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28

La tercera encrucijada

Los designios de los dioses siempre se acaban cumpliendo.

Esa frase se repetía una y otra vez en mi cabeza mientras contemplaba la mirada vidriosa y acusadora de Ragnar, sintiendo que se clavaba en mi pecho a medida que su sangre cubría mis manos en aquel instante detenido en el tiempo. Escuché tras de mí el eco de su mandoble cayendo al suelo y rebotando contra el mármol con un repiqueteo metálico. Sus dedos recios pero trémulos se cerraron en torno a mi muñeca, la apretaron y tiraron hacia atrás para obligarme a retirar la espada ensartada en su cuello.

Sabía que no era una buena idea y, aun así, no tuve la fuerza de voluntad para negarme a hacerlo. El filo salió con un silbido, permitiendo que la sangre brotara como un torrente de la garganta abierta de Ragnar. Sus labios se agitaron, como si trataran de formar unas palabras que no les era posible pronunciar. Sus rodillas cedieron y, por un momento, quedó casi a mi altura, todavía con los ojos fijos en los míos. De su boca salían gemidos incoherentes. Se agitó como si pretendiera levantarse, pero acabó cayendo hacia delante. Sentí su peso al apoyarse sobre mi hombro izquierdo y su mano aferrándose con fuerza a mi brazo, mientras se iba deslizando poco a poco hasta el suelo.

Yo no me había movido ni un ápice. Seguía impresionado por lo que acababa de ocurrir. En cuanto el rostro de Ragnar desapareció de mi ángulo de visión, fue reemplazado por el de Mareck, que observaba la escena a poca distancia. Su expresión era la imagen misma de la incredulidad. Tenía la boca abierta, los ojos desorbitados, el entrecejo contraído y la palidez de quien había sido testigo de un acto horrendo. Fue ese gesto contrariado el que me hizo ser consciente de lo que había hecho.

Había matado a Ragnar.

Todo mi afán por protegerle había culminado con mi propia espada poniendo fin a su vida. De repente, me faltaba el aire. El cuerpo de Ragnar terminó de resbalar hasta el suelo y se quedó allí, boqueando, ahogándose en su propia sangre. Sus dedos se clavaron con fuerza en mi brazo y después se aflojaron. En un inútil intento por redimir mi falta, le di la vuelta y traté de detener la hemorragia cada vez más abundante. La sangre salía a borbotones bajo mis manos temblorosas, reptaba por las rendijas de las baldosas y se convertía en un creciente charco oscuro.

Por supuesto, mis esfuerzos no sirvieron de nada. Con un último estremecimiento, el hombre que me había dado la oportunidad de ascender hasta lo más alto, que había depositado su confianza en mí hasta el punto de poner el destino de su imperio en mis manos, dejó escapar su postrero aliento. Sus ojos me devolvieron una mirada vacía cargada de acusaciones.

Por tercera vez, un acto impulsivo me había llevado a cometer un error imperdonable.

Me quedé de rodillas junto a él, incapaz de asumir la escena que tenía ante mí. La sangre que manchaba mis manos pesaba como si fuera plomo, era una masa pegajosa cuyo olor denso me subía hasta la nariz y se hundía hasta lo más hondo de mi pecho, provocándome un escalofrío y un continuo temblor que recorría mis extremidades.

Un grito estremecedor cortó el aire y penetró en mis oídos como una aguja al rojo. Al principio, creí que había sido fruto de mi imaginación, pero al alzar la vista me encontré con la mirada desgarrada de Mareck y supe que había salido de sus labios. La furia que se había marcado en el rostro de Ragnar al creer que le había traicionado no era nada en comparación con el odio que rezumaba el de Mareck. Nunca antes me había mirado de esa forma. De hecho, en toda mi vida solo había visto tanto rencor en una ocasión: reflejado en un espejo el día en que supe que mi tío Sten había muerto. Era el rostro de alguien que acababa de perderlo todo.

En medio de aquella marea de confusión en la que me veía inmerso, tuve una revelación. Le había robado su momento de gloria. Al final, había cumplido mi promesa, le había arrebatado aquello que más le importaba: su razón de ser. En cierto modo, me sentí aliviado, como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Pero no había satisfacción alguna en aquella victoria, solo un vacío asfixiante.

Para Mareck, sin embargo, lo que había hecho era inaceptable. Su gesto retorcido se intensificó cuando un nuevo grito salió de sus labios.

—¡Eres un despreciable bastardo! —me increpó, casi desgañitándose. Echó a correr hacia mí con la espada en alto—. ¡Voy a matarte, maldito hijo de puta!

Se abalanzó sobre mí dominado por una ira ciega, dispuesto a cumplir su amenaza. Debería haberme defendido, pero me encontraba tan conmocionado por lo sucedido que no fui capaz de reaccionar. Cuando la hoja de su espada estaba casi encima de mí, Jurian se interpuso entre los dos y bloqueó el ataque de Mareck. Este entornó los ojos, sorprendido y disgustado por la interrupción.

—¡Aparta de en medio, Jurian! Voy a arrancarle las entrañas a ese malnacido.

—¿Es que habéis perdido el juicio? —repuso el caballero extranjero.

—¿No has visto lo que ha hecho esa maldita sabandija? ¡Me ha arrebatado la oportunidad de derrotar al Coloso!

—¡Claro que lo he visto, todos lo hemos visto! Razón de más para no alzar vuestra arma contra él, acaba de librarnos del tirano al que veníamos a detener.

—¡Los dioses me eligieron a mí para ese cometido! ¡Llevo toda la vida preparándome para este momento! —Mareck estaba fuera de sí. Alzó la cabeza por encima del hombro de Jurian para mirarme directamente a los ojos—. ¡Esto no va a quedar así, maldito! ¡Te vas a arrepentir de lo que has hecho!

Toda aquella situación parecía una pesadilla de la que no podía despertar. Ragnar yacía delante de mí, con el rostro congelado en una expresión de agonía, su sangre cubría el suelo y mis ropas. Mi mayor enemigo intentaba matarme por ello y ni siquiera me importaba. El odio que había alimentado mis ansias de venganza ya no era más que un débil susurro. Solté un resoplido cansado.

—No debiste provocarle con tus mentiras —le dije a Mareck con apatía—. Esto es en parte culpa tuya.

Me enseñó los dientes, soltando un gruñido furioso, y arremetió contra Jurian para tratar de apartarle a base de golpes y empujones.

—¡Bastardo miserable! ¡Quítate de en medio, Jurian! ¡Voy a matarlo, aunque sea lo último que haga!

Ambos forcejearon, Mareck tratando de llegar hasta mí con los rasgos contraídos por el odio, Jurian esforzándose por impedirlo. Sveinn y Xander se habían quedado a un lado y observaban anonadados la disputa, hasta que el puño de Mareck se estampó contra la cara de Jurian y decidieron que era el momento de acudir en su ayuda. Entre los dos sujetaron los brazos de Mareck, apartándole de su contrincante.

—¡Soltadme! —gritó exaltado, mientras se sacudía violentamente—. ¡He dicho que me soltéis!

—Mareck, cálmate. Seguro que encontramos una forma de solucionar esto —dijo Xander.

—¿Solucionarlo? ¡Me ha arrebatado mi momento! ¡El Coloso está muerto y no ha sido por mi mano! ¿Cómo demonios piensas solucionar eso?

Xander apretó los labios, sin saber muy bien cómo responder.

—El primer paso es dejar de actuar como un salvaje —sugirió Jurian en tono severo. Se frotaba la herida en el labio que le había ocasionado el puñetazo de Mareck.

—Jurian tiene razón, debes tranquilizarte —dijo Sveinn.

Mareck intentó liberarse de los brazos que le sujetaban varias veces, antes de recuperar la compostura. Finalmente, tomó aliento y se quedó quieto.

—Está bien, está bien. Ya me encuentro mejor, ¿vale? Haced el favor de soltarme de una vez.

Sus amigos le hicieron caso, aunque de forma reticente. Estaba claro que temían que volviera a alterarse. Se hizo un silencio incómodo. Se miraron unos a otros, con la duda y la inquietud patentes en sus rostros.

—¿Y ahora qué? —dijo Mareck al fin. Su voz estaba más apagada, pero aún se notaba el resentimiento en ella.

—¿Seguro que está muerto? —musitó Xander, mirando al Coloso.

—¿Alguna vez has visto a alguien sangrar tanto y vivir para contarlo? —repuso Sveinn.

—Entonces se acabó. Shador tendrá que retirar sus tropas de nuestras ciudades. Hemos recuperado Celiras.

—Supongo que sí. Deberíamos estar contentos.

Pero no lo estaban. Ninguno en aquella sala estaba satisfecho con aquel resultado, aunque nuestras razones fueran muy distintas.

—Debía ser yo quien acabara con su vida —mascullaba Mareck—. No lo entiendo.

—Creo que ahora lo prioritario es volver con los nuestros, la reconquista de las capitales no habrá terminado hasta que tengamos el completo control sobre ellas —sugirió Sveinn.

—Sí, tienes razón. —Mareck hizo una pausa—. Pero antes nos convendría llevar una prueba de su muerte, eso alentará a los shadorianos a rendir las armas.

Se agachó junto al cadáver y, tras echarle un largo vistazo, intento arrebatarle la banda de oro que lucía en su frente. Le agarré la mano de inmediato. Sus ojos volvieron a cruzarse con los míos y el odio resurgió en ellos.

—¡Suéltame! —ordenó.

—No dejaré que te lleves su corona. No te pertenece.

—¿Quieres darme más motivos para querer matarte? Porque te aseguro que ahora mismo me sobran.

Le empujé a un lado. Ese fue el detonante para la pelea que vino a continuación. Todavía no me encontraba en plenas facultades, de modo que encajé más golpes de los que me habría gustado. En cualquier caso, antes de que empezásemos a luchar en serio, sus amigos nos separaron. Jurian me sujetó y me obligó a incorporarme, para después llevarme lejos del cuerpo de Ragnar. Descubrí que no tenía ni fuerzas ni ganas para resistirme. Xander hizo lo propio con Mareck, que seguía intentando quitarle al deviet su corona.

—Vamos, basta ya. Dejad esa corona donde está, no merece la pena pelearse por ella —le sermoneó Jurian en un tono resignado que se parecía mucho a la forma en que un padre regañaría a su hijo.

—No creo que a un muerto le importe una mierda lo que hagamos. Es algo sabido por todos que cuando se derrota a un enemigo sus posesiones pasan a ser un trofeo de guerra.

—No sois vos quien se ha ganado ese derecho —sentenció Jurian.

Mareck recibió esas palabras como una puñalada. El dolor que le habían provocado se reflejó en sus ojos por un instante. Con gesto consternado, se liberó del brazo de Xander y se apartó del cuerpo tendido en el suelo.

—Será mejor que nos vayamos ya —dijo con voz cansada—. Sveinn tiene razón, los nuestros nos están esperando. Debemos comunicarles las buenas nuevas. Además, los shadorianos no tardarán en venir en busca de su rey, si nos hallan junto a su cadáver, tendremos problemas.

Se dirigieron a paso lento hacia la puerta de la sala.

—Esperad, ¿qué pasa con él? —preguntó Jurian, señalándome.

Yo me había separado del resto. Tenía un enorme dolor de cabeza, cada latido retumbaba en mis oídos y me golpeaba como un mazado demoledor. La herida palpitante de mi hombro acentuaba aún más mi malestar. No podía dejar de lanzar miradas furtivas a Ragnar y, cada vez que lo hacía, notaba un nudo en la garganta. Estaba agotado. Me apoyé contra una pared y me deslicé por ella hasta quedar sentado en el suelo. Las voces de los cuatro hombres que estaban conmigo en aquella sala resonaban lejanas. Estaban discutiendo sobre mí, pero no les estaba prestando mucha atención. Solo escuchaba algunas frases sueltas.

—No podéis estar hablando en serio —protestaba Jurian—. Si los shadorianos lo encuentran aquí, manchado de pies a cabeza con la sangre de su líder, lo ejecutarán.

—Pues no veo dónde está el problema —contestó Sveinn.

Alzaron las voces en una charla incoherente que las punzadas que sacudían mi cabeza no me dejaron entender. Apreté los dientes tratando de acallarlas.

—En ese caso, lo mejor es que lo matemos ahora y le ahorremos sufrimiento —decía Mareck.

—Sí, de hecho estaríamos haciendo justicia. Ese bastardo ha matado a miles de los nuestros, no deberíamos dejarlo con vida —añadió Sveinn.

—No permitiré que le toquéis un solo pelo. Ese muchacho ha acabado con el tirano que ha tenido a Celiras bajo su yugo durante décadas, nos ha traído la paz. Es él quien ha cumplido la profecía que los oráculos vaticinaron. Merece una compensación, no un castigo —repuso Jurian.

—Opino lo mismo, lo ocurrido hoy lo cambia todo —afirmó Xander.

Sveinn elevó la voz en protesta y profirió varios insultos, que apenas entendí. Me sentía mareado. Apoyé la cabeza contra la fría madera que recubría el muro y cerré los ojos. Es posible que me quedara dormido unos minutos. De repente, Jurian estaba a mi lado. Me agarró de la cintura y pasó mi brazo por encima de sus hombros para levantarme del suelo.

—Vendrá con nosotros, os guste o no —le escuché decir—. Un caballero no deja atrás a otro, sean cuales sean las circunstancias, es una cuestión de honor. Lo que haya hecho en el pasado ahora carece de importancia, y si, como vos mismo habéis afirmado, fue todo fruto de una compleja conspiración para acercarse al Coloso, será el rey quien tendrá que decidir al respecto.

—El rey no debe enterarse de esto de ninguna manera —la voz de Mareck sonó intimidante.

—¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Mentirle? —dijo Xander.

—Xander, pero ¿tú de qué lado estás? —protestó Sveinn—. Liam se ha dedicado a matar inocentes desde que salió de la Academia. Su mera existencia es una amenaza.

—Razón de más para contar al rey Holden los hechos. Liam debería someterse a un juicio justo y pagar por sus crímenes de la forma que nuestro soberano considere adecuada. No somos quienes para tomarnos la justicia por nuestra mano.

—¡Basta ya! —gritó Mareck—. Podemos discutir este asunto en otro momento, ahora la prioridad es escapar de este lugar. Pero antes, debéis prometerme que no saldrá una palabra de vuestros labios sobre lo que ha ocurrido en esta torre. Los celirianos confían en mí, han puesto todas sus esperanzas en que yo haría realidad la profecía y acabaría con el tirano. Si se enteran de que no ha sido así, perderán la fe y todos nuestros esfuerzos por recuperar el reino podrían venirse abajo.

—Cuenta conmigo —dijo Sveinn.

—No me parece bien, pero supongo que por ahora es nuestra mejor opción —aceptó Xander a regañadientes.

—Con una condición —repuso Jurian—. Liam vendrá con nosotros y, cuando todo esto haya acabado, tendremos una larga charla sobre lo que ha acontecido en esta sala y cómo actuar al respecto para que la verdad salga a la luz.

Mareck apretó los labios en una fina línea.

—Ya hablaremos sobre ello. Larguémonos de aquí.

De forma apresurada, nos dirigimos a la puerta de la sala. Jurian me sujetó y me arrastró con él; no estaba seguro de si intentaba ayudarme a caminar o si quería asegurarse de que no me separaba de su lado. En cuanto vi las escaleras, recordé las órdenes que le había dado al soldado shadoriano justo antes de que ellos llegaran. Me paré en seco, obligando a Jurian a detenerse también.

—No os molestéis, no hay salida —musité.

—¿Cómo dices? —Mareck se volvió hacia mí con el ceño fruncido.

—Lo que oyes. El camino está bloqueado, no podemos salir por aquí. —Todos me miraron con una mezcla de recelo y confusión—. Los Roran que protegían la torre recibieron órdenes de sellar todos los accesos en cuanto supimos que habíais entrado. Si las han cumplido, y estoy seguro de que así será, habrán hecho estallar las puertas con polvo de fuego. Si bajamos por esas escaleras nos encontraremos de frente con al menos una treintena de ellos y vuestros aliados no tendrán ocasión de ayudaros.

—¡Maldición! ¿Estamos encerrados aquí dentro? —Sacudió la cabeza, enfadado.

—Habrá que buscar una forma de evitarlos si no queremos tener que enfrentarnos a ellos —sugirió Xander.

—¿Y cómo? —preguntó Sveinn, agitando las manos—. Ahora mismo deben estar dirigiéndose hacia aquí. Por lo que sabemos, esas escaleras son el único acceso, esta torre es demasiado alta para que podamos descolgarnos por una ventana.

—Podríamos escondernos en alguna habitación.

—¿Crees que no van a buscarnos? —resopló burlón—. ¡Saben que hemos entrado y el cadáver de su rey todavía está caliente!

Volví de nuevo la mirada hacia la figura yacente de Ragnar. Mi espada ensangrentada estaba tirada a su lado, como una prueba innegable de mi culpa. En cuanto los shadorianos irrumpieran en la sala, ejecutarían en el sitio a todos los presentes. Mi vida corría tanto peligro como las suyas. Y a pesar de mi falta de ánimo, todavía no estaba preparado para aceptar el abrazo de la Dama Blanca. Era un superviviente, siempre lo había sido. No iba a rendirme tan fácilmente.

—Conozco otra salida —dije entonces, apartándome de Jurian.

Con paso inseguro, crucé hasta el otro lado de la sala, donde todavía permanecía abierta la puerta lateral. La habitación contigua era pequeña y estaba sumida en la penumbra. Busqué a tientas el panel suelto tras el que se escondían las escaleras del servicio. Un sonido hueco me reveló lo que buscaba.

—¿Qué hacéis? —preguntó Jurian, situándose detrás de mí.

Los demás nos observaban desde el umbral de la puerta. Señalé el túnel encajado tras la pared.

—Por aquí se puede acceder a las bodegas. Una vez allí, salir de la torre será cosa hecha.

Volví a la sala principal solo para coger una de las antorchas que colgaban de las paredes. Con la llama iluminando mi camino, entré en el hueco sin esperar a que los demás me siguieran. Sus pasos cautelosos no tardaron en dejarse oír.

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Cuando abrí los ojos, los recuerdos estallaron en mi cabeza como esquirlas afiladas y me provocaron una punzada de dolor. Todo estaba a oscuras. Esperé hasta que la penumbra que me rodeaba se fue disipando y me permitió discernir las formas que tenía delante. Estaba en una habitación muy estrecha, tumbado sobre un catre cuyo jergón era tan duro como una piedra. Aparte de una estantería medio vacía y una silla de madera, no había gran cosa.

Me incorporé lentamente mientras trataba de acordarme de cómo había llegado hasta allí. A mi memoria solo acudían pequeños fragmentos de lo ocurrido tras haber escapado de la torre de Caribdia. El caos en las calles, los gritos mezclados con el crujido de las espadas, las llamas asediando en cada esquina entre los restos descompuestos de edificios que se desplomaban en pedazos, una lluvia de cenizas que caía como una nevada plateada… Habíamos echado a correr por las calles de Caribdia, internándonos en aquel laberinto confuso, y al no poder distinguir entre aliados y enemigos, alguien de nuestro grupo sugirió buscar refugio hasta que todo se calmara. Acabamos entrando en una de las casas, la que estaba más alejada de los fuegos que crepitaban en el centro de la ciudad.

No sabía cuánto tiempo había pasado.

Me quedé sentado sobre el catre, notando que mis músculos doloridos protestaban con cada movimiento que hacía. Tenía los cordones del jubón desabrochados. Bajo él asomaban las vendas que cubrían mi hombro izquierdo. Supuse que alguien se había ocupado de mis heridas, aunque no lo recordaba.

Los dueños de aquella casa debían haberla abandonado hacía tiempo, por el aspecto desaliñado que presentaba la habitación. Había una capa de polvo cubriendo la madera y largas telarañas colgando en los rincones. Tal vez había pertenecido a una de las familias que partieron de las capitales durante el asedio para acabar muriendo al otro lado de las murallas. A modo de puerta, una cortina de gruesa tela remendada separaba el cuarto de la estancia contigua.

Escuché el rechinar de una puerta abriéndose y los pasos firmes de alguien que entraba en la casa. Me apoyé contra la pared para mirar a través de un hueco en la cortina, procurando no ser descubierto.

Era Sveinn quien acababa de llegar, su figura se recortaba contra la luz del exterior. Era de día. Saludó con un gesto a alguien que estaba sentado en una mesa, en el centro de la habitación. Me daba la espalda, pero por los rubios cabellos rizados supe que se trataba de Xander.

—¿Alguna novedad? —preguntó a su compañero.

—Hemos conseguido controlar el puente y la parte oeste de la ciudad. Pero todavía quedan muchos reductos enemigos. El combate sigue encarnizado en la periferia, hay muchos ciudadanos shadorianos que se han levantado en armas contra nosotros y se refugian tras parapetos improvisados. Llevará tiempo recuperar las capitales.

—¿Qué hay de Mareck? ¿Ha conseguido hablar con el duque?

—No le he visto en todo el día. —Sveinn señaló con la cabeza el cuarto donde me encontraba y me apreté más contra la pared, por si acaso. Me fijé en que llevaba parte del rostro vendado—. ¿Ha despertado?

—Todavía no. —Xander hizo una pausa—. ¿Qué vamos a hacer cuando despierte?

—No lo sé, Xan, no lo sé. Nada ha salido como esperábamos, quién sabe lo que ocurrirá a partir de ahora. Tendremos que hablar con Mareck y decidir entonces. Voy a echarle un vistazo.

Me apresuré a tumbarme de nuevo en la cama. Cuando Sveinn apartó las cortinas, cerré los ojos y me quedé totalmente quieto, cuidando que la cadencia de mi respiración fuera regular. Momentos después, escuché que las cortinas volvían a cerrarse y los pasos de Sveinn se alejaban.

—Me vendría bien que me echaras una mano —dijo a continuación—. Hay varios incendios en las calles colindantes, convendría sofocarlos antes de que se propaguen. No llevará mucho tiempo, no creo que se despierte antes de que regresemos.

—De acuerdo, vamos. —Xander se levantó de la silla y ambos se pusieron en marcha.

Oí el crujido de la puerta al cerrarse y volví a incorporarme. Al asomarme, vi que me había quedado solo en la casa. Era mi oportunidad para salir de allí, no pensaba quedarme aguardando a que me entregaran a los celirianos.

Aparte de mi uniforme, no llevaba gran cosa encima, solo mis cuchillos arrojadizos y un estilete. Un rápido vistazo a la casa bastó para cerciorarme de que allí tampoco había nada que pudiera serme de utilidad. No obstante, sobre la mesa había una bolsa de piel en cuyo interior vi el brillo de algo metálico. Al abrirla, me encontré con una incómoda sorpresa. No se trataba de ningún arma, como había supuesto. Era la corona de oro de Ragnar. El bastardo de Mareck debía haberla cogido justo antes de que escapáramos por la escalera del servicio. Torcí el gesto, molesto por aquel hurto a traición.

—No voy a permitir que te la quedes ni que se la entregues al cobarde de Holden —musité para mis adentros, volviendo a guardar la corona dentro de la bolsa.

Me la colgué a la espalda y abrí con cuidado la puerta. Afuera, el paisaje era desolador. Las cenizas cubrían el suelo como un manto gris que se deshacía al pisarlo. El humo envolvía el ambiente a modo de mortaja, en la que flotaban pequeñas ascuas que me recordaban a los fuegos fatuos que solían aparecer en los cementerios al anochecer. No había nadie a la vista, salvo los incontables cadáveres esparcidos por doquier.

Aventurarme a atravesar la ciudad en pleno día habría sido una locura. Los soldados celirianos estarían por todas partes y, en cuanto Xander y Sveinn descubrieran mi ausencia, pondrían a todo el mundo en alerta. Tampoco podía confiar en los shadorianos, quizá ya hubieran deducido que yo había tenido algo que ver con el asesinato de su deviet. Mi mejor alternativa era esconderme en un lugar seguro y esperar a que todo pasara. Y el único lugar en el que no me buscarían era bajo tierra.

Por fortuna, había estudiado con detenimiento el recorrido de los túneles subterráneos. Había más entradas aparte de las que pasaban por debajo del palacio y yo las conocía todas. En cuanto pude orientarme, fui en busca de la más cercana.

La hallé en el sótano abandonado de una casa que se había venido abajo. Entre las vigas que se habían desplomado unas sobre otras, conseguí colarme por los escalones de madera que llevaban abajo y, una vez allí, me costó gran esfuerzo dar con la trampilla, que estaba oculta tras unos barriles de cerveza vacíos. Forcé la cerradura con una improvisada palanca.

Los corredores excavados en la tierra eran tan oscuros como húmedos. Caminar por ellos era complicado, en ocasiones se hacían tan estrechos que me veía obligado a arrastrarme por el suelo. Prendí un trozo de madera que había recogido del exterior y me adentré en aquella galería.

No tardé mucho en darme cuenta de que no sobreviviría ahí escondido el tiempo suficiente si no conseguía provisiones. Estuve meditando durante largas horas en busca de una solución, hasta que por fin di con el plan perfecto. En las despensas de la torre de Caribdia aún quedaban víveres para aguantar durante semanas. Me había colado decenas de veces en lugares fuertemente vigilados, podía hacerlo otra vez.

Esperé hasta la noche antes de ponerme en marcha. Después, localicé el túnel que discurría bajo el palacio, el mismo que habría tomado con Ragnar si este hubiera tenido la sensatez de hacer caso a mis consejos. Llegar hasta las bodegas fue bastante sencillo.

La torre ya no estaba vigilada, no quedaba en ella nada que los shadorianos quisieran salvar. Aunque me encontrara con alguno de ellos, o con celirianos que hubieran entrado a saquear, no serían demasiados para suponer un problema. Me acerqué a las cocinas y recogí todos los alimentos que pude cargar. Después de todo, desconocía cuánto tiempo tendría que aguantar en el subsuelo hasta que se abrieran las murallas y me fuera posible hallar una vía de escape.

Ya que estaba allí, decidí correr el riesgo de subir hasta la que había sido mi alcoba durante los meses que duró el asedio. Temía que ya la hubieran desvalijado, pero cuando llegué todo estaba tal y como lo había dejado la noche en que todo se vino abajo. Agarré mi capa, los ungüentos y potingues que me parecieron más útiles, y, por supuesto, todas las armas que podía llevar encima. Con eso estaba más que preparado para lo que pudiera surgir.

Regresé a las galerías ocultas bajo Caribdia. Y esperé.

Me había quedado otra vez sin nada. Todos mis esfuerzos por prosperar en un mundo que no hacía más que rechazarme se habían vuelto a ver reducidos a cenizas. Pero seguía con vida. Eso era lo más importante.

Hallaría otro lugar donde empezar de cero, tal vez más allá de las fronteras, tan pronto como pudiera librarme de las garras de celirianos y shadorianos, ya que sin duda ambos bandos habrían puesto precio a mi cabeza.

Pero en ese momento, la sangre de Ragnar todavía me pesaba en las manos. Una parte de mí mismo había muerto también en aquella torre, cerrando el capítulo más oscuro de mi propia historia.