Capítulo 12

La dama de hierro

 

 

 

París era la ciudad romántica por excelencia. El destino predilecto de escritores y poetas. El sueño de millones de personas, y desde hacía unas semanas mi maravilloso hogar. Enamorada de París y de Gaël, disfrutaba de la dama de hierro de forma diferente en incontables citas románticas cada vez que la agenda de mi marido lo permitía. Navegando en un barco por el río Sena al despertar, a primera hora de la mañana, con la imagen de la Torre Eiffel que se acercaba suavemente. En el césped de Champs de Mars mientras hacíamos un picnic con un sabroso fromage, un delicado vin, y una baguette crujiente. En un divertido recorrido con patines, disfrutando de un tour de todos los monumentos a diferentes velocidades en rollers. En una puesta de sol en la Place de la Concorde, desde su entrada del lado del Hôtel de la Marine regalando un extraordinario conjunto con la torre, el obelisco egipcio y las elegantes fuentes. Desde la noria de Tuileries, detrás del Grand Palais. Desde los puentes parisinos. Un día de sol en el peatonal Pont des Arts, otro en un día de niebla en el majestuoso Pont Neuf o una noche desde el imponente Pont Alexandre III. En el entreacto de un concierto de música clásica en el Théâtre des Champs Elysées.

Había divisado la imagen especial de la Torre Eiffel junto a Gaël desde muchísimos lugares, con la emoción de adivinarla, como por ejemplo en la cima de la rue d' Abesses degustando una crêpe chocolat-banane, en pleno barrio de Montmartre, con un primer plano de los tejados de París que se desvanecen en la distancia al contemplar la Torre, o incluso sobrevolándola en helicóptero como hicimos un día al atardecer, sin duda algo romántico. Pero más allá del sin fin de planes para disfrutar de la capital francesa, una de las cosas que me encantaba de él era que me sorprendiera. Que me hiciera sentir como María Antonieta un día cualquiera en un tour privado por los Jardines y el Palacio de Versalles, o que como hoy, con la promesa de ver la mejor perspectiva de la Dama de Hierro desde un lugar especial me llevara con los ojos vendados por la ciudad del amor.

—¿Aún no me puedo quitar la venda? —pregunté nerviosa después de un intrigante paseo en coche en el cual sus dedos se deslizaron por mis muslos en un acto vil de tortura.

Sin responder, me rodeó la cintura con un brazo y me instó a caminar. De súbito escuché una puerta cerrarse detrás de nosotros y el ruido de la calle cesó por completo. Caminamos un poco sumidos en una pausa silenciosa y el sonido de un ascensor, sus puertas abrirse y cerrarse y luego ponerse en marcha con los dos dentro me puso en alerta.

—¿Impaciente? —susurró de pronto Gaël de un modo confidente en mi oído y me tensé.

—¿Tú qué crees?

El sonido de su voz sonó como una copa íntima. Todos mis pensamientos trabajaban a destajo imaginando dónde demonios me llevaría. La anticipación de algo excitante crujía a través del aire.

—¿Te he dicho ya lo bien que te sientan estos pantalones? ¡Dieu! Te hacen un culo...

Sus dedos serpentearon por mi cadera hasta que su mano apretó mis nalgas y me sacudí hacía adelante.

—¡Gaël! —Grité riendo y su suave risa revoloteó cerca de mi oído.

—Señora Barthe, ¡está usted buenísima!

Sus labios se apretaron contra la piel caliente de mi cuello y mi pulso se aceleró.

—Gaël, ya no aguanto más —dije con una sonrisa en los labios —. ¿Dónde estamos? El silencio se oye como hueco ahora.

Nada era más apasionante para mí que dejarme guiar por Gaël, rendida a sus manos. Pero si se prolongaba mucho más el paseo con los ojos vendados corría el riesgo de arder de forma espontánea.

—Dame unos segundos —Murmuró tomándome de la cintura y escuché de nuevo el ruido de una puerta y a continuación el sonido de un cerrojo.

Me llevó andando algunos pasos más y luego se detuvo. Sin previo aviso me soltó la venda de los ojos y parpadeé varias veces aturdida. Miré rápidamente a mi alrededor y fruncí el ceño.

—¿Qué hacemos aquí?

Era una habitación grande y vacía. No entendía nada. Sin muebles, sin nada, a excepción de unas enormes cortinas tupidas de color morado que impedían el paso de la luz exterior.

     —¿Alguna vez has soñado con vivir en la capital francesa y despertar cada mañana admirando la imponente torre Eiffel? —Me dijo Gaël mirándome a los ojos con esa exquisita sonrisa que tanto me gustaba y se me detuvo el corazón.

—¿Por qué me dices eso? ¿Qué hacemos aquí?

Le miraba sin comprender en un revoltijo de confusión.

—Observa y verás.

Omitiendo mis preguntas abrió las cortinas con ambas manos y la imponente presencia de la Torre Eiffel me aniquiló de emoción.

     —¡Dios mío! Dime que no es lo que estoy pensando —Murmuré con la espléndida imagen del monumento a un suspiro de distancia de la ventana.

—¿Y qué es lo que estás pensando?

Podía verla en su totalidad y ebria de amor, ebria de una embriaguez mortal le miré sintiendo algo indescriptible.

—Estoy pensando que estás loco —dije alegre.

Me costaba apartar la mirada de la Dama de Hierro.

—¡¡Tuff Gong!! —Gritó entonces Gaël sorprendiéndome y el ladrido del can rastafari con la melena de tirabuzones más leonina y más salvaje del mundo se escuchó dentro del inmueble.

—¡Ay Dios! Voy a llorar.

Medio segundo después apareció en la habitación el perro y sonreí al ver que tenía en la boca un cartel de «Bienvenida a casa». Me arrodillé junto a él, acariciando su lomo mientras no paraba de saltar para lamer mi rostro y Gaël se agachó también para deslizar la mano por su cabeza.

—Ciel, bienvenida a casa —susurró sonriéndome en un mensaje alto y claro.

Sólo debías tener unos cuantos millones en el banco para adquirir este increíble apartamento junto al Sena y la Torre Eiffel.

—Chéri, imagina despertar cada mañana y ver la torre Eiffel en todo su esplendor desde la cama.

—¡Nuestra casa! No lo puedo creer.

La felicidad me invadió y me lancé a sus brazos para comérmelo a besos. Me abalancé encima de él y caímos los dos al suelo entre risas y besos. Tuff Gong al vernos sobre la tarima de madera se puso a ladrar y saltar a nuestro alrededor, y pronto los besos se convirtieron en cosquillas y las risas se transformaron en carcajadas.

La propiedad era de ensueño, sobre todo por su ubicación en el centro de París. Se encontraba en el séptimo y último piso de un edificio súper lujoso. La propiedad databa de 1914. Contaba con una sobria sala de estar, techos altos de seis metros y una hermosa claraboya para la mejor iluminación. Tenía con una amplia cocina y un exquisito comedor, con tres habitaciones y tres baños. Y la suite principal la que permitía disfrutar de la torre Eiffel desde la cama, que ofrecía la mejor vista de la ciudad más romántica del mundo.

—¡Dios! Ya me imagino desayunando como una auténtica reina, con bata de seda y esta maravillosa panorámica como escenario.

—Mejor hazlo desnuda —susurró juguetón —. Solo por la vista que me ofrecerías delante de la Torre Eiffel vale cada centavo la casa —Me tomó por la nuca y me besó con pasión.

Con una medida combinación de delicadeza y fuerza atrapó mis labios y me pegué a su cuerpo dejándome llevar por el calor de su beso ardiente.

—Ven, acompáñame. Tengo algo que mostrarte —Me dijo en tono enigmático y entrelazó sus dedos a los míos.

—¿Otra sorpresa?

Atravesamos el salón y subimos la escalera que había pegada a la pared junto al gran ventanal.

—Sí, otra sorpresa. Ve delante de mí —dijo deteniendo el paso en uno de los peldaños y me aferré a su mano.

—¿Yo delante? ¿Por qué?

La luz exterior que entraba por el gran ventanal y la claraboya era espectacular.

—Tú ve delante...

Se apoyó en la pared para que pasara y puse mi mano en la barandilla.

—Me tienes intrigada.

Lo adelanté y subí los anchos peldaños de madera sin vacilar. Con la confianza ilimitada de saber con seguridad que sin lugar a dudas me gustaría lo que encontraría ahí arriba. Sin embargo, cuando llegué al rellano, lo no me esperaba era encontrar ahí arriba el sueño de toda diseñadora de moda.

Todo el piso estaba vacío menos esta estancia. Desde la que se veía la Torre Eiffel entera a través de las gigantescas ventanas y de la claraboya por dónde se colaba toda la luz de París.

—¡Oh Dios! Esto no puede ser real.

El vello se me puso de punta y sentí como un nudo crecía en mi pecho.

—¿Te gusta? —Me preguntó Gaël y el nudo estalló.

Sin palabras que pudieran expresar lo que estaba sintiendo en ese momento acaricié la mesa de madera de tamaño máximo, custodiada por dos preciosas sillas Lilla Aland de Carl Malmsten. Luego por algunos de mis diseños, vestidos, chaquetas y otros accesorios colgados entre un par de burras y estantes. Acaricié cada prenda conmovida, hasta que recuperé mi voz.

—Es el estudio de diseñadora más hermoso que he visto jamás —dije sin poder apartar mis ojos de mis prendas y de las increíbles vistas que quitaban la respiración.

—Quería que tuvieras tu propio laboratorio de ideas en casa. Tu lugar especial de reflexión, tu propio espacio dónde soñar —susurró y se acercó por detrás y me rodeó el pecho con los brazos.

Protegiendo mi cuerpo con el suyo, sentí toda su masculinidad y me recliné sobre él.

—Paul me dijo que no diseñabas en el estudio que tenías en el taller de Barcelona porque no era un lugar que te inspirara mucho debido al espacio reducido. Que preferías hacerlo todo por tu cuenta y que cuando tenías alguna idea o finalizabas algún trabajo lo enviabas desde el teléfono.

—Esto es demasiado bonito para ser verdad —dije emocionada, mareada de amor.

—Tú sí que eres demasiado hermosa para ser verdad —susurró en mi oído, y con suavidad me dio la vuelta y me ciñó contra sí, en un abrazo tierno.

Siempre me cuidaba, deseaba protegerme y este gesto afectuoso mientras acariciaba con sus manos la curva de mi espalda, la zona de mi tatuaje, delineando las letras con lentitud, me deshizo por completo.

—¿Recuerdas la frase de mi tatuaje? —Comencé a decir al mismo tiempo que sentía sus dedos sobre la tinta —. Tócame hasta que me pierda entre tus manos —Continué en un suave susurro y un hambre implacable se reflejó en sus ojos.

—Cómo olvidar esa frase si la veo cada vez que te hago mía de la forma más primitiva.

Se aproximó a mi boca a punto de atrapar mis labios y mi corazón se aceleró.

—Una vez me dijiste que me tocarías hasta traspasar mi alma.

Sentía sus dedos sobre la tinta, sobre esa parte vulnerable de mi cuerpo. Sentía su mirada en la mía, cómo me poseía, cómo se apoderaba de mi corazón, cómo se adueñaba de todo mi ser y musité sobre sus labios.

—Déjame decirte que lo lograste.

Notaba como me caían las lágrimas y acaricié sus mejillas, su incipiente barba.

—Te amo —susurré en voz baja y la expresión sensible que apareció en su rostro, la intimidad sin límites que se reflejó en sus pupilas me inundó acariciándome por dentro.

Mis sentidos, después de semejante confesión despertaron y sujetándole por la nuca, ávida de su boca, de su sabor, le besé. Gaël reaccionó de inmediato, y sin vacilación intensificó la presión de sus labios, enredando su lengua con la mía excitándome al instante. Me sentía tan estrechamente unida a su cuerpo, su mente y su corazón que sabía que tendría que resistir a sus constantes viajes de trabajo buscando en cada uno de estos momentos únicos, asombrosos, en los que conectábamos como ahora, la fuerza necesaria para subsistir a sus ausencias.

 

De pronto la pasión nos invadió en medio de nuestros sugerentes besos y Gaël me levantó en brazos sin esfuerzo y me sentó sobre la enorme mesa. Se colocó entre mis piernas, me atrajo hacia sí y me apretó contra su erección.

—Me parece que vamos a estrenar la mesa.

—¿Quieres comprobar su resistencia? —susurré con el pulso por las nubes mientras me abría la blusa, botón a botón con una deliberada lentitud hasta abrirla por completo.

—Puede... —Se rió en voz baja, roncamente.

Me bajó el encaje del sujetador y sufrí un infarto cardio vaginal por culpa de su oscura y penetrante mirada cuando bajó su boca de pecado y succionó mis pechos expuestos con fuerza.

—¡Oh Dios! —Gemí echando la cabeza hacia atrás poniendo los ojos en blanco.

A partir de ahí todo se desató. Un deseo loco nos embargó y prácticamente me arrancó los pantalones para sacármelos. El encaje no fue más que un borrón invisible entre sus dedos. Estirada sobre la mesa, encantada por su fuerza bruta abrí mis muslos y Gaël sobreexcitado de placer hundió su lengua entre mis pliegues, recorriendo todo mi coño, todos sus rincones, penetrándome con su lengua.

—¡Joder! Cada vez que mire la mesa del estudio recordaré esto —dije entre gemidos y se apartó dejándome al borde del orgasmo.

—No, ciel, no solo por eso la recordarás —Gruñó y se abrió los pantalones, se sujetó la polla y me rozó los pliegues con el glande —. Por esto también...

Su erección era durísima. El deseo y el ansia se apoderaron de mí en el instante que empujó con todas sus fuerzas y me la metió hasta el fondo.

—¡Oh Dios! —Grité de placer.

Gaël se introdujo hasta las profundidades de mi vagina. Me abrió todo lo que pudo las piernas, pegándose contra mí. Gritaba agitada por el olor de su perfume, por el contacto de su musculoso cuerpo al penetrarme y disfruté de su forma de destrozarme sobre la mesa.

—Vamos, chéri, regálame tu primer orgasmo en nuestra casa —Gruñó lanzando sobre mí su mirada de fuego mientras me embestía y mi sangre empezó a hervir.

Completamente vestido, su imagen era de absoluta fuerza y dominio, con las facciones endurecidas por el esfuerzo de una ejecución brillante. Se hundía una y otra vez dentro de mí, clavándomela a un ritmo demencial, arrastrándome a un divino éxtasis. Mi hombre misterioso, mi marido de músculos abultados y sólidos muslos, me parecía en estos momentos capaz de tumbar la mesa, el piso y el edificio entero.

—¡Me corro! ¡Oh! Sí...sigue... Fóllame más duro.

Me sentía febril sobre la madera, llena de goce.

—Eso es, ciel, córrete para mí.

     Gaël se deslizaba por todo mi ser, tomaba posesión de mí. Acariciaba mis pechos, los pellizcaba, mis nervios se estremecían con delicia. Y flotando entre el cielo y la tierra, gritamos los dos de placer con la Torre Eiffel de testigo de excepción de un orgasmo demoledor.

El día había comenzado maravilloso, y transcurría más maravilloso aún acompañada de mi marido en el Restaurante Pavillon Ledoyen en pleno corazón de los Campos Elíseos. Después de salir del edificio fuimos al elegante restaurante de tres estrellas Michelin con el chef Yannick Alléno, al frente de sus fogones. Gaël conversaba con el sumiller sobre la elección del vino mientras yo miraba detenidamente la carta, y casi me atraganté con mi propia saliva al escuchar el precio de la botella que eligió, un Château Cheval Blanc 1947.

¡¡5.315€!!

—¿Ya sabes que vas a pedir? —Me preguntó Gaël nada más irse el camarero y le miré por encima de la carta del restaurante.

—Pues no lo sé, me muero de hambre —Expresé con sinceridad y temí que mi estómago traicionero me delatara vilmente.

—No me digas que la pantera está de regreso —Murmuró y su sonrisa teñida de socarronería me hizo reír.

—Espero que no —dije riendo —. Aunque tener sexo contigo despierta mi lado animal y podría aparecer en cualquier momento.

¡Madre mía! Más pronto lo digo más rápido sucede, o más bien diría aparece, porque el rugido animal en plan pantera procedente de mi estómago que rompió el relativo silencio del restaurante hirió incluso mis oídos.

El escándalo fue de órdago y sin poder aguantar la risa me escondí avergonzada detrás de la carta.

—¡Dieu! Ese rugido animal que haces en alguna reunión que otra me iría de muerte para acojonar a la gente.

Escuché como soltaba una carcajada y me reí con ganas al oírle.

—Va deja de reírte y ayúdame a elegir un menú, porque con estos mini platos que sirven aquí, como tardemos mucho en ordenar, tendré que pedir todo lo que sale en la carta para saciar mi hambre.

Me quejé intentando mostrar seriedad, pero fue inútil y más cuando bajó mi carta con sus dedos para mirarme y vi el brillo de diversión en sus ojos. No podíamos para de reír los dos.

Me sentía con Gaël como cuando iba a la biblioteca acompañada de Nayade y teníamos esos ataques de risa para cabreo de la bibliotecaria. Terminaba echándonos a la calle la muy bruja.

     —¿Me pido unos mejillones de vivero con extracción de bacalao, acompañados de pommes voilées? ¿o el buey Wagyu? —dije intentando contener la risa.

—Dada tu naturaleza animal creo que el buey Wagyu sería una buena elección —Murmuró con expresión divertida a punto de darle un sorbo al exclusivo vino y su comentario me provocó otra oleada de carcajadas.

—Muy gracioso —Le pegué en la mano que sostenía la copa de vino y casi se le derramó el contenido sobre la mesa.

Se nos saltaban las lágrimas, y yo no sé él, pero lo que es a mí, me dolía incluso el costado de tanto reírme. Miré alrededor para comprobar si alguien nos observaba y me sonrojé un poco al ver a unos cuantos comensales que no nos quitaban los ojos de encima.

—Va, ahora hablando en serio, el buey Wagyu te gustará, es extremadamente fundente, con sus raviolis crujientes de aceitunas y tomates verdes confitados —Murmuró al fin tras beber un sorbo de la copa de vino.

El ambiente del restaurante era elegante y cálido, y después de recibir la visita a nuestra mesa del mismísimo Chef Yannik Alleno y de que un camarero nos tomara nota del menú sugerido por el propio Chef, la conversación adquirió un tono más calmado. La decoración estilo Napoleón III y la arquitectura era impresionante. La vista hacia el Petit Palaise desde nuestra mesa acompañando el momento con el vino Château Cheval Blanc 1947, resultaba sublime. No había música, solo conversaciones tranquilas mientras nos dejábamos seducir por la creatividad, la presentación y el sabor de cada plato excepcional.

—¿Ya has tomado una decisión respecto a la propuesta que te plantearon tus padres? Resultaba muy interesante, dado el vínculo familiar —Planteó Gaël mirándome fijo —. El imperio de tu familia está formado por dos firmas, y añadir una firma de moda en el que seáis las hermanas Arnault quienes presenten las colecciones sería un éxito.

Pinché con el tenedor el último bocado del exquisito pollo y me limpié la boca.

—Sí, voy a aceptar. Supondrá más trabajo ya que mantendré también mi propia firma, pero me apetece mucho formar parte de algo tan bonito junto a mis hermanas. Sería algo similar a la firma The Row, que tienen las hermanas Olsen —dije emocionada y Gaël enlazó los dedos apoyando los codos en la mesa.

—Las hermanas Olsen, son famosas por amasar una fortuna. Pasaron de ser niñas prodigio a exitosas diseñadoras de moda. Tu hermana Marie tras alcanzar fama como modelo, Zoe como icono de moda con su blog y tú, por tu trayectoria meteórica, podríais convertir esta firma de gama media en todo un éxito.

—¿De verdad opinas que la firma podría llegar a tener éxito?

Cuando mis padres me propusieron la idea unos días antes estando él de viaje en NY me pareció una interesante aventura.

—Por supuesto que sí, sino no te lo diría.

—Tengo que reconocer que estoy muy emocionada con la idea, y si encima mi marido me dice que será un éxito, él que es un hombre que nunca da un paso en falso. Famoso por tener un gran olfato para gestionar sus negocios, que tiene su propio emporio, con más razón acepto el reto de trabajar como directora creativa junto a mis hermanas —Le guiñé un ojo cómplice.

—Os irá muy bien, ya lo verás. Conseguiréis dotar a las prendas un estilo e identidad propios —dijo Gaël con voz dulce y sonreí.

Le miraba, contemplaba su expresión al hablarme, y el timbre de su voz en mis oídos me parecía el paraíso. Tener a mi atractivo, encantador e inteligente marido solo para mí me hacía sentir sumamente especial. El camarero llegó con el siguiente plato y la conversación se interrumpió mientras llenaba nuestras copas de vino. Nos miramos a los ojos en silencio, y como siempre me ocurría, sentí que podía contarle mis pensamientos más profundos o mis ideas más disparatadas, o simplemente hablar con él y escuchar esos detalles o pequeños comentarios que a nadie más le confiaba. Alucinarme con sus anécdotas e historias.

—¿Y cómo llevas el tema del traslado del taller de Barcelona? —preguntó en tono despreocupado después de marcharse el camarero y mi boca hizo una mueca de disgusto.

—Mal —Respondí de bajón —Paul y yo hemos mirado ya muchos locales, pero ninguno nos convence.

—¿Todavía no has encontrado un local?

—No, y me siento frustrada. No pensé que sería tan difícil.

Parecía que comenzaba nuevamente de cero y eso me estresada.

—Necesito alquilar un local muy amplio para dividirlo en tres partes: taller, show room, y oficina. Y alquilar un local de gran tamaño dependiendo del distrito en que se encuentre puede costar muchísimo —dije sintiéndome desmoralizada con la búsqueda.

—Tranquila, no te agobies. Creo que tengo la solución. Acabo de tener un chispazo, de esos que encienden una bombilla que muestra un nuevo camino —Murmuró sin apartar sus ojos de mí y abrí los ojos de par en par.

—¿Ah sí?

Tomó mi mano y se la llevó a sus labios, la besó y me estremecí.

—Sí —Murmuró.

Mi corazón comenzó a acelerarse cuando vi que se agachaba y sacaba algo de su maletín de piel.

—Te propongo algo —dijo en tono serio.

Dejó en el centro de la mesa un sobre grande y mis sentidos se pusieron en alerta. Sin dejar de mirarme lo abrió con dedos firmes y expuso delante de mí el contenido.

—¿Qué son estos documentos? —pregunté nerviosa.

     Me costaba conservar la serenidad después de fijarme que eran unas escrituras.

—Estos documentos son las escrituras de una antigua fábrica construida por Gustave Eiffel en París, de casi 1.000 metros cuadrados que conseguí hoy mismo después de unas duras negociaciones con el vendedor. Cuando he ido a buscarte antes, venía de firmar las escrituras en la notaría, de ahí que lleve los documentos encima. Te propongo algo muy sencillo.

Gaël se detuvo pensativo y negué con la cabeza.

—No —susurré.

—¿Pero si aún no has escuchado mi propuesta? —Esbozó una sonrisa seductora.

—Ya sé lo que me vas a decir —dije en voz baja.

—Necesitas un sitio para tu taller y la fábrica tiene un espacio enorme que podríamos compartir. El edificio consta de varias plantas, yo solo necesito una para el proyecto que en breve iniciaré. Las otras dos podrían ser para ti. Cada una es un amplio loft con las paredes emblanquecidas y suelo de micro cemento pulido. Increíbles ventanales y gigantescas puertas acristaladas que te permitirá gozar de la luz y de toda la extensión del espacio, sin renunciar a la intimidad. Podrás dividirlo en partes muy diferentes: El show room, donde podrás exponer la colección actual, la oficina, el taller... Incluso podrás disponer de espacio para tener un estudio de fotografía. Imagínate con una humeante taza de café en la mano y la sonrisa de quien se siente feliz con lo que hace en un lugar cargado de energía positiva. Chéri, créeme, cuando veas la fábrica sabrás de lo que hablo. Y no me vayas a decir que no por el que dirán, porque la gente ya sabe de lo que eres capaz tú sola.

Escuchaba atenta su enérgico discurso. Su voz profunda me había inmovilizado por completo. No me extrañaba nada que tuviera el cargo que tenía dentro de Conde Barthe. Su capacidad para atraer la atención y concentrar el mensaje en todos sus oyentes era realmente impresionante, en este caso a mí. Era un orador tan excelente que estaba segura de que sería capaz de convencer al diablo de que se prendiera fuego a sí mismo.

—Ciel, déjame ayudarte en esto. Ya sabes que, con buena energía, se idean, diseñan y crean las colecciones más interesantes del mundo —dijo con voz ronca, clavando sus maravillosos ojos oscuros y astutos en mí.

—Gaël... yo...

Bajé la mirada hacia las escrituras y luego volví a alzar la cabeza para contemplar sus ojos. Había incertidumbre en su mirada, y esperanza.

—¿Y?

Sólo tenía que abrir la boca y decir sí a lo que me ofrecía. Ni en sueños podría permitirme jamás un lugar como ése. Sin embargo, antes de que contestara, vislumbré una pareja que entraba al restaurante y palidecí.

—¡Oh! Vaya, con lo grande que es París y tenemos que encontrarnos con tu padre — susurré, a la vez que mis nervios aparecieron.

Siguiendo mi mirada, Gaël vio a su padre Gregory Barthe y a su madre, Michelle y apretó la mandíbula.

—¡Putain merde! ¿Qué hace mi padre aquí con mi madre? —Espetó cabreado.

Guardó de inmediato las escrituras en el sobre. El director del restaurante ajeno a las disputas familiares señaló nuestra mesa y desvié la mirada justo a tiempo para que no me pillaran in fraganti.

—¡Joder! Creo que vienen hacia aquí —susurré deseando desaparecer.

     —Espero que mi padre venga en son de paz, porque si te falta el respeto no creo que pueda controlarme —Masculló mirando por donde venían, y me invadió un escalofrío de alarma al pensar que podrían llegar a las manos en medio del restaurante de lujo.

Gaël, al igual que mi familia, no le perdonaban su crueldad conmigo.

—Bonjour, fils —dijo Gregory Barthe y levanté la vista a tiempo de ver como su padre posaba su mano sobre su hombro.

Gaël permaneció quieto sin responder, sin mirarle, y tras unos segundos de incómodo silencio su madre rompió el hielo.

—Hola, hijo, ¡qué casualidad encontrarnos aquí! —Le saludó en tono cariñoso y entonces sí que reaccionó.

Se levantó de la silla y besó su mejilla izquierda mientras le decía.

—Salut maman. Me alegro de verte.

Michelle, era una señora bellísima para su edad y se notaba que amaba a su hijo por cómo le miraba. Su padre, en cambio, era harina de otro costal. El omnipotente Gregory Barthe dueño de una inmensa fortuna no miraba ni siquiera a su hijo. Estaba pendiente de mí, que me mantenía en un reconfortante silencio.

No me atrevía ni a moverme de la silla. Pero entonces, Michelle me habló, y si bien hacia todo lo posible por mantenerme inescrutable ante la presencia de Gregory Barthe, reconozco que me relajé un poco al oír a su madre. Parecía feliz de verme.

—Hola, Chloe, ¿cómo estás? Es un placer volver a coincidir contigo —dijo con una cálida sonrisa en la boca.

—Bonjour, el placer es mío señora.

Con seriedad y decoro me levanté de la silla y me dirigí hacia ella para besar su mejilla.

—Llámame Michelle, tutéame, por favor —Sonrió y me sorprendió con un abrazo —. ¿Qué tal están tus padres? Fue maravilloso descubrir que eras la hija de Philippe y Regina, ¿verdad que sí Gregory?

     Volvió la mirada hacia Gregory Barthe y contuve la respiración cuando ese hombre me miró. Durante una fracción de segundo percibí toda la mala energía que surgía de ese cuerpo dirigida a mí y me estremecí.

—Fue algo... sorprendente —Murmuró de forma escueta.

Captaba en sus ojos una vibración negativa.

—Hijo, ¿qué te parecería si el próximo fin de semana después de regresar de vuestro viaje a NY tu padre y tú, nos reunimos todos en casa para cenar? —Propuso su madre y fruncí el ceño.

—¿Un viaje a NY? ¿Cuándo? Si acabas de llegar —Giré mi rostro para buscar su mirada y percibí el esencial detalle de que esquivó mis ojos.

—Mamá, no creo que de momento pueda ser posible —dijo Gaël con sequedad al mismo tiempo que me tomaba de la mano —. Si me disculpas tenemos que irnos.

En su cara había aparecido una expresión distante y acto seguido recogió su maletín de piel del suelo y nos alejamos de la mesa.

—Hijo, nos vemos en el aeropuerto en un par de horas —Expresó su padre con voz enérgica y Gaël se detuvo en seco.

Perdí el agarré de sus dedos antes de que con paso firme y decidido se dirigiera de nuevo hacia él y las manos se me quedaron heladas.

«Se va en un par de horas». Sentí que me tambaleaba en mis tacones.

—Ni pienses que viajáremos juntos a NY como hacíamos siempre. Iré en mi propio avión privado —Le soltó clavándole una mirada que atravesaba a un palmo de su cara —. Antes te respetaba a pesar de tus defectos. Te apreciaba, pero ahora no. Jamás volveremos a viajar juntos. Jamás saldremos de nuevo a cenar como hacíamos antes. No acudiré a ninguna fiesta contigo, no comeremos juntos el día de Navidad, ni cualquier día de la semana. No quiero que me dirijas la palabra a menos que sea para disculparte por tu comportamiento con mi mujer.

El rostro de Gregory Barthe perdió color, pero rápidamente entornó los ojos y me dirigió una mirada astuta.

—¿Disculparme yo? ¿Por qué debería hacerlo? —Le dijo con desdén — Su pasado sigue ahí. Por mucho que sea la hija de Philippe Arnault, la clase no se hereda con el apellido. No ha recibido desde la cuna la buena educación. No es más que una p...

—¡Cállate!

Gaël levantó el puño y su madre se interpuso entre ellos. Sentí una punzada en el corazón tras oír sus palabras y se me nubló la vista de pie, sola, en medio del restaurante.

—¡Te prohíbo que le faltes el respeto! —Siseó con furia — ¿Dices en serio eso del apellido? ¿Entonces también consideras eso de mí? Porque te recuerdo que yo no crecí a tu lado. ¡Solo nos une un maldito apellido!

Conteniendo las lágrimas, abracé mi cuerpo. Sentí que me diluía, aunque sin llegar a desaparecer porque notaba la mirada de toda la gente sobre mí y decidí marcharme del restaurante.

Las palabras de Gregory Barthe me quemaban, se me removían dentro, me dolían. Y también me dolía que Gaël se marchara de viaje de nuevo y que no me hubiera dicho nada aún.

En unas horas se subiría a un avión alejándose de mí, y eso me dolía tanto, tanto...

—¡Chloe! —escuché la voz de Gaël detrás de mí nada más salir a la calle y sollocé.

Contemplé a un grupo de paparazzi apostados en la acera de enfrente e hice todo lo posible por no derrumbarme. Desde hacía semanas éramos el blanco de sus objetivos, y pronto el frenesí habitual de los fotógrafos crecería al vernos.

—¡Ciel, espera! —gritó Gaël y aceleré el paso e inspiré profundamente en busca de aire.

La voz de Gaël los alertó y la sangre me huyó a los pies. En menos de treinta segundos los tendría con los objetivos de sus cámaras pegados a mi cara. Estarían delante, detrás, por todas partes con su vocerío, con sus preguntas despiadadas.

Mi corazón latía acelerado, y un instante después sentí unas manos grandes que conocía muy bien, atrapando mi cintura.

—Chéri, lo siento. Siento que hayas tenido que oír las palabras de mi padre. Siento tener que irme otra vez. Lo siento —susurró pegado a mi oído estrechándome desde atrás contra su musculoso torso con fuerza y me resquebrajé entre sus brazos.

—Te voy a echar tanto de menos —susurré temblando.

Me dio la vuelta, moviéndome con suavidad y mirándome a los ojos fijamente acunó mi rostro entre sus manos.

—Je t'aime, Chloe.

Gaël me besó con pasión atrapando con sus labios cada temor, tristeza e inseguridad y las borró de un plumazo.

Rápidamente tuvimos un aluvión de fotógrafos encima. Una caravana de paparazzi con intención de captar una instantánea nuestra y le ofrecimos a las cámaras una buena perspectiva de un auténtico beso de película.