Capítulo 6

 

SIEMPRE había sido cuidadoso. ¡Siempre! Hasta esa vez.

Esa noche no podía compararse con las demás. Habían vuelto a hacer el amor y después, en vez de quedarse dormidos, se habían quedado hablando y bebiendo agua muy fría. Era refrescante y hasta los errores se perdonaban.

–Mañana me ocuparé de que te vea un médico –le dijo a Gabi mientras hablaban de la píldora del día siguiente.

–Yo lo resolveré –replicó ella, que no iba a ver a un médico allí.

–Te pido disculpas.

–No lo hagas, por favor.

Ella no lo cambiaría. Si acaso, si pudiera, habría estado mejor preparada y habría tomado la píldora, pero jamás podría haber previsto que esa noche sus sueños se harían realidad. Había anhelado a Alim durante años, en la distancia, y en ese momento estaba allí y era mejor incluso que lo que había soñado. Era posible que no tuviese experiencia, pero conocía lo bastante a Alim como para que le sorprendiera que después hablaran con esa naturalidad. Había sabido que sería un amante magnífico, pero le sorprendía que después se sintiera como si estuviese charlando con un amigo. Jamás se había imaginado que pudiera pasar con Alim. Sin embargo, estaban hablando de lo irreflexivos que habían sido e hicieron planes para remediarlo ese mismo día.

–Lo resolveré –repitió ella–. Te aseguro que no me apetece acabar como…

–¿Como quién? –preguntó Alim cuando ella no acabó la frase.

–Como mi madre. No quiero decir que no quiera parecerme a ella, quiero decir que no quiero lamentar…

Lo dijera como lo dijera, iba a sonar mal.

–Cuéntamelo.

Él se lo dijo como se lo había dicho cuando hablaron fuera del salón de baile, pero esa vez estaba entre sus brazos.

–Fue un accidente –le explicó Gabi–. Un accidente que todavía está pagando.

–No puede ser –replicó Alim–. ¿Y tu padre?

–No sé quién es ni falta que hace, no necesito saberlo…

Sin embargo, sí lo necesitaba. Muchas veces, la necesidad de saberlo era tan fuerte que no podía soportarla. Sin embargo, le quitó hierro, como hacía siempre.

–Habían aceptado a mi madre para que estudiara en la universidad, pero tuvo que renunciar para criarme.

–Tú no tienes la culpa de que no siguiera sus sueños.

–Yo lo siento así –reconoció Gabi–. Si no me hubiese tenido a mí…

–Entonces, habría buscado otra excusa.

–Eso es implacable.

–Es posible –reconoció él con una sonrisa cuando ella lo miró.

–¿Siempre eres tan directo?

–Siempre.

Esa vez fue Gabi quien sonrió.

–Entonces, ¿organizar bodas es tu sueño?

Gabi asintió con la cabeza. Le contó lo de la harina y el azúcar que sacaban de sus casillas a su madre cuando era una niña.

–Cortaba flores en el parque para el ramo y me pasaba todo el día cerciorándome de que todo estaba perfecto –se quedó pensativa un momento–. Estaba muy preocupada por esta boda. Fue muy precipitada, pero, cuando vi bailar a James y Mona, supe que todo saldría bien.

–¿Por qué lo sabes?

–Se nota –contestó Gabi–. Ella fue una novia muy complicada, pero parecen muy felices cuando están juntos.

A él le gustó oírlo porque quería que su hermano fuese feliz. Era algo que no buscaba para sí mismo. No creía en los matrimonios felices. Lo habían criado con la idea de que el matrimonio era un acuerdo interesado y una obligación, que la felicidad se buscaba en otro sitio. Naturalmente, las cosas eran distintas para James porque él no tenía la carga de ser el heredero de su padre. Efectivamente, en ese momento reconocía que a veces le parecía una carga.

La noche se desvanecía, pero no pensaban en dormir cuando estaban charlando. Gabi le trazaba círculos en el pecho con los dedos y a él le parecía relajante y un poco excitante. Le gustaba la curiosidad que sentía por su cuerpo y su conversación hacía que él sonriera mientras se quejaba de Bernadetta y el infierno que había sido sacar esa boda adelante… hasta que se pasó de la raya.

–Va a pagarla la madre del novio.

–¡Gabi! –le regañó él.

–¿Qué?

Estaba pesando darle un puesto de mucha responsabilidad y ella divulgaba información confidencial sin ningún reparo.

–No deberías hablar de esas cosas.

–Vamos… No estoy en la barra del bar, estoy en la cama con el jefe. Ella te paga a ti, ya deberías saberlo.

Entonces, ella sonrió y fue como un arco iris, y él también sonrió.

–De acuerdo –concedió él antes de tirar de ella para que apoyara la cabeza en su pecho.

–Sin embargo, es raro –siguió ella aunque estaba pensando en voz alta, algo que le resultaba muy fácil cuando él estaba acariciándole el pelo–. Normalmente, pagan los padres de la novia, o a medias…

–Es posible que los padres de Mona no sean ricos –replicó Alim encogiéndose de hombros.

–Es posible –Gabi bostezó–. Fleur, evidentemente, sí lo es. Me intriga.

–¿Quién?

–Fleur –contestó Gabi–. La madre del novio.

Alim no dijo nada.

–No consigo saber si está divorciada, si es viuda o si es soltera como mi madre.

–¿Importa algo? –preguntó Alim.

–Seguramente, no.

Claro que importaba, pensó Alim, o pronto importaría. Sabía que los empleados cotilleaban mucho y Gabi se enteraría muy pronto del título que tenía él, y quedaría muy claro que los invitados reales que estaban esa noche en el hotel eran familiares suyos. Quizá su debacle llegase cuando Gabi viera las fotos de la boda. Habían hecho el amor y se habían mirado al fondo de los ojos. Él sabía que era una versión morena de James, y Gabi también podría verlo. Era lo suficientemente perspicaz como para atar cabos.

Sin embargo, no le aclaró nada en ese momento, ya tendría tiempo al día siguiente. Quería que no quedara en una noche, pero sabía que tenía que pensar bien las cosas. Además, Gabi estaba dormida en ese momento.

Cuanto más intentaba disuadirse a sí mismo de los planes que estaba haciendo, más sentido tenían. Sabía que los meses venideros, con su padre enfermo, iban a ser complicados. No podía posponer el matrimonio para siempre, pero sí podía retrasar las cosas. ¿Y qué retraso más delicioso que ese?

No esperaba que Gabi estuviese a su entera disposición mientras él seguía a lo suyo, sería fiel. Un año quizá. Daría resultado para los dos. Sus evaluaciones se basaban en el sentido práctico. La carrera de ella prosperaría una vez lejos de Bernadetta y durante ese año complicado podría volver a Roma con Gabi. El palacio no tendría que sortear ningún escándalo, sobre todo, cuando él empezara a tener un papel más relevante durante el tratamiento de su padre.

Era lo bastante arrogante como para dar por supuesto que Gabi no tendría ningún inconveniente con lo que estaba a punto de proponerle. Al fin y al cabo, las mujeres nunca lo habían rechazado y nunca había ofrecido a una mujer lo que iba a ofrecerle a Gabi. Aparte del compromiso con su país, era el mayor compromiso que había adquirido y lo había hecho en la tranquilidad de la noche mientras ella estaba dormida.

El cielo era gris con tonos plateados mientras el sol salía en un día muy frío y pensó en el vestido de ella, que estaba en el suelo de otra habitación, y en el cuerpo cálido y suave que abrazaba.

Gabi se despertó al notar sus manos y giró la cara suponiendo que estaría dormido, pero lo encontró despierto y mirándola.

Él vio que parpadeaba levemente y que giraba la cara para mirarlo. Temió que pusiera una expresión de disgusto o de pánico cuando recordara la noche anterior, pero ella sonrió y sus ojos somnolientos se clavaron en los de él.

–La mejor de las noches –comentó ella.

Lo había sido y esas eran las palabras exactas que él quería oír, porque no había ni rastro de arrepentimiento en su sonrisa ni en sus ojos, solo había deseo… y él seguía sintiendo lo mismo.

Había estado pensando mientras Gabi estaba dormida y, efectivamente, seguía queriendo más de una noche.

–Fleur no pagó la boda.

Vio que ella fruncía el ceño por el tema de conversación tan raro que había elegido cuando estaban abrazados y deberían darse un buen beso. Ella no captaba todavía que era la conversación más íntima que había tenido Alim en toda su vida.

–Fue mi regalo a Mona y James.

–¿Por qué?

–Porque James es medio hermano mío.

Ella frunció más el ceño y se pasó la lengua por los labios mientras intentaba asimilarlo. En ese momento, después de que él lo hubiera dicho, podía ver que James y Alim se parecían. Había empezado a verlo la noche anterior, cuando observó a la pareja bailando, o, mejor dicho, había visto algo en James que le había resultado raro. En ese momento, cuando lo sabía, se sintió ridícula por no haberlo visto mucho antes.

–Fleur es la amante de mi padre –le explicó Alim.

–No lo entiendo.

–Te lo contaré –hubo algo en su tono y su mirada que le indició a Gabi que iba a contarle algo muy importante–. Fleur era la amante de mi padre, pero mi abuelo no la consideraba una novia adecuada. Cuando se quedó embarazada de James, mi abuelo llamó a mi padre y concertó su matrimonio con mi madre aunque él amaba a Fleur.

–¿Por qué aceptó casarse con una mujer si amaba a otra?

–Porque no tenía alternativa. Su padre era el sultán de sultanes y su palabra era la ley. Ese título lo tiene ahora mi padre.

Notó que a ella se le ponía la carne de gallina.

–¿Y en qué te convierte eso a ti?

–En sultán, y gobernaré algún día.

–¿Por qué me cuentas todo esto?

–Porque mi padre está en el hotel y los empleados verán enseguida nuestra conexión familiar, y tú también la habrías visto.

–Pero ¿por qué me lo cuentas ahora? –insistió ella.

–Porque las cosas están cambiando en mi país. Mi padre está enfermo y voy a tener que ir allí muchas veces durante los próximos meses…

Ella siguió mirándolo con perplejidad y él se lo aclaró un poco más.

–Quiero pasar más tiempo contigo cuando esté en Roma. Anoche iba a pedirte que fueras la coordinadora de actividades del Grande Lucia.

Era la oferta de su vida, era increíble, le abría la puerta a un porvenir brillante y Gabi se dio cuenta de que podía haberlo tirado por la borda por pasar una noche en su cama. Aun así, no la habría cambiado por nada del mundo.

–¿Estás reconsiderando la oferta porque ha pasado algo entre nosotros? –preguntó Gabi.

–La he corregido –contestó él con una sonrisa–. ¿Qué te parece un contrato de un año?

–¿Un año?

–Eso te libera de Bernadetta. Aquí conseguirías muchos contactos durante ese tiempo.

–¿Acostarme contigo entra en el contrato?

–Gabi… –él captó la indignación de ella, pero contestó con serenidad–. Creo que, después de anoche, no vamos a poder trabajar juntos y mantener una relación estrictamente laboral. Naturalmente, seremos discretos delante de los empleados, pero…

–Lo tienes todo muy pensado, ¿no?

–Sí, la verdad es que lo he pensado mucho.

Ella había entrado allí la noche anterior con el convencimiento de que habría acabado por la mañana, y, en realidad, eso la había tranquilizado. Alim había reconocido que era un libertino y el corazón de ella no tenía la elasticidad necesaria para ir cuando él quisiera a su dormitorio y que acto seguido no le hiciera ningún caso. Estaba atónita.

–¿Qué pasará cuando aparezca otra?

Ella fue directa y a él le gustó.

–Alim, me tomo en serio mi profesión…

–Y te admiro por eso. No voy a alterarla. Además, no habrá nadie más.

–¿Por qué un año?

–Porque me reclamarán en mi país para que me case.

Fue despiadado decírselo mientras la abrazaba.

–Gabi –siguió él al sentir que se había quedado rígida–, por favor, escúchame. Cuando Fleur se quedó embarazada, mi abuelo impuso un mandato prematrimonial a mi padre. Es una ley muy severa destinada a someter a un novio reacio y dice que no puede tener amantes salvo en el desierto.

–¿En el desierto? ¿Te refieres a un harén?

–A eso se refería entonces. Podrían haberlo sorteado, pero Fleur se negó a ser su amante del desierto.

–No me extraña.

–Cuando James iba a nacer, mi madre estaba embarazada de mí. Fleur dio a luz en Londres y mi padre no pudo acudir. Sin embargo, más tarde, cuando tuvo herederos, las cosas fueron más fáciles para los dos y mi padre pudo viajar más…

Gabi no quería oírlo. Se sentó y se cubrió con la sábana.

–Esta conversación es medieval.

No le gustaba lo que estaba oyendo, la desasosegaba, pero Alim siguió sin perder la calma.

–Cuando veas al médico esta mañana, quizá deberías hablarle de tomar la píldora. Puedo organizar que venga a verte aquí…

–Yo organizo mis citas, Alim, y no necesito que me digan lo que tengo que pedir. No necesito tomar la píldora porque no voy a ser tu mantenida.

–Amante –le corrigió él porque eran dos papeles muy distintos.

–No voy a ser tu amante durante un año hasta que tu padre te reclame.

–Lo he pensado mucho.

–¿De verdad?

–No veo el inconveniente.

–Para empezar, que lo hayas dado por supuesto.

Gabi se levantó de la cama y fue a la ducha. Estaba dolorida por la noche anterior y la cabeza le daba vueltas por todo lo que le habían dicho. Además, él estaba equivocado cuando decía que no alteraba profesiones… Salió de la ducha, se cubrió con una toalla y volvió al dormitorio.

–¿Qué me dices de Marianna? Le ha entregado años de su vida al Grande Lucia y la despachas así.

Quiso chasquear los dedos, pero los tenía mojados y no pudo.

–Quiere trabajar menos horas –contestó Alim–. Le daría un papel consultivo.

Ella lo miró y, durante un segundo, le pareció que no era tan despiadado. Entonces, alargó una mano, le quitó la toalla y la dejó desnuda. Sería despiadado para su corazón, pero su cuerpo lo anhelaba. Sería una estupidez no tomar la píldora porque, en ese momento, lo único que quería era volver a la cama.

–Ya sé que son muchas cosas –siguió él–, pero piénsalas por lo menos.

Él no entendía la rabia de ella. Al fin y al cabo, la mayoría de las mujeres ansiaban estar más tiempo con él.

–¿Habrías preferido que solo hubiese sido una aventura de una noche?

–Sí –ella se rio con cierta incredulidad–. Sí –repitió porque no podía lidiar con todo eso.

–Mentirosa.

Gabi lo miró a los ojos y dejó de reírse porque empezó a darse cuenta de que él lo decía en serio.

–¿Un año a tu disposición? –le preguntó en tono burlón.

–Funciona en los dos sentidos –contestó Alim–. Yo también estaría a tu disposición.

Vio que a ella se le sonrojaban las mejillas y el pecho porque intentaba indignarse. Observó que se levantaba para ponerse las bragas y que volvía a sentarse para ponerse el sujetador. Él también se sentó, se lo enganchó y le dio un beso detrás del cuello. Se lo lamió mientras se movía para sentarse desnudo detrás de ella y le acariciaba los pechos.

–Alim…

Él sabía que ella no podía levantarse e introdujo una mano por dentro de sus bragas. Estaba irritada e inflamada por la noche anterior y sus dedos no estaban allí para aliviarla. Ese amor dolería y sería amor, quizá ya lo fuera, pero un año a su entera disposición solo lo cimentaría.

–Alim…

Quería darse la vuelta entre sus brazos y abrazarse a él, pero él solo aumentó la presión y siguió recorriéndole el cuello con la boca mientras alcanzaba el clímax.

Entonces, la soltó y ella consiguió levantarse.

–La oferta está hecha –comentó él.

El placer quizá hubiese sido para ella, pero Alim sabía que había compensado contenerse porque ya se anhelaban el uno al otro.

Vestirse y marcharse era lo que más iba a costarle en su vida, pero necesitaba el frío gélido de la mañana de invierno para aprender a respirar otra vez y para intentar pensar. Sin embargo, él no había terminado de desconcertarla.

Alim abrió el cajón de su mesilla. Los rumores eran ciertos porque allí, en un platito, como si fueran chocolatinas de menta para después de la cena, había una colección de diamantes. Brillaban a la luz invernal y solo uno de ellos podía facilitarle mucho los meses venideros.

–Elige uno –dijo Alim–. Luego, mañana…

–No voy a ser tu… prostituta.

–La tradición de mi país es…

–Estamos en Roma, Alim –le interrumpió ella.

Apretó los labios con rabia, lo miró fijamente y salió a la sala para buscar su monedero. Él le daba confianza en sí misma y se sentía envalentonada. Era como si él le diera permiso para ser ella misma… y estaba furiosa.

–Toma…

Abrió el monedero y lo vació en la cama. No era gran cosa, muchas monedas y algunos billetes, pero los sacó todos para que él se convirtiera en el prostituto.

–Disfruta, cariño.

Ella se alejó y él, para sorpresa de los dos, se rio. No se reía nunca, y menos por la mañana, pero eso era lo que estaba haciendo. Además, cuando oyó el portazo, Alim estuvo seguro de una cosa, la quería en su cama otra vez.