Capítulo 9

 

BASTIANO sigue teniendo los contratos? –Alim frunció el ceño cuando Violetta le dio la noticia–. Esto ya debería haberse resuelto.

A pesar de la precipitada marcha de Alim, se había hecho y aceptado una oferta por el Grande Lucia, pero habían pasado tres meses y la venta parecía estancada. ¡Tenía que deshacerse del hotel!

Se sentó en el lujoso despacho del palacio e intentó ocuparse de los asuntos cuando tenía la cabeza en otras cosas. Efectivamente, volver a ver a Gabi había sido su perdición. La tentación era mayor cada día, pero nunca la había sido como en ese momento. Ese fin de semana iba a celebrarse una boda allí y habían contratado a Matrimoni di Bernadetta. Tenía el programa de actividades abierto en el ordenador y lo ojeó con la esperanza de ver el nombre de Gabi o de leer alguna nota que hubiese escrito al margen, como hacía muchas veces. No había nada.

–¿Quiere que me ponga en contacto con su abogado? –preguntó Violetta.

–No, hablaré yo mismo con Bastiano –contestó Alim.

Incluso, era posible que hablase cara a cara. Estuvo muy tentado de pedir el avión real con la excusa de reunirse con Bastiano, aunque en realidad fuese para tener la posibilidad de ver a Gabi. Estaba peligrosamente cerca de incumplir el mandato.

–Nada más –añadió Alim.

Una vez despedida Violetta, intentó ocuparse de la correspondencia del día, pero no llegó muy lejos.

Habían pasado meses desde que volvió a ver a Gabi, pero los sentimientos no se habían desvanecido. Si acaso, se habían intensificado porque no estaba más cerca de aceptar una boda a pesar de la presión de su padre y los ancianos.

Tenía la cabeza en Roma, no en Zethlehan, donde debería estar, y pensaba en los días en el Grande Lucia, en aquellos días que tanto le habían entusiasmado. Pensaba en Gabi, que solía llegar temprano por la mañana y se iba cansando a lo largo del día. También pensaba en las noches de bodas, cuando ella se relajaba por fin y disfrutaba mientras observaba el espectáculo que había organizado.

La echaba de menos.

No echaba de menos esa vida disipada que había llevado, echaba de menos esos pequeños momentos que se habían terminado hacía mucho tiempo, cuando entraba por la puerta giratoria y veía a Gabi sentada en una sala con Marianna. Saber que iba a haber otra boda y que podría volver a verla le había dado un placer que no había apreciado en su momento. Ella había hecho que el tiempo que había pasado en el hotel fuese mejor, el olor a flores que llegaba del salón de baile y Gabi dirigiendo enormes carros de latón llenos de regalos… Echaba de menos esos tiempos y pronto formarían parte del pasado para siempre.

Había hecho todo lo que había podido para cortar sus lazos con Roma, pero era como si su corazón se hubiese quedado allí. Levantó la cabeza cuando su madre llamó a la puerta del despacho, que estaba abierta, y sacudió la cabeza.

–Ahora, no –dijo Alim.

–Ahora, sí –replicó Rina mientras entraba.

Siempre había sido educado, aunque un poco distante, con los demás, pero en ese momento era un témpano. El enorme palacio le parecía demasiado pequeño y no quería la compañía de nadie, menos la de Gabi.

–¿Qué tal estás, Alim?

Alim no se molestó en fingir que estaba bien y se limitó a encogerse de hombros.

–Estoy intentando revisar los contratos de venta del Grande Lucia. Creo que es posible que tenga que viajar a Italia.

–¿Cuándo?

–Pronto.

Alim sabía que tentaría a la suerte si iba ese fin de semana, pero tenía que ver a Gabi.

–Acabo de tener la reunión matutina con tu padre y cree que una boda podría animar a Yasmin.

–No voy a casarme para levantarle el ánimo a mi hermana.

–¿Y tu ánimo, Alim? No estás contento.

–No, pero tampoco hace falta que esté contento para hacer mi trabajo –como había trabajo pendiente, hizo un gesto para que su madre se sentara–. Se acerca el treinta cumpleaños de Kaleb…

Sin embargo, su madre no había ido allí por eso.

–Estoy preocupada, Alim. Creí que estarías feliz cuando vinieras, pero ya hace meses…

–Adoro a mi país.

–Pero no haces ningún compromiso que te obligue a quedarte.

–¿Te refieres a una novia? –la conversación siempre llegaba a eso–. Una novia no es la solución.

–Entonces, dime cuál es el problema.

–No.

No hablaba con los demás de lo que pensaba, y mucho menos de lo que sentía. En realidad, nunca había analizado sus sentimientos, hasta hacia muy poco. La vida siempre había sido trabajo y obligaciones, y solucionar los problemas con sentido común. En ese momento, por primera vez en su vida, no podía solucionar el dilema que se le planteaba.

–Alim, habla conmigo –le pidió su madre.

Él no sabía ni cómo empezar.

–Es posible que te entienda –insistió ella.

Efectivamente, pensó él, era posible porque tampoco se había casado por amor.

–Conocí a alguien justo antes de que se apelara al mandato –empezó a explicarle él aunque se dio cuenta de que eso no era verdad del todo–. Lleva gustándome desde hace un par de años, pero nunca había dado un paso. Las cosas se pusieron más serias justo antes de que me reclamaran aquí. La dejé sin darle ninguna explicación de verdad y el mes pasado, cuando volví a Roma…

No acabó la frase. No podía explicar la tristeza que había visto reflejada en los ojos de Gabi y tampoco quería revelar el dolor de su corazón ni lo que lamentaba que les hubiesen privado de pasar ese año juntos. Sabía que nunca habría pasado de un año, que su padre nunca habría dado el visto bueno a Gabi.

Su novia sería de Zethlehan. En realidad, su padre ya las había reducido a tres y elegiría a la que cumpliera la tradición, sirviera mejor al país y conociera más profundamente las costumbres.

–Estoy pensando ir a Roma para verla.

Su madre no dijo nada durante un buen rato y cuando habló, lo hizo en un tono tenso y cargado de miedo.

–¿Has incumplido el mandato, Alim?

–No.

Su madre respiró con alivio.

–Entonces, no pasa nada.

–¿Cómo no va a pasar nada?

Lo único que les importaba era que cumpliera las leyes, sin importarles el precio que tuviera que pagar.

–Alim, ahí fuera hay un desierto –contestó Rina.

Él se levantó y miró por la ventana. El reproche en su voz fue dirigido contra sí mismo porque, naturalmente, lo había pensado.

–Gabi no vendrá al desierto, ni se lo planteará siquiera.

–No tiene que vivir allí –replicó Rina–. Podría ir de visita de vez en cuando y, cuando te hayas casado, cuando ya tengas un heredero… –era una conversación complicada–. Bueno, las leyes son más flexibles.

–¿Crees que le haría a mi esposa lo que mi padre te hizo a ti?

Por fin iban a hablar de ese secreto a voces.

–Yo nunca impondré un matrimonio sin amor a una mujer –añadió Alim–. No soporto cómo te han tratado.

Se los imaginó sonriendo en el balcón del palacio o saludando con la mano y charlando cuando llegaban a un acto. Luego, el silencio volvía a caer sobre sus vidas privadas, su madre se retiraba a sus aposentos y su padre a los suyos.

–¿Parezco infeliz, Alim? –le preguntó Rina.

Él la miró. Su rostro estaba relajado y, como casi siempre, tenía una sonrisa afable.

–No os comunicáis casi.

Su madre sacudió la cabeza.

–Acabo de tener una reunión con tu padre, la tenemos todos los días laborables.

Era verdad, pero solo era para dirigir el país, no existía una vida privada entre ellos.

–Dormís en distintas alas del palacio.

–Porque yo lo pedí –replicó Rina–. Alim, quiero a mi país. Desde pequeña sabía que era muy probable que me eligieran y que algún día llegaría a ser reina. Cumplí con mi deber. Tuve tres hijos maravillosos y los crié bien. Sigo trabajando mucho por mi país y vivo una vida muy privilegiada.

Rina supo que tenía que decir más cosas. Conocía bien las leyes, las había estudiado a fondo. Efectivamente, Zethlehan era progresista en muchos sentidos, se satisfacían todas las necesidades, menos en el amor porque la leyes no lo tenían en cuenta. Aun así, era un asunto delicado y Rina lo pensó un momento antes de seguir hablando.

–Alim, que no me casara por amor no significa que no conozca el amor.

Él estaba pensando en Gabi y tardó un momento en asimilar lo que había dicho su madre. ¿Estaba diciéndole que tenía un amante? ¿Estaba diciéndole que, después de todo, no estaba tan sola cuando su marido se marchaba y que tenía sus propios motivos para vivir en alas separadas del palacio? Se hizo un silencio tenso, pero Rina sacudió levemente la cabeza.

–No quiero decir nada más que eso.

Fue como si todos los granos del desierto se hubiesen movido de sitio mientras su madre le decía, sin detalles, que era feliz, que su relación estaba hecha para que les saliera bien a ellos dos.

–Tu padre y yo hemos conseguido que salga bien para todo el mundo… –Rina vio que Alim apretaba los dientes y se corrigió–. Lo siento por James. Se merece más de su padre –era la primera vez que su nombre se decía en voz alta dentro de esos muros–. Ese asunto debería haberse llevado mejor, pero es tu padre quien hace las leyes.

Alim asintió con la cabeza.

–Habla con tu amor, Alim.

–No he dicho nada de amor.

–Entonces, habla con tu amante. Esa es la solución de todos los males.

–Ella nunca irá al desierto.

–Lo he estudiado con detenimiento –Rina sonrió y golpeó con un dedo la aborrecible carpeta de cuero que tenía sobre la mesa–. En el mandato no se dice nada de teléfonos.

Alim sonrió.

–Si hay alguien que puede resolver las cosas, ese eres tú.

Alim no estaba tan seguro, pero sí sabía que ni la distancia ni el silencio estaban sirviendo de nada. Por eso, descolgó el teléfono y, en vez de buscar a Bastiano por la venta del hotel, llamó al mostrador de recepción del Grande Lucia.

–¿Puedo hablar con Gabi?

–¿Gabi…?

No conocía la voz de mujer que había contestado y, además, no parecía saber de quién estaba hablando.

–Está por ahí organizando una boda –le explicó él.

–¡Ah, esa Gabi! Creo que todavía está de baja por maternidad.

–¿De baja por maternidad?

El palacio debía de estar asentado sobre una falla sísmica porque era la segunda vez que le parecía que el suelo se movía.

–Creo que se confunde de persona…

Sin embargo, la recepcionista no estaba escuchando, estaba hablando con un compañero de trabajo. Entonces, la recepcionista corrigió sus palabras.

–Me he confundido.

Alim no tuvo tiempo para sentir alivio porque ella volvió a hablar.

–Al parecer, Gabi ha vuelto hoy de la baja.

Alim empezó a darle vueltas a la cabeza. Si Gabi había estado de baja por maternidad, ese bebé tenía que ser de él. Habían pasado casi nueve meses desde que durmieron juntos y había sido virgen con toda certeza. Pensó en la última vez que la vio y no le había parecido que estuviera embarazada, pero también era verdad que había intentado no mirarla.

Tenía que hablar con Gabi a solas, pero ¿cómo?

Estaba empezando a ocurrírsele una posibilidad, pero habló con serenidad porque muy pocas veces expresaba sus sentimientos.

–En realidad, ¿podría hablar con Bernadetta en vez de con Gabi?

–¿Puedo preguntar quién llama?

–Soy Alim.

Él pudo oír que ella contenía la respiración por el asombro.

–El sultán Al…

Alim la interrumpió porque estaba perdiendo la paciencia.

–Dígale a Bernadetta que se ponga.

Se levantó y salió a la terraza por la puerta acristalada. Necesitaba aire, como cuando su padre apeló al mandato. Esa vez, al contrario que aquella, hacía calor y el aire era seco, aunque lo tranquilizó y lo respiró con alivio con los ojos entrecerrados por el sol del desierto. Podía hablar con Gabi desde allí, sin que nadie lo oyera. Solo desde allí podrían hablar de todo.

Evidentemente, todo el Grande Lucia estaba buscando a la esquiva Bernadetta y eso le dio tiempo para pensar mejor el plan.

–Sultán Alim… –Bernadetta intentó poner un tono almibarado, pero le salió algo más parecido a un graznido–. Cuánto me alegro, hacía mucho tiempo que no…

–Me preguntaba si Matrimoni di Bernadetta tiene capacidad para organizar una boda real aquí, en Zethlehan –la interrumpió él.

Se hizo un silencio que le indicó que ella se había quedado boquiabierta.

–Claro, no solo sería un honor, sería un placer…

Bernadetta empezó a adularlo, pero él volvió a interrumpirle.

–Entonces, necesito que Gabi esté aquí mañana.

–¿Gabi? ¡No voy a mandar a mi ayudante! –exclamó Bernadetta inmediatamente–. Me ocuparé personalmente…

–Bernadetta –Alim la interrumpió por tercera vez–, tienes buena cabeza para los negocios y contratas a los mejores, pero los dos sabemos que Gabi es quien hace que una boda se convierta en una creación inolvidable –él sofocó su vanidad inconmensurable, pero fue al grano–. Quiero que venga Gabi.

–Gabi es fantástica, desde luego, pero es posible que no pueda viajar. Es que hace poco…

Alim la interrumpió una vez más porque no quería que le dijera que Gabi había tenido un hijo. Sabía que, si Gabi se enteraba de que él lo sabía, no habría manera de que fuera a Zethlehan, y quería que Gabi se lo dijera en persona.

–Me da igual lo ocupada que esté con la boda que está organizando y me da igual su vida personal y si tiene planes que no puede cambiar. Si quieres el contrato de la boda, Gabi tiene que estar aquí mañana.

Alim habló como el sultán que era y Bernadetta contestó como correspondía.

–Y allí estará.

Alim resopló con una sensación de alivio que no tenía nada que ver con lo que acababa de averiguar. Vería a Gabi por fin, la había echado de menos más de lo que quería reconocer.

–Si le preocupa algo cuando se encuentre con Gabi…

–No voy a encontrarme con ella –Alim preveía que Gabi no querría ir allí–. Yo solo voy a hacer este primer contacto y no quiero ocuparme de los detalles. A partir de este momento, Violetta, la relaciones públicas del palacio, se ocupará de todo.

Comentó un par de cosas más con Bernadetta y dio por terminada la llamada. Volvió a mirar el desierto y se sintió más tranquilo porque allí encontraría mejor las soluciones. Entró otra vez en el despacho e intentó asimilar que era posible que fuese a ser padre. También intentó imaginarse por todo lo que debía de haber pasado Gabi.

Llamó a Violetta. Estaba más que acostumbrada a lidiar con los escándalos, y no solo por su padre y James. Ahora sabía que, al parecer, su madre también tenía una vida secreta que él había desconocido por completo.

Un bebé… No sabía si era niño o niña, pero sí sabía todos los problemas que podía acarrear. Sin embargo, a pesar de todo, sentía alivio mientras esperaba a Violetta. Gabi iría pronto allí.

Levantó la cabeza cuando Violetta entró sin llamar y se acercó a la mesa después de cerrar la puerta.

–Necesito tu discreción.

–La tiene.

Violetta también hacía muy bien su trabajo.