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No era una única figura, sino varias, las que aparecieron por una gran puerta de hierro al final del oscuro corredor. El caballero negro abría la marcha, haciendo resonar sus pies revestidos de metal sobre el áspero y duro suelo. Un sonido que a Adam le resultaba familiar.
Detrás de él avanzaban tres niñas a trompicones, encadenadas entre sí. La primera había perdido la boca, la segunda los ojos y la tercera no tenía orejas. Sin embargo, allí donde faltaban esos órganos no había horribles agujeros sanguinolentos. Aquellas pobres niñas producían una impresión terrible. Las mutilaciones a que las había sometido la bruja no habían dejado huella, como si fueran muñecas de trapo.
Allí donde antes estaban la boca, los ojos y las orejas ahora sólo había piel lisa.
La bruja apareció detrás de aquel grupo horripilante muy erguida y con expresión satisfecha.
Era Ann Templeton… y no lo era.
Su rostro era el mismo, pero tal como Watch había observado, su cabello era rojo como las llamas. Le caía sobre los hombros, moviéndose como fuego líquido sobre su gran capa negra.
Su actitud también era diferente a la de la mujer que Adam había conocido en la dimensión real de Fantasville. Ann Templeton parecía un poco atrevida, imbuida de un sentido del humor, es cierto, pero no resultaba aterradora.
Esta mujer, en cambio, irradiaba una luz pálida. Excepto en sus ojos, que, a pesar de ser verdes como los de su hermana interdimensional[3], refulgían como esmeraldas. Desde luego, esa mujer no era precisamente del tipo… maternal.
Las tres niñas deformadas fueron arrojadas a una estrecha celda y encadenadas al muro, donde se apretujaron unas contra otras, presas de un espanto inenarrable.
La bruja se detuvo delante de la celda que compartían Watch y Adam.
El caballero negro permanecía a su lado, inmóvil y sobrecogedor.
Madeline Templeton miró a los dos muchachos encadenados durante largo rato hasta que finalmente sus ojos se posaron sobre Adam.
Una vaga sonrisa asomó a sus labios, tan fría como su mirada.
—¿Estás disfrutando de Fantasville? —preguntó—. ¿Ya lo has visto todo?
Adam estaba tan impresionado que tuvo que acordarse de respirar.
—Es muy bonito, señora.
Ella sonrió.
—Me alegra que te guste. Mañana tal vez no opines lo mismo. Podría ser mucho más oscuro.
Adam comprendió lo que la mujer quería decir. Estaba sugiriendo que iba a arrancarle los ojos.
—Pero, se-señora… —tartamudeó—, recuerde que fui yo quien detuvo el carro que estaba a punto de chocar contra su coche. Usted me dijo: «Gracias, Adam. Has realizado tu buena acción del día». —Y tras una pausa, agregó—: Pensé que estaría agradecida.
Ella echó la cabeza hacia atrás para reírse a carcajadas.
—Me confundes con otra persona. Sin embargo, ese error es comprensible. En este castillo todos los espejos están cubiertos de polvo. Un reflejo puede resultar muy parecido a otro —dijo la bruja, acercándose a las rejas que la separaban de los prisioneros.
Adam observó que llevaba un anillo de rubí en la mano derecha. El interior de la piedra preciosa refulgía como si contuviera una lengua de fuego.
—Yo no soy Ann Templeton, aunque la conozco muy bien. Los esqueletos que hallaste en tu casa no pertenecen a tus padres, aunque tal vez lo sean en el futuro. Pero no te preocupes. Estás a punto de entrar en el reino de las tinieblas eternas. Sólo tienes una oportunidad de escapar.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Adam con ansiedad.
—Decirme dónde se oculta tu amiga Sally.
Adam comprendió que Sally había escapado del caballero negro y se alegró por ella. Mantuvo la cabeza muy erguida, orgulloso, mientras la bruja aguardaba una respuesta.
—No sé dónde está, pero si lo supiera, no se lo diría. Ni aunque me amenazara con meterme en un caldero de agua hirviendo.
—Adam, no le des ideas —le susurró Watch.
La bruja volvió a reír, aunque esta vez lo hizo con una ligera tristeza apenas perceptible.
—Tienes unos ojos tan hermosos, Adam… Le dan tanta vida a tu rostro… —Y entonces, con una voz que se hizo más y más dura a medida que proseguía hablando, agregó—: Creo que quedarán muy graciosos cuando se los ponga a alguna de mis muñecas…
Adam y la bruja se miraron durante un instante que pareció eterno.
—Llévalos arriba. No aguardaremos a mañana para operarlos —ordenó ella levantando una mano y haciendo chasquear los dedos en tono imperativo.
El caballero negro desenvainó la espada y se encaminó hacia los dos amigos.