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Confianza

El tiempo se ralentiza cuando estás a punto de morir.

En ese instante que apenas dura unos segundos, el miedo te paraliza y todo cuanto ocurre a tu alrededor, cada pequeño detalle que antes te parecía trivial, cobra una inmensa importancia. El vuelo de una mosca que zigzaguea presurosa por delante de tus ojos. El rumor del viento, susurrando palabras sibilantes en un lenguaje ya olvidado. El olor intenso de la hierba y de la tierra húmeda.

Aunque me había acostumbrado a vivir con la sombra de la muerte acechándome, aún no estaba listo para recibir el abrazo de Caillhia. Supongo que en el fondo, cuando llega el momento, nadie está preparado para encontrarse con ella. Cerré los ojos con fuerza, temiendo sentir el beso del hierro, ardiente y doloroso, atravesando mi garganta.

—¡Alto! —resonó una voz potente a nuestras espaldas.

Parpadeé sorprendido. El filo de la espada estaba justo encima de mi cuello, a punto de tocarlo. Su dueño la sujetaba con firmeza, poniendo toda su atención en la persona que acababa de hablar.

—¡Mi señor! —exclamó Waldive, echándose hacia atrás. Bajó el arma y apartó el pie con el que me retenía contra el tajo.

Me zarandeé lo suficiente para alcanzar a ver por el rabillo del ojo la figura enorme y majestuosa del deviet de Shador, todavía engalanado con su armadura esmaltada en negro y dorado. A su lado estaban Thrasius y Varkin, además de varios miembros de su guardia. Sus ojos oscuros se movieron con lentitud hasta detenerse en Waldive y el panabas que todavía sostenía entre sus manos.

—¿Puede saberse quién te ha dado permiso para decapitar a nadie en mi ausencia? —preguntó en ese tono suyo que hacía difícil distinguir si se trataba de amenaza o aburrimiento.

—Infrinjo el castigo que corresponde a un delito de usurpación. Este miserable se hizo pasar por el erkan Gauteron tras su muerte.

—Ya, ya. Estoy al corriente —desdeñó Ragnar, poniendo los ojos en blanco—. Varkin ha enviado media docena de mensajeros para informarme sobre todos los detalles. He venido tan pronto como me ha sido posible, la batalla de hoy se ha alargado bastante.

—Pues habéis llegado a tiempo para presenciar el castigo. Con vuestro permiso, me gustaría acabar con esto cuanto antes.

—Es una decisión que debe tomar el consejo, no un solo miembro —protestó Varkin—. He estado insistiendo en que esperara a vuestra llegada, mi señor, pero ha hecho caso omiso a mis recomendaciones.

—Tú no eres más que un erkan, Varkin —señaló Waldive—. No tienes voto en una situación como esta, es una decisión que deben tomar los doranes.

—Y, sin embargo, a mí nadie me ha preguntado. Llevo ostentando el título de doran más tiempo que tú, apreciaría que no me dejaras al margen —le reprochó Thrasius.

Ragnar negó varias veces con la cabeza.

—Dejad de comportaros como perros compitiendo por un hueso. Suelta al chico, Waldive. Ya hemos perdido a Gauteron, es suficiente por un día.

El alivio que sentí en ese momento fue descomunal.

—¡Pero, mi señor! —protestó Waldive—. Este desgraciado ha cometido una grave falta. ¡Ha usurpado la identidad de un oficial!

—Conozco las leyes, soy yo quien las dicta. La victoria de hoy ha sido provechosa para los nuestros. En cuanto llegaron las noticias de que el ejército de Braemar había sido derrotado por este batallón, las líneas defensivas que combatían contra nosotros también empezaron a perder terreno. Y por lo que me han contado, los hombres están satisfechos con la intervención de Strigoi. Consideran que le deben a él la victoria, lo ven como a un adalid enviado por los dioses. No creo que sea buena idea arrebatárselo, no he escuchado más que protestas por su arresto.

—Las leyes están para cumplirlas. Ni siquiera vos podéis ignorarlas, gran deviet. ¿Qué clase de imperio estaríais gobernando si vos mismo no respetáis las reglas? Solo un oficial shadoriano puede liderar a las tropas. Y este muchacho no es más que un extranjero arrogante que se burla de nuestras normas y hace lo que se le antoja. No podéis permitir tal cosa y esperar que lo consideremos justo.

Los dos hombres se mantuvieron la mirada, firme y desafiante, retándose en un duelo sin espadas.

—Es cierto —aceptó Ragnar con un hondo suspiro—. Mis súbditos deben ser conscientes de que la ley es inflexible. Solo un oficial puede tomar el lugar de otro. —Me dirigió una leve mirada de complicidad—. Y dado que Strigoi ha demostrado su valía en más de una ocasión, ha llegado el momento de otorgarle ese honor. Será nombrado larkan con efecto inmediato, con lo cual queda legitimada su decisión de reemplazar a Gauteron.

Waldive arrojó el panabas al suelo con la rabia de una bestia cuya presa se le escapa de entre las garras. Después se acercó a mí y me liberó de las cadenas con tan poca delicadeza que parecía que quisiera arrancarme los brazos. Mis manos estaban adormecidas y mis muñecas despellejadas, pero era un mal menor.

Mi rival tampoco presentaba un buen aspecto. En el lateral de su cuello había un reguero de sangre seca proveniente de su oreja lacerada; le faltaba un trozo en la parte superior, pequeño, pero no lo bastante para pasar desapercibido. También tenía la nariz hinchada y un corte en la barbilla. Era un consuelo saber que yo no era el único que tendría que lidiar con unas cuantas cicatrices nuevas.

—Ahí tenéis a vuestra nueva mascota —recalcó el doran con desdén—. Rezad por no tener que arrepentiros, porque estaré esperando ese momento para reírme en vuestra cara.

Tras unos segundos de tenso silencio, Ragnar empezó a reír a mandíbula batiente.

—He perdido la cuenta de las veces que te he escuchado pronunciar esas mismas palabras. —El deviet se adelantó y posó la mano sobre el hombro de Waldive, que ladeó la cabeza con un gesto de contrariedad—. Vamos, Wal. Eres mi mano derecha. Llevamos luchando espalda contra espalda desde que éramos unos críos. ¿Cuántas veces me he equivocado?

—Esa no es una excusa válida. Algún día te equivocarás y todos sufriremos las consecuencias, pedazo de cabrón —replicó el otro, olvidando por completo el protocolo. Ambos se echaron a reír como si acabaran de compartir una broma privada.

—Estoy seguro de que si llega ese día me lo recordarás hasta el final de los tiempos, pero entre tanto procura tener un poco más de fe en mí. Parece que alguien ha recibido un picotazo por meter las narices donde no debía —añadió el deviet, apuntando con el dedo la oreja lacerada de su amigo—. Será mejor que te lo miren antes de que haya que arrancar la oreja entera. Con ese cráneo pelado tuyo y una oreja menos te parecerías a un huevo de cocatriz. —Le dio un par de palmadas antes de pasar la mano por su hombro y marchar con él. Se pusieron a charlar animadamente de la jornada, como si nada hubiera pasado.

—Mi señor, ¿qué hacemos con…? —preguntó Thrasius, señalándome con el pulgar.

—Oh, sí, lo había olvidado. Que se tome un descanso, ha sido un día largo. Ordenad a los hombres que levanten el campamento y se dispongan a partir. Reuniremos todos los batallones en el campamento principal. Mañana nos espera una nueva contienda y quiero que todo el mundo esté dispuesto antes del alba.

El doran procedió a movilizar a las tropas mientras Ragnar y Waldive se retiraban al pabellón principal. Varkin se acercó y me tiró un trozo de paño para que me limpiara la sangre seca que tenía en la cara.

—Ha estado cerca —me recriminó, muy serio—. Te advertí que esto podía pasar. Da gracias a que he conseguido retener a Waldive el tiempo suficiente para que llegara el deviet. Y da gracias a que Ragnar está de buen humor. En otra ocasión no tendrás tanta suerte.

Se apresuró a seguir los pasos de Thrasius, dejándome solo. Esperé hasta que estuvo fuera de mi vista antes de cerrar los ojos, soltar el aliento que llevaba tiempo reteniendo y deslizarme hasta el suelo. Me quedé sentado sobre la hierba, sintiendo su tacto húmedo y frío bajo mis dedos, con la espalda apoyada en el tocón que a punto había estado de convertirse en mi cadalso. Agradecí a los dioses haber tenido ese golpe de fortuna. Todavía estaba temblando.

Ese habría sido un final lamentable para alguien que se había labrado una reputación como la mía; no podía evitar sentirme avergonzado por haber permitido que el miedo nublara mi juicio. Pero ya tendría tiempo para reproches. Seguía vivo. Era todo cuanto importaba.

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Ya había anochecido cuando arribamos al campamento principal. Si antes había resultado impresionante el despliegue de fuerzas shadorianas sobre Pradoseco, ahora que los batallones de Waldive y Varkin se les habían unido resultaba aún más sobrecogedor. El campamento se extendía millas a lo largo de la ribera del río. Las hogueras encendidas eran puntos rojos y anaranjados danzando en medio de la noche como un cortejo de fuegos fatuos. Podía imaginar que el espectáculo que se observaba desde las murallas de Braemar no era en absoluto alentador para sus habitantes. Debían estar muertos de miedo.

Tras la enorme extensión cubierta por soldados que dormían al raso, la mayoría mercenarios, hombres sin rango y esclavos, se levantaban las tiendas y, más allá, los pabellones destinados a los oficiales. Ragnar los reunió a todos en el pabellón real para celebrar un consejo de guerra, momento que aprovechó para nombrarme larkan, un acontecimiento que fue recibido con frialdad, si bien nadie se atrevió a contradecir al deviet. La ceremonia fue rápida y sencilla. Ragnar calentó el filo de una daga al fuego y me hizo una incisión en la parte posterior de la muñeca, justo encima de las laceraciones que me habían hecho los grilletes. Después, estampó su firma ceremonial, a la que llamaban tajrha, en un documento con la orden del nombramiento.

—Dado que el batallón de Gauteron se ha quedado sin nadie que lo dirija y has dejado una buena impresión en sus soldados, tu primera misión como larkan será guiarlos en la batalla —me ordenó Ragnar—. Lo harás bajo el mando de Varkin, que será tu comandante superior. Al menos hasta que Waldive y tú empecéis a toleraros mutuamente.

Waldive respondió al comentario soltando un gruñido. Con una sonrisa torcida, el deviet se dio la vuelta y ordenó a uno de los esclavos que le trajera vino.

—Mañana espero grandes cosas de todos vosotros —añadió, dirigiéndose a la congregación de oficiales—. No quiero solo una victoria. Quiero que las fuerzas de Braemar sufran una derrota tan humillante que sus supervivientes, si es que los hay, tengan que volver arrastrándose por el fango. Quiero destruir por completo sus defensas, derrumbar sus muros y conquistar el sitio de una vez por todas. Quiero que mañana sea el día en que el nombre de Braemar se convierta en historia. Espero que no me falléis.

Se dejó caer sobre la silla de madera maciza que presidía una improvisada mesa rebosante de vino, cerveza y skab, además de todo tipo de viandas, desde dátiles mojados en miel hasta empanadas recién hechas. Sus oficiales no tardaron en rodearlo y acosarle con sus preguntas.

—Enhorabuena por tu nombramiento —dijo Thrasius al pasar por mi lado. No sabría decir si había acritud o sinceridad en sus palabras.

Bajé la mirada hacia la nueva cicatriz que lucía mi antebrazo. Una línea horizontal, enrojecida e hinchada en sus bordes, que cruzaba de lado a lado y permanecería dibujada para siempre en la piel. En Celiras se marcaba de esta forma a algunos delincuentes para que allá a donde fueran se supiera que habían cometido un crimen. Y también se marcaba así al ganado. Al observar a los oficiales pelearse por llamar la atención de su señor, me vino a la mente la imagen de un rebaño de corderos detrás de su pastor.

Varkin puso una copa de skab en mi mano.

—Te escocerá un par de días. Todos hemos pasado por eso. —Levantó la manga de su camisa, dejando al descubierto dos marcas blancas, una similar a la mía y otra cruzándola en diagonal—. Es una muesca de honor que hay que lucir con orgullo. Si alguna vez llegas a ganarte el puesto de erkan, recibirás la segunda. Hay una tercera reservada tan solo a los doranes. Espero poder ganármela pronto.

—Me parece una costumbre un tanto rudimentaria.

—No lo es más que ese aro de ónix que te cuelga de la oreja o las piezas de metal que lleva en la cara esa mujer khatanesa que has traído contigo. Yo no perforaría mi rostro de ese modo ni por toda la gloria que pudiera reportarme. —Esbozó una mueca de repugnancia.

La puerta de lona del pabellón se abrió en ese instante, dejando paso a un visitante inesperado. Su ojo metálico centelleó con la luz anaranjada que desprendían las antorchas. Se acercó hasta la mesa, realizando el saludo marcial.

—Hutchin —le saludó el deviet—. Temía que no llegarías a tiempo.

—Soy vuestro más ferviente servidor, mi señor, nada me impediría acudir a vuestra llamada.

—¿Qué hay de tus batallones?

—Apostados en sus puestos, dispuestos a entrar en acción a una orden mía. Shilgen se encarga de mantenerlos ocultos a los celirianos hasta que llegue el momento. Todos ardemos en deseos de combatir, se nos ha negado ese privilegio durante demasiado tiempo. Mi propia paciencia se está agotando. No he nacido para aguardar sentado mientras otros empuñan la espada y no me marcharé sin obtener vuestro permiso para unirme a vos en batalla —sentenció Hutchin con firmeza.

—No retendré tu acero por más tiempo. Será un honor luchar contigo a mi lado una vez más, hermano —aceptó el deviet. Se puso en pie y tomó la mano de Hutchin—. Mañana es el día. Todas nuestras fuerzas se unirán en un ataque compenetrado contra la fortaleza. Tus hombres y bestias atacarán su retaguardia mientras nuestros batallones hostigan su vanguardia. No habrá piedad. Ven, bebe con nosotros. Celebremos que los dioses nos brindan la oportunidad de combatir en su nombre y salir victoriosos.

—¿Hermano? —pregunté en voz baja a Varkin, que observaba el encuentro con satisfacción.

—Así es. Hutchin y Waldive son hijos de Magnar el Conquistador, al igual que Ragnar. Prácticamente se criaron juntos, han sido compañeros inseparables desde que aprendieron a caminar.

Fruncí el ceño y miré perplejo a los tres hombres que alzaban su copa al cielo en honor a sus dioses. Los labios de Varkin se curvaron en una sonrisa burlona al notar mi asombro.

—No se parecen en absoluto.

—Mismo padre, diferente madre. Ragnar fue el hijo legítimo de Magnar, nacido de su primera esposa. Los otros dos fueron concebidos por concubinas del Shalayad del deviet. El Shalayad es como un burdel destinado tan solo al deviet y a sus hombres de confianza —aclaró—. Está compuesto por un sinfín de damas y donceles expertos en el arte del placer, instruidos para colmar todas las apetencias de sus señores. Oh, deberías verlo —añadió con una expresión de anhelo—. El Shalayad de Ragnar está en Scyllis, si sobrevivimos a esta campaña hallaremos una gran recompensa dentro de sus muros.

—De modo que Hutchin y Waldive son los bastardos del antiguo rey.

—Magnar tuvo muchos hijos ilegítimos. La mayoría murieron por un brote de viruela cuando eran niños; el mismo Hutchin se libró por los pelos. Los pocos que sobrevivieron han caído en combate o han adoptado una vida pacífica en Shador. —Inclinó un poco la cabeza en mi dirección—. La próxima vez que decidas importunar a Waldive, piénsatelo mejor. Tratas con alguien que siempre estará por encima de ti y que cuenta con el favor incuestionable de Ragnar.

—Nada es incuestionable —murmuré.

Por más que me fijaba, no encontraba un solo rasgo en común entre los rostros de esos tres hombres, salvo por el parecido característico de su raza. Cierto era que tanto Waldive como Hutchin tenían la cara desfigurada por las cicatrices. Me resistía a creer que había lazos de sangre entre ellos, si bien eso explicaba muchas cosas.

Tras el encuentro, Ragnar nos reunió alrededor de la mesa para discutir la estrategia a seguir en el próximo enfrentamiento contra las fuerzas de Braemar. Por iniciativa de Hutchin, se decidió que nuestras tropas, mucho más numerosas ahora que habíamos reunido los batallones en uno solo, marcharían contra Braemar antes del alba. La salida del sol a nuestra espalda evitaría que nuestros enemigos nos vieran venir, proporcionándonos ventaja.

—Formaremos en tres divisiones de infantería y caballería —indicó Ragnar—. Yo tomaré el mando del grupo central, con Waldive a mi lado. Thrasius dirigirá el ala izquierda y Varkin el ala derecha. Quiero una unidad de lanceros en vanguardia. Los esclavos y los mercenarios irán en el centro; de ese modo no podrán desertar una vez comience la batalla. Dejaremos en reserva un par de unidades para intercambiar soldados si perdemos terreno.

—Las catapultas pueden abrir el ataque. Las situaremos en estos puntos —añadió Thrasius mientras indicaba varias zonas en un mapa garabateado—. Que esos celirianos se despierten con el ruido de los proyectiles sacudiendo sus murallas.

—¿Y qué hay de mis arqueros? —preguntó Akelard, ya que la mayor parte de su batallón estaba formado por arqueros y ballesteros.

—Podemos situarlos detrás de las líneas de infantería.

—Eso es absurdo. No alcanzarán sus objetivos a tanta distancia. Corremos el riesgo de que las flechas caigan sobre los nuestros. Deberían ir en vanguardia.

—No lo veo necesario. Tal vez podamos emplear a los tuyos como apoyo en los flancos, donde es más fácil mantener las distancias.

—Mis hombres están bien aprovisionados y mejor entrenados, son capaces de disparar una veintena de flechas en un minuto. Pueden acabar con más enemigos que cualquiera de tus soldados. Apartarlos a un lado es un desperdicio de recursos.

—Cierto es que los arqueros podrían diezmar a buena parte de la avanzadilla celiriana, pero apostaría un brazo a que nos embestirán con su caballería, como han hecho en otras ocasiones —dijo Ragnar—. Si los caballos se precipitan contra nuestros arqueros, perderemos a la mayoría, y necesitaremos sus servicios a lo largo del combate. Los lanceros podrán contener mejor la carga celiriana.

—Si me permitís una sugerencia —me atreví a intervenir—, se me ocurre una forma de desplegar a los arqueros en el frente sin arriesgar demasiado sus vidas. Bastaría con colocar unos postes bien afilados delante de sus posiciones para obstruir la carga de la caballería. Es más, si cavamos una pequeña zanja por delante de estos postes, algunos de los caballos tropezarían y dificultarían el paso a los demás. El terreno es llano, no verían el peligro hasta que fuera demasiado tarde. Tras la primera embestida, los arqueros podrían dejar paso al resto de los soldados y reagruparse.

Me sorprendió no escuchar protestas ni insultos ante mi sugerencia. Mi nuevo cargo parecía despertar un poco más de respeto entre los oficiales. Thrasius frotó su barbilla cubierta de vello blanco y contempló pensativo el mapa.

—Podría funcionar. Abriríamos el combate con buenas perspectivas.

—Los celirianos tienen una posición ventajosa, pueden observarnos desde la muralla —reprochó Waldive—. Podrían ver las zanjas y advertir de ello a sus hombres.

—No si atacamos antes del alba y conseguimos que salgan a nuestro encuentro. La sombra de los cerros proyectándose sobre la llanura les impedirá vislumbrar con claridad nuestras posiciones. Por eso es imperativo que consigamos hacerles salir cuanto antes —dijo Ragnar—. No obstante, considero que la idea de las estacas no supondrá ningún perjuicio. En el peor de los casos, retrasará el avance enemigo sobre nuestros arqueros.

»Lo que me preocupa ahora es coordinar adecuadamente las señales para controlar las tropas durante toda la contienda. En especial en lo que respecta a los batallones de Hutchin, su intervención debe esperar al momento adecuado. No disolveré la reunión hasta resolver esta cuestión.

El coloquio se alargó varias horas. Una vez las tropas estuvieron distribuidas sobre el mapa y todos los detalles perfilados, Ragnar mandó desalojar el pabellón real. Antes de separar nuestros caminos, Varkin me entregó en mano la máscara de plata que había pertenecido a Gauteron.

—Ahora es tuya —dijo—. Esta vez podrás llevarla puesta sin jugarte el cuello.

Contemplé aquella faz de metal labrado que imitaba un rostro humano. Tenía tallados los labios y la nariz y un hueco abierto para los ojos. Recordé el relato que Thurs había compartido con nosotros durante una noche de Solsticio: las máscaras de plata representaban a su dios Sharu, el oscuro. En la batalla servían no solo para distinguir a los oficiales en medio del caos, sino también para inspirar terror en los soldados enemigos. Resultaba siniestro enfrentarse a alguien cuyo rostro parecía el de un espectro y no ser capaz de leer en su expresión cuál iba a ser su próximo movimiento.

Atravesé el laberinto de lonas que la niebla empezaba a envolver en su frío abrazo. Unas pocas hogueras brillaban aún en el campamento, difuminadas entre los jirones de la bruma. Alrededor de una de ellas se sentaban Irah, Aberash y Adso, todavía despiertos a aquellas horas de la noche. Estaban bebiendo de una jarra de barro que se pasaban de mano en mano. Levantaron la cabeza al verme llegar.

—¡Jefe! ¿Dónde te habías metido? Empezábamos a pensar que ya no apreciabas nuestra compañía —saludó Irah de forma jovial, incorporándose del pedrusco que usaba como asiento.

No le contesté. Ni siquiera le miré. Pasé de largo sin prestarles atención y dirigí mis pasos a la tienda que pertenecía a Shay. Aparté de golpe la lona e irrumpí en el interior sin esperar a ser invitado. La encontré desnuda, sentada a horcajadas encima de un joven de piel tan oscura como la suya y moviendo las caderas al ritmo acelerado de sus propios jadeos. Sorprendido por la interrupción, el hombre se detuvo y se quedó tenso bajo el cuerpo sudoroso de Shay, con las manos todavía acomodadas sobre los pechos de ella. Shay exhaló un bufido de protesta cuando él trató de quitársela de encima. Posó ambas manos sobre su torso para impedir que se levantara, mientras giraba la cabeza en mi dirección con el rostro azorado y el ceño fruncido.

—Tengo un asunto que tratar contigo —dije sin miramientos.

—Este no es un buen momento —protestó.

—Pues qué lástima. Termina de follártelo y échalo de aquí antes de que lo haga yo.

Me crucé de brazos y permanecí en el sitio. Ella arqueó ambas cejas antes de dejar escapar un suspiro y volver a mecerse sobre su amante, que permanecía aturdido por la situación. Shay se llevó la mano entre las piernas y le agarró el miembro con suavidad para estimularlo, acariciando su extensión mientras le guiaba de nuevo dentro de ella. Movió las caderas en círculo, despacio primero y con más urgencia después. Su compañero parecía estar demasiado nervioso a juzgar por las miradas furtivas que me dirigía. A pesar de los esfuerzos de Shay, estaba claro que ya no daba la talla.

Ella continúo, no obstante; acarició su propio sexo para compensar las carencias de su compañero. Se agitó más deprisa a medida que dejaba escapar pequeños gemidos acompasados hasta que, saciada, se dejó caer sobre él. Apenas un momento después, se levantó con brusquedad, dejando salir el miembro flácido de su amante. La luz de los candiles arrancó destellos a las gotas de sudor que perlaban su piel de ébano mientras cruzaba la tienda y recogía la ropa tirada en el suelo. El hombre permanecía tendido en el suelo, apoyado en los codos, esperando instrucciones.

—Lárgate —ordenó Shay, tirándole la ropa encima—. Vamos, ¿a qué esperas?

El joven se levantó, todavía atontado, y empezó a ponerse la pernera del pantalón mientras caminaba hacia la salida. Me di cuenta de que tenía una media luna marcada en el cuello.

—¿Ahora te dedicas a fornicar con esclavos? —pregunté a Shay en cuanto el muchacho se largó.

—Y a ti qué más te da. ¿Qué es eso tan importante que no puede esperar? —Alzó una ceja al posar su mirada en mí—. ¿Qué te ha pasado en la cara?

—He tenido un encontronazo con uno de los sicarios de Ragnar. Waldive, el tipo con una cicatriz cruzándole el rostro, seguro que sabes de quién te hablo. —Ella asintió con apatía—. Uno de los oficiales murió en medio de la batalla, lo sustituí para evitar que sus hombres huyeran como cobardes y casi me rebana el cuello por ello. Tuve suerte de que Ragnar se encontrara cerca y decidiera que le iba a ser más útil estando vivo. Pero no habría tenido que pasar por una situación como esa si los mercenarios que contraté hubieran estado a mi lado.

—Creía que te bastabas solo para solucionar tus problemas.

—¡No me vengas con esas, Shay! —exclamé enojado—. Os contraté por una sola razón: para que me cubrierais las espaldas. Tengo a la mayoría de los oficiales de Ragnar en mi contra, pendientes ante la primera oportunidad para poder quitarme de en medio. Necesito gente leal en la que poder confiar, no un atajo de oportunistas que cambien de bando cuando les conviene.

—¿En qué momento hemos cambiado de bando? —replicó ella, alzando la voz a su vez. Su tono intimidante no tenía el mismo efecto estando completamente desnuda—. Somos guerreros, no espectadores de un torneo. Estamos hartos de quedarnos mirando mientras los demás luchan. Tal vez tú disfrutes viendo a los soldados combatir y morir mientras permaneces lejos del peligro, susurrando consejos al oído de los comandantes. Pero no todos somos como tú.

Aquello me enfureció aún más.

—¿Qué insinúas? ¿Que soy un cobarde que no toma parte en las batallas?

—Lo has dicho tú, no yo.

—Si hubieras estado conmigo durante el día de hoy, en vez de quedarte aquí con los shadorianos, me habrías visto liderar un ejército hacia la victoria. He encabezado con éxito el ataque contra las fuerzas de Braemar en nombre del erkan Gauteron, que sucumbió a las flechas enemigas. Gracias a ese triunfo me he ganado el nombramiento de larkan. —Sacudí la máscara de plata delante de ella—. ¿Crees que Ragnar otorgaría ese honor a un cobarde? Arriesgo mi vida solo cuando es necesario. No tienes por qué aprobar mis métodos, pero sí te exijo respeto. Y lealtad. Ambos me habrían venido muy bien cuando tuve el panabas de ese cabronazo de Waldive pegado a mi cuello.

Me dio la espalda y se acercó a una esquina de la tienda para recoger del suelo un odre que debía contener algún tipo de licor. Se agachó con muy poco pudor y luego tomó un largo trago, dejando que parte del líquido se escurriera por su boca y su cuello. Cuando terminó, se pasó el dorso de la mano por la boca.

—¿Tanto miedo tienes que no quieres quedarte solo un instante? Creía que tenías más agallas —dijo al cabo de un rato.

Cubrí de inmediato la distancia que nos separaba. La agarré por el cuello, aprisionándola contra el poste de madera que sostenía la lona sobre nuestras cabezas. Ella se debatió, pataleó y me golpeó con sus puños mientras el odre caía al suelo y vertía todo su contenido sobre la tierra. Apreté más su garganta, notando su pulso acelerado bajo mis dedos. Un gorgoteo ahogado surgió de sus labios.

—¡Yo no le tengo miedo a nada! —grité furioso, a poca distancia de su rostro—. No toleraré esa falta de respeto, Shay. No importa la amistad que hubiera entre nosotros en el pasado.

Con los ojos casi saliéndose de sus órbitas, Shay se agitó, buscando a tientas un arma cercana con la que poder defenderse. Al no encontrarla, trató de apartar mis dedos de su cuello. Sus uñas clavándose en mi piel no bastaron para que aflojara mi agarre. Los gemidos se hicieron cada vez más urgentes. Mantuve la presión un momento más antes de soltarla. Cayó de rodillas al suelo, incapaz de sostenerse, y tragó largas bocanadas de aire.

Aún enfadado, me aparté de ella antes de acabar perdiendo el control. Escuché sus jadeos urgentes y, por alguna razón, me vino a la mente el rostro de Daintha. Se esfumó en cuanto Shay levantó la mirada hacia mí. Tenía los ojos llorosos y unas marcas blancas alrededor del cuello. Mi furia fue remitiendo.

—Si quieres cancelar nuestro trato, tendrás que buscarte otro patrón. No seguiré respondiendo por vosotros si ya no cuento con vuestro apoyo —dije, más calmado.

—¡Espera! —me detuvo con voz ronca cuando me disponía a salir. Se levantó del suelo con torpeza, todavía frotándose el cuello dolorido—. No pretendía ofenderte. Olvidaba que las cosas son ahora distintas a cuando convivíamos en la Academia. Me cuesta aceptar que la persona que tengo delante no es la misma que conocí. —Tosió varias veces antes de seguir hablando—. Puede que mis comentarios no fueran muy acertados, pero tu reacción ha sido un poco exagerada. Casi me ahogas, maldita sea. Ni que no me conocieras, sabes que me gusta provocarte.

Quise reírme. Lo que salió de mis labios estaba a medio camino entre la risa y un suspiro ahogado.

—Ahora soy un creiche, Shay. Y mientras pague por tus servicios, soy también quien da las órdenes. Lo que ocurrió en el pasado es historia. No aguantaré provocaciones, indirectas, insultos ni desobediencia. Así que no lo olvides.

—Descuida, no volveré a cometer ese error. Te pido disculpas por mi falta de respeto. —Su voz aún sonaba áspera, pero carecía de la arrogancia con la que se había dirigido a mí minutos antes—. Los Escorpiones somos tuyos, te seguiremos a donde vayas. Y si nos lo permites, continuaremos luchando a tu lado. No volveremos a actuar por nuestra cuenta. Nos brindaste una oportunidad cuando nadie más lo hacía, puedes estar seguro de que cumpliremos nuestra palabra.

Me quedé callado un instante. Parecía sincera. Y los necesitaba. Las cosas eran más sencillas siendo solo un creiche; me limitaba a cumplir mi cometido sin tener que recurrir a nadie que no fuera yo mismo. Pero en el campo de batalla era preciso trabajar en equipo.

—Tendréis otra oportunidad. Pero si volvéis a defraudarme…

—No lo haremos —me interrumpió—. Seremos tu sombra. Allá a donde vayas, estaremos vigilando. Si alguien se atreve a levantar la mano en tu contra, se la cortaremos.

Tomó una daga de entre sus pertenencias y con pulso firme seccionó de un tajo una de sus trenzas, la más larga. Me la tendió.

—Que este gesto sea prueba de mi compromiso.

—Esto es innecesario, Shay. Creía que tu pueblo estaba obligado a cortar las trenzas tras una derrota en un duelo entre iguales. No ha habido ningún duelo.

—Y, sin embargo, has estado a punto de matarme sin que yo pudiera impedirlo, mi gente consideraría que he fracasado. Acéptala como una muestra de respeto y lealtad. Shay Ner Valai, del Clan Amhlaid, te honra con este gesto. Sería una ofensa rechazarlo.

Abrí la mano y permití que me la entregara. En ella había trece cuentas. El vestigio de trece años sin haber sido derrotada. Si necesitaba una prueba de su franqueza, la tenía delante.

—Mañana debo liderar un batallón entero, compuesto por los Roran de Gauteron y los que hemos estado entrenando hasta ahora. Serán unos mil doscientos soldados en total. Tenemos que defender el flanco derecho bajo la vigilancia de Varkin. Si fracasamos, perderé los privilegios que acabo de obtener. No puedo permitirme una derrota. ¿Lucharéis a mi lado?

—Nuestras lanzas y espadas estarán dispuestas.

—Me alegra oírlo. Saldremos antes del alba, de modo que será mejor que todos nos retiremos a descansar.

—Hablaré con los otros de inmediato —añadió ella mientras cubría su desnudez con una capa.

Sus tres compañeros seguían sentados junto a la hoguera. Su charla se vio interrumpida al vernos salir de la tienda. El rostro de Irah se iluminó con un gesto travieso; abrió la boca para decir algo, pero se retractó ante el semblante serio de Shay.

No me quedé a presenciar su charla. El peso de lo acontecido durante el día resultaba extenuante y la mañana siguiente prometía aumentar la carga. Levanté la mirada hacia el cielo. El resplandor de las lunas caía como un velo sobre el campamento, cada una de ellas guardaba las distancias con la otra, como dos amantes mal avenidos. Antes de que ambas desaparecieran en el horizonte se escucharían los cuernos de guerra llamando a los soldados a una nueva contienda. Y yo tendría que desempeñar un papel decisivo si quería seguir formando parte de ese juego.