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Besos con sabor a sangre

De entre todas las formas que los dioses podían hallar para complicarme la vida, fueron a escoger la peor. Si me hubiera descubierto cualquier otra persona, la habría matado sin miramientos, daba igual si se trataba de un Roran, un larkan o la mismísima Shilgen. Habría sido una baja más en la huida supuestamente perpetrada por Lars, una lamentable pérdida que no podrían relacionar de ningún modo conmigo.

Con Rosslyn era distinto. Era la perfecta asesina, una guerrera capaz de eliminar a una docena de hombres sin usar arma alguna. Su muerte levantaría sospechas. Eso en el supuesto de que pudiera derrotarla, lo cual no era una apuesta segura.

Su rostro era una máscara de indiferencia, fría y pétrea, como una talla esculpida en alabastro que resplandecía con la luz blanca que las lunas arrojaban sobre ella. Mientras observaba aquellos ojos que parecían adivinar mis más íntimos pensamientos, traté de sopesar mis opciones, pero la imagen de todos los hombres a los que ella había torturado no dejaba de atormentarme. Me veía a mí mismo en su lugar, sometido a sus crueles caprichos. Temblaba solo con pensarlo. Rosslyn había dejado claro que tenía ganas de desquitarse conmigo; solo necesitaba una excusa y yo se la había ofrecido en bandeja.

Dio un par de pasos hacia delante, tranquilos y comedidos.

—Qué lástima, mira que jugarte la vida por un celiriano —musitó con desgana—. Dudo mucho que Peregrino hubiera consentido esa debilidad, menos mal que no está aquí para ver cómo su aprendiz tira por tierra todas sus enseñanzas de una forma tan ridícula.

—Rosslyn, escucha…

Se lanzó a por mí antes de que acabara la frase. Me asestó una patada en el estómago que me pilló desprevenido e hizo que me doblara hacia delante. Levanté el brazo justo a tiempo de evitar un puñetazo. Ella giró sobre sus talones y me propinó un codazo en el pecho, seguido por varios golpes en el costado y en la cara. Sujeté su puño con mi mano, lo retorcí y le di un rodillazo en las costillas. Rosslyn contraatacó sacudiéndome bajo la barbilla; el impacto me hizo caer al suelo. Ella se echó encima de mí. Giré la cabeza a un lado y otro para evitar sus puños y, en cuanto tuve ocasión, la aparté de un empujón.

—¡No es lo que parece! —exclamé. No quería pelear con ella, me convenía seguir siendo su aliado. La única opción que me quedaba era tratar de convencerla de mi inocencia—. Lo he liberado con un propósito, no se trata de una traición.

—Te estás hundiendo cada vez más en tus propias mentiras.

Seguimos luchando, todavía tumbados en el suelo. Me propinó varios golpes en la cara y una patada en el costado. Rosslyn pegaba duro, pero yo me estaba conteniendo; Blazh me había enseñado que ante un enemigo fuerte me convenía parecer más débil de lo que era. Saltó de nuevo sobre mí y apretó su rodilla contra mi cuello para inmovilizarme.

—No voy a matarte —dijo—. Todavía no. Primero te llevaré ante Ragnar, le contaré lo que has hecho y le pediré permiso para ejecutarte de la forma más lenta y humillante que se me ocurra. Pero antes me divertiré cortándote en trocitos.

Me retorcí, levanté las piernas y la golpeé en la espalda. Soltó un gemido de sorpresa. Aproveché su descuido para voltearla en el aire, tirarla al suelo y colocarme encima de ella. Le sujeté los brazos contra los costados. Ella se revolvía como un animal salvaje, con sus rasgos contorsionados por la rabia.

—Estoy de tu lado, Rosslyn, siempre lo he estado —insistí—. Mi lealtad hacia Ragnar no ha cambiado. A él le debo todo lo que soy ahora, jamás le traicionaría.

—¿Como tampoco traicionaste a Peregrino?

—Blazh intentó matarme, no me quedó más remedio que defenderme. Y no pasa un solo día sin que lo lamente.

—Pues todavía lo vas a lamentar más.

Cogió impulso y levantó la cabeza de súbito, golpeándome en la nariz con su frente. El impacto me dejó aturdido. Ella no perdió un segundo, se soltó los brazos y me empujó a un lado. Me pegó varias patadas mientras yo permanecía en el suelo, hasta que mi mareo remitió y pude levantarme.

—¡Te juro que digo la verdad! —continué—. Por lo menos, deja que te lo explique.

Soltó un gruñido, sin frenar sus avances. Detuve sus siguientes golpes, pero cada vez me ganaba más terreno. Acabé con la espalda pegada a un árbol, hice un quiebro y su puño chocó contra el tronco. Saltó hacia atrás y se frotó su mano dolorida sin dejar de mirarme con aquellos ojos velados por la furia.

—Déjame hablar, es todo cuanto te pido. —Puse la mano por delante en un gesto de contención, pero de poco me sirvió.

Vi el brillo del acero en su mano justo a tiempo. Detuve su daga a muy poca distancia de mi garganta, el filo quedó encajado en una de las puntas de mi brazal. Rosslyn me empujó contra el árbol, colocando su otro antebrazo contra mi garganta y girando la daga para intentar alcanzarme. Solo mi brazal se lo impedía.

—Has ayudado a escapar a un prisionero a costa de la vida de ocho de nuestros hombres. No veo de qué forma puede eso contribuir a nuestra causa.

—No es un prisionero cualquiera, sabe dónde se ocultan las fuerzas rebeldes que han estado acosando a las tropas de Shilgen y ralentizando nuestros avances.

—¡Razón de más para retenerlo! Le habría sacado esa información por las buenas o por las malas.

—Se habría negado a colaborar. Para cuando consiguieras su confesión, los suyos habrían sabido de su captura y habrían tenido tiempo de trasladarse. Eso suponiendo que te dijera la verdad. Estaría muerto antes de que pudiéramos comprobarlo.

—¿Y liberarlo es una mejor opción?

—Piénsalo, Rosslyn. Irá directo hacia su escondite, nos guiará hasta las puertas mismas sin siquiera saberlo. Nos bastará con seguirle para obtener lo que queremos.

La duda asomó a sus ojos. Aflojó un poco su agarre, lo suficiente para permitirme respirar con normalidad.

—¿Cómo sé que dices la verdad? Te vi hablando con él en el bosque, os conocíais de antes.

—Entonces sabrás que me negué a traicionaros. Él mismo aseguró que me consideraba su enemigo. He visto la oportunidad de aprovecharme de la situación y la he tomado, sabía que confiaría en mí si fingía que le ayudaba a escapar. Pero el plan debía parecer verosímil, de ahí que haya preferido mantenerlo en secreto y me haya visto obligado a matar a esos hombres. ¿Qué importancia tienen ocho soldados si sacrificando sus vidas podemos cercar a nuestros enemigos? —añadí con una sonrisa desdeñosa. Rosslyn respondió con una similar.

Me mantuvo preso un instante más y después se fue apartando lentamente. Parecía que mi improvisada treta estaba funcionando por fin.

—Supongamos que te creo. No me parece una idea del todo descabellada. —Guardó la daga en su vaina—. Pero si descubro que me estás engañando…

—¿Por qué querría arriesgarme a perder todo lo que he conseguido? —resoplé, fingiendo sentirme indignado ante la idea—. Ese hombre no me importa en absoluto, no es más que una pieza que puedo usar para obtener lo que quiero.

—¿A qué esperamos entonces para seguirle? Ya le hemos dado suficiente ventaja.

—Tenía previsto poner a Shilgen al corriente de mis planes. —Me limpié la sangre que goteaba de mi nariz.

—¿Para qué compartir la gloria con esa zorra pudiendo reservarla para nosotros? Tú y yo vamos a ir tras los pasos de ese celiriano, descubriremos dónde se esconden los suyos y ya decidiremos qué hacer después. Ragnar sabrá compensar nuestros esfuerzos generosamente. ¡Vamos, en marcha!

Se encaminó en la dirección que Lars había tomado y no me quedó más remedio que seguirla. Ese contratiempo no entraba dentro de mis planes, pero al menos había conseguido ganar tiempo. Y Rosslyn tenía razón, si encontrábamos el lugar donde se reunían los celirianos, Ragnar estaría muy satisfecho con nosotros. Solo debía procurar que Lars no estuviera allí cuando los nuestros atacaran.

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No tardamos mucho en encontrar el rastro que Lars había dejado a su paso. Le estuvimos siguiendo durante un par de horas, siempre a cierta distancia para no llamar su atención, hasta que al fin apareció ante nosotros una muralla hecha de madera y piedra que rodeaba lo que parecía ser un pequeño poblado asentado junto al río, oculto en el claro del bosque que se cernía a su alrededor. Los techos y torretas que sobresalían por encima de la muralla estaban muy viejos y deteriorados. Debía tratarse de una antigua aldea abandonada que los celirianos habían sabido aprovechar.

Los guardias dieron el alto a Lars al verlo llegar y, tras compartir unas palabras con él, abrieron las puertas, permitiéndole entrar. Nosotros permanecimos agazapados entre los arbustos, observando el paso de los soldados por el adarve.

—De modo que aquí es donde se escondían —susurró Rosslyn—. No me extraña que intenten retenernos unas cuantas millas más abajo, no les conviene que nos acerquemos demasiado. Arrasaríamos este lugar en menos de una hora.

—Este sitio no puede albergar a más de dos mil hombres, dudo que estas sean todas las fuerzas con las que cuentan.

—Desde luego que no. Estarán esperando refuerzos o formarán parte de un batallón de reserva, si hemos de confiar en lo que los prisioneros nos confesaron. Pero es mejor eliminar al enemigo cuando está dividido y vulnerable en vez de esperar a que nos doble en número.

—Volvamos al campamento a informar a Shilgen. Si nos damos prisa, en menos de dos días tendremos a nuestro ejército cercando el poblado. —Me levanté. Ella agarró mi manga y tiró de mí para que me agachara de nuevo.

—De eso nada. Antes quiero ver lo que ocultan ahí dentro.

—¿Quieres entrar?

—¡Claro que sí! —confirmó, como si fuera algo obvio—. No hemos venido hasta aquí para quedarnos a las puertas.

—No me parece prudente. Está a punto de amanecer.

—Pues esperaremos hasta la noche. —Me fulminó con la mirada—. Quiero ver con mis propios ojos el campamento de esos rebeldes, descubrir qué es lo que traman y ofrecerles una pequeña muestra de lo que les espera. Después será un placer dejar el resto del trabajo a los Roran. ¿Me ayudarás por propia voluntad o tendré que recordarte que no te conviene llevarme la contraria?

—Buscaré un lugar seguro donde quedarnos hasta entonces —repliqué de mala gana. Era inútil tratar de disuadirla.

Pasamos el resto del día en el bosque, en un rincón situado a cierta distancia de la muralla. Desde ahí podíamos encaramarnos a los árboles para observar a los guardias sin ser vistos. Tuve que encargarme de buscar agua y comida para los dos, ya que Rosslyn se dedicó a vigilar con esmero el poblado sin prestar atención a ninguna otra tarea ni pronunciar palabra alguna. Su dedicación llegaba a ser obsesiva.

Tan pronto hubo anochecido, descendió del árbol para anunciar que había llegado el momento. Amparados por las sombras, nos acercamos al pie de la muralla. Rosslyn sacó una pequeña ballesta y disparó contra una de las columnas de madera que sostenían el adarve cubierto. Los garfios del virote se engancharon entre la madera y su revestimiento de hierro, produciendo un débil tintineo que no llamó la atención de los guardias; estaban demasiado lejos para percatarse. Ella tensó la cuerda y empezó a escalar a un ritmo que me pareció vertiginoso. Trepé tras ella.

Una vez arriba, caminamos agachados junto al muro con el máximo sigilo y caímos como centellas sobre los guardias desprevenidos. Debía reconocer que contar con la ayuda de otro creiche hacía el trabajo mucho más fácil. Entre los dos fuimos reduciendo por completo las defensas de ese ala del muro; nos acercábamos a cada soldado por detrás, uno se encargaba de matarlo y el otro de que no hiciera ruido alguno. En solo unos minutos, teníamos una pila de cadáveres a nuestros pies. Los ocultamos dentro de una garita cercana.

—Acaban de hacer el cambio de guardia, disponemos de seis horas hasta el siguiente. Si actuamos ahora, no darán la alarma hasta que descubran los cuerpos —dijo Rosslyn.

—¿Cuál es el plan?

—Separémonos. A ver qué podemos averiguar.

Me preocupaba lo que Rosslyn pudiera hacer por su cuenta, pero dado que no tenía un motivo justificado para negarme, me limité a asentir y tomar el camino opuesto al suyo. Bajé por la primera escalera que encontré. Cerca de allí había un carro lleno de mantas, túnicas y capas raídas. Me envolví en una de ellas para pasar desapercibido entre los residentes de aquel lugar.

Por dentro, el poblado tenía un aspecto aún más deplorable. Lo conformaban casas medio derruidas, hechas de adobe y madera, apiñadas unas contra otras entre galerías de callejones estrechos. El empedrado estaba mellado e invadido por hierbas y rastrojos; no se podían dar dos pasos sin tropezar con carros y caballos abandonados en mitad de la calle.

Me bastó con doblar un par de esquinas para encontrarme con sus habitantes. No vestían como soldados; sus ropajes eran una mezcla de harapos y piezas de armadura que no encajaban entre sí. Deduje que la mayoría serían campesinos, siervos y sinsangres que se habían visto obligados a tomar parte en la contienda, ya fuera bajo las órdenes de su señor o como único medio para sustentar a sus familias. Mi primer cálculo se había quedado corto, en aquel poblado había muchas más personas de las que creía y en ese momento se dirigían en multitud hacia el mismo sitio, un gran edificio redondo con techo de paja coronado por una cruz astada.

Me uní a la muchedumbre como uno más, atento a las conversaciones que se escuchaban a mi alrededor. Enseguida descubrí que iba a tener lugar una reunión, lo cual me pareció de lo más oportuno para el propósito que me había llevado hasta allí. El lugar estaba tan atestado de gente que apenas cabíamos todos. Por dentro no era más que un edificio vacío de cualquier tipo de ostentación, más parecido a un granero que a un lugar de reuniones o un templo dedicado al culto, como sugería el símbolo en el tejado. En su centro había una tarima y sobre ella vi a Lars y a Mareck, acompañados por algunos de sus amigos y otras personas a las que no conocía. Ajusté mi capucha y bajé la cabeza, evitando todo contacto visual con ellos. Al cabo de un rato, Mareck se adelantó y llamó al orden a los presentes para acallar sus voces.

—Como todos sabéis, los shadorianos han asentado su campamento a unas pocas millas de distancia. Su intención es arrasar nuestras tierras y conquistar los pocos reductos que aún no se han doblegado a sus caprichos. La buena noticia es que el ejército del rey Holden se aproxima y muy pronto contaremos con suficientes soldados para hacer frente al imperio y recuperar lo que nos pertenece. —Un coro de ovaciones, silbidos y aplausos resonó con estrépito y se prolongó durante varios minutos. Mareck esperó a que se tranquilizaran antes de seguir hablando—. Hasta que lleguen los refuerzos, tenemos que hacer todo lo posible por retener a los shadorianos e impedir que sigan avanzando hacia el norte. Debemos hostigarlos hasta que no les quede más remedio que volver a las capitales, de donde nos aseguraremos que no vuelvan a salir. Como muchos de vosotros sabéis, el barón de Rellie fue capturado en la última incursión, pero los dioses nos han permitido recuperarle. Él mismo os contará su experiencia y os revelará todo lo que ha visto en el campamento enemigo.

Mareck permitió que Lars se adelantara y contara su versión de su captura y posterior huida, cosa que hizo dejando oportunamente a un lado mi intervención. Demostró haber estado mucho más atento de lo que parecía, porque en los minutos siguientes describió cada detalle del campamento, las armas y las provisiones con las que contaba el batallón de Shilgen, incluyendo todos los puntos débiles que podían ser atacados. Tendría que poner remedio a todas esas flaquezas a mi regreso.

Alguien me dio un brusco empujón al abrirse camino entre la gente y, al instante, alcé la vista. Mi cara de sorpresa al encontrarme con Sveinn debió ser digna de ver. Él me dedicó una mirada esquiva que duró unos pocos segundos y continuó su camino apresurado. Pensé que no me había reconocido, pero entonces se detuvo en seco y se volvió hacia mí con lentitud, mostrando una expresión confusa. Por desgracia, su estupidez solo le hacía reaccionar de forma tardía. Aunque traté de ocultar mi rostro, ya no sirvió de nada.

—¡Tú! —gritó, señalándome con el dedo—. ¿Cómo te atreves siquiera a aparecer por aquí?

Retrocedí, llevando mi mano a la empuñadura de la espada. Definitivamente, los dioses tenían un pésimo sentido del humor cuando de mí se trataba. Los gritos de Sveinn no tardaron en alertar a todo el mundo de mi presencia; se encargó de dejar bien claro quién era.

—¡No le dejéis escapar! —bramó Mareck por encima del alboroto que se había levantado—. ¡Es uno de los comandantes del imperio, aquel al que llaman el Cuervo Rojo!

Intenté abrirme camino entre la multitud aprovechando que aún estaban demasiado sorprendidos para reaccionar. El lugar era un caos de rostros confusos, asustados y furiosos que se cernían sobre mí, sus manos se agarraban a la capa raída que llevaba puesta, impidiéndome llegar a la salida.

—¡Cerrad las puertas! —escuché la voz de Mareck por encima de las demás, seguida por el crujido de la madera al ser empujada.

Las salidas habían quedado selladas y yo estaba rodeado. Abrí un círculo a mi alrededor noqueando a los que estaban más cerca y lo aseguré sacando mi espada y poniéndola por delante. Los pocos que se atrevieron a cruzar la línea invisible que había trazado acabaron probando lo rápido que podía ser mi acero. Pero se me agotaban las opciones. No podía enfrentarme a todos ellos yo solo.

Varios hombres se apartaron para abrir camino a Mareck, que se acercaba con paso lento y una expresión petulante.

—Hay que tener valor para venir a espiarnos a cara descubierta —dijo—. ¿No tenías a ningún acólito que hiciera el trabajo sucio por ti o es que eres tan presuntuoso como para creer que pasarías desapercibido?

—Hasta ahora ni os habíais dado cuenta de mi presencia. —Alcé las cejas con indiferencia.

—No vas a salir de aquí.

—Supongo que no. Pero a ti te resultará de lo más conveniente, ¿no? La última vez que nos vimos me invitaste a venir, aunque los términos no fueran del todo hospitalarios.

De momento, lo único que podía hacer era estirar la situación lo máximo posible. Deslicé la mirada por el lugar mientras hablaba, buscando un modo de escapar. Si Rosslyn estaba entre los presentes, no parecía dispuesta a mover un dedo para ayudarme. Y Mareck se mostraba menos receptivo que de costumbre a mis provocaciones.

—Ya no te necesito. Sabemos todo lo que necesitamos saber.

—¿Eso es lo que crees? —Sonreí.

—Esta vez no voy a caer en tus embustes. Eres responsable de la muerte de muchos de los nuestros, entre ellos los familiares y amigos de los aquí presentes. Echa un vistazo a tu alrededor. Todos ellos merecen justicia y yo se la voy a proporcionar.

—¿Me estás retando o solo es palabrería vacía de tu cosecha personal? —Alcé la mirada hacia las vigas del techo. No estaban demasiado altas, tal vez pudiese alcanzarlas.

—Lo que vamos a hacer es ahorcarte por tus crímenes.

Me volví hacia él, desconcertado por aquella afirmación. Bastó fijarme en su férrea mirada para saber que estaba hablando en serio.

—¿Sin un juicio previo?

—No te mereces más concesiones. Estas gentes serán tus jueces y tus verdugos. Ahora, suelta esa espada —ordenó con firmeza—. No tienes escapatoria.

Volteé la espada en mi mano, consiguiendo que la primera fila de hombres soltara un respingo. Sin reprimir una pequeña mueca de satisfacción por la reacción que había provocado, la coloqué en su vaina con lentitud y levanté las manos en señal de rendición. Después, me quité muy despacio la capa raída que llevaba puesta e hice ademán de tirarla al suelo, pero, en vez de eso, se la lancé a Mareck a la cara. Aproveché aquel instante de confusión para echar a correr en su dirección lo más rápido que pude. Salté por encima del celiriano que estaba a su derecha, apoyé la mano en su hombro para impulsarme y me retorcí en el aire para tratar de alcanzar una de las vigas que atravesaba el edificio de lado a lado. Conseguí aferrarme con una mano y me quedé colgando en el aire durante un momento, hasta que pude balancearme y alzarme por encima de ella.

Era una viga de contención ancha por la que se podía caminar con facilidad. Los gritos y protestas de los celirianos me siguieron mientras recorría su extensión y sorteaba los postes verticales que la cruzaban cada pocos pies. Para entonces, algunos de ellos habían cogido sus ballestas y habían empezado a disparar a discreción. Los virotes pasaban silbando a mi lado, incrustándose en la madera cada vez que me cubría tras una viga. Conseguí llegar al otro extremo del edificio con solo unos rasguños y, una vez allí, golpeé el techo de paja hasta abrir un pequeño agujero por el que poder colarme.

Salí al exterior. La paja era demasiado resbaladiza para caminar sobre ella, de modo que me dejé caer hasta la cornisa de madera que la rodeaba. Los celirianos habían empezado a salir a toda prisa del edificio. Gritaban y me señalaban, mientras los ballesteros cargaban de nuevo sus armas para detener mi huida. Caminé lo más deprisa que pude por el borde inestable del tejado, sorteando los proyectiles. Al llegar al final, la cornisa cedió bajo mi peso y salté hacia delante para agarrarme al tejado de un edificio cercano.

Me moví con agilidad de tejado en tejado, cambiando de dirección de vez en cuando para tratar de despistarlos. Todas las casas estaban alejadas del muro, no había forma de llegar hasta allí sin tocar el suelo; tendría que correr el riesgo. Descendí en cuanto tuve la oportunidad y aterricé en los adoquines de un callejón estrecho. Me escondí tras un carro al oír las voces y los pasos apresurados de los soldados.

—¡Ha ido por allí! —exclamó uno de ellos. Estaba señalando en la dirección equivocada.

Corrí por el callejón, pegado al muro. Al llegar a la esquina, me asomé. El panorama no resultaba nada alentador; eran demasiados y habían repartido armas y antorchas para facilitar la caza. Me habían visto la cara, sabían cómo vestía. Volver a mezclarme entre ellos sería más complicado que escapar.

—¡Ahí está! —escuché a alguien gritar al otro extremo de la calle.

Tres hombres se aproximaron a todo correr, les bloqueé el paso con un carro cercano. El aviso había alertado a los demás y muy pronto tuve más gente detrás de mí que delante, así que salté al carro y, desde allí, me impulsé por encima de las cabezas de los tres primeros para aterrizar al otro lado. Continué con mi huida, pero cada vez que doblaba una esquina me encontraba con más perseguidores.

Cuando me vi rodeado por ambos lados, me encaramé al alfeizar de una ventana, rompí los postigos de una patada y me colé dentro. La casa estaba a oscuras y parecía abandonada. Subí por unas escaleras carcomidas; el segundo piso presentaba el mismo aspecto. Me asomé a una de las ventanas para comprobar mi situación. La muralla estaba muy cerca, solo tenía que cubrir una pequeña distancia; necesitaba hallar el modo de conseguirlo.

Esperé agazapado junto a la ventana, mientras en el piso inferior se oían los pasos y golpes de los celirianos que habían irrumpido en el edificio. No me moví de allí hasta que casi los tuve encima, momento en el que salí de entre las sombras y me libré de ellos con un par de hábiles movimientos de cuchillo. Después, salté por la ventana; caí con la mayor parte de mi peso sobre el tobillo izquierdo, lo que me produjo una ligera torcedura. Me tragué el dolor y salí cojeando de allí antes de que volvieran a rodearme.

La calle parecía despejada, pero, al doblar la esquina, choqué contra un tipo enorme y caí de bruces al suelo. Apoyado sobre los codos, alcé la mirada y me encontré con el rostro hosco de Dragan, cuya irritación era más que evidente. Recordé que la última vez que nos vimos había acabado paralizado y con la cara metida en un plato de caldo gracias a mí. Su enfado era razonable.

—Llevaba mucho tiempo queriendo dar contigo —gruñó.

Alzó su hacha de doble filo y la dejó caer sobre mí. Pude esquivarla justo a tiempo. La punta se clavó con un chirrido en los adoquines, levantando algunas chispas. Rodé por el suelo, sorteando sus tajos hasta que pude ponerme en pie. Dragan se giró de repente y encajó el mango de su hacha entre mis costillas con tanta fuerza que me cortó la respiración. Me balanceé hacia atrás, agaché la cabeza cuando el hacha partió el aire sobre mí, saqué una daga y arremetí contra él. Le hice un tajo en el vientre, otro en el brazo derecho y otro en la mejilla antes de que pudiera volver a levantar su arma. Empecé a sentir un agudo dolor en el torso que se expandía por todo mi cuerpo cada vez que me movía de forma brusca. Debía tener alguna costilla rota.

Y mientras tanto, el resto de mis perseguidores se estaba acercando. Lancé una patada a las corvas de Dragan, que cayó de rodillas al suelo. Con su cabeza a la altura adecuada, golpeé la parte posterior de su cuello con todas mis fuerzas, noqueándole. Cayó como un fardo, levantando una nube de polvo y gravilla.

Ya estaba muy cerca de la muralla, solo tenía que hacer un esfuerzo más; reanudé mi camino. Mareck me cerró el paso cuando casi la había alcanzado. Lo acompañaba un numeroso grupo de celirianos, demasiados para poder enfrentarme a ellos. Me di la vuelta, solo para encontrarme con un grupo similar bloqueando la calle. No tenía salida.

—Mierda… —musité, apretando el brazo contra mi costado para mitigar el dolor.

Retrocedí hasta topar con una vieja casucha que tenía una torre ruinosa. Las ventanas estaban bloqueadas por travesaños de madera, pero la puerta parecía podrida y fácil de forzar. Como no se me ocurría qué más hacer, la empujé con el hombro hasta que cedió y me colé en su interior. Había muebles de madera carcomida, muchos pergaminos y telas amontonadas en el suelo y colgando de los techos en un completo caos, todo ello cubierto por una gruesa capa de polvo y telarañas. Tenía aspecto de ser una tejeduría abandonada.

Me situé delante de la entrada con la espada en la mano, expectante. Si no podía escapar, al menos les pondría las cosas difíciles. El primero en entrar fue Mareck; los demás se quedaron fuera, rodeando la casa.

—Te dije que no tenías escapatoria —afirmó tajante.

La antorcha que llevaba en la mano iluminó el interior de la vieja tejeduría. Me fijé en que no llevaba ningún arma encima.

—Merecía la pena intentarlo de todos modos.

—Nunca entenderé qué es lo que pasa por esa cabeza tuya. Después de haber ejecutado a tantos inocentes a sangre fría, de haber traicionado a los tuyos para unirte al Coloso y de hacer un sinfín de atrocidades sin inmutarte, todavía te atreves a venir a nuestro campamento y pasearte por aquí como si nada.

—No sé de qué te extrañas, soy una elección lógica como espía. No tengo aspecto de shadoriano y si tu gente me ha visto alguna vez, ha sido detrás de una máscara. De no ser porque vosotros me conocéis en persona, habría pasado desapercibido.

Exhaló un suspiro cansado.

—¿También te ha merecido la pena? ¿Tienes la información que habías venido a buscar?

—No exactamente. Pero sí ha sido interesante saber que seguís creyendo en las historias que os cuentan los heraldos del rey sobre esa ayuda que está en camino y nunca llega a su destino —dije burlón.

—Pues esta vez eres tú el que se equivoca. El ejército de Holden ya está reunido, he podido comprobarlo en persona. Mantenemos el contacto en todo momento para organizar la ofensiva que muy pronto llevaremos a cabo contra las ratas shadorianas. Contamos con el apoyo de Therion y Zenysia, que nos han proporcionado una enorme cantidad de soldados. Os superamos en número.

—¿Y por qué me lo cuentas?

—Porque me importa muy poco que los shadorianos se enteren de que su derrota está próxima. Y porque no vas a salir de aquí. —Dio un par de pasos hacia delante. Acercó la antorcha a una tela que colgaba de la pared y esta prendió al instante con un chasquido—. Es hora de acabar con esto.

—¿Qué haces? —pregunté atónito, aunque presentía la respuesta.

—Asegurarme de que no vuelvas a hacer daño a nadie.

Paseó la antorcha por los muebles y objetos más cercanos. En pocos segundos, una llamarada se alzó, lamiendo la madera reseca y los múltiples tejidos que llenaban la estancia. Se contagió con rapidez e iluminó la habitación con un resplandor siniestro. Mareck lanzó la antorcha a poca distancia de donde yo estaba y esta fue recibida con un rugido por las lenguas de fuego que ya me cerraban el paso.

—Dale recuerdos a tu tío si te encuentras con él al otro lado del Abismo —dijo antes de salir por la puerta y cerrarla de golpe.

Cuando quise atravesar las llamas, ya era demasiado tarde. El fuego se había extendido por las paredes y el techo, el calor empezaba a resultar sofocante. Las ventanas estaban selladas y, aunque consiguiera llegar a la puerta, los que estaban ahí fuera no me iban a permitir salir. El humo bloqueaba mi visión, rodeándome en un abrazo asfixiante que me provocaba picor en la garganta. Me tapé la boca con la manga y me abrí paso como pude entre aquel desorden ardiente.

Al palpar las paredes, hallé una puerta obstruida por una pesada cómoda. Conseguí apartarla tras varios intentos, solo para descubrir que la puerta estaba cerrada con llave. Maldije para mis adentros mientras movía frenéticamente el picaporte; era mi única oportunidad de escape. Tomé impulso y la golpeé con todo el peso de mi cuerpo. Las jambas estaban tan carcomidas como el resto de la madera de esa casa y, poco a poco, fueron astillándose y cediendo. Con un último empujón, la puerta se abrió y me vi impelido hacia delante. Caí sobre unos escalones cubiertos de polvo.

Tomé una larga bocanada de aire, notando una dolorosa punzada en el pecho. Detrás de mí, el fuego estaba consumiendo cada rincón de la casa. Restos de pergamino se elevaban en volátiles fragmentos que danzaban en el aire como polillas y se posaban sobre la madera para continuar propagando el incendio. Algunos de ellos cayeron sobre los escalones y estos empezaron a arder. Me levanté de inmediato.

Lo que tenía delante era una escalera de caracol estrecha y destartalada a la que le faltaban varios peldaños; sin duda me encontraba dentro de la torre. Mientras subía, pude escuchar el crujir de las vigas; era como un gemido lastimoso que surgía de las entrañas de la torre y se fundía con el rugido de las llamas que la envolvían raudas, en un abrazo mortal. El humo, mucho más rápido que yo, se arremolinaba a mi alrededor y oscurecía el camino que tenía delante. Me escocían los ojos y no podía dejar de toser. La luz anaranjada que oscilaba a mis espaldas apenas me permitía ver nada, así que tuve que reducir el paso para no tropezar con un peldaño vacío. El gemido se hizo más insistente y noté que el suelo temblaba bajo mis pies. La escalera se balanceó un instante. Aquella torre no aguantaría en pie mucho más tiempo.

No supe que había llegado arriba hasta que los escalones dejaron paso al suelo liso. Allí la nube de humo era más espesa, me quemaba la garganta cada vez que lo respiraba. Estaba tan agotado que solo quería tumbarme en el suelo y cerrar los ojos. Me vino a la mente el rostro de mi tío, tan borroso como la humareda que me rodeaba; casi no me acordaba ya de sus rasgos. Había muerto de ese modo, devorado por las llamas. Su recuerdo me dio fuerzas para seguir adelante.

Tanteé el techo inclinado hasta dar con una ventana. También estaba bloqueada, pero pude abrirla de una patada. Al salir al exterior, recibí el aire fresco de la noche como una caricia largo tiempo deseada. Me encaramé al tejado y, desde allí, observé la situación. A un lado, el numeroso grupo de curiosos se arremolinaba junto a la casa, contemplando con deleite las llamaradas que la consumían. La torre estaba muy alejada de los tejados de las otras viviendas y su altura era considerable. Si me caía, era muy probable que no sobreviviera. Al otro lado solo estaba el río, una siniestra hendidura negra que recorría serpenteante el terreno. Era mi única posibilidad de salvación.

Ya empezaba a notar el calor en los listones de madera que formaban el tejado, el fuego debía haber llegado al último piso. La torre empezó a tambalearse de nuevo, esta vez con más fuerza. Un trozo del techo se vino abajo, abriendo un agujero que me permitió ver el alcance de los daños; buena parte de la torre estaba consumida, cedería bajo su propio peso en cualquier momento.

Me desplacé con cuidado por el tejado, tratando de vislumbrar algo entre los jirones de la densa humareda que me envolvía. Salté solo un par de segundos antes de que la torre se desplomara. El estruendo de su colapso me acompañó en mi descenso y quedó amortiguado cuando entré en contacto con la superficie gélida del Grandes Aguas. Me hundí en aquella negrura confusa, con los escombros danzando a mi alrededor en un amasijo de burbujas que me golpeaba y me hacía girar sin remedio. El frío atenazaba mis miembros y se clavaba en mi piel como un millar de agujas.

Conseguí sacar la cabeza del agua y tomé una larga bocanada de aire que enseguida se convirtió en una tos violenta. Mis ojos fueron enfocando poco a poco la escena que tenía delante. La fuerte corriente del río me había arrastrado hasta dejar atrás el poblado, en el que destacaba una lengua de fuego que subía hasta el cielo, cuya luz bailoteaba en las aguas inquietas y perfilaba los cascotes que flotaban a mi lado.

Me recorrió un escalofrío. Más que nadar, me dejé llevar por la corriente hasta alcanzar la orilla. Salí del agua arrastrándome, incapaz de ponerme en pie. Noté la tierra blanda bajo mi mejilla y cerré los ojos, rindiéndome al cansancio. No sé cuánto tiempo pasó hasta que el sonido de unos pasos me hizo abrirlos de nuevo. Vi unas botas delante de mí e intenté alzar la cabeza, pero me pesaba demasiado, así que me limité a girar el cuerpo hasta quedarme boca arriba. El pálido semblante de Rosslyn me observaba con apatía.

—Aclárame una cosa. ¿Blazh se olvidó de enseñarte lo que era la sutileza o es que disfrutas montando un espectáculo?

Quise reír, pero acabé teniendo un nuevo ataque de tos. Los pulmones me ardían, no sabía si era por el agua que había tragado, por el humo o por ambos.

—Vamos, levanta. —Rosslyn se agachó junto a mí y me ayudó a incorporarme. Notaba los brazos y las piernas completamente rígidos, me costaba mucho moverlos—. Estás helado —protestó mientras me arrastraba al interior del bosque.

Me dejó apoyado en un árbol y se dispuso a encender una hoguera. Dejé caer la cabeza contra el tronco, notando los párpados cada vez más pesados. Algo tiró de mí y me giré para ver a Rosslyn desabrochándome el jubón.

—¿Qué haces? —pregunté con una voz ronca que me raspaba la garganta.

—Quitarte esta ropa empapada antes de que te congeles —musitó—. Oh, vaya. Parece que te han dado una buena paliza.

Me incliné para ver a qué se refería. Tenía un enorme moratón en el torso, además de varias laceraciones.

—Podría haber sido peor. —Solté un grito al notar sus manos calientes frotando la zona—. ¿Eso también es necesario?

—Intento hacerte entrar en calor —dijo con una sonrisa ladeada. Siguió masajeando mi pecho, con un poco más de suavidad. Lo cierto era que el cosquilleo de sus dedos resultaba agradable—. ¿No te gusta?

—Claro que me gusta. Cómo no iba a gustarme… —susurré somnoliento.

Sentí un pesado sopor extendiéndose por todo mi cuerpo. Fue interrumpido por otro acceso de tos, tan fuerte como los anteriores. En el momento en que las manos de Rosslyn desaparecieron, empecé a echarlas de menos. Noté que seguía desnudándome y, después, el tacto suave de una capa posándose sobre mí. Volví a reposar la cabeza sobre el tronco; con los ojos entrecerrados, observé a Rosslyn sacar algo de su bolsa y ponerlo al fuego. Abrí los ojos al notar que empujaba algo contra mis labios. Me aparté.

—¿Qué es eso?

—Algo que te ayudará a recuperarte. Vamos, abre la boca. ¿Es que no te fías de mí?

—Por supuesto que no.

—¡Abre la boca! —ordenó de nuevo, tomándome de la barbilla.

Un brebaje caliente y dulzón bajó por mi garganta y calmó el frío que todavía me atormentaba. Tomé el recipiente con ambas manos y bebí de él hasta que no quedó ni una gota. Al limpiarme la boca, vi que el líquido era de un tono rojo oscuro, como la sangre.

—Es una mezcla de trébol rojo, sangre de drago y miel —aclaró ella al notar mi confusión—. Te ayudará a cicatrizar más rápidamente. Tienes un par de costillas rotas.

—Ya lo había notado.

—He de reconocer que ha sido divertido. Los has tenido corriendo detrás de ti por todo el poblado. —Empezó a reírse—. Con la distracción, me ha resultado muy fácil actuar por mi cuenta. Y el incendio al final… esa sí que ha sido una salida triunfal.

—¿Qué estuviste haciendo tú?

—Les he dejado un precioso regalo de parte de Shador. He matado a todos los guardias que había en la muralla y después he colgado los cadáveres en la parte exterior del muro, formando un tapiz. Cuarenta y ocho en total. Lástima que muchos de ellos dejaron sus puestos al oír el alboroto. Mañana te llevaré a ver mi obra, si es que sigue ahí. Te gustará.

—Estás completamente loca.

—A la grandeza a veces se la confunde con locura. —Sonrió. Empecé a sentirme mareado—. Algún día lo entenderás, cuando la Diosa Madre decida abrirte los ojos.

La vista se me nublaba por momentos; escuchaba hablar a Rosslyn, pero no entendía lo que estaba diciendo. Era como si mi cerebro hubiera dejado de funcionar. El resto de la noche fue un amasijo confuso de sueños y visiones, acompañados por el eco de una canción que me resultaba extraña y familiar a la vez.

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—Mirad quién se ha dignado a salir de sus aposentos y a honrarnos con su presencia —anunció Shay a los Escorpiones en cuanto puse un pie en el patio de armas.

Entre los siete habían acaparado el espacio que los Roran usaban para sus prácticas, si bien era cierto que quedaban muy pocos en la ciudad para que la intrusión les resultara molesta. La mayoría estaban desperdigados en el norte bajo las órdenes de sus erkanes, enfrentándose a los reductos rebeldes que surgían cada vez con más frecuencia.

A Irah se le dibujó una amplia sonrisa. Con un giro brusco de muñeca, golpeó la cabeza del estafermo con su lanza y la envió al suelo sin darse cuenta siquiera. Tiró la lanza a un lado y se acercó a zancadas.

—¡Dichosos los ojos! Empezábamos a pensar que ya no querías saber nada de nosotros. ¿Cómo van esas lesiones? —Me dio una fuerte palmada en el costado.

—¡Ay! ¡Iban bien hasta ahora! —protesté. Irah soltó una carcajada.

—El galeno te dijo que debías descansar —dijo Phyla con un tono mucho menos animado.

—Ya estoy harto de descansar, llevo casi tres semanas confinado en este lugar. Si no salgo pronto de aquí, me voy a volver loco.

—Lo secundo. Este lugar es un aburrimiento —asintió Irah—. Y pensar que los shadorianos están ahora combatiendo en el norte, sin nosotros… Y durmiendo en el suelo… Y comiendo esas gachas asquerosas que sirven de rancho… Pensándolo mejor, aquí no se está tan mal.

—No teníais por qué regresar a las capitales conmigo. Podíais haberos quedado a combatir junto a Shilgen, allí habríais resultado más útiles.

—Te prometí que los Escorpiones te seguiríamos allá a donde fueras —dijo Shay—. Aunque eso signifique estar de brazos cruzados hasta que tú te recuperes.

—Ese momento ha llegado.

Tomé una de las espadas de prácticas y golpeé uno de los estafermos antes de que empezaran de nuevo con los reproches sobre mi estado de salud. Durante los años que duró mi adiestramiento, Blazh jamás había dejado que mis heridas sanaran del todo y ahora me faltaba paciencia para esperar hasta entonces. Los viejos hábitos son difíciles de cambiar.

De no haber sido por la presencia de los Escorpiones y por las órdenes de Ragnar, no me habría quedado tanto tiempo en el palacio sabiendo cómo estaba la situación. Shilgen había llegado demasiado tarde al poblado que Alondra y yo habíamos descubierto, los celirianos se habían marchado de allí después de nuestra visita. Pero seguían hostigando a nuestras tropas, aún con más frecuencia que antes. La amenaza de Mareck de que un enorme ejército se aproximaba no parecía haber inquietado a Ragnar en absoluto; insistía en quedarse en las capitales junto a sus más fieles doranes, fingiendo ante el pueblo que todo estaba bajo control. Puede que fuera debido a la influencia que sus consejeros ejercían sobre él. A mí me parecía una pésima idea.

Sabía que Mareck no me había mentido, lo había visto en sus ojos. Desdeñar una información tan valiosa como esa no nos aportaría ningún beneficio. Pero desde las capitales poco había que yo pudiera hacer, salvo esperar e insistir. Y lo tenía todo en contra, ya que Waldive se había empeñado en poner en entredicho todo lo que salía por mi boca.

—Nos iremos pronto, tal vez mañana mismo, si consigo convencer a Ragnar de que ya estoy recuperado —informé a los Escorpiones.

—¿Lo estás? —preguntó Buba—. Recuperado, digo.

—Claro que sí —resoplé—. Solo eran un par de costillas rotas, tampoco es para tanto.

—Fantástico. Eso significa que tendremos que viajar con la pájara. —Shay se cruzó de brazos, adoptando un gesto de desagrado.

—¿De qué hablas?

—De esa amiguita tuya, esa Alondra. Ha llegado esta misma mañana, ¿no te habías enterado?

—No. Se suponía que estaba con Shilgen tratando de poner freno a los celirianos.

—Pues la he visto pasearse por el palacio como si fuera su dueña.

—Habrá venido a informar al deviet de la situación.

—Cuánto dudo que haya querido rebajarse a realizar la tarea de un recadero.

—Da igual, ya me enteraré de la razón de su presencia. Ahora me interesa más recuperar el tiempo perdido. Coge una lanza, necesito alguien con quien practicar.

Shay se mostró reticente, pero obedeció. Me di por satisfecho después de comprobar que volvía a estar en plenas facultades, aunque aún sentía una punzada de dolor cuando me movía demasiado rápido. Seguía empeñado en solicitar a Ragnar que me permitiera regresar al campo de batalla lo antes posible, tenía ganas de volver a encontrarme con Mareck y hacerle pagar su intento de asesinato. Pero tendría que esperar hasta que el deviet me concediera una audiencia, así que decidí visitar el Shalayad mientras tanto.

Encontré los corredores y claustros extrañamente vacíos aquel día, solo unas pocas personas paseaban por el complejo. Buscar a mis doncellas favoritas se convirtió en una misión complicada que precisó de mucho más tiempo del esperado. Acabé hallando a Dereid en una de las salas. Estaba sentada junto a una amplia ventana, observando la ciudad de Scyllis mientras cepillaba su largo cabello dorado. Al oír mis pasos, se giró y me dedicó una amplia sonrisa.

—Hacía mucho que no te veía por aquí, encanto. Te he echado de menos. —Se levantó y, enlazando sus brazos alrededor de mi cuello, depositó un beso en mi mejilla.

—¿Cómo es que está todo tan tranquilo por aquí? Jamás había visto el Shalayad así de desierto.

—Es extraño, ¿verdad? —Arrugó la nariz—. Acabo de volver de dar un paseo por los jardines y me he encontrado con los pasillos vacíos. Aunque no es la primera vez. —Se encogió de hombros—. Hace unos días escuché a algunas concubinas hablar sobre una reunión con la consorte real, pero no quisieron ahondar en detalles. Les encanta guardar secretos. —Me guiñó un ojo—. Tal vez esa sea la razón. O tal vez estén en algún lugar al que no he sido invitada. No todas poseemos los mismos privilegios.

—¿Tampoco sabes dónde está Adah? Tenía la esperanza de pasar un rato con vosotras antes de partir de nuevo.

—Lo lamento, encanto. El deviet la ha reclamado para sí, y ya sabes lo que eso significa. Nadie excepto él puede tocarla. Me temo que ya no podremos contar con su compañía.

—En realidad, qué importa.

Pasé los dedos por su cabello, tan suave al tacto como la más delicada de las sedas, para acabar hundiendo mi cara en su cuello y recorrerlo con un rastro de besos. Su dulce risa llegó hasta mis oídos.

—¿Por qué no vamos a algún lugar discreto donde pueda resarcirme por todos esos días que he pasado lejos de ti? —pregunté.

—Conozco el lugar ideal.

Me cogió de la mano y me condujo por uno de los pasillos. Se detuvo al llegar a la esquina, de forma tan repentina que casi tropiezo con ella. La razón de aquel alto estaba delante de nosotros: Rosslyn nos cortaba el paso, vestida tan solo con una túnica abierta que dejaba entrever la piel pálida que había debajo. Entornó los ojos y le dirigió una mirada cargada de furia a Dereid. Noté que esta se tensaba y su mano, aún agarrada a la mía, empezaba a temblar.

—Lárgate de aquí, zorra. Este es mío —exigió Rosslyn. Había una nota de enojo en su voz.

Dereid bajó la cabeza y me soltó de inmediato.

—¡Espera! —dije, tratando de retenerla. No me hizo caso. Se marchó con rapidez, dejándonos a solas—. Fantástico. Espero que estés satisfecha, Rosslyn, ya me has fastidiado el día.

—No necesitas a esa furcia, tienes una opción mejor delante de ti. Has aparecido en el momento más oportuno, el tedio empezaba a agobiarme.

—¿Qué te hace suponer que iré contigo después de haber espantado a mi concubina?

—Tengo un par de buenas razones. —Dejó que la túnica resbalara por sus hombros, revelando sus pechos desnudos. Me había vuelto a dejar sin palabras—. Olvídate de ella. No creo que se atreva a volver a tocar lo que me pertenece.

—¿Desde cuándo soy de tu propiedad? —pregunté sin convicción. No podía apartar los ojos de su busto.

—Desde la última vez que te dejé la piel marcada.

—Qué demonios… —susurré, cediendo a la tentación. La tomé de la cintura y atrapé sus labios en un beso ansioso que ella respondió de inmediato. Solo era sexo y yo estaba demasiado excitado para rechazarlo. Qué importaba de quién se tratara.

Rosslyn me empujó contra la pared, tomó mi cara entre sus dedos y aplastó su cuerpo contra el mío. Sus dientes rozaban mis labios, intercalándose con esa lengua que cada vez se internaba más en mi boca. Sus manos se agarraban con furia a cada parte de mi cuerpo y las mías recorrían sus curvas sin descanso. La obligué a girar, atrapándola contra el muro, y ella hizo lo mismo conmigo en cuanto tuvo ocasión. Continuamos forcejeando, cada uno pugnando por imponerse al otro, ambos fundidos en un beso violento al que ninguno de los dos queríamos poner fin. Chocamos contra una estatua, haciendo caso omiso al ruido que hizo al estamparse contra el suelo y romperse en pedazos.

Cuando nuestros labios se separaron, ansiosos y jadeantes, nos encontrábamos en otro pasillo distinto y habíamos dejado un rastro de destrucción a nuestro paso. La sonrisa lasciva de Rosslyn guardaba una promesa.

—Esta noche habrá lunas negras. Dancemos hasta que la oscuridad nos envuelva. Ven, ya tengo una habitación preparada.

La seguí por el corredor. Rosslyn desprendía un aroma a lilas bastante intenso, lo cual me resultó curioso porque su uso era muy poco frecuente. Al llegar a la alcoba, apartó las cortinas y me invitó a entrar. La estancia estaba completamente a oscuras, no se podía distinguir siquiera la silueta de los muebles. Tanteé con las manos para evitar golpearme con ellos. A medida que me internaba en ella, fui percibiendo el olor penetrante de la sangre.

Una sensación gélida me recorrió la columna cuando Rosslyn cerró las cortinas tras de sí y el silencio nos envolvió. Aguanté la respiración hasta que una llama surgió en medio de la oscuridad. Ella acababa de encender una vela. El halo anaranjado cubrió el cuarto, dibujando las formas que encerraba dentro. Había una cama en el centro, con las sábanas deshechas y enmarañadas alrededor de la figura de un hombre que estaba tumbado sobre ella; sus muñecas estaban amarradas a los postes. Tenía parte del torso abierto en dos. La sangre cubría las sábanas y salpicaba el techo y el suelo.

Mi desconcierto era tal que me veía incapaz de reaccionar. Casi doy un brinco cuando la mano de Rosslyn se posó en mi hombro. Me giré hacia ella, confundido y turbado por la situación y por el brillo siniestro que vi en sus ojos.

—¿Qué has hecho? —susurré.

—Lo escogí de entre los miembros del Shalayad, parecía una buena elección en su momento, pero me equivoqué. No fue capaz de satisfacerme, así que tuve que buscar otro modo de divertirme con él. —Su sonrisa se volvió maliciosa—. Y entonces te vi rondando por aquí y se me ocurrió un modo mejor de paliar el aburrimiento.

Me arrojó sobre la cama con un fuerte empujón y se subió a horcajadas encima de mí. Tenía el cadáver justo debajo, sentía su sangre aún caliente mojando mis ropas. Rosslyn trató de quitarme el uniforme mientras yo me esforzaba por detenerla y me hundía cada vez más en aquel charco de sangre y vísceras.

—¿Qué demonios haces? —prorrumpí exaltado.

—¿Tú qué crees? Lo que hemos venido a hacer. ¿No te resulta excitante? —Se inclinó sobre mí, dejando caer su aliento sobre mi rostro. Sumergió sus dedos en la sangre y después los lamió con gusto—. La vida y la muerte en un mismo lecho, unidas como dos amantes cuyos cuerpos se funden en uno solo.

—¿Es que has perdido el jui…? —Su boca se cerró sobre la mía, interrumpiéndome. Sentí su lengua danzando contra la mía, compartiendo el sabor metálico de la sangre de su víctima. Entonces, intentó sujetar mi muñeca contra uno de los postes y fue más de lo que pude soportar—. ¡Basta! —grité, haciendo acopio de fuerzas para quitármela de encima—. ¡Apártate de mí!

Rosslyn cayó de bruces al suelo con un gemido. Su gesto se contrajo en una mueca.

—¿A qué ha venido eso? ¿Es que tienes miedo de un cadáver?

—No, pero la idea de fornicar encima de uno no me atrae en absoluto. ¿A qué mente perturbada se le puede ocurrir tamaña barbaridad?

—Debí imaginarme que no tendrías lo que hay que tener. Blazh se equivocaba contigo.

—Ya me estoy cansando de que le saques a relucir cada vez que no hago lo que a ti se te antoja —protesté, tratando inútilmente de limpiar la sangre de mis manos y mis ropas—. ¿Sabes lo que te diría Blazh si estuviera aquí? Que esta no es la obra de un creiche, sino la de un carnicero.

—Pero no está aquí —repuso, arqueando las cejas, en un ademán que dejaba claro de quién era la culpa.

—Y en un minuto tampoco estaré yo.

La aparté a un lado y me dirigí a la salida. Rosslyn me agarró del brazo y tiró de mí.

—¿Es que piensas dejarme así? —En su voz ya no quedaba encanto alguno.

—Me temo que mi libido se ha apagado por completo, tendrás que apañártelas sola. O con eso que tienes en la cama —añadí con repugnancia—. De hecho, te agradecería que no vuelvas a tocarme.

Cuando me soltó, su expresión había pasado del enfado al desencanto.

—Te vas a arrepentir muy pronto de haber tomado esta decisión. —Recogió sus ropajes de creiche, desperdigados de forma caótica por el suelo, y comenzó a vestirse. Sacudí la cabeza y abrí los cortinajes. Su voz me llegó antes de que cruzara al otro lado—. Ya que piensas dejarme tirada, al menos podrías hacer una última cosa por mí.

Solté un resoplido.

—¿De qué se trata?

—Lady Darja precisa de los servicios de un creiche para una tarea especial, con la máxima urgencia. Está esperando en sus aposentos en este momento. Encárgate de hacer ese trabajo.

—¿Por qué no vas tú? Todos saben que eres la favorita de Lady Darja, si tan importante es esa tarea, lo lógico es que te la asigne a ti.

—Yo tengo otro asunto que atender. —Señaló al cadáver sobre la cama—. Tengo que hacer desaparecer el cuerpo y limpiar este cuarto. Asegurarme de que no queda rastro alguno me llevará un tiempo, ya que tú no tienes intención de ayudarme con ello, ¿me equivoco? Ocúpate de atender los deseos de Lady Darja en mi lugar y no volveré a pedirte nada más, te doy mi palabra.

—Puedes estar segura de que será el último favor que te haga.

Salí de allí aún malhumorado y busqué las escaleras que conducían a la parte más alta de la torre, donde estaban los aposentos reales. Subí a toda prisa, sin quitarme de la cabeza lo ocurrido con Rosslyn. Solo cuando me hallé ante las puertas, me percaté de la ausencia de guardias en un ala que solía estar muy bien resguardada. Golpeé con mis nudillos la enorme puerta de roble.

—¿Lady Darja? —pregunté alzando la voz, sin dejar de llamar—. ¿Estáis ahí?

La consorte real en persona me abrió la puerta. Al verme se mostró sorprendida por un fugaz instante.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—Mi señora. —Hice una pequeña genuflexión—. ¿Va todo bien?

—Por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?

—Los guardias no están en su puesto.

—Yo misma les ordené que se fueran. Necesitaba pasar un rato a solas. ¿Es esa la única razón por la que has llamado a mi puerta?

—No, mi señora. Vengo en nombre de Alondra. Me ha informado de que precisáis los servicios de un creiche y, dado que ella está ocupada en este momento, ha considerado oportuno enviarme en su lugar.

—Entiendo. —Me echó una mirada que poseía el mismo desencanto que había lucido el rostro de Rosslyn. Con un gesto elegante, me invitó a entrar—. Adelante, pues. Te explicaré en qué consiste el trabajo.

Los aposentos reales eran más ostentosos si cabe que el resto del palacio. Un sinfín de cortinajes de seda pendían de puertas y paredes, decorados con cuentas de oro y enmarcados por exquisitas estatuas de marfil y plata. Lady Darja caminó a paso lento por delante de mí, casi deslizándose por los suelos de mármol, dejando tras de sí un aroma a lilas. Supuse que ella había sido quien le había facilitado a Rosslyn aquel perfume. Se colocó delante de las cortinas blancas que cubrían el pórtico que daba a la siguiente sala y me miró con una expresión altanera.

—¿Te ha comentado Alondra cuál es la naturaleza de tu cometido?

—No, mi señora. Nada en absoluto.

—Bien. —Sonrió—. Lo cierto es que no esperaba que fueras tú quien llamara a mi puerta, Strigoi. En cierto modo, es una gran decepción. Pero ya que las circunstancias te han traído hasta aquí, será mejor que resolvamos este asunto cuanto antes. —Frunció el ceño—. Estás sangrando.

—No es mi sangre. —Me llevé la mano a la mejilla siguiendo su indicación y limpie los restos de sangre seca—. Disculpadme, debí asearme antes de venir aquí, pero Alondra insistió en que necesitabais que acudiera con urgencia.

Al bajar la mirada al suelo y volver a posarla sobre la figura de la dama me percaté de que su mano izquierda, que permanecía semioculta tras la frondosa falda, estaba cubierta de sangre que aún goteaba y había dejado manchas esparcidas por las baldosas de mármol.

—Vos también sangráis.

Ella entrecerró los ojos, levantó la mano y miró embelesada el líquido rojo que la cubría y resbalaba por su antebrazo decorado con alheña.

—Tampoco es mía. —En su rostro se dibujó una amplia y siniestra sonrisa.

Al otro lado de la puerta comenzaron a escucharse gritos.