Capítulo 11
GABI no quería entrar, pero por motivos muy personales; le daba miedo que pudiera gustarle.
Alim se apartó y ella entró en un silencio relativo. Dejó los zapatos y la bolsa de viaje y notó que él la seguía. Las alfombras le acariciaban los pies descalzos y las lámparas de aceite proyectaban una luz suave sobre las paredes, aunque daban testimonio del viento que hacía fuera.
Era un refugio e hizo un esfuerzo para no bajar la guardia. La nota exótica que captó por primera vez cuando bailaron era más evidente en ese momento, flotaba en el aire y la aislaba de todo lo que la rodeaba. Era complicado sentirse asustada cuando Alim estaba tan cerca. Sin embargo, estaba enfadada.
–No hay nadie más –le comunicó Alim cuando la vio recorrer la zona de estar.
Ella miró el techo, que estaba muy alto, y se sintió espantosamente baja.
–Entonces, gritar no sirve de nada.
Alim dejó escapar un suspiro.
–Gabi, eres muy melodramática. Lo que he querido decir es que nadie nos molestará ni oirá nuestra conversación.
Quería dejarle muy claro que, dijeran lo que dijesen, quedaría entre ellos. Por el momento.
Naturalmente, un bebé cambiaría las cosas; Violetta tendría más trabajo, pero esperaba que, cuando Gabi se marchara, sabría que se ocuparían del bebé y de ella.
Desde que se enteró de que había estado de baja por maternidad, había intentado averiguar todo lo que había podido y había utilizado todos sus contactos para reunir información. Había resultado ser sorprendentemente complicado.
Gabi no trabajaba para el Grande Lucia, pero había averiguado que estaba de baja por maternidad. Había una grabación reciente de las cámaras de seguridad en la que se veía a Gabi en el vestíbulo del Grande Lucia mientras hablaba con una mujer que le entregaba un bebé. Él había mirado con atención la grabación borrosa y se había sorprendido a sí mismo conteniendo la respiración y ampliando la imagen para intentar ver mejor a su hijo. ¡Su hijo! Había sentido un arrebato protector y los planes de llevar a Gabi al desierto se habían precipitado. Todavía no sabía si era niño o niña. Además, a juzgar por su silencio, empezaba a darse cuenta de que Gabi no tenía prisa en comunicarle la noticia.
–Creo que hay que hablar de muchas cosas –comentó Alim–, ¿no crees?
Sin embargo, Gabi negó con la cabeza.
–No tengo nada que decirte.
Él estuvo a punto de decirle que eso no era verdad, pero prefirió esperar al momento más adecuado. Entendía que ella estuviera atónita y enfadada y por eso le dio tiempo para que se repusiera.
–¿Por qué no vas a cambiarte? –le propuso Alim mientras señalaba hacia una zona con una cortina.
–¿Cambiarme?
–Date un baño y cámbiate y podemos hablar después.
–Alim, estoy retenida en el desierto contra mi voluntad y esperas que vaya a ponerme algo más cómodo…
–No me gusta ese traje –Alim se encogió de hombros–. Además, te recuerdo que a ti tampoco.
Ella se quedó donde estaba. La verdad era que no tenía nada más cómodo. Solo tenía el pijama, otro espantoso traje negro, una falda de tubo corta y un top. Había hecho el equipaje a toda velocidad.
–Solo tengo los trajes –reconoció ella.
–Estoy seguro de que ahí encontrarás algo.
Alim volvió a señalar hacia la cortina, pero ella no se movió.
–Gabi, no estás retenida. Si quieres que te pida el helicóptero, lo haré, solo tienes que decírmelo.
Sin embargo, Gabi no se lo pidió. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la zona que la había señalado Alim. Apartó las cortinas y fue como entrar en un joyero inmenso. Las paredes eran de terciopelo rojo, que acarició, y las lámparas con cuentas de cristal iluminaban el techo. Era una colección de tesoros insólitos con una cama muy grande y con una colcha preciosa en el centro.
Se acercó y vio una túnica oscura encima. La luz era muy tenue y no pudo distinguir el color, pero la levantó y notó que la tela era tan suave como las paredes de terciopelo. También había un tocador con frascos tapados. Eligió uno, olió el aroma a almizcle y, entonces, se vio en el espejo. Su aspecto era espantoso. Tenía el pelo alborotado y lleno de arena y el maquillaje que se había puesto en el cuarto de baño del avión le caía por las mejillas.
Miró hacia la zona tapada con un biombo y la curiosidad su adueñó de ella. La iluminación era más tenue todavía, pero pudo ver una bañera profunda casi llena. Metió la mano dando por supuesto que el agua estaría fría, pero no era así. Dejó la mano dentro un rato para sentir la calidez. Sin embargo, no lo entendía y volvió donde estaba Alim. Estaba tumbado sobre unos cojines, se apoyaba en un codo y no se inmutó en absoluto por su airada aparición.
–Dijiste que no había nadie más.
–Y no lo hay.
–Entonces, ¿quién ha llenado la bañera?
Él la miró y sonrió por el recelo que captó en sus ojos, que se convirtió en un ligero asombro cuando contestó.
–Yo.
–¿Tú?
–El agua llega directamente de unos manantiales del desierto y yo le añadí unos aceites que, en teoría, son relajantes.
Ella sintió un escalofrío, aunque uno placentero, y se imaginó a Alim allí solo y preparando el sitio para cuando llegara ella. Sabía que tenía que estar muy despierta cuando estuviese con él.
–¿Elegiste tú la túnica? –le preguntó Gabi en un tono algo sarcástico.
–No –contestó Alim–. Fue Violetta.
–¿Ella te prepara la ropa de tus amantes?
–Violetta se ha esforzado para que estemos cómodos y solos. Cenaremos cuando quieras.
–He comido en el avión.
–Entonces, no hay prisa, tómatelo con calma.
Hacía muchísimo tiempo que Gabi no oía esas palabras. Sencillamente, no había tiempo en un día para que hiciera todo lo que tenía que hacer. Que se cambiara con calma para cenar le parecía todo un lujo. Quiso decir algo punzante solo por discutir, pero no se le ocurrió nada. Quería dejar claro que estaba allí en contra de su voluntad, pero su voluntad decía otra cosa porque la verdad era que sí quería estar allí.
–Gabi –él intentó atraer su mirada, pero ella no se dejó–. Hay un asunto pendiente entre nosotros.
–No sé qué quieres decir.
–¿Vas a decirme que no has pensado en mí?
–Lo he intentado por todos los medios.
–¿Ha dado resultado?
No. El silencio de ella fue muy elocuente, pero la sorpresa llegó cuando habló él.
–A mí tampoco me ha dado resultado.
Gabi lo miró a los ojos y vio el destello de deseo. Si bien estaba enfadada, también estaba aliviada, no solo por verlo, sino porque él también quería verla. No se había sentido dolida solo por el repentino final de su aventura, también le había dolido que hubiesen quedado muchas cosas en el aire. Durante esos meses se había sentido como si se hubiese vuelto loca lentamente. Por el embarazo, claro, pero también porque había revivido una y otra vez la noche que habían pasado juntos y la mañana siguiente, como si fuese una película que volvía a empezar cuando se acababa. Lo analizaba e intentaba entender dónde se había torcido todo, y quería saberlo.
–Adelante –le dijo Alim.
Ella se dio la vuelta y despareció. Él se alegró porque la tentación entre ellos era muy grande y eso no era lo más indicado para mantener una conversación lógica. Durante los meses que habían estado separados se había repetido una y otra vez que lo más probable era que tuviera un recuerdo idealizado del tiempo que habían pasado juntos y que la abstinencia había hecho que el recuerdo de ella fuese mejor. No era así y por eso la alejó de él.
Ella se dio la vuelta y aquello se convirtió en un tocador cuando las cortinas se cerraron. Volvió al recinto tenuemente iluminado y se desvistió sin prisa ni miedo de que fuesen a molestarla. No había ni puertas ni pestillos, pero ese espacio era tan femenino que supo que se lo habían asignado a ella. Asignado… Se metió en la bañera. No le gustaba esa palabra, pero sabía que era la acertada.
Ese refugio en el desierto era un escondite para amantes, pero no iba a ser su amante esa noche. La rabia que sentía por estar allí contra su voluntad hacía que le bullera la sangre y lo notaba en el calor y el peso de los pechos y las entrañas
Salió de la bañera, pero no encontró nada para secarse y, desde luego, no iba a pedírselo a él. Tampoco se puso los aceites que habían dejado para ella, ni el pintalabios o el kohl para los ojos. Se limitó a pasarse un peine de plata por el pelo y, mojada, se puso la túnica sobre el cuerpo desnudo. Era morada, tenía un escote bastante abierto y el terciopelo se ceñía a la piel. Podía negarse a sí misma que deseara a Alim, pero el reflejo en el espejo decía otra cosa. Tenía los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas como si acabase de tener un orgasmo, o estuviese a punto de tenerlo.
Alim estaba sentado a una mesa baja y la observó mientras se acercaba. El vestido se le ceñía atractivamente al cuerpo y el pelo, mojado y retorcido, le colgaba por el hombro derecho y le goteaba sobre el pecho.
–No hacía falta que te molestaras tanto –se burló Gabi mientras se sentaba enfrente.
Daba por supuesto que Violetta había preparado los manjares y que ella no se había fijado hasta ese momento.
–¿Y por qué no?
–Quería decir –contestó Gabi en un tono un poco chillón–, que, evidentemente, Violetta ha estado muy ocupada.
–Yo elegí el banquete.
Alim tomó una frasca preciosa y le sirvió un líquido muy transparente en la copa. Al hacerlo, ella captó un olor cítrico.
–Violetta se cercioró de que todo estuviese preparado. No obstante, yo me ocupé de los detalles de última hora mientras te bañabas.
Ella puso los ojos en blanco para indicarle que no se lo creía en absoluto.
–Me parece que no entiendes la intimidad que tenemos aquí –añadió Alim mientras le ofrecía uno de los manjares–. No se trae a una mujer aquí para que trabaje.
Gabi mordió uno de los hojaldres que había elegido. Estaba relleno de una carne suculenta con granos de granada. Entendió lo que había dicho él, pero no iba a sucumbir a la seducción.
–¿Por qué? –preguntó ella–. Porque no quieres que esté demasiado cansada para tener relaciones sexuales.
Él esbozó esa sonrisa lenta que tenía y ella se olvidó de su poder. Era Alim y podrían estar sonriéndose en el vestíbulo del Grande Lucia.
–O demasiado cansada para conversar –contestó Alim–. O demasiado cansada para tumbarse a mirar las estrellas. Hay muchos motivos, aparte del sexo, para venir al desierto. Vamos a conocerlos.
Gabi resopló porque él había vuelto a hacerlo. Cuando había creído que le había marcado un gol, él se tomaba la revancha. El sexo era la parte menos complicada.
–Hace mucho tiempo que no hablamos –siguió Alim.
–Creo que no hay nada de que hablar –ella sonrió, pero no fue una sonrisa dulce ni mucho menos–. Aparte del motivo para que esté aquí, ¡tu boda! –entonces la sonrisa amarga se desvaneció y estuvo a punto de desmoronarse al mostrarle algo de su dolor–. ¡Qué despiadado eres!
–Gabi, no estás aquí para organizar mi boda. Me lo inventé para que pudiéramos estar solos.
–De modo que arruinas mi carrera profesional porque quieres tener una conversación…
Ella titubeó porque el aire estaba muy cargado y sabía que los dos anhelaban algo más que una conversación. El deseo permanecía después de todo y ese era uno de los motivos para que estuviera a la defensiva.
–¿Qué va a decir Bernadetta cuando vuelva sin el contrato?
–Ya se te ocurrirá algo.
Ella lo miró con rabia y los labios apretados.
–Sabes lo importante que es para mí el trabajo.
–Como he dicho, estoy seguro de que se te ocurrirá algo. ¿Qué tal te ha ido el trabajo?
–Como siempre.
Ella eligió un higo maduro, pero se le había quitado el apetito cuando empezaron las preguntas y se dio cuenta de que estaba jugando con la comida.
–¿Sigues teniendo mucho? –preguntó él, que sabía que acababa de volver de la baja por maternidad.
–Muchísimo.
Alim se dio cuenta de que no pensaba hablarle de su hijo. Estaba casi seguro de que era su hijo, pero tenía que cerciorarse.
–¿Y qué más has hecho aparte de trabajar?
Gabi dejó escapar una risotada amarga antes de contestarle.
–Has perdido todo derecho a preguntarme por mi vida privada.
–¿Has conocido a alguien? –le preguntó él–. ¿Por eso te incomoda tanto estar aquí?
Ella acababa de meterse la fruta en la boca y él observó cómo se la tragaba precipitadamente para contestarle.
–Me incomoda estar aquí por lo que me hiciste –contestó ella aunque sabía que se le notaban las lágrimas en los ojos–. No todos vamos saltando de cama en cama. Me hiciste daño, Alim, mucho. Entiendo que aquella noche podías estar aburrido y matando el tiempo…
–No es verdad.
–¡Basta!
Gabi se levantó de la mesa. Estaba cansada de ser educada y se alegraba de que no hubiera nadie y estuvieran en medio del desierto porque podía decir todo lo que se le pasaba por la cabeza y tan alto como le apeteciera.
–¡Ya me habías poseído, Alim! –gritó ella–. Estaba dispuesta a dejarlo así, a salir por la puerta y a volver a ser compañeros de trabajo, pero me ofreciste un año y un empleo. ¡Lo convertiste en más y luego me lo arrebataste! ¿Te excitó?
–Gabi…
Él intentó agarrarla de los brazos para contenerla, pero ella se zafó.
–Y ahora decides que quieres verme otra vez. Muy bien, Alim, pues yo no quiero verte a ti.
Unos lagrimones le caían por las mejillas y los dos sabían que estaba mintiendo. No verlo era una tortura y estar allí era un sufrimiento. Alim la tomó entre los brazos y fue un mal menor porque se dejó abrazar aunque se resistió un poco.
–No lo planeé para hacerte daño.
Él notó su rabia y su corazón acelerado antes de que replicara.
–Pues me lo hiciste.
Y mucho.
–Aquella mañana fui a desayunar con mi padre y me dijo que se había apelado al mandato.
Gabi frunció el ceño al acordarse de una conversación que tuvieron hacía muchos meses.
–¿La misma ley que se aplicó a Fleur y tu padre?
–La misma.
–¿Por qué no me lo dijiste aquella mañana y nos habríamos ahorrado todo este dolor?
–¿Dónde? –le preguntó Alim–. ¿En el vestíbulo del hotel?
–No, tienes todo un piso del Grande Lucia a tu disposición.
–Pero, según las leyes, no puedo estar con ninguna mujer a la que desee a no ser que sea mi futura esposa.
A la que desee… Sintió que ardía por dentro y apoyó la mejilla en la túnica de él para refrescarla, pero notó la calidez de su piel y oyó los latidos acelerados de su corazón.
–Está prohibido incluso que trabaje contigo y desearte. Cuando estaba enseñándole el hotel a Raul y me encontré contigo en el salón de baile, supe que tenía que marcharme o habría infringido las leyes con las que me he criado. Solo puedo tener una amante aquí, en el desierto.
–Entonces, ¿estás acampado aquí? –preguntó ella mirándolo.
Él sonrió y ella también sonrió un instante. Cuando lo miraba a los ojos, los problemas se esfumaban; cuando él sonreía de esa manera, ella se olvidaba del dolor y de lo furiosa que estaba.
–He ido al desierto –contestó Alim– solo.
–Ah…
Él la miró y se sonrojó un poco porque quería saber qué había hecho cuando estaba solo en el desierto.
–Cuando estoy aquí, pienso en ti.
–¿Y en la noche que pasamos juntos?
Ella lo preguntó porque, cuando estaba agotada, cuando anhelaba que se desvaneciera el recuerdo, la imagen de ellos dos la perseguía y no podía descansar porque él estaba en sus sueños.
–Pienso en aquella noche –contestó Alim–, y pienso en esto.
–¿En esto?
–En nosotros dos aquí.
Había pasado muchos meses resistiéndose a llevarla allí. La abrazó con más fuerza para que pudiera notar la erección. Subió una mano por la espalda hasta lo más alto de la columna vertebral sin dejar de mirarla a los ojos.
Ella sabía que tenía que dominarse, que no podía dejar que su hechizo la arrastrara más, pero también se decía a sí misma que sería la última vez. Sería la última vez que estaría en el desierto con él porque no volvería a engañarla.
Él le rozó los labios con los suyos. Ella intentó mantenerlos cerrados, pero se dio cuenta de que nunca se había olvidado de ese contacto. Alim subió la mano a su nuca y le entregó la lengua. Ella la recibió profundamente y le ofreció la suya. Se paladearon otra vez mientras él llevaba la otra mano a un pecho…
–Solo una vez –dijo ella.
Gabi lo decía en serio. No era como incumplir la dieta, era su regla más firme.
–¿Una vez? –le preguntó Alim mientras bajaba la mano entre sus muslos por encima de la túnica.
–Me refiero a una noche –ella modificó la regla mientras él le lamía la oreja–. Una noche y se acabó. No voy a ser tu amante del desierto, Alim.
Alim pensó que sería más que su amante del desierto, aunque decidió no decírselo. Como tenían un hijo, una vez casado sería su mantenida. Tenía que decírselo, pero no sintió remordimiento por guardarse esa información. Al fin y al cabo, Gabi se guardaba el mayor secreto de todos.
–Ven a la cama.
Había decidido que ella se lo diría allí, fuera como fuese.