—¡Suéltame! ¿No te das cuenta que de cara a la gente solo soy una puta avariciosa capaz de arrebatarle el prometido a una pobre mujer embarazada?

Intentaba apartarme, pero no me lo permitía y fue un error de mi parte alzar la vista.

Quería gritarle que le odiaba, que no soportaba tenerle cerca, que conocerle había sido el mayor error de mi vida, sin embargo, tenía una expresión de tal angustia en sus ojos que mi corazón me torturó por culpa de su anhelante mirada.

—Gaël, no pienso ir a ninguna parte contigo.

Su mirada se transformó en una que incendió el hielo de mi alma. Cada intento por soltarme, mis pechos rozaban sus músculos tensos, duros, imponiéndose a mi cuerpo, acelerando mi pulso. Se inclinó sobre mí y acarició mi cuello con la calidez de su aliento.

—Claro que vendrás conmigo, ciel doux.

Rozó con sus labios mi oído erizando mi piel y sujetándome con más fuerza sentí como mi cuerpo se rendía al imperio de sus manos.

—Si no me sueltas gritaré —murmuré con un ligero toque de pánico mientras me apretaba contra él con más fuerza.

—Grita si quieres, pero eso no impedirá que te lleve conmigo en mi coche —susurró pegado a mi oído de un modo que me hizo temblar con las emociones batallando dentro de mí.

—Robert, llama a Olivia de inmediato. Dile que adelante para hoy lo que tenía planeado para mañana por la noche —Hablaba con autoridad y firmeza y apreté con fuerza mis dedos en su solapa hasta que los nudillos se me pusieron blancos.

¡Dios mío! ¿qué tendría planeado?

—De acuerdo señor. Por cierto, acabo de recibir la información que estaba esperando. Se confirman sus sospechas.

Cerró los ojos y respiró hondo. Cuando los abrió, fue como si le hubieran quitado de encima un peso enorme.

—Lo sabía, tenía el presentimiento.

Bajó la cabeza y presionó sus labios contra los míos con una suavidad que me desarmó. Lo hizo con tanta ternura que prendido en su piel quedó mi corazón desnudo. Sus dedos recorrieron mi espalda provocándome un escalofrío y respiró el perfume de mi cabello. Sumergió en ellos su rostro como un hombre sediento en el agua de un manantial y pese al dolor por la traición, le deseé de un modo febril. Le amaba hasta las raíces más profundas de mi ser.

—Por favor, deja que me vaya —supliqué devastada.

Mi corazón parecía reventar en mi pecho entorpeciendo mis sentidos. Sentía la mano de Gaël atrapando mi cintura en cada intento por escapar, me ceñía a su cuerpo obligándome con posesividad.

—Ciel, deja de luchar. Sé que tienes miedo a la prensa, a toda la fama que me rodea, pero no te dejaré ir. Esta noche despojaré tus dudas, suspicacias, recelos, si hace falta me encadenaré a tu cuerpo para que me escuches.

Sus dedos se aceleraron subiendo por mi espalda hasta agarrarme la parte posterior de la cabeza y las terminaciones nerviosas de mi zona de la nuca se convirtieron en neuronas nublándome la mente. Recordándome cada una de sus caricias, recordándome la forma en la que hacíamos el amor.

—¡No! —sollocé con una repentina obscuridad en mi mente —No pienso ir a ninguna parte contigo. Lo que escuché antes de boca de Elisabeth fue más que suficiente. No quiero escuchar más mentiras. Sólo tres personas sabían lo que me pasó aquel día en mi apartamento. El inspector Gálvez, mi mejor amiga Nayade y tú.

 

Me aparté bruscamente de su agarre con una rabia que brotó como un rayo en mis entrañas y Gaël se quedó inmóvil.

 

—¡Me has traicionado tú! ¿Qué pasa que aún no te has reído lo suficiente de mí!? ¿Quieres verme aún más humillada?

Su rostro se contrajo de dolor durante una fracción de segundo, pero reaccionó de inmediato en cuanto vio mis intenciones.

—¡Putain merde! No sé cómo demonios lo averiguó, pero yo no le he contado nada a Elisabeth. ¿Cómo puedes pensar que te haría daño? ¿Que no siento nada por ti? Si con solo pensarte mi piel arde —Su voz sonó áspera y cálida sobre mis labios estremeciéndome—. Química, feromonas, hormonas, no sé lo que es exactamente, pero sólo sé que cuando me miras a los ojos despiertas tal locura en mí que pactaría con el mismísimo demonio, caminaría a través del fuego del infierno para poder tenerte siempre a mi lado.

Pasó sus dedos con delicadeza por mi mejilla y sentí que mi ser entero se agitaba.

—Todos los detalles encajan —dije con un quebradizo ímpetu—. Eras el único que consiguió que creyera que podría realizar mis sueños lejos del dolor, pero me equivoqué contigo —Ahogué un sollozo y mi barbilla tembló ante el terrible pensamiento de saber que se había burlado de mí—. Yo confiaba en ti —susurré llorando y toda la trepidante energía que me inundaba se esfumó.

Las lágrimas brotaron de mis ojos nublándome la vista mientras comprendía lo mucho que me dolía siquiera mirar su rostro hermosamente masculino.

—Chéri, sé que cada cosa que descubres de mi vida hace que quieras alejarte de mí, y sé más aún que todo lo que me rodea es muy complicado de sobrellevar. Soy totalmente consciente que estar conmigo supone un gran riesgo para ti por las consecuencias dañinas que puedes llegar a sufrir. De hecho, ya estás sufriendo algunas de ellas, pero ¡maldita sea! No puedo alejarme de ti. ¡Dieu! No sé cómo hacerlo —Me apretaba ciñéndome a él y refugiada en el calor de su cuerpo sentí los latidos de su corazón presionando contra mi mejilla.

—¿Cómo puedes pensar que te haría daño? Si tus ojos no son capaces de ver la verdad, ciérralos un momento. Olvida lo que hayas visto u oído de mí y siénteme... sens moi.

Cerré los ojos absolutamente perdida y apretó mi cara contra la suya. Me llenó una abrumadora sensación que nació desde lo más profundo de mi ser.

—Debes aprender a confiar en mí, mon petite bête. A partir de esta noche tu vida va a cambiar por completo.

Me hablaba con voz ronca mientras enredaba sus dedos en mi cabello haciendo una suave presión.

—Gaël...

Con la punta de la nariz rozó de arriba abajo mi pómulo. Sentía algo tan infinitamente profundo por él que tenía la inmediata sensación de que el cielo y la tierra iban a explotar a la vez si llegaba a besarme.

—No me hagas más daño por favor.

La sensación de su cuerpo tan cerca del mío me robaba cada pedazo de mi alma. Su mirada no podía ser traducida con palabras. Cada agitada respiración sobre mi boca llevaba implícita la huella de sus labios que me consumían en el recuerdo de su sabor.

—No sabes el infierno de día que he tenido pensando que el coche negro de esta mañana te había atropellado. Pasé tanto miedo viendo cómo te perseguía que incluso avisé a la gendarmería.

Su mirada se ensombreció y quedó paralizado.

—¿Me viste?

Asentí con la cabeza con un nudo en la garganta por los recuerdos.

—¡Claro que te vi! Y luego te llamé un millón de veces a tu móvil privado. Te dejé infinidad de mensajes y no fuiste capaz de devolverme ni una de mis llamadas, ni una para decirme que estabas bien. Creí que iba a enloquecer sin saber nada de ti.

A medida que rememoraba mi nefasto día los pésimos pensamientos regresaban dañándome.

—No pensé que me hubieras visto.

Acarició mi rostro con ternura y entonces el fuego de los celos me quemó.

—Tuve que ingeniármelas llamando a Vogue inventando que era la jefa de prensa de Versace para poder averiguar algo de ti. Una de tus asistentas, Olivia, fue quien me confirmó que estabas perfectamente presenciando el desfile de Versace.

Se quedó boquiabierto por mi confesión.

—¿Fuiste tú?

No pudo ocultar una sonrisa y me aparté disgustada.

—Necesitaba saber de ti —Murmuré molesta.

Tomé una profunda bocanada de aire para calmarme ya que recordé lo que sucedido después y le miré fijamente.

—¿Has estado con Danielle este mediodía?

Mi pregunta fue recibida con un absoluto silencio y se me paró el corazón.

—¿Por qué lo preguntas? —Apretó los labios en una delgada línea con los ojos clavados en mí y dijo muy serio— Antes me dijiste algo sobre qué tal me había ido mi comida de negocios y que si estaba bueno el postre. ¿Por qué es para ti tan importante saber si he estado con Danielle? ¿Acaso crees que me la he follado?

Me dolió el corazón solo de imaginarlo.

Era pensar en Gaël con Danielle y se me revolvía el estómago. Odiaba que otras mujeres hubieran disfrutado de su cuerpo, de sus labios.

—Sí, Danielle ha venido conmigo a esa comida de negocios, pero porque requería su presencia como mi abogada. Nada más.

Cerré los ojos y emití un gemido.

—¿Por qué me mientes? —exclamé herida— Sé que cancelaste tu reunión de negocios para tener otro tipo de reunión mucho más placentera con Danielle. ¡Lo escuché de su misma boca! Hablasteis por teléfono. Tu amante interrumpió mi conversación con tu asistenta para decir alto y claro que cancelabas tu reunión de negocios para comer con ella.

Las palabras salían con dificultad de mi garganta y me aparté de su lado para evitar lastimarme más.

—Tu querida abogada intentaba localizarte porque con tanta bromita sobre tu boda se le había olvidado decirte que la pasaras a buscar por su casa.

Se quedó quieto durante unos instantes sin embargo enseguida reaccionó y me tendió la mano cubriendo la distancia entre nosotros.

—Es imposible que haya podido hablar con Danielle mediante mi teléfono privado —Fijó su mirada en mi rostro y cuando iba a cuestionarle continuó hablando—. Yo no he cancelado ninguna reunión. No sé por qué cojones ha mentido. En el Ferrari tengo los documentos con los nombres, apellidos, fecha, firma y rúbrica que te demostrarán que si hubo tal reunión. Es absolutamente falso lo que dijo Danielle. Esta mañana tuve una aparatosa caída con mi moto de la que salí ileso pero mi teléfono móvil no tuvo tanta suerte y quedó completamente destrozado. Es imposible que habláramos.

Mi corazón dejó de latir y un sudor frío me recorrió todo el cuerpo.

—¿Tuviste un accidente con la moto?

Mis celos se esfumaron y me tensé por completo.

—Sí. El Mercedes negro me embistió con el parachoques delantero. No pude controlar el derrape de la rueda trasera y la moto se deslizó de atrás. Terminé cayendo en el asfalto y por poco no me pasa por encima.

Me sentí mareada y Gaël acarició mi rostro con infinita ternura.

—¡Dios mío! —Pasé mis manos por debajo de su chaqueta y me abracé con desesperación a su firme cuerpo— ¡Quería matarte! —Sentí que me asfixiaba.

El miedo oprimió y estranguló mis pulmones aterrorizada ante la idea de que podría haber muerto en ese accidente.

—Shh, cálmate. No pasó nada. Estoy bien. Me levanté enseguida evitando que me arrollara y en cuanto pisé la acera pude realizar la llamada a la gendarmería gracias a un hombre que me prestó su teléfono.

Hundí la cara en el hueco de su cuello y respiré hondo absorbiendo su perfume en un intento por tranquilizarme.

—Estoy segura que detrás de tu atropellamiento está la persona que me ha amargado la existencia durante toda mi vida —susurré con el convencimiento de que ese diablo estaba detrás de todo y Gaël me apretó contra su cuerpo acogiéndome cálido y seguro—. El inspector Gálvez que lleva mi caso en España me llamó para advertirme de que tuviera cuidado. Cree que se encuentra en París y mi mejor amiga Nayade sumamente preocupada después de un par de sustos que he tenido contrató los servicios de Scott para que me acompañara a todas partes. Teme que ese hombre pueda atentar contra mi vida.

Inspiré sintiendo como se comprimía mi pecho y Gaël me cogió la cara entre sus manos.

—Ahora entiendo todo —Acarició con sus manos mi rostro y luego toda mi espalda tranquilizándome.

—Tengo miedo —Confesé aterrorizada y sentí sus labios sobre mi pelo—. No sé cómo es su rostro. Puede acercarse a mí con tranquilidad. ¿Y si esta vez consigue terminar lo que quiso hacerme en mi apartamento?

Mi voz se quebró y me desmoroné.

—Sé que tu vida no ha sido una escalera de cristal, que has tenido escalones falsos, partes sin barandilla, y hasta tramos donde directamente no había peldaños, pero quiero que sepas que desde este momento yo velaré por ti. Estaré contigo para sostenerte y darte seguridad. No dejaré que nadie te haga llorar. No permitiré que ese hombre te haga daño. ¡Antes lo mato!

Sus musculosos brazos se cerraron a mi alrededor y percibí que su cuerpo temblaba de ira mientras besaba mis cabellos.

—Que es exactamente lo que pienso hacer con Alaric, matarlo —Hablaba en un tono tan calmado y tan sereno que me alarmó.

—No quiero que cometas ninguna locura —Busqué su mirada y vi en sus ojos que brillaba el resplandor implacable de la venganza—. Por favor, no quiero que manches tus manos con el asqueroso de Alaric —supliqué y tensó la mandíbula irradiando furia.

—No puedo Chloe. ¡Tengo ganas de matarlos a los dos! No tendré misericordia de ellos.

La expresión de firmeza en sus ojos oscuros me atrapó electrificándome y él me tomó suavemente de la cara.

Expandió el pecho al respirar hondo y apretó su frente con la mía.

—Elisabeth también pagará por cada lágrima que has derramado. Es imperdonable que una mujer cometa un acto tan abominable y tan cruel contra otra mujer. ¿Por qué lo hicieron? —murmuró contra mi boca y comencé a llorar abrazada a él.

Veía a través de su mirada cómo deseaba hacerles pagar con sangre mi violación.

—Elisabeth está embarazada, es la madre de tu hijo. Por favor no hagas nada de lo que después en el futuro te puedas arrepentir —dije angustiada y al reparar en mis palabras algo cambió en su mirada.

—Mi hijo no crecerá junto a una mujer sin escrúpulos. En la sangre de Elisabeth solo fluye veneno.

Tragué saliva con fuerza y sentí un dolor en mi pecho.

—¿Se lo vas a quitar cuando nazca?

Las lágrimas me escocían los ojos y sus labios se posaron en mi frente con suavidad.

—No hablemos de eso ahora. Aquí lo importante es averiguar lo antes posible la identidad del maldito hijo de puta que conducía el Mercedes. Fabrice Péchenard se comprometió en darme su nombre en cuanto lo tuviera sobre su mesa.

Apretó la mandíbula y una sensación de inquietud me invadió por completo.

—¿Hablaste con Fabrice Péchenard?

—Le llamé desesperada cuando te perdí de vista.

Inhaló profundo y me miró con extrema seriedad.

—¿De casualidad le contaste qué tipo de relación nos unía? —dijo brusco con voz gélida y me tensé por completo.

—Me estuvo haciendo varias preguntas. Todas giraron en torno a ti y a mí.

Me miraba desde su gran envergadura con sus ojos oscuros fijos en mi rostro, duro e inflexible y mi cara se volvió repentinamente pálida.

—Le conté que tú y yo manteníamos una relación secreta —susurré y sentir su malestar me llegó como una bofetada desconcertándome.

—Chloe...

El tono de reproche en su voz hizo que me revolviera entre sus brazos.

—Fabrice Péchenard está al tanto de todo mi caso. Es el contacto de confianza en Francia del inspector Gálvez. El mismo me dio su teléfono para que le llamará si creía estar en peligro. ¡Te estaba persiguiendo ese coche y me sentía desesperada!  ¡No sabía a quién recurrir! ¿Que querías que hiciera? —dije agitada y compungida con su severa mirada clavada en mi rostro.

—No sabes lo que has hecho.

 

Mi corazón comenzó a martillear mi pecho a toda velocidad.

—¿Qué he hecho? —pregunté intentando aplacar el estado de nerviosismo y su mirada se suavizó.

—Contarle lo nuestro al mejor amigo de Athos Lefebvre, el padre de Elisabeth. Eso hiciste.

Escuchar ese nombre me produjo un escalofrío y Gaël acarició mi rostro.

—Chéri, ahí lo tienes. Fabrice Péchenard es el traidor. Estoy seguro que le desveló tu informe policial a Athos al saber que manteníamos una relación. Ahora entiendo el porqué de la aparición de Elisabeth en la After Party de Versace. Descubrir que el motivo de la ruptura podrías ser tú la llenó de rabia y quiso hacerte daño deliberadamente.

Se quedó mirándome con gesto muy serio y de repente sacó su móvil del bolsillo interior de la chaqueta y marcó una serie de números con rapidez.

—¿Por qué viniste a la fiesta? Habíamos quedado en vernos después.

Por culpa de los malditos celos gritaba mi interior y su manera de mirarme fue tan tierna que me enfadé.

—¿En serio hace falta que te diga en voz alta por qué me presenté a la fiesta?

Me colocó un dedo sobre los labios pidiendo con ese gesto silencio y le miré con avidez.

—No te lo estaba reprochando. Me encantas absoluta e irremediablemente cuando te pones celosa —Sentí el cálido aliento de Gaël en mi oído y resoplé —Sin embargo, por culpa de esos celos, mon petite bête caíste en la trampa —susurró tapando el auricular del teléfono y su mirada se volvió determinante tras oír la voz del interlocutor al otro lado de la línea.

—Bonjour, Danielle —Saludó y sentí repulsión nada más oír su nombre.

Gaël activó el altavoz.

—¿Gaël eres tú? ¿Dónde estás?

Su voz de arpía se oyó a través del teléfono y la severidad en la mirada de Gaël se agravó.

—Te voy a preguntar una cosa Danielle, y por tu bien espero que contestes con sinceridad, porque si no lo haces, créeme que tomaré una decisión y tendrás que lidiar con las consecuencias.

La aspereza y la tensión que se reflejaban en su tono de voz me tensaron el estómago a la espera de recibir un impacto emocional.

—¿Qué ocurre? ¿Qué pregunta quieres hacerme? Elisabeth me ha dicho que te has marchado corriendo detrás de la diseñadora. Se ha formado un gran revuelo con la prensa por tus sorprendentes declaraciones sobre la cancelación de la boda.

     Me quedé pensativa. Su voz me generaba una sensación de familiaridad.

De pronto recordé esa misma voz en otro lugar y mi expresión se volvió incrédula. No lo podía creer. Gaël contemplaba mi rostro y me pidió con gestos que continuara guardando silencio.

—¿Esta mañana actuaste sola o en complicidad con Olivia? —preguntó muy suavemente y solté una exclamación ahogada al encajar las piezas.

—¿Cómo?

Apreté los dientes a punto de gruñir y cerré los ojos enfadada por haber caído tan fácil en su trampa.

—¿A qué te refieres? No sé de qué me hablas.

La melodiosa y envolvente voz de Danielle me provocó ganas de atravesar el teléfono para zarandearla y abofetearla por zorra. La rabia me quemaba por dentro, sin embargo, guardé un obstinado silencio con mil dudas.

—¿Puedes contestar a la pregunta Danielle?

Gaël parecía tranquilo e imperturbable con su poderoso cuerpo pegado al mío, pero percibía su furia.

—¡Contesta de una puta vez!

Tensó la mandíbula exasperado y sus ojos oscuros mostraron un brillo de curiosidad.

—Actué sola —dijo de repente y sentí unas enormes ganas de hacerla sufrir —Tu secretaria tenía que ir al baño y me pidió el favor de cubrir su puesto durante unos minutos. En ese corto espacio de tiempo llamó la diseñadora y reconocí su voz. Al principio actué con normalidad. Sencillamente le pasé la llamada a Olivia, pero cuando vi que esta no podía atenderla decidí ser un poco mala. La notaba desesperada y yo estaba juguetona.

Gaël reaccionó a la velocidad de la luz tapándome la boca con la mano al advertir mis intenciones y entorné los párpados mirándole con expresión amenazadora.

—Estás despedida —dijo secamente Gaël y la arpía de Danielle cogió aire abruptamente filtrándose ese sonido por el altavoz del teléfono.

Mi pulso se aceleró y el corazón me comenzó a latir descompasado.

—¡No lo puedo creer! ¿Me vas a despedir por haberle gastado una broma pesada a la diseñadora? No puedes despedirme. Nuestra relación nunca se ha basado en algo estrictamente profesional. Hemos vivido situaciones que nada tienen que ver con una relación laboral. Desde que nos conocimos he sido una de tus amantes. Gaël, yo sé lo que te gusta, lo que te da verdadero placer.

Abrí los ojos de par en par recibiendo sus palabras como un puñado de sal escociéndome las heridas.

Los celos se ensartaron en mi pecho sobre mis afiladas terminaciones nerviosas y cabreada me aparté. Me retorcí y me escabullí de su mano que intentaba atraparme de nuevo.

—Danielle, el despido se ejecutará desde este momento. No habrá negociación. No permitiré ninguna clase de presión por tu parte. Te recomiendo que hagas una salida discreta de la empresa si no quieres que te vaya mal con el resto de tu cartera de clientes.

Su tono de voz era cortante y gélido y respiré hondo para superar el ataque de celos que tenía por imaginarlo teniendo sexo con Danielle.

—¡Cómo puedes hablarme así si hasta hace apenas unas semanas me buscabas para follarme con tus amigos! —Se la notaba desesperada y mis pensamientos coherentes se esfumaron— No me importaba que te fueras a casar, que tuvieras más amantes. Te lo he permitido todo. ¿Acaso no recuerdas nuestras últimas vacaciones en el Hedonism? Sé cómo te pone que te haga una mamada mientras otro...

Cabreada le arrebaté el móvil de la mano a Gaël y lo estampé contra la pared.

—¡A la mierda! —Grité volviéndome hacia él— ¡A la puta mierda!

Le miré con una pose agresiva sintiendo unas ganas terribles de romper el mobiliario urbano mientras Gaël, en cambio, permanecía quieto.

La idea de él teniendo sexo con otras mujeres me enloquecía. Él era mío. Me sentía tremendamente celosa, acaparadora, posesiva de la forma más descarnada.

—Acabas de destrozar mi teléfono nuevo.

El efecto de su voz y su oscura mirada cayeron sobre mi hechizándome y los latidos de mi corazón se dispararon.

—No, lo puse en modo avión/vuelo y lo lancé al aire —Ironicé altiva y desafiante pisoteando el teléfono con mis Louboutin por si aún tenía vida.

—Chloe... ne me regardez pas comme ça.

La pasión y la intensidad de su mirada se intensificaron causando un efecto catastrófico en mi cerebro.

—¡Dieu! No me mires un segundo más así o se desatará el caos —Pronunció las palabras en un tono rasgado tan verdaderamente perturbador que me quedé muda.

Dios mío, Gaël era como un puto demonio.

Mi cuerpo respondió instintivamente al suyo. Era el epítome de la sensualidad, del magnetismo, del poderoso perfecto amante. Sus ojos fijos en mí, ardientes, hambrientos, llenos de lujuria se deslizaron sobre mis curvas provocándome diminutas chispas que sacudieron todo mi cuerpo.

Parada frente a él en un abrumador silencio solo roto por el sonido de los coches al pasar sentí la oleada de excitación y deseo como una llama sobre mi piel.

De repente el inconfundible motor del Ferrari se escuchó acercándose a gran velocidad por la avenida y me giré al igual que Gaël para ver como el bólido dorado estacionaba.

Le hizo una señal con la mano a Robert y éste con la ayuda de Scott abrió un estrecho pasillo entre los paparazzis que nos habían localizado de nuevo. Antes de que pudiera reaccionar sentí sus manos sobre mis caderas.

—Viens, Chloe, partons d'ici... necesito estar a solas contigo —Su boca en mi oreja y su aliento en mi mejilla me dejaron sin respiración—. No contestes a ninguna pregunta.

Se posicionó detrás de mí y con sus palmas sujetándome de las caderas me instó a caminar. Notar su cuerpo musculoso y tonificado apretado contra mi espalda fue una tortura. Esquivaba las preguntas insistentes de los paparazzis que se abalanzaban sobre Robert y Scott como leones hambrientos para obtener la mejor toma.

El alboroto era espectacular. El destello de flashes cegador. Nerviosa trataba de ignorar las miles de preguntas.

—¿Cuánto hace que os conocéis? ¿Qué tipo de relación mantienen? ¿Chloe es el motivo de tu ruptura con Elisabeth Lefebvre? ¿Le has sido infiel a Elisabeth con Chloe? ¿Qué opinan tus padres de la cancelación de tu boda?

Los paparazzis iluminaban el cielo nocturno de París con los flashes de sus cámaras, molestándonos. Sin embargo, Gaël consiguió descentrarme con su deseo sobre mí logrando que me evadiera de la prensa. Deslizó sus dedos desde mis caderas hacia mi vientre en una sensual caricia que me derritió contra él.

—Je veux te baiser —me susurró al oído y tropecé.

Gaël me apretó con más fuerza evitando que me cayera y tuve que concentrar cada particular de mi ser en no permitir que mis ojos se abrieran sorprendidos. Acababa de susurrarme al oído las ganas que tenía de follarme mientras recorríamos el estrecho pasillo de paparazzis enfebrecidos.

El aspecto elegante y frío que mostraba siempre a todo el mundo era todo un contraste con el hombre indómito y salvaje que conocía en la intimidad.

—Aún sigo cabreaba —Le miré nerviosa con la cara ardiendo y el corazón golpeándome frenéticamente.

Su atractivo rostro firme, fuerte y feroz irradiaba un aura de sensualidad, masculinidad, con ese toque de chulería que era imposible no caer rendida ante su poderosa y avasalladora personalidad.

—Seguro que te han oído. ¿Estás loco? —dije con mis ojos reprochándole esa frase tan íntima delante de la prensa.

—Loco por ti, mon petite bête.

Su mirada me atrapó como un potente afrodisíaco, absorbente, tentador y un estremecimiento me bajó por la columna vertebral.

Veía en sus ojos las ganas de devorarme. Me miraba con la intensidad de un depredador, de un modo absolutamente indecente.

El Ferrari Gold de Gaël nos esperaba con el motor encendido. Un hombre de gran corpulencia le entregó las llaves a mi hombre misterioso que las recogió sin decir una sola palabra, ni un gracias ni nada. Se notaba el enfado de Gaël. Supuse que era el tal Thierry. Seguidamente se dirigió caminando hacia Robert y Scott.

Varios jóvenes se encontraban junto al coche sin parar de fotografiar el Ferrari. La carrocería con la cubierta de oro llamaba muchísimo la atención.

—¡Thierry! Dame tu teléfono y vigila que ningún paparazzi ni nadie se sitúe delante del coche —ordenó Gaël y este le entregó su móvil y se marchó solícito a despejar la zona —Y tú Robert, necesito que te adelantes y te asegures que no haya nadie en la zona. Sólo el personal necesario como acordé —murmuró y de repente miró a Scott— ¡Zakhar acompaña a Robert!

Mi imponente guardaespaldas obedeció en aparente calma. Observé meticulosamente su rostro y con alivio comprobé que no tenía nada más que un par de rasguños.

—Señor Barthe, me he asegurado de que no haya curiosos en la zona.

Me pregunté dónde demonios me llevaría y estuve a punto de preguntárselo, pero me quedé sin aliento cuando se inclinó como para susurrarme algo al oído y apretó su cálido cuerpo contra el mío.

—Entra.

Sus labios rozaron mi oreja provocándome un escalofrío. Abrió la puerta del Ferrari para que subiera en él y recorrí con la mirada desde su brazo hasta la mano que apoyaba en el marco de la puerta del copiloto. Inmóvil, en actitud retadora le encaré. Levanté la mirada anclándome en sus ojos oscuros de espesas pestañas y la adrenalina se derramó de una forma considerable en cada una de mis terminaciones nerviosas. Sus labios carnosos y deliciosamente besables enmarcados en una barba perfectamente cuidada se curvaron en una sonrisa.

—Me estoy pensando si subir en tu coche. No quiero alimentar más aún las habladurías de la gente —murmuré aún molesta y percibí el calor que emanaba de él por mi actitud—. Además, sigo enfadada, y no creo que pueda soportar ir en un habitáculo tan pequeño contigo.

El gruñido furioso que nació de su garganta fue lo que escuché antes de impactar mi espalda en la carrocería del Ferrari. Me inmovilizó con rapidez contra el bólido dorado encajonándome con su cuerpo y mi corazón comenzó a martillear con nerviosisimo el interior de mi pecho.

—Gaël, los paparazzi...

Trataba de controlar la respiración, pero se me doblaron las rodillas y sentí que me derretía en el instante que se inclinó apretando su cálido y fuerte cuerpo contra el mío.

—Entra en el maldito coche —Me susurró al oído—. Si no lo haces te besaré aquí mismo. Me importará una mierda alimentar las envidias y las habladurías de personas de boca amarga.

Clavé la vista en su boca cincelada, sensual y mi corazón y mi mente tuvieron serias dificultades para coordinarse. 

—¿Lo dices en serio?

Sus ojos penetrantes se clavaron en los míos y cuando bajó la mirada hasta mi boca empecé a tener dificultades para respirar. Sus sensuales labios a escasos centímetros de los míos debilitaban mi autocontrol.

—No he hablado más en serio en toda mi vida. Los paparazzis tendrían un primer plano fantástico del beso.

Acarició con su barba mi cuello y cerré los ojos en el momento que me provocó con un perfecto y casi imperceptible movimiento de caderas que logró despertar en mí un hondo deseo.

—Entraré si me llevas a mi apartamento —dije casi sin aliento y su mirada detonó mis pensamientos.

—Ciel, no me provoques. Vas vestida de un modo infernal. De rojo, con un minúsculo vestido como si fueras un pequeño bombón. Necesito que entres ya en el puto coche ahora mismo porque todos mis sentidos están puestos en lo que sentiré cuando pruebe cada bocado de este bombón y si te pruebo ahora no podré parar.

Su voz acarició mis sentidos y una sensación de lujuria me recorrió de arriba abajo.

—Gaël...

Ni siquiera me había besado y ya me tenía húmeda, necesitada de su boca, de su lengua recorriendo cada rincón de mi cuerpo y de su polla llenándome.

—No veo la hora de saborear, chupar, lamer, morder, oler, sentir, rozar, tocar, comer, comer...y comerte. Chéri, estoy hambriento de ti.

Sus labios sonrieron, pero no así sus ojos. Era tan descarado con su actitud que quise devorarle la boca. Le deseaba con todas mis fuerzas.

—Sube.

Sentir su gran envergadura, su poderosa constitución fuerte con sus músculos cerniéndose sobre mi pequeño cuerpo me licuó por dentro.

Entré en el coche bajo una lluvia de flashes y el deseo me envolvió con más intensidad y desesperación en cuanto nos quedamos a solas en el interior del Ferrari con el carbono abundando por las cuatro esquinas.

Los cristales tintados nos ofrecían una intimidad que convirtieron mis siguientes segundos en una tortura. ¡Dios mío! Mi cuerpo, mi boca sólo anhelaba una cosa. A Gaël.

Miré de reojo su perfecta mandíbula con esa barba que me moría por rozar con mis dedos, por morder. Dios deseaba que me tocara, que deslizara su oscura mirada sobre mi piel. Deseaba sus labios sobre los míos, su sabor, pero nada de eso sucedía. Ni siquiera me miraba.

Su varonil rostro lucía extremadamente concentrado. Permanecía callado con las manos aferradas en el volante inspirado en la F1. Sin mirarme, como si hubiera dejado de existir para él. Confusa me removí inquieta en el lujoso asiento y crucé y descrucé las piernas varias veces con una repentina ansiedad.

Un espeso silencio nos acompañaba. Parecía esperar algún tipo de señal mientras el caos continuaba en el exterior con los paparazzi haciendo fotos sin parar. Thierry intentaba por todos los medios mantenerlos alejados del Ferrari, pero era una tarea muy difícil.

Gaël entonces giró hacia mí su irresistible rostro con las facciones endurecidas por la tensión y me dirigió una mirada que me quemó. Alargó el brazo y recorrió mis labios con la yema de uno de sus largos dedos. Le rocé con la punta de mi lengua y el contacto fue tan eléctrico que mis huesos se disolvieron.

—Me muero de ganas de follarte —dijo con la voz enronquecida y mi cuerpo respondió a sus palabras con una descarga de excitación perdiendo el poco racionalismo que me quedaba.

Incapaz de resistirme cerré los labios entorno a él. Tenía los ojos fijos en mí, ardientes, mirándome de una forma muy caliente y me introduje el dedo profundamente en la boca. En mi vientre se acumuló un deseo abrasador y en un gesto sensual le mordí el dedo con suavidad. Contuvo el aliento y de pronto con un gruñido me rodeó el cuello con la mano.

Sus dedos calientes me sorprendieron con el inesperado movimiento ajustándose a mi garganta y me acercó bruscamente a sus labios. Emití un sensible gemido con nuestras miradas clavadas el uno en el otro y mi corazón se inflamó ante el perverso y ardiente deseo que me poseyera.

—Necesito penetrar inmediatamente... —Dejó la frase en el aire barriendo mi mente y sentí una oleada de excitación que espoleó mi clítoris—. Tu boca —Susurró con todos los músculos de su cuerpo en tensión y entonces agachó la cabeza y se apoderó de mis labios besándome con una pasión incontestable.

Hundió su lengua en mi boca y mi cuerpo respondió con un estremecimiento de deseo. Gaël soltó un gemido y apretó sus labios carnosos y sensuales contra los míos profundizando aún más el beso transformándolo en un beso salvaje, feroz, exigente. Su lengua me poseía con movimientos vivos que aceleraron la respiración de ambos.

Mis manos volaron hacia su pelo y en un breve segundo todo se intensificó brutalmente. Mis venas se convirtieron en fuego llevando el deseo a niveles insoportables. Las respiraciones, los mordiscos, los movimientos de las lenguas enredándose, la mezcla simultánea de nuestros alientos entre jadeos de pasión, nos llevaron a un instante de muerte de placer ahogados en la húmeda saliva.

Gaël con deliciosos lengüetazos, invadía y saqueaba mi boca inmersa en una necesidad primitiva, y entonces, de repente, un pitido interrumpió nuestro beso.

Se apartó sin soltar mi cuello y la fuerza de su mirada me dejó sin aliento. Nuestros rostros estaban a pocos centímetros de distancia y respirábamos con dificultad, ambos ebrios de placer.

Llené mis pulmones de aire, como si me estuviera ahogando. El beso había sido tan brutal que todos los amargos recuerdos transcurridos durante el día, inclusive mis celos, se evaporaron.

     —¿Preparada para volar? —Esbozó una sonrisa maliciosa.

Sus manos se deslizaban por mi cuello irradiando calor a través de sus dedos.

—Nací para volar contigo.

Me lamí los labios en un gesto sensual y Gaël aspiró con fuerza.

—Mon petit morceau de paradis. Tout à moi. Enteramente Mía y... ce soir tu seras mien.

Una emoción extraña apareció en su rostro y miles de pensamientos comenzaron a volar a mi alrededor.

«Esta noche serás enteramente mía.»

¿A qué se refería? Mis lujuriosos pensamientos me llevaron al plano sexual y se me aceleró el pulso de nuevo.

—Quiero que me lleves a mi apartamento.

La energía que desprendía era tan eléctrica y excitante que cuando volvió a besarme inesperadamente le sentí rodeándome por completo. Le deseaba como a ningún hombre había deseado. Le amaba como jamás había amado. Queriéndole con los ojos, con el alma, sin palabras y en silencio.

Un segundo pitido está vez más prolongado hizo que se enderezara con rapidez y con los ojos llenos de perspicacia miró a través de los espejos retrovisores. Alguien lanzaba ráfagas de luces largas de forma insistente y supuse que sería Robert. Gaël respondió con dos pisadas de freno y seguidamente dio un par de acelerones de gas rugiendo el motor del Ferrari que atemorizó a los paparazzis. Se dispersaron entre tropezones subiéndose a la acera.

Sujetó fuerte el volante con las dos manos y pisó el acelerador a fondo. Con un rugido ronco y áspero los 570 caballos de potencia cobraron vida. Embriagada por el sonido del motor fijé mi vista en el cuenta revoluciones con el Cavallino Rampante acaparando toda la atención. El Ferrari salió como un cohete y busqué su mirada alarmada tras notar el fuerte tirón en el cuello. Sus ojos se volvieron fieros, y sus rasgos duros y peligrosos.

—Tendremos compañía no deseada —murmuró y miré con curiosidad por el espejo retrovisor.

Fijando la vista encima de la enorme aleta trasera con la entrada de aire del Ferrari, vi perfectamente como un par de coches nos perseguían a cierta distancia.

—No quiero que averigüen la dirección del apartamento —dije nerviosa y giré mi cuerpo para observar mejor los coches desde el cristal trasero —¡Dios mío! Nos persiguen una decena de paparazzis.

Alcé la voz asustada y su mano se posó sobre la mía.

—Tranquila chéri, no temas.

Llevó mi mano a sus labios y besó mis nudillos. Ese sencillo gesto me devolvió una relativa calma.

     —Pronto, muy pronto habrá cambios muy importantes en tu vida, no debes preocuparte.

Fruncí el ceño sin comprender, contrariada, con miles de pensamientos sobrevolándome como espectros.

—¿Qué cambios? —pregunté y cruzó su mirada con la mía.

Fue breve y sostenida, y un silencioso sentimiento invadió mi corazón. En su rostro coexistían pacíficamente la frialdad y la ternura y tras besar nuevamente mi mano la posó sobre mi regazo.

—Cambios, chéri... changements importants.

Inevitablemente pensé en la palabra mudanza y la cabeza comenzó a darme vueltas tratando de pensar.

—¿Te refieres a mudarme? —Meneó la cabeza dejándome confusa.

Si Gaël estaba barajando esa opción, en estos momentos era imposible. La tienda y mi cuartel general se encontraban en una céntrica calle de Barcelona. Todos los diseños nacían en mi taller donde atendía de forma personal a las mujeres de la alta burguesía catalana que acudían a mí en busca de diseños exclusivos de alta costura. No podía mudarme a París, así como así.

—¿No me vas a decir de qué se trata?

Negó con la cabeza y admiré su hermoso perfil.

—¡Qué enigmático está mi hombre misterioso! —Bromeé con el apelativo y acaricié su amplio y duro torso.

—No sabes cuánto.

Vi por un instante la blancura de sus dientes, pero sólo fue eso, un instante, porque rápidamente la expresión de su rostro se tornó serio con gesto impenetrable en cuanto una ráfaga de flashes traspasó los cristales oscuros del Ferrari.

El sonido del motor se volvió agudo y a un ritmo bastante peligroso la aguja pasó de 8.000 rpm. El Ferrari empujó con violencia avanzando muy rápido por la avenue Wagram. Configuró la dureza de la amortiguación, la respuesta del motor, la velocidad, el régimen de cambio de marchas y el Ferrari se convirtió en un deportivo en mayúsculas.

La joya dorada prácticamente volaba por la avenida Wagram dirección a Arc de Triomphe. Los vehículos y los edificios aparcados se sucedían a ambos lados en una nebulosa. Boquiabierta, descubrí la brutal velocidad vertiginosa que un coche de la firma del Cavallino Rampante podía alcanzar bajo las expertas manos de Gaël, que, con una aceleración bestial y una dirección maravillosa con precisión y tacto, pasaba los semáforos en verde uno detrás de otro sucesivamente adelantando a los coches.

¿Casualidad? Ahora sabía que no. Habían calculado los tiempos de los semáforos.

     Miré por el retrovisor y comprobé como algunos paparazzis quedaban atrapados en el anterior semáforo cerca de Arc de Triomphe. El motor rugía con fiereza, las educciones y aceleraciones se sucedían rápidamente mientras accionaba la leva del cambio. El sonido del motor retumbaba en mi cabeza, y por toda la avenida.

Aferrada al asiento fui testigo de cómo Gaël con una precisión milimétrica en una experta maniobra deslizó el tren trasero del Ferrari metiéndose a lo bestia entre el tráfico de la complicada rotonda de Arc de Triomphe.

—¡Ay Dios! ¿Has puesto el Ferrari en modo Avión/ Vuelo como tu móvil? ¡Nos vamos a estrellar!

Me tapé los ojos con las manos y escuché su varonil risa.

—¡Estás loco! —Grité y abrí un poco los dedos justo a tiempo de ver como tomaba la quinta salida de la rotonda abriendo gas, traccionando con eficacia ganando velocidad, huyendo de los paparazzis con rapidez por la Avenue d'Iéna.

—Si no te tranquilizas tomaré medidas.

Me destapé la cara y una de la comisura de sus labios se elevó para formar una sonrisa torcida.

—¿Ah sí? ¿Y qué clase de medidas?

Su mano derecha abandonó el volante y clavé mi mirada en sus largos dedos. En como recorrió mi piel en un peligroso ascenso.

—Gaël, ¿qué haces? —Detuve su muñeca con una ola de excitación apoderándose de mí.

—Tu piel parece hecha de pétalos de orquídeas. Bella, suave... —susurró en tono bajo y rasgado sin despegar los ojos del asfalto.

Parecía el mismísimo diablo conduciendo el Ferrari dorado a una velocidad endemoniada por la arbolada avenida mientras el roce de la yema de sus dedos en mi piel me provocaba un cúmulo de deseos.

—Detén la mano —Respiré profundamente intentando recuperar un poco de coherencia, pero fue un gran error.

El habitáculo del Ferrari estaba lleno de su exquisito perfume y aspiré el aroma que desprendía como una drogadicta ávida de su dosis.

—Te deseo, necesito tocar tu sexo sublime —Mis dedos titubearon y aprovechó mi momento de duda para continuar subiendo con lentitud—. Debe ser pecado tenerte tantas ganas —susurró y me revolví nerviosa sin poder apartar la mirada de su habilidosa mano.

—Gaël, estás conduciendo.

Sus elegantes dedos rozaron mi piel desnuda bajo la falda del mini vestido colándose uno de ellos en mi tanga de encaje rojo y empecé a suspirar.

—Los cristales tintados no nos protegerán completamente si un paparazzi nos hace fotos. No puedes...

Me quedé sin aire cuando sentí la sensación exquisita de sus dedos deslizándose por mis sensibles y húmedos pliegues.

—¡Joder!

¡Malditos dedos folladores! Dibujaba círculos rozando mi clítoris e irremediablemente gemí envuelta en llamas.

—¿Que decías?

Levanté la vista ante su tono irónico y me topé con su mirada fugaz que reflejaba el brillo obsceno en sus ojos pidiendo sexo a gritos.

Se mordía el labio inferior con saña a la vez que presionaba suavemente con el pulgar mi clítoris realizando movimientos vibratorios que me enloquecían. Sus dedos enseguida se volvieron más peligrosos. Comenzó a frotar en caricias cortas mi clítoris, y en un reflejo automático junté los muslos con fuerza atrapando su mano.

—¡Ay Dios mío! Eres más peligroso que un caníbal haciendo un 69 —dije jadeando y sonrió apretando suavemente sus dedos en mi sexo con premeditación y alevosía, provocándome un escalofrío que me recorrió entera.

—Abre las piernas.

Su autoritaria y repentina orden aceleró aún más mi corazón, pero fingí ser inmune. Evitaba siquiera mirarle. No quería perder la cabeza.

—Estás húmeda. Sé que te gusta sentir mis dedos acariciando tu clítoris... Te gusta sentir el peligro.

Se inclinó hacia mi hombro con sus ojos fijos en la calle y pasó su pervertida lengua por mi hombro.

—Nos vamos a... ¡Joder!

Lamió mi piel de una forma tan absolutamente sensual que arrancó de mi garganta un prolongado gemido de placer.

—Chéri, abre las piernas. Sé que quieres mis dedos enterrados dentro de tu coño —susurró caliente.

—No —contesté y clavó sus dientes de forma tentadora en mi piel— ¡¡Dios!!

Un ramalazo de un instinto muy primitivo, simple y llanamente sexual me atravesó y mis piernas me traicionaron vilmente abriéndose en un arrebato de deseo cegador.

Gaël entonces aprovechó para meter dos de sus largos dedos dentro de mí y el placer estalló en mi vientre disparando los latidos de mi corazón. Entreabrí los labios ante la invasión íntima y perdí el absoluto control de mi cuerpo.

—Eso es Chéri... soumettez-vous. Ríndete, Chloe. Tienes un coño tan delicioso... estrecho, vicioso —Murmuró y gruñó de satisfacción al ver mi rendición en cuanto eché la cabeza atrás contra el asiento de cuero entregándome al placer.

—Gaël, te deseo. Haces que pierda mi cordura. Mis sentidos. Me desbordas por todos lados.

Mi voz salía en medio de respiraciones entrecortadas mientras el Ferrari pasaba en esos momentos por la place d'Uruguay.

Cambiaba de marcha con rapidez con la mano izquierda gracias al volante con levas mientras con la otra hacía maravillas.

—¡Dios! ¡Tus malditos y pervertidos dedos me vuelven loca! —Gemí con el fuego acumulándose en mi interior a punto de estallar, a punto de alcanzar el orgasmo.

—Te voy a llevar al borde del abismo, del peligro —dijo con voz ronca y le clavé las uñas en el brazo culpable de excitarme con sus veloces embestidas.

Tener a un hombre como Gaël tan perfecto, guapísimo, elegantemente vestido masturbándome mientras conducía era una visión tan brutal que sentía en mis venas el ardor y la llama del deseo más puro.

—¿Quieres que te lleve al septième ciel, chéri? —preguntó y sus palabras provocaron que todas y cada una de las moléculas de mi ser se estremecieran por la intensidad del orgasmo que estaba a punto de desatarse dentro de mí—. Mira mi polla Chloe, mira cómo me la pones de dura —susurró, seduciéndome con su voz, y le miré caliente, alterada.

Sentía su calor, su poderosa energía mientras introducía sus dedos con avidez, con posesión, tensando los dedos en rápidos movimientos volviéndome loca.

—¡Dios! Me corro.

Me estremecí con el sonido del poderoso motor subiendo de vueltas a la vez que movía sus dedos más deprisa.

—¡Joder!

Envuelta en llamas en una sensación de frenesí con el corazón pugnando por salirse de mi pecho me sobrevino el eclipse total con sus dedos enterrados profundamente en mi interior.

Un espectacular orgasmo se apoderó de mí con el sonido ronroneante del Ferrari de fondo. El potente clímax me nubló la vista y fue como si la apertura de un dique inundara todo mi cuerpo de placer. Gritaba su nombre en una interminable descarga de adrenalina con pequeñas sacudidas, pequeñas explosiones, pequeños terremotos que dejaban mi vagina temblorosa. La piel me hormigueaba y el calor me sofocaba como un pesado vapor filtrándose en mi piel.

De repente la voz sexy y profunda de John Legend con el tema «Tonight» comenzó a escucharse por los altavoces del coche y fue como acabar de morir extasiada en un placer extremo.

 

«Nena, esta noche es la noche que te dejaré saber...

Nena, esta noche es la noche en la que perderemos el control.»

 

Sacó sus dedos de mi interior y se apoderó de una de mis manos, conduciéndola por la sólida pared de abdominales ocultas bajo la camisa. La colocó sobre su dura erección y la presionó contra su bulto deslizando la palma de mi mano como una suave marea encima de su polla, dura y ardiente. Apreté mis dedos entorno a ella y me mordí los labios excitada al notar todo su grosor.

—Me has masturbado mientras te corrías con tus gemidos y ahora deseo eyacular en tu...

Se detuvo a media frase con los rasgos de su perfil endurecidos y mi cerebro sufrió un cortocircuito.

—¿Boca?

Me vi arrastrada en un mar de sensualidad deseándole con todas mis fuerzas.

—¿Quieres... sucer ma bite maintenant?

El peligroso susurro en su voz preguntándome si quería chupársela me estremeció el estómago de puro vértigo.

Se me irguieron los pezones estimulados por mi mente que despertó de golpe con cientos de imágenes eróticas. Mi lengua recorriendo toda su larga y gruesa longitud, mi boca comiéndosela entera. Sus dedos enredados en mi pelo, sus caderas elevándose en busca de su propio placer. Su líquido caliente derramándose en mi garganta a la vez, todo mientras conducía a gran velocidad.

El ruido de la cremallera de su pantalón me sacó de mis pensamientos altamente inflamables y me envió directamente al lado más oscuro del deseo. Tomé una respiración fuerte intuyendo sus intenciones y me mordí los labios justo al bajar la mirada.

Su enorme y hermosa polla apareció ante mis ojos en la semipenumbra y la lava incandescente que se arremolinó en mi estómago me quemó. La imagen era tan erótica, tan caliente, tan palpitante, tan incandescente, que le maldije por conseguir que le deseara más que nunca.

—¡Te odio!

Proyectaba su oscura mirada hacia delante a la Avenue d'Iéna, una de las avenidas más elegantes de París, y sus labios se curvaron en una sonrisa de infarto.

—¿Y se puede saber por qué me odias? —dijo sonriendo pasándose la lengua por sus carnosos labios.

La electricidad entre los dos cada vez era más intensa subiendo la temperatura de nuestros cuerpos.

—Porque a pesar de saber que podríamos tener un accidente o de que mañana puedo salir en todos los titulares de la prensa con una gran foto haciéndote una mamada. Deseo chupártela.

Se le oscureció la mirada y me arrastró con ella a las profundidades de un océano de infinita pasión.

—¿Qué explicación daré ante la prensa si nos pillan? ¿Que te estaba haciendo una inocente exfoliación en el pene? —exclamé con la respiración alterada y se le dibujó una sonrisa tan sensual en los labios que mis más bajos instintos afloraron bajo su penetrante mirada.

     —Fuck it, round two now —Susurró provocador la letra de John Legend. Su mano rodeó la mía y apretó mis dedos alrededor de su polla.

Sentía en mi mano el ardor cuando la deslizó arriba y abajo recorriendo toda su longitud. El calor que emanaba de su miembro resbalando entre mis dedos hirvió la sangre en mis venas.

—¡Ay dios! Eres el mismísimo diablo queriéndome arrastrar al infierno —Logré articular excitada.

Trataba de razonar, de encontrar fuerzas para detener mi instinto voyeur, pero Gaël con la ayuda de John Legend no me lo estaban poniendo fácil.

—Me gusta el peligro, mon petite bête, y vas a rodear mi polla, pero no con tu boca como piensas... lo harás con tu delicioso y prieto coño.

La sorpresa del primer momento me dejó rígida de la impresión y el motor rugió anticipando la furia que se desataría en el bólido dorado.

—Estas conduciendo. Los paparazzis pueden...

El breve tirón en el cuello provocado por el Ferrari me silenció acelerando mi corazón.

—¡Au diable les paparazzis! —Bramó y sujetó el volante con fuerza.

Con un cambio rápido y certero el Ferrari se levantó agitado y escandaloso. Soltó una mano del volante, me agarró de la cintura con su brazo de hierro, y en un segundo me vi envuelta en llamas.

—Quiero tener mi polla dentro de ti ahora. Follarte mientras conduzco. Quiero sentir mi semen derramándose en lo más profundo de tus entrañas para que sientas que eres mía y que yo soy tuyo.

Tiró de mí con una fuerza inusitada y el aire de mis pulmones se escapó de golpe. Me sentó a horcajadas con una pierna a cada lado de su cuerpo y me aferró a su musculoso torso para no impedir su visibilidad. Sentía la presión de su enorme erección entre mis piernas y me froté contra su sedosa y dura polla por instinto, electrizando mi sexo.

—Yo también te deseo, pero esto es muy peligroso.

Separé los labios en un jadeo con la respiración irregular y enredó sus dedos en mi pelo. Estaba tan duro, tan caliente, que me sentía como si estuviera atrapada en un infierno de lujuria y no me quedara más remedio que arder.

—Te dije que me iba el peligro —Tiró suavemente de mi pelo obligándome a inclinar la cabeza y con un gruñido me atrajo hacia su boca—. Y tú eres como una dulce trampa, y no puedo evitar caer en ella. Necesito follarte —susurró antes de abalanzarse sobre mis labios y besarme en un ángulo perfecto para conducir y devorarme la boca a la vez de un modo enloquecedor.

     Su lengua se abrió paso entre mis labios saqueando mi boca sin piedad en expertas lamidas, suculentos y excitantes lengüetazos que dispersaron mis pensamientos y todas mis dudas en millones de direcciones. Gemía contra su boca y el olor que desprendía su cuerpo, su sabor, penetraron en mí haciéndome sentir como si un fuego abrasador fluyera sobre mis huesos, dentro de mis huesos.

—¡Putain merde, Chloe! Eres como un puto bombón, delicioso... jodidamente delicioso —Gruñó apartando su boca de la mía y abandonó mi pelo para sujetar el volante con las dos manos.

El llamativo, exclusivo y atractivo Ferrari de más de un millón de euros de repente rugió con su motor de ocho cilindros con inyección de gasolina haciendo un «drift» en la place d'Iéna. Derrapando en la rotonda, realizó una impresionante cruzada quemando rueda que estuvo a punto de producirme un infarto. Dirigía el volante con un temple espectacular, y con gran pericia pegó un frenazo frente a las oficinas de Apple que fue la guinda del pastel a una maniobra solo apta para pilotos profesionales.

—¡Joder!

Separé los labios en un jadeo, y mirándome fijo apenas a unos centímetros de mi rostro apartó mi lencería de encaje roja con rapidez y deslizó uno de sus dedos por mi clítoris. Me tensé por completo.

—Estás tan mojada, tan empapada. Llevo todo el día soñando con tu coño ardiente y dulce —murmuró con voz ronca junto a mi boca y la lujuria se apoderó de mí al oír los cláxones.

—¡Dios! ¡Cómo me gusta tu sucia boca!

Me rodeó la cintura con uno de sus fornidos brazos y elevándome en el aire me retuvo ahí, provocándome un deseo incontrolable con su prominente glande rozando mis húmedos pliegues.

El ruido de los cláxones cada vez era más ensordecedor y con la respiración agitada por la excitante situación levanté los brazos y le acaricié el mentón. El eco de un suave gruñido grave y gutural flotó en el aire y abrió la boca de forma descarada para acariciar con la punta de su lengua mis labios en una lamida provocadora, incitándome.

—Me vuelves completamente loco.

Deslizó la lengua entre mis labios y un segundo después me besó con una pasión apenas contenida inmovilizándome con su brazo en una sujeción total e inquebrantable.

Gemí ansiosa, excitada, sintiendo la imperiosa necesidad de que me hiciera suya a pesar de ser consciente del peligro.

—Je vais te donner leplus bel orgasme de ta vi.

     Con una profunda embestida se adentró en mí empujando hacia arriba sus caderas en un movimiento casi violento. Me enterró su polla hasta las entrañas y solté un grito desgarrador al borde del orgasmo.

—¡Dios! —Con las miradas engarzadas me sujetó fuerte y se quedó inmóvil. Impidiéndome cualquier movimiento — ¡Gaël! Por favor...

Aturdida quise gritar de frustración por negarme el orgasmo e intenté balancear las caderas.

—Eres mía... enteramente mía.

Su voz era ronca por la excitación y de nuevo comenzó a embestirme con una pasión desenfrenada. Con tanta fuerza que por unos breves segundos pensé que no podría soportar tanto placer, hasta que de nuevo se detuvo y entonces sí que grité de verdadera frustración.

—¿Aún te sigue pareciendo peligroso? ¿o quieres continuar?

Suspiré y la satisfacción se asomó a sus ojos.

—Es peligroso —contesté quedándome quieta en un ejercicio de supervivencia mental.

—Te quiero mía... En estado salvaje —susurró caliente y mi cuerpo vibró.

Notaba su potente energía, su fuerza irresistible intentando sublevarme y en mi interior se manifestó mi lado infernal, queriendo más. Sin previo aviso tiró de mí con fuerza contra su polla y fue una sensación tan eléctrica que grité. Con un solo brazo rodeó mi cintura anclándome a su pelvis y me penetró una y otra vez sin posibilidad de escapar de su tortura, volviéndome loca, hasta que con un movimiento deliberado sacó su polla de mi interior de nuevo.

Temblé de necesidad restregándome contra su miembro. Dios mío, era tal la excitación que sentía, que solo quería que me follara, ya fuera en el coche, o en el mismísimo maldito asfalto en medio de la calle.

—Por favor —Le rogué jadeando y se abalanzó sobre mis labios.

Le devolví el beso como si me fuera la vida en ello, succionándole la lengua en estado salvaje, tal como él quería tenerme.

—¿Por favor qué? —susurró con su boca encima de la mía y soltó mi cintura para sujetarme del pelo.

El tono grave de su voz me hizo desearle con desesperación. Coloqué una de mis manos en su hombro y con la otra rodeé su caliente y duro miembro. Deseaba sentirlo de nuevo dentro de mí, y con la respiración alterada y mirándole fijamente me ensarté en él.

—¡Mon Dieu! —Exclamó entre dientes mientras me deslizaba por toda la longitud de su firme polla hasta la raíz al borde del clímax— Folláme, haz que me queme. Quiero ver como tu pequeño cuerpo me domina —Me cogió la cara con las manos y sus ojos brillantes y oscurecidos por el deseo me miraron con una descarnada intensidad.

Me incliné de nuevo hacia delante en busca de su apetitosa boca. Pasé la lengua por sus deliciosos labios y creí morir ahí mismo cuando un Gaël potente se alzó en mi interior a la vez que el motor del Ferrari rugía.

—¡Dios! —Mi aliento se convirtió en un sonido estremecido.

—Chloe... —susurró con un sonido gutural y completamente excitada me aferré a su nuca para profundizar mis movimientos— ¡Putain merde! No te puedes imaginar lo caliente que te ves montando mi polla.

Apenas oí su áspera voz ahogada por el latido frenético de mi corazón y los gemidos de placer que escapaban de mi garganta cada vez que me dejaba caer con fuerza.

Me sumergí ansiosa en su cuello y su perfume me envolvió. Inhalé el aroma hambrienta y rocé su piel con mis dientes sin dejar de mover mis caderas. Las oleadas de deseo se iban acumulando una tras otra y mis instintos primitivos me arrastraron a una pasión ultrasónica, una pasión descontrolada follándome a Gaël de forma frenética.

Sin esperarlo el Ferrari aceleró incorporándose al tráfico de forma brusca y me oí gritar. Levanté la mirada sorprendida porque me había clavado los dientes y el fuego se derramó por mi cuerpo como piedra fundida.

Poseída por su varonil rostro desencajado por el placer mientras conducía, monté su polla sin impedir su visibilidad, perdida en la absoluta necesidad de alcanzar el orgasmo. Notaba la velocidad del Ferrari en el asfalto, notaba en mi espalda como cambiaba de marchas con las levas y notaba su cuerpo de acero contra el mío transmitiéndome su calor.

Conducía con furia el deportivo dorado por la bajada de l'Avenue Des Nations Unies y me sentí mareada, febril, como si me quemara por dentro. En un ataque de lujuria contraje los músculos internos de mi vagina alrededor de su duro miembro. Encerrándole como si pudiera retenerlo para siempre.

—¡Dieu! Ahh... —Soltó el aliento con los dientes apretados respirando erráticamente.

—¿Estoy lo suficientemente salvaje para ti ahora? ¿o quieres que lo esté más? —dije de forma provocativa sin dejar de balancear mis caderas contra él, devorándole sin tregua — Pienso hacer que te corras entero por haberme provocado —susurré y en respuesta a mi oscura promesa su polla se endureció.

—T'es une vilaine fille.

Sus labios se curvaron en una sonrisa sensual y noté como su agitación y la testosterona inundaba sus venas.

La temperatura subió dentro del Ferrari y también dentro de su magnífico cuerpo. Irradiaba tal calor, que estaba segura que había un incendio en su interior. Mi pecho se anudó por el hambre y gemí ansiosa follándole profundamente. Me movía sobre él con el pulso agitado en mi garganta, estremeciéndome en cada penetración.

—Me voy a correr —gemí con el deseo y mi cerebro a punto de estallar.

     Su palpitante erección se sentía tan profunda, que me arrastraba acercándome al clímax. El sonido de nuestros cuerpos, de nuestros gemidos, se mezclaba con los atronadores latidos de mi corazón y del Ferrari que rugió al salir de una curva abriendo gas ofreciéndome una sensación de velocidad vertiginosa.

—¡Oh Dios! ¡Joder!  —Grité besando su cuello, dándole suaves mordiscos de éxtasis sin prestar apenas atención al hecho de que había detenido el Ferrari Dorado en uno de los lugares con más magia de París.

Se inclinó inmediatamente hacia adelante al mismo tiempo que apretaba con sus dos manos mis glúteos, y clavándome los dedos en las nalgas en ademán posesivo comenzó a penetrarme duro, con fuerza, quemándome por dentro. Marcando un ritmo frenético.

Impulsaba sus muslos hacia arriba mientras tiraba de mis nalgas hacia abajo hundiéndose en mí en un placer agónico. Me golpeaba profundamente loco de pasión, fuera de sí, sin ningún tipo de control. Penetrándome con una entrega absoluta, con movimientos descarnados y salvajes.

Su enorme glande creaba una fricción tan intensa en mi sensible profundidad que un temblor recorrió todo mi cuerpo anticipando mi orgasmo.

—Tu es sur le point... siento como estás a punto de correrte —Gruñó con la furia incontrolable de un volcán en erupción.

Hundió los dedos en mi pelo y tomó posesión de mi boca con un hambre animal, silenciando mis gemidos. Deslizaba la lengua en el interior de mi boca de un modo voraz.

—Dímelo —susurró pegado a mi boca y me mordió el labio inferior, lamiéndolo con avidez antes de besarme de nuevo casi con violencia, deleitándome y torturándome.

Recibía sus embestidas con el orgasmo apoderándose de mí igual que las emociones que emanaban de mi corazón saliendo a la superficie. Burbujeaban y hervían dentro de mí. De repente fue como si el espacio se hiciera aún más pequeño, más íntimo. Sentí la inmensa conexión, la unión entre los dos, y grité asolada por la violencia del orgasmo como una explosión desgarrándome en oleadas.

—Te amo —Grité temblando en un éxtasis abrasador y al momento un brutal orgasmo atravesó el cuerpo de Gaël, derritiéndome el alma, inundando todo mi ser.

Se corrió con un rugido animal, eyaculando en mi interior con el placer destrozándolo. Sus hermosos ojos embriagados por el éxtasis me contemplaban fijamente a la vez que continuaba hundiendo su polla en mí.

Completamente pegada a su cuerpo percibía sus temblores mientras inundaba mis entrañas con un torrente cálido. El corazón me latía con tanta fuerza en el pecho que vibraba hasta mi sexo y cerré los ojos con desesperación ya que sentí la puñalada de otro orgasmo arrasándome.

Entonces sin esperarlo me abrazó absorbiendo las réplicas y los espasmos de placer aspirando el aroma de mis cabellos. Me refugié en su cuello y con los ojos aún cerrados dejé que su olor me inundara. Sus manos comenzaron a acariciar mi espalda. Su boca que con solo deslizarla por mi piel me provocaba escalofríos en todo el cuerpo se convirtió en la perdición. Jamás sería capaz de continuar con mi vida sin su tacto.

A unos centímetros de su rostro caí en el precipicio de sus ojos. Le amaba muchísimo, desmesuradamente, sin embargo, había muchos riesgos que correr, mucho que perder.

Me separé de Gaël con el corazón encogido y antes de que me apartara me atrapó por la cintura. Quise desviar la mirada de su atractivo y masculino rostro, pero sus manos se aferraron a mi nuca y no me lo permitieron.

—¿Qué te ocurre? —Clavó sus ojos en mí y me abrasé en el fuego de su mirada.

Imprudente o no, pronuncié en alto las palabras mágicas dejando al descubierto mis sentimientos y ahora me sentía desnuda, vulnerable.

—Estoy profundamente enamorada de ti, pero me ahoga el mundo que te rodea.

Mi voz tembló y su mano se deslizó por mi cuello un segundo antes de aplastar su boca contra la mía con posesividad. Me besó con ferocidad electrizando mis terminaciones nerviosas. Entre nosotros existía una poderosa atracción sexual tan grande que me costaba respirar. Irradiaba avidez y una clara determinación en cada una de los deslizamientos de su lengua.

—Chloe —Gruñó suavemente contra mis labios mordiéndome, tentándome.

—Sabía que mis problemas comenzarían en cuanto te vi la primera vez. Nunca tuve escapatoria. He luchado contra mí, pero tú con tu forma de ser, de mirarme, de besarme... de poseerme, me embargaste hasta la perdición.

Sus ojos se oscurecieron llenos de lujuria y sujetó mi rostro con ambas manos. Con los ojos cerrados, acarició mi cara con la suya. Su barba, esa característica secundaria tan varonil, tan suya, me tenía dando vueltas, a la deriva.

—¿Sabes lo que supone para mi estar contigo? Elisabeth no me dejará en paz. Jugará sucio y la prensa no tendrá piedad de mí.

Solté un gemido de tristeza y Gaël reaccionó de un modo íntimo. Pegó su frente a la mía y pasó los pulgares por mis mejillas como si pudiera borrar mi desesperación.

—Yo no tengo el respaldo de una familia que me proteja. No tengo a nadie.

Eché la cabeza hacia atrás y lo miré con los ojos brillantes.

—Me tienes a mí —Sentí su mirada impaciente y me dolió el corazón.

—Para la gente solo soy una simple huérfana intentando alcanzar sus sueños. Si continuamos con lo nuestro pasaré a ser la mala de la historia. Una mujer sin escrúpulos capaz de todo. Una zorra avariciosa y oportunista que le ha robado el prometido a una mujer embarazada. Aunque esa mujer sea la peor de todas las mujeres. ¿Crees que me merezco todo lo que vendrá? Las habladurías, los insultos, ser vetada en eventos por mala reputación. Porque créeme... sucederá. Ya lo viví en el pasado.

Me temblaba la voz y Gaël Inspiró hondo en un claro intento por recobrar el control.

—No quiero volver a pasar por lo mismo —dije con un nudo que comenzaba a ahogarme.

—No dejaré que eso suceda.

Tragué saliva y respiré profundo por la nariz. El dolor me atenazaba el corazón y la garganta.

—Yo tampoco dejaré que eso suceda. He cambiado. Ya no soy la chica inexperta a la que hirieron dejándola moribunda.

Levanté la barbilla intentando ocultar mi tristeza.

—He tomado una decisión —dije con la voz estrangulada y Gaël me miró con el rostro tenso cuando me aparté.

Unas cadenas invisibles me comprimían los pulmones impidiéndome respirar.

—¿Qué decisión?

Sus ojos retuvieron los míos con una fuerza tan fuerte que me ahogó.

—Sé que quieres esta intimidad que tenemos, descarnada y única, con ocasiones escandalosas como la que acabamos de vivir. No permitiré que por la maldita prensa, o por terceras personas te apartes de mi lado —Murmuró con impulsividad y las emociones pugnaron en mi interior por el deseo voraz que me embargó.

—Solo quiero ser feliz —Inspiré una profunda y temblorosa bocanada de aire y su expresión se volvió imperturbable.

—¿Quieres terminar? Es eso lo que estas intentando decirme —murmuró con voz áspera y toda la calidez de su mirada se esfumó.

No me esperé lo que sucedió a continuación. Jamás esperé algo así de su parte. Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta con rapidez y tecleó un número de teléfono.

—Bonjour, Anne —Saludó Gaël y una voz femenina le habló inmediatamente al otro lado de la línea.

Comenzó a hablar con ella y me ignoró por completo.

—Te llamo porque te necesito. Sé que lo que te voy a pedir no es lo que hablamos, ni tampoco el método habitual, pero te quiero a ti... ahora. No puedo esperar.

Abrí los ojos de par en par tras oírle y no pude evadir los decadentes pensamientos al ver como su expresión adoptaba un encanto conscientemente seductor matándome de celos.

—Dime que sí —susurró sensual y una señal de alarma sonó en mi cabeza mientras me daba cuenta de que no era una mera provocación.

Iba en serio. Saqué un pañuelo del cluch y me limpié entre las piernas. Gaël entonces fijó la mirada en mi sexo empapado de su esencia y todos los poros de mi cuerpo gritaron por él, malditamente por él.

—Te quiero esta noche al precio que sea —dijo con la mandíbula crispada y se me paralizó el corazón.

No estaba preparada para un golpe tan bajo.

—Y tiene que ser ahora. No dentro de media hora. No me tomará más de diez minutos llegar así que vístete. Te enviaré un chófer.

La perplejidad y la furia me invadieron desgarrándome con un intenso dolor punzante en el pecho.

¿Anne? ¿Quién demonios era Anne? ¿Una de sus amantes? Con el corazón latiéndome de forma salvaje abrí la puerta del coche.

—¿Chloe, a dónde vas?

Me bajé del Ferrari con el corazón hecho pedazos y cerrando la puerta con un tremendo portazo le lancé una furibunda mirada.

—¡A ti que te importa dónde voy! ¡Eres un cabrón! —siseé con rabia y aspiró aire con fuerza ante el insulto.

—Regresa al coche.

Un destello de tormenta atravesó su mirada y se revolvió furioso en su asiento recolocándose la ropa.

—Adiós.

Me di la vuelta desesperada por huir de su lado. Incomprensiblemente no había un alma en el lugar, la torre Eiffel permanecía oscura, sin iluminación. Caminé sin parar con paso apresurado hasta que llegué al largo estanque rectangular rodeado de las estatuas de cabeza de toro y de caballos dorados. Las manos me temblaban con miles de pensamientos negativos. Luchaba por mantenerme firme pero no pude más y me eché a llorar.

La explosión emocional me pilló desprevenida en medio de los jardines del Trocadero, en medio de mi fragilidad, de una maldita inestabilidad, me sentía incapaz de respirar. Miraba con lágrimas en los ojos el bonito juego de luces que iluminaba la fuente de Varsovia con sus estanques en cascada y sus cañones de agua. Parecía una maldita broma disparatada y delirante del destino que me estuviera muriendo de amor precisamente en uno de los lugares más románticos del planeta.

Incapaz de apaciguar el dolor, reí amarga e irracionalmente perdida. Subí la escalinata de Trocadero con un vacío insoportable queriendo escapar de allí. Mis lágrimas caían con desesperación. Toda mi vida me rodeó la maleza y me dediqué a bañarme en sonrisas y carcajadas intentando endulzar mis amargos días. Pequeñas semillas de locura con las que intentaba que floreciera la alegría dentro de mí, y Gaël acababa de marchitar mis escasos pedacitos de felicidad.

Devastada, herida en lo más profundo corrí por la plaza central del Palacio de Chaillot sin mirar atrás, sintiendo que con cada lágrima que derramaba, el amor se desbordaba aún más. Desorientada crucé la calle rodeando la glorieta y me detuve un instante buscando la entrada del metro de Trocadero. Se encontraba bajo la plaza, pero no hallaba la entrada. Las lágrimas no me facilitaban la labor. Trataba de mantenerme firme y disimular mi dolor frente a los transeúntes que se cruzaban conmigo, pero era muy difícil.

En mi vida curé muchas heridas, pero sanarme de Gaël sería imposible. Le entregué mi corazón y no fue a fragmentos. Se lo di entero. Mi corazón era completamente suyo. Era tan hondo el dolor sintiendo las espinas clavadas en mi alma, que me quebraba en pedazos la razón. Volteé la cabeza y mis ojos se movieron rápidos. La pequeña glorieta, los dos edificios imponentes y alineados del Palacio de Chaillot. La glorieta.

¿Dónde demonios estaba el metro de Trocadero? Desvié la mirada de nuevo hacia el Palacio con su espacio entre cada edificio y en medio de ellos...

¡Oh Dios mío!

El imponente físico de Gaël apareció ante mi vista. Sobresaltada di un traspiés de la impresión. Se veía tan delirantemente guapo corriendo por la inmensa plaza que me quedé inmóvil con una desesperación violenta surgiendo a través de mí. Le amaba muchísimo pero mi corazón dolía herido.

—¡Chloe!

El grito lejano de Gaël junto al palacio de Chaillot me desgarró el corazón y me sentí abrumada. Miraba a los lados buscándome de forma frenética y se me aflojaron las piernas cuando sus ojos me encontraron.

Una expresión de alivio se reflejó de inmediato en su rostro y sin esperar a que cambiara la luz del semáforo cruzó la transitada calle de manera temeraria, esquivando los automóviles peligrosamente. Estilizado y fornido, su tremendo físico se veía espectacular moviéndose poderoso entre los coches con una rapidez asombrosa. Miraba atónita la escena con el corazón acelerado en el pecho y el estómago agitado. La necesidad de mi piel se volvió asfixiante, pero un débil golpeteo constante, un susurro necio dentro de mí, me advertía de que me marchara, y comencé a retroceder a medida que él avanzaba.

—¡Chloe! ¡Detente!

Ignoré su orden y reaccioné huyendo antes de que se acercara lo suficiente como para atraparme.

Miré hacia la boca del metro y corrí sin aliento hecha un manojo de contrariedades y verdades. Verdades porque todos los poros de mi piel gritaban necesitando su amor y contrariedades porque precisamente estaba huyendo de él.

Luchaba contra las lágrimas que nublaban mi visión. La angustia me invadía con todo su peso al notar cómo se acercaba. Sabía que si me atrapaba me rompería como un débil cristal sin posibilidad de reconstrucción. Era absurdamente suya y mi corazón lleno de astillas perdía sangre con cada latido.

     Sujeté la barandilla de la boca del metro para estabilizarme y no caerme con mis tacones de vértigo. Pisé el primer escalón con firmeza, pero al bajar el siguiente peldaño mis dedos fueron arrancados del frío metal con una fuerza arrolladora, levantándome hacia atrás. Unas manos me sujetaron alrededor de la cintura y me aplastaron contra un duro cuerpo como si quisiera fundirse con el mío.

—No vuelvas... a huir... así de mi lado... jamás.

La voz de Gaël se coló entre los mechones de mi pelo y de inmediato una onda expansiva recorrió mi cuerpo electrizándome hasta llegar al centro de mi corazón.

—Es à moi —Su inconfundible perfume, su olor de esencia masculina que siempre despertaba mis sentidos me embargó hasta la perdición.

—Suéltame o te daré un puñetazo como la noche del tatami que te partí el labio.

Forcejeaba con todas mis fuerzas, pero acercó su boca a mi oído y el aliento entrecortado de Gaël debido al esfuerzo me erizó hasta los dedos de los pies.

—Eres un maldito terremoto... mi maldito terremoto impredecible. No me puedo resistir a tu descarada sensualidad. Abres mi tierra de tal forma que dejas entrever mis secretos.

Sus labios se deslizaron por mi oído, hacia esa parte tan sensible, y besó suavemente el lóbulo de mi oreja provocándome un escalofrío.

—¿Sabes cuál es mi mayor secreto? —susurró y luché por disfrazar mis lágrimas.

Siempre supe que el que jugaba con fuego se quemaba, pero con Gaël no sentía que jugaba con fuego, sencillamente yo bailaba con él.

—¡Que estás loco! Ése es tu gran secreto —murmuré y agarró mis caderas y me dio la vuelta dejándome sin aliento con el rápido movimiento.

—Mon petite bête. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que soy solo tuyo? —dijo con voz grave y sus ojos me capturaron atravesándome una gran oleada de calor.

Por una fracción de segundo sentí una renovada atracción hasta que el recuerdo da la tal Anne inundó mi mente y el corazón se me agrietó en el pecho.

—Gaël deja de jugar conmigo de una vez. ¡Márchate! Ve a contarle tus secretitos a tu amante que ya te estará esperando —Espeté furiosa y la sensibilización vibró a través de mí cuando apartó el pelo de mi cara al tiempo que aspiraba mi aroma con ansia zambulléndose en mi cuello.

—Anne nos está esperando a los dos —susurró con voz profunda y rozó mi piel con sus dientes poniéndome todos los vellos de punta—. A ti y a mí.

La respiración se me congeló e imágenes de Gaël con esa mujer invadieron mi mente provocándome una rabia devoradora que me envolvió en furia, con los celos abrasándome.

—¡Y una mierda! No pienso acompañarte —siseé presa de los celos, y sujetando mi rostro con sus manos me acercó a su boca y me lamió los labios con la lengua—. Si tienes ganas de ver a esa mujer hazlo, pero no esperes que te acompañe —dije ardiendo en llamas apartándome bruscamente y el instinto primitivo que vi en sus ojos me hizo estremecer.

—Vendrás conmigo lo quieras o no.

Negué con la cabeza y entonces agarró mi culo y me lanzó contra su magnífica masculinidad.

—Tendrás que utilizar la fuerza —murmuré desafiante, tratando de liberarme de su provocativa mirada llena de energía inquietante—. Ni esposada lograrás llevarme contigo —Repliqué con el corazón rugiéndome en las sienes, y sus ojos hirvieron de deseo provocándome una sofocante fiebre.

—¿Quieres apostar? —susurró con una fiera intensidad y me levantó en vilo.

Noté su estómago musculoso en contacto con el mío y me dolió todo el cuerpo de desearle tanto. Mis manos sujetaron sus bíceps duros para sostenerme y se me irguieron los pezones al desplegar mi cerebro una veloz secuencia de imágenes de la reciente sesión de sexo en el Ferrari.

—Eres tan mujer... no eres consciente de como tu despiadada sensualidad me vuelve loco —dijo con voz ronca y aterciopelada y la vibración de su voz me arrebató la última pizca de rebeldía.

Rozó mis labios con los suyos y suspiré contra su boca dolorosamente consciente de que amaba cada centímetro de su ser. En su pecho resonó un murmullo varonil que me electrizó tensándome todo el cuerpo y el mundo dejó de existir un segundo después.

Me derribó poderosamente con un beso solo comparable a la fuerza de un huracán. Un febril gemido escapó de mis labios en el instante que su boca ardiente y húmeda me devoró en un candente beso, y todo el caos de energía y emociones que había estado conteniendo estalló desbordándose. Gaël me besó con esa forma tan única e insuperable que solo él tenía de poseer mis labios y me rendí. Mis manos se deslizaron por su nuca, por su cuello, regresando de nuevo a su pelo besándole desesperadamente mientras me succionaba la lengua y me apreté contra él. 

Dejó escapar un gruñido animal y ahondó el beso succionando mi lengua febrilmente. Me redujo a cenizas en sus brazos con lengüetazos profundos, saboreándome, lamiendo mi boca, besándome con movimientos deliberados y narcotizantes que me drogaron literalmente. Su energía era tan poderosa que atrajo a cada célula y átomo de mi cuerpo a fundirse con él.

En ese momento comprendí que hay lugares de donde no se sale íntegro. Como existir después de haber probado su sensual boca, de haber sido de Gaël en cuerpo y alma. Él era como esos lugares llenos de perdición. Increíblemente inquebrantable, único, mi rincón preferido. Mi territorio peligroso predilecto.

—No dejaré que te alejes de mí, nunca. Eres mía. Tu m'appartiens. Tu es à moi pour toujours —murmuró con gesto firme y me distancié jadeante por el beso—. Si supieras lo que te hago en mis más profundas fantasías, vendrías conmigo sin oponer la más mínima resistencia y dejarías que te hiciera lo que quisiera —dijo en un ronco susurro y la necesidad estalló en mi vientre.

El intenso magnetismo que emanaba era tan fuerte que me sentí atrapada en un infierno de lujuria. Sólo quería arder a su lado. Quemarme con él.

     —Muéstrame esas fantasías —dije con el cuerpo totalmente inflamable, con la llama creciendo dentro de mí.

—Estoy deseándolo, pero no querrás que sea aquí rodeada de tanta gente en medio de la calle ¿no? ¿o sí? —preguntó con su cálida voz y me estremecí bajo su sedienta y misteriosa mirada—. Ven, acompáñame a un sitio —Me atrajo suavemente hacia él despertando en mí un alarmante deseo y un pensamiento me atravesó como un relámpago.

—¿No estará implicada en tus fantasías la tal Anne verdad?

Deslizó su dedo por la imborrable huella de su beso en mis labios guardando silencio y mis nervios se dispararon.

Lo quería para mí, sólo para mí. No quería compartir a mi hombre misterioso con nadie. Lo amaba a él, con su actitud arrogante y la ironía en su deliciosa boca. Lo amaba con su picardía, su perversión, y su provocativa sonrisa. Lo quería conmigo, aunque tuviera que correr riesgos. Lo necesitaba, justo aquí, conmigo. Quería que fuera mi dueño. Lo necesitaba mío... pero solamente mío.

—Su presencia es indispensable para cumplir contigo mi mayor fantasía —Habló en tono gutural con una sonrisa torcida y aparté mi cabeza furiosa al tiempo que me deshacía de sus manos.

—¡Que te follen Gaël! No pienso compartirte con nadie o presenciar delante de mis narices como te follas a tu amiguita Anne. Si lo que deseas es eso no soy la mujer indicada. Márchate por donde has venido. Ve a buscar a alguna de tus muchas amantes para hacer un trío. Seguro que estarán encantadas, o espera, tengo una idea mucho mejor. Llama a la zorra de Danielle. Seguro que estará encantada de complacerte como solo ella sabe. Te la follas junto a tus amigos desde todos los ángulos posibles y todos felices.

Me di la vuelta para marcharme intentando no desmoronarme frente a él y atrapó mi muñeca antes de que bajara el primero de los escalones.

—¿Sabes que eres la mujer más hermosa del mundo? —susurró en mi oído y sus dedos se endurecieron alrededor de mi piel por mi forcejeo constante — ¿Y que cuando te enfadas me vuelves completamente loco?

Me giró con rapidez y morí un poco más al ver su perfecto rostro tan cerca del mío. Su nariz rozó la mía y compartimos el mismo aire.

—Por favor, no me hagas sentir más vulnerable de lo que ya me siento.

La voz se me rompió y Gaël al ver mis lágrimas me aplastó contra él.

—Ciel.... —Sujetó mi nuca y me mantuve inmóvil obligándome a no temblar entre sus brazos—. Las cosas no son como te las estas imaginando.

Me hablaba con ternura mientras rozaba sus labios con los míos, con suavidad, deslizándolos de forma enfebrecida por mi rostro.

—Debemos marcharnos antes de que los paparazzi aparezcan.

No había tomado conciencia hasta ahora de toda la gente que se encontraba a nuestro alrededor y me agarró como si no pesara nada.

Vi la emoción evolucionando en sus ojos cuando me levantó para llevarme. Enfadado al mirar a la multitud que comenzaba a congregarse a nuestro alrededor y luego de pura necesidad en el instante que clavó sus ojos en mí. Desatando la algarabía en un grupo de jóvenes.

—Puedo caminar —dije jadeando en busca de aire con las mejillas sonrojadas mientras Gaël cruzaba la calle de vuelta al edificio izquierdo del Palacio de Chaillot.

—Lo sé, y bastante rápido por lo que he podido comprobar a pesar de llevar unos Louboutin.

Me miró con un inesperado brillo de diversión en sus ojos y deslicé mis dedos a lo largo de su mandíbula sonriendo.

—Soy una superheroína capaz de correr con unos Louboutin.

Una diminuta sonrisa se dibujó en su atractivo rostro antes de bajar mis pies al suelo y mi existencia entera se quedó prendada de su boca. Su rostro se tornó serio y mil emociones enturbiaron mi pecho al percibir la tensión en su cuerpo.

—¿Qué ocurre? —Inclinó su cabeza hacia mí y sorpresivamente enterró su cara en mi cuello aspirando mi perfume elevando el ritmo de mi pulso.

—Jamás... óyeme bien, jamás vuelvas a marcharte sola.

Sentí su repentina inquietud y giré la cara hacia él. Vi su rostro, sus ojos, y mis emociones se fusionaron en mi corazón. La dolorosa desesperación se reflejaba en sus ojos y unos malditos temblores de nerviosismo me devoraron con crudeza.

—Ha sido muy peligroso que te marcharas sola. Tienes un maldito hijo de puta obsesionado contigo queriéndote hacer daño y casi me he vuelto loco cuando he subido las escaleras de Trocadero y no te he visto en la plaza.

La profunda aspereza de su voz atascó mi respiración en la garganta.

—Lo siento —dije dolorosamente consciente de mi error al marcharme sola.

—Chéri, si te llega a suceder algo...

Sus manos temblaron con contención en mis mejillas y deslicé mis brazos alrededor de su cintura debajo de la chaqueta. Llevé mis labios a su poderoso y amplio pecho y le besé suavemente sobre el corazón en una muestra silenciosa de cuanto le amaba. Su pecho se ensanchó con el contacto de mis labios y me estrechó con fuerza entre sus brazos.

—Je t'aime —susurró de repente y la respiración se me cortó durante un segundo.

Sorprendida por su confesión alcé el rostro y me perdí en su oscura mirada.

—Me he enamorado de ti. Desde el primer suspiro de la mañana hasta el último instante en el que cierro los ojos por la noche. Enamorado de ti, de cada línea de tu cuerpo, esperando que lleguen las noches para hacerte el amor. Enamorado de tu aroma, de la suavidad de tu piel, de tus preciosos ojos color miel. Enamorado de tu inteligencia, de tu fortaleza, de tus detalles, de tu ternura, de la magia que desprende tu sonrisa. Enamorado de tu risa, juguetona, traviesa. Enamorado de tu naturalidad. Estoy enamorado hasta del último de tus cabellos. Enamorado de tus labios suaves y delicados, que quiero probar a cada instante. Enamorado de tus pensamientos, persiguiendo sueños... enamorado de ti hasta el último rincón. Estás en todos mis sentidos. Eres el imán de mi corazón —musitó sobre mi boca y cientos de estrellas cayeron en picado por mi piel.

Deslizó los dedos por mis labios mirándome fijamente y todas las células de mi cuerpo cobraron vida en ese instante. El corazón me latía con fuerza en el pecho y enmudecida por la emoción llevé mis manos a su rostro necesitando tocarle. Era tan magnífico, tan sensual, y tan mío...

Sentía que sus pupilas se derretían dentro de mi alma. Acaricié cada ángulo de su rostro, de su boca, cada relieve de su piel y entonces me besó. 

No fue un beso voraz y apasionado, sino un beso capaz de llevarme a ese lugar donde nacen los sueños. Dulce y a la vez crudo. Esa clase de beso que te lleva a otro nivel. Su respiración era pausada mientras me besaba de una manera lenta, profunda y sin reservas, en un beso embriagador. Deslizaba sus dedos por mi rostro casi con veneración y hasta el último poro de mi piel se derritió en sus labios.

Separó su boca de la mía y me miró con tanta intensidad que llenó de color mi existencia.

—Je t' aime —Habló en un susurro y me atrajo hacia él con más fuerza —Zarandeaste los cimientos de mi mundo esa noche en São Paulo. Un mundo de lujo y egocentrismo, de poder. Desde aquella noche invadiste mis horas, mis días. Confrontaste mi razón, ma petite bête.

Su mano acarició mi mentón con suavidad y lentitud recorriendo mi rostro con sus dedos como si fuera de cristal. El calor que desprendía su mano al rozarme hacia que la piel me hirviera, quemándome.

—Chloe, sé que estar conmigo es arriesgado, pero no puedo vivir una vida sin ti, y me importa una mierda que dijeras antes en el coche que habías tomado una decisión. No dejaré que te alejes de mí. Lo que siento por ti supera toda dimensión. Te tengo dentro de mí a cada hora, cada instante. Esto que siento por ti es tan grande, que ya no tiene que ver ni siquiera con el amor. Es pura supervivencia. Te necesito, así de simple. Así de atroz.

Su voz ronca y grave resonó en mi cabeza y el barranco de su mirada me lanzó al borde del precipicio cayendo sin remedio en el abismo de sus ojos oscuros.

—Yo también te amo —dije con la mirada brillante —Te amo, como nunca pensé que se pudiera llegar a amar. Con la fuerza de cada latido. Consigues que sueñe despierta, como el dormir al soñar. Con mi pasado que has logrado que se vuelva historia. Llegaste a mi existencia apagando miedos, ahuyentando mis temores. Te amo hasta con el último poro de mi piel. Eres lo mejor que me ha pasado. Debes saber que no iba a abandonarte. En el coche la decisión que había tomado era la de amarte a pesar de que exista el riesgo de que mi doloroso pasado salga a la luz. Te amo y...

     Se inclinó con rapidez y nuevamente me besó, pero esta vez fue apasionado y exuberante.

Cubrió su boca con la mía, y el simple roce ocasionó un estallido emocional. Su lengua buscó la mía con apremio y un poco de brusquedad y respondí al beso temblando por la sobredosis de necesidad. Coloqué mis manos en su fuerte torso absorbiendo su calor y sentí los fuertes latidos de su corazón embargándome con ese sonido hasta la perdición. Percibía su desesperación en el beso y sus manos acariciaron mi rostro en un movimiento tan delicado y sublime mientras me besaba que mi ser entero se desintegró entre sus manos.

No podía pensar, sólo podía sentir... sentir...

—Mi orquídea roja, tan hermosa, tan ardiente, tan llena de ternura y sensualidad.

Acariciaba mi rostro con la boca, besándome el mentón, los pómulos, y en algún rincón de mi aturdida mente, percibí como nos movimos en un pequeño círculo en medio de la amplia terraza del palacio de Chaillot. Besó con suavidad mis párpados y me estremecí con el delicado toque.

—Ciel, abre los ojos y mira... solo para ti. De rojo para mi perfecta mujer de rojo.

Parpadeé confusa y miré su atractivo rostro sin comprender, pero al instante se me paró el corazón.

—¡¡Oh, Dios mío!!

El magnetismo, y la luz intensa de la Torre Eiffel vestida de rojo me deslumbró, seduciéndome.

—La Torre Eiffel está iluminada de rojo como cuando celebraron el año nuevo chino —dije emocionada.

Allí estaba ante mis ojos la torre Eiffel mostrándose soberbia, imponente. Bañada con una luz roja escarlata. De noche y acompañada de las fuentes de Trocadero y Champs de Mars se erguía espléndida desplegando todo su magnetismo ante mí. El símbolo de una nación entera vestida de rojo. Envuelta en ese aire refinado francés rodeada del Sena. Gaël me envolvió por detrás con sus fuertes brazos y me quedé quieta disfrutando de la sensación de tener mi espalda contra su duro torso mientras contemplaba la joya más preciada de París. Hipnotizada por su belleza, apreciaba toda su plenitud en la ciudad que la vio nacer al igual que yo, nacida en Francia.

—Eres como ella —susurró rozando mi cuello con sus labios y giré mi rostro confusa.

—¿Como quién? —Cautivada por sus ojos penetrantes que podrían alimentar la fantasía de cualquier mujer me deleité en su mirada.

—Como ella.

Sus ojos oscuros rodeados de pestañas espesas miraron al frente y comprendí a qué se refería.

     —La torre Eiffel es como esa mujer de curvas delicadas que uno no puede dejar de mirar, y que cuando pasa, deja esa estela de perfume que no se olvida. Para mí tú eres como ella, totalmente distinta a todas, única... Mi pequeña orquídea roja.

Me dio la vuelta y miré su rostro inigualable y único.

Era tan poderosamente masculino que mis pupilas amaban observarlo. Entonces sin esperarlo me introdujo algo en mi dedo anular sin apartar su vista de mí y mi corazón se aceleró. Percibía su energía transmitiéndose por toda mi piel, la intensidad, su fuego. Sus dedos se demoraban en una lenta caricia en ese lugar y sentí como mi cuerpo y mi alma cobraron vida súbitamente cuando percibí la forma del objeto.

¡Oh Dios mío! Mi corazón irremediablemente se desbocó.

—Gaël... —Pronuncié su nombre en un hilo de voz extremadamente sensibilizada por el anillo que me había colocado en el dedo.

Me tomó la mano y entrelazó nuestros dedos. Después llevó mi dorso a sus labios y besó el anillo con sus ojos puestos en mí. Notaba que respiraba muy fuerte a causa de los nervios, y sin poderme contener fijé la vista en el anillo.

Casi me desmayé de la impresión.

—¿Qué significa este anillo? —susurré con voz quebrada mirando el delicado anillo engastado con miles de diminutos diamantes rojos.

Era precioso, con un gran simbolismo, dos corazones entrelazados.

—Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo, el hilo se estirará hasta el infinito, pero nunca se romperá.

Sujetó mi rostro con sus manos y le miré temblando. Sentía una emoción visceral totalmente aplastante en el centro de mi pecho. Desde lo más profundo de mi ser, de donde salen los sentimientos, sueños y deseos.

—Almas gemelas...

Sus ojos oscurecidos me miraron con intensidad y acercó sus labios lentamente.

—Puede parecer arriesgado, delirante y hasta descabellado, pero siento que naciste para mí, y nada ni nadie me importa. Ni siquiera que estalle todo a nuestro alrededor. Chloe, Je t'aime —musitó sobre mi boca y aspiré un profundo suspiro.

Me mordió el labio inferior mientras sus manos se desplazaron hasta mi cintura. Tiró de mi cuerpo hacia él y mi respiración se aceleró.

—¿Te quieres casar conmigo? —Pronunció y todo mi cuerpo se inundó de sensaciones.

Enmudecida, con el corazón rugiéndome en las sienes le dediqué una sonrisa radiante y los rasgos varoniles de su rostro se suavizaron. Asentí con la cabeza y una sonrisa endemoniadamente sexy asomó de sus labios carnosos.

     —¿Eso es un sí?

Mi hombre misterioso. El hombre más sexy y guapo de todo el planeta me miraba expectante.

—Será un escándalo —susurré y deslicé mis manos por su abdomen de pecado —Dirán que has sucumbido a la tentación de una mujer que solo busca en ti, el poder y el dinero para llegar a la cima del éxito.

Sus ojos llamearon y mis uñas delinearon las líneas endurecidas de su poderosa musculatura.

—Te amo, y quiero casarme contigo, pero no quiero que la noticia de nuestro compromiso se filtre a la prensa.

 

La caricia que me entregó prendida a mis labios detalló sobre mi piel todo el deseo, la ansiedad, el amor y el sentimiento incontrolable.

—Será difícil, mi corazón no entiende de disimulos ni de discreciones —dijo en tono suave sin apartar sus ojos de mí y fue abrumador.

Presionó su boca con fuerza contra la mía y nuestras lenguas se acariciaron entrelazándose en un beso muy apasionado. Su boca devoraba la mía lamiéndome con una intensidad que me volvía loca. Me pasó las manos por la espalda hasta llegar a las caderas y apretándome contra la firmeza de su cuerpo, me torturó con el contacto de su dura erección. Clavó sus caderas en las mías y exhalé un largo gemido que hizo que mi propio aire temblara.

—Gaël, estamos en medio de la amplia terraza —Gemí contra sus labios y movió la pelvis con suavidad rozándome con su polla en el punto más íntimo de mi cuerpo.

—No hay un alma en la plaza, solo estamos tú y yo —Gruñó sobre mi boca y descubrí sorprendida que había desplegada una kilométrica tela que iba desde un pabellón a otro del Palacio de Chaillot, cerrando totalmente el acceso desde la calle. Sólo nos acompañaban las estatuas de bronce.

—Pero...

Pasó sus manos por mi pelo y rozó mi mejilla en un gesto íntimo.

—Tampoco hay nadie en los jardines de Trocadero. La fuente de Varsovia pocas noches ha estado tan solitaria.

Miré alrededor intentando asimilar la prueba irrefutable de que había planeado esta sorpresa únicamente para mí.

—Quería que este momento fuera único para ti. Una noche que no olvides. Quiero que esta noche la recuerdes bien, que respires cada instante, que no tengas miedo... mi corazón es tuyo.

Sus manos suaves acariciaron mi rostro en un toque mágico haciéndome temblar y en mi fuero interno se despertó una inquietud.

 

—¿Miedo? ¿Por qué debería tener miedo?

Deslizó sus manos por mis brazos erizando mi piel y la palabra miedo reverberó con más fuerza en mi interior. Provocándome que cada pensamiento llevara implícita la huella del deseo, el placer...sexo.

—Vamos, la noche no ha hecho más que comenzar.

Me agarró de la mano con la mirada nublada peligrosamente y me guió hacia la escalinata con paso enérgico.

—Espera, ¿dónde me llevas? ¿Por qué tanta prisa? ¿Qué tienes que ir a apagar un incendio? ¿No seguirás con la idea de ir a ver a esa tal Anne,  no ? Ya te dije antes que no...

Vi como aguantaba la risa ante mi bombardeo de preguntas y me solté con rapidez de su mano.

—Gaël Barthe, no pienso acompañarte —Apretó la mandíbula y de repente lo tuve pegado completamente a mí.

Me estrechó con fuerza entre sus brazos y me dio un beso ardiente y prolongado en los labios que me arrancó la mismísima vida.

—Confía en mí —susurró con sus labios a sólo unos milímetros de los míos mientras trataba de recuperarme de la excitante fusión de nuestras bocas.

Sacó del bolsillo un pañuelo de seda rojo y con el corazón latiéndome desbocado me enderece consciente de que quería taparme los ojos.

—Será una broma ¿no?

Sin que me diera tiempo a respirar me tapó los ojos con el pañuelo y tragué saliva nerviosa.

—Gaël...

—¿Qué? —contestó besándome el cuello.

—Si me llevas junto a esa mujer, Anne. Te cortaré los huevos y se los echaré a los cerdos.

Soltó una carcajada y el sonido de su risa me provocó reír.

—Lo digo en serio —murmuré con una sonrisa que me estiró la comisura de los labios.

—Entonces me puedo ir despidiendo de ellos —dijo con voz juguetona y me tomó en brazos prácticamente llevándome sobre el hombro.

Se dirigía a un destino desconocido por mí.

—No estoy bromeando. Lo digo muy en serio.

Me dio un azote en el trasero que me arrancó un grito y en venganza busqué su cuello con la intención de dejarle un regalo de compromiso.

—Señor Barthe, todo va según lo previsto.

La cercana voz de uno de sus guardaespaldas me sobresaltó e hizo que abortara mi misión.

—¿Están todas las mujeres?

Abrí la boca sorprendida ante la insólita pregunta de Gaël.

— Sí, señor Barthe.

Quise protestar, pero me sentó en un asiento de cuero y cerró la puerta dejándome aislada y confusa.

—Las cinco mujeres y el hombre les están esperando en el lugar indicado.

La voz de Robert regresó de nuevo al abrirse una de las puertas. Sonó alta y clara y Gaël respiró hondo.

—Perfecto, estoy impaciente por llegar.

Su voz era tranquila, pero se le intuía una ligera emoción. Nerviosa con mil dudas subí mis brazos para quitarme la venda y retuvo mis manos.

—Quieta —Ordenó y sentí su respiración en mi cuello produciéndome un hormigueo en la piel.

—¿Dónde me llevas? —Vacilé con el pulso alterado mientras el coche arrancaba.

—A un lugar donde serás completamente mía —dijo calmado y pugné por mantener el control de mi misma.

Sin embargo, su incipiente barba rozaba mi piel desestabilizándome.

—Gaël...

Su sutil tacto alborotaba las mariposas de mi estómago, que nacieron solo por él desde que le conocí. Solamente él me provocaba tanto, que, aunque tratara de mantenerme firme, bastaba una sola de sus caricias para romper esa barrera y encender mi deseo, ese nerviosismo en mí.

—Eres tan única, que me entran unas ganas inexorables de atarte a mí de todas las formas posibles y que permanezcas junto a mí para siempre, sin marcharte.

Tragué con fuerza y entonces noté su cabeza en el hueco de mi hombro al borde de la clavícula. Su barba letal e irresistible me rozaba la zona y entonces me besó con suavidad el hombro.

—Vestida de rojo, hermosa como una diosa, tu boca tan traviesa... roja como el fuego. Mon amour, quiero que seas mía en todos los sentidos —susurró, peligroso, profundo y deslizó su boca por mi piel perpetuando con un beso en mi cuello el rápido latir de mi corazón —Tu es à moi, Chloe, pour toujours.

Era capaz de sentir la promesa implícita en su voz, su necesidad hacia mí y la resolución de mi cuerpo fue relajarse ante sus suaves besos, sus caricias.

—No sé por qué percibo que quieres fundirme la cabeza con pensamientos eróticos —susurré perdida sintiendo la magia, la aventura en sus excitantes dedos recorriendo el borde de mi escote y emitió una suave risa.

—Últimamente provocar tu mente se ha vuelto mi vicio.

Respiró sobre mi rostro y sentí como su cálido aliento se filtraba entre mis labios. El familiar aroma de su perfume masculino invadió mis sentidos acrecentando los latidos de mi corazón.

—Pues déjame decirte que se te da de maravilla. Mi mente se ha vuelto adicta a ti, sólo quiere alcoholizarse con tus palabras.

Su boca carnosa rozó la mía y exhalé un suspiro. Amaba su voz grave y fascinante. Adoraba sus susurros. Joder, podría curar la frigidez de una mujer solo con su voz, con su lenguaje.

—Me he vuelto una maníaca que solo quiere oír tu voz, sentir tus besos, volverme loca de delirio bajo tu cuerpo —susurré y escuché el ruido del asiento de cuero una milésima de segundo antes de que me besara con hambre, con una pasión primaria.

Un gemido de sorpresa escapó de mi garganta provocado por sus tentadores y arrolladores labios. Introdujo su lengua y con suculentos deslizamientos exploró el interior de mi boca de forma ineludible e inevitable. Domando mis emociones sin problemas, sin impedimentos. Después levanté mis manos y enterré mis dedos en su pelo disfrutando del calor sensual de su boca y dejó escapar un gemido acariciando mis muslos, tocándome donde terminaba mi vestido. Movía sus largos dedos presionándome, masajeando la delicada zona produciéndome una debilidad fatal. Allí donde me rozaba, sentía una punzada de calor que me derretía sobre el asiento de cuero.

No sé cuánto tiempo transcurrió durante el largo beso, ni la hora que era, ni el lugar al que me llevó, pero el coche se detuvo y sentí que cada poro de mi piel y pedazo de mi alma se estremecía bajo sus labios.

En absoluto silencio me ayudó a bajar del coche y presté atención a cualquier ruido que pudiera desvelar donde nos encontrábamos. Tenía la sensación de que el trayecto en coche había sido cortísimo. Permanecía en la oscuridad total y la brisa acariciante de la noche acrecentaba mi nerviosismo. Sin esperarlo me alzó entre sus brazos sorprendiéndome y caminó unos metros. Después subió unas escaleras hasta que finalmente detuvo sus pasos y permaneció quieto durante unos segundos.

Con los ojos tapados, confundida y sin saber a dónde nos dirigíamos, el ruido como de una puerta deslizándose de forma lateral me aceleró el pulso. Gaël dio un par de pasos y sentí como la atmósfera se cerraba. Percibía la presencia de varias personas. El silencio reinaba, pero adivinaba la respiración, los discretos movimientos. Nerviosa me refugié en su amplio pecho y el latido de su corazón con su ritmo melodioso y genuino bajo la palma de mi mano se convirtió en mi constante vital.

En brazos del amor más grande de mi vida, sentía una emoción que no dejaba de crecer en mi interior por la extraña sensación de estar subiendo al cielo. Gaël besó mi cabello y después una voz de hombre habló a poca distancia de nosotros sobresaltándome.

—Bonjour, bonsoir et bienvenue.

     Gaël me bajó lentamente hasta el suelo y me sujeté a sus anchos hombros para no caerme, llena de dudas.

—S'il vous plaît, sígame por aquí Sr. Barthe —dijo el hombre y las ansias por saber dónde me encontraba me carcomieron viva.

—Gaël, me va a dar una taquicardia. ¿Cuándo me vas a quitar la venda?

Mis terminaciones nerviosas agitadas por la situación hicieron que mi corazón latiera con rapidez de manera preocupante. Me sentía como al borde de un precipicio, en peligro de caer.

—Tranquila ciel, ya falta poco.

La cabeza me daba vueltas y hasta las piernas me temblaban. Guiada por su mano colocada sobre mi brazo caminaba con pasos indecisos durante lo que para mí fueron unos interminables minutos.

—Mme. Anne, les está esperando afuera —dijo el hombre rompiendo el silencio y frené en seco con la garganta agarrotada y un nudo en el estómago.

—No bromeaba cuando dije antes que no quería conocer a esa mujer —mascullé entre dientes girándome con ímpetu—. Ni loca salgo afuera a donde sea que esté esa mujer esperándonos —dije en actitud desafiante arrancándome la venda de los ojos en un acto de rebeldía.

—Chloe.

La firme advertencia en su tono de voz junto a la expresión de su mirada me cortó el aliento.

Tenía los ojos embriagados de deseo, de una necesidad abrumadora y entrelazando sus dedos a los míos con un enérgico movimiento de su mano me pegó contra la dureza de sus músculos.

—Mon petite bête, camina.

Su voz surgió de su boca rasgada, gutural, y su expresión de deseo me envió una oleada de adrenalina.

—¿Y si no quiero? —dije sin apenas contener los nervios y se inclinó hacia mí desbocando los latidos de mi corazón. La tensión de Gaël era palpable, sin embargo, sonrió, sonrió de verdad descolocándome.

—Chéri, date la vuelta.

Me rozó la mejilla en un gesto tierno, muy íntimo y observó detenidamente mi reacción cuando me giré desconcertada.

Mis ojos se pasearon por todo el lugar con curiosidad y en el instante que comprendí donde me encontraba, mi corazón se saltó un latido. Gaël apretó mi mano y le miré impresionada y sobrecogida con un inmenso sentimiento en el alma.

—Gaël, estamos en el restaurante Le Jules Verne.

Mi voz tembló por la emoción mientras admiraba fascinada el entorno de diseño futurista, pero a la vez de ambiente delicado, lleno de detalles en tonos marrón, con París y el Sena a nuestros pies.

     Miré través de un gran ventanal la vista panorámica de las entrañas del famoso monumento más romántico del mundo. La estructura de hierro construida por el ingeniero Gustave Eiffel. La imagen de Francia al mundo. La torre Eiffel... ¡Oh, Dios mío! Nos encontrábamos dentro del restaurante Le Jules Verne, a 125 metros de altura.

—¿Qué hacemos aquí a estas horas de la noche? —pregunté finalmente debatiéndome entre la extrañeza y una creciente emoción.

La ciudad de la luz nos ofrecía un espectáculo de luces vivas y coloreadas sobre un fondo de noche estrellada que me dejó totalmente sin habla.

—El restaurante está cerrado. ¿No me digas que tienes hambre?

Esbozó una sonrisa torcida y agarró mi rostro.

—Contigo siempre tengo hambre.

El peligroso susurro de su voz hizo que me estremeciera y me empapé de su irresistible mirada.

—Había pensado sentarme en una buena mesa con magníficas vistas a la ciudad y rendirme al placer gastronómico de comerte entera.

Me atravesó una punzada de deseo y cerré los ojos con la calidez de su enorme y poderoso cuerpo pegado al mío.

—No sabía que fueras tan sibarita —dije sin aliento y sus manos se deslizaron por mi cuello. 

—¿Cómo resistirme al plato más exquisito del mundo? Delicadeza, exuberancia, y bullicio a la vez. Pura fusión —murmuró acercando sus labios a mi oído —. Me muero de ganas de saborear tu textura... —Me cogió el lóbulo de la oreja entre los dientes y exhalé el aire entrecortadamente — Pero eso será después, para poner el broche final. ¿O prefieres al principio?

Pasó la lengua por la curva de mi cuello y el fuego se derramó por mi cuerpo como piedra volcánica.

—¿Después de qué? —pregunté a punto de entrar en un éxtasis de deseo.

—Tengo algo que decirte y no sé ni por dónde empezar.

Gaël sonrió y su sonrisa fue como un relámpago de intensa luz, eléctrico, que tensó todos mis nervios.

—¿De qué se trata? No te quedes callado por favor.

Me atrajo suavemente hacia él y me besó la comisura de los labios con pasión contenida.

—Mira hacia allí —me señaló el exterior de la segunda planta de la torre Eiffel y entre la estructura de hierro, junto a los telescopios, pude reconocer la figura de varias personas.

     Dos de ellas muy especiales para mí. Inmediatamente me emocioné.

—¿Pero que hacen aquí Nayade y Dangelys? Nayade estaba en pijama cuando me marché del apartamento.

Rompí a llorar, y me apretó contra su pecho.

—Jamás imaginé antes de conocerte que pudiera ser capaz de hacer algo así por una mujer. Nunca tuve la necesidad de alguien. Vivía sin preocupaciones, sin necesitar constantemente a alguien, sin enredos de corazón. Todo era perfecto o al menos eso creía hasta que irrumpiste en mi vida tú, y necesité de ti, de tus sonrisas, tu voz, tu hermosa manera de ser, necesité todo de ti —musitó sobre mi boca y sus dedos recorrieron mi rostro, limpiando mis lágrimas con ternura—. Hoy más que nunca quiero luchar por ti. Quiero demostrarte cuánto te amo y que soy capaz de hacerte feliz. ¿Te quieres casar conmigo aquí y ahora en el lugar más romántico de París? —preguntó con suavidad y su mirada llena de nervios provocó en mí una hermosa catástrofe.

—Gaël, es una locura lo que me estás proponiendo —susurré con los nervios en la boca del estómago y comencé a hablar sin parar—. Mi taller está en Barcelona, mis clientes... el asedio de la prensa ¡Oh Dios! será insoportable, y ni qué decir de las habladurías de la gente. Tu familia no me aceptará, y la cuestión más importante... Elisabeth. ¿Has pensado cómo puede reaccionar ante una noticia de este calibre?

Sus ojos permanecían clavados en mí mientras no dejaba de pensar en las consecuencias que habría si aceptaba su propuesta de matrimonio.

—No tengas miedo, arriésgate a ser feliz. Cásate conmigo, ciel. Déjate llevar por lo que sientes por mí. Haré que cada día sea un sueño, que cada minuto y segundo junto a mí valga la pena. Solo quiero iluminar tu vida, mon petite bête.

Apoyó su frente contra la mía y respiró despacio, parecía luchar por mantener sus emociones a raya.

Imaginé por un segundo lo bonito que sería vivir con Gaël en París. Los besos, las palabras tiernas al despertar a su lado. Las sonrisas junto a él hasta que los músculos me dolieran de tanto reír. Sus caricias, sentir la pasión a orillas del Sena, besarnos entre las calles. ¿Cómo no iba a querer su amor y lo que me ofrecía? Quería su compañía, siempre, en todos los momentos. Mi amor por Gaël no era algo efímero ni pasajero, nunca podría dejar de amarle. Él me impulsaba a vivir, a hacer locuras inolvidables como la que estaba a punto de cometer. Amaba tanto a Gaël, que mi corazón aguantaría lo que fuera por él. 

—Sí —dije en un impulso—. Acepto casarme contigo —susurré aún en shock y lo atraje hacia mí con una sonrisa.

Emitió un sonido bajo cuando cubrí mi boca con la suya. Deslicé mi lengua entre sus labios y me quedé sin aliento cuando la suya se enredó con la mía con un fervor que hizo que se me doblasen las rodillas. Sentía sus dedos en toda mi espalda, me apretaba, me agarraba, mi corazón latía tan enloquecido que lo besaba como si no lo hubiese besado nunca. Sin defensas, ofreciéndole todo, hasta mi alma.

—¿Se puede saber por qué nos has obligado a firmar un contrato de confidencialidad? Tu guardaespaldas me ha quitado el móvil, y casi me ha hecho jurar sobre la Biblia que no subiría nada a las redes sociales.

La voz de Zoe me sorprendió y me aparté de Gaël confundida con los labios en un estado febril.

—Tengo mis razones. ¿Trajiste lo que te pedí?

Gaël me miró con sus tormentosos ojos oscuros y tragué saliva nerviosa.

—Claro, sé de una que aún no se ha recuperado del shock. Marie jamás se pensó que su mejor amigo haría algo así por una mujer. Dijo que eras un asqueroso romántico.

Zoe comenzó a reír y Gaël con ella, y una cálida oleada recorrió todo mi cuerpo al oírle. Me fascinaba esa increíble manera que tenía de contagiarme esa bonita curva que brillaba en su rostro.

—Ella también es una romántica empedernida —comentó a continuación Gaël y Zoe dejó de sonreír.

—¿Estás seguro? —murmuró Zoe y la figura de dos mujeres que entraron en ese momento en el salón, desencadenó una chispa que me hizo sonreír.

—Desde luego que el cerebro funciona desde que naces hasta que te enamoras. ¿Habéis visto las horas que son? No quiero parecer una modelo frívola, pero me gustaría dormir, aunque sólo sean un par de horas para no tener ojeras de panda en el desfile de mañana —murmuró Dangelys mirando a Gaël con una sonrisa dibujada en sus labios.

—Hola, soy Nayade, hablaste conmigo antes por teléfono —dijo entonces Nayade hablando en inglés y besó a Gaël en ambas mejillas.

—Siento haberte sacado de la cama a estas horas de la noche en tu estado —Se disculpó Gaël —. Pensarás que estoy loco.

Su rostro reflejaba claramente su preocupación y le hizo un gesto con la mano a un camarero para que le acercara una silla a Nayade. Éste solícito, corrió en busca de una.

—No te preocupes, yo también he cometido locuras por amor.

Se tocó su abultada barriga y me lanzó una mirada significativa que expresaba todo lo que pensaba.

—Me parece que de este salón se llevarían a unas cuantas personas al manicomio, ¿verdad Chloe? 

Sonreí con ternura y alargué el brazo para acariciar su barriga de embarazada.

—El amor es una gran locura, gracias por venir —dije emocionada.

—Por nada del mundo me perdería estar junto a ti en un momento tan importante —Me dio un beso en la mejilla y se me puso un nudo en la garganta —Gaël, te llevas a una mujer muy especial. Cuídamela mucho, por favor —dijo en tono cariñoso.

—Cuídala sobre todo de tu entorno y de la prensa —Añadió Dangelys—. Si no lo haces... te puede ir muy mal —Señaló con sus dedos sus partes nobles y Gaël sonrió cuando hizo un gesto en forma de tijeras.

—Podéis estar tranquilas no permitiré que nadie le haga daño. A partir de esta noche llevará el apellido Barthe, será mi mujer, y aplastaré con una mano a cualquiera que intente robar su tranquilidad, sus sueños, su felicidad.

Pasó su mano por la piel desnuda de mi espalda y un estremecimiento me recorrió el cuerpo entero.

Esas ansias de querer protegerme, de querer enfrentarse al mundo por mí, despertó tal ola de ternura en mí que me puse de puntillas y le besé. Sus brazos recorrieron mi cintura y sin poder ocultar el deseo que vive bajo mi piel saboreé el tacto de sus labios mientras rozaba con las yemas de mis dedos las líneas que dibujaban el contorno de su varonil rostro.

—Me muero de ganas por ser tu marido. Chloe, J'ai suis impatient de t'epouser.

Derritió mis oídos con cada silaba que pronunció. Su acento francés, su voz profunda, tocaba mi espina dorsal como una caricia.

Me apretó por la cintura con manos posesivas y me sumergí en el iris de sus ojos oscuros antes de que sellara mi boca con la suya. Descarado y atrevido deslizó su lengua contra la mía y exploró mi boca en un sensual asalto que arrancó un silbido de las chicas. Siempre perdía el control de mis sentidos cuando su boca gobernaba mis labios y con el corazón latiendo fuerte en mi pecho me dejé llevar por la pasión de su beso sin importar la presencia de las personas que se encontraban en el restaurante.

Era un hombre irresistible, con un poderoso carisma, y su temperamento tan inflamable como la gasolina me volvía loca. La manera de aferrarme fuerte y posesivo a su cuerpo con sus dedos clavándose en mi piel mientras me besaba como si fuéramos imanes, era embriagador.

—Gaël Barthe, si continúas besándola así, le vas a provocar un desmayo por falta de oxígeno en los pulmones.

La fría voz de una mujer hizo que Gaël reaccionara apartándose bruscamente.

—¡Qué falta de respeto tenerme esperando!

Sentí como se expandían los músculos de su ancho pecho y mis dedos jugaron nerviosos en las solapas de su chaqueta al ver como una atractiva mujer rubia de unos cincuenta años se acercaba a nosotros sin despegar su mirada de mí.

Me contemplaba el pelo, el vestido, el rostro, y me sentí invadida por el rubor debido a su exigente mirada. Me resultaba difícil mantener la calma después de la forma en que me había besado Gaël, y durante unos segundos la mujer se quedó frente a nosotros quieta y en silencio. Llevaba un abrigo largo muy elegante de color beige y me miraba de manera extraña.

—Soy Anne. Estaba deseando conocerte en persona.

Se desprendió de su exigente mirada y alargó el brazo.

     —Eres muy hermosa, y por lo que sé, también talentosa.

Estreché su mano de forma cortés con el brazo rígido y sólo tardé un segundo en darme cuenta de quién era.

—Señora Boucher... —dije perpleja tras reconocer su rostro y miré a Gaël inquieta, roja de vergüenza.

¿Esta mujer era Anne? ¡Ay, Dios mío!

—Es un placer conocerla.

La saludé de forma cordial y la cálida mano de Gaël se movió despacio por el contorno de mi cintura sujetándome con delicadeza.

—Ella es Anne Boucher, la alcaldesa de París —dijo Gaël con calma y me lanzó una mirada que provocó un alboroto en mi cerebro.

—Y también soy la madrina de este joven desconsiderado que me tiene ahí fuera congelándome.

Su voz se tornó dulce y suave. La mirada y el amago de sonrisa de la traviesa boca de Gaël intensificó el rubor de mis mejillas.

¿Cómo pude pensar que se trataba de una amante? Malditos celos traicioneros...

—Deja de quejarte. Sé que estás feliz por desbaratar los planes casamenteros de mi padre.

Capté el indomable brillo en sus ojos mientras su mano acariciaba mi piel y el cosquilleo que causó su tacto en mi espalda fue inesperado.

—Por supuesto. Estoy feliz. Con tal de poder casaros esta noche he pasado por alto el tema de las amonestaciones. Te juro que pagaría por estar presente cuando se entere de la boda tu padre. Es un maldito viejo conspirador, no sé cómo mi hermana se pudo casar con un hombre tan frío y calculador que considera el matrimonio una transacción comercial —murmuró con un evidente disgusto y entonces me miró y respiró hondo—. Menos mal que ha aparecido esta preciosa mujer en tu vida para insuflar romanticismo a tu corazón, porque llegué a pensar que eras igual que tu padre.

Gaël envolvió su brazo alrededor de mi cintura y el corazón comenzó a latirme con fuerza y muy deprisa. El nudo en la garganta se hizo sentir de nuevo y en mi cabeza una maraña de pensamientos empezó a inundarme.

—Ya ves que no soy igual que él. Sólo estaba esperando de forma paciente a que llegara Chloe a mi vida.

Anne meneó la cabeza sonriendo y fui estrechada por su enorme brazo y arropada por sus labios en mi sien.

—Esperando de forma paciente.

Me lo quedé mirando con ojos entrecerrados y sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, de infarto.

     Me giró y rodeándome entre sus brazos me miró fijo, con aquellos ojos oscuros y unas pestañas que ya desearían muchas mujeres. La perfecta y hermosa simetría de su rostro me provocó acariciar su mandíbula cubierta por la barba. Sus rasgos fuertes y masculinos se suavizaron con mi toque, y un torbellino de emociones incontroladas se revolvieron en mi interior.

El miedo me desmoronó y salieron los fantasmas de mis entrañas, miedos que me hicieron sentir pequeña. La idea de que Gaël pudiera rechazarme o abandonarme por culpa de todos mis fantasmas me provocó un dolor que me asfixió y me bloqueé.

—¿Estás bien? —murmuró Gaël mientras estudiaba mi rostro y no pude contestar.

Respiraba con dificultad, mis pensamientos eran un caos. Gaël acarició mi rostro y cerré los ojos.

—¿Os importaría dejarnos a solas? —dijo Gaël en tono grave y sentí como se me apretaba el alma.

Zoe y Anne se marcharon inmediatamente en silencio, igual que el resto de personas que se encontraban en el restaurante al ver la expresión rígida y gélida de Gaël. Sin embargo, Dangelys y Nayade se quedaron quietas en medio del salón. Se daban cuenta de que algo iba mal conmigo, pero negué con la cabeza cuando se quisieron acercar. Sus miradas llenas de desasosiego me acompañaron hasta que desaparecieron de mi vista.

Gaël me cogió por la barbilla en cuanto cerraron la puerta y me obligó a mirarle a pocos centímetros de distancia.

—¿Qué te ocurre? —dijo en tono suave y me perdí en sus ojos para sentirme a salvo de todos mis miedos.

Me ardía la garganta. El problema estaba en mí, en mi arriesgado corazón. Me atormentaba saber que era tan susceptible a él, demasiado vulnerable al dolor. Toda mi vida había convivido con él, y aunque deseaba encontrar la fuerza necesaria para romper con los miedos, me daba pánico romper mi burbuja de protección. Las experiencias dolorosas de mi vida conformaban mis heridas emocionales, y eran tan pesadas, que, a pesar de maquillar mis cicatrices, estas existían...

—Lo he pensado mejor, yo...yo... —se me quebró la voz incapaz de continuar y comencé a llorar.

Aunque en el fondo de mi corazón lo único que deseaba era casarme con Gaël, tenía que renunciar a su amor. Era tan arriesgado para mí amarle.

—Sería un error... —dije ahogada en mis propias lágrimas y me tapó la boca con la mano.

—No dejes que el miedo te domine —susurró con firmeza y sentí rodar las lágrimas por mis mejillas—. Eres la mujer más valiente que he conocido en mi vida. Haberte construido tu coraza de protección es un acto heroico, chéri, un acto de amor propio que tiene mucho mérito, pero ya ha cumplido su función. Te protegió todos estos años, pero la herida sigue abierta y ha llegado el momento de sanarla... Conmigo, juntos.

Bajó la cabeza y su cálida boca acarició mi mandíbula. Con lentitud sus labios cálidos y suaves recorrieron mi piel y su familiar aroma a cedro, a maderas orientales salió al encuentro de mis sentidos acariciando mi alma.

—Lo haremos juntos, mon petite bête —murmuró y me estremecí dolorosamente consciente de que no concebía una vida sin él.

—Gaël... —pronuncié su nombre en un hilo de voz con el corazón encogido y sus fuertes dedos se enredaron en mi pelo, me sujetaron de la nuca.

—Ya eres mi mujer —dijo con voz ronca y me encontré con sus ojos quietos, intensos y bien enfocados en mí.

Seguían cada una de mis respiraciones, y entonces sin previo aviso Gaël buscó mi boca, y me besó fuerte. El beso fue como morir y renacer en un segundo. Introdujo la lengua en lo más profundo de mi boca y acarició la mía con suculentos deslizamientos. Sentía el rasguño de su barba y el hundimiento de sus dedos a través del vestido, apretándome fuerte. Su boca reclamaba la mía, feroz, posesiva, saboreándome con largos lengüetazos, y mi cuerpo reaccionó de inmediato temblando.

Mis dedos se aferraron a su chaqueta y me aplasté contra él, sin defensas, deseando estar aún más cerca. Me besaba con tanta intensidad que me transportó a un futuro compartido, y fue tal la explosión emocional que me invadió hasta los huesos.

—Te espero fuera —dijo calmado y sereno en mi oído mientras un impetuoso mar de dolor inundaba mi ser.

—Tengo pavor a caer... —susurré sincera y cerré los ojos al sentir sus manos en mi cuello —Me da miedo que dejes de existir. Que suceda algo y tus sentimientos se borren de la nada, y al día siguiente, no exista nada —dije cuando logré controlar las emociones que paralizaban mis cuerdas vocales.

—Chéri, nada ni nadie cambiará lo que siento por ti —Acarició con suavidad mi rostro y sus ojos brillantes de inteligencia, suaves con preocupación, llenos de comprensión, me embargaron el alma—. Te quiero en mi vida —dijo tajante y sus palabras surgieron a través de mí con la fuerza irresistible de un maremoto.

Abrí la boca para decir algo, pero había demasiada emoción quemando muy cerca de la superficie. Gaël me estrechó entre sus brazos como si quisiera fundirse con mi cuerpo y besó mis cabellos. Aspiró mi fragancia, y buscó mis labios de nuevo de un modo calmado, despacio. Era tan abrumador que me desmoronaba lentamente. Todo era calidez, dulzura e inevitabilidad, y me estremecí bajo sus manos que se deslizaban por mi espalda, por mi pelo, haciéndome temblar.

—Nadie te hará daño mientras estés conmigo.

Su mano regresó a mi cintura y su pulgar se movió ligeramente, de arriba a abajo por el centro de mi estómago. No era un toque sexual, pero contuve el aliento.

—Lo sé —susurré sin poder contener el destello de placer cosquilleando por mi columna vertebral.

—Ciel, tienes que tomar una decisión, y no puedes elegir el gris, debe ser blanco o negro. Tú decides si vas a serle leal a tus sentimientos o si por el contrario vas a evadir tus emociones —murmuró, contemplándome con sus ojos oscuros.

Esos ojos que parecían guardar el secreto de mi sueño más preciado, de cada deseo verdadero. Se apartó y una parte del río de calor fluyendo a través de mi cuerpo se disipó, pero el anhelo permaneció intacto.

—Estaré fuera. Si no sales en unos minutos, sabré que habrá triunfado el miedo sobre lo que sientes por mí.

Tenía el gesto firme, pero percibía la evidente tensión en su postura, en su tono de voz, y sin pronunciar una sola palabra más, giró sobre sus talones y se marchó. Dejándome sola, temblando...

¡Dios mío! ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? Tenía mi vida hecha, no era perfecta, pero era una vida. Ahora era casi feliz, y aunque eso no pareciera demasiado, para mí valía después de haber sufrido tanto. Hace unos años pagué un precio muy alto, y no entendía como Dios me daba la espalda de nuevo poniéndome entre la espada y la pared.

Una sensación de hielo me recorrió la espina dorsal y me senté en una silla tapándome el rostro con las manos. Casarme con Gaël era peligroso para mí. Elisabeth con su odio hacia mí, llevaría a cabo sus amenazas. Revelaría las fotografías de esa infernal noche matándome literalmente. Dañaría mi imagen para siempre, y de nada serviría que yo contara mi versión de los hechos.

Ella era una mujer con rostro de ángel, respetable y sobre todas las cosas embarazada de Gaël. Deslumbraba como un brillante, aunque sólo era eso, un acabado. Un material bien trabajado, hecho para eso, para deslumbrar y engañar. Sabía con certeza que, si me casaba con Gaël, en cuanto saliera a la luz la noticia de la boda, todos mis argumentos para defenderme de Elisabeth se irían a la basura. Yo sería la mala de la película, la zorra que le robó a su prometido y padre de su hijo y la prensa me destruiría.

Aniquilada, vencida, sollocé, sin consuelo. Martillaba mi mente la evidencia brutal de que Elisabeth jamás me dejaría ser feliz junto a Gaël. Miré hacia la puerta por donde se había marchado y quise correr tras él, refugiarme en sus brazos. Sin embargo, sabía que no saldría ilesa de esto si me casaba, y mi corazón se rompió en mil pedazos.

Me levanté de la silla llorando y me dirigí al ascensor del restaurante que me sacaría de allí. Deshecha, toqué el botón y el futuro se me apareció de pronto, devastado e inútil, como si de un golpe en la nuca me hubiese apagado hasta el último destello de luz.

Miré de nuevo hacia la puerta por donde se había marchado Gaël sollozando y la irrevocable realidad de que le amaba con toda mi alma me quebró y me descosió el corazón. Él era la verdad indudable y también mi condena sin apelación.

 

De repente apareció a mi izquierda una figura masculina. Se acercó prudente y se posicionó junto a mí en silencio. Me miraba con ternura. Las puertas del ascensor se abrieron en ese instante y cuando di un paso para entrar en el interior, su mano oprimió la mía...

 

 

 

 

GAËL

 

 

 

 

  Con las pupilas fijas en el horizonte, observaba en silencio el skyline repleto de rascacielos junto al inmenso parque de Bois de Boulogne, la catedral Notre-Dame, el Louvre y su pirámide, el Arco de Triunfo, y a lo lejos el castillo de Versalles sin dejar de pensar en mi pequeña fiera, consciente del riesgo que corría por amarme.

Los minutos pasaban y empezaba a ser ligeramente consciente de que mi plan fracasaría, incluido mi plan B. Entre más pensaba en ello, más interrogantes se asomaban y, por consiguiente, más inseguridades afloraban. Sabía que debería haber tomado las cosas con más calma, pero las circunstancias no lo permitían.

Los inevitables escándalos del pasado y secretos que estaban a punto de salir a la luz y que ella desconocía afectarían a su vida, incluyendo a su marca de moda, la cual tenía unas cifras muy jugosas más que justificados por la calidad de sus prendas. Unas ganancias que ya querrían muchas marcas para sí, y que se verían afectadas a no ser que tomara cartas en el asunto. Yo sería su escudo y su arma para defenderse.

Mi instinto protector se tensaba y ardía en la necesidad de tomarla por esposa cuanto antes. Cada uno de mis sentidos me exigía que la protegiera, que le brindara seguridad entre mis brazos.

Pensar en ella rota, y hecha añicos por culpa de Elisabeth y Alaric encendía mi ira y solidificaba en mi cerebro la palabra venganza. La nitidez y conciencia de lo que le haría al maldito hijo de puta de Alaric me revolvía la mente con pizcas de locura. Mi pecho se retorcía tan duro pensando en Chloe pasando algún tipo de sufrimiento que no podía respirar con normalidad. Quería tomarme la justicia por mi mano, pero era muy complicado. Una personita a la que adoraba, inocente y pura, padecería las consecuencias, y ser consciente del sufrimiento que podría causarle me dolía.

Chloe desconocía totalmente las conspiraciones que se habían organizado en torno a ella, los secretos que alterarían su existencia, y en un mundo donde casi todo lo que se dice es una mentira, una verdad tan grande y tan brutal como la que estaba a punto de salir a la luz la barrería emocionalmente. El dolor asfixiante de su episodio más cruel renacería y no sería fácil sanar su alma. No sería fácil empezar de nuevo, desintoxicarla de los recuerdos más dolorosos de su vida, limpiar su corazón, pero estaba dispuesto a luchar por ella. Confiaba en la magia perfecta que sentíamos el uno por el otro para coser sus heridas. Deseaba que su vida recuperara su color y que su maravillosa sonrisa brillara en su rostro sin el menor rastro de oscuridad en sus ojos.

Tomé una bocanada de aire en un intento por calmar mis ansias ya que cada minuto que pasaba sin aparecer por la puerta moría un poco más. Quería oler de nuevo su aroma, quería tener el placer de mirarla, tocarla, quería hacerla mía. Era una agonía pausada y cauta esperar a que tomara por ella misma la decisión. Mi pequeña fiera era la mujer más valiente que había conocido en mi vida, pero también la mujer más herida, y las dudas me asaltaban consciente del tormento que se aferraba a su cuello como la soga de un verdugo a su víctima.

Aparté la vista del castillo de Versalles para clavar mis ojos en la maldita puerta deseando encontrarme con su preciosa silueta bañada por la luz de la torre Eiffel y cuando creí que nada más sería capaz de sorprenderme en este mundo, resultó posible. Chloe apareció ante mis ojos inigualable, única, preciosa, perfecta, junto a mi plan B.

Caminaba cogida del brazo izquierdo de Philippe más hermosa que nunca, y dejé mi mirada expuesta ante los pocos presentes, atendiendo el ruego de mis pupilas que inquietas buscaban su mirada. Llevaba un velo corto birdcage rojo combinado con un broche en el lateral que le daba un toque vintage años 20 maravilloso. Lo elegí especialmente para ella junto con el ramo de novia en forma de bouquet compuesto por la orquídea más cara del mundo, conocida como el «oro de Kinabalu» que le entregaba Zoe en ese momento. Lo sostuvo entre sus pequeños dedos y besó la mejilla de Zoe en un gesto cariñoso bajo la atenta mirada de mi mejor amiga Marie y Philippe.

Mi cuerpo comenzó a tener vida propia sin que pudiera hacer nada por evitarlo a cada paso que daba acercándose a mí. Nuestras miradas se cruzaron y no existía la duda. Chloe me miraba con calma y con mucho amor, y cada poro de mi piel quiso emprender el vuelo a su lado. Me encontraba jodidamente enamorado de esta mujer. Ella no tenía ni la más remota idea de lo que me provocaba, ni siquiera se podría acercar a lo que le había descrito en Trocadero.

Sus ojos, su boca, su sonrisa... ¡Dieu! Su sonrisa era el cielo, era esa clase de sonrisa que borraba y desaparecía cualquier tempestad que existiera en ese determinado momento. Chloe era el ser más increíble y obsesionante sobre la faz de la tierra y cada parte de mi cuerpo quiso agarrar sus caderas y atraerla hacía mí en cuanto se detuvo frente a mí, más hermosa que nunca.

—Te entrego a la novia sana y salva... y feliz —dijo Philippe y Chloe me miró a través de la redecilla.

Sus ojos color miel, tan intensos como el centro del fuego, recorrieron mi cuerpo y mis entrañas se retorcieron. Las palabras sobraron, nuestros ojos se comunicaban. Ella sabía que me pertenecía.

Alargué el brazo para tomar su mano y casi pude ver su pulso acelerarse. Respiré hondo y arrastré su aroma a mis pulmones como un drogadicto. Toqué la palma de su mano con delicadeza. El simple roce provocó una descarga eléctrica en cada una de mis terminaciones nerviosas y entibió mi cuerpo de manera instantánea.

—Gracias por todo, Philippe —murmuré con un inexplicable nudo instalado en mi garganta.

—Gracias por rescatarme de mis miedos confesándome algo tan íntimo. Tu historia de amor es preciosa —dijo entonces Chloe visiblemente emocionada y lo abrazó sin soltar mi mano.

—No me agradezcáis nada. Sólo dejadme daros un consejo. No permitáis que el entorno desenfoque vuestro amor.

Chloe le brindó ese tipo de abrazo que indicaba agradecimiento y los ojos de Philippe brillaron.

Podía sentir la guerra de emociones en Philippe. Desgraciadamente su historia de amor no fue de color de rosa y percibí como el resto permanecían en silencio observando la escena a unos metros de distancia. Philippe era un hombre que a diferencia de mi padre se desvivía por su familia y sin querer una serie de imágenes explotaron en mi cabeza.

Hay aprendizajes en la infancia que pueden marcar nuestra forma de relacionarnos en el mundo, y sin duda haber crecido con el todopoderoso Gregory Barthe, un hombre dominante y egoísta carente de calor humano es uno de ellas.

—¿Comenzamos? Es muy tarde —murmuró Anne impaciente y Chloe se apartó de Philippe sosteniendo mi mirada.

—Anne, concédeme un par de minutos más —Hablaba sin dejar de mirar fijamente a Chloe, con la seguridad de que esta noche sería mi mujer.

Los dos se alejaron y nuestros dedos juguetearon entre sí. Su mirada se volvió más intensa en un segundo. Entrelazó sus dedos a los míos sin la más mínima pizca de miedo, en perfecta unión como dos piezas de un puzzle y sentí mi presión sanguínea elevarse a gran velocidad por la necesidad de besarla.

Una pequeña brisa chocaba con nuestros rostros y se respiraba tranquilidad cuando la torre Eiffel se iluminó de nuevo con un rojo intenso a la vez que una luz tenue en la plataforma.

Bañada por la claridad de la luz observé su reacción. La decoración de un etéreo estilo muy elegante invitaba a soñar y apretó mi mano de una forma que me dolió el pecho. Desvelaba las emociones que su corazón albergaba.

—¡Oh Dios! ¡Qué bonito! —Asombrada miraba la decoración de luces y velas. La combinación de ambas creaba un efecto mágico.

—¿Te gusta? —mi voz sonó grave y áspera y sus ojos se dirigieron a mí.

Tomó una respiración profunda y asintió con la cabeza. Su mirada era suave y generosa. Acarició mi rostro con un movimiento delicado, sublime y sonreí. No existía mejor sensación que la que despertaba su tacto en mi piel.

      —¿Desde cuándo tenías planeado todo esto? —preguntó en un suave susurro e inhalé lentamente.

—La organizadora de eventos ha creado este escenario perfecto para la boda en unas horas.

Mis pupilas miraron cada centímetro de su rostro y algo se retorció dentro de mí cuando sus ojos brillaron.

—Perdona mis dudas —musitó Chloe con su acariciante y personal voz y mis músculos se anudaron con tensión.

En silencio la atraje hacia mí. Era tan hermosa. Todos mis instintos tenían ganas de gritarle al mundo entero que era mía y con mi boca casi sobre la suya quise ahogar mi lengua en su sabor.

—¡Mon dieu, tu es belle comme! Eres el sueño de cualquier hombre —susurré con nuestras bocas a un suspiro de distancia—. Hermosa desde los pies hasta el alma... tu es splendide, ce soir, ma chère.

Su otra mano se deslizó por la parte trasera de mi cuello y el calor recorrió todo mi cuerpo. 

—Gracias por el velo, y por el ramo de novia. Las orquídeas son maravillosas.

Percibía el aroma delicado de su perfume y miré su preciosa boca. Cada molécula de mi cuerpo me gritaba que la besara.

—No más maravillosas que tú.

Con sus labios tan cerca de los míos, no me pude resistir más. Hambriento tracé con el pulgar la línea de su cintura y cerré ese suspiro de espacio entre nosotros.

Rocé sus labios por un lapso de tres segundos. Ambos sabíamos que ese era el tiempo necesario para que la pasión comenzara a arder más de la cuenta, y sin importarme que seis pares de ojos nos observaran en silencio, la besé con firmeza.

Nuestras bocas se abrieron en sincronía y la sangre hirvió en mis venas. Su cálida y húmeda lengua necesaria para mí como el agua, se enredó con la mía saboreándome, y mi testosterona se disparó por las nubes. Automáticamente quise sus manos por todo mi cuerpo.

Su sabor, su humedad, su calor, la manera en la que deslizaba su lengua con la mía. No era suficiente. Quería más, y destrocé mi cerebro con imágenes de nosotros dos follando como locos. Quería hundir cada parte de mí en ella. Chloe era como una febril locura que me hacía navegar sin control por su estrecha cintura que recorría con manos ansiosas.

Luchando dentro de mí, detuve el beso y tomé una respiración profunda.

«Contrólate» me dije a mi mismo, pero su aliento que me abrasaba y sus ojos rebosando calor y satisfacción dificultaban la tarea. El beso había sido eléctrico, enviando una oleada de hormigueo por todo mi cuerpo, llenando cada preocupación que había tenido.

 

Duro y palpitante, consciente de que su intimidad a partir de esta noche sería más marcada y perseguida, enterré mi nariz en su pelo y bloqueé mis brazos a su alrededor. Presionó su cara contra mi pecho y mi instinto de protección se disparó. Chloe era mía. Me sentía como su dueño, y nada ni nadie me apartarían de ella. Ni siquiera el mismísimo Diablo salido del infierno.

Amaba cada una de sus grietas, amaba su inteligencia, su sensualidad. Adoraba que fuera arriesgada a pesar de sus miedos, y no pensaba permitir que nadie le hiciera daño, ni aturdiera, ni ahogara sus sueños. La volvería intocable para todo y todos.

Me volví para mirar a Anne, que se paseaba impaciente. Observaba como las amigas de Chloe tomaban asiento, y entonces me vio entre la suave e íntima semi oscuridad de las luces.

Agarré la delicada mano de Chloe y me dispuse a acercarme. Cuando mis ojos regresaron a su rostro me estrellé inconscientemente con su sonrisa, con esa manera de mirarme con aquellos grandes y hermosos ojos que me parecían tan misteriosos.

—Gaël, vamos a dar inicio a la ceremonia o la alcaldesa de París tomará represalias contra nosotros por sueño. ¡Es tardísimo! —susurró con una sonrisa jodidamente adorable y tiró de mi mano para caminar— Mañana se van a acordar los seis de ti y de mí. No serán capaces de abrir los ojos cuando les suene el despertador. Tendrán que inyectarse café en vena igual que nosotros.

Mis pensamientos se dispersaron y sintiéndome caliente y hambriento me paré en seco. Liberando mi mano la atraje con suavidad a mi cuerpo y deslicé la punta de mis dedos hacia abajo por el costado.

—Ciel, a ti no te hará falta café porque despertarás conmigo entre tus piernas —Musité sobre su boca y dejó escapar una risita entre dientes.

—Llegarás tarde otra vez a la jornada matutina de desfiles. Señor Barthe, va usted a tirar por la borda años y años de buena reputación.

Sus ojos brillaron sobre mí y sentí la tensión sexual que se alzaba en su cuerpo como la niebla en una noche húmeda.

—No pienso renunciar a mi energético desayuno —dije incapaz de contener mi sonrisa consciente de la fijeza de la mirada de los demás sobre nosotros.

El viento sopló en ese instante meciendo sus largos cabellos y mis ojos se bloquearon en los de ella. ¡Dieu! Era tan hermosa y perfecta, que me dolían los pulmones. Estaba tan jodidamente loco por ella que me estorbaba hasta la piel.

—¿Preparada para ser la señora de Gaël Barthe? —pregunté satisfecho, y una amplia sonrisa apareció en su rostro.

—Preparadísima, pero estoy más nerviosa que Gollum en una joyería —Bromeó y solté una carcajada.

     Adoraba su sentido del humor, su risa espontánea, abierta. Parecía proceder directamente de sus ojos. Relucientes como los de una niña traviesa. Besé con suavidad sus labios y la risa fue dando paso poco a poco a la seriedad, a la emoción. Ella iba a convertirse en mi esposa y estaba tan malditamente listo, que era extraño y mágico a la vez, pensar como había cambiado mi vida radicalmente en unos días.

Chloe era mi prioridad, el pensamiento más importante y absoluto de mi mente, la razón por la que sonreía más de la cuenta. Entrelacé su pequeña mano con la mía. Sus dedos rozaron con cariño los míos y nos quedamos así unos segundos, sosteniendo nuestras miradas.

—¿Lista? —pregunté y la casualidad más bonita de mi vida asintió temblando de emoción.

A orillas del Sena con unas vistas panorámicas inigualables de la ciudad de París bajo nuestros pies, Anne dio inicio a la boda siendo la perfecta maestra de ceremonias en una boda íntima y elegante.

Sincera, emotiva, imaginativa, honesta, romántica y con la dosis justa de sentido del humor habló del compromiso, la tradición, la amistad, la igualdad, el honor a la familia, la lealtad. Se aseguró que la ceremonia discurriera con fluidez, tranquilizando a Chloe, permitiéndole olvidarse de las preocupaciones. Creó el ambiente idóneo durante el intercambio de anillos.

—Hemos llegado al momento clave de la ceremonia en el que vosotros debéis tomar la palabra para confirmar lo que sentís el uno por el otro en el intercambio de anillos y votos matrimoniales —Interrumpió el discurso y le hizo una señal a Zoe, que se acercó con las importantes piezas de joyería dentro de una cajita de madera—. Sé que no habéis tenido tiempo para escribir los votos matrimoniales, pero ¿os atrevéis a improvisar? Podéis temblar, ser brillantes, sinceros, poéticos, prosaicos, cómicos. Lo importante es respirar hondo y regalar un minuto de vuestros más profundos sentimientos —dijo Anne y tomé el delicado y hermoso rostro de Chloe con mis manos.

Me sonrió y fue inevitable no sonreír. ¿Cómo resistirme a su sonrisa? ¿A la felicidad que desprendía su mirada? ¿Cómo ignorar el paraíso que se me presentaba cada vez que miraba su rostro? Tanto yo como mi piel éramos conscientes de esa extrema y brillante conexión entre nosotros.

—Las damas primero —susurré recorriendo su mejilla con la yema de los dedos y sus ojos se entrecerraron.

—Muy amable de tu parte. Que considerado... eres todo un caballero —dijo sin perder la sonrisa que iluminaba su rostro y se oyeron varias risitas ahogadas.

—Contigo siempre.

La miraba fijamente, embebiéndome de su belleza mientras cogía el anillo correspondiente y entonces cerró los ojos respirando profundo, y cuando los volvió a abrir, su corazón se hallaba en su mirada.

     —Allá voy —murmuró y sus manos temblaron entre mis dedos—. Voy a desenfundar mi corazón y a entregártelo en carne viva, sin preámbulos, ni prejuicios, sin objeciones... Solo amarte con valentía mientras la vida me regale una mañana y una noche para vivirla contigo, porque elijo el camino más difícil. Elijo quererte y todas las consecuencias que conlleve, elijo que seas la persona que llenes mis días de sonrisas, elijo que seas mi locura y cordura, elijo no poner límites, elijo jugármela por ti, elijo ser valiente por ti... porque por ti merece la pena que me arriesgue.

Me miraba con determinación, y su calidez, el sonido de su voz pronunciando esas palabras mientras deslizaba el anillo en mi dedo anular, atrapó mi alma, sosteniéndola con fuerza.

—Te amo, Gaël. Con este anillo prometo amarte, respetarte, y serte fiel... y también llenaré tu vida con una pizca de alboroto —Agarró mi mandíbula y sus labios se curvaron en una sensual sonrisa que cambió el ritmo de mis latidos —Esto último no te quepa la menor duda que lo haré.

Arrastró sus dedos por mi mandíbula para continuar por el arco de mi cuello y tiré de ella contra mi deseando sentirla, vivirla, disfrutarla... besarla.

Incliné mi cabeza y atrapé su boca saltándome a la torera la regla de besar a la novia en el cierre de la ceremonia. Sus dulces labios se ajustaron a los míos de forma pasional y mi adrenalina comenzó a crecer.

—¡Gaël! Se supone que antes de besar a la novia debes pronunciar tus votos —murmuró Anne en tono de queja, pero me dio exactamente igual.

A la mierda las normas y las reglas, el sabor de Chloe era embriagador, como la esencia fresca de medianoche. Enredé mi lengua contra la suya y rugí de apetito al oír como dejaba escapar de sus labios húmedos un suave y casi imperceptible gemido.

Escuchar ese sonido desencadenó la liberación de adrenalina. Liberación pura de endorfinas que me dificultaba besarla dócilmente delante de todos.

—Gaël... —volvió a quejarse Anne y me tomé un segundo en despegar mi boca de sus labios y abrir los párpados.

No pude evitar sonreír abiertamente al encontrarme con la deslumbrante mirada de Chloe. El destello de luz en sus ojos era pura travesura. Deslicé mis dedos por su cabello y se me escapó una risilla en el momento que descubrí seis miradas risueñas posadas sobre nosotros.

—Disculpadme, con esta mujer soy incorregible —Intenté imprimir seriedad, pero el intento fue en vano al ver en el rostro de mi mejor amiga Marie una cómica expresión de incredulidad.

Entonces decidí hacer una cosa. Quise ser honesto y sincero conmigo mismo. Sabía que no calzaba con el prospecto de novio ideal y tras coger el anillo de la cajita moví mi cuerpo y coloqué a Chloe frente a mis ojos. Dándole la espalda a los demás. Con la espectacular ciudad de la luz como telón de fondo.

Llamadme egoísta, pero la quería sólo para mí en este instante. Quería a mi mujer sólo para mí.

     Mis dedos acariciaron su barbilla hasta su cuello y me traspasó con una mirada clara que me dejó sin aliento, construyendo un calor que se propagaba desde mi corazón hacia fuera por mis venas.

—Chloe...

Tomé sus manos y dejé fluir sin interrupciones ni impedimentos todos mis pensamientos.

—Vivimos en una época donde no hay dragones que matar ni tierras que conquistar, pero creo que la valentía es el bien más grande que puede tener un ser humano, y tú chéri, eres valiente, arriesgada, creas y persigues tu destino. No tienes idea de cuánto te admiro. Aquí y ahora, me comprometo a protegerte, cuidarte, ser el héroe que te rescatará de las pesadillas, de la desilusión, la oscuridad. Mon petite ange à moi... debes saber que yo mataré monstruos por ti... je tuerais pour toi —Sus ojos brillaron con lágrimas sin derramar y tras respirar hondo apoyé mi frente con la suya cobrando el momento una connotación mucho más íntima —. Eres mi pedazo de cielo. Un regalo que habita en mi alma. A mis ojos perfecta, sin defectos e imperfecciones, pura y sencilla, única e irremplazable. Eres mi apuesta, mi elección. Con este anillo prometo amarte por siempre.

Acaricié su rostro como si fuera de porcelana y mirándonos fijamente, mirada con mirada entrelazada, coloqué el anillo de bodas en su dedo anular. Deslicé la joya con suavidad y luego la atraje hasta que nuestros labios se rozaron. Podía sentir su respiración... su emoción.

—Prometo respetarte, valorarte, comprenderte y apoyarte en todas tus metas, en todo lo que te propongas alcanzar. Prometo confiar en ti, sin dudas. Prometo serte completamente fiel. Prometo hacerte la mujer más feliz del mundo... Je t'aime mon petit ange —Una de sus manos se metió entre mi cabello y comenzó a besarme.

—¡Los dos sois incorregibles! Llegados a este punto y habiendo concluido la ceremonia, puedo declararos: ¡marido y mujer! No vale la pena que diga podéis besaros, porque lo habéis estado haciendo durante toda la noche —murmuró Anne y por una fracción de segundo separamos nuestros labios y sonreímos los dos a la vez.

Eché un vistazo a mi alrededor, y todos menos dos personas aplaudían con una sonrisa dibujada en sus labios. Una era mi mejor amiga Marie que lucía una expresión seria, se veía como si quisiese discutir conmigo y la otra persona era Philippe.

Lo busqué con la mirada mientras Chloe recibía la felicitación de sus amigas y vi que hablaba por teléfono con gesto preocupado junto a Robert. El tono moderado de su voz me alertó y miré a Robert que para no variar tenía una expresión facial inescrutable. Conversaba con Scott y percibí cierta tensión en el problemático guardaespaldas de Chloe. Deseé saber inmediatamente que sucedía. El lenguaje corporal de Robert me decía que algo no andaba bien.

—Ahora regreso —Apreté los labios contra la sien de Chloe y me miró confundida.

     —¿A dónde vas? ¿Va todo bien? —preguntó y rápidamente reajusté mi cara para evitar que se preocupara.

—Solo será un segundo.

Convertí mi rostro en una máscara inexpresiva y la incertidumbre se reflejó en sus ojos.

—Si sucediera algo me lo dirías ¿verdad?

El anhelo en su mirada me hizo robarle un beso. Sostuve sus ojos y mi propio cuerpo combatió por no poder actuar con más claridad. En menos de 24 horas tendría lugar el acontecimiento más importante de su vida y no quería que nada ni nadie perturbara su gran momento.

—Enhorabuena.

Zoe acompañada de Marie se plantó delante de nosotros y abrazó con efusividad a mi mujer.

—Gracias.

Sus ojos se enfocaron entonces en Marie que la miraba como si estuviera considerando también abrazarla, pero después de una pausa notable no lo hizo.

—Chloe yo creía que tú...

En su voz se asomó un hilo de tristeza y quise llamar su atención.

—Marie.

Merde, no estaba seguro de sus intenciones, no estaba seguro de cuanta información había recibido antes de venir. Tenía una expresión extraña, casi confundida. Todos sus encuentros con Chloe, habían resultado desastrosos y necesitaba apartarlas.

—Gaël, desde cuando... ella es... ¡Oh Dios! —La corté con un gesto seco y Chloe la contempló desconcertada —Aún no lo puedo creer. Sigo en shock. Se desatará el infierno cuando se entere Elisabeth. Tú con mi mejor amigo, precisamente tú, mi...

Puse una mano inhibidora en su hombro negando con la cabeza y Chloe frunció el ceño. Sus ojos moviéndose de un lado a otro entre Marie y yo.

—Acompáñame.

Me odiaba a mí mismo por tener que actuar de esta forma, pero era imprudente y arriesgado que continuara cerca de Chloe, debía llevármela.

Besé a Chloe antes de alejarme y percibí como su cuerpo estaba rígido debido a la extraña situación, la tensión emanaba de su ser en oleadas.

Me dirigí al otro extremo de la plataforma con una Marie silenciosa. No abrí mi boca hasta que no estuve lo suficientemente alejado, no quería iniciar una discusión y que Chloe pudiera escuchar.

—¿Qué pretendías? —Exclamé entre dientes y miré desde la distancia a Chloe con inquietud.

     —Nada, solo quise ser amable, pero por la forma que has reaccionado está claro que malinterpretaste mis palabras.

Para mí alivio Chloe hablaba con Zoe y sus amigas, y parecía más relajada.

—No debí invitarte —dije enfadado, pero me arrepentí al instante de mi comentario cuando vi cómo se le nublaba la vista a Marie.

—No me digas eso. Me hieres. Sé que no soy la persona que era, pero sigo siendo tu mejor amiga y ahora más que eso —dijo con voz temblorosa.

No pretendía lastimarla, pero Chloe era mi prioridad.

—Mi mundo se desmorona, y no puedo compartir con nadie lo que me sucede —Continuó hablando y su rostro de modelo habitualmente perfecto cobró el color de la ceniza —. Gaël, he averiguado algo que me está carcomiendo por dentro.

Marie me miraba ansiosa a punto de echarse a llorar.

—¿De qué se trata?

Miró por encima de mi hombro y me giré a tiempo de ver a Philippe que se aproximaba hacia nosotros acompañado de Zoe, con aspecto sereno como siempre.

Las luces de la Torre, incluida la iluminación de la ceremonia, se apagaron de repente y todo quedó a oscuras. Me giré inquieto, la noche no permitía ver nada con claridad, y escaneé la plataforma hasta que mis ojos se cernieron sobre alguien que se acercaba a nosotros corriendo.

—Sr. Barthe debemos abandonar la torre.

Robert se detuvo frente a mí con el rostro muy tenso y eso me alarmó.

—¿Qué ocurre? —pregunté de forma inmediata y me llevó un segundo darme cuenta que llevaba un arma en la mano.

—Debemos marcharnos inmediatamente. Los vigilantes de la torre me han informado que han visto un par de individuos subir por las escaleras del pilar este. Las cámaras infrarrojas han detectado que van armados. La policía viene en camino.

Mis ojos volaron a través de las vigas de hierro hacia donde se suponía que debía estar Chloe, pero no había ni rastro de mi mujer.

—¿Dónde demonios está mi mujer? —Rugí y tomé en mi puño la solapa de su chaqueta.

—Scott está bajando en estos momentos por el ascensor privado del restaurante Julie Verne con su esposa —dijo calmado, pero con sus facciones endurecidas por la tensión.

—¿Y Anne? ¿Y las amigas de Chloe? —preguntó Philippe alterado.

—Scott cree que en la base habrá más hombres armados y ha trazado un plan con la señora Barthe —Me miró muy serio y mis instintos entraron en acción.

—¿Qué plan?

Le solté luchando conmigo mismo mientras comenzaba a correr como alma que lleva el diablo. Tratando de borrar las imágenes en mi cabeza de Chloe siendo herida, secuestrada, o algo mucho peor.

—Sr. Barthe, confíe en mí.

Robert y Philippe junto a Zoe y Marie me alcanzaron en el restaurante donde un miembro de seguridad de la torre se unió a nosotros.

—Contamos con la ayuda del equipo de seguridad de la alcaldesa que se encuentran en la base y Fabrice Péchenard también viene hacia aquí. Lo tengo todo controlado.

La espera del ascensor me estaba matando y en cuanto escuché a Robert decir que lo tenía todo controlado me giré a punto de golpearle.

—¡Y una mierda! —Exploté, temblando de rabia —Se suponía que debía estar vigilado cada puto pilar de la torre y han accedido por las escaleras dos hombres armados. Mi mujer está en peligro. Hay un maldito hijo de puta que va tras ella y que quiere hacerle daño. ¡Cómo diablos puedes decir que lo tienes todo controlado! —Grité enfurecido y Philippe colocó una mano en mi hombro.

—Cálmate Gaël, no le sucederá nada a Chloe.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor y entré en él completamente loco por la falta de información.

Pasé mis manos por la cara, por la parte de atrás de mi cuello, todas mis extremidades temblaban. Mi pecho se sentía como un nudo. Si alguno de esos malnacidos le ponía una sola mano encima a mi mujer, los mataría con mis propias manos, sin importarme que eso me llevara a la cárcel.

—Sr. Barthe, tranquilícese. Usted sabe tan bien como yo que está protegiendo a su esposa ni más ni menos que el hombre más peligroso de Europa —dijo Robert y sin mudar mi severa expresión me incliné hacia adelante.

—De él es de quien menos me fío —Le hablé en voz baja y Philippe me miró perplejo.

—¿El guardaespaldas de Chloe es un asesino? —preguntó y Marie y Zoe palidecieron.

Se produjo un largo silencio. Intentaba llevar aire a mis pulmones mientras no dejaba de pensar en Chloe. Quería que el maldito ascensor fuera más rápido. El descenso se me estaba haciendo eterno. La atmósfera fue cargándose hasta tensarse como una cuerda de arpa.

Pasó uno, dos, tres, cuatro minutos, hasta que perdí la cuenta y entonces el ascensor se detuvo.

—Permanezcan aquí en el ascensor, junto al vigilante de seguridad hasta que les ordene que pueden salir —dijo Robert comprobando que el cargador del arma estuviera bien inserto.

     Echó un vistazo asomando solo la cabeza. El lugar permanecía oscuro y en silencio, y armado con su pistola, se alejó con rapidez para comprobar el perímetro. Entonces miré al vigilante y me acerqué a él.

—Deme el arma —Gruñí con gesto amenazante, y el vigilante de seguridad se volvió para mirarme.

—Escuche señor, estamos ante una situación muy complicada, no empeore más las cosas —murmuró con la voz tensa por el miedo y me acerqué más a él.

Partirle la cara era el pensamiento más suave para describir lo que quería hacerle si no me entregaba el arma.

—Deme la pistola —dije entre dientes y me hizo un gesto de desacuerdo con la cabeza—. ¡Es mi mujer la que está en peligro! ¡No pienso quedarme en este maldito ascensor a esperar a que la maten! Así que deme... la puta... ¡pistola!

Le arrebaté el arma con furia y Philippe me sujetó por el brazo.

—Gaël ¿qué piensas hacer?

El rostro de Philippe se ensombreció.

—No cometas ninguna estupidez. Estás en posesión de un arma, te pondrás en una situación de gran peligro. Por favor, devuélvesela —dijo mi amiga Marie con cara de preocupación y miré a Robert que se parapetaba detrás de una pared cerca de la entrada.

Se escuchó el ruido de unos disparos en el exterior y mi pulgar tembló sobre el gatillo.

«Chloe».

Mi corazón comenzó a latir con fuerza cargado de adrenalina. Sentía la imperiosa necesidad de encontrar a Chloe, de saber que no le había sucedido nada. Empujé al vigilante y salí del ascensor con los brazos tensos con el arma apuntando hacia el frente. Di varios pasos dirección a la salida y una segunda oleada de disparos se escuchó en el exterior.

—¡Gaël regresa! —Gritó Marie desde el interior del ascensor que se cerraba en ese instante y el móvil de Robert comenzó a sonar a continuación.

En el silencio repentino que siguió al intenso ruido, se escuchó un hombre que gritaba solicitando refuerzos. Miré a Robert y me señaló la entrada. Al pie de las escaleras del restaurante vi proyectarse a la derecha, los pies de alguien tendido en el suelo.

«¡Putain merde!»

—¡Socorro! —El inesperado grito de Chloe me dejó helado — ¡Scott! ¡Hay otro hombre armado detrás de ti! —Gritaba de pánico y en aquel momento dejó de importarme mi seguridad. Eché a correr sin hacer caso a las frenéticas indicaciones gestuales de Robert.

—¡Sr. Barthe, maldita sea! No haga ninguna tontería —Me interceptó antes de llegar a la puerta arrastrándome hacia una pared para ponernos a cubierto —¿No se da cuenta que le matarán nada más ponga un pie en la calle si sale corriendo tras su mujer? Seguramente es lo que están esperando que haga. Sea razonable —murmuró en mi oído y le empujé con tanta fuerza que casi cayó al suelo.

—No pienso actuar como un puto cobarde —Me agaché y de cuclillas observé a través de la puerta para decidir cuándo iba a asomarme.

Apenas eché el primer vistazo abrí los ojos atónitos, completamente aturdido. No veía a Chloe por ninguna parte y la escena era dantesca. Dos cuerpos tendidos en el suelo, y otro hombre oculto tras un pasamontaña intentaba alcanzar su arma. Scott caminó con calma hacia él y le pegó un par de tiros en la cabeza a sangre fría.

Nervioso giré el pomo de la puerta y salí preparado para atacar, defender y sobrevivir. Bajé los ocho escalones casi de un salto y Robert me siguió ansioso. Emprendí una rápida carrera en silencio hacia donde estaban aparcados los coches tratando de distinguir cualquier sonido, y vi como Scott atrapaba a otro individuo junto a las jardineras del restaurante.

—¿на кого ты работаешь? —Gritó en ruso —¿Para quién trabajas? — Insistió y me desesperé al no ver a Chloe junto a él sana y salva.

—Я не буду говорить —Contestó el individuo oculto tras un pasamontañas y Scott presionó el cañón contra su cabeza con los dientes afilados.

—Habla ahora mismo o te mataré —Rugió Scott y me hizo un gesto salvaje para que siguiera la dirección de su mirada.

Vislumbré un destello metálico a la tenue luz de las farolas detrás de un automóvil negro y supe que Robert había acertado. Le empujé al suelo una décima de segundo antes de que una ráfaga de balas atronadoras pasara por encima de nuestras cabezas. Con rabia empuñé el arma con las dos manos y comencé a pegar tiros, lo mismo que Robert. Necesitábamos la protección de un muro, o coche, o los disparos no tardarían en alcanzarnos.

—Id a cubriros detrás de un coche, inmediatamente —dijo Scott con voz grave, con calma, o con una tensión absolutamente contenida.

Disparaba en dirección al origen del estruendo poniéndose de parapeto a modo de escudo el ruso al que se le doblaron las piernas con un hilo de sangre brotándole del pecho. Lo soltó como si de un guiñapo se tratase.

Obedecí a Scott y comencé a gatear para cubrirme detrás de un coche. Robert me siguió y los disparos barrieron el espacio que ocupábamos décimas de segundos antes.

—¿Dónde demonios está la policía? ¿No decías que venían hacia aquí? —murmuré de cuclillas pegado al coche, con la pistola en alto.

Nos protegíamos de los disparos que mordían el filo del parachoques delantero del automóvil y por un momento en mi cabeza sobrevoló la fatalidad. La palabra secuestró reverberó en mi mente y ese pensamiento me hizo temblar. Me asusté. No podía ser, Chloe no podía haber sido secuestrada, no por favor. ¡No! Mi cuerpo se erizó sintiendo un escalofrío aterrador... mis venas se helaron. El vértigo se apoderó de todo mi ser.

 

—¡Putain merde! —Grité de impotencia golpeando la carrocería del coche.

La necesidad extrema me dominó de tal forma que me oprimió el pecho cortándome la respiración. Mi piel la llamaba a gritos. Mis ojos imploraban hundirse en su iris. Desesperado por querer rozar sus suaves y cálidos labios. Deseaba abrazarla hasta estremecer su corazón. Deseaba ver de nuevo su sonrisa mágica y hermosa, sin embargo, los minutos transcurrían y todo se volvía más inseguro, más siniestro y sombrío.

De pronto los disparos cesaron, y confuso decidí esperar unos segundos para asomarme. Con las piernas y los brazos entumecidos debido a la tensión miré hacia los lados, y entonces vi aparecer en escena a un agente de policía con un walkie-talkie. Transmitía un mensaje y nos ordenó por señas que permaneciéramos ocultos en el lugar. Inmediatamente después aparecieron otros dos policías armados que comenzaron una persecución a pie para atrapar a uno de los hombres que quería escapar en un automóvil. 

Pasados unos minutos la impaciencia no me permitía permanecer por más tiempo quieto tras el coche, y arriesgándome a recibir un balazo me incorporé con un nudo enorme alrededor de mi pecho. Mis fatigados ojos exhaustos no se cansaban de buscar a Chloe intentando hallarla sin éxito, y mi ira se encendió cuando localicé a Scott. Discutía con uno de los agentes de policía junto a un hombre armado que yacía en el suelo como una mancha.

Mi corazón golpeaba con fuerza, y luché por mantener la cordura mientras me aproximaba con furiosas zancadas hacia el culpable de su desaparición. Podía oír a mi alrededor todo el ruido de las sirenas de policía, y ambulancias, pero no escuchaba. Nada de eso lograba captar mi atención. En mi mente sólo tenía cabida Chloe. Su imagen se deslizaba a través de mi subconsciente, donde cada pequeño detalle afilaba mi mente, y en el instante que Scott advirtió mi presencia fue demasiado tarde para él.

Profiriendo un rugido de pura rabia, levanté el puño y descargué un golpe en su cara que estuvo a punto de tumbarle. Sacudió su cabeza con la mandíbula hecha añicos y vi la furia incrementándose en su mirada cuando acerqué mi rostro apenas a unos centímetros del suyo.

—¿Dónde está mi mujer? —pregunté en voz baja pero letal y entrecerró sus ojos en un reto mientras se masajeaba la barbilla sereno, inescrutable — Se suponía que debías protegerla. ¿Por qué demonios la expusiste al peligro?

Lo agarré de la chaqueta de cuero con fuerza y se le escapó una mueca de dolor.

—Chloe decidió arriesgar su vida para proteger la del resto ante el peligro de una emboscada. Le ordené que se quedara en el baño del restaurante con los demás porque sospechaba de las intenciones de los hombres armados y no quería que la atraparan, pero como es una cabezota no me hizo caso. Tenía miedo de que le sucediera algo por su culpa a Nayade estando como está embarazada.

Su cara denotaba preocupación. Entonces me di cuenta que mis dedos estaban manchados de sangre y le solté inmediatamente.

—¡Scott estás herido! —dijo Robert y clavé mis ojos en su costado, donde la sangre calaba su camiseta.

—Son gajes del oficio —murmuró Scott con una calma digna del más templado de los hombres y se levantó la camiseta dejando al descubierto la sangrante herida —Un par de puntos y listo —Se tocó con suavidad los bordes de la herida y le miré con intensa ansiedad.

Sangraba abundantemente, sin embargo, comenzó a caminar como si nada le sucediera. La herida exigía cura, pero no parecía angustiado en absoluto. Sacó un móvil del bolsillo trasero de su pantalón vaquero y tecleó en la pantalla con rapidez.

—Dile a Nathan que ya pueden salir del baño —Ordenó lanzándole el móvil a Robert y aferré con mi mano derecha su hombro.

—¿A dónde crees que vas? —dije con la mandíbula apretada y enarcó una ceja —¡¿Dónde está Chloe, maldita sea?!

—¿Ves esto? —Abrió el puño y me mostró las llaves de un coche.

Apretó el botón del mando a distancia y el destello de unos faros atrajo mi atención. A escasos metros de donde nos encontrábamos, la puerta trasera de un coche negro se abrió y mi corazón frenó de golpe para seguidamente, comenzar a latir descabelladamente, atemorizado por creer estar soñando.

Unos Louboutin rojos pisaron con fuerza el asfalto y la anticipación disparó mi adrenalina. Mi cuerpo se tensó por la necesidad y el ansia recorrió mis venas cuando Chloe salió del coche como un pájaro cautivo.

Mis ojos se enfocaron minuciosamente en su hermosa silueta, en su rostro, y experimenté una sensación de quedarme sin aire. Mis piernas quedaron inmóviles por un lapso de segundos. Verla frente a mí, a pocos metros de distancia era indescriptible. Todo el sufrimiento, la impotencia, y la frustración se esfumaron al mirar sus preciosos ojos de color miel.

La amaba con cada fibra muscular existente, con cada contracción de mi corazón, con cada vena y arteria de mi cuerpo. Ansiaba tocarla, percibía su miedo, y pálida, con un brillo de lágrimas en sus ojos marrones, corrió hacia mí. El impacto de sentir de nuevo nuestros cuerpos unidos, fusionados, agitó todo mi interior como una catástrofe natural. Temblaba en mis brazos, y la atraje contra mi pecho, atrayéndola tan cerca como podía, intentando desvanecer su miedo.

Odiaba este maldito instante en el que la sentía tan vulnerable.

—Shhh, tranquila... —Me sumergí en su mirada y quise recorrer su cuerpo con la yema de mis dedos de manera voraz y delicada hasta que desapareciera el sufrimiento de sus ojos.

—Esos hombres querían secuestrarme —dijo con nerviosismo y me abrazó muy fuerte.

—Ciel, ya estás a salvo.

Sepultó su cara en la seda suave de mi camisa y respiré hondo el perfume de sus cabellos.

     Mi cerebro intentaba catalogar demasiado a la vez. Si Chloe había sufrido algún daño, quiénes eran los secuestradores, qué maldito cabrón los enviaba, cómo sabían que estábamos ahí, y la pregunta del millón ¿Por qué?

Miré a una persona tras otra con ojos paranoicos, manteniéndolos en policías, en técnicos en emergencias sanitarias, médicos, los guardaespaldas de Anne, vigilantes de seguridad de la torre. Todos eran para mí sospechosos de soplar información y sentí un deseo intenso de protección.

—Ha sido horrible. Salieron hombres por todas partes. Dos de ellos lograron atraparme y me metieron en uno de sus coches pero, gracias a Dios, Scott se deshizo de ellos antes de que consiguieran huir conmigo.

Inspiró una profunda y temblorosa bocanada de aire y deslicé mis dedos por sus brazos para calmarla.

—Scott me salvó en el último momento. Le arrebató las llaves a unos de los secuestradores y me encerró en ese mismo coche para protegerme.

Levantó la mirada y mis ojos viajaron sobre sus bellos rasgos y la curva perfecta de sus labios.

—No debiste salir de la Torre. Tendrías que haberte quedado con los demás. Por poco me vuelvo loco y pierdo la razón cuando no te he visto por ninguna parte.

Mi voz descendió hasta ser un susurro y me miró, tragando saliva duramente.

—Tenía que hacerlo. Esos asesinos habrían entrado y matado a Nayade, a Dangelys, a todo el mundo con tal de llevarme con ellos —Su voz tembló por el sufrimiento y le besé el tembloroso labio, para detener y arrebatar su dolor—. ¿Por qué querían secuestrarme? —preguntó aturdida y acaricié su sedoso pelo contemplándola con la comprensión y la verdad pura y simple de cuánto la amaba.

—Francamente no lo sé, pero no quiero que tengas miedo. Eres mi mujer, eres mía, jamás permitiré que te hagan daño.

Cogí su cara entre mis manos y besé su frente, besé sus párpados cerrados y me detuve cerca de su boca.

—Tu ne sais pas comme je t'aime... —Declaré con voz grave y me miró con sus ojos oscuros y brillantes.

—Gaël, uno de los hombres que me atrapó, no dejaba de repetir unas palabras en ruso... Мы богаты и свободны, Жюли. Resultaba inquietante.

Su voz se quebró y tomé su boca con fuerza, con dientes y labios casi de manera feroz. Un enredo de lenguas, calor y suavidad.

Sabía perfectamente que significaban esas palabras y el sentimiento de posesividad emergió incontenible de lo más profundo de mi ser.

—¿Sabes qué significa?

Una mirada astuta cubrió su hermoso rostro y no contesté.

     Mis manos se enterraron en su pelo, y con un profundo deseo de posesión mordí su labio inferior. Luego pasé la lengua con movimientos rápidos que dejaron su labio sensible y le di otro mordisco provocador gruñendo las palabras, «tú eres sólo mía».

Mi boca reclamó la suya, feroz y posesiva. Hundí la lengua en su interior y lamí cada rincón de su dulce boca, imprimiendo más fuerza, besándola con rudeza. Ahogué mi lengua en su sabor con la necesidad de tocarla, olerla, saborearla, hacerla mía. Sus dedos apretaron con fuerza mi camisa mientras devoraba sus labios con deslizamientos adictivos, y mi cuerpo se tensó con la prisa del deseo.

—Necesito estar dentro de ti, J'ai besoin d'être en toi.

Mi lengua trazó una delicada caricia sobre su labio inferior, de forma indecente y con el pulgar acaricié con suavidad las líneas de su cuello.

—Gaël...

Sentí su aliento caliente y acelerado sobre mis labios y con un hambre que iba más allá de la inanición le di otro beso incivilizado. Había estado a punto de perderla y la única manera de apaciguarme era haciéndola mía.

—Bonne nuit, Sr. Barthe. Veo que no pierde nunca su tiempo, siempre tan bien acompañado de bellas mujeres. Siento interrumpir el intercambio de confidencias y arrumacos.

La voz de Fabrice Péchenard se escuchó por encima de mi hombro y quise mandarlo a la mierda por imbécil e incompetente.

—Bonne nuit, inspector Péchenard. ¡Por fin aparece! —Estreché su mano dedicándole un gesto seco y clavó sus ojos en Chloe, resbalando su mirada sobre su cuerpo. 

—Usted debe ser Chloe Desire. Es un placer conocerla al fin en persona, señorita Desire. Soy el inspector Fabrice Péchenard —dijo presentándose en tono adulador y un súbito brote sanguinario germinó dentro de mí. 

—¿Se sabe algo de la identidad de los secuestradores? —Intervine, y Péchenard se tensó al leer en mi mirada que iba a romperle todos los putos huesos sino dejaba de comerse con los ojos a mi mujer.

—Sí, y no le va a gustar lo que he descubierto.

Me observaba tranquilo, pero percibía su nerviosismo rebosando bajo la superficie.

—Conseguimos una de las letras de la matrícula del automóvil que intentó atropellarle esta mañana. Durante la última semana se detectaron varias denuncias por robo de coches con esas características en dos ciudades cerca de Paris, y cabe la posibilidad de que uno de los coches utilizados esta noche en el intento de secuestro de la señorita Desire sea el mismo Mercedes de esta mañana. Concretamente ése de ahí —Señaló el coche donde Scott había encerrado a Chloe para protegerla y me alarmé ante el rumbo que tomaba la situación.

—¿Está seguro inspector?

     Chloe reaccionó agarrándose con más fuerza a mi camisa, aplastando la seda y la apreté contra mí.

—Podemos estar errados, pero la hipótesis de que sea el mismo vehículo cobra fuerza. Si se fija bien, Señor Barthe, verá que el Mercedes tiene el parachoques delantero dañado. He ordenado que se proceda a la toma de huellas y muestras correspondientes tanto en el exterior como en el interior. Esperamos tener los resultados del laboratorio pronto. También he exigido revisar los videos de las cámaras de vigilancia instaladas en la base de la torre. Los examinaremos en la oficina para poder cotejar las fisonomías de los secuestradores y comprobar si están en los ficheros de la Interpol, aunque todo apunta a que son integrantes de la mafia rusa.

El golpe fue tan inesperado que mi corazón recibió el puñetazo de forma brutal. Mi cerebro comenzó a correr a mil por hora, consciente de que la mafia rusa actuaba sin compasión.

—La mafia rusa... —susurró Chloe sin aliento y miré su rostro.

Su tez lucía pálida como el papel y eso me preocupó.

—Si no tiene inconveniente me gustaría hacerle unas cuantas preguntas —Le dijo el inspector y Chloe asintió con la cabeza.

—Señorita Desire, ¿usted ha estado involucrada directa o indirectamente con narcotraficantes?

Parpadeó confusa y Péchenard le hizo un gesto a dos enfermeros que estaban a punto de introducir uno de los heridos en la ambulancia. Estos se detuvieron.

—En el mundo de la moda se habla mucho de una lista de modelos —Continuó hablando Péchenard—. Modelos conocidas como «las prepago», que tienen relaciones sexuales por altas sumas de dinero, y me gustaría que me resolviera una duda. ¿De dónde proviene el dinero con el que maneja sus negocios? Porque parece ser que alguien le ha inyectado una gran cantidad de capital durante este último año.

Los ojos de Chloe se ensancharon, y antes de que pudiera reaccionar se apartó de mi lado y se encaró con Péchenard.

—¿Está usted insinuando que ejerzo en secreto la profesión más antigua del mundo?

Sus ojos brillaron de rabia y los de Péchenard en cambio se fijaron serenamente en los míos.

—Me consta en un informe que usted figura en esa lista entre las que se incluyen presentadoras y actrices. Señor Barthe, dígame, ¿es cierto o no es cierto que ella figura en esa lista desde hace años?

Péchenard me lanzó con la mirada una flecha envenenada y la ira se disparó a través de mí.

—¿De qué lista está hablando? Yo no soy una prostituta.

Los ojos de Chloe se oscurecieron con dolor y se quedaron quietos, intensos, bien enfocados en mí durante un momento tenso.

—¿Tú sabías que yo estaba en esa lista de prostitutas de lujo?

De algún modo mi expresión de cautela le dio la respuesta y mis dedos se congelaron cuando se apartó de mi lado.

—Inspector Péchenard. ¿No ha barajado la posibilidad de que a cierta persona le interese que la gente crea que Chloe vive en un mundo de ostentación y opulencia, como el que viven las prostitutas de lujo? ¿Que piensen que está involucrada en el negocio de la prostitución para conseguir el éxito en su carrera en el mundo de la moda?

En los ojos de Péchenard vi su perspicacia y su inteligencia.

—¿Y con qué fin querría alguien hacer eso? ¿Qué clase de persona de su pasado estaría interesada en causarle un grave perjuicio?

Me miraba con mucho interés y la sed de venganza se disparó por mis venas.

—Señorita Desire, ¿sabe de alguna cosa que hiciera en su pasado que pudiera provocar que alguien quisiera dañarla?

Chloe apretó su preciosa boca y cruzó los brazos sobre su pecho a modo de escudo.

—Conozco a mucha gente. No siempre reina la armonía y amistad en el mundo de la moda. Las peleas, odios y escándalos son parte de las pasarelas.

Sonó como si estuviera esforzándose por mantener la calma y mis dedos se convirtieron en puños por la necesidad de llevar mis manos a su pelo y aplastarla contra mí.

La rabia por querer desvelar un par de nombres se condensó en mi garganta y durante un breve segundo estuve tentado a hacerlo. Si alguien quería que esas personas se pudrieran en el infierno ese era yo, pero me quedé callado. No quería arriesgar la seguridad de Chloe. No confiaba en el cabrón de Péchenard después de lo sucedido esta mañana.

—El informe que recibí del inspector Gálvez sobre su caótico pasado me tiene realmente intrigado, señorita Desire. Tengo la firme sospecha de que lo sucedido en su apartamento hace unos años guarda relación con lo ocurrido esta noche con su intento de secuestro, incluso con la famosa lista de prostitutas de lujo —murmuró dirigiéndose sólo a ella—. Mañana mismo me pondré a trabajar en su caso. Pienso abrir una nueva línea de investigación. Quiero desmenuzar cada pequeño motivo, descubrir si existe alguna elaborada mentira. Para mí todo tiene una razón y forma parte de una cadena de causas y consecuencias, y no puedo dejar escapar ningún eslabón. Sin connotaciones fatalistas ni amenazadoras, resumo en tres palabras lo que sospecho... «Pagar el precio» ¿Pero qué precio tiene usted que pagar? Eso es lo que me pregunto.

     Escuchaba con atención más preocupado de lo que estaría dispuesto a reconocer la teoría de Fabrice Péchenard.

Recorrí con la mirada el rostro de Chloe que había permanecido en silencio todo el tiempo y sentí que una invisible y helada corriente me atravesaba. En sus ojos destellaban el miedo y la inseguridad, y perdió todo el color de su cara de golpe cuando escuchó las voces de sus amigas de lejos.

—Gaël —Pronunció mi nombre con dolor y la perturbación de su mirada me desequilibró—. No quiero que sepan que han intentado secuestrarme. Nayade está embarazada. Se estará preguntando qué ha ocurrido y no quiero que se asuste.

Sus amigas miraban de un lado a otro impactadas, con el miedo en sus ojos. Acompañadas de un par de policías, junto a Marie, Zoe y Philippe.

—¡Robert! —Me giré y asintió antes de que dijera nada.

—Llévate inmediatamente a las amigas de Chloe, y que Thierry se ocupe también de Zoe, Marie, y Philippe. Es muy tarde, necesitan descansar. Si las amigas de Chloe preguntan aclárales que se encuentra bien, sin heridas.

Mi hombre de confianza me devolvió la mirada fija y seguidamente se marchó abriéndose paso a través de los policías.

—Señorita Desire, permítame decirle que su manera de actuar esta noche ha sido de extremísima racionalidad. La mafia rusa no se anda con rodeos. Esos hombres armados no hubieran dudado en disparar a sus amigas, a las hijas del señor Arnault, o incluso a la señora Boucher con tal de secuestrarla. Fue muy valiente —dijo Péchenard con una sonrisa estúpida en su rostro y Chloe se enderezó.

—Me importa una mierda que usted piense que fui valiente después de decirme en mi cara que soy una prostituta de lujo que me relaciono con narcotraficantes —Replicó en tono áspero y la sonrisa desapareció de la cara del inspector con la misma rapidez con que se borran las letras de una pizarra cuando se limpia con un borrador.

Nunca la había oído hablar así. Busqué indicios de miedo en su mirada y lo que encontré, en cambio fue furia. Quise rodear su cintura con mi brazo, y noté su resistencia en el instante que mis dedos se clavaron en su cintura. Se puso rígida y me empujó con suavidad para apartarse de mí.

«¡Merde! Estaba muy cabreada por ocultarle lo de la lista.»

Gruñí, estirando el brazo y no me dejó tocarla. El aire crepitaba entre nosotros. Chloe apretó los labios en una delgada línea. Era evidente que se moría por decirme algo. Sin embargo, no lo hizo. Me echó una última mirada y la dirigió a continuación hacia Péchenard que contemplaba a Chloe con aire pensativo.

—¿Tiene alguna pregunta más que hacerme, inspector? Quiero ir a ver como se encuentra mi guardaespaldas de la herida de bala que recibió —murmuró y respiré a través de la nariz, tratando de relajarme porque estaba a punto de explotar de ira.

     —Sí, tengo una última pregunta. Puede considerarse de mal gusto, pero tengo que hacerla. ¿Mantiene una aventura con su guardaespaldas? Porque no me explico que un hombre como Scott Zakhar, agente de las fuerzas especiales Spetsnaz del servicio de seguridad ruso, más concretamente oficial del grupo Alfa, una de las unidades especiales más respetadas en todo el mundo trabaje de simple guardaespaldas para usted.

Sus ojos de color miel se quedaron sin expresión y mis entrañas se retorcieron dolorosamente.

—Inspector, considero que su pregunta es trivial e irrelevante, pero de igual modo le contestaré, ya que le concita tanto interés. Scott es un hombre atractivo y peligroso, diría que sería concebible que tuviera una aventura con él.

Sus pupilas oscuras me desafiaron por un segundo y me volví jodidamente loco de celos.

—Chloe...

El tono autoritario de mi voz no menguó ni un ápice su mirada desafiante, cargada de furia.

Chloe sacudía con tanta fuerza mi interior, que su sola presencia tenía el poder de causarme adicción, obsesión, celos y el deseo profundo de follármela.

—Caballeros, bonne nuit —dijo entonces Chloe en tono calmado.

Mi hermosa y rebelde mujer levantó el mentón y de forma decidida se marchó exhibiendo una mirada salvaje. Cada músculo de mi cuerpo se contrajo cuando me rozó al pasar, y más hambriento que nunca la seguí con la mirada. Su enfado me encendía la sangre y luché contra la urgencia de ir tras ella. Estaba muy furiosa, y los movimientos sensuales de sus caderas al caminar sacaron mi instinto dominador y posesivo.

—¡Tremenda hembra! Sí, señor. No me extraña que obsesione por igual a hombres y a mujeres —Suspiró Péchenard mirándola con lascivia y mi estómago se endureció por la ira —Vous êtes enragée ! J'aime les femmes énergiques... mujeres con mucho carácter.

Las aletas de la nariz se me hincharon. En un arrebato ciego di un paso al frente determinado a partirle la cara al imbécil de Péchenard. Sin embargo, al ver por el rabillo del ojo acercarse a mi tía Anne junto a varios miembros de su seguridad personal me detuve.

Los celos me convertían en una bestia, esfumándose mi conciencia profesional casi maníaca, mi gran seriedad. Mi buena reputación, mi imagen honorable y elegante lograda en años. Todo saltaba por los aires, incluidas mis reglas más estrictas.

—¿Que hacían en la torre Eiffel a estas horas de la noche? —preguntó Pechenard ajeno a mi instinto asesino.

—Una reunión privada. Nada que a usted le incumba —Contesté de forma escueta y alzó las cejas.

     —¿En serio? ¿Una reunión privada a estas horas? —Agradecí mentalmente que Chloe por alguna razón desconocida se deshiciera del velo y el ramo de novia antes de salir de la torre Eiffel. Hubiera sido imposible ocultar que nos habíamos casado.

—Inspector Péchenard, deje de husmear donde no le llaman. Mi sobrino ya le ha dicho que era una reunión privada. Preocúpese más bien de detener a los secuestradores que han escapado. Son altamente peligrosos —murmuró Anne con rostro impasible y una mirada gélida—. En estos momentos la confusión es máxima. En el suelo hay varios muertos y toda la zona está cuajada de casquillos. Dos de los cinco secuestradores han huido en un coche que sigue en paradero desconocido y tengo al señor presidente de la República Francesa preocupado porque estos días todos los ojos del mundo están posados en lo que ocurre en la Ciudad de la Luz por la Semana de la Moda, y estamos hablando de la mafia rusa. Exijo que mañana por la mañana se presente en mi despacho para conocer de forma explícita todos los detalles.

La calma que tenía su dulce voz contrastaba con su mirada dura e inflexible y cuando miré hacia la ambulancia donde estaban atendiendo a Scott me marché sin tan siquiera despedirme.

La mano de Chloe se encontraba en el hombro de Scott y sentí que me subía la adrenalina. Estudié sus rostros mientras me acercaba como un cazador. Todos mis instintos posesivos surgieron sin ningún control. Ella era mía, era mi mujer y estaba decidido a llevármela, aunque se resistiera.

Entonces vi sus delicados dedos que ascendieron vacilantes hacia su barbilla como una mariposa que revolotea indecisa sin saber dónde posarse y tuve que respirar hondo como si la adrenalina pudiera exhalarse.

Mi cuerpo entero cosquilleaba, palpitaba de la energía acumulaba en mi interior, y como si me presintiera se giró. Su mirada se enganchó a la mía, como dos perfiles de granito, afilados y vivaces, invadiendo todos mis poros.

Mi ser entero vibraba electrizado, y sonreí de forma sesgada por la conexión consumada. Notaba la tensión debajo de su piel, su deseo, su excitación. Podía interpretar su mirada caliente como si la hubiera recortado con un bisturí, y con el corazón latiéndome con fuerza la alcé en mis brazos jodidamente hambriento de ella. Una docena de miradas curiosas se posaron sobre nosotros al oír su chillido sorprendido.

—¡Suéltame! ¿Qué haces? —Ahogó un jadeo y advertí como temblaba.

Estaba tan enfadada que resollaba de los nervios.

—Chéri, nada. Sólo hago lo que hacen los maridos la noche de bodas. Tú eres mi mujer, mi esposa —susurré con un jadeo ronco pegado a su oído al tiempo que abría las puertas del Ferrari con el mando a distancia.

—¡Pediré el divorcio mañana! —Rugió Chloe y acelerado con la testosterona inundando mis venas la bajé al suelo y agarré su precioso culo.

—Ni lo sueñes, eres mía... —Me moví contra ella para que notara mi gruesa polla y sus ojos relucieron salvajes.

Quería quitarle el vestido y arrancarle las putas bragas, para ver sus pezones rosados y su dulce coño. Quería chupar su clítoris, deslizar mis dedos en su empapado sexo, y luego follarla como nunca la había follado.

—Prepárate chéri, seré duro, rápido... te baiser dans les trois trous —Sosteniendo su mirada furiosa apreté con fuerza su hermoso culo como si mi mano pudiera fundirse con su piel y su respiración salió descontrolada.

—Gaël ¿Qué has dicho?

Mi nombre en sus labios sonó tan caliente que me la puso durísima. La empotré contra la carrocería del Ferrari con las manos en su precioso culo, y en un gesto explícito uno de mis dedos acarició con rapidez su agujero a través de la tela de su vestido.

—Te sodomizaré.

Hinqué el dedo con fuerza entre las nalgas y contemplé como se desató un violento escalofrío a lo largo de su columna vertebral.

—Cada célula de tu cuerpo se sacudirá de cómo te follaré.