Capítulo 14
DEBERÍA sentirse de maravilla por estar en Roma otra vez y por entrar en casa de su madre para tomar a Lucia en brazos. Se llevó a su hija a su piso y cerró las cortinas al mundo para crear su propio refugio de paz. Sin embargo, sabía que la paz era frágil y que podía hacerse mil pedazos en cualquier momento, que se haría mil pedazos. Estaba segura de eso.
Los días fueron pasando y no supo nada de Alim, pero esa falta de contacto no le sirvió de alivio. Sabía que él estaba abriéndose camino hacia ellas. Durante siete días, el sol salió por el este y se puso por el oeste, como era previsible, pero la distancia y el tiempo no la tranquilizaban. Sabía que Alim mantenía cerca a la familia, se lo indicaba su empeño en mantener lazos con su medio hermano James a pesar de que su padre lo presionara para que lo dejara en paz… y Lucia era su hija.
Alim siempre iba un paso por delante de ella y decidió que no iba a intentar adivinar qué iba a hacer, que iba a concentrarse en sí misma. Si iba a ser firme contra Alim, necesitaba una vida. Tenía que ser capaz sacar adelante a su hija y no depender de él, y eso empezaba en ese momento.
–¡Esperaba algo más concreto!
Bernadetta no estaba nada impresionada por el informe de Gabi sobre su estancia en Zethlehan.
–¿Cuándo es la boda?
–El sultán Alim no está seguro –contestó Gabi antes de mirar a Bernadetta–. He estado pensando… –eso le pareció poco firme y Gabi se corrigió–. Como ya sabes, llevo mucho tiempo queriendo seguir por mi cuenta…
–¡No! ¡Otra vez! –Bernadetta puso los ojos en blanco–. ¿Tengo que recordarte las condiciones…?
–Bernadetta –la interrumpió Gabi–, sé muy bien que no puedo contratar a ninguno de tus contactos durante seis meses, pero ellos sí pueden contratarme a mí.
–¿Contratarte? –preguntó Bernadetta con una risa condescendiente.
–Rosa me contrataría sin pensárselo dos veces. He trabajado para ella mucho tiempo y, para ser sincera, ahora que Lucia es tan pequeña, me atrae la idea tener un trabajo con un horario más regular durante unos meses. Además, es posible que algunas de las futuras novias de Rosa no tengan todavía una organizadora de bodas…
Gabi vio que Bernadetta parpadeaba rápidamente, pero se repuso enseguida.
–No durarías ni cinco minutos en este sector sin mí.
–Creo que duraría mucho más –replicó Gabi–. Supongo que lo comprobaremos, pero no todavía. He vuelto de la baja por maternidad y estoy legalmente obligada…
–Gabi –la interrumpió Bernadetta–, esto es un disparate. Se nos acerca una boda real…
–¿A nosotras?
Era la primera vez que la había incluido y había tenido que amenazarla con dimitir.
–Matrimoni di Bernadetta tiene un posible contrato y yo tengo que criar una hija. Bernadetta, creo que formaríamos una sociedad muy fuerte, pero, evidentemente, es algo que también se te tiene que aplicar a ti.
–Gabi, creo que tienes una idea equivocada sobre cuál es tu puesto.
–No –Gabi sacudió la cabeza–, tengo muchas ideas y todas están donde tienen que estar.
No salió bien. No la expulsó del despacho entre risas, como había previsto ella. Bernadetta se limitó a poner un gesto malhumorado y a no hacerle caso.
En Zethlehan las cosas tampoco iban como de costumbre. Violetta entró para ver a Alim y le dio la noticia.
–Bastiano ha retirado la oferta.
Normalmente, Alim habría dejado escapar un siseo de indignación si una venta se frustraba en ese punto tan avanzado. Nunca expresaba sus sentimientos, ni siquiera a sus empleados más fieles o su círculo más íntimo. Esa vez, sin embargo, dejó escapar un sonoro suspiro. Un suspiro de alivio. No quería vender el Grande Lucia. Amaba ese edificio, tenía muchos recuerdos y no quería que se cerrara ese capítulo de su vida.
Lucia… Tenía que verla.
–¿Qué motivo ha dado? –le preguntó a Violetta.
–Al parecer, una de las camareras tiene los dedos largos y le robaron una reliquia familiar.
–Me ocuparé de eso.
Bastiano y él eran amigos y no iban a dejar de serlo por una operación frustrada. Los negocios se mantenían al margen, pero, aun así, llamó al hotel y pidió que le pusieran con la gobernanta para que le explicara qué había pasado antes de llamar a Bastiano.
–La joven Sophie… –le contó Benita–. Quise darle el beneficio de la duda, pero le encontraron un anillo en el bolsillo del uniforme y no hubo más remedio que despedirla.
El sabía que Sophie era amiga de Gabi. Las había visto muchas veces charlando y con el abrigo puesto después de la jornada para irse a cenar juntas.
–¿Lo reconoció?
–Claro que no –contestó Benita–, pero no conozco ningún ladrón que lo haga.
–Sí, pero…
–Alim –le interrumpió Benita–, creo que pudo haber algo entre nuestro estimado huésped y la camarera.
–Ah…
–Nos hemos ocupado de ello.
–Muy bien.
Sin embargo, no podía dejar de pensar en el Grande Lucia. Estaba mirando las fotos de Lucia en el teléfono cuando se encontró con la foto de él y la madre de Lucia. Era un retrato fantástico de una pareja que se miraba cuando un futuro se abría ante ellos… Se la aceleró el corazón, tomó la carpeta de cuero que tenía en la mesa y leyó las partes del mandato que le interesaban. Después leyó el resto.
Violetta llevó un refresco, pero en vez de despedirla le pidió que le llevara más carpetas. Carpetas antiguas con leyes antiguas que había tenido que aprender cuando era pequeño. En ese momento, las estudió como un hombre. Leyó las enseñanzas antiguas y reflexionó sobre las leyes de su país. Entonces, mientras pasaba las páginas, levantó la cabeza y vio a su padre. No se hablaban casi. Su padre lo consideraba terco.
–He elegido a mi novia –le dijo Alim.
–Esa decisión me corresponde a mí –replicó Oman, quien conocía bien las leyes.
–Entonces, será mejor que te cerciores de que es la adecuada –Alim replicó con frialdad, pero en un tono delicadamente amenazante–. Si no, no habrá boda.
Efectivamente, Oman tenía razón. El sultán Alim al–Lehan de Zethlehan era el hombre más terco sobre la faz de la tierra. No se sometería a las leyes antiguas, como había hecho su padre, trabajaría dentro de ellas.