al cielo. El viento la levantó como si fuese un pájaro y la llevó hasta una nube muy oscura, que la devoró. Parece increíble, ¿verdad?
—Como que no me lo creo.
Sally se estaba impacientando.
—¡No estoy mintiendo! Tal vez en este momento me sienta algo confusa con mi personalidad, pero la verdad es la verdad.
—Si estaba haciendo volar su cometa completamente sola en el parque… ¿cómo sabes lo que le ocurrió? ¿Quién te lo dijo?
—Watch
—¿Watch…? ¿Un reloj?
—No, es un chico. Ya lo conocerás. Y antes de que comiences a preocuparte, quiero que sepas que no salimos juntos… Sólo somos buenos amigos.
—No estaba preocupado, Sally.
Ella dudó un instante.
—Bien. Watch vio a Leslie desaparecer en el cielo.
Él no estaba en el parque, sino a unos pocos metros, en el cementerio. De modo que, en realidad, Leslie estaba completamente sola en el parque.
—Sally, si quieres saber de verdad lo que pienso, a mí me parece que tu amigo Watch tiene una gran imaginación.
—Sí, eso es cierto. Y tampoco tiene muy buena vista. Pero no es un mentiroso.
—¿Qué estaba haciendo en el cementerio?
—Oh, pasa mucho tiempo allí. Es uno de los pocos chicos que disfruta viviendo en Fantasville. Le encantan los misterios y las aventuras. Te confieso que si no fuese tan raro me sentiría atraída por él.
—A mí también me gustan los misterios y las aventuras —dijo Adam con orgullo.
Sally no pareció impresionada.
—Entonces podrás ir de acampada al cementerio con Watch y decirme lo que se siente —le desafió, pero antes de que Adam pudiera responder, señaló a lo lejos con el brazo extendido y le preguntó—: Tu casa no será ésa de allí, al final de la calle, con ese señor rechoncho tumbado sobre el césped… ¿verdad?
—Sí, y ese señor rechoncho tumbado sobre el césped es mi padre.
Sally se cubrió la boca con ambas manos.
—¡Dios mío! —exclamó.
—No es tan malo —dijo Adam a la defensiva.
—No. Si no es por tu padre… aunque, viéndolo a él, yo te recomendaría que vigilases tu dieta y el número de horas que te pasas delante de la tele… Pero a lo que iba, es tu casa la que me preocupa.
—¿Qué tiene de malo mi casa? No irás a decirme que en ella hubo un asesinato, ¿verdad?
Sally sacudió la cabeza en un gesto de negación.
—No fueron asesinados.
—Menos mal —bromeó Adam.
—Se suicidaron —añadió Sally moviendo gravemente la cabeza—. Era una pareja de ancianos. Nadie sabe por qué razón lo hicieron. Seguramente debían estar atravesando por una crisis de identidad. Se colgaron de la araña de luces.
—Nosotros no tenemos araña de luces.
—Eran dos ancianos un poco gorditos. La araña se rompió por el peso de sus cuerpos. Oí que no dejaron dinero, ni siquiera el necesario para un funeral como Dios manda. Dicen que están enterrados en el sótano de tu casa.
—No tenemos sótano.
Sally hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Claro, la policía lo cubrió con hormigón para que no se pudieran hallar los cuerpos.
Adam resopló.
—Por Dios, Sally… Bueno, ¿quieres conocer a mi padre?
—Sí, pero no me pidas que me quede a comer. Soy muy exigente con la comida.
—No sé por qué no me extraña, para nada —dijo Adam.