27
En lo alto de una torre
Aquella situación me recordaba a una partida de Tafl que se hubiera ido desarrollando a lo largo de los últimos seis años, en la que Shador jugaba con las piezas blancas y Celiras con las negras. Con la mayor parte de las fichas ya capturadas y expulsadas del tablero, solo quedaba la jugada final. Por un lado el rey y el único defensor que le quedaba; por el otro, las cuatro piezas necesarias para hacer la última captura. No iba a tener otra oportunidad para ganar esa partida.
Los cuatro caballeros entraron con las espadas en alto, prestos ante cualquier peligro que pudieran encontrarse, pero en su lugar hallaron a un hombre solitario, de pie en el centro de la sala. Observaron cautelosos los alrededores, en busca quizás de otros soldados que estuvieran a punto de tenderles una emboscada. Al no encontrarlos, su tensión fue disminuyendo.
Mareck encabezaba aquella comitiva que había irrumpido en lo más alto de la torre de Caribdia. Tenía el pelo alborotado y el rostro cubierto de arañazos y hollín; por lo demás, su aspecto era el de siempre. Llevaba puesta una loriga bajo un peto de acero y por encima una sobreveste azul con el bordado de un alerión blanco con las alas extendidas.
Sus compañeros eran viejos conocidos míos: Sveinn, Xander y el caballero extranjero que se había mostrado tan atento conmigo cuando Leena resultó herida. Me extrañó que Lars no estuviera con ellos, aunque era un alivio, porque no se trataba de una visita de cortesía, habían venido a acabar con Ragnar y con todo aquel que estuviera de su parte. Si quería salir vivo de ahí, tendría que matarlos a todos.
Se acercaron a mí con paso cauto. El soldado shadoriano que había permanecido escondido tras los cortinajes esperó hasta que los cuatro estuvieron dentro de la sala para salir por la puerta y cumplir con las órdenes que había recibido. Solo Jurian se percató del ruido que hacían sus pasos, pero cuando giró la cabeza, el soldado había desaparecido.
—¡No me fastidies! —protestó Sveinn con gesto iracundo—. ¿Qué hace este capullo aquí?
—Yo también me alegro de verte —dije, enarcando las cejas.
—Confiaba en que no nos encontraríamos contigo. Le había apostado a Xander que a estas alturas ya habrías salido huyendo. Es lo que mejor se te da. Eso y traicionar a tus aliados.
—Espero que hayas perdido mucho dinero con esa apuesta.
Sveinn torció el gesto. Parecía dispuesto a saltar sobre mí como un animal salvaje, pero Mareck se adelantó y puso la mano sobre su hombro. Tenía una expresión severa cargada de aplomo.
—¿Dónde está?
—¿Dónde está quién? —repliqué con fingida inocencia.
—Sabes perfectamente a quién me refiero. El Coloso. Me aseguraron que se encontraba aquí.
—Pues te han informado mal. Aquí solo estoy yo. —Hice un ademán con las manos, invitándole a que echara un vistazo.
—Miente —afirmó Xander de forma tajante—. Conozco esta torre por los planos que nos cedió el duque. No hay más salida que las escaleras por las que hemos subido. Si el Coloso no estuviera aquí, esos soldados de allí abajo no estarían defendiendo este sitio con su vida.
Tuve que aguantarme la tentación de echarle en cara lo equivocado que estaba. Me extrañaba que el duque desconociera la existencia de las escaleras que utilizaba la servidumbre; después de todo, había vivido durante muchos años en el palacio. Pero los pasajes del servicio nunca aparecían en los planos. Podía ser un descuido por parte del duque, o simplemente, una omisión intencionada. Xander pertenecía a una casa noble menor por la que Lord Derric no tenía respeto alguno y el resto provenían de baja cuna. La alta nobleza no tenía tendencia a confiar por completo en aquellos que estaban por debajo de su rango.
—Si no me creéis, comprobadlo vosotros mismos.
—Déjate de juegos, Liam. —Mareck negó varias veces con la cabeza—. No he venido a perder el tiempo contigo. Estoy harto de tus tretas y de toda tu palabrería. Dime ahora mismo dónde se oculta ese monstruo.
—¿Qué harás si no te lo digo? ¿Vas a intentar prenderme fuego, como la última vez? —dije, sin apartar mis ojos de los suyos.
—Haré lo que sea necesario.
Estábamos el uno frente al otro, acortando las distancias. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con que apretaba la empuñadura de la espada. Cuando esta salió disparada hacia mí, yo ya había desenvainado la mía y nuestros filos se encontraron a medio camino con un chasquido. Permanecimos expectantes, dejando que fuera el otro quien iniciara el combate.
—Mareck, no vale la pena —intervino Sveinn, acercándose a él—. Guarda tus fuerzas, tienes una misión por delante. Nosotros nos encargaremos de Liam.
Empujé la espada de Mareck a un lado.
—Nadie va a moverse de aquí.
Escuché a Jurian soltar un bufido cansado. De todos ellos, era el que tenía peor aspecto. Su sobreveste azul con tres soles dorados estaba rota por cien sitios diferentes, se asemejaba a un trapo hecho jirones que colgaba de su armadura oscurecida por el barro. Tenía un largo corte en la frente al que rodeaba una mancha negra que no podía ser solo de sangre.
—El tiempo apremia, es imperativo encontrar a Ragnar el Coloso antes de que pueda escapar —advirtió a los otros, como si no fueran conscientes de ello. Se volvió hacia mí con una mirada suplicante—. Si no vais a ayudarnos, apartaos de nuestro camino. El elegido de los dioses debe cumplir su cometido.
Levanté la espada y apunté con ella a los cuatro caballeros que tenía delante.
—Y yo debo impedirlo. No permitiré que ninguno de vosotros se acerque a Ragnar. Antes tendréis que acabar conmigo.
—Pero es su destino enfrentarse a él, la profecía auguraba la llegada de este día. —Jurian hablaba con el mismo desconcierto que se advertía en su rostro. Me pregunté cómo alguien podía ser tan ingenuo.
—¿Creíais que os lo iba a poner fácil? Soy su segundo al mando, su protección es mi máxima prioridad. Ya podéis iros olvidando de esa profecía, porque haré todo lo que esté en mi mano por evitar que se cumpla.
—No se puede luchar contra la voluntad de los dioses —afirmó Mareck.
—¿Ahora te crees un dios?
—No, me creo su heraldo. Ellos me escogieron para llevar a cabo la promesa que hicieron a su pueblo y ese momento ha llegado. Ni tú ni nadie podrá entorpecer sus designios.
—Eso habrá que verlo. —Sonreí, poniéndome en guardia—. Me enfrentaré a los cuatro si es necesario. ¿Quién quiere ser el primero en probar mi acero en sus entrañas?
Lo cierto era que no me preocupaba si alguno de ellos salía de la habitación. Ya le había concedido a Ragnar suficiente tiempo para bajar de la torre; en ese instante estaría llegando a las cocinas, muy lejos del alcance de los bastardos que tenía delante. Y si el soldado había cumplido mis órdenes, el camino de regreso estaría bloqueado. Ninguno de ellos saldría de esa torre sin medirse conmigo.
Los observé con curiosidad mientras esperaba a que uno de ellos diera un paso al frente. No parecían muy decididos. Su mejor opción habría sido que todos se enfrentaran a mí al mismo tiempo, pero estaba seguro de que ese código de honor por el que tan cándidamente se regían no se lo iba a permitir.
Por mi parte, ya me había decidido. Xander era el más débil de los cuatro y en su forma de mirarme se notaba con claridad que me tenía miedo. No tardaría mucho en derribarle y su muerte sería una buena distracción para poder ocuparme de los otros dos. Tenía intención de dejar a Mareck para el final, para que nadie me interrumpiera mientras me cobraba una muy esperada venganza.
—¿Ninguno de vosotros se atreve? —apremié con un tono burlón.
Ya había empezado a avanzar en dirección a Xander cuando Sveinn me salió al paso.
—¡Voy a partirle la boca de una maldita vez! —exclamó, sujetando su espada con ambas manos y alzándola por encima de la cabeza.
Había cometido un error de principiante dejando una gran abertura en su guardia. Permití que su arma se aproximara a mí a medida que describía un arco descendente y, entonces, me aparté de su trayectoria y respondí con un solo movimiento de mi espada hacia su torso. La punta arañó su peto de bronce y subió hasta alcanzarle en la cara. Le hice un buen corte desde el mentón hasta la oreja. Sveinn cayó al suelo casi de inmediato, perdiendo su arma en el proceso.
Xander reaccionó en el instante en que su mejor amigo fue derribado y se lanzó hacia mí como impulsado por un resorte. Ni me molesté en usar la espada. Aproveché su propia velocidad para asestarle un gancho en la cara que fue incapaz de esquivar. Se tambaleó hacia atrás como si estuviera borracho, pero no llegó a caerse. Cuando se recuperó del mareo que el golpe le había provocado, se encontró con la punta de mi espada rozando su cuello.
Observó el filo con los ojos desorbitados por el miedo, mientras su nuez no dejaba de subir y bajar a medida que tragaba saliva. Por el rabillo del ojo, pude ver a Sveinn apoyándose sobre su codo para incorporarse, con todo el lateral de su cara cubierto de sangre. Se llevó la mano a la herida a la vez que soltaba un gemido. Decidí esperar un poco antes de hundir la espada en el cuello de Xander, quería que Sveinn fuera testigo.
Mareck se interpuso entre los dos, cruzando su espada con la mía para impedir que se la clavara a su compañero.
—Tu disputa es conmigo. Déjalos al margen —pidió con voz autoritaria.
—Mi disputa es con cualquiera que me amenace.
—Ya has dejado claro que no son rivales para ti. Solucionemos esto entre los dos de una vez por todas.
—Muy bien, adelante pues.
Apreté la punta de la espada contra la garganta de Xander justo antes de retirarla. Soltó un leve quejido, casi inaudible. Le dejé una pequeña marca en el cuello, un punto de sangre en medio de su piel lívida. Sveinn acudió a su lado en cuanto me alejé un par de pasos.
Mareck y yo caminamos en círculos por el centro de la sala, ambos con las espadas relajadas en nuestras manos, preparándonos para un combate que se había hecho de rogar durante mucho tiempo.
—Cuando tú quieras, elegido de los dioses —maticé con malicia—. Te estoy esperando.
—¿Por qué haces esto? —Su tono de voz, al igual que su expresión, denotaban un profundo cansancio.
—¿Todavía necesitas que te lo explique?
—Me odias por lo que le hice a tu tío, sí, eso ya me ha quedado claro. Desde que dejaste la Academia no has hecho otra cosa que perseguirme y frustrar todos mis planes. Intentaste matarme, asesinaste a sangre fría a la única familia que he conocido, entregaste la ciudad de Lebannan a nuestros enemigos, y no contento con eso, te uniste a ellos, llevando el dolor y la desolación allá a donde ibas. Destruiste la Academia y ejecutaste a los maestros. Incluso has hecho todo lo posible por alejar a Leena de mi lado. ¿No ha sido suficiente? ¿Es necesario que ahora trates de impedir que se cumpla mi destino?
—Te hice una promesa: que te arrebataría todo lo que te importaba. No descansaré hasta haberla consumado.
—Esto no podrás quitármelo. Las profecías de los dioses siempre se cumplen. El mismo Taresus me ayuda a empuñar esta espada.
—Pues yo cuento con el favor de Sinemé. Veamos cuál de los dos se alza con la victoria.
—¿No te das cuenta de que ya habéis perdido? —Señaló hacia el balcón. Las capitales estaban iluminadas por las llamas de los muchos incendios que se habían iniciado durante la invasión. Gigantescas columnas de humo se alzaban hacia el cielo, cubriendo la cúpula nocturna con un velo plomizo—. Las gemelas han caído y con ellas, el ejército shadoriano. En cuanto haya acabado con Ragnar, todo rastro de Shador será expulsado para siempre de nuestro reino.
—Para siempre. Ese es un augurio demasiado optimista, incluso para ti —comenté.
Era consciente de que me faltaba convicción. Habían ganado mucho más que una batalla, de eso no cabía duda, y el porvenir se presentaba muy incierto para mis aliados y para mí.
—Ríndete. Aún estás a tiempo de revelarme dónde se esconde el Coloso. Eso no podrá exculparte de todas las muertes de las que eres responsable, pero al menos será un gesto determinante en tu futuro castigo.
Resoplé incrédulo ante tamaña desfachatez.
—Déjate de excusas y pelea conmigo.
Mareck se puso en guardia, levantando su espada por delante del cuerpo. Imité su postura. Estaba esperando a que él diera el primer paso, como mi mentor me había aconsejado tantas veces en el pasado, pero parecía distraído. No hacía más que lanzar miradas furtivas a nuestro alrededor. La posibilidad de que sus compañeros fueran a intervenir no era probable, ya que desde mi posición, de frente a la puerta, podía ver a los tres. Sveinn seguía cubriendo su herida con la mano, Xander estaba a su lado, con un gesto de preocupación marcando sus rasgos juveniles, y Jurian permanecía erguido y con la espada envainada, observándonos con una severa expresión. Ninguno de ellos parecía dispuesto a entrometerse.
Entonces, Mareck hizo algo que me desconcertó por completo. Se echó a reír a carcajadas, como si alguno de los presentes hubiera comentado algo tan gracioso que le fuera imposible parar. Apartó la espada, sacudiendo la cabeza con una mueca jovial que en nada encajaba con la situación.
—¿Hasta cuándo piensas seguir con esta farsa? —dijo en tono amistoso, alzando la voz. Arqueó los brazos, se encogió de hombros y envainó su espada—. Hemos ganado. Ya es hora de que dejes de fingir.
Fruncí el ceño, confundido.
—¿De qué demonios hablas?
—Convincente hasta el final. —Me apuntó con el dedo—. Vamos, Liam. Hablo de toda esta pantomima que has montado para infiltrarte entre los shadorianos y ganarte su confianza. Debo admitir que tenía mis dudas cuando hiciste la propuesta en Lebannan, pero ha resultado ser un éxito completo.
—¿Qué?
—¿Sabes? Llegué a estar convencido de que realmente te habías vuelto en nuestra contra, con todas esas pobres personas a las que te viste obligado a matar para que los shadorianos no descubrieran tu engaño. Fue una verdadera lástima, pero su sacrificio era necesario. Me gustó la forma en la que nos pasabas la información, a través de falsos heridos o ayudándonos a entrar en vuestro campamento para después dejarnos escapar… Dioses, si no hubiera sido por eso, habríamos sido incapaces de derrotar tantas veces a estos bastardos.
Estaba desvariando. Era la única explicación que se me ocurría en ese momento. Tal vez se había dado un fuerte golpe en la cabeza de camino al palacio. ¿Qué sentido tendrían si no todas aquellas tonterías que estaba diciendo? No podía creer en serio que yo estaba de su parte. Siguió hablando, cada vez más entusiasmado.
—Pero lo mejor fue la forma en que nos entregaste la victoria en el asedio del castillo de Renthord, nos indicaste exactamente cómo y dónde debíamos atacar. Y lo remataste fingiendo tu propia muerte para que los soldados a los que liderabas se dieran a la fuga. ¡Brillante! ¿No es cierto, Jurian? —Se volvió hacia él. El atónito extranjero asintió despacio. Mareck se giró otra vez hacia mí, aunque su mirada seguía vagando de vez en cuando hacia otro lugar—. Jurian y Dragan me contaron lo que habías hecho y cómo habías ayudado a mi prometida cuando resultó herida. Estoy seguro de que no habría sobrevivido sin tu ayuda.
—No sé de dónde has sacado esas ideas descabelladas…
—¿Acaso no es cierto que dejaste de luchar para ayudar a una de los nuestros? Leena me aseguró que habías sido tú. Y nuestros amigos lo confirmaron.
—De acuerdo, eso es cierto. Pero el hecho de que ayudara a Leena no significa que…
—Igual que nos salvaste a todos en Lebannan, enviándonos lejos de la ciudad justo antes de abrir las puertas a los shadorianos y ganarte su favor.
—Quería salvar a Leena y a Lars, lo hice por…
—Fue toda una suerte contar contigo para entretener a las tropas shadorianas, para que de ese modo nosotros pudiéramos reunir un buen ejército —volvió a interrumpirme—. Me pregunto qué excusas les pondrías para que se quedaran dentro de las capitales durante tanto tiempo mientras nosotros nos hacíamos más fuertes. Pero ahora ya estamos aquí, hemos derrotado a su ejército casi por completo. Has hecho una magnífica actuación como falso aliado de Shador. Y nos has traído hasta el Coloso.
Me había quedado boquiabierto ante sus ridículas deducciones. Y no parecía ser el único. Los tres hombres que habían venido con él parecían aturdidos. Supuse que era porque las palabras de Mareck les habían sorprendido tanto como a mí, pero entonces me di cuenta de que ninguno de ellos nos estaba mirando. Sus ojos estaban fijos en la pared que estaba detrás de mí. Mareck también miraba hacia allí, con una firme expresión muy distinta a la que tenía segundos antes y una pequeña sonrisa pugnando por asomar a sus labios.
Me recorrió un escalofrío antes siquiera de darme la vuelta. Cuando giré despacio la cabeza hacia el lugar donde todos tenían puesta su atención, vi la enorme figura de Ragnar de pie junto a la puerta lateral por la que había salido justo antes de que nuestros enemigos llegaran. Creo que en ese instante mi corazón se saltó un latido.
No sabía cuánto tiempo llevaba el deviet apostado junto a la puerta, pero por el brillo salvaje de sus ojos y la expresión iracunda de su rostro, deduje que el suficiente para haber escuchado todo lo que Mareck había dicho.
De repente, todo cobraba sentido. Ese bastardo de Mareck lo había hecho adrede, el muy cabrón me había tendido una trampa. Había visto llegar a Ragnar sin que yo me diera cuenta. Esa era la razón por la que había soltado todas esas mentiras, quería hacerle creer que yo le había traicionado. Y, como un idiota, le había seguido el juego a Mareck, llegando incluso a admitir haberlos ayudado en más de una ocasión. ¿Qué excusa iba a poder justificar mis actos? Por lo que podía atisbar en la mirada furibunda que Ragnar me dirigía, la treta de mi rival había funcionado.
—Alteza… yo… —Intenté darle una explicación, pero me fallaba la voz.
—¿Es eso cierto? —su tono seco se alzó y rebotó en el eco de las paredes, repitiéndose varias veces antes de extinguirse.
Tragué saliva. Sonaba más exaltado que nunca.
—No, por supuesto que no. Es una sarta de mentiras, siempre os he sido leal.
—No puedo creer que me hayas estado engañando todo este tiempo —repuso, apretando los dientes—. Eres un despreciable traidor, igual que Hutchin y esa puta asesina que estuvo conspirando contra mí durante años. ¡Maldigo el momento en que decidí confiar en los creiches, no me habéis traído más que desgracias!
—Por favor, Alteza, escuchadme. No dejéis que las palabras de un extraño nublen vuestro juicio. Vos sabéis que siempre os he apoyado, he conquistado ciudades enteras en vuestro nombre, he dirigido vuestros ejércitos hacia la victoria, he salvado la vida de vuestros propios hijos. ¿Por qué habría de hacer todo eso si fuera vuestro enemigo?
—¿Cómo si no iba a confiar en ti? —repuso Mareck con descaro.
—¡Cierra la boca, escoria!
—¿De qué sirve seguir fingiendo? Si ya lo tenemos justo donde queríamos —continuó con su farsa, disfrutando de la comprometida situación en la que me había metido. Incluso se atrevió a poner su mano en mi hombro en un gesto de camaradería. La aparté de un manotazo.
—¡He dicho que te calles!
—Estoy hastiado de tantos engaños —dijo Ragnar con un bufido. En sus rasgos se dibujó un gesto de pesar. Seguía sin creerme—. Lo que más me duele es que había llegado a tomarte aprecio, Liam. Te consideraba un igual.
—Sois la única persona a la que nunca traicionaría, Alteza, os lo juro. ¿Hay algún modo de poder demostraros mi lealtad?
Ragnar se quedó pensativo por un momento. Su rostro era una máscara inexpresiva que se alzaba altanera sobre sus anchos hombros, acechándome desde su altura de gigante.
—Lo hay —sentenció—. Puedes demostrar que aún te queda algo de honor. Si es cierto que sigues siéndome leal, acércate a mí y acepta mi sentencia.
Reconocí ese tono de voz y el destello de amenaza que asomaba a sus ojos. Lo había visto otras veces, cuando ejecutaba a uno de sus subordinados por haberle contrariado. Su mano se cerraba con fuerza en torno a la empuñadura de su mandoble, disipando cualquier duda de mi mente. La absolución que me estaba ofreciendo llevaba implícita una condena a muerte.
En los últimos meses había sido muy claro al respecto: el más leve desliz sería castigado de forma tajante. No había lugar para la clemencia. Había matado a otros por mucho menos. Ante mí tenía dos opciones: si me negaba a acudir a su lado, estaría admitiendo mi culpa; si ponía mi honor y mi fidelidad hacia Ragnar por delante, estaría sacrificando mi vida por nada.
Su paciencia se estaba agotando. Mientras, yo seguía clavado en el sitio, sin saber qué podía hacer para evitar una muerte segura. Hasta entonces, había estado dispuesto a dar la vida por él, pero ahora que esa posibilidad se tornaba en un hecho, me resistía a aceptarla. Su rostro se contrajo al verme vacilar y sentí una oleada de pánico subiéndome por la garganta. Al final, mi instinto tomó las riendas. Escogí la opción que me daba más posibilidades de sobrevivir, aunque supusiera ir en contra de mis propios deseos. Di un paso atrás, y luego otro, hasta situarme junto a Mareck y sus amigos.
La reacción de Ragnar fue inmediata. Fue como si la oscuridad de sus ojos cubriera de sombras su rostro entero en una visión amenazadora y demente. Sus cejas estaban tan fruncidas que parecían fundirse en una sola, sus labios estaban contraídos en una fina línea, su mandíbula tensa y marcada. Apretó con fuerza la larga empuñadura de su espada y la levantó de golpe con una sola mano. Se aproximó con paso firme y decidido, sosteniendo el arma letal en posición de ataque. El miedo me atenazó las entrañas y me hizo retroceder ante aquel gigante que avanzaba hacia mí como una bestia enardecida.
—¡Eres una deshonra para Shador! —bramó por encima de sus pasos atronadores—. ¡Te haré pagar por esta traición, cuervo rastrero!
Alzó con ambas manos la doble hoja de acero y arremetió contra mí. Cuando salté hacia atrás para esquivarla, el metal se hundió en las baldosas del suelo como un puño de hierro, dejando tras de sí una línea resquebrajada similar a una tela de araña. Ragnar proyectó la espada hacia arriba y solo mis rápidos reflejos me permitieron evitar que el acero me partiera la cabeza en dos.
—¡Alteza, deteneos! ¡Estáis en un error, yo no soy vuestro enemigo!
Ragnar no quiso escucharme. Parecía haber enloquecido, manejaba su espada con movimientos caóticos y brutales, destrozando cualquier cosa que le salía al paso. En su cuello y su frente se distinguía la hinchazón de sus venas sobre la piel enrojecida por la rabia.
Mareck se echó a un lado para dejarnos más espacio. A su rostro asomaba una sonrisa de satisfacción por haber logrado poner al Coloso en contra del único que podía impedir que se cumpliera la profecía. Y de paso, podía librarse de mí sin mover un dedo.
La doble hoja que Ragnar blandía se agitaba con celeridad tratando de tocarme. Hasta entonces yo no había hecho el menor intento por defenderme, salvo por los continuos quiebros y esquives cada vez más apurados. No quería luchar contra él. Pero por más que trataba de hacerle razonar, la única respuesta que recibía era un gruñido con dientes apretados y una nueva embestida. Realizó un tajo de revés en diagonal que me alcanzó en el hombro izquierdo y fue entonces cuando me di cuenta de que las palabras no me salvarían de su cólera.
Desenvainé la espada justo a tiempo de parar su siguiente ataque. Mi acero tembló al encontrarse con el suyo, enviando un latigazo a través de mi brazo. Ragnar tenía una fuerza tan colosal como su estatura, cada uno de sus golpes era como un bloque de piedra disparado por una catapulta. Y también era rápido, más de lo que parecía a simple vista.
Me limité a parar cada una de sus acometidas, aún reacio a luchar en serio con él, pero a medida que las combinaciones de ataques se sucedían, me vi retrocediendo por la sala, incapaz de detener aquel torbellino metálico que se cernía sobre mí. La hoja de su mandoble era tan ancha como mi mano y tan alta que me llegaba hasta el pecho. Cada vez que chocaban, nuestras espadas temblaban por la fuerza que empleaba el Coloso, y yo empezaba a notar los dedos entumecidos.
Me agazapé para esquivar una estocada alta y, al levantarme, Ragnar hizo girar el mandoble entre sus manos, de forma que el mango de plata rematado por los círculos cruzados de su pomo me dio de lleno en el mentón. La fuerza del golpe me empujó la cabeza a un lado y me desplomé en el suelo.
Creo que estuve inconsciente durante unos minutos, porque cuando abrí los ojos, mareado y aturdido, vi que Mareck había decidido intervenir y se enfrentaba a Ragnar a cierta distancia de donde yo estaba. Traté de enfocar mi visión mientras empezaba a recordar lo que había pasado. Tenía sangre en la boca, me corría por el labio y la barbilla y había dejado una pequeña mancha en las baldosas de mármol.
Ragnar no dejaba de lanzarme miradas furiosas mientras su espada caía sobre su contrincante, que intentaba ganar terreno en un combate que no estaba en absoluto igualado. Mareck atacaba de manera desmañada a la montaña de músculos que tenía delante; su técnica no era mala, contaba con la destreza y precisión de un espadachín experimentado. Pero actuaba con demasiada pasión y falta de paciencia contra un adversario que le superaba en fuerza. Ragnar estaba parando todas sus estocadas casi sin esfuerzo.
Mareck retrocedió de un salto para evitar la punta del mandoble y sus ojos se movieron de Ragnar hacia mí y de vuelta a él. Apretó los dientes, molesto por la falta de atención que su oponente le dedicaba.
—¡Olvídate de ese bastardo! —gritó, haciendo chocar su espada una y otra vez contra el mandoble de Ragnar—. ¡Es conmigo con quien debes enfrentarte! ¡Yo soy el elegido de los dioses, el guerrero que acabará contigo y traerá la paz a este reino!
Ragnar torció el gesto, mirándole con desprecio. La hoja de su espada cayó con un golpe demoledor sobre la de Mareck, partiéndola en dos.
—¡Aparta, gusano! —exclamó el Coloso tras asestar una fuerte patada al pecho a su contrincante—. No me interesan tus estúpidas profecías, es con ese traidor con quien pienso rendir cuentas.
El impacto derribó a Mareck, que se deslizó por las baldosas hasta chocar contra la pared; se quedó allí, aturdido. El deviet avanzó de nuevo hacia mí.
Tendido sobre mi espalda, me arrastré por el suelo tratando de huir de aquella forma gigantesca que se cernía sobre mí. Alcancé a ver mi espada tirada a un lado y alargué la mano para cogerla, pero Ragnar se adelantó y la envió lejos de un puntapié.
—¡Nadie se burla de mí y vive para contarlo! —sentenció de forma cortante.
Se abalanzó sobre mí con tal rapidez que no tuve tiempo de reaccionar. Su mano se cerró alrededor de mi garganta y me levantó en el aire hasta que nuestras caras quedaron a la misma altura. Mis pies no llegaban a tocar el suelo. Me agité, tratando de zafarme de su agarre; golpeé y arañé su brazo, le asesté varias patadas, pero todo fue en vano. La mano que me sostenía por el cuello empezó a oprimir con más fuerza, impidiéndome respirar.
—Qué desperdicio —musitó Ragnar con desdén—. Habrías podido llegar muy lejos si hubieras sido más listo. Lo que había planeado para ti estaba más allá de tus expectativas, pero has resultado ser una completa decepción.
Sus dedos se clavaron con fuerza en mi cuello. Me estaba asfixiando. La sangre me latía en los oídos en un repiqueteo constante, sentía como si la cabeza me fuera a reventar en cualquier momento. Me debatí con más energía, pero me estaban fallando las fuerzas. Cuando noté que la vista se me empezaba a nublar y las piernas me flaqueaban, recordé que aún llevaba puesto mi brazal cubierto de pinchos. Con un último esfuerzo, deslicé sus puntas afiladas contra el antebrazo de Ragnar en un solo movimiento fluido.
La presión en mi garganta disminuyó de pronto y caí de rodillas al suelo. Inspiré una trémula bocanada de aire que bajó ardiente hasta mis pulmones. Tosí una y otra vez, alternando el sabor de la sangre con el escozor que me provocaba volver a respirar. Levanté la mirada hacia Ragnar. Parte de su labio se levantaba hacia arriba en una mueca, mientras sacudía su brazo para aliviar el dolor de los arañazos que mi brazal le había provocado.
Levantó su espada en alto para asestarme un golpe mortal. Mareck escogió ese instante para intervenir, no porque quisiera ayudarme sino porque la falta de atención del Coloso le estaba sacando de quicio. Saltó sobre su espalda y, una vez encaramado ahí, empezó a sacudirle en la cabeza con los puños.
—¡Lucha contra mí! ¡Yo soy tu verdadero adversario! —exclamó enfurecido.
Ragnar se retorció para quitárselo de encima, como quien trata de apartar a un insecto molesto, mientras su enemigo se aferraba a su cuello con ambos brazos para intentar estrangularle. El Coloso giró varias veces sobre sí mismo, retrocedió y acabó golpeando a Mareck contra una de las paredes, una y otra vez, hasta que este le liberó.
Los otros caballeros, que habían permanecido apartados hasta ese momento, decidieron por fin ayudar a su compañero. Uno detrás de otro, se lanzaron contra Ragnar con las espadas dispuestas. El deviet encajó las estocadas enemigas con desvíos y quiebros, giros y paradas. Aunque todos ellos tenían una buena técnica, Ragnar los superaba en fuerza y experiencia. Estoy seguro de que habría podido matarlos si hubiera querido, pero le importaban tan poco que ni siquiera se molestó. Se limitó a derribarlos a base de puñetazos y patadas, hasta que todos ellos estuvieron desarmados o temporalmente aturdidos.
Su atención seguía volviendo a mí. Yo era su principal objetivo, los demás una mera distracción. Me incorporé al ver que regresaba. Recogí mi espada del suelo con dedos temblorosos y me puse en guardia, sabiendo que era la única forma de sobrevivir.
—No me obliguéis a luchar contra vos —le supliqué—. Soy vuestro aliado, he hecho todo cuanto me habéis pedido. Jamás pusisteis en duda mi lealtad hasta que escuchasteis las mentiras de un hombre que se jacta de haber venido aquí a acabar con vuestra vida.
—Cometí un error. Confié en ti a pesar de todas las voces en contra cuando te tomé a mi servicio.
—¡No lo entendéis! ¡Es una treta! Quiere poneros en mi contra porque sabe que soy el único que puede impedir que se cumpla la profecía. Os equivocáis al creer sus embustes, como os equivocáis al subestimar su capacidad.
—No es más que un niñato indigno de medirse conmigo. Le arrancaré las entrañas a él y a su corte de fracasados y se las daré de comer a los perros. Pero antes, me ocuparé de ti.
La doble hoja del mandoble chocó con un chirrido metálico contra la mía y ambas se deslizaron una encima de la otra. Ragnar soltó un gruñido y lanzó sus estocadas con toda la fuerza que pudo reunir, haciendo que el metal vibrara a cada embate y transmitiera una sacudida a mis brazos doloridos.
Traté de olvidarme de que tenía delante a alguien a quien admiraba, cerré los ojos a la razón y permití que mi instinto tomara las riendas. Las espadas bailaron, emitiendo destellos cada vez que la luz de las antorchas incidía sobre ellas. Mi atención estaba centrada en su danza, en la forma en que el mandoble de Ragnar giraba y se retorcía para alcanzarme, en hallar el modo de desarmarlo sin causarle graves daños.
Eché una mirada de reojo hacia los otros. Mareck ya se había puesto en pie, tenía una expresión irritada e impaciente. Le habían prestado una espada y parecía dispuesto a volver a interferir de inmediato. No podía dejar que se enfrentaran; a pesar de la confianza que Ragnar tenía en sus propias capacidades, cualquiera podía caer derrotado por un rival inferior si cometía un descuido. Debía hacerle entrar en razón. Solo necesitaba demostrarle que estaba de su lado y la mejor forma era deteniendo a Mareck.
La presión que el deviet ejercía sobre mí me hizo retroceder cada vez más, hasta verme acorralado en el borde de la habitación. Detrás de él, Mareck se aproximaba con la espada en la mano, resuelto a cumplir el propósito que le había traído hasta aquí.
Me eché hacia la derecha. Quería que Ragnar se diera la vuelta y descubriera a su enemigo antes de que este le atacara por la espalda. El mandoble me bloqueó el paso. Probé por la izquierda, con el mismo resultado. El deviet no quería que me moviera de donde estaba. Lancé una estocada, mi primer ataque ofensivo desde que esa pelea había comenzado, con la intención de hacerle retroceder, pero lo detuve a medio camino. Ragnar ni siquiera se inmutó. Hizo un barrido con su espada que me obligó a agacharme y, antes de que pudiera enderezarme, la giró mientras estaba en alto y asestó un golpe descendente. Lo detuve justo a tiempo colocando mi espada en la trayectoria, pero para ello tuve que ponerme de rodillas.
Mareck estaba ya muy cerca y el Coloso no se había percatado de su presencia. Si no hacía algo para impedirlo, la profecía se acabaría cumpliendo. El enorme mandoble estaba apretado contra el filo de mi espada, presionando hacia abajo para obligarme a ceder. Ragnar era mucho más fuerte que yo, no podría resistir su empuje mucho tiempo. Me deslicé hacia delante de pronto. Su hoja cortó el aire y se hundió en el suelo. Describiendo un arco, levanté la espada para bloquear su siguiente ataque, sabiendo que no tardaría en llegar. Pero calculé mal.
Ragnar se había inclinado hacia delante cuando esquivé su mandoble, había perdido parte del equilibrio al centrar toda su fuerza en aquel golpe. Estaba demasiado cerca. Noté que la punta de mi espada encontraba una débil resistencia y después se hundía en tejido blando. Mi impulso hizo que penetrara hasta tocar algo al fondo. El rostro de Ragnar se congeló en un gesto de estupor al notar el acero atravesando su garganta. Observé con horror cómo su piel perdía el color y la sangre oscura bajaba por la hoja de mi espada hasta envolver por completo mis manos en un desagradable abrazo.