Capítulo 13
IBAS a decírmelo alguna vez?
Alim había esperado a que ella hubiese recuperado el aliento para preguntárselo.
–Sí.
–No te creo –él giró la cara para mirarla–. Te di la oportunidad y no dijiste nada.
–Quería decírtelo desde cierta distancia.
–¿Por qué?
Gabi no contestó porque no quería reconocer que se sentía débil cuando estaba cerca de él y que le había dado miedo lo que podría haber aceptado estando tumbada a su lado. Allí, le parecía que no podían hacer nada mal. Allí, en el desierto, ese amor no le parecía tan prohibido y, en realidad, la idea de ser su amante del desierto le parecía maravillosa.
–¿Qué tuvimos?
Su pregunta dijo algo muy importante, que aceptaba el hijo como suyo. Además, hizo la pregunta con tanta delicadeza que los ojos se le empañaron de lágrimas.
–Una niña.
Revivió aquellas horas solitarias, cuando dio a luz sin Alim al lado, pero, en ese momento, él le tomó la mano y ella le dijo el nombre de su hija.
–La he llamado Lucia.
–¿Está bien?
Ella asintió con la cabeza porque el cariño que captaba en sus preguntas había hecho que las lágrimas le impidieran hablar.
–Nunca me perdonarás, ¿verdad?
–Gabi, acepto que fue una decisión muy complicada.
A él no le gustaba y era posible que más adelante le reprochara todos los ratos que le había negado, pero ese no era el momento, todavía tenía que saber muchas cosas.
–¿Cuándo la tuviste?
–La última vez que nos vimos –contestó Gabi–. Cuando estabas enseñándole el hotel a Raul.
–¿La noche que volví a Zethlehan? –preguntó Alim con el ceño fruncido.
Gabi asintió con la cabeza.
–No parecías embarazada. Aunque reconozco que hice todo lo que pude para no mirarte.
–Adelgacé mucho –comentó ella–. Aunque ya he vuelto a engordar.
–Perfecto.
Era el hombre más desconcertante que conocía, estaba acariciándole al abdomen como si fuese el abdomen más bonito del mundo.
–Vomité mucho al principio y luego tuve mucho trabajo. Iba a pedir la baja cuando me puse de parto.
–Entonces, es muy prematura.
–Ha salido adelante muy bien. Los médicos y enfermeras se quedaron impresionados con Lucia, fue prematura, pero muy fuerte.
–Todos los al–Lehan lo son.
Algún día le contaría lo fuerte que era su linaje y las historias de bebés que no deberían haber sobrevivido, pero que habían vivido perfectamente. Sin embargo, lo haría en otro momento. Le dominaba la tristeza porque había nacido una princesa del desierto, pero su país no sabría su nombre. No existía como hija, menos allí, en el desierto.
Gabi se había levantado de la cama y había ido a buscar la tableta en la bolsa de viaje. Alim la observó mientras volvía a la cama y pensó que ella era magnífica. Sabía que era tímida, pero no lo era allí y le encantó cómo se tumbó a su lado. La rodeó con un brazo mientras ella buscaba la última foto de Lucia, la que le había mandado su madre cuando aterrizaba en Zethlehan. Nunca había dudado que fuera suya, pero tampoco había esperado sentirse tan conmovido por una foto. Tenía los ojos almendrados y una expresión pensativa, era una auténtica al–Lehan.
–¿Cuándo tomaron esta foto?
–Mi madre me la mandó ayer. La recibí cuando aterricé.
–Es diminuta –comentó él sin poder apartar la mirada de ella.
–Tiene el tamaño de una recién nacida. Ganó tamaño enseguida.
Alim fue pasando las fotos y Gabi fue explicándoselas.
–Esa es del día que la llevé a casa desde el hospital. Esa es del día que nació.
Él había estado de camino a Zethlehan. Miró a su frágil hija y a la mujer que la tenía en brazos. Efectivamente, Gabi había adelgazado. Estaba pálida y demacrada en la foto, estaba asustada, pero miraba a su hija con orgullo y a él se le encogió el corazón de miedo y dolor solo de pensar lo que podría haber pasado.
–Lo has hecho muy bien –comentó Alim mirándola.
Ella había esperado sus reproches, que estuviese furioso por haberlo privado de tantas cosas, pero le hablaba con delicadeza y lo que decía le indicaba que estaba orgulloso por el cuidado y el cariño que había recibido su hija. Efectivamente, la había cautivado desde que lo conoció porque sus reacciones no se parecían a las de nadie, la impulsaban en direcciones distintas.
Entonces, él volvió a mirar la tableta y las fotos de su hija.
–No hay más… –comentó Gabi.
Sin embargo, había otra foto que le llamó la atención, la de los dos bailando en el salón de baile vacío. Ella se sonrojó. Le pareció como si él estuviese mirando su diario y quitó la foto precipitadamente.
–El fotógrafo había dejado una cámara con tiempo programado. Sacó esa al final…
Estaba un poco abochornada por haberla guardado, pero ¿cómo iba a estarlo cuando estaba en la cama de él y aquella noche habían engendrado a su hija?
–Te mandaré las fotos de Lucia…
–Ya está –comentó el mientras pinchaba en ellas.
Se quedaron tumbados en la oscuridad con el viento como si fuese una orquesta que tocaba solo para ellos.
–¿La traerás la próxima vez?
Ella se quedó inmóvil porque no iba a haber una próxima vez. Nada había cambiado para ella, menos que él ya lo sabía.
–¿Ha estado James alguna vez en Zethlehan? –preguntó ella en vez de contestar.
–No.
–¿Para que no se extiendan los rumores?
–Siempre hay rumores y el palacio se ocupa de ellos –contestó Alim–. No, James no ha estado aquí porque Fleur se ha negado siempre a venir.
–¿Tampoco ha venido nunca ella?
–No. Fleur dijo que se merecía algo mejor que una tienda de campaña en el desierto y mi padre se ocupó de que James y ella tuvieran una casa en Londres y un piso en Roma.
–¿En el Grande Lucia?
–No. No empezaron a comer allí hasta que yo lo compré –Alim le sonrió–. James conoció allí a Mona. Ella estaba en el aniversario de boda de sus abuelos y Fleur y James estaban con mi padre.
Se acordó de que Mona se lo había contado y de que entonces le pareció intrascendente.
–No quiero ser tu amante, Alim.
–Serías más que una amante, serías mi mantenida.
Alim lo dijo como si fuera una recompensa.
–No quiero ser como Fleur, no quiero traerla aquí y…
Sin embargo, sabía que estaba mintiendo mientras lo decía. En ese momento, lo que más le gustaría era que Lucia estuviese allí, entre ellos. Lo que más le atraía era la idea de visitar a Alim y que su hija se criara con el amor de su padre.
–¿Te parece una vida tan espantosa? –le preguntó él–. Yo también me ocuparía de vosotras dos.
Ella lo miró fijamente.
–Podrías venir aquí a menudo y tener tu trabajo.
–¿Trabajo? –ella dejó escapar una risa de incredulidad–. Creo recordar que ya me ofreciste eso una vez, y que no duró mucho tiempo.
El dolor permanecía, volvía a sentir el dolor que le había hecho con solo recordar aquel momento.
–En cualquier caso, se ha vendido el Grande Lucia…
–Los contratos no están firmados todavía.
Eso no la aplacó. Bastiano era su amigo, pero estaba segura de que eso significaba poco para Alim. Era implacable y se saldría con la suya, aunque no en eso…
–No quiero trabajar para ti –replicó ella con firmeza–. Quiero mi propio trabajo.
–Y podrías tenerlo, te vería a menudo.
–¿Dónde?
–Sobre todo, aquí –contestó Alim–. Cuando las cosas estuviesen más asentadas para mi país, podría pasar más tiempo con Lucia y contigo en Roma.
–¿Quieres decir cuando te hayas casado y tengas un heredero?
–Sí.
Aunque le horrorizaba, sabía que era la vida para la que había nacido.
–No lo aprobaste cuando lo hizo tu padre –le recordó ella.
–Entonces no sabía que habían conseguido que todo saliera bien.
Le contó por encima cómo había averiguado que su madre era más feliz de lo que él había creído que era.
–Creo que nosotros podríamos hacerlo mejor todavía.
Él conseguía que lo amargo pareciera dulce y ella casi llegó a imaginarse una pequeña familia en esa tienda de campaña. Sin embargo, cerró los ojos al disparate que su cabeza le proponía y vio la imagen de Fleur tomando un tentempié sola. Además, pensó en las otras partes perjudicadas por un amor ilícito.
–No le haría eso a tu esposa –replicó Gabi–. Tampoco se lo haría a tu hijo.
–¿Vas a negarle la posibilidad de estar con su padre?
–Jamás –contestó Gabi–. Puedes ir a verla cuando quieras.
Ella era más valiente de palabra que de pensamiento, aunque él no le dejaba mucho tiempo para pensar.
–Quiero que te mudes al Grande Lucia.
–Están a punto de comprarlo.
–Bastiano no va a expulsar a los huéspedes… Te mudarás inmediatamente.
–No –él estaba arrastrándola a su mundo y ella no iba a permitirlo–. No voy a ser ni tu amante ni tu mantenida.
Gabi se dio media vuelta y dejó de mirarlo.
–Gabi, piénsalo.
–No –ella estaba llorando porque él hacía que fuese más débil–. No has oído una palabra de lo que he dicho.
–He oído todo lo que has dicho –Alim la abrazó por detrás y le puso una mano en el abdomen y la boca en la oreja–, pero creo que tenemos que hablar largo y tendido.
Lo único largo que le parecía cierto era lo que sentía entre los muslos y sabía que pronto volvería a ser una experiencia deliciosa…
–No, tengo que volver con mi bebé.
Se sentía perdida y temeraria por estar en el desierto con él y había tomado una decisión.
–No voy a ser tu mantenida.
Casi había tomado una decisión, pero podía persuadirla si seguía entre sus brazos. Se levantó de la cama antes de que volviera a derretirse por sus caricias.
–Vuelve a la cama –le dijo él.
Estaba destapado y jamás había tenido que hacer un esfuerzo mayor para no ceder a sus exigencias.
–Solo volveré a acostarme contigo si soy tu esposa.
–¿Mi esposa? –el tono le dejó muy claro a Gabi lo imposible que era eso–. Estoy ofreciéndote…
–No quiero ser tu mantenida, Alim.
–Por favor –replicó él con enojo–, ¿quieres que se borren siglos de historia por ti?
Hacía unos meses, ella se habría echado atrás y casi le habría pedido perdón por ser tan descarada. Sin embargo, lo que habían encontrado juntos le había cambiado, y para mejor. Ella también tenía que pensar en una hija y su amor hacia que fuera más fuerte.
–No lo quiero –contestó ella en tono acalorado–. Insisto.
–Insistes, ¿no?
–Sí, y ahora quiero marcharme.
Él no se movió.
–He dicho…
–Lo he oído.
Él se dio la vuelta y el mundo irrumpió de pronto en ese refugio del desierto porque Alim tomó su teléfono.
–El helicóptero llegará dentro de una hora.
Gabi respiró con alivio, pero fue un alivio que le duró poco…
–Ahora, vuelve a la cama.