Capítulo 24

 

 

 

El lunes por la mañana, no pudo evitar pensar en hacer una visita al restaurante.

Llamó a Erika para preguntar cómo fue el regreso al trabajo, y cuando esta puso el manos libres de su teléfono, las tres charlaron un rato. No se sintieron muy tranquilas cuando supieron dónde pensaba ir, pero comprendieron que necesitaba hacerlo.

Quería hablar con Leslie, pedirle explicaciones para zanjar el tema de una vez. Deseaba dejar el pasado atrás y empezar de nuevo, y no podría hacerlo del todo si dejaba ese tema abierto, o nunca estaría tranquila.

Las dejó atender a sus clientas y les prometió llamar más tarde. Cogió su coche y condujo unos minutos hasta su antiguo lugar de trabajo. Había hecho tantas veces ese trayecto, que ahora, ir hasta allí solo para ver cómo otras personas lo llevaban, le resultaba doloroso. Pero cuando estuvo justo en la puerta, fue mucho peor. Estaba cerrado a cal y canto.

Bajó del coche y se tapó con su cárdigan beis. Aún hacía algo de fresco a pesar de estar ya en abril. Sus botines marrones resonaron en la acera. Llevaba un vaquero, una sencilla camiseta de manga larga y el pelo recogido en una coleta. Parecía estar sumergida en un cuadro, allí quieta mirando la persiana bajada, con el viento azotando suavemente los mechones sueltos que golpeaban su cara.

El olor del mar la consoló en parte.

Se sentía como si hubiera estado años fuera. Una sensación muy rara. Solo quería recuperar lo que tenía, para poder continuar con su vocación, y llevar una vida completa, con su trabajo, su familia y amigos, y sus salidas nocturnas los fines de semana.

Tuvo el impulso de coger el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón y sin pensarlo dos veces, marcó para segundos después escuchar el timbre de la llamada.

Solo dos personas podrían darle una explicación de lo que estaba ocurriendo y esperó impaciente a que respondieran. Una voz sonó al otro lado de la línea, pero no era la que deseaba oír. Era Leslie.

Pensó en colgar, pero se dio cuenta de que llamaba a su casa, y que podría ver el número. Como no era ninguna cobarde, la saludó con frialdad y le pidió que Norah se pusiera al teléfono.

—Vaya, vaya… —dijo con sequedad—. Pero mira quién llama. Si es para chantajearme como hicisteis con la pobre Deborah, olvídate —escupió con furia—. Me largo de aquí. No quiero saber nada del negocio, ni de ti.

Ashley tardó unos segundos en reaccionar.

—No era mi intención chantajearte como dices, y ya que tocas ese tema, te aclaro que solo me defendía de ti, porque hace más de un mes que haces lo posible por amargarme la vida…

Oyó una risa macabra al otro lado.

—Ya, tu vida da pena, pero la mía no —le cortó con brusquedad—. Por eso paso de perdedoras y de seguir viviendo en un lugar que odio. Quédate Miami, que yo me voy a Hollywood a disfrutar.

 —Espero no volver a verte, y que te diviertas en California, aunque lo lamento por ellos —soltó sin poder reprimirse—. ¿Puedo hablar con tus padres? —pidió de nuevo, con una nota urgente en su voz.

Se quedó en silencio y casi esperó que colgara, pero no lo hizo. Les llamó a voces y Ashley se preguntó qué narices pasaría con ellos tres, que hacía tan poco eran una familia unida, y ahora parecían de todo menos eso.

Aguardó sin decir nada, sin moverse del lugar, hasta que oyó la voz lastimera de Norah.

—¿Ashley? ¿Qué ocurre, querida?

—Norah —suspiró—, estoy aquí. En Miami, frente al restaurante.

No hizo falta decir más. Oyó algunas voces al otro lado que bien podrían indicar una pelea y, acto seguido, Norah lloraba desconsolada.

—Leslie solita se encargó de ir dejando de lado el negocio, los empleados empezaron a marcharse, y los pocos que quedaron, bueno… no estaban hechos para llevarlo ni mantenerlo sin una dirección apropiada que se hiciera cargo. Hace una semana que decidimos darlo por perdido para que no nos dé más problemas.

En lugar de disfrutar de su jubilación, estaban acarreando con conflictos familiares y profesionales, y a Ashley no le parecía justo.

—¿Podríamos vernos?

—Ahora mismo… mejor no. Pero mañana sería una buena idea, si te parece bien, por supuesto.

—Claro. Venid a casa a comer, y podremos charlar. Tengo muchas ganas de estar con vosotros un rato —dijo con el corazón en un puño.

Ashley le oyó respirar de forma entrecortada y lamentó haber llamado en un momento tan terrible.

—Os espero —dijo con suavidad—. No importa la hora. Venid cuando os apetezca, ¿vale?

—Allí estaremos —susurró con la voz rota por el llanto.

Con dedos temblorosos, colgó.

Se prometió no llorar, pero varias lágrimas traidoras escaparon para mojar sus mejillas cuando subió a su coche y puso rumbo a su casa.

Ordenó sus cosas del viaje y se puso a ver la televisión para evitar pensar en otra cosa. Pidió pizza para comer y sushi para la cena. Solo miró el teléfono por si tenía noticias de su familia, de las chicas o Donovan, pero solo vio un mensaje de este. Se interesaba por el viaje de vuelta, y solo respondió que había ido bien. Añadió varias caritas sonrientes porque sabía que lo estaba pasando bien en Madrid con Paloma y no quería fastidiar sus últimos días de descanso. Cuando volviera, todo cambiaría para ellos también. Ya que todo el mundo conocía sus secretos y sabían que no estaban juntos, no tendrían que fingir más. En breve él se marcharía a Los Ángeles para su película, y supuso que a partir de entonces, se verían solo de vez en cuando, como amigos. Nada volvía a ser igual que antes del viaje a Madrid. Nada aparte del hecho de estar soltera.

Hecho que trató de no pensar en profundidad.

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Se sentía perdida, fuera de lugar, y no le gustaba nada esa sensación de desarraigo.

Estaba en casa, con su familia cerca de nuevo, con toda su vida de vuelta, a excepción del trabajo, lo cual tal vez sería el motivo de su descontento, pensó.

Paseó sin rumbo por su casa perfectamente ordenada, y sin saber qué hacer. Todo el mundo continuaba con sus quehaceres, y ella lo intentaba, pero estar con su ordenador la distraía solo a medias. Necesitaba un nuevo propósito en su vida aparte de contemplar la bonita y colorida decoración de su hogar. Ni las vistas del mar a lo lejos, de proporcionaban la serenidad que siempre le habían hecho sentir.

Sin poder evitarlo, comparó la suya con la casa que acababa de abandonar en Madrid. No tenían nada que ver. A ella le iba más lo rústico mezclado con lo moderno, los muebles grandes sin demasiados adornos y la calidez de cada habitación que ella misma se encargó de decorar cuando se mudó allí.

Estaba cerca de la playa, en un lugar privilegiado de Miami, pero ahora mismo todo eso no le parecía tan importante como lo fuera antes de ese dichoso viaje.

¿Qué le estaba pasando?

Antes creía que su vida era perfecta, a excepción de la parte profesional que sufrió un revés, pero era feliz y ahora sin embargo… podía decir con seguridad, que no lo era. Le faltaba algo, y no sabía, ni quería en realidad, saber el qué. No se sentía conforme con lo que poseía.

Suspiró.

Se le ocurrió una tarea que la mantendría ocupada gran parte de las horas que faltaban para encontrarse con los Kelley, lo que también le estaba causando cierta ansiedad.

Fue hasta la cocina y, en menos de cinco minutos, ya tenía la amplia encimera llena de utensilios e ingredientes. Como la habitación estaba abierta al comedor y al salón, el olor de los bizcochos inundó casi toda la casa. Hizo varias tartas de diferentes sabores, y, como no deseaba acabar zampándoselas todas, pensó que le llevaría una a sus padres, a su hermano y tal vez, invitaría esa noche a cenar a sus amigas, así evitaría caer en la tentación ella sola.

Eso sí que le resultaba triste.

Con la nevera llena hasta los topes, por los deliciosos pasteles que le ocuparon todo el día, al final cayó rendida en su cama, y no se despertó hasta bien entrado el día siguiente. Hacía tiempo que no descansaba así, y al menos se sentía despejada del todo.

Solo el insistente sonido del portero, la hizo reaccionar y despejar su mente por completo.

—Oh, mierda. Ya están aquí —masculló medio adormilada.

Se levantó tan rápido como pudo y les dejó pasar. Como la verja se cerraba enseguida, no le dio reparo de dejar la puerta de la entrada abierta para que entraran. Fue al aseo y se arregló lo mejor que pudo en cinco minutos para no hacerles esperar mucho rato.

Cuando salió y se encontró con ellos en el salón, le dio un fuerte abrazo a cada uno.

—Me alegro mucho de veros —dijo con emoción cuando se separaron.

Norah parecía incapaz de decir una palabra, y resultaba obvio que había llorado toda la noche, por eso fue Owen quien habló por los dos.

—Estamos muy felices de verte de vuelta. Esperamos que nos cuentes qué tal tu viaje a Madrid.

Ashley sonrió y sin entrar en detalles, les contó lo que pudo sobre el programa y lo demás. Evitó mencionar a Gérard y ellos no preguntaron, lo que agradeció.

No estaba preparada para la verdad, que aquello ya se había acabado y además, no había recibido ni un solo mensaje de él.

Pasado un rato, decidió que era el momento de las preguntas difíciles.

—¿Qué ha pasado con Leslie, con el restaurante?

Norah le puso la mano en la rodilla a su marido y asintió despacio, dándose tiempo para responder.

—Ha sido un mes muy difícil como ya sabes, y ahora, ella ha decidido que detesta este lugar y su anterior trabajo —declaró con evidente sufrimiento—. No quería pasar más tiempo en el restaurante. Nos ha dicho que quiere más, por lo visto, salir en televisión y con actores guapos es lo único que le hace feliz, así que se ha marchado para siempre —añadió con disgusto.

—Lamento oírlo, y también que hayáis cerrado las puertas del restaurante para siempre. La verdad es que lo echaré de menos —expuso con tristeza.

Vio que los Kelley se miraban, como si tuvieran algo importante que decirle, y Ashley tembló por dentro. Las novedades últimamente no eran todas agradables, por lo que aguardó lo más calmada posible.

—Ayer nuestra hija, antes de marcharse en taxi, nos dijo algo que… hemos hablado toda la noche —explicó Owen.

Ashley no dijo nada, solo aguardó con la sensación de que algo tremendo iba a ocurrir. Asintió para animarles a seguir.

—Creemos que solo hay una persona en la ciudad a la que de verdad le importa el restaurante, y en sus manos, volvería a ser lo que era. Volvería a estar en pie, y nos enorgullecería porque es nuestro legado —empezó a decir Norah con emoción—. Queremos que seas tú, Ashley Stevens, la nueva dueña del negocio que tú ayudaste a llevar a lo más alto. Es tan parte de ti como de nosotros, y si lo aceptas, es tuyo a partir de ahora mismo.

Sus ojos se abrieron mucho por la sorpresa.

Dio gracias por estar sentada, porque de lo contrario, sabía que se habría golpeado el trasero con fuerza contra el suelo. Se llevó las manos al pecho y le entraron unas incontrolables ganas de llorar. Norah le dio un cariñoso apretó en el brazo y sonrió.

—¿Qué dices?

—Digo que… si es un sueño… no se te ocurra despertarme —bromeó.

Norah y Owen sonrieron complacidos por su respuesta.

—Los papeles están en regla, solo tendríamos que visitar a nuestro gestor para que tu nombre aparezca como único propietario, y serás legalmente la dueña.

—Si aceptas —repitió Owen.

—Sí, por supuesto —se apresuró a decir Ashley.

Su alegría se contagió y se levantó para abrazar a los Kelley a la vez. Estaba a punto de caer desmayada de la alegría, y apenas era capaz de creer que eso le estuviera pasando a ella. Como un regalo caído del cielo.

—En menos de veinte días es tu cumpleaños, así que si piensas que es buena idea, podríamos hacer una gran fiesta para celebrar las dos cosas. La nueva inauguración y tu cumpleaños.

—Es una idea maravillosa —sentenció con los ojos brillantes por las lágrimas de felicidad que no podía reprimir.

Estuvieron charlando sobre ello mientras Ashley preparaba unos sándwiches para comer y se disculpaba por no hacer nada más elaborado. Conocían sus hábitos de alimentación, y como se había hecho tarde para otra cosa, se conformaron con algo ligero.

Fue un rato de lo más agradable, lo que la hizo sentir de nuevo en casa.

Ashley llamó a sus padres, a sus amigas e incluso a Donovan cuando los Kelley se despidieron hasta el día siguiente para ir a poner los papeles del restaurante en orden. No podían evitar estar algo ansiosos, y ella también estaba nerviosa. Y no era para menos.

Al fin había encontrado su propósito en la vida, revivir el restaurante que adoraba y que ahora era suyo. Gracias, de nuevo, a la familia Kelley, ahora podría continuar su vocación en un lugar que había visto crecer, y aunque pudo comprobar al día siguiente, que le dolía en el corazón encontrarlo vacío por completo, en pocos días podría encontrar una nueva plantilla y, con cariño, devolver su actividad diaria, su vida. Eso era música para sus oídos.

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El viernes siguiente, ya tenía casi todo el papeleo y a la mayoría de empleados contratados. Al menos los camareros. Tenían que ultimar detalles para abrir al público, y abastecer todo el restaurante y la pastelería, pero después del día veinte, su veintinueve cumpleaños, podrían empezar. Ese fin de semana sería la inauguración y la vuelta al trabajo. Estaba deseando empezar.

Había llamado a todos sus amigos y conocidos, y la lista de invitados era algo más grande de lo que imaginó en un principio, porque todos estaban deseando ir, y aunque estaba más que feliz por su vuelta, lo cierto era que había un detalle que empañaba un poco ese mágico momento. Echaba de menos a Gérard, y esa tarde quedó patente ese hecho. Oír esa palabra aún le provocaba un pinchazo muy doloroso en su corazón.

—Solo falta una semana y aún no tienes chef —aludió Erika con cautela.

Jenna la miró con suspicacia, en silencio, mientras echaba los regalitos de propaganda del restaurante en unas bolsas con el nuevo logo. Eran una K y una S, las iniciales de los apellidos de los antiguos dueños, y el suyo. Se trataba de unas letras K&S con un diseño muy elegante y divertido con colores turquesa, amarillo y rosa claro, sobre una silueta con forma de tarta, y justo al lado, un tenedor y un cuchillo entrelazados como si fueran elásticos. Continuarían como antes, con la pastelería y una sección del antiguo restaurante de comida cubana y americana. Los platos eran deliciosos, y esperaba que todo fuera como entonces. Sus amigas le ayudaron con el nuevo diseño y estaba encantada con el resultado. Claro que la idea de los regalos estaba siendo dura. Había que preparar como unas trescientas bolsitas.

—He entrevistado a varios y no me convencían —se defendió Ashley mientras se distraía con los regalos.

Puso una bolsa con galletas caseras decoradas con papel comestible con el logo del restaurante y varios folletos con el nuevo menú. Lo cierto era que no habían cambiado los platos, pero sí el diseño y los colores para que todo fuera a juego. Hasta las sillas, las mesas, así como la pintura eran nuevas. Todo un lavado de cara. Antes era precioso, pero ahora era suyo, y darle su toque personal le dio por fin la sensación de ser la dueña de todo aquello.

Estaba feliz, aunque el tema de conversación no la ayudara a mantener ese estado de ánimo.

—¿Sabes que conozco a un chef que estaría encantado de venir aquí a trabajar?

—¿Eso como lo sabes? ¿Has hablado con él, acaso? —espetó Ashley molesta.

Erika la miró con una ceja levantada. Sabía que no estaba enfadada con ella, sino más bien consigo misma, por ser una completa gallina asustadiza en cuanto a Gérard se refería.

—No lo he hecho, pero ganas no me faltan… —sentenció con sinceridad.

—Oye… lo siento —se disculpó bajando la mirada—. Él tiene su vida en Madrid, y dudo que quisiera cruzar el Atlántico para trabajar para mí.

—Contigo —matizó— sería un término más exacto —intervino Jenna.

—El tecnicismo no me ayuda. Porque sintiendo lo que siento por él, trabajar a su lado cada día sería insoportable. Y dudo que quisiera dejar su vida, y a su mejor amiga por mí. No lo mencionó cuando me tuvo delante, ¿por qué iba a hacerlo ahora?

—Sabes que no es la persona más abierta del mundo, de modo que no puedes saber lo que haría —añadió comprensiva.

—No sin preguntarle —añadió Erika con ternura.

Suspiró, sintiendo ganas de llorar.

—Encontraré a alguien para la cocina, y el fin de semana que viene tendremos un catering para la fiesta. Así que de momento nos arreglaremos así —dijo antes de disculparse para ir al baño.

Necesitaba unos minutos para respirar, porque cuando pensaba en Gérard, le resultaba difícil hasta esa vital tarea.

Se estaba volviendo loca, y cada día que pasaba se daba cuenta de que su actitud no era la típica de una mujer adulta. Debía ser capaz de dar ese sencillo paso, porque una llamada al menos la sacaría de dudas, pero con el teléfono en la mano cada vez que notaba el impulso de lanzarse, se veía incapaz de hacerlo. Una negativa de Gérard la destrozaría. Así de sencillo.

Sin embargo, al otro lado de la puerta, en el comedor donde estaban trabajando, Erika vio el teléfono de Ashley y lo contempló como hipnotizada.

—Me pregunto si…

—No creo que sea buena idea —dijo Jenna.

—¿Por qué no? Lo único que tengo que hacer es copiar su número y escribirle. Así saldremos de dudas… porque nuestra amiga no se atreve, y es solo por miedo a sufrir.

—Si ha tomado esa decisión, debemos apoyarla.

—Y ya lo hacemos pero, empiezo a pensar que se equivoca, y que lo único que necesita es un empujón —meditó con seriedad.

—No habrá vuelta atrás si lo haces.

—Bien. Puedo con eso, pero no con lo mucho que vemos que sufre Ashley.

Cogió el teléfono y apuntó el número de Gérard. Luego en casa pensaría en qué decirle, porque le llevaría un rato, y también el tener que traducirlo al español. En menudo jardín se metía, pensó. Pero lo hacía por su amiga; ya que esta era incapaz de salir de dudas, Erika lo gestionaría por ella.

—Si me dice que no, pues nosotras le ayudaremos a buscar a alguien para la cocina. O de lo contrario, la semana que viene tendremos un problema nuevo que solucionar en el restaurante.

Jenna asintió preocupada.

—De acuerdo, que sea lo que tenga que ser.

Cuando Ashley volvió, ocupó su lugar y continuó con su tarea.

Sus amigas le dieron conversación, contándole sus intenciones de ayudarla a buscar a alguien adecuado, y omitiendo parte del plan, lograron animarla un poco.

Erika apenas pudo dormir esa noche con su dilema moral. No podía ponerse en el lugar de Ashley, porque a ella no le costó dejar atrás su pequeña aventura en Madrid, igual que Jenna, que ya tenía otro ligue con el que pasárselo bien, pero si esta se había enamorado, no le quedaba más opción que intervenir para intentar que estuviera con el hombre al que quería.

Solo esperaba que él sintiera lo mismo. No sabía si mencionar aquel detalle en su mensaje sería la mejor de sus ideas, pero si Gérard le decía que estaba dispuesto a mudarse a Miami, ya tendría su respuesta. Nadie dejaba su hogar para cambiar de continente solo por un trabajo, y menos si ya tenía uno con el que se sentía feliz.

Una vez acabado, esperó que su mensaje no hubiera sido alterado por el dichoso traductor de internet y hubiera escrito alguna barbaridad. No era la primera vez que le ocurría. Le dio a enviar y cruzó los dedos.

Al día siguiente le contó a Jenna lo que había pasado. Hablaron con Ashley por la tarde para decirle que ya tenían a un candidato para el puesto de cocinero, y le aseguraron que sería alguien profesional que se incorporaría la misma mañana de su cumpleaños.

Ya le había costado encontrar a alguien y ni siquiera preguntó de quién se trataba. Solo les agradeció con sinceridad que hubieran arreglado su problema por ella.

Tenía claro que fuera quien fuera, si hacía un buen trabajo, se sentiría tranquila. No quería pensarlo más.

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Ashley estaba feliz por poder celebrar su cumpleaños con sus seres más queridos. Estaba su familia al completo, contando con su futura cuñada Jada también, sus mejores amigas, Donovan junto a Paloma, quien había anunciado unos días antes que pensaba trasladarse definitivamente a Florida con él, los Kelley, y muchos de sus conocidos. Su amiga Marlene había sido la primera en confirmar su asistencia, y se daba cuenta de que a pesar de lo sufrido esas semanas atrás, mucha gente se volcaba para apoyarla tal como habían hecho hasta el momento. Su nueva aventura laboral estaba yendo de maravilla, y teniendo en cuenta que Leslie no había dicho ni una palabra por su reciente adquisición, supo que todo eso quedó atrás por fin. Tal vez no quería el restaurante, pero ella sí.

No podía pedir más, se dijo. Quizás con el tiempo podría encontrar a un buen hombre con quien compartir su vida, su éxito, pero de momento no quería ni pensar en ello. Era algo que no se planteaba siquiera.

¿Para qué?, si aún pensaba en Gérard, y temía que ese amor no desaparecería nunca. Mejor dejarse de citas y de aventuras pasajeras hasta haberse repuesto del todo. Decían que olvidar llevaba su tiempo, ¿no? Pues ella iba a tomárselo. Era lo mejor, y por suerte, ya tenía con qué distraerse cada día. El trabajo duro no había hecho sino comenzar. Tenía mucho que hacer todavía.

Ahora sin embargo, lo único que le preocupaba era que los del catering continuaran sirviendo su maravillosa comida, que los camareros siguieran sirviendo sus espectaculares cócteles y que todos sus invitados disfrutaran de la música y la fiesta.

Ashley había recibido un montón de regalos y felicitaciones, y también elogios por lo guapa que estaba.

Había comprado un vestido muy primaveral unos días atrás, y su tono rosa claro con estampado floral en tonos más oscuros, le sentaba de maravilla. Se había peinado con un sencillo recogido y llevaba unos zapatos con un tacón muy alto de color verde oscuro. Como complementos solo llevaba una fina pulsera de diamantes y unos pendientes de brillantes con forma de cupcake. Regalo de Erika y Jenna.

Las vio en la barra coqueteando con los guapos barman y fue a hablar con ellas.

—¿Os divertís? —preguntó con sorna.

Erika lanzó una lasciva mirada al camarero y le guiñó un ojo.

—Mucho —soltó de forma intencionada.

El chico le dedicó una sonrisa perversa y continuó con su trabajo, pero sin quitarle el ojo de encima.

—Me los estáis revolucionando —bromeó.

—Es culpa tuya por contratar a chicos tan buenorros —expuso Jenna.

Las tres se rieron y Ashley pidió un Cosmopolitan para ella.

Con su copa en la mano, fueron hasta la improvisada pista de baile y allí estuvieron disfrutando de la música durante un buen rato. Charló con sus invitados, se sacó fotos con casi todo el mundo, y avanzada la noche, les preguntó sobre una duda que llevaba rato rumiándose en su cabeza.

—Oye, chicas, ¿dónde está ese cocinero al que ibais a llamar? Creí que le conocería hoy en la inauguración.

Erika casi se atragantó con su bebida, y Jenna compuso una sonrisa culpable. Ashley empezó a mosquearse pensando que se les habría olvidado.

—Son las once de la noche —dijo mirando el reloj de la pared—. ¿Confirmó que venía?

—Sí. Lo cierto es que se ha retrasado unos treinta minutos, pero supongo que estará al caer —dijo Jenna con una expresión muy seria.

Ashley resopló.

—La fiesta comenzó a las nueve y media, ¿por qué iba a decir que llegaba una hora más tarde? A menos que viva en la costa oeste, no entiendo nada…

Vio que sus amigas actuaban de forma extraña desde que las vio llegar, y ahora estaban con los ojos muy abiertos y dirigiéndose miradas de complicidad la una a la otra. Observaban fijamente algo detrás de ella y aún con cierto recelo, se giró para ver qué las estaba trastornando tanto.

Ni en un millón de años se imaginó ver a esas dos personas allí. Se quedó pálida como el papel y sus piernas por poco no la sostenían.

Eran Gérard y Olivia. Claramente cohibidos y abrumados por la cantidad de gente reunida, y por el hecho de que muchos de los invitados eran personas conocidas en el mundo entero por sus trabajos, la mayoría en televisión.

Dio gracias por no tener nada en las manos, porque de ser así, su copa se habría estrellado contra el suelo.

—Hola, Ashley. Felicidades; nos alegramos de verte de nuevo —dijo Olivia antes de acercarse a ella y darle un cariñoso abrazo.

—Eh… vaya… esto sí que es una sorpresa —balbuceó.

Gérard dio unos pasos hacia ella pero no hizo nada. Solo se detuvo justo enfrente.

—Yo… no sabía si esto iba a ser una buena idea, pero creo que podemos intentarlo.

Ashley le miró en silencio, sin comprender nada, y vio que él la escrutaba, confuso por su reacción.

—No tenías ni idea de que veníamos, ¿no?

—Lo cierto es que no —confesó con cierta tirantez.

Desvió la mirada hasta sus amigas, y estas sonrieron avergonzadas.

—Aquí tienes a tu nuevo cocinero, Ashley —soltó Erika y, por primera vez en su vida, algo asustada.

—¿Qué?

Gérard también se veía algo nervioso, aterrado por su evidente asombro. Olivia sin embargo, estaba más que feliz de estar allí, y no le soltó en ningún momento.

—Tus amigas se pusieron en contacto con Gérard porque necesitabas un chef para tu restaurante y, he logrado convencerle para que viniera. La verdad es que hemos pensado mudarnos los dos a Miami y empezar de nuevo —explicó Olivia. Se notaba que estaba contenta.

—¿Te escribieron? Supongo que habrá sido toda una experiencia, teniendo en cuenta que no tienen ni idea de español —masculló para que solo Gérard y Olivia la entendieran.

Sus amigas no comprendieron una sola palabra, pero sí podían percibir su mosqueo por el tono de su voz.

—Esto, nosotras ya hemos hecho nuestro trabajo, así que… nos vamos a por mas bebidas —dijo Erika, y se marcharon las dos con paso rápido.

Ashley resopló.

—¿Dónde van tus amigas? —preguntó Gérard.

—A ligar —sentenció sin saber qué más decir. Aquella situación era de lo más extraña.

Gérard y Olivia se rieron por lo bajo.

—De modo que eres mi nuevo chef —musitó insegura.

—La decisión está en tus manos.

Olivia les miró y decidió dejarles a solas.

—Tenéis mucho de qué hablar —dijo de manera intencionada, mirando a Gérard fijamente.

Esta se alejó y Ashley le miró interrogante.

—¿Crees que podríamos ir a un lugar más tranquilo unos minutos?

—Claro. La playa no está lejos. Aunque me duelen mucho los pies, podríamos caminar unos minutos y… hablar —dijo con cautela.

Lo cierto era que ese término le daba miedo, y si la otra persona implicada era Gérard, más aún.

Fueron hasta la entrada, y les dijo a sus padres y a los que intentaron retenerla, que no tardaría, y que a su vuelta se comerían la tarta. Aún tenía que soplar las velas.

Aunque era jueves, había bastante actividad en la calle. Cuando llegaron al paseo marítimo, se alejaron de la zona de las terrazas, donde había mucha gente disfrutando de la noche, y fueron hasta otra con césped y palmeras. La leve iluminación de los bares y restaurantes era suficiente.

Ashley se quitó sus zapatos y se estremeció al notar la frescura y suavidad de las finas hojas del césped en la planta de sus pies.

—Mucho mejor —murmuró.

Gérard la contempló y la miró con intensidad.

—Antes de nada, quiero pedirte perdón.

Ashley frunció el ceño y se preparó para una mala noticia. Parecía muy afectado, y eso la asustó.

—No sé si me atrevo a preguntar por qué —declaró con incertidumbre.

—Quise decirte lo que sentía cuando aún estabas en Madrid, pero me pareció que no sería justo pedirte que te quedaras, que renunciaras a toda tu vida por una relación que los dos acordamos que sería temporal.

Ashley dejó caer sus zapatos y se sintió desfallecer con lo que oía. ¿Sería posible?

Gérard se acercó, cogió sus manos y las apretó con suavidad.

—Reconozco que cedí al miedo en lugar de ser valiente, pero aún ahora, temo que me digas que tú no sientes nada por mí.

Sus ojos eran hipnóticos, y su voz, sus palabras, un sueño. Pero Ashley apenas podía respirar, y mucho menos formular palabra alguna.

—Aunque este sea el caso, quiero que sepas que he cruzado medio mundo para venir a verte, porque me gustaría formar parte de tu vida, de la forma que tú decidas, y porque necesito decirte que te quiero. Que creo que estaba enamorado de ti incluso sin conocerte, porque no era normal la obsesión que tenía contigo cuando solo te seguía por internet —bromeó con una pequeña sonrisa en sus labios, en su atractivo rostro. Notó que los ojos de Ashley se humedecían, pero continuó ahora que se sentía con fuerzas para ello—. Y solo necesito que comprendas que aceptaré el papel que me des en tu vida, ya sea como amigo, como compañero de trabajo… siempre y cuando me permitas formar parte de ella.

Ashley sentía unas irrefrenables ganas de llorar, pero aún así, hizo un gran esfuerzo por responder a esa inesperada e increíble declaración de amor.

—También siento haberme ido de aquella forma, porque fui una completa cobarde cuando cogí ese avión —confesó con la voz quebrada por las emociones que se agolpaban—. Quiero que seas mi amigo, quiero que seas mi compañero, y quiero que lo seas todo.

Su rostro se iluminó al oír sus palabras y soltó el aire que había retenido. Su corazón empezó a latir de forma alocada; se acercó a ella para que sus frentes quedaran pegadas, y sus labios muy cerca.

—Yo también estoy enamorada de ti, y es por ese motivo, que no puedo pedirte que renuncies a tu vida por mí —dijo sintiendo un dolor aplastante.

—No lo hago, créeme —expuso con determinación, con seguridad—. Mi vida estará donde pueda hacer lo que me gusta sin que me juzguen y critiquen continuamente, y con quien pueda ser feliz, porque el lugar donde esté no me importa. No renuncio a nada, lo que estoy haciendo ahora es encontrar la mitad de mí; luchar por ella, por mi vida. Y esa, eres tú.

Ashley buscó sus labios y él respondió con intensidad, con ansias, y con devoción.

—Creo que te quiero un poquito más ahora.

Gérard sonrió ante su respuesta.

—Yo también, cariño.

Se fundieron en un abrazo desesperado mientras sus labios se degustaban como si fuera la primera vez.

Al fin acabaron los miedos, las dudas, el dolor. Ahora estaban juntos, para siempre, y nada en el mundo los haría renunciar a lo que compartían, porque al tenerse el uno al otro, se sentían fuertes, valientes, capaces de todo, invencibles. Podrían superar cualquier obstáculo que se presentara.

¿Cómo lo sabían?

Porque el amor que sentían, ese que creció poco apoco, a fuego lento, podría con todo.

Para ellos, no existía nada más fuerte.