Capítulo 17

 

GABI llamó a la puerta de la suite nupcial del Grande Lucia. La conocía muy bien, pero, normalmente, llevaba flores o el vestido de la novia. Ese día no llevaba nada, ni siquiera el bolso porque se lo había olvidado con las prisas.

Se abrió la puerta y vio a Bernadetta. Los nervios no le desaparecieron del todo, pero sí se aplacaron bastante porque Alim hizo que sonriera aunque no estuviera allí. Bernadetta no llevaba el traje negro y estaba impresionante con un traje de cuadros verdes y rosas. Efectivamente, Alim había pensado en todo.

–No tienes que preocuparte de nada –comentó Bernadetta mientras ella entraba–. He estado trabajando con Alim y Violetta y todo está bajo control, pero antes tengo algo para ti.

Bernadetta le dio una caja. Cuando Gabi la abrió, vio que estaba llena de tarjetas de visita. Eran de un tono rosa muy claro con una enredadera verde y las letras doradas.

 

Matrimoni Internazionali de Gabriella

 

–No –Gabi metió la tarjeta en la caja–. No quiero que Alim me compre una carrera profesional.

–Gabi, he pensado mucho después de nuestra discusión. Naturalmente, me puse furiosa por tu propuesta, pero luego, cundo me calmé, lo pensé mejor. Es demasiado para una sola persona. Iba a ofrecerte que fueses mi socia junior. No quiero perderte y, cuando me llamó Alim y me pidió que organizara la boda, supe que estaba a punto de perderte y tuve que tomar una decisión muy deprisa. Se me ocurrió esto. Gabi, vas a estar mucho en el extranjero y espero que vengas aquí a menudo…

Gabi asintió con la cabeza.

–Podemos comentar los detalles, pero juntas podemos tener mucho éxito.

El corazón se le echó a volar porque Bernadetta tenía razón. Si estaba casada con un sultán, la carrera profesional sería complicada sin un respaldo, pero en sociedad… bueno, quizá saliera bien para las dos. Además, había algo más.

–Han sido unos años arduos en el sector –siguió Bernadetta–, pero las cosas están empezando a cambiar y es, en gran medida, gracias a ti.

No era solo el traje, Bernadetta parecía más ligera, más joven y más relajada. Era posible que esa sociedad también le quitara presión a ella. Sin embargo, por muy apasionante que se presentara el porvenir, solo había una sociedad que le importaba en ese momento.

Se abrió la puerta y entraron el peluquero y la maquilladora. Ella fue a darse un baño mientras se instalaban.

Era maravilloso relajarse cuando sabía que Lucia estaba atendida y que pronto estaría casada con Alim, que el día que él conoció a su hija, se convirtieron en una familia de verdad.

Después del baño, desenvolvió algunos paquetes y comprobó que la ropa interior era de encaje blanco, justo lo que habría elegido ella. Era delicada, pero increíblemente sexy, y se la tapó con un albornoz para salir. Le rizaron y recogieron el pelo, menos unos mechones largos, y la maquilladora se puso a trabajar siguiendo las instrucciones de Bernadetta porque ella cerró los ojos.

–¡Maquilladme poco! –les avisó Gabi.

Perfetto –comentó Bernadetta. Gabi abrió los ojos, pero los muchos espejos estaban tapados con telas–. Quiero que veas todo el efecto de golpe.

–¿Y si no me gusta?

–Entonces, el novio tendrá que quedarse esperando hasta que te guste –Bernadetta se encogió de hombros–. Sin embargo, sé que va a encantarte.

La puerta volvió a abrirse y esa vez entró Rosa. Gabi se dio cuenta de que estaba nerviosa mientras descubrían el vestido. Aunque no tenía por qué. Rosa había hecho verdadera magia.

Era de color marfil y le recordaba a la túnica que había llevado en el desierto. Comprobó que estaba temblando mientras Bernadetta le abrochaba la hilera de botones diminutos que tenía en la espalda. Empezaba a asimilar que pronto sería la esposa de Alim.

Los zapatos que le habían elegido tenían tacón bajo y entonces se abrió la puerta y entró Angela con las flores. Tuvo que hacer un esfuerzo para no llorar cuando las vio. Era un ramo de guisantes de olor envuelto en papel blanco.

–Yo quise añadir unas gardenias, pero Alim fue inflexible. Ya sabes… –Angela miró el precioso ramo del flores–. Creo que es el mejor que he hecho en mi vida.

Cada flor era tan delicada, tan olorosa y tan perfecta que Gabi no habría añadido nada más.

Entonces, Bernadetta quitó la tela del espejo de cuerpo entero y Gabi, que nunca se había atrevido a imaginárselo, vio reflejada a una novia.

–Gabi… –susurró Bernadetta.

Gabi solo podía mirarse. El vestido tenía una caída preciosa que no le restaba nada a sus curvas, los ojos tenían un tono levemente grisáceo y el pintalabios era claro, y no, no podía haber elegido mejor.

–¿Preparada? –le preguntó Bernadetta.

–Tan preparada que saldría corriendo si pudiera.

–Te caerías –replicó Bernadetta–, y no tengo un vestido de recambio.

Una novia sonriente hizo que todo el mundo la mirara mientras cruzaba el vestíbulo del Grande Lucia y se quedaba delante de la puerta doble del salón de baile. Entonces, los nervios se adueñaron de ella.

–Camina hacia delante, Gabi, solo tienes que disfrutar de cada segundo –le aconsejó Bernadetta.

Entró y allí, en ese salón de baile, estaban todas las personas a las que amaba. Miró un instante e intentó asimilarlo. Su madre estaba impresionante y tenía a Lucia en brazos, quien llevaba un vestidito rosa y tenía un rizo oscuro. Cuando se le pasara tanta felicidad, cuando hubiesen hecho el amor como esposos, habría preguntas, muchas preguntas.

Estaba Fleur, con James y Mona, y un par de filas por delante estaba sentado un hombre maduro muy atractivo y de aspecto extranjero. Todas las familias tenían misterios y secretos, pero ya no se ocultaba nada en la de los al–Lehan. Alim no quería saber si ese hombre era quien había hecho que su madre conociera el amor, pero Gabi, curiosa por naturaleza, lo averiguaría con toda certeza. Efectivamente, Violetta tenía mucho trabajo con esa familia y Gabi estaba segura de que esa noche las habitaciones contiguas en el Grande Lucia crujirían sin cesar.

Estaba Bastiano y también estaba Sophie. Entonces, Gabi entendió por qué se había pasado tanto por su casa durante los últimos días, había estado vigilando a la novia mientras se llevaban a cabo tantos planes.

–¡Lo sabías! –le dijo con los labios cuando pasó a su lado, y Sophie se rio.

Solo faltaba el novio y los nervios se apoderaron de ella. Allí estaban la díscola hermana de Alim y Kaleb, su hermano. Al lado de ellos estaba la reina, pero el más intimidante de todos era el sultán de sultanes, quien dio un paso al frente cuando se acercó ella hecha un manojo de nervios.

Él habló primero en árabe y ella no lo entendió, pero volvió a hablar enseguida.

–El sultán de sultanes ha elegido.

Entonces, vio a Alim. Llevaba una túnica plateada, pero lo que hizo que los ojos se le empañaran de lágrimas fue el amor que vio en los ojos de él. Alim le tomó las manos y ella pudo notar la calidez de sus dedos.

–Ha elegido acertadamente –le susurró él en un tono grave.

Gabi siempre tenía la sensación de que resplandecía cuando Alim la miraba y ese momento no fue una excepción. Se arrodillaron, los bendijeron y se levantaron como esposos.

–¿Estás contenta? –le preguntó él.

–Muy contenta –contestó Gabi con una sonrisa–. ¿Qué habría pasado si me hubiese negado?

–¿Estás enfadada ahora porque di por supuesto que ibas a aceptar casarte conmigo?

–No –contestó ella porque indicaba lo seguro que estaba él en los dos.

Alim se inclinó para besar a la novia.

–Esto es amor –le susurró él–, y será nuestro para siempre.