Capítulo 10
Ya era jueves.
Ashley se encontraba de los nervios, pensando en el dichoso vestido que guardaba en su armario, y en los taconazos que lo complementarían. Sabía que se estaba pasando con tanto drama mental, que tal vez empezaba a comportarse como una completa idiota, pero se sentía fuera de sí, como guiada por una fuerza superior a ella. Y por más que la avergonzara, no tenía ganas de ignorarla.
¿Qué más daba si tenía un poco de diversión durante ese mes? No haría daño a nadie.
Lo único que tenía que hacer era procurar que nada de eso interfiriera en su trabajo, en su carrera. Si bien no tenía nada claro lo que haría una vez acabado el curso, desde luego sí tenía intención de seguir haciendo lo que más le gustaba. Ya encontraría trabajo en Miami.
Y si no podía ser, lograría poner en marcha ese sueño que se había quedado a medias y sin cumplir: abriría su propia pastelería donde dar rienda suelta a su creatividad. Nada en el mundo le gustaría más, porque nada la llenaba tanto, a pesar de que pudiera resultar extraño, e incluso frío.
Se puso ropa cómoda para ir a vestuario a cambiarse de nuevo, igual que cada día, pasó por peluquería, y cuando Rocío acabó, Erika la maquilló mientras Jenna se ocupaba de Noemí y las tres estuvieron charlando un rato. Ashley tenía que hacer todo el rato de traductora, pero era divertido ser la intermediaria. A excepción de Miriam y Thais, las más jovencitas del curso, el resto eran personas muy simpáticas.
—Esta chica hace un trabajo increíble, creo que no me va a reconocer ni mi familia cuando salga por la tele —bromeó Noemí.
Al ver que se reía, Jenna la miró sin comprender. Ashley intervino una vez más.
—Dice que está irreconocible gracias a tu gran trabajo con el maquillaje —tradujo para ella en inglés—. Y creo que podríais pedirles a vuestros chicos que os enseñen a hablar castellano, así podríais hacer algo más que guarrerías —se cachondeó—, y hablar con todo el mundo en la casa.
Jenna carraspeó y le dijo«gracias» en español a Noemí. Esta sonrió de oreja a oreja.
—¿Eso es lo único que te ha enseñado a decir Leo? —bromeó Erika con sorna—. Seguro que te da las gracias cada vez que te das un paseo por ahí abajo —soltó antes de carcajearse.
Ashley la imitó y Jenna se limitó a poner un mohín gracioso y petulante.
—Tranquila Noemí, solo bromean entre ellas porque no tienen ni idea de hablar castellano —explicó a su alumna, sin parar de sonreír, para que no se sintiera excluida de la conversación.
—Creo que se llevan muy bien con esos chicos que trabajan con las cámaras todo el día, ¿no? —inquirió con tono casual—. Algo aprenderán este mes.
—De eso no cabe duda —dijo de forma escueta, pero con un tono descarado que no pasó desapercibido para Noemí. La miró comprensiva y se le escapó una risita nerviosa.
—¡Eh! ¿De qué habláis vosotras dos? —preguntó Jenna con curiosidad.
—De que yo llevo razón. Podríais hacer algo más que enrollaros todo el día con vuestros bomboncitos —expuso socarrona.
Jenna negó con la cabeza y trató de reprimir, sin éxito, una sonrisa sincera. Suspiró muy teatral.
Acabaron su trabajo a tiempo con Ashley y Noemí, y juntas se dirigieron hacia las cocinas. Ocuparon sus puestos y después de la presentación de Donovan, este se mantuvo al margen. Erika, Jenna y Paloma permanecieron de público.
—¿Cupcakes glaseados? —chilló Erika con demasiada efusividad.
Ashley la miró con una sonrisa y le guiñó un ojo. La cámara captó el divertido momento, y a pesar de que su amiga se mostró cohibida por haber interrumpido, cuando la enfocaron, puso el pulgar hacia arriba.
—Estoy deseando probarlos —dijo relamiéndose los labios sin cortarse.
Ashley se rió.
—Tranquila Erika, te guardaré unos cuantos solo para ti. Ya sé que eres tan golosa como yo —le dijo en español.
Vio que Donovan traducía el mensaje para ella.
Hubo risas en toda la sala.
—Escóndelos bien —soltó Erika.
—Descuida, los guardaré bien para ti —expuso Ashley.
Más risas antes de comenzar.
Ashley supo que sería una mañana muy entretenida y relajada, y no se equivocó.
Los dulces quedaron riquísimos y muy bien presentados, con los papelitos para magdalenas de color azul claro, el glaseado de mantequilla de un tono claro muy cremoso, y frambuesas a las que Ashley les dio un toque de azúcar glasé por encima.
Sus alumnos hicieron un buen trabajo, en todo momento estuvieron atentos y concentrados, y los cupcakes quedaron con un aspecto muy profesional. Estaba muy orgullosa de todos y cada uno.
Las consistencias variaban un poco en cada grupo, por lo que Ashley se centró en dar consejos específicos a cada pareja para que los tuviera muy presentes. La mayoría tomó nota, menos el grupo tres, que hizo un trabajo excelente. Felicitó a las chicas y casi pudo ver cómo sus egos se inflaban hasta casi explotar.
Ashley podía entender que al ser las más jóvenes, sintieran que debían demostrar que podían hacerlo tan bien o mejor que los más experimentados, pero el grado de competitividad era excesivo para su gusto. Ahora mismo solo estaban para aprender, al igual que el resto, y tomar nota de cada detalle que tuviera que enseñar. No quería ni imaginar cómo se comportarían cuando llegaran los jueces en poco más de dos semanas.
Ni siquiera Gérard, que era el único con experiencia en la cocina, se mostraba tan obsesionado con la perfección.
Desde luego, hacía un buen trabajo técnico en cada paso y demostraba ganas de hacerlo mejor cada día, sin embargo, le notaba más dispuesto a superarse que cegado por ser el número uno. Con las chicas era distinto; había incluso competitividad entre ellas, y era la única cocina en la que había un grado de actividad casi frenética. Algunas veces, Ashley se ponía nerviosa cuando permanecía mucho rato con Miriam y Thais, por lo que procuraba mantenerse a distancia siempre que podía. Incluso para ella, eran demasiado. Tal vez su afán se debiera a que querrían dedicarse a ello de manera profesional, lo que la alegraba, pero nunca habían mencionado nada ni remotamente parecido. No las entendía del todo, así de simple.
Con los demás seguía existiendo un compañerismo que le encantaba. La trataban como a una más, y cada día se sentía más querida. Estar con ellos la hacía olvidar otras cosas, y distraerse de sus preocupaciones. Algo que su teléfono móvil no parecía entender, pensó con sarcasmo, ya que no paraba de ver mensajes y llamadas nuevas cada vez que se atrevía a mirarlo. Ahora había optado por dejarlo en silencio todo el día, y solo responder a las personas con las que tenía cierta confianza, y a sus padres y su hermano, claro. Pasar de ellos no era una opción, y sabía que su preocupación por ella no se comparaba con la de otras personas. Ashley era muy consciente de que muchos solo la tanteaban para saber qué opinaba sobre lo que se decía en internet, y procuraba ser comedida en ese sentido. Empezaba a cansarse de tener que medir cada palabra o reacción.
Sin embargo, creyó encontrar el modo de llevar todo el asunto mejor. Decía que estaba muy ocupada y no hacía mención a ningún tema que pudiera generar controversia.
De momento no iba a peor.
A la hora de comer, Ashley acabó sentada junto a Gérard, y a pesar de la tensión sexual que existía entre ellos, la conversación fue relajada, casi superficial.
No sabía por qué se sentía tan nerviosa a su lado, porque no le pasaba con otros hombres, y eso la dejaba incluso más alterada, de modo que procuró mantener la conversación en terreno seguro.
—Esta tarde, Paloma me va a conseguir algunas cosas que me faltan para la tarta, y creo que va a quedar genial —le explicó.
Le mostró la receta de la tarta que guardaba en el móvil y él le echó un vistazo rápido. Para evitar que Olivia viera lo que hacía, tenía que volverse hacia ella, y estaban tan cerca que Ashley empezó a sentir una inesperada e inoportuna oleada de excitación. Hablar entre susurros e inclinarse hacia el otro, tampoco ayudaba a mejorar la situación.
Cuando miraba sus labios, sentía una necesidad imperiosa de besarlos para saber si eran tan tiernos y dulces como se veían, como creía en su mente. Su leve acento francés también estaba causando estragos en todo su cuerpo.
Se sintió aliviada, en parte, cuando acabaron de comer y cada uno se fue para su lado.
Pudo respirar al fin.
No tardaron en empezar con las grabaciones en el video-confesionario, y la mayoría se fue al jardín para disfrutar de un poco de sol y aire libre antes de volver al interior de la casa. Cuando llegó su turno, se sentó en el cómodo sillón, se puso el micrófono de manera mecánica y dejó que Erika le retocara el maquillaje un poco. Después de comer había aprovechado para cambiarse de ropa y llevaba un cómodo vaquero y una camiseta de tirantes blanca bajo un fino chaleco marrón de piel que tapaba solo la zona de sus pechos. Tenía el pelo recogido en una coleta alta y unos mechones rebeldes que habían escapado, habían sido recogidos tras sus orejas. Tocó de manera nerviosa los pequeños pendientes de diamantes que Donovan le había regalado hacía varios años. Le encantaban, y los llevaba siempre. No podía evitar acariciarlos cuando se ponía nerviosa, y le ocurría cada vez que se veía a sí misma en el dichoso confesionario con una cámara enfocándola y varias personas pululando.
Encendieron la pantalla frente a ella y las grabaciones editadas de la mañana aparecieron como cada día.
Si se centraba en eso y en las preguntas que le hacía Deborah, con su leve acento inglés que no podía ocultar del todo, empezaba a relajarse poco a poco, y eso hizo.
—Erika se emocionó cuando vio lo que ibas a preparar esta mañana —empezó diciendo la ayudante de Paloma a la vez que echaba un rápido vistazo a la pantalla.
Estaba colocada de tal manera, que ambas podían estar pendientes de las imágenes.
—La tengo muy mal acostumbrada, y le encantan cualquier tipo de cupcakes. Es casi tan adicta como yo a estos dulces.
Las imágenes se sucedían y, a pesar de que continuaba viéndose extraña en cualquier pantalla de televisión, con Deborah pasaba el tiempo volando. Era muy simpática, bromeaba y hacía que se sintiera cómoda con sus preguntas. Podía entender que Paloma la adorara.
Después de casi dos horas, se sentía algo extenuada.
—Estamos a punto de terminar —declaró Deborah, entendiendo su cansancio.
El último grupo aparecía en la pantalla, y Camila y Karen estaban cogidas de la mano, observando cómo Ashley le daba el visto bueno al postre y a continuación lo probaba. No pudo mantener su expresión neutra, y ahora tampoco. Se tapó la cara con las manos al verse en la pantalla.
El momento de después fue más divertido. Las chicas probaron los cupcakes y se dieron cuenta de que la textura era demasiado densa. Las dos se miraron y se les escapó una risita nerviosa, pero lo cierto era que en la pantalla se veían más divertidas que afectadas, aunque luego se mostraron serias y le aseguraron que lo harían mejor el próximo día. Estaban preocupadas.
—Batieron demasiado la mezcla y quedó endurecida —explicó Ashley.
—¿Es un problema muy común? —preguntó Deborah.
Ashley admiraba la forma en que ocultaba las ganas de reír, pero lo cierto era que esos instantes no faltaban en ningún programa de los que llevaban grabados. Deborah era muy profesional, y siempre hacía las preguntas correctas en el momento correcto. Cierto que había un guión a seguir para que luego los redactores y los montadores pudieran hacer algo impresionante, unificado y que tuviera sentido para los espectadores, pero todo el equipo era excelente aún cuando había momentos espontáneos, y Ashley se alegraba de contar con personas que sabían lo que hacían.
Ella veía algunos realities en televisión, pero hasta ahora no había comprendido el montón de trabajo que había tras esos veinte o treinta minutos que aparecían en las pantallas de los hogares de millones de personas en todo el mundo. Se trataba de un trabajo a tiempo completo y era consciente de que el equipo echaba muchas horas para que el resultado fuera perfecto.
También ella procuraba dar lo mejor de sí misma.
Tal vez no fuera el mejor trabajo de su vida, ni el más fácil, pero ya que lo estaba haciendo, se lo tomaba muy en serio, y lo haría así hasta el final.
—Es algo muy normal, y solo con la práctica podemos hacer unos bizcochos para estos postres que estén perfectos. Estoy orgullosa del trabajo de todos los grupos, porque ponen todo su empeño en cada receta —dijo emocionada.
—¿También tuviste que dedicarle muchas horas a perfeccionar este tipo de postres?
—Pues claro que sí —admitió entre risas—. Como todo el mundo, tuve que hacerlos un montón de veces, y aprender trucos de personas con mucha práctica.
—¿Alguien en concreto te ayudó con los cupcakes?
—Lo cierto es que una amiga bloguera que tiene su propio programa en Youtube, me enseñó varias cosas que me ayudaron mucho. Este mundo es así, siempre estás aprendiendo algo nuevo. Es algo que me encanta —explicó con toda naturalidad, pero lo cierto es que la emocionaba pensar en ello.
No todos los mensajes que había recibido esos días, y esas últimas semanas, habían sido malos. Muchos eran de apoyo de amigos y conocidos. Durante los años que trabajó con los Kelley, estuvo en contacto con muchísimas personas, y gracias a ellas, también había aprendido a desenvolverse en el mundo como una persona más o menos conocida. No pretendía darse importancia ni aumentar su ego.
—¿Puedes decirnos quién es?
—Claro, no es ningún secreto —bromeó—. Marlene Lee es una buena amiga a la que le debo mucho.
Deborah se quedó sorprendida con la boca abierta y los ojos como platos.
—¿Es la misma Marlene Lee que tiene su propio programa de cocina en Youtube, con millones de seguidores en todo el mundo?
—Sí, la muy pilla se ha pasado a la cocina tradicional ahora —dijo, con un tono de fingido disgusto—, pero ha sido una gran repostera durante más de quince años. Donovan me la presentó al poco de conocernos, y hemos estado en contacto desde entonces. Hace ya poco más de cinco años.
Dijo lo último con nostalgia, con cariño. Había pasado mucho tiempo desde que su vida cambió radicalmente cuando conoció a su ex marido, y a muchas y estupendas personas en Estados Unidos. Y no le molestaba decir y bromear a menudo con que casi toda la culpa era de Donovan. Siempre le estaría agradecida por eso. Cierto que el ser conocida la había agobiado mucho, pero también le había dado la oportunidad de que la gente conociera sus postres, sus creaciones, y muchas de esas personas ahora estaban de su lado, y eso también era muy importante para ella.
No sabía cómo estaría ahora sin su grupo de apoyo, sin sus fans incondicionales que la seguirían contra viento y marea.
Intentó contener las ganas de llorar que tenía en ese momento.
—Espero que la invites a venir alguna vez, y así nos la presentas —dijo Deborah con el rostro iluminado.
Se notaba que estaba más ilusionada con esa noticia que con otra cosa, pero no podía culparla, su amiga era un icono de la cocina y la televisión. Ashley no tenía tan altas aspiraciones, pero admiraba la templanza y la energía de Marlene para llevarlo todo.
Era una fuerza de la naturaleza.
—Puedo invitarla a venir, pero no sé cómo hará para escaparse del trabajo que tiene en la gran manzana.
Bromearon unos minutos más y Ashley le mandó saludos a Marlene. No sabía si emitirían esa parte en el programa y esperaba que su amiga no se molestara por mencionarla. Conociéndola, más bien se sentiría feliz porque se acordara de ella. Esas semanas le había escrito varias veces, y sabía que tarde o temprano le contaría lo que estaba ocurriendo, aunque no en ese preciso momento.
Deborah miró la hora y sonrió. Era obvio por qué la contrató Paloma; su ayudante era otra obsesa del control, de los detalles, de la perfección y de la puntualidad. No fallaba nunca.
No era algo que la disgustara, porque ella también era minuciosa en su trabajo, sin embargo, trabajar junto a personas a las que apenas se las veía relajadas, la tensaba en ocasiones.
Era como ir al colegio.
Estaba contenta por haber terminado la entrevista porque, por más que se dijera a sí misma que se adaptó por fin a todo el proceso diario frente a las cámaras, lo cierto era que aún la ponían nerviosa, al menos hasta que tras unos minutos empezaba a acostumbrarse a ellas.
Dejó el micrófono encima de una mesa plegable y cogió una botella de agua. Tenía la boca seca después de tanto hablar.
Como solo era de medio litro, se la bebió casi entera de una sentada. La llevaba en la mano con el tapón en la otra y llegó a la sala de reuniones, donde estaban Paloma, Donovan, varios alumnos, sus amigas y parte del equipo del programa viendo la televisión.
Estaban concentrados pero no muy felices, sino tensos.
—¿Qué os ocurre?
Uno a uno, todos se volvieron hacia ella con cara de haber visto un fantasma. Entonces se lo explicó. Una conocida voz acompañaba a la imagen de la pantalla. Era Leslie Kelley.
Estaban emitiendo una grabación de un programa americano doblado al castellano. Parecía que la presa sensacionalista española también quería hacerse eco de algo tan absurdo como lo eran las mentiras que decían sobre ella, y por más que lo intentaba, no se explicaba que su vida generara tanto interés mediático.
Dejó de pensar cuando oyó las palabras que salieron con malicia de la boca de Leslie.
No podía creerlo.
La botella resbaló de sus dedos y cayó al suelo, derramando el líquido que aún había en ella. Sus manos parecían de gelatina y el tapón acabó junto a la botella. Un escalofrío muy desagradable la recorrió.
Sintió las piernas flojas.
—Es un poco rarita… una vez la oí decir que nunca llegó a ser chef porque odiaba manipular la carne muerta, pero creo que en el fondo era porque no se le daba bien.
Su discurso fue sellado con una risita diabólica.
—¿Crees que Ashley es vegetariana y por eso nunca llegó a ser chef? Tal vez por eso no superó la escuela de cocina —preguntó la entrevistadora oculta tras la cámara. Solo mostraban la expresión de satisfacción de Leslie.
—Puede ser —dijo asintiendo con ímpetu—. Aunque todo el mundo la haya alabado estos años, no es tan buena en su trabajo, y toda su fama se debe a que se casó con Donovan Harper.
Ashley no oyó nada más. Mientras Leslie decía cosas horribles y personales sobre ella, la mayoría mentiras, empezaron a salir imágenes de ellos dos en la playa, en algunos eventos públicos y otras de momentos íntimos en los que fingían besarse para dar credibilidad a la mayor mentira que había contado jamás.
En el fondo casi se merecía lo que le estaba pasando, decidió. Era cierto que en alguna ocasión había confesado que odiaba tocar la carne cruda a la madre de Leslie, pero de haber sospechado que ella escuchaba, jamás habría revelado algo que la tacharía de “rarita”. Había trabajado muy duro toda su vida, pero no podía negar que fue gracias a la ayuda de Donovan que su fama como repostera creciera. Más tarde vino el boom de su boda, pero solo lo había hecho para devolverle un favor a un gran amigo. Su única intención fue apoyarle del mejor modo que sabía para que consiguiera algunos trabajos en una industria donde la imagen lo era todo, lo que podría parecer absurdo, pero eso era muy importante en los sectores públicos, y la suya de playboy a veces le coartaba sus posibilidades.
Después de la boda, todo cambió radicalmente.
Ahora tendría que pagar por tener secretos. Y lo iba a hacer a lo grande, por lo que se veía. Si esas imágenes estaban en internet y circulando por programas de España, no quería ni imaginar cómo estaría el panorama en Estados Unidos, en casa.
Pensó en su familia, y también en la de Leslie, que igual se vería afectada. Esa ingrata no se daba cuenta de que estaba escupiendo a su propio tejado, y que sin duda el restaurante que ellos habían llevado a lo más alto, estaba recibiendo una fama muy poco recomendable.
Alguien apagó el televisor y se dio cuenta de que había sido Donovan. La miraba con infinita preocupación y tras dejar el mando a distancia en la mesa, quiso acercarse a ella, pero no se lo permitió; dio un paso atrás de manera automática. Necesitaba estar sola. Se sentía mareada, fuera de sí, como si una bruma la envolviera en medio de una pesadilla interminable.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas por la humillación. Ahora el mundo entero conocería sus secretos más íntimos, toda su vida, lo que nunca quiso que ocurriera, y pensarían que no era más que una caza fortunas en busca de fama, cuando la verdad era muy distinta. Todo porque Leslie no la soportaba. No conforme con perderla de vista, parecía querer hundirla del todo. La cuestión era si se iba a dejar arrastrar a ese abismo o iba a hacer algo al respecto.
Algo difícil de meditar en ese momento, cuando solo quería huir y esconderse.
Fue hasta su habitación y se encerró allí. Echó el pestillo y se dejó caer al suelo contra la puerta. Permaneció sentada largo rato mientras lloraba todas sus frustraciones hasta que las lágrimas parecieron haberse agotado.
¿Por qué tenía que pasarle esto?, se lamentó.
Escuchó su teléfono sonando en el bolsillo de su vaquero y sin pensar en lo que hacía, descolgó y se lo llevó a la oreja.
—¿Quién es? —preguntó ofuscada. No le apetecía hablar con nadie, y no sabía ni porqué no había colgado directamente. Demasiado tarde, se dijo.
—Ashley, cielo…
Una voz llorosa la sacó de su estupor. No se esperaba una llamada de Norah a esas horas, ni a ninguna. Se suponía que su antigua jefa estaba pasando su jubilación viajando por toda Europa, sin teléfono, sin televisión, solo pasando tiempo con su marido.
—Norah, ¿qué te ocurre? —preguntó no sin cierta vacilación.
Se sintió culpable porque recordaba vagamente que había visto alguna llamada de ellos entre las decenas que tenía cada semana en su teléfono y, se sintió culpable por lo que estaba pasando, aunque no fuera ella la causante, sino al revés: era la víctima de las acciones de su hija. Seguro que seguían sin tener ni idea de las tensiones que hubo siempre entre las dos, y que no habían hecho más que empeorar con el tiempo.
—Ayer regresamos a Miami y… tuvimos una discusión muy fuerte con Leslie por lo que te estaba haciendo. —Ashley oyó sollozos y un nudo se formó en su garganta—. No teníamos ni idea de que te habías marchado, y tampoco que fuera por su culpa. Lo cierto es que hace una semana llamamos al restaurante para saber cómo iba todo, y Mary nos lo contó, pero no que la cosa estuviera tan mal…
—No fue culpa de Leslie…
Norah la cortó sin compasión y Ashley se sorprendió de que saltara en su defensa como una leona con su cachorro, y no precisamente con su verdadera hija.
—Ni te atrevas a defenderla —espetó enfadada. Ashley supuso que no con ella, sino con Leslie. La cosa no iba nada bien—. Que una de mis camareras más jóvenes tuviera que ser la que nos pusiera al corriente de que te fuiste porque mi hija te hacía la vida imposible, nos ha dejado destrozados a Owen y a mí —matizó—. No pusimos el restaurante en sus manos para que acabara con nuestra mejor empleada y con todo lo demás. —Cogió aire y Ashley pensaba que iba a detener su discurso, pero nada más lejos de su intención—. Se han despedido la nueva repostera, dos camareros y uno de los ayudantes de cocina. No me puedo creer que mi propia hija vaya a destrozar el trabajo de toda nuestra vida. Su legado.
Ashley notó que sus mejillas volvían a humedecerse, y le rompía el corazón el contribuir a ello en cierta medida. Además de sus jefes, los Kelley eran amigos, vecinos, y unas personas muy queridas para ella. Como una segunda familia que sufría por su causa.
Escuchó la voz tranquilizadora y calmada de Owen cerca, que era como un bálsamo para ella. Sabía que si alguien podía dar consuelo a su esposa, ese era él.
—Siento haber dejado el restaurante, pero no podía continuar. Todo cambió desde que no estáis allí —declaró con tristeza. Owen permanecía a la escucha junto a Norah.
—Lo sabemos, y no te disculpes —la riñó con firmeza y a la vez con cariño—, porque lo que está haciendo mi hija no tiene perdón posible. Ya nos han contado lo mal que te lo hacía pasar mientras trabajabas, y también las cosas que ha ido publicando por el internet ese —se lamentó él. Eso último casi hizo reír a Ashley, porque sus antiguos jefes no eran muy amantes de las tecnologías.
Estaba claro que todos sus ex compañeros estaban al tanto de los ataques de Leslie en las redes sociales, y no quería ni imaginar lo que todos pensarían de ella. Siempre se habían llevado bien, con unos más que con otros porque no con todos coincidía a diario, pero jamás había tenido problemas con nadie a excepción de Leslie.
—Queremos mucho a nuestra hija, y también te queremos a ti, y por eso me cuesta imaginar qué ha podido pasar entre vosotras. Aunque no he visto que seáis amigas íntimas, habéis trabajado juntas durante varios años —añadió pensativa—. ¿Ha pasado algo que Owen y yo desconozcamos? —inquirió con voz pausada.
Ashley suspiró.
—No, Norah. Jamás hemos discutido ni nada parecido, y te aseguro que no sé qué es lo que está pasando —mintió a medias.
Sospechaba lo que podía ser, pero nunca se había encarado con Leslie y dudaba que esta quisiera ofrecer una explicación razonable. Nada de lo que estaba pasando lo era.
Podrían ser celos, envidia, resentimiento por Donovan o por su buena relación con sus padres, porque no creía que fuera por el restaurante. Leslie siempre había estado por encima en la jerarquía, ya que era la dueña, y más tarde fue la encargada de todo. Ashley lo había asumido y jamás puso en duda su lugar, por lo que no creía que su odio se debiera a eso. Y como ella misma había mencionado a Donovan en algunas pullas públicas, la hipótesis de los celos era algo a tener en cuenta.
Lo que no entendía era por qué Leslie la tomaba con ella de esa forma. No es que le faltaran hombres, ya que le parecía más o menos atractiva cuando no le dedicaba una de sus mortíferas miradas o expresiones de desagrado.
Tal vez su error fue no plantarle cara en su momento. Tendría que haber sacado todo eso y ahora quizás podría verlo todo con más claridad.
O quizás no. ¿Cómo saberlo a ciencia cierta?
—¿Puedo saber qué ha ocurrido con Donovan?
Los Kelley eran de las pocas personas que sabían la verdad sobre su divorcio, porque les tenía mucho cariño, y a Ashley no le pareció bien mirarles a la cara y mentirles cada día. Donovan les adoraba también, de modo que estuvo de acuerdo. Además, eran personas de fiar y lo habían demostrado con creces esos casi cuatro años que hacía desde aquello.
—Estamos juntos, en España.
—¿Juntos, de nuevo? ¿Vais a volver a casaros? —la interrumpió con voz chillona.
—Nooo, ni hablar. Estamos trabajando los dos en un proyecto que está muy bien, y por ahora no puedo contarte más, pero te prometo que dentro de unas semanas iremos a veros si aún seguís en Miami, claro —puntualizó.
Aún quedaban muchos días para eso, y no sabía si tenían pensado volver a viajar. De momento creía que se dedicarían a salvar el restaurante, que no tenía ni idea de cómo estaba en estos momentos. Miedo le daba preguntar.
—Bueno, trabajar con tu ex marido debe de ser un tanto extraño, ¿estás segura de que no quieres volver a trabajar para nosotros? —preguntó insegura.
—No te preocupes, ya sabes que nosotros somos buenos amigos, y… es una oportunidad que no podía rechazar. Seguro que cuando pueda contarte detalles, te gustará la idea —le aseguró algo más animada.
—Donovan siempre me pareció un buen chico, aunque un poco alocado en cuanto a las mujeres. Ojalá se hubiera enamorado de ti de verdad. Seríais un matrimonio perfecto, pero bueno, supongo que si vosotros estáis de acuerdo, llevaréis vuestras vidas por separado lo mejor que sepáis —declaró comprensiva.
Ashley suspiró.
—Es mejor así, porque yo tampoco siento ese algo especial por él, y me parece que para que funcione, debe existir una conexión más profunda y verdadera —meditó.
—Cierto —meditó en voz baja—. Seguro que algún día lo encontrarás, cielo. Solo debes tener los ojos bien abiertos para que no pase de largo sin que te des cuenta.
Ashley sonrió con los ojos aún llorosos. Esa frase se la había dicho en más de una ocasión.
—Tendré los ojos abiertos —prometió.
—Bien —susurró con emoción.
Se despidieron, y Owen aprovechó unos segundos para saludarla y recordarle que siempre les tendría para lo que hiciera falta. Fue una despedida agridulce.
Ashley se recompuso como pudo y fue a lavarse la cara al cuarto de baño. Tenía los ojos rojos e hinchados, pero necesitaba ir a por una botella de agua, de modo que se acercó a su puerta e intentó oír algo a través de ella, porque no le apetecía encontrarse con nadie en ese momento.
Ningún ruido. Bien.
Salió sin romper el silencio y echó un vistazo a la sala y al pasillo contiguo por si alguna puerta estaba abierta. Nada.
Sin embargo, cuando se dio la vuelta, se topó con un pecho musculoso. Alguien acababa de subir la escalera y ella ni se había percatado, porque había estado más pendiente de que no hubiera nadie por allí cerca, que no se dio cuenta de que podría haber gente aún abajo.
Levantó la mirada y se encontró con unos ojos azules profundos que la observaban con intensidad.
Era Gérard, que la sujetaba con sus cálidas manos por sus brazos. De no haber sido así, Ashley probablemente hubiera caído por la escalera. Tenía que prestar más atención, se riñó.
—Lo siento, andaba despistada —forzó una sonrisa, pero no supo si llegó a conseguirlo, porque Gérard la miraba con más preocupación por momentos.
—Tranquila, yo… —carraspeó con nerviosismo—. Todo el mundo se fue ya a descansar, y salí un momento para tomar el aire.
Ashley asintió.
Gérard se dio cuenta de que la tenía sujeta por los brazos, y que estaban demasiado cerca, y retrocedió avergonzado cuando subió el último escalón.
—Creo que yo también iré a tomar el aire. Me vendrá bien —soltó sin saber muy bien qué decir.
—¿Quieres estar sola?
¿Quería? Lo cierto era que no era así. Le dedicó una sonrisa sincera y negó con la cabeza.
—Bien pues, te acompaño —soltó impulsivo.
Hizo un gesto para que ella pasara y Gérard meditó sobre lo que estaba haciendo. No quería meterse en sus asuntos, ni molestarla en un momento tan delicado de su vida, pero ver sus ojos rojos por haber estado llorando, le hizo darse cuenta de que eso no le gustaba, y le dolía.
Estaba claro que Ashley no se merecía aquello, y también era consciente de que no la conocía en realidad, de modo que su propia actitud le sorprendía.
No quería profundizar sobre ello, porque los sentimientos no eran su fuerte, y tan solo intentaría ser un amigo para ella, para que se desahogara, y se diera cuenta de que tanto él como la mayoría, la apoyarían y no la juzgarían.