Capítulo
10
Latidos de un corazón sin vida
CHLOE
—¡¡Gaël!! No te mueras, por favor. Abre los ojos, ábrelos por favor —Rogaba una y otra vez arrodillada en el suelo, envuelta en un charco de sangre. Pero era inútil, él ya no me oía.
Notaba como quería aferrarse a mí, pero las fuerzas lo abandonaban y su cuerpo quedó inmóvil.
Lloraba y le besaba el dorso de la mano desesperada por que abriera sus maravillosos ojos oscuros. Mis lágrimas casi impedían que viera su hermoso rostro, ensangrentado por el disparo en la cabeza.
—Gaël, no me dejes. No puedo vivir sin ti —Suplicaba.
Sostenía la mano inerte de mi marido con un dolor real y punzante a la altura de mi corazón que me ahogaba por segundos.
—¡Por favor, abre tus malditos ojos! Tenemos planes, lugares a los que ir juntos, sitios a los que volver, cosas que aprender. Libros que prestarnos, películas que ver comiendo palomitas para luego comentar hasta altas horas, viajes que planeamos. Tu isla soñada del Caribe —Sollozaba rota —. Tenemos que regresar a nuestra isla soñada, a Jamaica...
El dolor era tan atroz que me atravesaba el pecho como un hierro candente. Mi alma gritaba desesperada. Mi espíritu entero lloraba por él.
—¡Por Dios, Gaël! Lo único que necesito en mi vida es a ti, tu voz, tu sonrisa, tus caricias... ¡Lucas! —Chillé a la vez que lo abrazaba con impotencia — ¡Scott! ¡Por favor, que alguien me ayude!
Sujeté su rostro entre mis brazos envuelta en un charco de sangre y todo a mi alrededor desapareció mientras lo miraba sin poder creer lo que estaba sucediendo.
Unas manos me cogieron por los hombros, me obligaban a levantarme, tiraban de mí, pero yo me aferraba a Gaël con todas mis fuerzas y al poco tiempo todo se volvió oscuro... negro. Toda la crueldad del destino me sacudió las entrañas hasta dejarme sin respiración e incapaz de soportar el dolor, me desmayé.
Al cabo de unas horas, o quizás unos minutos, abrí los ojos en una extraña habitación con una luz tenue encendida. ¿Dónde estaba? Tumbada en una cama con mi ropa húmeda, completamente aturdida, observé la esfera luminosa de un reloj sobre una mesita de noche. Marcaba las cuatro de la madrugada. Quise hablar, pronunciar alguna palabra, preguntar... Pero las palabras morían sin explicación en mi garganta como si se hubiera extinguido mi voz.
Sintiéndome confusa miré mis manos alertada por un color vibrante que teñía la piel de mis dedos, de mis brazos. El color rojo intenso se extendía incluso por mi ropa y enseguida el recuerdo, la realidad, me golpeó de nuevo causándome una herida emocional profunda.
—¡¡Gaël!! —Grité desgarrada de dolor y perdí el equilibrio al intentar ponerme en pie — No puedes estar muerto. ¡No! Por favor, no...
Lo traje a mi mente y con él miles de recuerdos que me dolían en el alma. Me incorporé con dificultad, mi corazón se encontraba frío, vacío, y miré alrededor desestabilizada agarrándome a una silla para no caer de bruces en el suelo. Cerré las manos en torno al respaldo con tanta fuerza que me dolió. Era una forma de aplacar el dolor, la madera parecía un cristal roto en mis palmas. A través de la ventana solo se veía como las gotas de lluvia se estrellaban contra el cristal. El ambiente era desolador. La naturaleza y mi alma en sincronía lloraban de dolor. Sentía como no solamente se hundía el mundo, sino que también me aplastaba. Me faltaba el oxígeno. Sentía como si me hubieran clavado un puñal en el alma y luego me lo retorcieran.
Fui hacia la puerta de la habitación sin saber qué había sido del cuerpo sin vida de Gaël, ni dónde me encontraba. Daba dudosos pasos, sin hacer el menor ruido. Agarré el pomo con suavidad y lo giré.
Nada...
Temblando, forcejeé con el pomo, pero la puerta no cedía. Lo giraba una y otra vez con más energía, pero nada, no se abría. En la semi penumbra de la habitación reinaba el silencio, y el dolor que me causó darme cuenta de que estaba encerrada me hizo caer de rodillas contra las baldosas.
«Gaël...»
Reviví en mi mente la indefinible certeza absoluta de que se había ido para siempre y entonces me rompí. Sollocé con las palmas de las manos apoyadas en el suelo. Una enorme herida se abrió en mi pecho y comencé a llorar. Lágrimas, miles de lágrimas recorrían mi rostro y no eran lágrimas cualquieras, eran las lágrimas más desgarradoras que había derramado en mi vida.
«¿Por qué tuviste que arriesgar tu vida por mí?»
La frase se encendía y se apagaba en mi mente, incansable. El rencor, los errores, el miedo, la culpa... Todos esos sentimientos me abrieron la herida del pecho de tal forma que supe que jamás lograría sanar. No habría puntos de sutura capaces de lograr que mi herida se cerrara. Siempre estaría abierta, dejándome fría, vacía... Solo estaría llena de horror y desolación por dentro.
—Veo que ya despertaste.
Ni siquiera había oído como la puerta se abría y me sobresalté al oír una voz masculina. Al instante dejé de respirar.
«Dios mío, es Alaric.»
—Levántate —Me ordenó en aquel dormitorio extraño para mí y se agachó lentamente hasta situarse delante de mí.
¿Qué había sucedido después de que Gaël muriera para que yo estuviera en manos de este maldito cobarde? ¿No me oyó Lucas? ¿Ni tampoco Scott? ¿No llegó a tiempo la policía? Sentí que con cada pregunta mi desesperada angustia crecía y cerré los ojos buscando el sueño, con la esperanza de que todo hubiera sido una cruel pesadilla.
Quería desaparecer de esa habitación. Quería que Alaric despareciera de la faz de la tierra.
—Mírame, abre los ojos —Murmuró Alaric y me agarró de la barbilla con fuerza.
Elevó mi rostro y le miré llena de odio mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, con el labio inferior tembloroso.
—No llores, tendrías que estar contenta. Ahora eres una viuda inmensamente rica —Farfulló acercando su asquerosa y magullada boca para besarme y aparté la cara horrorizada.
—¡Vete al infierno! No eres más que un cobarde. Mataste a Gaël con tu pistola porque no eres lo suficientemente hombre como para defenderte con los puños —Siseé con un sufrimiento atroz, tan atroz como mi sed de venganza.
—¿Quieres que te demuestre ahora mismo lo hombre que soy? —Gruñó cabreado con una maldad infinita en sus ojos.
Quise levantarme, pero me lo impidió agarrándome por los hombros y deseé con todas mis fuerzas rodearme de una burbuja mágica para impedir que Alaric me tocara.
—Déjame en paz —Murmuré asustada con la sensación de estar más desprotegida que nunca —¿Dónde me has traído?
No se escuchaba ninguna clase de ruido. El silencio estaba en todas partes y comencé a temblar literalmente de miedo. Estaba en juego mi integridad física y me temblaba hasta el último músculo. Mi mente esperaba poder predecir lo que sucedería a continuación. Si me abofetearía, si me arrancaría la ropa a tirones, pero Alaric respondía según un patrón indescifrable.
Por más que puse empeño en intentar predecir sus siguientes movimientos para poder defenderme de una posible agresión, el correspondiente veneno que circulaba por su sangre era tan tóxico que me destruyó psicológicamente. Se sentía poderoso y liberó su poder, su maldad, abrió su boca y pronunció unas palabras que perforaron mi aturdido cerebro como una fina aguja.
—Me pongo cachondo solo de recordar el sonido apagado de tus súplicas mientras te follaba en aquella memorable orgía. Los golpes de tu cuerpo chocando contra la madera de la mesa del salón. Como te asfixiabas por culpa de mi polla en tu boca a la vez que otro te follaba, como me corrí en tu estómago estrangulándote con mis manos...
—¡¡Cállate!! —Grité presa de un asco horrible, una repugnancia indescriptible.
Respiraba de forma alterada. Sentía como el aire se colaba por mi nariz, llenaba mis pulmones, pero no era suficiente. Sentía el miedo en cada fibra de mi ser. El frío me atenazaba los músculos y me atravesaba el pecho.
Debía pelear, huir, correr.
—Desnúdate —susurró con gesto amenazante y tiró de mí con sus enormes manos.
—No pienso desnudarme —Contesté pasándome la lengua por los labios resecos a causa de los nervios.
Usé una técnica de ofensiva y defensiva en el taekwondo para intentar dañarle. Con un movimiento muy potente del brazo ejecuté con precisión un ataque golpeándole en el cuello.
—¡Maldita zorra! —Gruñó con los ojos inyectados en sangre.
Ya me había incorporado para salir huyendo de allí, pero me agarró de la muñeca con fuerza causándome dolor.
—¡¿Dónde te crees que vas?! ¡He dicho que te desnudes!
Me daba miedo con todo su rostro golpeado, hinchado por la paliza de Gaël y comencé a revolverme enérgicamente para intentar soltar mi muñeca. Notaba como el pánico inflaba mi pecho. Me sentía desprotegida, sin saber dónde estaba, y solo rezaba porque alguien viniera por mí.
—Tendré que hacerlo yo mismo.
Me empujó fuerte y caí en el suelo. Comenzó a besarme el cuello con un furor frenético y el mal presentimiento de que me violaría de nuevo me hundió en la desesperación. Se arrodilló sobre mí y quiso arrancarme la parte frontal de mi vestido, pero se lo impedí. El placer que le recorría el rostro por tenerme acorralada e indefensa me producía asco. Lo intentó de nuevo con más rabia, pero mis manos se volvieron puños y Alaric no supo reaccionar a mi inesperado ataque cuando le golpeé con fuerza en el rostro.
—¡Hijo de puta! No dejaré que me violes otra vez —Grité como una valkiria en pleno campo de batalla.
Como si yo misma fuera un detonador fulminante que explotaba y que arrasaba cientos de kilómetros alrededor me lo quité de encima.
—¡¡Socorro!!¡¡Que alguien me ayude, por favor!!
Sollozando, con el alma impregnada de dolor por la pérdida de Gaël, con heridas en la piel, desprovista de esperanza, despojada de todo, huía de nuevo de Alaric. La sangre rugía en mis oídos. Inspiré hondo hasta llenar mis pulmones de valentía y la adrenalina impulsó mis pies hacia adelante más deprisa. Debía salir de allí cuanto antes y mientras corría iba rezando. Me precipité hacia una escalera sin mirar tras de sí, casi tropezando, casi cayendo por los largos peldaños y una sensación mareante del estómago ascendió hasta mi pecho con rapidez cuando vi que la puerta principal no se abría. Las rodillas me temblaron.
«Relájate, Chloe, céntrate en respirar bien. Inhala...exhala... ¡Piensa, maldita sea!»
Mi inquietud crecía. Esperaba oír en cualquier momento el estrépito de pasos, el apresurado abrir y cerrar de puertas, sus gritos buscándome, pero no ocurría. Sospechaba que el disparo de Gaël había sido en una de sus piernas. De ahí que se agachara con lentitud en la habitación.
—¡Ven aquí, puta! —Gritó encolerizado Alaric mientras bajaba las escaleras — No malgastes tus energías huyendo de mí, nadie sabe que estamos aquí.
Su voz me sacó de mis pensamientos. Miré aterrada por dónde podría escapar y me arriesgué a ir hacia la izquierda. Enfilé un largo pasillo decorado con una hilera de apliques que me iluminaban el camino. Rogaba porque en algún lugar de aquel laberinto de casa hubiera una puerta que diera acceso al exterior. Entonces vi una puerta acristalada al girar una esquina y corrí con toda mi alma hacía ella. Un jardín me esperaba al otro lado la puerta. Agarré el pomo con fuerza y se me heló el corazón cuando comencé a tirar del metal con desesperación y no se abría.
—¡No!
Mis posibilidades de escapar se agotaban. Miré algo que colgaba de la pared junto a la puerta, una especie de vela dispuesta en aplique y sin dudar ni un segundo me dispuse a arrancarlo de la pared. Tenía que romper el cristal de la puerta como sea y escapar de ahí, aunque desgarrara mi piel en el intento.
El corazón se me iba a salir del pecho. ¿Por qué Dios me castigaba de esta manera? Primero Gaël y ahora esto.
Hastiada de la vida, no quise ni girarme en el momento que sentí sus asquerosas manos sobre mi fría piel. Me presionó contra la pared y mi cuerpo comenzó a entrar en pánico aplastado por el suyo.
—Nadie te encontrará aquí. Solo los miembros pertenecientes a la mafia rusa conocen la existencia de esta casa. Sirve de hospital para la organización criminal, y ahora mismo no hay nadie, estamos solos, completamente solos —dijo pegado a mi oído y me aterró su tono de voz.
Respiraba rápido, alterado, estaba fuera de sí, completamente desquiciado, y por alguna razón en el espacio vacío de mi mente pensé en el cielo, donde estaría ahora mi amor.
«Gaël, llévame contigo»
Se me llenaron los ojos de lágrimas y cerré los ojos, pensando en su hermoso rostro.
«Por favor, Gaël, no permitas que me haga daño» Rogué en mi interior.
—¡Nadie vendrá a ayudarte! —Me gritó Alaric agarrándome del pelo y sin defensa alguna golpeó mi cabeza con fuerza contra la pared.
—Pienso follarte por el culo, maldita puta —Gruñó y quise apartarle, pero fue un movimiento inútil.
Me obligó a mirarlo y percibí el flujo de sangre cayendo por mi sien, como goteaba por mi ojo derecho.
—¿Ya no gritas? ¿Ya no pides auxilio? ¡¡Mírame!!
Bajé la vista, me daba asco. Me clavó su erección entre las nalgas a través de la ropa y dentro de mi alma lloré desgarrada de dolor. Sin embargo, ningún sonido salía de mi garganta. Mi ser entero se había desvanecido junto con la vida de Gaël cuando murió en la casa de Athos y ahora mismo no era capaz de emitir ninguna clase de sonido.
—Ahora serás mía. Te follaré, te marcaré para que sepas que eres mía —Gruñó alterado y me clavó sus dientes en mi hombro.
El dolor me atravesó mientras me mordía y en ese preciso instante supe que me encontraba en el infierno. Y no era por haber perdido la esperanza u olvidado aquello que llamaban fe, o por el dolor de la mordida, sino por sentir unas caricias ajenas que no eran las de él... las de Gaël.
No volvería a escuchar su voz, ni tampoco volvería a sentir jamás su tacto en mi piel.
—Eres mía —dijo Alaric pegado a mi oído manoseándome con sus dos manos los pechos y sentí el espacio vacío donde debía estar mi corazón.
No había nada.
El hermano de Elisabeth movió sus manos hacia abajo, haciéndome daño, mientras levantaba el bajo del vestido y todo se desmoronó a mi alrededor cuando escuché la cremallera de su pantalón con su asquerosa respiración en mi oído.
—Serás mi putita. Te follaré todos los días, a todas horas... Aquí no te encontrará nadie.
Arrancó mi ropa interior dejándome expuesta al aire y separó mis muslos con brusquedad.
—Eres mía...
Escuchaba un fuerte zumbido que parecía resonar y amplificarse en mi cabeza, producto del golpe que me había propinado contra la pared y quise gritar. Parecía una locura no pedir auxilio, una tortura callar. Enmudecer me producía dolor, pero no podía ni tan siquiera abrir la boca. Paralizada, sin poder moverme, lastimaba mis labios mordiéndolos por dentro con dureza, flagelándolos por fuera, y en el momento que creí que me penetraría por la forma de agarrarme fuerte las caderas cerré los ojos, abatida. Quería morirme ahí mismo. Pero, un segundo después, el sonido de un disparo, desintegró la acción que Alaric estaba a punto de cometer. Su cuerpo se sacudió contra el mío y sin tiempo a reaccionar otro disparo rasgó el aire, produciendo un sonido ensordecedor.
—¿Qué demonios...?
Una serie de disparos más quebró su voz y desapareció el contacto de sus manos en mis caderas y el de su cuerpo entero, desplomándose en el suelo.
—¡Maldito hijo de puta! Debí matarte cuando tuve ocasión —Rugió alguien a mi espalda.
Mis oídos escucharon una voz que reconocí al instante y el recuerdo de su melodiosa voz me hizo llorar desgarradoramente.
Destrozada, sangrando sentía como mi mejilla descendía por la pared y mi mente tomó el control sobre mi corazón. Siempre recordaría su voz, el tiempo vivido a su lado, recordaría cada palabra, cada caricia, cada beso, absolutamente todo. Gaël era algo que jamás borraría. Esos recuerdos se convertirían en mi canción de cuna para conseguir sumergirme en sueños, para cerrar los ojos y soñar con él.
—Chloe...
Escuché de nuevo su voz, esta vez mucho más cerca, detrás de mí. Mi cuerpo comenzó a temblar muchísimo de rodillas en el suelo, cada miembro, cada parte, cada músculo me enviaba señales involuntarias.
—Chéri, ya estás a salvo.
¡Dios mío! Deseaba con todas mis fuerzas que fuera él quien me rescatara, pero eso era imposible. Gaël estaba muerto, yo le vi morir.
Apenas me podía mover y conmocionada sentí sobre mi cabeza las yemas de unos dedos acariciando mi pelo con suavidad. Su mano se desplazó hacia la sensible piel de mi cuello, mi nuca, y me estremecí.
—Ciel, por favor, mírame...
La voz de Gaël rasgó como un diamante los confines de mi corazón.
Estaba tan desesperada que durante unos segundos cerré fuerte los párpados. Me daba pánico estar soñando. Giré mi cabeza con lentitud intentando no hacerme ilusiones, evitando mirar el cadáver de Alaric, y clavé mi mirada en la figura que se hallaba de pie ante mí. Enfoqué mis ojos entre el dolor que me ahogaba en el hermoso rostro del hombre que más amaba en este mundo y dejé de respirar.
—¿Gaël? —Me falló la voz al pronunciar el nombre — ¿Eres tú?
Con una mano helada tomó la mía y me ayudó a ponerme de pie con delicadeza. Después acarició mi mejilla y sentí que todas las fibras de mi ser volvían a la vida.
—Mon amour... Mon petite bête, claro que soy yo —susurró visiblemente emocionado y arranqué a llorar desde lo más profundo de mi alma —. Juré con toda mi fe que conseguiría encontrarte ... y juré que lo mataría, que lo enviaría al infierno.
Alrededor de la cabeza llevaba un vendaje ensangrentado y me lancé al refugio de su amplio pecho con una urgencia dolorosa tras mirar sus ojos vidriosos.
—¡Dios mío!¡Gaël! —Exclamé deshecha en lágrimas y apretó su cara contra mi pelo— Dime que no estoy soñando, dime que estás vivo.
Gaël me estrechaba con fuerza entre sus brazos y noté los latidos desbocados de su corazón bajo mi mejilla.
—Estoy vivo, chéri. La bala sólo me rozó la cabeza, me desmayé en cuestión de minutos porque la herida sangraba bastante.
Alcé la vista para mirarlo, seguía sin poder creer que estuviera aquí, conmigo.
—Creí que habías muerto —Sollocé acariciando su rostro —Te despediste de mí....
Acunó mi cara entre sus manos y besó mis párpados mojados por las lágrimas, mis mejillas, mi nariz. Besó cada parte de mi rostro hasta que por último con un beso suave rozó mis labios.
—Me sentía tan débil por la pérdida de sangre, que pensé que se acababa mi vida. Dieu, creí que me estaba muriendo de verdad. Fue una sensación horrible imaginar que no volvería a ver tu rostro, tus ojos, tu sonrisa...
Me miraba fijo a los ojos con esa mirada especial, directa, con calidez, lleno de amor, aunque reflejaba una angustia que oprimió mi pecho.
—Te amo —Le dije con el corazón encogido clavando mis ojos en él.
La sensación de pérdida y ansiedad aún helaba mi sangre.
—No vuelvas a arriesgar tu vida de esa forma nunca más —susurré y me acalló con un beso profundo antes de que siguiera.
Aplastó mi boca con la suya besándome con desesperación y le devolví el beso con la misma desesperación, con el miedo aún palpable de la pesadilla vivida.
—Lo volvería a hacer una y mil veces con tal de que estés bien —susurró pegado a mi boca —. Te amo tanto que me dejaría matar por ti. Dejaría que me destruyeran si con eso te salvo a ti. Chéri, deberías saber ya a estas alturas, que mi vida no tiene sentido si tú no estás en ella...
Sus palabras pronunciadas con el corazón en la palma de la mano me desarmaron. En ese momento lo amaba más que nunca. Más de lo que jamás habría creído posible y le besé con los ojos anegados en lágrimas. Quería olvidar la sensación helada de su imagen muriendo en mis brazos. Durante varios minutos, estuvimos abrazados, con el silencio hecho de palabras al borde de los labios. Se notaba que ninguno de los dos deseaba romper el contacto de nuestros cuerpos.
Nos estrechamos con fuerza, hasta que un ruido cercano en algún punto indefinido de la casa me sobresaltó.
—¿Me entrega la pistola, señor Barthe?
Me di la vuelta con el miedo deslizándose por mi piel, ya no me fiaba de nada ni de nadie, pero enseguida reconocí esa sensual y profunda voz de Lucas y le miré sorprendida.
—Chloe, te presento al agente Smith. El hombre que más sabe de mafia rusa en el mundo entero. Él es quien me ha ayudado a encontrarte —Murmuró Gaël y abrí los ojos de par en par impactada.
—Ya nos conocemos, Gaël. Él es el mejor amigo de Isaac, el marido de Nayade.
Salió de la oscuridad de la casa y la visión espectacular del gigoló acercándose a nosotros fue algo digno de admirar. Llevaba pantalones negros, botas y camiseta negra. Su característico pelo rapado al igual que Scott le daban esa apariencia de arcángel caído como su hermano.
—Gracias por todo lo que hiciste para rescatarme —Expresé con sinceridad y Lucas asintió con la cabeza.
—Supongo que Dangelys no sabe nada de a lo que te dedicas en realidad, ¿no? —dije directa al grano un poco a la defensiva y sus ojos que no habían reflejado ningún tipo de emoción hasta este momento cobraron vida al mencionar a Dangelys.
—Ella no sabe nada de mi doble vida y no debes decirle nada —Murmuró con frialdad y apreté los labios en una mueca de disgusto.
—Gigoló, si realmente sientes algo por Dangelys deberías decirle la verdad. Porque si algún día se llega a enterar de esto que le estás ocultando...
Hinchó el pecho, entornó los ojos y me lanzó una mirada fulminante.
—En lo que a mí respecta nunca lo sabrá por mi boca, a menos que tú se lo digas. Solo lo sabe Isaac, y sé que él jamás me traicionaría. Dangelys no debe saber que trabajo para el Servicio Secreto de los Estados Unidos.
Me hablaba de forma impersonal, pero el tono que percibí en su voz fue hostil y agresivo.
—Y ahora, si me permites, debo ocuparme de «este» asunto —Señaló el cadáver de Alaric y me puse rígida.
—Señor Barthe, ¿me entrega la pistola por favor?
Gaël le entregó el arma con la que había disparado a Alaric y permanecí quieta mientras contemplaba cómo borraba sus huellas dactilares de la pistola con su camiseta.
—Ya puede marcharse, Señor Barthe. Yo me ocupo del asunto. Nadie sabrá que fue usted quien disparó a Alaric Lefebvre.
Admiré cómo Lucas cargaba el arma. El seco y metálico sonido me atravesó los huesos. Aprecié el sensual movimiento de su brazo y el sugerente gesto de suprema virilidad del gigoló al disparar sobre el cuerpo inerte del malnacido de Alaric.
Inevitablemente pensé en Dangelys. ¡Madre mía! Alucinaría por completo si viera a Lucas en ese momento. Intuía que se volvería más loca aún de lo que ya estaba por él. A mí no me engañaba con sus comentarios ácidos y despectivos. Vestido de negro, con una pistola en la mano, Lucas parecía una máquina de matar. No dejaba de preguntarme en mi cabeza si esta era la principal razón por la que no ocurría nada entre ellos, y algo dentro de mí me dijo que sí.
El peligro que destilaba reforzaba mi idea. Dangelys definitivamente ardería en llamas con esta imagen de Lucas.
Casi amanecía cuando al fin abandonamos esa casa y un débil resplandor gris se extendía por el cielo negro. Mi dolor y mis emociones complicadas no me permitían descansar durante el trayecto en coche. No podía quitarme las imágenes de mi cabeza. Gaël recibiendo un disparo, yo a punto de ser violada de nuevo, Athos confesando ser el autor de mi secuestro, descubrir que fue mi agresor en mi piso de Barcelona. Eran demasiadas como para torturarme, y hacerme pedazos. Pero por encima de todo eso, estaba aterrorizada por mis padres. Gaël me había confesado que ya sabían la verdad por boca de Fabrice Péchenard y me daba miedo su reacción conmigo.
—¿Por qué tuvo que hablar Fabrice Péchenard de ese tema delante de mis padres? Quería ser yo la que lo hiciera —Me lamenté con un remolino de pensamientos caóticos apoderándose de mí.
No quería que sintieran pena por mí, o que tuvieran sentimientos de culpa, o que sintieran incluso algo mucho peor.... Que sintieran vergüenza de mí.
—Tranquila chéri, todo irá bien. Yo estaré a tu lado en todo momento —susurró Gaël y el fino roce de sus labios sobre los míos borró la sensación de frío que amenazaba mi corazón.
Sus manos trazaban lentas caricias por mi espalda, ayudándome a vencer mis miedos. No se había separado de mi lado ni un milímetro desde lo sucedido.
—Gracias cariño por tu sólido apoyo. Es muy importante para mí.
Dibujaba con sus dedos suaves líneas en mi piel mientras dormitaba abrazada a su cuerpo en el asiento trasero del Maserati.
Nada me apetecía más que acurrucarme con él entre las sábanas de una cama y sumirme en un sueño profundo vacío de pesadillas. Sin embargo, eso tardaría unas horas en suceder, necesitaba hablar antes con mis padres, sacar todo lo que contenía mi alma.
A la pálida luz del amanecer el coche entró en la propiedad de mi familia en Neuilly-sur-Seine, por el camino flanqueado por árboles y respiré hondo. Las luces de la planta baja estaban encendidas, esperando recibirnos y miré a Gaël en silencio con los nervios a flor de piel.
—Tranquila, ciel.
Poco a poco el coche redujo la velocidad hasta que se detuvo y Gaël con su seguridad habitual deslizó los dedos con delicadeza por el contorno de mi cara y susurró mirándome fijo.
—Tú no naciste para dejarte vencer por las adversidades, sino para elevarte como un águila. Por más tristeza, o cruel destino que llorar, siempre logras volar. Di esta noche lo que tengas que decir, llora lo que tengas que llorar, y recibe todo el amor que estoy seguro que tus padres te brindarán, porque así mañana contemplarás como este sol que está a punto de salir borrará las sombras de tu pasado.
Cuando terminó de hablar un sollozo cerró mi garganta y busqué sus labios con el corazón acelerado. Gaël tenía restos de sangre seca en la frente, sobre la venda de la cabeza, incluso en los pómulos, y quise hacer desaparecer cada huella con besos.
Robert entonces abrió la puerta trasera del coche. Primero salió Gaël, y luego me ofreció su mano firme para salir del Maserati. Pisé la gravilla temblando de arriba a abajo y permanecí ahí parada, por un momento, de espaldas a la mansión. Sentía un nudo enorme en la boca del estómago. Sabía que sería duro, muy duro, hablar de mi pasado con mis padres. Mi corazón palpitaba profundo, me retumbaba en el pecho.
De pronto escuché cómo se abría una cerradura, después la voz afectada de mi madre llamándome y sentí como el nudo de mi estómago se trasladaba a mi garganta.
—¡Chloe! ¡Hija! ¡Dios mío!
Su voz sonaba rota y desgarrada. Una voz que hablaba de la desesperación de una madre. Una voz que hablaba de todas las plegarias rogadas. Una voz que hablaba de todos los deseos haciéndose realidad. Me di la vuelta y nada más verla correr hacia mí las lágrimas acudieron a mis ojos.
—Mamá...
Llorando, corrí hacia mi madre y me abracé a ella con fuerza. Con voz dulce y entrecortada murmuraba entre sollozos cuánto me amaba y poco después se unió también mi padre a nosotras. Envolviéndonos a las dos con sus brazos, nos fundimos los tres en un abrazo que parecía que nada ni nadie sería capaz de deshacer.