Capítulo 9
Acababa de ponerse el corrector bajo las oscuras ojeras cuando oyó unos fuertes e insistentes golpes en la puerta. Apenas había dormido, y se sentía susceptible, cansada, e irritada, por lo que el susto que se dio, no mejoró su humor.
—¡Ashley, ábrenos!
Notó la impaciencia y la preocupación incluso desde el cuarto de baño con la puerta entornada. Puso los ojos en blanco y fue a abrirles. Supuso que Jenna también estaría con ella, ya que eran inseparables, como siamesas.
Entraron y la arrastraron a su paso. Jenna la sostenía de los brazos con una expresión sombría y Erika cerró la puerta con un fuerte golpe.
—¿Has mirado el Twitter recientemente?
Ashley apretó el tubo de corrector facial en su mano, por suerte cerrado, e intentó respirar hondo para no venirse abajo ahora que sus amigas estaban allí. Le habría gustado poder desahogarse, pero sabía que debía empezar a prepararse en un rato para el programa. No había tiempo de lamentos, ni para nada.
—Lo vi anoche —masculló.
Erika maldijo como un camionero en voz alta, y sus amigas le observaron con diferentes grados de asombro.
—Perdón —se disculpó sin mucha sinceridad.
—Me has quitado las palabras de la boca —bromeó Ashley.
Se apretó las sienes con fuerza con las manos.
Durante sus horas de insomnio había pensado mil insultos que podría dedicarle a la idiota de Leslie, pero no era su estilo ir por ahí echando pestes de la gente, a diferencia de ella. Y tampoco le parecía bien porque también afectaría a sus padres, y aún con todo, les apreciaba y respetaba. No podía hacerles eso, y tampoco se quería convertir en la típica “famosilla” que iba por ahí maldiciendo a todo el que la contrariara. Que la gente hablara de ella, bien o mal, era inevitable, pero al menos no les daría motivos para que la tacharan de villana.
Tarde o temprano, los que la habían puesto como los trapos por las redes, recibirían su merecido, pero estaba claro que ese no era su cometido. Prefería centrarse en llevar adelante su vida y no la de los demás.
—Deberíamos hacer algo —meditó Jenna.
—No es buena idea responder a los insultos públicos, o al final lo único que conseguiré es perder toda la credibilidad que aún me quede con mis seguidores.
—Muchos blogueros sufren del acoso de otros que se consideran su competencia, y tienes todo el derecho del mundo a defenderte —replicó Erika.
—Yo no soy bloguera, y creo que ponerme a la defensiva solo le daría la razón en todo este asunto —dijo, creyéndolo con firmeza.
—Siempre podríamos tomar otras medidas.
—¿A qué te refieres, Jenna? —inquirió Ashley.
Le dio miedo la respuesta.
—Leo es un genio de la informática… yo digo que boicoteemos las cuentas de las redes sociales de Leslie y la fastidiemos como ella te hace a ti —propuso con un juguetón arqueo de cejas.
—¿Tenemos quince años? —inquirió Erika con sorna.
—No boba, pero es que las otras opciones me parecen un poco macarras —empezó diciendo. Cuando vio que las dos la miraban esperando una mejor explicación, Jenna continuó—. Había pensado en mandarle alguna amenaza velada a su correo electrónico o directamente enviar a un matón para que lo hiciera más dramático, pero es que no sería capaz de llegar a esos extremos… lo siento Ashley.
Esta soltó una risa nerviosa.
—Es obvio que esto nos está afectando a todas —dijo con mesura. Creía que sus amigas se estaban volviendo locas de remate—. Pero esto es la vida real, y no somos unas delincuentes. No podemos rebajarnos a su nivel, y si quiere ser una terrorista de las redes, allá ella si ese sucio juego le divierte.
—Pero es que es injusto que esa odiosa sociópata se salga con la suya sin llevarse su merecido. De alguna manera hay que hacer que pague —replicó Erika.
—Me encantaría arruinarle ese impoluto peinado recogido y esa naricilla respingona perfecta —farfulló Jenna.
—Todo esto se volverá en su contra, porque lo cierto es que su actitud no le está dando buena fama al restaurante que su familia ha regentado desde hace tantos años —comentó con tristeza.
Sus amigas se miraron entre sí y fue entonces cuando se percataron por primera vez de que Ashley había tratado de disimular una noche de escaso sueño. Ni todo el maquillaje del mundo podía eliminar ese cansancio de sus ojos azules. Se miraron en silencio.
No dijeron nada como por acuerdo tácito, y la acompañaron fuera de su habitación y hacia la sala de vestuario. Trabajaron sin decir nada durante un rato porque no estaban solas; todos los alumnos iban pasando por allí para estar perfectos delante de las cámaras, y aún faltaba Karen por salir. Les sonrió desde el espejo a modo de saludo antes de salir.
—Esta tarde nos iremos de compras en cuanto acabes del trabajo, y nos olvidaremos de todo por unas horas, ¿vale? —planteó Jenna.
Erika se encargó de darle unos ligeros toques de maquillaje mientras Jenna iba a por el conjunto de ropa para ese día.
La peluquera se les acercó tras finalizar su trabajo con la última alumna.
—¿Puedo empezar ya?
Erika y Jenna la comprendieron aunque no sabían hablar español nada bien, pero se entendían más o menos durante el trabajo. Era raro comunicarse por gestos todo el rato, pero qué le iban a hacer, ninguna de las dos tenían facilidad para el idioma, y por desgracia, Rocío no hablaba inglés. Hacían lo que podían mientras estaban las tres juntas en la sala de vestuario para ayudar a los chicos y chicas a prepararse.
Ashley salió ese día con una coleta informal en el lado izquierdo, una falda tubo por la rodilla de color azul marino, una blusa blanca semi transparente con un top oscuro debajo y unos botines de cuña muy cómodos.
Ese caluroso miércoles de la segunda semana de marzo, se puso un delantal solo para cubrir su falda, ya que tocaba hacer una de sus recetas favoritas: macarons. Esas galletitas crujientes por fuera, blandas por dentro, y con esos divertidos colores tanto en la cubierta como en el relleno, la volvían loca. Ya sentía que la boca se le hacía agua y ni siquiera había entrado en la cocina.
Sonrió mientras se ajustaba el micrófono en la parte posterior de su falda.
—¿Qué llevas puesto? ¿Vas a ir de fiesta o vas a cocinar? —preguntó Paloma con el ceño fruncido.
—Son las prendas de marca que los patrocinadores del programa quieren que lleve, y solo me he puesto lo que hay en el vestuario para mí. No he buscado en mi armario, porque de ser así, enseñaría algo más de piel —replicó con hostilidad.
No es que no le gustara la ropa, pero le parecía muy formal y recatada, lo cual también podría comprender. Allí no iba a lucir palmito; sin embargo, la actitud de Paloma la enervaba cada día más. Ya no se conformaba con mirarla con reprobación, sino que se empezaba a quejarse.
—¿No podrías ponerte una chaquetilla de chef por un día? —inquirió como si la estuviera reprendiendo.
—Ya lo hablamos, y me reafirmo en lo que dije: pienso llevar la ropa que me haga sentir cómoda, así que por favor, no insistas —rogó con evidente hastío.
Guardó silencio unos segundos, la miró fijamente y al final cedió.
—Está bien, no mencionaré más el tema.
Ashley suspiró con alivio.
—Gracias. Por cierto, ¿dónde está Donovan?
—Acaban de terminar su entrada —dijo tras consultar el reloj—. Vamos bien de tiempo.
La observó unos instantes y notó que faltaba algo en su habitual personalidad arrolladora. Un día normal ya la estaría atosigando para que se diera prisa, pero se la veía preocupada, o decaída. No la conocía tan bien como para saberlo a ciencia cierta, pero algo le pasaba, eso seguro.
—¿Ha ocurrido algo?
Su pregunta la sorprendió, y Ashley se preguntó si no se habría enterado de lo que había ocurrido en internet. Un horrible escalofrío la recorrió. No deseaba tener problemas, y menos ahora que ya se estaba habituando al trabajo, y empezaba a verle su encanto.
—Te has enterado de lo que han puesto en Twitter esta noche…
Paloma abrió mucho los ojos.
No quiso decirlo, por si no era el caso, pero algo en su expresión la delataba. Desconocía la razón, pero su corazón dio un vuelco cuando esta asintió.
—Donovan estuvo preocupado anoche, y quiso venir a verte pero…
Carraspeó nerviosa y avergonzada. Ashley intuyó que había problemas en el paraíso y no quiso meterse en sus asuntos. A pesar de sospechar que el tema de discusión era ella, no tenía por qué meterse en medio. No quería, por otro lado, lo que era motivo suficiente para no hacerlo.
—Seguro que se arreglará por sí solo. Podré encargarme yo solita —dijo esperando que fuera cierto.
—Le importas, ¿sabes?
Ahora fue el turno de Ashley de sorprenderse al escuchar el tono en el que Paloma se refería a Donovan. Parecía que había más que sexo entre ellos, por el modo en que se mostraba afectada. Podía verlo en su cara, en esa vacilación casi imperceptible en su voz; estaba dolida.
—Él también me importa mucho, pero nosotros solo compartimos una… —buscó la palabra adecuada durante un segundo— extraña amistad.
Se rió para quitarle hierro al asunto.
Paloma forzó una sonrisa y asintió. Sin parecer muy convencida, no dijo nada más. No era el mejor momento para esa charla. Ashley se prometió que la tendrían más tarde. No quería ser motivo de discordia de nadie. Bastante lo era ya al otro lado del océano.
Empezó su trabajo con una determinación que casi rallaba en lo obsesivo.
Era lo que mejor se le daba.
Cuando notó que todos estaban tan en silencio, y que la observaban como si fuera a ponerse a gritar de rabia por lo ocurrido, supo que debía centrarse en esos deliciosos pastelitos para no perder el juicio, porque ver la compasión en los ojos de la gente, era odioso.
Se tomó su tiempo para comentar los ingredientes y dar algunos valiosos consejos para que la receta saliera a la perfección, y cuando los sacó del horno un rato más tarde, ya se encontraba un poco más relajada. La repostería le aportaba un alto grado de relajación y la hacían sentirse realizada. Ese curso para principiantes no era todo lo que ella podría esperar dada su experiencia, pero incluso hacer galletas caseras le encantaba.
Tener a Donovan y a sus amigas por allí pululando la habrían puesto nerviosa cualquier otro día, pero hoy no. Le gustaba saber que estaban dándole apoyo sin entrometerse, dejándola hacer su trabajo y respetando su espacio. Pero sin dejarla sola.
Acabó su turno y dejó que el equipo hiciera unas tomas y fotos del resultado de los macarons, y mientras tanto, ayudó a los grupos a coger los ingredientes y los materiales.
—No olvidéis el tamiz o el colador para el azúcar —le recordó a Miriam.
Ni esta ni su compañera Thais, parecían muy felices porque ella tuviera que corregir algo en su cocina, pero estaba para eso, y no hizo mucho caso a sus expresiones de evidente disgusto.
Se aseguró que todos estuvieran listos y las cámaras estuvieron enseguida grabando lo que ocurría en las diferentes cocinas de los grupos.
Muchos estaban preocupados por el resultado, porque la receta era tan maravillosa como arriesgada. Sin embargo, Ashley estaba orgullosa de cómo lo hacían.
—Bien, seguid con los movimientos envolventes para que las claras no bajen. Sin pasaros, y despacio, pero intentando conseguir una masa homogénea. Luego la echaremos en la manga pastelera —explicó a Lucas y Noemí.
Él observaba el trabajo de su mujer, y ella estaba tan concentrada, que Ashley se vio a sí misma cuando trabajaba. Sonrió complacida.
—Lo haces genial, Noemí —la animó.
Esta sonrió entusiasmada sin dejar su tarea.
Ashley se acercó entonces al grupo número dos, y vio que Olivia y Gérard llevaban un ritmo muy bueno.
—¿Solo podemos usar la boquilla redonda para la manga? —preguntó ella.
—Bueno, si tuviera otra forma, no parecerían macarons —bromeó—. Supongo que eso es a gusto de cada uno, pero sin duda, pienso que es imprescindible que sea redonda —expuso.
Olivia asintió y recortó la punta del plástico de la manga pastelera para empezar a echar la masa sobre el papel de horno.
—Intentad que las galletas de los macarons no midan más de tres centímetros, para que no sean demasiado grandes —miró a Gérard y enseguida le dio su aprobación. Se notaba que tenía un don para la cocina—. Perfectos.
Notó que se sonrojó ante su alabanza y Olivia les miró a uno y a otro. Fue el turno de Ashley de sentirse un poco incómoda por estar siendo escrutada por su amiga, y después de animarles a seguir haciendo un buen trabajo, fue a ver al grupo más hostil.
Miriam y Thais cuchicheaban entre sí mientras trabajaban, y guardaron silencio cuando se les acercó. Se mostraron orgullosas al enseñar su trabajo, y Ashley supo que, aunque por algún motivo no les resultaba agradable a esas dos, sí que buscaban su aprobación. Se notaba que eran muy competitivas.
—Bien hecho, chicas. Tienen una pinta fabulosa —dijo con sinceridad.
Camila y Karen iban algo más retrasadas, pero también hacían un buen trabajo, y Ashley permaneció un rato con ellas para ayudarlas un poco.
No pudo evitar sin embargo, que la vista se le desviara de vez en cuando hacia delante, donde estaba la cocina que ocupaba el grupo número dos. Y comprobó que no era la única, ya que una de las veces, se encontró con la discreta mirada de Gérard. Se puso tan nerviosa como una colegiala cuando captaba la atención del chico más guapo del patio. Menuda disciplina tenía, se reprendió para sus adentros.
Se veía incapaz de ignorarle, y no ya porque tuviera un físico muy atractivo, sino porque era distinto a los tíos con los que lidiaba de vez en cuando en las discotecas. Era bastante tímido, algo inusual también; cariñoso y un gran amigo, detallista y por si fuera poco, compartía con ella la pasión por la cocina, si bien no por el mismo estilo, eso seguro. Había algo en él que la atraía muchísimo, y quizás se tratara de que no era el típico baboso que la perseguía sin parar, o alguien que fuera directo al grano. A ella le perdían los tipos atractivos que decían lo que querían sin tapujos, pero que aceptaban un no como respuesta. Si se ponían pesados, les mandaba a paseo sin contemplaciones.
Gérard por el contrario, era diferente, y no le comprendía muy bien, por eso la intrigaba. Tenía un cuerpo increíble y un rostro por el que muchas mujeres suspiraban, y a pesar de no estar segura de que estuviera soltero, no había notado indicios de lo contrario tampoco.
Tal vez por eso despertaba su interés, porque no conseguía encasillarle, lo cual en parte era frustrante así como algo calculador. Tenía que dejar de analizarle y centrarse en lo que debía hacer: dejar las tonterías a un lado y olvidarse de una idea que era pésima incluso antes de empezar.
Lo mejor sería mantener las distancias mientras fuera posible, claro que con el sábado tan próximo, sus planes no parecían poder funcionar. Menuda idea la de aceptar.
Intentó dejar de pensar en él y terminar la jornada sin percances. Lo cierto era que el resultado en las cuatro cocinas fue bastante bueno, y se sintió muy orgullosa de cada uno de sus alumnos. A pesar de su poca experiencia, ponían todo su empeño, y eso la alegraba.
Sin embargo, su alegría duró hasta poco antes de la hora de comer, cuando Donovan la asedió para hablar con ella. No le permitió escabullirse, como le habría gustado.
Para evitar que alguien les escuchara, salieron hacia la parte delantera de la casa, donde nadie saldría para tomar el aire, porque todo el mundo prefería el bonito jardín o la piscina, y no los aparcamientos, como era obvio.
—Por favor, dime que no has entrado en toda esa polémica de Twitter con Leslie —soltó de golpe.
—Claro que no —replicó con una mirada incrédula—, aunque no es por falta de ganas.
Donovan se amasó los cabellos con nerviosismo y casi con desesperación.
—Tendríamos que haberle puesto fin a esto mucho antes —masculló—, haber enviado un artículo a varias revistas o algo… creí que era mejor que lo dejaras estar.
Ashley le miró sin comprender.
—No es culpa tuya, y pienso que hice bien al seguir tu consejo, porque creo que darle a esto cualquier tipo de publicidad es como poco, impredecible.
De eso no cabía duda.
Se acercó a ella y la sujetó con firmeza por los brazos, pero sin hacerle daño.
—Haré algunas llamadas y lo solucionaré, ¿vale? —aseguró con fría determinación.
Sus ojos azules refulgían de rabia como témpanos bajo la luz y Ashley trató de que se tranquilizara antes de cometer alguna locura que luego los dos tendrían que pagar.
—Sé que tienes muchos contactos, pero necesito que me prometas que hagas lo que hagas, no habrá más mentiras —pidió con seriedad—. Nada de decir que nos hemos tomado unas vacaciones románticas en las Bahamas o alguna estupidez por el estilo.
Donovan la miró fijamente y asintió.
—Nada de estupideces —cedió.
Ashley sabía que intentaba ocultar una sonrisa y bromeó a su costa.
—Sé que te encantan las estupideces —sonrió.
Al final, él imitó su gesto.
—¿Qué puedo decir? Son parte de mi encantadora personalidad. Y no lo niegues, en el fondo hasta te pone…
Ashley soltó una risotada. Alzó los brazos y le envolvió con ellos. Su ex marido, que era un buen amigo y un gran apoyo constante en su vida a pesar de su carácter alocado, también era un pilar fundamental en su vida.
—Gracias por preocuparte y por estar siempre ahí —musitó con la voz rota por las lágrimas reprimidas.
Donovan la apretó más contra él, y acarició su espalda con ternura.
—Siempre quiero lo mejor para ti, aunque a veces pueda equivocarme.
Ashley sintió que se emocionaba.
—Lo sé.
Carraspeó cuando se separaron y Donovan le dio un rápido y casto beso en los labios.
Ashley suspiró y le miró con cariño.
—Me parece que de ahora en adelante, las muestras de cariño deberán ser totalmente fraternales, o Paloma podría pensar que sigue habiendo algo entre nosotros —explicó Ashley ante la mirada de sorpresa de Donovan.
Entre ellos nunca hubo malentendidos, ni reproches, ni celos. Parecía que ni él mismo se daba cuenta de que algo había cambiado en su relación con su nuevo ligue, y que si algo ocurría con Ashley, aunque entre ellos no existía ya más que amistad, podría perjudicar cualquier futuro que deseara con otra persona.
Debían admitir que lo suyo era algo especial, fuera de lo común, y que habiendo terceras personas, su dinámica también tendría que modificarse.
—No creo que le importe; lo nuestro solo es físico…
Las palabras murieron en sus labios cuando se giró hacia la casa. Allí en la puerta estaba Paloma con mala cara. Esta se dio media vuelta y entró como un tornado.
—Mucho me temo que ese punto es discutible para ella. Tienes que aclararte si no quieres hacerle daño. Y también abrirte a la posibilidad de una relación más duradera. Te mereces a alguien que te haga feliz —declaró con una sinceridad desbordante.
Donovan tragó saliva con dificultad.
—¿Crees que ha visto el beso y por eso tenía esa cara de mala leche? —inquirió dubitativo.
Ashley le dio unas palmaditas en el hombro.
—Sé sincero con ella, y sobre todo, mantén una conversación de esas que tanto odias, y explícale lo que ha ocurrido de verdad.
Iba a replicar, pero algo en la cara de Ashley le detuvo.
—Si no lo haces, hablaré yo con ella —amenazó con seriedad—. Le diré que eres un cerdo y que no se acueste más contigo. De ahora en adelante, todo será profesional… e incómodo —soltó con sorna para cabrearle.
Pareció captar sus palabras y Ashley fue testigo de su lucha interior. No era un hombre hecho para los compromisos o las relaciones serias, pero debía hacer algo, ya que todo eso lo había causado él solito.
—Bien —masculló con desgana.
—Bien —dijo triunfal.
Empezó a caminar hacia la casa para que no viera su cara de satisfacción y se retractara, aunque sabía que Donovan no solía romper sus promesas tan fácilmente; y era una de las muchas cualidades que apreciaba de él.
A pesar de que la comida fue incómoda, Donovan logró zafarse pronto al terminar y se llevó consigo a Paloma.
Ashley no les volvió a ver hasta que acabaron con las grabaciones. Parecían muy relajados y felices, al contrario que ella en ese momento. Ese día no se había visto tan bien como los dos primeros, pero trató de que eso no se reflejara en las entrevistas de la tarde. Miró a la cámara y respondió de forma mecánica y profesional a las preguntas que hoy le hizo Deborah sobre todo lo grabado por la mañana. Acabaron más rápido de lo que imaginó, y se alegró por ello.
Esa tarde tenía grandes planes con sus amigas. Unas horas de compras por el centro de Madrid era justo lo que necesitaba para relajarse y distraerse. No podía pensar en nada mejor.
Llegaron a la casa a las once de la noche, después de una tarde increíble de tiendas y confidencias.
Exactamente lo que necesitaba, poder confesar sus pensamientos, sus dudas y secretos a sus mejores amigas, esas que la comprendían tan bien, y que la conocían a la perfección.
Habían vuelto a hablar de Gérard, y cómo no, de Cristian y Leo. Ashley tuvo que aguantar oírlas hablar sobre las proezas sexuales de ambos, y a veces hasta sentía que se sonrojaba. Sus amigas no eran lo que se dice, sutiles en cuanto a sus explicaciones.
Una de las frases más célebres de Erika esa tarde fue:
—Me encanta cómo me lo hace, es como un cavernícola… totalmente animal. Me vuelve loca.
Después de eso, la conversación adquirió un matiz de tres o cuatro rombos, por no decir diez, y acabaron por revelar incluso tamaños y duración de los preliminares con todo lujo de detalles intermedios.
No podía decir que su vida fuera aburrida en algún aspecto de su vida.
Y dudaba que lo fuera nunca.
Para empezar, el sábado tenía previsto ser uno de esos días intensos de principio a fin. Trató de buscar un vestido apropiado para la ocasión, que no fuera elegante en exceso, pero bonito y que la favoreciera, pero no lograba encontrar nada que le resultara adecuado. Cuando llevaban casi dos horas visitando una tienda tras otra, incluso Jenna, que podía pasar un día entero de compras, empezaba a agobiarse.
—¿Qué te ocurre con el sábado? Solo es un cumpleaños —le dijo un instante antes de dar con el vestido perfecto.
Ashley la había mirado sin comprender entonces, y tanto ella como Erika, la observaron con los ojos entrecerrados, tratando de descubrir qué era.
No tardaron en verlo.
—Solo quiero estar guapa. Llevar algo precioso para… bueno… para salir bien en las fotos —comentó vacilante.
Esa patraña no engañaba a nadie, ni a ella misma, y, tras poner los ojos en blanco, se sometió a las mil y una preguntas indiscretas que le hicieron.
—¿Es por Gérard, verdad?
—Te lo quieres ligar, es por eso…
—Sabíamos que te gustaba, aunque digas una y otra vez que no lo ves de ese modo…
—¿Piensas seducirle en la fiesta?
—Deberíamos pillar tequila… ya sabemos cómo te suelta la melena…
Voces chillonas y arqueos de cejas. En eso se convirtió su tarde, se lamentó Ashley.
—Mañana voy a pedir cita en nuestro centro de estética favorito aquí en Madrid. Depilación urgente… y ya puestos, será para las tres. —Erika pensaba en todo.
Esas y otras tantas fueron las viles acusaciones de las que se decían llamar sus mejores amigas.
Qué bien la conocían, tuvo que admitir para sus adentros con cierta vergüenza.
Desde luego no tenía planeado seducirle, pero no le importaría captar su atención de un modo sutil, sin pretensiones. Tampoco deseaba una relación, porque pronto se marcharía a Miami con su familia y todo acabaría, pero no le importaría tener una breve aventura si es que lograba llegar a él.
Tenía serias dudas.