Capítulo 6

Is this love

 

 

 

Siempre soñé con viajar a Jamaica para conocer la isla del rey del Reggae. Un país exuberante en paisajes, donde la naturaleza no se quedó corta en nada. De una belleza increíble, con bosques tropicales, cascadas, colinas verdes, montañas cubiertas de bambú, caña de azúcar, un café increíble, y árboles frutales que crecen libremente. Y no tenía más que abrir los ojos para apreciar esa belleza salvaje y perfecta.

Recordé el sonido de un motor de avión que llenó mis oídos, la sensación de estar flotando, seguida de una sensación de bienestar al sentir el inconfundible aroma del perfume de Gaël, y sumergirme de nuevo en un profundo sueño entre sus brazos.

—Chloe.

De repente una voz masculina me hizo salir de mi letargo prolongado y profundo y en mi delirio creí sentir la leve caricia de una brisa fresca y suave.

—¿Te apetece tomar el mejor café orgánico de todo Jamaica?

Otra vez esa voz... ese susurro acariciador...

Hundí mi cara contra la almohada y no tuve más que respirar hondo para que me inundara el exquisito perfume masculino más maravilloso del mundo.

—Mmmm... —Me desperecé como una gatita.

Me pesaban tanto los párpados que me costaba abrir los ojos y ya no digamos mantener la cabeza erguida. Cuando al fin lo logré, descubrí que era cuidadosamente observada por unos ojos oscuros y apoyada en la almohada contuve el aliento.

—Bonjour, chéri.

Gaël me miraba desde los pies de la cama, medio vestido. Era la personificación del sexo. Los hombros imposiblemente anchos, el pecho y el abdomen firmes y duros. Sin la chaqueta, ni la corbata, la camisa desabrochada dejaba al descubierto su torso desnudo de acero y en el instante que deslicé la mirada más abajo por sus impresionantes abdominales y oblicuos dejé de respirar.

No llevaba nada. Desperté de golpe.

     Su poderoso miembro erecto llegando hasta el ombligo, tan grueso, tan perfecto me brindaba una calurosa bienvenida a Jamaica y un fuego me incendió por dentro.

—Buenos días.

Me pasé la lengua por los labios, mirando con descaro la evidencia de su deseo.

—¿Te apetece tomar café? —Esbozó una lenta y cruel sonrisa y el fuego se avivó impetuosamente en el centro de mis entrañas.

—Si no te importa, me apetecería tomar antes del café... otra cosa.

Aparté de una patada la sábana, quedando desnuda a plena luz del día y se le dilataron las fosas nasales. Me arrodillé en la cama con la luz entrando a raudales por la ventana y su mirada se oscureció, primitiva, irresistible.

—Chloe, ahora no tengo tiempo —susurró con una penetrante intensidad cuando comencé a acercarme a él como una pantera al acecho—. Tengo una reunión en media hora.

Su voz sonaba como una áspera caricia, grave, ligeramente ronca, e incapaz de resistirme, inhalé el delicioso aroma masculino de su piel. Quería saborearle por todas partes. Quería que perdiera el control.

—¿Y?

Ahora fui yo la que esbocé una sonrisa pícara y sentencié.

—Solo será un momento.

Con una paciencia calculada acaricié con la boca el glande como una tentación silenciosa y pude agregar a mi placer personal el dulce desfallecimiento que se creó en su rostro cuando le tracé con la lengua un camino lento y húmedo a lo largo de su polla, desde la base hasta la punta, disfrutando de su sabor.

—Chloe, no —Gruñó apretando la mandíbula muy fuerte y le desobedecí.

Alcé la vista introduciendo su polla en mi boca milímetro a milímetro y observándole a través de mis pestañas noté como una bocanada de ardiente deseo ascendió por su amplio pecho.

—La reunión es con el primer ministro de Jamaica en el centro de convenciones de Montego Bay. También estarán presentes parte del tren ejecutivo del Gobierno Jamaicano. No puedo llegar tarde.

Extendió la mano, me agarró despacio del cuello y su mirada y la evidente fuerza de su caricia con el pulgar en mi rostro le delató. Podía leer en sus ojos como se moría de ganas de que se la chupara, e irreverente, descarada y traviesa le lamí el semen que goteaba de la punta con una sonrisa triunfal.

—¿Seguro que no puedes llegar tarde?

Un ligero siseo salió entre sus dientes apretados y separó las piernas. Húmeda y ansiosa me incliné, le envolví la polla con la lengua antes de capturarlo en el interior de mi boca y su espalda se arqueó con un gemido.

—¡Dieu!

Sus dedos se enredaron en mi pelo y con una presión tentadora comencé a devorarle la polla. Succionándole con fuerza, con movimientos bruscos y veloces. Quería su esencia. Quería descontrolarle, y decidida a tentarle hasta la perdición eterna me la introduje entera en la boca hasta el fondo de mi garganta, manteniéndola ahí durante unos segundos.

—¡Putain merde!

Su respiración se volvió más ruidosa en cada asalto de mi boca y mis pezones se pusieron duros, deseosos de que me los acariciara. El explosivo roce de su miembro erguido dentro de mi boca, entrando y saliendo fragmentó mis pensamientos.

—Ya tienes lo que querías ¿eh? —dijo con voz gutural como un afrodisíaco mientras me propinaba embestidas con su preciosa polla, y mi coño se contrajo en medio de un vértigo exquisito.

Notaba como palpitaba, como se volvía más gruesa y la excitación recorrió mis venas. Cada uno de sus movimientos constituía una elegante ondulación de músculos perfectos follándome la boca, y mirándome con los ojos nublados por el deseo soltó un largo gemido al derramar su líquido caliente dentro de mi boca. Sentía las oleadas de su orgasmo, sus espasmos de placer, y sin que se escapara una sola gota por la comisura de mis labios le miré absolutamente excitada.

Satisfecha pasé mi lengua por los labios con sus ojos fijos en ellos y con las manos extendidas en mi pelo, me instó a alzarme haciendo que nuestros ojos quedaran al mismo nivel.

—Eres una pantera muy peligrosa. Mi pantera, mía...

Sus labios a escasos centímetros de mi boca descontrolaban mi pulso. Soltó mi pelo y solo de sentir sus dedos agarrando ahora fuerte mis caderas, me volvía loca.

—Tengo que irme.

Su voz sonaba ronca, sexual. Veía la lujuria y las ganas de follarme en sus ojos y consciente de que mi tiempo era limitado abrí mis piernas ligeramente y me froté contra su erección. La seguía teniendo increíblemente dura. No había bajado ni un ápice.

—Chloe...

Inhaló fuerte y apretó mi culo con lentitud. Empapada, caliente, lista para que me follara solté una mezcla de exhalación y gemido de lujuria. Empecé moverme con deseo, apretándome con avidez ante lo que necesitaba.

—Solo serán cinco minutos.

Le provoqué dándole mordiscos en la barbilla y lamí el lóbulo de su oreja con el único fin de mandar todo su autocontrol a la mierda.

—Fóllame Gaël... deseo sentirte dentro de mí tanto como respirar.

Un susurro, solo eso, con la voz ronca y mis palabras liberaron su pasión con una conquista brutal.

Agarró mi pelo, de un tirón me acercó a sus deliciosos labios y de repente, su boca estaba sobre la mía besándome con ansia. Mis músculos se tensaron ante la anticipación y mi coño se sacudió sobreexcitado mientras yo agarraba también su pelo e introducía la lengua con violencia haciendo que el beso fuera carnal, primitivo.

Me tumbó en la cama y me agarró la pierna para abrirme. Se subió sobre mí, y con la misma paciencia calculada que tuve yo antes, Gaël me volvió loca a mí. Restregó la punta ahora lubricada contra mis resbaladizos pliegues provocándome despacio y muy calmado. Durante un tiempo indeterminado su glande torturaba mi clítoris, acariciaba mi entrada, vengándose de mí con una tentación mortal hasta que no pude ni pensar, con cada parte de mi cuerpo concentrada en su dura polla que me enloquecía por completo.

—Chéri, mírame —Ordenó con voz hechizante —¿Quieres mi polla follándote, llenándote?

Tragué saliva con fuerza.

Sus ojos oscuros clavados en mí y la boca entreabierta pasándose la lengua por los labios hicieron que gimiera.

—Sí, por Dios, necesito tu polla dentro de mí —susurré a través de mis labios secos.

Estaba húmeda, caliente, más que lista. Gemía y me contorneaba buscando fricción contra su polla que no dejaba de torturarme con movimientos lentos. ¡Dios! No quedaba rincón de mi cuerpo que no le deseara de una manera irracional.

—Te voy a follar fuerte... duro. Tan duro que te quedarás afónica de tanto gritar —Gruñó e inmediatamente después, me la metió de un solo golpe haciendo que los dos gritáramos mirándonos fijo —. No pararé de follarte hasta que tus piernas tiemblen.

—Gaël...

En sus ojos se reflejaban mis suspiros ardientes y con las manos sobre el colchón para soportar su peso, Gaël empezó a follarme con largas y profundas embestidas. Su cuerpo en mi cuerpo, al fin, reclamando todos mis gemidos. Mi corazón alterado por su pasión, con mi respiración agitada se entregaba al momento moviendo mis caderas para acompasar nuestros movimientos. Sentía como entraba duro, caliente. El ángulo de su penetración me acariciaba por dentro con una presión perfecta en cada embestida y sus ojos fijos en los míos. Sedientos el uno del otro. Su boca entreabierta, su cara contrayéndose en cada arremetida.

—Esto era lo que verdaderamente querías, ¿eh? Mi polla llenándote, follándote —Gruñó en un tono ronco e hipnótico mientras no dejaba de penetrarme duro y mordió mis pezones enviando descargas de dolor y placer directamente a mi coño.

     —¡Dios, sí! Esto es lo que quería.

El aire se escapaba de mis labios entrecortado, y jadeando le arañaba la espalda con una pasión desenfrenada mientras me embestía a un ritmo endiablado.

Ver a Gaël follándome brutal, salvaje, con todos sus músculos en tensión encima de mí me llevaba a un orgasmo demoledor. Con ansiosos tirones, mordisqueaba y chupaba mis pezones con fuerza. Movía la lengua y los labios sobre mis pechos entre embestidas rápidas y frenéticas que desencadenaban un placer abrumador.

—¡Diosss siii!... sigue... Gaël sigue...

Rodeé con mis piernas su cintura y Gaël me penetró más hondo perdiendo el control. Me quemaba debajo de su poderoso cuerpo. Ardía... era inflamable. Él me encendía, reaccionaba a su calor como el fuego y la gasolina, me quemaba viva. Nuestras pelvis chocaban una y otra vez entre gritos y gemidos.

—¡Dieu! Me voy a convertir en un maldito coleccionista de tus gemidos. Eres preciosa.

Totalmente perdida en su manera tan potente y salvaje de follarme mordisqueaba sus labios mientras me penetraba con su culo prieto y fuerte entre mis piernas. Profundo, duro, deslizando su musculoso cuerpo encima de mí como un depredador.

—Sí... Gaël... fóllame así.

Gemía alto arqueándome en cada estocada de su pelvis.

—Sentirte tan hambrienta de mí, me vuelve loco —Gruñó apretándome contra su cuerpo y pegó su boca junto a mi oído —. No podía irme sin follarte —susurró con voz ronca justo antes de tomar mis labios con un ansia posesiva.

Con la respiración completamente alterada metió la lengua bien adentro, y acarició la mía con tanta destreza y lujuria mientras me follaba con una fuerza agresiva que me dejó sin aliento.

—Síii... síi... ¡Oh Dios!

Jamás había experimentado tal necesidad. Gaël tenía el cuerpo nacido para el sexo. Lo amaba con toda mi alma y adicta al placer que él me ofrecía de forma experta con embestidas voraces me corrí absorbiendo por completo su polla con espasmos y contracciones que aprisionaban su magnífico miembro en mi interior.

—Siii —Grité extasiada mirándole fijo y Gaël contrajo su cara en un gesto de puro placer carnal.

Mi orgasmo era tan intenso que el ritmo se le quebró dejándole en suspenso durante un instante en el ardiente abrazo de mi sexo y acaricié su rostro húmedo por el esfuerzo.

—¡Putain merde! Mirarte mientras te corres es como mirar algo prohibido...ilícito... ¡Dieu! ma puce, tu es belle.

     Rápidamente reanudó las profundas embestidas de una forma enloquecedora. Dejó caer todo su peso sobre mí y deslizando sus manos alrededor de mis nalgas me agarró fuerte con sus dedos del culo y me penetró a un ritmo endiablado. Entraba y salía una y otra vez entre gemidos hasta que con un alarido de placer eyaculó dentro de mí.

—Mi pequeña provocadora...

Siguió moviéndose más despacio entre espasmos de placer y sonreí ebria de alegría.

—¿Yo? ¿Provocadora?

Amaba que supiera hacerme reír. Adoraba su buen sentido del humor, su inteligencia, el misterio que muchas veces lograba crear, y sin duda adoraba su sonrisa.

—Sí, llegaré tarde a la reunión con el primer ministro por tu culpa —Murmuró al tiempo que se dio la vuelta en la cama quedando yo encima.

—No perdona, será más bien por tu culpa, señor exhibicionista. No haberme despertado con tu «gran» cartel de bienvenida a Jamaica —dije apoyando la mejilla en su amplio pecho y resopló riéndose.

Escuchaba su risa, el alocado latido de su pulso, sentía los movimientos jadeantes de su pecho mientras me acariciaba la espalda y aspiré profundo el aroma de su piel.

Mi vida había dado un cambio tan drástico, que aún me costaba creer que él fuera mío, que se hubiera convertido en mi marido. Gaël era como el rayo de sol que atraviesa el gris infinito del cielo invernal. Sus manos, su piel, su mirada, su voz susurrada, su respiración en mi oído, la sensación de que se sumerge en mí de todas las formas posibles cerrando mis heridas. Las sonrisas cómplices, sus abrazos...

—Te amo.

El último pensamiento salió de mi interior en voz alta. Alcé la cabeza y le miré. Acarició mi rostro sin apartar sus ojos de los míos en un silencio prolongado. Observaba mi rostro y de repente el sonido de su móvil en el tocador rompió el momento. De mala gana me desprendí de su cuerpo. Gaël salió de la cama y se puso unos boxers negros antes de dirigirse al tocador y contestar la llamada.

—¿Ya tienes lo que te pedí? —Le preguntó al interlocutor y tras una pausa, me miró.

Su varonil rostro de ángulos perfectos se mantenía en una postura rígida y eso me inquietó.

—Una vez más has superado mis expectativas, Robert —dijo en un tono teñido de satisfacción sin apartar ni un instante sus ojos de mi silueta que descansaba en la cama.

 

Tumbada boca abajo, con las sábanas blancas que cubrían la parte baja de mi cadera contemplaba a Gaël. Se le veía trasnochado, los cabellos revueltos. Sin embargo, lucía espectacular, peligroso, como siempre.

Apenas cortó la llamada me ofreció una humeante taza de café que me hizo la boca agua antes de que pudiera dar un sorbo. Tomé la taza por su asa. Después terminó de vestirse deprisa y en silencio, moviéndose por la habitación con paso elegante, pero depredador con alguna especie de objetivo en mente.

—¡Qué bien huele! —dije a punto de sucumbir, seducida por el aroma y me miró ajustándose el nudo de la corbata.

—Es de una familia rastafari que tiene una granja en la cima de las míticas Blue Mountains, en el paraje de Section. No sé si recordarás a mi amigo Ziggy. La granja pertenece a la familia de su esposa. Cuando vengamos la próxima vez te llevaré a la granja para que veas como producen el café.

Detuve la humeante taza de café a medio camino de mi boca y le miré sorprendida.

—¿Ziggy? ¿Ziggy Marley? ¿El hijo de Bob Marley? ¿El que...?

—Si, Ziggy Marley, ganador de un Grammy. Embajador joven de las Naciones Unidas, fundador de una organización sin ánimo de lucro. El que te cantó en tu cumpleaños —Murmuró con un brillo peculiar iluminando sus ojos y abrí la boca sorprendida.

Las imágenes del encuentro sexual con Gaël en su discoteca la noche de mi cumpleaños grabadas en mi mente como si fueran un tatuaje provocaron que me sonrojara.

—Veo que le recuerdas.

Gaël esbozó una sonrisa traviesa y una oleada de calor subió a mis mejillas mientras disfrutaba del increíble sabor del café.

—¿Está involucrado en actividades humanitarias? —dije intentando que no se notase mi vergüenza y desvié la mirada hacia la taza.

—Sí, y también se va a involucrar en mi proyecto —Murmuró y levanté la vista sorprendida.

La expresión de alegría que emergió sobre sus rasgos fue tan profunda que comprendí cuán importante era que su amigo formara parte de algo que podía ser positivo para los jóvenes de Jamaica.

—Cariño, te deseo mucha suerte en la reunión con el primer ministro.

Dejé la taza en la mesita de noche y le abracé con fuerza, enterrando mi rostro en el suave espacio entre su cuello y su hombro.

—Espero que todo te salga bien —susurré y apretó mi cuerpo contra el suyo.

—Gracias.

Rogaba que su padre, Gregory Barthe, un hombre de negocios ambicioso y sin escrúpulos, se abstuviese de tomar más cartas en el asunto y dejara de intervenir para cambiar el rumbo de las cosas.

Hundió la nariz en mi pelo y murmuró.

—Ciel, tengo que irme. Si necesitas algo, la señora Grant, que es el ama de llaves y una gran persona, se encargará de ayudarte. Y en el garaje tienes un coche por si decides dar una vuelta. Eso sí prométeme que vigilarás, aquí conducen un poco de forma caótica.

—Prometido.

—Tienes ropa para ti colgada en el armario y en el salón te he dejado un ordenador portátil para que puedas visualizar las portadas de los periódicos de Francia y leer las múltiples páginas de moda donde se habla del éxito rotundo de tu desfile —dijo acariciándome a lo largo de la curva de mi espalda y contuve el aliento.

—También te he dejado anotado en un papel junto al ordenador el número de la casa de tus padres. Supongo que querrás hablar con ellos. Aunque no vayas a llamar ahora porque estarán durmiendo. Recuerda que hay una diferencia horaria de siete horas.

Me sentí abrumada por sus atenciones.

—Gracias por todo —dije mientras le abrazaba y atraía hacia mí.

Gaël me pegó a él, rodeándome con sus brazos, y cuando sus labios me tocaron, deseé que llegara rápido la tarde para disfrutar juntos de la isla.

—Au revoir, chéri. Nos vemos luego. Piensa en mí —Gruñó deslizando sus dedos por la delicada piel de mi cuello y me estremecí.

—Siempre pienso en ti.

Me besó con suavidad en los labios y con mis dedos entrelazados a los suyos le acompañé hasta la puerta de la habitación.

Lo vi marcharse deprisa con su sofisticado traje de Armani y en ese instante percibí el proceso de cambio que tenía lugar cuando dejaba de ser mi marido y amante y se convertía en el poderoso editor jefe de Vogue Francia. Lucía concentrado por completo. Parecía más alto, más fuerte. A través de una ventana vi como saludaba con un movimiento de cabeza a Robert que le entregó un objeto pequeño antes de subirse en el coche y me pregunté qué sería. Oculta de sus miradas pude apreciar cómo se lo colocaba en la solapa. Robert arrancó el motor en medio de un entorno impresionante de exuberantes jardines y el coche desapareció de mi vista.

Tan pronto se marchó, me acerqué a la mesita de noche para tomar la taza de café y terminar de beberme el delicioso café orgánico de Jamaica mientras revisaba la pantalla de mi móvil por si tenía alguna llamada perdida.

     Sentada en la cama comprobé los registros de varias llamadas perdidas de Paul en la madrugada, supongo que, por abandonar la fiesta sin avisar, y una llamada perdida de mi tía Sofía. Mi memoria y mi cerebro comenzaron a funcionar y recordé que se marchó con Péchenard a la comisaría. Sin duda luego me pondría en contacto con ella. Me enderecé más para dejar el móvil en la mesita, y sentada en la cama con las piernas cruzadas di un sorbo al café para intentar despejarme. Respiré hondo saboreando su delicioso sabor y levanté la vista de la taza. Por primera vez contemplé la habitación detalladamente y mi corazón se aceleró.

—¡Madre mía! Esta casa rivaliza con cualquier hotel cinco estrellas.

Con un impresionante interior en ébano, sicomoro, y muebles artesanales, era como un escondite irresistible. Un trozo de paraíso capaz de transportarte lejos del ajetreo de la civilización.

El sol, cubierto por nubes de lluvia, apenas lograba iluminar el día y contemplé extasiada la forma en que unos ventanales de suelo a techo dejaban ver la selva que me rodeaba, como si la casa hubiera caído del cielo en medio de un paisaje salvaje. Era absolutamente espectacular.

Impresionada por la lujosa decoración e inmensidad de la habitación me adentré después en el sereno espacio del cuarto de baño con la sana intención de darme un agradable baño, meditar un rato y la imagen simplemente entró por mis ojos.

—¡Joder!

Una enorme bañera de granito esculpida a mano ubicada sobre un suelo de piedra caliza con vistas a la impresionante selva me hizo perder casi el sentido. El sueño de cualquier persona.

—Productos orgánicos ¿Qué más puedo pedir?

En el amplio baño diseñado para ofrecer una maravillosa experiencia había estantes con productos de belleza para mí, inclusive un cepillo de dientes junto al suyo. Me pareció tan íntimo, tan real, que me produjo una mezcla de sentimientos difíciles de describir.

Me fui directa a la bañera, abrí el grifo y me senté en el borde, mirando hipnotizada el chorro de agua. Quería darme un exquisito baño de burbujas. Un relajante baño que me hiciera olvidar de un plumazo la fatiga del estrés de los últimos días y cuando iba a introducir un pie para sumergirme en el agua pensé en Gaël.

«Se fue sin ducharse después de hacerme el amor.»

Sus huellas persistían en mi cuerpo y sentí la egoísta satisfacción de saber que se había marchado a la reunión con las mías sobre su piel.

De pronto me fijé en una nota junto a una bomba de baño y mi corazón se aceleró. Sentí una mágica sensación de protección.

 

«El agua de rosas es conocida por sus propiedades calmantes.

Disfruta del baño, ciel.

Ojalá fueran mis dedos y no los pétalos los que acariciaran tu piel.

 

Fdo. Tu hombre misterioso»

 

     Sonreí ante el pensamiento travieso de que sus dedos no me calmarían precisamente sino todo lo contrario y no pude reprimir un delicioso escalofrío que me recorrió la columna al recordar lo bien que utilizaba sus dedos.

Dejé caer la bomba de baño suavemente en el agua tibia. Enseguida el baño quedó lleno de pétalos y una fragancia suave con olor a rosas envolvió todo el entorno de forma agradable. La espuma se veía en un tono rosado clarito, y suspirando, me metí dentro de la bañera, dejando que el agua caliente me cubriese el cuerpo entero. Con la curiosidad de bañarme con pétalos me enjuagué el cuerpo y luego reposé la cabeza en el borde. Notaba como mis músculos se relajaban y cerré los ojos de puro placer por el momento de relax en la espuma.

—Gaël...

Pronuncié su nombre en voz baja como queriéndolo invocar e inspiré hondo. No necesitaba bálsamos, solo su presencia para ser del todo feliz en ese instante.

 

     Una hora después con la piel bastante más suave, entré en el salón vestida con unos shorts tejanos con efecto desgastado, blusa blanca y botines de piel étnicos estilo boho que elegí de entre toda mi ropa colgada junto a la de Gaël en perfecto orden, compartiendo espacio y una vez más me quedé sin palabras.

Entre el espesor del dosel de la exuberante selva la casa llena de carácter y personalidad, decorada y diseñada con ojos expertos para ofrecer una maravillosa experiencia al aire libre, con enormes paredes que desaparecían por completo me hicieron sentir que me encontraba en un refugio de lujo.

«¿Lo habrá decorado él?»

Los objetos especiales y mezcla de estilos transmitían talento, y más talento reflejado en todos y cada uno de los rincones. Entonces vi sobre la mesa del salón el número que había apuntado en un cuaderno de notas junto al teléfono y tuve un arrebato.

«No puedo esperar más. Quiero hablar con ellos.»

 

Asaltada por la necesidad humana de escuchar las voces de mis padres para cerciorarme de que eran reales y no un sueño, ni una alucinación ni una fantasía, sino una sólida verdad agarré el teléfono y empecé a marcar el número de su casa.

—Buenos días, Sra. Barthe.

Todo mi cuerpo dio un respingo al escuchar una voz femenina detrás de mí y mi interior se agitó al acelerarse el ritmo de mi corazón. Me di la vuelta y una mujer alta y morena que supuse sería el ama de llaves, me sonrió desde la otra punta del salón.

—Buenos días.

Le hablé con cortesía y dejé el teléfono de nuevo en la mesa. Ya llamaría más tarde pensé, ahora con más serenidad. En Europa era de madrugada. Se habrían asustado al oír el teléfono. Tenía que tener paciencia para esperar hasta que amaneciera allí.

—¿Quiere que le prepare un saludable desayuno? —Me preguntó de forma amable y le correspondí con una sonrisa.

—Sí, por favor, Sra. Grant. Me muero por probar algo de la gastronomía jamaicana.

—¿Desea empezar el día con un desayuno de los potentes, de los que le proporcionan energía suficiente para disfrutar de todo lo que ofrece la isla?

—Sí, eso sería genial.

Acerqué una silla y me senté frente al ordenador mientras la mujer desaparecía por un lateral del salón. Moví el ratón y el ordenador tardó un poco en reaccionar. Estaban desactivados los sistemas al llevar un rato en reposo, supongo que lo habría utilizado Gaël antes de despertarme. Poco a poco se reinició la actividad suspendida de la pantalla. Miles de pensamientos repiqueteaban en mi interior. ¿Qué opinaría la prensa especializada de mi desfile? Nerviosa moví el ratón y de repente apareció una imagen en la pantalla que me cortó la respiración.

Una fotografía de Dangelys, Marie y varias top models internacionales con los diseños de mi colección durante mi desfile.

—¡Oh, my god! ¡Oh Dios mío! ¡Mi desfile sale en la revista digital de Vogue! —Comenté con palabras de ingenuo entusiasmo, conmovida.

Me incliné hacia delante perpleja, deslicé el ratón y ahí sí que me quedé de piedra. Más abajo había un video de Gaël, en la página de Vogue, valorando los desfiles más destacados vistos en París. Desde Dior, hasta Givenchy pasando por el mío entre otros.

Le di al play nerviosa y escuchar sus primeras impresiones tras el desfile fue algo muy fuerte. Imperturbable, frío, distante, calculador, inteligente. Gaël atesoraba todas esas características dignas del rey de un imperio, pero las mismas no impidieron que no apreciara su calidez en la valoración de mi colección.

 

«Desde la primera vez que vi sus vestidos, la impecable construcción y la visión sofisticada de Chloe me cautivaron, pero con el desfile superó todas mis expectativas. A partir de ahora jugará en la liga de los grandes. Estoy seguro que logrará situarse en los puntos de venta más relevantes del mundo, vestirá a actrices de Hollywood en las alfombras rojas y llevará sus creaciones hasta los armarios de prescriptoras de estilo como de hecho está comenzando a hacer. El producto es hermoso, la calidad excepcional, y su personalidad única. Tiene un gran potencial a nivel global.»

 

Ver, oír, sentir cosas bonitas de su propia voz sobre mí y mi colección me impactó. Esas eran las palabras del editor de Vogue, del empresario de gran éxito, no de mi marido y para mí era un honor que hablara bien de mi colección.

Si le gustabas a Gaël Barthe, a los dos minutos el mundo entero te estaría mirando. Con el corazón acelerado abrí otra ventana del ordenador y miré asombrada su contenido. Se trataba de la web Style.com, líder de visitas en el sector que retransmitió en streaming mi presentación, y la crónica elogiosa de Brittany Adams me dejó boquiabierta.

«Un debut impresionante» comentaba en su artículo.

InStyle, una de las cabeceras más vendidas de Estados Unidos también hablaba de mí. Suzy Menkes, Alexander Fury, Vanessa Friedman, periodistas que van más allá de la superficie, que han asistido a más shows de los que podría recordar y que su sinceridad ha granjeado algún que otro enemigo mencionaban entre otras cosas mi original sensibilidad. Los críticos de moda más influyentes alzaban sus voces con autoridad en sus artículos en The Times de Londres, The New York Times, The New Yorker, Vanity Fair, The Independent y todos en sus textos me elogiaban. Me había ganado el beneplácito de sus afiladas plumas. No lo podía creer.

Me eché hacia atrás, contra el respaldo de la silla y respiré hondo. El hecho de que hubiera logrado conquistar medios y crítica internacionales resultaba extraordinario.

—¡Qué fuerte!

Mi mente se convirtió en un barullo de pensamientos y necesité leer de nuevo todos los artículos. Me resultaba asombroso haber logrado tal éxito. Pensé en mi querido Paul, andaría como loco odiándome por dejarle solo ante el peligro de la prensa.

Se oyeron unos pasos y en ese momento la ama de llaves se acercó con una bandeja y la colocó sobre la mesa para dejar el desayuno. Un poco aturdida comencé a degustar el desayuno tradicional de Jamaica en silencio mientras me servía la bebida, pero en cuanto el primer trozo bajó por mi garganta le hice saber a la Señora Grant lo bueno que estaba el plato.

—Mmmm... está delicioso.

Mi lengua, mi paladar, cada una de las terminaciones nerviosas de mi cavidad bucal se derritieron por el torrente de sabores.

     —Gracias, señora Barthe. El plato es una combinación de bacalao y el fruto seco vegetal cultivado localmente, el ackee.

El sabor era un tanto soso, pero dulce y contrastaba con el pescado salado. Combinado con la cebolla y los pimientos, lo convertía en un plato delicioso.

—Está buenísimo —dije deleitándome con el delicioso plato y sonrió.

—Me alegro que le guste, señora. Si desea que le prepare algo más no dude en pedírmelo. Estaré en la cocina.

Se marchó presurosa dejándome de nuevo sola en el inmenso salón y miré de reojo el ordenador. Aún lo tenía encendido, y un pequeño pensamiento me robó la tranquilidad. Gaël era tan detallista, tan protector, tan luchador, tan seguro de lo que quería que segurísimo su plan del día anterior había dado resultado.

Alargué el brazo, tecleé su nombre con los celos asomándose sin querer en contra de mi voluntad y la actualidad apareció como una imagen a cámara lenta. Los titulares o tips de las noticias tenían el contenido casi idéntico. Y mi corazón... ¡ay, mi corazón!

     «Sale a la luz la infidelidad de Gaël Barthe a Elisabeth Lefebvre con una modelo.»

 

Miré la foto que acompañaba la noticia en una de las páginas y morí un poco más. La rubia era impresionante tal como la recordaba en la fiesta. Cuerpo de infarto, largas piernas. Se me hacía difícil disipar los celos.

Mi mente podía ser muy lógica y racional diciéndome que Gaël tomó la decisión correcta actuando frente a la prensa, pero un pequeño mecanismo perverso de mi cerebro formaba pensamientos por si solo, del estilo «¡Ilusa! Si estaba encantado con la rubia, seguro que ya se la ha tirado en otras ocasiones, se la follará de nuevo cualquier día de estos...» o «En unos meses, quizás menos, sino es con la rubia se irá con otra, acuérdate que es un mujeriego, le van las orgías...». Esas vocecillas eran como una sustancia tóxica, dañina y perversa, y con la angustia difundiéndose por cada capilar de mi cuerpo pinché con el tenedor un pimiento y leí la noticia.

 

«Según varias fuentes, el francés mantuvo relaciones con una rubia modelo días antes de su ruptura con su prometida. Parece que el editor jefe de Vogue Francia ha vuelto a las andadas, y es que cuando parecía que iba a pasar por el altar con su novia Elisabeth Lefebvre, embarazada de él, de pronto decide poner tierra de por medio definitivamente. Al principio se pensaba que el motivo de la ruptura era la joven diseñadora Chloe Desire, pero hemos podido saber que la verdadera causante es una modelo rubia de origen escandinavo con la que el millonario tuvo un momento de pasión durante su noviazgo. Casualmente se les vio juntos en la After Party de la diseñadora Chloe Desire tras su exitoso desfile desmintiendo así cualquier posible romance con la diseñadora con la que había sido visto en varias ocasiones. Según varios medios, Elisabeth Lefebvre habría intentado retomar la relación después de sufrir hoy un desmayo, pero una fuente cercana al editor que ha aportado algunos datos sorprendentes, el millonario no estaría por la labor de reconciliarse y pasar por el altar, sino todo lo contrario. Según dicha fuente, Gaël Barthe ha vuelto a su vida de antes. Así que, señoras y señores, prepárense para ver desfilar de su brazo durante los próximos meses a las modelos más bellas y espectaculares del mundo.»

 

Leí la última línea con vértigo en el estómago y me empeñé en que mi mente conservara las riendas, ya que no quería que mi imaginación me jugara una mala pasada. Todavía no tenía un día a día como tal con Gaël. Una rutina, y esta era la vida, el futuro que sabía con seguridad me esperaría en París. Prensa, periodistas, rumores... y un hijo del hombre que amaba de la manera más grande e intensa en que se podía amar a alguien, pero que llevaría también en sus genes la sangre de mi mayor enemiga.

 

Pensé en el rostro de Gaël, en esa voz tan grave con la que me regalaba sus palabras tan certeras, su forma de cuidarme, de protegerme, de amarme. Recordé sus caricias, abrazos, besos, el tacto de su piel y mis sentimientos no titubearon ni un instante. Nada era más valioso que el amor que sentía por él, aprendería a amar a ese bebé. No dejaría que las opiniones de la prensa me inundaran de dudas, que los rumores de infidelidad me empequeñecieran. Ni siquiera el veneno que estaba segura que escupiría contra mí Elisabeth me haría perder a Gaël. Le amaba demasiado.

El mundo es de quien se la juega, del que pasa a la acción, y por él dejaría a un lado mi coraza y me lanzaría sin reservas tras lo que más deseaba, que era una vida feliz a su lado.

El teléfono inalámbrico de la casa empezó a sonar y miré el aparato con cara de desconcierto, extrañada. Nadie sabía que estábamos en Jamaica. Me fijé en el número que salía en la pantalla, vi que era de Europa y se me tensaron los músculos. Dejé el tenedor en el plato, sin titubear pulsé la tecla de contestar y me lo acerqué a la oreja. Antes de hablar desvié la mirada hacia el cuaderno de notas y una oleada de calidez me inundó como una luz al reconocer el número.

—¿Papá? ¿Mamá...? —contesté de inmediato y la suave voz de mi padre me acarició el oído.

—Chloe, hija... ¿Te hemos despertado? Tu madre y yo no podíamos dormir, teníamos muchas ganas de hablar contigo para saber cómo estabas. Te echamos de menos.

Montones de sensaciones se agolparon en mi pecho, atravesaron el umbral de mi corazón, apareciendo en tropel y tuve que manejarlas con cuidado, porque algunas tenían la capacidad de hacerme llorar.

 

—No papá, no me habéis despertado —dije emocionada y contuve las lágrimas —. Yo también estaba deseando hablar con vosotros.

—Ma chère ¿Estás bien?

Escuché entonces la voz preocupada de mi madre a través del teléfono y mis manos temblaron.

—Hola, mamá. Sí, me encuentro bien.

No me había dado cuenta hasta ese preciso momento cuánto los había echado de

menos y se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Cuando nos llamó Gaël para decirnos que te iba a sacar del país no dudamos ni un segundo que sería lo mejor para ti y más después de que Péchenard nos contara que tu tía Sofía reconoció la identidad del presunto responsable de tu secuestro...

—¿Quién es? ¿Habéis hablado con mi tía Sofía? —La interrumpí nerviosa por el ansia de saber y hubo un breve silencio.

—No, Péchenard no quiere desvelarnos su identidad hasta reunir pruebas y ha establecido unas medidas y unos procedimientos para garantizar la seguridad de tu tía Sofía ya que se encuentra en situación de riesgo. Han trasladado a tus tíos a un lugar seguro, con custodia policial hasta que se desarrolle en unos días una importante operación policial contra la mafia rusa. Nos dijo que nadie debe saber que apareciste.

Se me nubló la vista al pensar en mis tíos y contuve las lágrimas. Necesitaba que las palabras salieran.

—¿Sabéis quiénes son y por qué lo hicieron? Me siento como las traicioneras minas de viejas guerras olvidadas... —dije con un enorme nudo en la garganta —¿Qué sucedió en el pasado? La mafia rusa es gente que está dispuesta a matar si es necesario. Necesito saber, necesito entender para intentar manejar la situación lo mejor posible —susurré con voz triste.

—Hija mía, nosotros tampoco entendemos. Miro hacia atrás y no encuentro una explicación lógica. He hecho muchas cosas, he dejado de hacer otras, pero sé que nunca hice algo como para poner en peligro a mi familia —dijo ahora mi padre, y deduje que hablaba con el altavoz activado—. Yo también necesito saber y entender por qué pasó lo que pasó contigo. Mañana he quedado con Fabrice Péchenard y con el inspector Gálvez para excavar en el pasado, descubrir de nuevo cosas que quedaron tapadas, o que pasaron por alto a lo largo de estos años. Cualquier dato que sirva para arrojar un poco de luz a la investigación —Agregó e inspiré con profundidad para intentar calmarme.

Sentía cómo crecía dentro de mí la intranquilidad, el desasosiego, y la ansiedad recorriendo mi cuerpo.

—Papá, algunos episodios de mi vida son muy dolorosos. No quiero volver a abrir antiguas habitaciones de mi mente y mi corazón que cerré de un portazo —Sollocé y una lágrima resbaló por mi mejilla y cayó sobre el cuaderno de notas.

     —Ma fille...

Mi padre, el hombre de mirada franca y sonrisa abierta enmudeció al otro lado de la línea igual que mi madre y el muro que había construido a lo largo de los años se resquebrajó.

—Si tienen que abrirse de nuevo quiero ser yo y no el inspector Gálvez quien te cuente cómo ocurrieron algunas cosas. Es algo que debo hacer yo.

El dolor brotaba desde el centro de mi pecho, punzante, asfixiante, oprimía y estrangulaba mis pulmones de tal modo que no podía respirar.

—Prométeme que lo harás. Prométeme que no dejarás que te cuenten algunos episodios de mi vida —dije angustiada.

A pesar de los años desde que mi mente y mi corazón salieron del coma, sentía que necesitaría una cura de primeros auxilios si mi padre o mi madre llegaban a enterarse quien era en realidad Alaric.

—Ma princesse ¿De qué tienes miedo? —preguntó mi padre.

Sentí que no encontraba las palabras que necesitaba para poder expresar lo que tenía en el corazón. Mi mente buscaba las que mi corazón pedía que dijera para poder mostrar mi dolor, pero no conseguía encontrarlas.

¿Cómo demonios iba a decirle que Alaric, su yerno, el marido de mi hermana y padre de su nieta me violó? O que Elisabeth tenía un vídeo de esa noche. No podía...

Todo quedó en silencio, todo estaba en el aire, en esos eternos segundos en los que contuve el aliento.

—Hija mía, no temas. Tú serás quien nos cuente todo lo que quieras. Es tu vida privada. ¿Me oyes, cariño? —dijo mi madre poniendo fin al silencio y su voz trajo un poco de oxígeno a mis pulmones —. Respetamos tu silencio, y no vamos a insistir. Esperaremos a que elijas el momento de hablar, o incluso que elijas no hacerlo. Te queremos con todo nuestro corazón, estaremos siempre ahí para ti. Siempre podrás contar con nosotros. Tú eres nuestro tesoro, Chloe, junto a tus hermanas.

Dejé de sollozar desbordada de alivio y desahogo a raudales e inspiré hondo contemplando la selva a través de las enormes paredes de cristal.

—Gracias, mamá.

Confiaba en que cuando llegara el momento de la verdad la herida que les causara no dejara cicatrices de las que dan peso al corazón.

—La última cosa que queremos hacer ahora es colgar, pero está a punto de amanecer y tenemos que comenzar a prepararnos para la interminable última jornada de los desfiles de París. La primera colección que veremos hoy es la de Nicolás Ghesquière y desde ya vaticino que será un auténtico bombazo la ausencia de Gaël del desfile de Louis Vuitton. Me pregunto ¿dónde se habrá metido? —dijo mi madre en tono mordaz y agradecí que intentara desviar el tema de conversación porque no quería desmoronarme por teléfono.

 

—Desatará la polémica que el todopoderoso editor de Vogue no asista a la presentación de la nueva colección de Louis Vuitton. Seguro que no va por que está con la modelo esa rubia con la que se le relaciona últimamente —murmuré chasqueando la lengua y una sonrisa apenas perceptible se asomó en mi rostro, fuera del alcance de la vista de la señora Grant que se llevaba en ese momento mi plato vacío.

—Tendrá que inventar una buena excusa a su vuelta a París, porque si no tendrá paparazzis hasta en la sopa las próximas semanas.

—Sí, levantará la tapa de la sopera y habrá paparazzis dentro del plato —Bromeé y escuché la sonrisa de mi padre a través del teléfono.

Estuvimos hablando unos minutos más del éxito de mi colección y tras recibir sus cálidas muestras de cariño y admiración quedamos en que me pasaría por su casa el día que regresara. Cuando colgué me sentía un poco más tranquila y de mejor ánimo así que me levanté de la silla para investigar dónde estaba el garaje y ver el coche que me llevaría de excursión por la isla. Quería distraer mi mente, odiaba pensar en Alaric y Elisabeth, sobre todo en esta última. Su seria amenaza con mostrar el video me ponía nerviosa. Era como esperar la mordedura mortal o un pinchazo de crueles consecuencias.

Tenía que trazar un plan con esmero. Un plan cuyo objetivo sería liberarme definitivamente de sus amenazas y para eso necesitaba regresar a París y encontrarme con Gálvez. Él tenía en su poder las pruebas de ADN que demostraban la implicación de Alaric en mi violación, dato importante que el inspector desconocía y que estaba dispuesta a desvelarle, junto a algunos secretos.

De pronto pensé en las palabras de Gálvez por teléfono camino al aeropuerto sobre que iban a comparar las pruebas de los implicados en mi violación con las del atacante en la agresión que sufrí en el piso de Barcelona y también con las huellas obtenidas en el Mercedes de los mafiosos rusos y la temperatura de mi cuerpo se volvió gélida, fría como el alma de una piedra.

¿Y si todo guardaba relación con el secuestro? ¿Y si Alaric fue...? No, no podía ser.

El hombre que entró en mi piso de Barcelona hace años no era Alaric. Y tampoco pudo secuestrarme cuando yo era pequeña y llevarme donde mi tía. Alaric tenía más o menos la misma edad de Gaël, era imposible. Además, él no era ningún mafioso ruso, ¿no? Pero, los otros dos hombres que me violaron esa noche, ¿quiénes eran? Desconocía totalmente sus identidades.

¿Por qué pensaba el inspector Péchenard que todas esas pruebas podían ser fuente importante del proceso de investigación? ¡Dios mío! Iba a volverme loca con tanta conjetura.

Con el único sonido de mis pasos atravesé el salón deseando salir al exterior. Necesitaba que me diera la brisa, respirar aire puro, y justo cuando bajaba por una amplia escalera recta, con una baranda de cristal sopló un viento húmedo que movió mis cabellos. Una brisa suave me envolvió en el aroma de la selva tropical y respiré hondo.

 

La casa superada por colinas abruptas tapizadas de mil verdes fue como tomarse una valeriana. El estrés, el agotamiento nervioso, todo se esfumó entre la vegetación exuberante. Cientos de orquídeas me rodeaban ofreciéndome la maravillosa sensación de estar en un lujoso jardín botánico.

La calma regresó a mi cuerpo y continué bajando las escaleras exploradas por sorpresa. Anduve buscando el garaje con la mirada en la hermosa fachada de la casa hasta que vi una puerta y la entreabrí. En el interior bajo la semioscuridad se veían alineados dos vehículos con el morro pegado a la pared, pero lo que llamó mi atención fue otra cosa, en concreto una cosa con dos franjas blancas en la parte superior de un tanque de combustible.

—No puede ser...

Pulsé el botón de la luz junto a la puerta, dudando de si lo que se encontraba cerca de la persiana era lo que yo creía que era y al encenderse el fluorescente casi salté de alegría.

—¡Joder! ¡Una Ducati Monster! —exclamé ante el exquisito diseño italiano.

Mi cuerpo reaccionó visceralmente a la adrenalina de las afiladas curvas de la leyenda de Ducati y en ese momento decidí cual sería mi compañera de excursión. Yo, una amante de las motocicletas deportivas, por fin me daría el gusto de poder conducir uno de los modelos fetiches más buscados y apreciados de todo el planeta.

Busqué las llaves animada a hacer una excursión por la isla con la Ducati Monster despreciando nada más y nada menos que un Mercedes clase E coupé y cuando las encontré me pegué un baile, que ni JLO en On The Floor me habría hecho sombra.

Siempre fui una chica motera, a pesar de mi estatura. Acostumbrada en los semáforos a descolgarme del lado derecho sacando medio culo a lo Dani Pedrosa para poner el pie firme en el suelo. Se suele decir que una isla es el lugar ideal para perderse, Jamaica lo era sin duda para hacerlo subida en una Ducati Monster.

Abrí la puerta del garaje extrañamente excitada, llena de curiosidad por lo que pudiera depararme la isla y me encontré un camino asfaltado que se perdía colina abajo con un cartel que decía «undertakers love overtakers». Sonreí mientras me colocaba el casco. Conducir por Jamaica resultaría una actividad entretenida. Requeriría todo mi grado de concentración pues se conducía por la izquierda y las carreteras urbanas estarían llenas de gente y seguramente también de animales.

—Señora, ¿va a salir en moto? El cielo está dudoso, podría llover. ¿No sería mejor que fuera en coche?

La señora Grant apareció enfrente con gesto preocupado mientras se secaba las manos con un trapo y miré el cielo anubarrado e incierto. Observé como un rayo de sol vacilante liberó su luz un instante reflejándose una barandilla de acero inoxidable en el suelo y aunque lo más probable era que al final lloviera, parecía que no iba a ser en un buen rato.

     —Me apetece mucho ir en moto.

Aspiré el agradable aroma de la húmeda selva mientras me colocaba el casco y contemplé como los escasos rayos de sol reverberaban sobre las hojas haciendo que brillaran con una variedad de verdes difícil de imaginar.

—Vaya con cuidado, señora Barthe. La forma que tienen de conducir los jamaicanos es un tanto «especial», las carreteras son muy estrechas, y la señalización escasea.

—No se preocupe, señora Grant. Estoy acostumbrada a conducir en moto por Barcelona. Allí hay muchísimo tráfico, cientos y cientos de motos, circulando como verdaderos enjambres entre los coches.

—¿Como una bandada de estorninos? —preguntó con curiosidad y sonreí.

—Sí, todos perfectamente sincronizados y aunque parezca increíble, somos capaces de circular sin accidentes. Aunque reconozco que los primeros cinco minutos que conduje la primera vez me sentí como si me tirara a un río de aguas bravas —Confesé con sinceridad mientras arrancaba la moto y una pequeña sonrisa asomó a sus labios.

—Señora, eso suena muy estresante.

—Mucho. Hasta luego, señora Grant.

Me bajé la visera del casco con pinta de no haber roto nunca un plato en mi vida y salí del garaje con ganas de empaparme lo máximo posible de Jamaica. Su historia, cultura y sobre todo su mística música.

—Hasta luego, señora Barthe. ¡Y por favor tenga cuidado!

Esto último lo dijo casi gritando la pobre mujer.

Nada más empezar la ruta me di cuenta de que Jamaica, visualmente me iba sorprender en todos los sentidos. Los primeros kilómetros de mi descenso fueron un paseo digno de recorrer con paisajes increíbles. No se divisaban casas, solo árboles, un denso bosque tropical. La grandiosa vegetación con una gran gama de verdes que se desplegaban sobre el terreno montañoso de la isla. Carreteras sinuosas que discurrían entre las montañas plagadas al máximo de todo tipo de plantas y árboles. La exuberante vegetación se lo comía todo. Árboles cubiertos de plantas trepadoras, lianas, plantas de bambú gigantescas, plantas que crecían sobre otras plantas, cables de la luz cubiertos de hierba, las inmensas plantaciones de caña de azúcar... Era espectacular. La naturaleza en estado puro, muchas plantas y flores exóticas, en las que vi picoteando incluso a los colibríes.

Los pueblitos que me iba encontrando eran de lo más pintorescos. Casitas hechas de madera, otras hechas con restos de otras casas, con colores vivos, algunas con tumbas. Las iglesias muy bonitas en general y todas con su pequeño cementerio. Contemplaba a la gente en mitad de la nada vendiendo gambas, o incluso aprovechaban alguna pequeña frenada para acercarse corriendo a vendérmelas. Gente pobre, descalza y con la ropa vieja; y de pronto me encontraba a una mujer muy arreglada, con sus joyas y tacones caminando por alguna carretera vacía, sin nada... Una visión muy pintoresca y a la vez muy bonita.

 

Entre todos esos paisajes de película circulaba yo con una sonrisa de oreja a oreja. Disfrutaba del camino parándome para comer unos mangos y otras frutas que crecían sin ton ni son, cual regalo del universo. Sin embargo, pronto recordé la advertencia de la señora Grant respecto a la forma de conducir a medida que me acercaba a Negril.

¡Dios mío, estaban locos! La forma que tenían de conducir superó cualquier expectativa posible. Adelantamientos triples en dirección contraria, velocidades inusitadas en curvas cerradas de carreteras estrechas y un sinfín de atropellos al código de la circulación, aquello parecía «Grand Theft auto: Montego Bay».

Una hora de camino después paré a repostar en una gasolinera de Negril, al oeste de Jamaica. Una zona paradisíaca, con bellísimas playas de arena blanca. Su línea costera recortada por acantilados y aguas transparentes y sus colores mágicos me ofrecían unas vistas espectaculares. Decidí pasear un poco por un mercado de artesanías de Negril, justo al lado de Norman Manley Boulevard. Disfrutaba del ambiente viendo la gran variedad de perlas, joyas y esculturas de madera, aunque me costaba caminar tranquila. Algunos jamaicanos me ofrecían artesanías o incluso marihuana en la calle, siendo legal el consumo y cultivo de pequeñas cantidades y traté de ser amable y comprensiva al rechazarles. Jamaica es un país donde esta planta es venerada por rastafaris, cantada por músicos de reggae y promocionada casi como un producto nacional, ya que está muy arraigada culturalmente en la isla y no quería ofenderles.

Me costaba un poco entenderles ya que hablaban un dialecto, el creole jamaicano o patois (patuá), que era una especie de inglés cortado, abreviado, con palabras unidas entre sí y eso dificultaba tener una conversación fluida, pero eran muy simpáticos. Constantemente me saludaban por la calle, siempre con la introducción «Irie Family» o me hacían chocar puños al grito de «Respect» o «No problema», y me preguntaban cómo lo estaba pasando o me deseaban un buen viaje.

Un rastafari se acercó para venderme una artesanía y me preguntó de dónde era mientras yo contemplaba el cielo gris con preocupación, el verde de los árboles, ensombrecidos en el horizonte por una amenazadora tormenta.

—Has venido con el francés ése que se dedica a la moda ¿verdad?

Me dijo el rastafari tras descubrir mi nacionalidad francesa y enseguida me puse en guardia. Me subí a la moto y arranqué rápido la Ducati Monster.

—No te asustes, solo es simple curiosidad. Tengo un amigo que me dijo que el francés, propietario de los hoteles Hedonism se encontraba en la isla acompañado de una abogada también francesa y supuse que eras tú al decirme la nacionalidad. Esta clase de moto no suele verse por la isla.

Por un breve segundo me quedé inmóvil, pensativa, y me asaltó una oleada de interrogantes. El nombre del hotel era el mismo que mencionó Danielle la noche que Gaël la llamó por teléfono en mi presencia y una serie de graves dudas, angustia, y dolor me asolaron de imprevisto.

¿Gaël era el propietario de una cadena de hoteles? ¿Danielle estaba en la isla?

 

—¿Qué tal es hospedarse en el hotel Hedonism de Negril? Mi amigo trabaja de camarero en el Hedonism III que está en Ocho Ríos —dijo dando por sentado que yo era Danielle y añadió —. Sexo libre en mitad del Caribe...

—¡¿Cómo?!

El rastafari hurtó mi momento de tranquilidad de golpe. Se me aceleró el corazón y sacudí la cabeza diciendo «no», negando ser Danielle.

—Estás hospedada en el Hedonism II, famoso por ser el más salvaje de los que hay en la isla. Me encanta el lema del hotel «Su placer es nuestra pasión».

Abrí los ojos de par en par al tiempo que me ponía el casco.

—Sí, muy bonito el lema... yo, esto... tengo que irme.

Perpleja y sin saber qué decir le di varios golpes de gas a la Ducati, con lo cual quería indicarle que se apartara, pero el rastafari no entendió o no quiso entender y me habló en voz aún más alta.

—Que disfrutes de tus vacaciones con sexo incluido en Jamaica.

Me bajé el cristal de la visera, y me alejé a toda velocidad por Norma Manley Blvd con el pulso alterado. Pasados unos metros eché un vistazo al espejo retrovisor y vi al rastafari con los brazos cruzados sin apartar la mirada de mí.

—¡Joder! —Maldije dentro del casco —¡¿Por qué demonios habrá tenido que decirme eso el jamaicano?!

Aceleré a fondo produciendo un ruido ensordecedor para adelantar un camión y me fui de allí como alma que lleva el diablo. Parecía que huía de él, pero la única realidad era que huía de la pequeña parte de mí que se dedicaba a no creer.

¿Y si Danielle estaba en la isla? ¿Y si el amor de Gaël por mí no era suficiente y necesitaba más en el sexo?

Escarbé en busca de fragmentos junto a él con el fin de poder respirar sin dificultad dentro del casco y que nada tambaleara mi mundo, pero no lo conseguía. Mi intranquilidad crecía a pasos agigantados. Las malditas palabras del rastafari me carcomían la cabeza.

Llevada por un impulso me dirigí a la costa norte de Negril y para mi desgracia mientras conducía la moto rememoré la conversación telefónica de días atrás entre Gaël y Danielle. Unos repentinos celos, profundos, pulsantes, me aguijonearon en carne viva. No me gustó nada oír de la propia voz de Danielle cómo le excitaba a Gaël que se la chupara mientras otro le daba placer a ella.

¡Maldita zorra! Ya hice bien en mandar a volar el móvil de Gaël aquella noche, porque si llegaba a escuchar un solo detalle más sobre sus encuentros sexuales habría ido a buscarla a su casa para arrancarle los pelos de la cabeza uno a uno.

Al poco rato comenzó a llover, primero una suave llovizna y después de forma torrencial y reduje de marchas para conducir la moto a una velocidad más sensata. Procuraba concentrarme únicamente en conducir, pero me resultaba muy difícil.

De repente, en medio de la intensa lluvia y del tráfico vi el cartel del Hotel Hedonism II junto a la carretera y el corazón me dio un brinco. ¿Qué pasaría si Gaël era el dueño de estos hoteles? Detuve la moto junto al cartel con la mente y el corazón en una cruel batalla. La lluvia caía sobre mi cuerpo, empapándome la ropa. Con mil dudas miré hacia el hotel, luego hacia los haces de luz de los coches que transitaban por la carretera y...

Tomé la salida sin pensar.

Es asombrosa la forma en la que a veces conseguimos tomar una decisión, ya sea la correcta o la incorrecta. Creo que jamás podré borrar de mis retinas las imágenes nítidas de la pareja desnuda haciendo el amor ante la mirada del resto de huéspedes también desnudos que vi nada más pisar la zona de la piscina del hotel, mientras otra practicaba sexo en el jardín, y otra follaba sobre la mesa de billar obviamente también desnudos.

«¿Esto que es el jardín del Edén?»

Aturdida, confundida, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho rodeada de extraños me obligué a no entrar en pánico.

Nunca me consideré una mojigata, pero el pudor me atenazó al ver algunas parejas más desperdigadas por el área de los jacuzzis retozando alegremente a pesar de la intensa lluvia. Miré hacia otro lado tratando de mantener la calma, respirando lentamente dentro y fuera. Intentaba manejar la situación con naturalidad, pero la «situación» empeoró. Un hombre joven completamente desnudo me cortó el paso.

—Hola, preciosa.

Nuestras miradas se encontraron solo durante unos segundos antes de que la deslizara hacia abajo, concretamente a mis pechos, y bajé la vista para ver qué estaba mirando.

—¿Te puedo invitar a una copa?

El hombre, grande y corpulento, se relamió los labios sin despegar sus ojos de mis tetas y crucé mis brazos inmediatamente. Mi blusa blanca, empapada y transparente por la lluvia mostraba mis pezones visibles a través del ligerísimo sujetador.

—¿Estás invitándome a mí o a mis tetas? —Levantó la mirada de golpe y alcé una ceja, con un gesto ligeramente cínico — ¿Me dejas pasar? —dije cabreada y sus hombros se tensaron.

Dio un paso atrás, mirándome fijo, y luego se marchó brindándome un plano espectacular de su trasero.

Por unos instantes me quedé quieta. A medida que me adentraba en el Hedonism, aumentaba mi intranquilidad, crecía mi desasosiego. A pesar de desear averiguar la verdad, la mitad de mi ser quería hacer oídos sordos, dar media vuelta e irme. Pero, por otra parte, mi característico y rebelde modo de ser me impulsaba a enfrentarme con lo que pudiese haber de verdad detrás de todo y descubrir lo que sucedía realmente. No podía vivir con la incertidumbre, y más después de que una empleada del hotel me insinuara con una media sonrisa que el propietario se encontraba en la sala que tenía en frente acompañado de su amiga, y de otros huéspedes del hotel.

«Gaël estaba en una reunión con el presidente de Jamaica, y varias personalidades de la isla. No podía ser él.»

Abrí la puerta con toda la inseguridad del mundo, y escuchar los jadeos, gemidos y gritos desgarradores de una mujer como si la estuvieran torturando me hizo frenar de golpe. La rodadura de una cama se movía con violencia y reconocí la voz de Danielle en los gemidos sordos de la mujer. Me impactó tanto escucharla que tuve que apoyarme en la pared.

Me quedé inmóvil, dudando un momento, escuchando como rugía, conteniendo a duras penas los jadeos de placer. Sin embargo, al cabo de unos segundos entré por inercia en la sala y me quedé paralizada en el instante que vi a Danielle desnuda, siendo doblemente penetrada. Uno de los hombres era Alaric, que la follaba con fuerza desde atrás. Gritaba en francés que lo quería más adentro, aullaba como una loca, pero lo que verdaderamente me mató por dentro fue descubrir a Gaël de pie frente a ella con los pantalones desabrochados.

El golpe fue brutal. A pleno corazón. Mi alma entera se destruyó completamente. La imagen de Danielle mirándole fijamente mientras era doblemente penetrada moviéndose de atrás hacia adelante y viceversa con violencia barrió mis retinas arrasándome por dentro. No lo podía creer. El suelo se inclinó bajo mis pies.

«No puede ser, no puede ser, no puede ser, no, por favor, no, así no, no...»

—Gaël, necesito tu polla dentro de mí, quiero que me folles —Gimió Danielle completamente cachonda y una fuerza invisible me echó hacia atrás al ver como la mirada oscura y severa de Gaël se tornó feroz.

—Ahora... recuerda que me gusta ver primero como te follan —susurró hipnótico sin dejar de contemplarla y creí que me iba a desmayar.

Dios mío, esto no podía estar ocurriendo. Se estaban cumpliendo mis peores temores. La abogada se mordió los labios con lascivia mientras las tetas le rebotaban por la fuerza de las embestidas de Alaric y del otro hombre. Cerré los ojos vulnerable, herida, al darme cuenta de cómo iba a terminar esto.

La realidad se hundió en mí. Me dijo que tendría una reunión con el presidente de Jamaica, y luego varias reuniones con personalidades de diferentes instituciones que no le permitirían desocuparse hasta la tarde. Y aquí estaba. Sin duda me había mentido.

 

Paralizada, con la vista fija en ellos, no podía hablar. No podía respirar. ¡Qué ilusa había sido! ¡Qué ciego fue mi corazón! Concentrados, ignoraban mi presencia y comenzó a temblarme todo el cuerpo. Si hablaba me desmoronaría y no quería hacerlo delante de ellos. Tenía ganas de llorar, de gritar, arañar, golpear. Sentía que me faltaba el aire. Me sentía vilmente traicionada.

Olía a sexo y sudor. El semen corría por entre los pechos de Danielle y me subió una nausea a la garganta. Tuve que respirar profundo para intentar retomar el control de mi cuerpo. Mi corazón martilleaba amenazando con salir de mi pecho.

—¿Echabas de menos acostarte con más gente? ¿Concretamente follarte a esta maldita perra?

Las palabras salieron con rabia de mi boca y Gaël se sobresaltó como si le hubiera atravesado un rayo.

—¡Merde! ¿Qué haces aquí?

El pánico inundó sus atractivos rasgos y un súbito temblor me sacudió por dentro.

—Pero, ¡mira a quién tenemos aquí! A la «gran» Chloe Desire —Murmuró Danielle deshaciéndose de Alaric y el otro hombre y apreté los puños.

—¿Preciosa quieres participar en la orgía? —dijo Alaric con su asquerosa voz, y el pánico se apoderó de mí.

Ante mis ojos aparecieron imágenes fugaces de algo que jamás debió ocurrir en mi pasado y horrorizada meneé la cabeza y di un paso hacia atrás.

—Chloe, vete. Espérame en la recepción del hotel con Robert —habló Gaël y su voz sonó fuerte y autoritaria.

Me miró directo a los ojos como si me rogara en silencio y eso hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas. ¿Por qué tenía que herirme de esta manera?

—Eso, vete, no pintas nada aquí —Masculló Danielle crecida por la situación con una sonrisa falsa, disfrutando del dolor que seguramente reflejaba mi rostro —. No eres más que una mojigata —Añadió mirándome desafiante y entonces le puso una mano en el brazo a Gaël y todo sucedió muy deprisa.

Me dirigí con instinto asesino a una mesa cercana donde había una cubitera. Saqué la botella de champagne de dentro y con el corazón galopando frenético en mi pecho, agarré la cubitera con las dos manos y le lancé a la perra de Danielle todo el hielo que contenía, que era bastante.

—¡Y tú no eres más que una puta! —dije alzando la voz mientras los cubitos de hielo impactaban sobre su cuerpo — A ver si te enfrías un poco, zorra.

Le lancé también la cubitera y gritó como si la estuvieran matando.

—¡Estás loca!

     Mi respiración era superficial, y jadeante. Quería arrancarle la melena de un tirón y Gaël se tensó de la cabeza a los pies cuando le miré sin expresión mientras daba pasos hacia atrás. Estaba rota de dolor, tenía el corazón hecho pedazos.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —dije temblando y murmuré a continuación en tono definitivo — Adiós Gaël, sigue disfrutando de la orgía.

Y todo acabó con una mirada irreconocible por mi parte.

Fría como la ceniza giré sobre mis talones y salí de allí emocionalmente bloqueada por completo esquivando a Robert que intentó interponerse en mi camino en la recepción del hotel.

Corrí bajo la tormenta con los pulmones colapsados en dirección a la moto. Me faltaba el aire, sollozaba. Sentía que tenía el alma llena de espinas y que me desangraba en cada paso. Era una sensación asfixiante la opresión en mi pecho.

El viento soplaba ahora con más fuerza y la intensa lluvia me revolvía el pelo y empapaba mi ropa. Me subí a la moto y arranqué la Ducati completamente mojada, pero no sentía ni siquiera el agua, o el frío. Solo era capaz de sentir el dolor con el que mi cuerpo entero gritaba.

¿Por qué? Todo había sido para nada. Peor que eso, todo había sido un sueño tan frágil como una pompa de jabón, estallando, dejándome vacía... arrasada.

Mis lágrimas comenzaron a caer descontroladas. Herida en lo más profundo de mi ser y con el rostro bañado en llanto me puse el casco. Sollozaba con el alma completamente destruida. Los dedos me temblaban ajustando el cierre. Escuché una voz que sonaba lejos, parecía un susurro en la intensa lluvia. Me giré y un millón de lágrimas más inundaron mis ojos. Gaël venía corriendo hacia mí bajo la lluvia y sentí como si todas las caricias y los besos que me dio nunca fueran míos. Igual que el valor de sus palabras que había atesorado desde el principio y que tanto me habían acariciado por dentro. Todos esos momentos juntos se diluían con el agua.

—¡Chloe! Bájate de la moto, es peligroso —Gritaba a unos metros de distancia y le contemplé como en una ensoñación, sin profundidad, sin ver, sólo lágrimas...

Giré mi rostro ignorándole, puse la primera marcha y me distancié huyendo de las sensaciones que tanto anhelaba mi piel. Sabía lo que tenía que hacer...

Necesitaba ahogar mi dolor con el silencio de la naturaleza, en un lugar remoto en medio de la selva. Incluso los jamaicanos no sabían que este lugar existía. Era uno de mis descubrimientos una tarde que me encontraba en casa investigando por la red. El Irie Blue Hole en Ocho Ríos, un lugar que el resto del mundo prácticamente desconocía. Una de las joyas ocultas del turismo de Jamaica.

El camino sería largo y pesado, pero no me importaba. Quería una absoluta soledad. Aceleré la Ducati por la estrecha carretera flanqueada por árboles y comencé a adelantar a los coches, zigzagueando. Se oían bocinazos indignados según los adelantaba a gran velocidad. Me pareció ver por el retrovisor un Porsche Cayenne negro que seguía mi estela de forma peligrosa y suspiré.

Yo esperaba que Gaël me siguiera con exacta apariencia y puntual lógica, pero contemplar su forma descabellada de conducir en medio del tráfico para alcanzarme sólo me hacía más daño.

Abrí gas y aceleré con la intención de dejarle atrás antes de que descubriera mis intenciones, sin embargo, era difícil conducir con la conciencia reducida a su voz. La alucinación de su maldita voz susurrándome...

 

«Je t'aime, je t'aime, Je t'aime...»

 

Una y otra vez, mientras mi mente revivía cuando me acariciaba con suavidad el rostro y me miraba como si toda la belleza del universo estuviera ante sus ojos.

—¡Maldito cabrón! —Exclamé, y el grito que exterioricé despejó un poco mi cabeza justo a tiempo de ver como más adelante había un atasco.

—¡No! Un atasco no.

En una milésima de segundo tuve que barajar las distintas posibilidades con la esperanza de escapar de Gaël. Respiraba de forma acelerada dentro del casco. La frenada era aplomada y muy cargada sobre la rueda delantera, lo que me permitió una buena apurada. La verdad, es que pese al mal tiempo, la moto me transmitía seguridad obedeciéndome fielmente cuando de forma hábil esquivé un coche y continué por la A1 dirección a Ocho Ríos evitando el atasco.

Miré el retrovisor con la adrenalina circulando al máximo en mi cuerpo y de nuevo me enfrenté a un fuerte desafío.

Gaël continuaba al acecho.

La incesante lluvia caía sobre mi cuerpo y entre más rápido conducía la Ducati, más frío sentía congelándome el cuerpo. Miré el horizonte por un breve instante y un rayo iluminó el cielo. El tiempo estaba empeorando. Pasé cerca de la parroquia de Saint Anne, entre las aguas costeras del norte de Jamaica y me asusté por la intensidad de la tormenta. Las gotas mojaban mi cuerpo por completo. Llovía con fuerza. El estado del camino era muy básico y de condición precaria. Con miedo reconocí que quizás no debí haberme adentrado tanto en la selva. Estar a la orilla del camino de la montaña no era una buena idea. A pesar de mi esfuerzo por mantener el equilibrio, el aire, y la lluvia eran más fuertes que mi voluntad y apenas podía avanzar sin caerme, así que me bajé de la Ducati e instintivamente escondí la moto detrás de unos árboles.

La lluvia nublaba mis ojos, el barro chapoteaba bajo mis pies. Recorría el camino hacia Irie Blue Hole con el sufrimiento que emanaba desde todos los poros de mi piel. La rápida cadencia de las gotas chocaba contra mi rostro sumiéndome en un extraño sopor en la soledad del bosque.

La imagen de Danielle siendo doblemente penetrada por Alaric y otro hombre, gritando de placer mientras Gaël observaba la escena seguía clavada en mí y escocía cada vez que hurgaba en ella.

     Me había engañado, traicionado. Me sentía desgarrada por dentro, humillada. Sentía un fuerte dolor en el pecho y no encontraba alivio para el dolor tan grande que me embargaba. De pronto creí oír una voz masculina y me sobresalté al escuchar unos pasos que se acercaban.

—¡Chloe!

La voz grave de Gaël rasgó el silencio y se clavó en mi pecho hasta hacerlo sangrar.

Me di la vuelta y cuando le vi corriendo con el traje completamente mojado entre los arboles sentí algo parecido a un castillo de naipes desmoronándose en mi interior. Miré alrededor del camino del bosque de Secrets Falls, buscando una forma de escapar, pero era demasiado tarde. El lugar se encontraba rodeado de una exuberante vegetación y flores y sólo había una forma de escapar de él...

¡Mierda!

Miré hacia abajo y tragué saliva con el pulso acelerado. El agua llegaba a la cascada y caía en picado a una piscina profunda creando un anfiteatro natural realmente impresionante.

—¡Márchate! —Grité y me pregunté cómo alguien podía sobrevivir a una caída así.

Me sentía vulnerable acorralada en el saliente cerca del borde, atrapada en ese camino sin salida y rompí a llorar en un llanto histérico que me vibró todo el cuerpo.

—¡Vete! Déjame en paz. En la lista de pecados capitales falta el desprecio porque es lo que yo siento por ti en estos momentos de una forma destructiva.

—Lo que viste no es lo que crees —dijo con la respiración completamente alterada abriendo mucho los ojos de angustia.

Dio un paso hacia mí bajo la torrencial lluvia y puse la mano encima de mi corazón, para protegerlo del dolor por lo que pensaba hacer.

—Nunca te engañaría —susurró y me tensé de forma abrupta.

—¡Cállate! No sigas mintiéndome, te la ibas follar. Eres el propietario del Hotel Hedonism. Has estado allí en otras ocasiones con Danielle —Grité con una furia incontenible rasgándome la voz con fuerza y le lancé el anillo de casada al pecho —¡Vete! Quiero estar sola.

Con un gesto rápido lo atrapó antes de que cayera al suelo y cerró los dedos en torno a la valiosa joya.

—Chloe, yo no soy el dueño de los hoteles Hedonism. El propietario es Alaric — Confesó inesperadamente sorprendiéndome y después se quitó algo de la solapa de la chaqueta y me lo mostró —. No estaba allí por placer, fui al Hedonism por esto.

Quieta, al borde de la cascada fijé mi vista en el pequeño objeto que sostenía en el centro de la palma de su mano y pude ver que era mismo objeto que le entregó por la mañana Robert y que se colocó en la solapa.

 

—Es una mini cámara espía —Murmuró interrumpiendo mi silencio y le miré confundida.

—¿Una mini cámara espía?

Gaël aprovechó mi momento de confusión para estirar el otro brazo e intentar atrapar mi mano, pero le esquivé.

—¡No te acerques a mí! —Exclamé nerviosa y me abandoné al llanto.

—Chloe...

Lo veía como un borrón a través de mis lágrimas. Llovía con tal fuerza que parecía que el cielo se iba a caer encima de nosotros.

—Chéri, por favor apártate de ahí te puedes caer —dijo con el rostro alterado, cargado de desesperación —. Fui al hotel con la única intención de tenderle una trampa a Alaric. Descubrí que estaba con Danielle en Jamaica y no me lo pensé dos veces. Le pedí a Robert que intentara conseguirme una cámara espía. De ahí su llamada antes de irme esta mañana. Tenía que hacerlo. De ninguna manera pienso permitir que Elisabeth te chantajee con ese vídeo. Al principio, cuando llegué al hotel se sorprendieron mucho al verme y me costó ganarme la confianza de Alaric. Se mostraba desconfiado conmigo. Pero poco a poco con un par de copas, y una gran actuación por mi parte se fueron soltando hasta que cayeron en mi trampa. Conseguí lo que quería, que era grabarles follando con la mini cámara espía.

Le miraba confundida, con un peso frío en todos los huesos. Ya no sabía qué creer. Las lágrimas y la lluvia inundaban mi rostro y con piernas débiles y temblando me acerqué al borde emocionalmente a la deriva.

—Tenías los pantalones desabrochados. Ibas a follártela...

Las imágenes daban vueltas en mi mente, me asaltaban, lo mismo que el agua rompía una y otra vez en la superficie de la laguna. Sentía con todo el cuerpo la fuerza descomunal de miles de litros de agua cayendo decenas de metros en medio del estruendo asombroso.

—Je t'aime —susurró y mi alma se agitó al escuchar esas dos palabras.

Sus ojos, eran profundos, como un abismo sumiéndome en lo más hondo de mi angustia. El pulso me latía acelerado, igual que el agua que se precipitaba a una velocidad feroz, ensordecedora y todo mi ser me gritó que saltara al vacío así el frío entumecería mi corazón además del cuerpo. Di otro paso con el cuerpo tenso y el pánico se reflejó en su mirada al ver como flexionaba ligeramente las rodillas para tomar impulso.

—¡No! —gritó con la voz rota y corrió hacia mí con la intención de atrapar mi muñeca, pero ya era demasiado tarde —¡Chloe!

Sus dedos rozaron mi piel en el instante que mi cuerpo voló al vacío y luchando contra mi miedo a las alturas me concentré en adoptar la postura correcta con los pies juntos, los brazos hacia arriba y la columna recta.

 

Durante el salto el aire frío oxigenó mis pulmones y cerré los ojos con los pies en dirección al agua rezando por salir ilesa.

Un segundo, dos segundos, tres...

Aterricé en el agua y fue como si alguien hubiera atado una cuerda alrededor de mis tobillos con toneladas de piedras y tiraran de mí con fuerza al fondo de la piscina natural. El sonido del agua llenaba mis oídos, y el frío líquido corrió por mi garganta. Hundida. Pedazo a pedazo, lágrima por lágrima, la corriente, terminó por arrastrar mis pensamientos. Ralentizada, no tenía fuerzas para nadar. Estaba cansada, muy cansada...

 

GAËL

 

     La mayoría de las personas no descubren en qué consiste la vida hasta que están a punto de morir, y a mí no me hacía falta estar en el lecho de muerte para saber con certeza que el sentido de mi vida, el ser más precioso y valioso de mi existencia acababa de saltar al vacío.

Con la mirada fija en el agua metí la mini cámara y el anillo en el bolsillo de la chaqueta y prácticamente me la arranqué a tirones, desesperado porque no la veía aparecer.

El ruido había sido ensordecedor, parecido al de un arma de fuego. Chloe aterrizó en el centro de la piscina y continuaba bajo el agua. Tras solo un par de segundo me quité los zapatos con una angustia horrible y sin pensármelo dos veces salté...

La idea de que le sucediera algo me paralizaba el corazón.

 

 

 

CHLOE

 

 

 

 

Pataleaba con fuerza, desorientada. El corazón me retumbaba en el pecho y la adrenalina inundaba mi cuerpo. Hacía todo lo posible por alcanzar la superficie, pero no podía. La sangre me rugía en los oídos a un ritmo vertiginoso. Comenzaba a debilitarme, estaba llegando al final de mis esfuerzos. De pronto sentí un poderoso brazo rodeándome la cintura y lentamente subí hacia arriba estrechada contra un cuerpo de granito. Cuando mi cabeza salió a la superficie tosí sin control, tratando de obtener aire y expulsar el agua hacia fuera.

—¡Chloe! ¿Estás bien?

Escuchaba la voz de Gaël entrecortadamente, jadeando, y me esforcé por enfocar la mirada bajo una incesante caída de agua. Sus dedos ansiosos acariciaban mi pelo sin parar.

—Yo... no podía... —traté de hablar, pero mis palabras salieron rotas.

Me costaba fijar mis ojos en los suyos.

—¿Te hiciste daño al caer?

Su voz profunda denotaba preocupación y se llenó mi alma de sentimientos. Sumergida hasta los hombros, a los pies de la cortina de agua de la cascada, Gaël me apartaba el pelo mojado de la cara. Sus pulgares me acariciaban el pelo, los pómulos, los labios, el cuello. Me acariciaba como si necesitara de mi tacto y ese gesto no me pasó inadvertido.

—Mon amour, para mí solo existes tú. Yo solo te quiero a ti, a nadie más que a ti. Jamás pienses ni por un momento que te engañaría —dijo con toda la firmeza del mundo e impulsándome con mucha fuerza contra su cincelado pecho me aferró de la misma manera en la que yo me aferraba a cada partícula de su cuerpo.

—Danielle tenía semen entre los pechos —Sollocé —. Te chupó la polla antes de que yo os interrumpiera.

La rabia y los celos hervían en mi interior.

—No, no sucedió nada entre Danielle y yo. No permití que me tocara. La grabación es la prueba. Jamás engañaría a mi mujer, al amor de mi vida.

Sus ojos me miraban con una fuerza tan arrolladora que disipó las dudas en mi corazón y sumergidos en el agua fría atrapó mi cintura y selló su boca sobre la mía.

Sus labios calientes y suaves se apoderaron de los míos y me besó con ímpetu mientras me arrastraba hasta la parte posterior de la cascada. Con lamidas y lengüetazos profundos fuera de control la fuerza arrolladora de su beso me arrasó como una ola de feroz exigencia. Su imparable boca me quemaba en un beso interminable que comenzó a reparar las grietas de mi corazón. Cada giro tentador de su lengua entrelazándose con la mía resucitaba todo mi ser.

—Te deseo tanto, Chloe —gruñó sobre mis labios y ardí en llamas a pesar de estar sumergida en el agua fría.

—Abrázame fuerte, no me sueltes —susurré necesitándole vorazmente y sus brazos me rodearon con mayor fuerza, como el cemento pegándome a su fuerte torso.

—No te suelto, ciel. No deseo despegarme de ti. Je t' aime. Necesito decírtelo de todas las formas posibles, para que te mantengas aferrada a mí. No te dejaré escapar.

Las últimas horas habían sido, verdaderamente un infierno, una tortura constante y su voz, su cuerpo, sus labios eran como una tierra de oportunidades.

—Me has dado un susto de muerte cuando has saltado —murmuró con el sonido constante del agua que salpicaba encima de nosotros —. Blue Hole es un lugar casi oculto en la isla.

Tenía todos los músculos en tensión. Le temblaba la voz, y con las pulsaciones alteradas comprendí en un solo suspiro que daría la vida por mí. Lo veía a través de su mirada y extendí el brazo para apartarle un mechón mojado que le cubría los ojos.

—Te amo, Gaël.

Enredé mis dedos en su pelo revuelto y su mirada oscura se intensificó.

—Mon petite bête, yo también te amo —susurró bajando su voz de modo íntimo y me besó de nuevo con dureza.

Apretándome contra su duro y húmedo torso dio un paso al frente y atravesó la cortina de agua devorándome los labios con urgencia. Los mordía, jugaba con ellos succionándolos, lamiendo para provocarme y yo con el corazón desbocado respondía chupándole los suyos entre jadeos y gemidos dentro de la cueva que había detrás de la cortina de agua. Le acariciaba con mi lengua, labios y dientes, a bocados ansiosos. Me sentía encendida, como si todas mis células hubieran despertado y cuando mi espalda mojada colisionó contra una piedra el deseo de pronto se tornó febril.

Se arrancó la corbata y se desabrochó los primeros botones de la camisa mientras su lengua húmeda y caliente se enredaba con la mía con suaves gruñidos que reverberan de su poderoso pecho.

Refugiados de la tormenta en la intimidad de la cueva oscura y poco profunda me sacó del agua y me sentó sobre un pequeño saliente liso de una piedra. Con una caricia extremadamente sensual en el interior de mis muslos abrió mis piernas y noté como el deseo crecía en sus ojos de un modo potente y peligroso en el instante que contempló mis erguidos pezones absolutamente transparentados debajo de la blusa y el sujetador, exhibiéndose bajo la tela.

—Siempre que te veo pienso por dónde comenzaré a comerte apenas tenga oportunidad, pero es que ahora...

De su garganta brotó un gruñido y un anhelo insoportable se apoderó de mis entrañas. Apartó mi pelo del cuello para visualizar mi piel con un hambriento silencio y mi respiración se entrecortó con la expresión severa de su rostro por la necesidad de follarme.

—¡Dieu! Me pones la polla tan dura que me duele —Gruñó.

Me desabrochó la empapada camisa con rapidez y sentí como me fundía cuando sacó mis pezones por encima del sujetador de encaje y los pellizcó, rotándolos con sus pulgares.

Duro contra mí cogió cada pecho en una mano y arqueé mi espalda ante su imponente físico. Pura masculinidad que me enloqueció con el azote de su lengua en mis sensibles pezones. Chupaba, succionada, haciéndome sollozar.

—¿Estás seguro de que tu excitación no se debe a haber visto a Danielle siendo follada, gritando que deseaba que enterraras tu polla dentro de ella? —pregunté sin aliento y me levantó una pierna para que le rodeara la cadera.

Terminó de desabrocharse el resto de botones de la mojada camisa con una sonrisa depredadora, mostrando centímetro a centímetro la masa de músculos definidos que se hinchaban y ondulaban tensándose a cada movimiento, y llevada por la pasión y el deseo le arañé los fuertes músculos de su pecho. Unas gotas de agua corrían por su torso desnudo deslizándose por sus abdominales y pude apreciar como su polla se apretaba contra la cremallera de sus pantalones.

—Odio que Danielle haya sentido tu polla. Odio que la desearas, a ella, y a cualquier otra mujer —dije posesiva y se me cortó la respiración en el instante que atrapó de nuevo uno de mis pezones entre sus dientes.

—¡Gaël! —Grité de placer y su mano resbaló por mis curvas hasta terminar con sus dedos en el interior de mis bragas.

—Mis ganas solo tienen un nombre y apellido —Gruñó mientras me acariciaba el lóbulo de la oreja con la punta de la lengua, para luego entrar y salir de la oreja en una imitación atrevida del acto sexual.

Con sus dedos rozó mi palpitante clítoris en una caricia fugaz y un espasmo de placer, agudo e inesperado me hizo jadear y recorrió todo mi cuerpo.

—Me vuelves loco —dijo con voz tensa y grave.

Apoyada contra la piedra mojada y fría mi sexo se contrajo lleno de deseo alrededor de dos de sus largos dedos al hundirlos dentro de mí convirtiéndome en la imagen de la viva urgencia.

—¡Ah! —Gemí y me pasé la lengua por los labios terriblemente excitada.

Sus dedos se hundieron profundo y volvieron a salir y el sonido de su respiración entrecortada pegado a mi oído aceleró los latidos de mi corazón. Me sentía tan caliente que el cuerpo me dolía.

—Tu y yo sabemos a quién pertenecemos. Eres mía, y yo soy únicamente tuyo —Afirmó con aspereza mirándome fijo y me moví contra sus dedos con un gemido.

 

Bajo el hechizo de su mirada rebosante de lujuria sus hábiles dedos entraban y salían de mí una y otra vez con una precisión certera. Los sedosos músculos de mi vagina se estremecían y se tensaban respondiendo incontrolables mientras me penetraba con movimientos rápidos y me abrí a él perdida en un placer irracional.

—Ciel, cuando esté dentro de ti en un minuto, cuando termine contigo, ni siquiera recordarás el motivo de tus celos. Te aseguro que cuando te folle ahora mismo solo podrás sentir lo mucho que te deseo.

Sus palabras, sus dedos, sus besos me hacían caer prácticamente en el abandono.

—Fóllame, Gaël. Fóllame con fuerza y dame el más delicioso de tus orgasmos dentro de mí. Fóllame hasta llenarme con tu semen caliente y suave —Gemí y le clavé las uñas en los glúteos entregada al placer.

Sus ojos reflejaron un deseo animal que jamás había visto antes en él y se desabrochó los pantalones con movimientos rápidos liberando una erección gruesa y larga. Con un áspero gemido me besó en los labios y perdiendo el control por completo me abrió los shorts de un fuerte tirón y me los quitó de forma brusca.

—Tu dois être la femme la plus désirable de la planète.

Observé con oscura satisfacción como me arrancaba las bragas con frenesí y agarrándose a continuación su gruesa polla la pasó entre mis empapados pliegues. Las venas recorrían todo su miembro igual que por sus antebrazos en tensión y sujetando mi culo con la otra mano con firmeza, hundió su caliente polla dentro de mí en un brutal embiste. Entró profundamente, y mi boca se abrió con un alarido de placer desgarrador.

—Tu piel me pertenece —Gruñó con los dientes apretados y luego empezó a empujar con fuerza, embistiéndome a un ritmo despiadado, empotrándome contra la roca.

—¡Oh¡¡Dios, sí! —Gemí muriendo de placer.

El aliento me salía descontrolado, con respiraciones cortas y rápidas al igual que a él. Las gotas de agua le caían por su ancho pecho brillando y su estómago duro como una piedra se contraía al deslizarse en mi interior. ¡Dios! Estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Gaël agarraba mis caderas mojadas y se movía con fuerza follándome durísimo.

—Eres mía... mía... —Gruñía clavándomela hasta el fondo, llenándome con su polla larga, gruesa y grité.

—Síi... Dios... síii... ¡Tuya!

Su boca atrapó la mía con un deseo salvaje acallando mis gemidos y me clavó su lengua, acompasadamente con el mismo ritmo brutal de sus embestidas dentro de mí. Potente y apasionado me follaba como un hombre poseído y eso me volvía loca. ¡Dios! ¡Cómo me gustaba verle así de salvaje! Un hombre elegante y sofisticado de tan impresionante autodominio ardiendo en llamas.

—Vamos, córrete para mí... siento que estás a punto... Siento tu delicioso coño a punto de estallar...

Mis sentidos estaban inundados por la sensación de sus músculos flexionándose contra mí, llevándome al límite. Escuchar como perdía el control con gritos roncos y sexys cada vez que me penetraba con su miembro rígido y caliente a un ritmo despiadado espoleó mi deseo. El pecho se le empezó a agitar por el esfuerzo y notar como su polla palpitaba dentro de mí volviéndose más gruesa fue mi perdición. Apreté mis piernas entorno a él acompañada de una inmensa oleada de placer y sujetada a sus hombros me corrí.

—Gaël...

Me sobrevino un orgasmo demoledor mirándole fijo, sintiendo una sublime sensación entre espasmos que engullían y ordeñaban su polla. Gaël con toda la potencia de su cuerpo atlético y musculoso atacaba mi coño con golpes certeros y rápidos intensificando mi poderoso clímax.

Envuelta por su deseo enfebrecido lo forcé con las caderas y sus penetraciones se hicieron cada vez más urgentes, más desesperadas. Nuestros cuerpos mojados colisionaban una y otra vez al igual que mi espalda lo hacía contra la roca. Los músculos se le tensaban. Me clavaba los dedos bombeando fuerte y rápido. Entraba y salía de una manera enloquecedora con contundentes golpes secos hasta que una ola de calor abrasó mi interior y un rugido viril reverberó en la oscura cueva.

—Je viens, je viens...

Se corrió con un sonido primitivo de satisfacción masculina contrayendo su cara con gesto de placer mientras se deshacía con violencia en chorros en lo más profundo de mis entrañas.

     —¡Dieu!

Su aliento descontrolado agitaba algunos mechones de mi pelo y con un gesto lento y afectivo me besó el hueco del cuello.

—¿Sigues teniendo dudas de cuánto te deseo? —susurró sobre mi piel con un calor sensual y arqueé mi espalda sonriendo.

Disfrutaba de la sensación de su cuerpo pegado al mío.

—¡Ah! Pero, ¿eras tú el que me estaba empotrando contra la piedra? Creí que era el hombre de las cavernas —dije bromeando y Gaël resopló, riendo.

Satisfecho, deslizó sus dedos por mis mejillas y sacó su miembro poco a poco, con el pecho aún agitado por el esfuerzo.

—Pues prepárate que ahora te arrastraré por el pelo hasta el coche —Me estrujó con cariño y acaricié despacio su pelo.

—Arrastrarme no sé si me arrastrarás lo que sí sé es que habrías hecho una pintura rupestre del Paleolítico en la piedra si llego a tener en la espalda mientras me follabas pigmentos en polvo o arcilla —dije con alegría y soltó un bufido.

—¿Te he hecho daño? —preguntó, mirándome a los ojos y a continuación se disculpó — Lo siento, Chloe.

—No me he quejado, no me pidas perdón —Repliqué y le acaricié la mandíbula, tentadora.

La incertidumbre de su mirada denotaba que no estaba seguro de si debía creerme y sonreí al tiempo que le recorrí el espectacular torso mojado con un dedo, navegando por los músculos de sus abdominales.

—Repetiría ahora mismo, cariño —Ronroneé de forma dulce.

Aplasté mis pechos en la musculatura definida de su torso e inhaló profundo.

—Je t' aime, Chloe —susurró con sus ojos clavados en mí.

Subió su mano hasta mi rostro y me pasó la yema de sus dedos masculinos a la par que elegantes por toda la mejilla.

—Cuando regresemos a París, dejarás que me encargue yo de Elisabeth. ¿De acuerdo?

Sus ojos se volvieron fríos al mencionar su nombre y asentí con la cabeza.

—Ya no te molestará nunca más. Se acabaron las amenazas, los insultos, el maltrato psicológico. Neutralizaré su ira contra ti con el vídeo que grabé en el Hedonism de su queridísimo hermano Alaric, del que por cierto me encargué antes de irme del hotel.

Su rostro se crispó por completo y la expresión de furia en sus ojos aceleró mi corazón.

—¿Qué le hiciste?

Formulé la pregunta con unos repentinos nervios surgiendo dentro de mí, creando un nudo en el estómago.

     —Nada, simplemente advertirle que le tenga miedo al futuro —Murmuró enigmáticamente mientras acariciaba mi rostro con delicadeza.

Posé mi mano sobre la suya y se me alteró el pulso al percibir sus nudillos magullados.

—¿Solo le has amenazado?

Hice la pregunta con un repentino dolor en el pecho y sus dedos se detuvieron en la curva de mi garganta.

Respiró hondo, dudando... Advertí en su mirada como le hervía la sangre a un ritmo peligroso y presa de un inquietante presentimiento mi corazón se oprimió.

—Si no fuera por la existencia de la pequeña Chloe te juro que lo borraría del mapa sin ningún tipo de remordimiento. Antes en el hotel, lo habría matado.

Su voz salió impregnada con ira comprimida y me dio un vuelco el corazón.

—Tuve que emplear toda mi fuerza de voluntad para no arrancarle la garganta cuando te fuiste.

Sentía como la rabia le recorría con brutalidad cada músculo y los pensamientos de un futuro sin Gaël a mi lado, en la cárcel por asesinar a Alaric me atravesaron. Un escalofrío destructor me recorrió de arriba a abajo en la oscuridad de la cueva. El frío me congeló. Un solo día sin él sería como intentar resistir una noche a la intemperie en la cima del Everest. Sería imposible sobrevivir. Gaël era mi oxígeno y el vacío en mi pecho se intensificó cuando pensé en su posible reacción al enterarse de la verdadera paternidad de Chloe. Si Gerard era el padre de mi sobrina entonces sí que no me quedaba la menor duda de que Gaël mataría a Alaric sin ningún tipo de contemplación.

Llevé mi mano a su mejilla y mis ojos se cristalizaron.

—Mon homme mystère...

Él era maravilloso. El hombre perfecto. No quería que arruinara su vida, su futuro por mí.

—Júrame que pase lo que pase no lo matarás —dije angustiada —. A pesar de desear que Alaric sufra lo indecible por lo que me hizo en el pasado no quiero que ensucies tus manos por mí.

Sentía que me escocían los ojos, se llenaban de lágrimas.

—Te amo, te necesito conmigo. Necesito tu calor y la seguridad que desprenden tus brazos... Te necesito a mi lado para poder vivir —susurré con la voz rota y mis palabras desataron un torrente de emociones en su rostro que apenas podía contener.

—¡Maldita sea! ¿Y qué diablos se supone que tengo que hacer? ¿Qué hago si solo pienso en cómo cargármelo por lo que te hizo? Se metió en tu camino... Tú eres la mujer que amo. La mujer que me comprende más allá de la mirada, más allá de lo físico y lo elemental y ese maldito hijo de puta se atrevió a robar tu hermosa juventud. Tiene que pagar por lo que te hizo en el pasado —Masculló con amargura y el tiempo se detuvo sin que ninguno de los dos desviara la mirada.

Clavada en sus pupilas, el mundo parecía acabarse ahí fuera. Llovía a mares. Los rayos se sucedían a los truenos con un estrépito ensordecedor. Rodaban los relámpagos rasgando meteóricamente la oscuridad de la cueva y el suave tacto de sus manos en mi rostro. El roce de la punta de sus dedos, era un lenguaje silencioso. Un idioma sin verbos, derramando sentimientos en cada una de sus respiraciones, al resguardo de la tormenta.

—Gaël, prométeme que no matarás a Alaric. Por favor, no me vengues. Si me amas, no lo hagas.

Por su rostro desfilaban multitud de emociones, ira, dolor, amor. Y después en un abrir y cerrar de ojos sus manos volaron a mi rostro y atacó mi boca con avidez en un impresionante beso que desató mis sentidos. Se oyó un trueno y en la intimidad de la cueva pude jurar que el choque de sus labios con los míos tenía la energía para propiciar su propia tormenta. El beso era frenético, lleno de necesidad y mucho anhelo. El sonido de nuestras lenguas peleando era desesperado.

—No puedo. Quiero vengarte de aquella traición que te destrozó el alma. No puedo prometerte eso. Lo único que puedo prometerte es que siempre estaré a tu lado.

Acarició con su nariz mi rostro y cerré los ojos.

—Gaël, por favor...

Depositó un beso cargado de ternura en mis párpados y tomé una trémula bocanada de aire.

—Chloe, tu es l'amour de ma vie. Te amo con cada latido de mi corazón y sé que necesitas olvidar para siempre el dolor que persigue tu alma.

—Por favor —Insistí en un hilo de voz y me atrajo hacia él.

Pegada a su húmedo cuerpo podía sentir como palpitaba su corazón y sus suaves labios iniciaron un sendero de delicados besos por mi rostro hasta llegar a mi boca.

—De acuerdo —susurró entonces en voz baja y abrí mis ojos fundida en el calor de su fornido cuerpo.

Sus ojos oscuros me miraban a centímetros de mi rostro con gesto serio mientras acariciaba mi mejilla con el pulgar.

—¿De acuerdo? —pregunté indecisa y por la evidente tensión que lo dominaba supe que sí.

—No le mataré, pero si buscaré la manera de que sufra y derrame lágrimas de sangre por lo que te hizo —Me advirtió con una calma no exenta de amenaza sin poder ocultar su ira y no pude reprimir la tentación de acariciar su pelo.

—Un día la vida le devolverá cada maldad, cada acto que haya cometido, cada palabra...

Las lágrimas que pugnaban por salir quemaban mis ojos. Gaël se inclinó y besó con suavidad mis labios.

—No te quepa la menor duda de que así será. Él... y Elisabeth.

Nunca entendería por qué me hicieron aquello. No era capaz de comprender el alcance y auténtico sentido de tal aberración contra mí. Necesitaba una explicación. Todos estos años estuve convencida de que Elisabeth cometió ese acto de cobardía empujada por el miedo a ser descubierta, pero ahora... Tras averiguar el parentesco entre Alaric y ella mi percepción de ese episodio de mi vida había cambiado. Sentía que algo se ocultaba en mi pasado. Un pasado envuelto en secretos que era como la tierra, con capas que se fueron depositando y que con el tiempo perdieron su estructura, se mezclaron entre sí, desbaratando su orden con posibles mentiras. Seguramente tardaría un tiempo en excavar los montículos de recuerdos, situaciones revividas, sensaciones amargas que me harían daño, pero quería airear y descubrir de una vez por todas la verdad.

     «Tengo que hablar con Elisabeth cara a cara.»

 

Bajo la incesante lluvia que no dejaba de caer Gaël me alzó en sus fuertes brazos para salir de la cueva y puse toda mi atención en su poderoso cuerpo y su habilidad para caminar conmigo a cuestas por un terreno bastante escarpado, largo y sinuoso. Le sentía gigante, más atractivo que nunca y le miré desde abajo. El agua chorreaba por su oscuro cabello, se deslizaba como un riachuelo por su esculpido torso y las profundas líneas de músculos de su abdomen. Se movía con agilidad y posé mis labios contra su cuello en un gesto aparentemente inofensivo, pero yo no sé si eran las condiciones meteorológicas externas o internas, si era porque llovía a mares, o si una cosa llevó a la otra, o era que la química de nuestros cerebros no funcionaba bien, que terminamos haciendo el amor en el suelo cubiertos de barro, disfrutando como locos.

Ni en un millón de años habría imaginado que tener sexo con Gaël en medio de un aguacero en pleno corazón de la selva jamaicana sería una experiencia tan electrizante.

Contemplar al todo poderoso editor jefe de Vogue Francia con su magnífico cuerpo extendido debajo de mí mientras yo lo cabalgaba, cubierto de barro, víctima deseosa de mi erótica tortura a punto de correrse provocó mis sentidos. No le sobraba ni un gramo de grasa. Era sencillamente soberbio. Pecho y hombros anchos, músculos definidos. ¡Dios! Me sentía arrebatada encima de él. Su polla se deslizaba dentro y fuera de mí y graves gemidos de satisfacción escapaban de su boca cada vez que empujaba hacia arriba con una inagotable necesidad para contrarrestar mis movimientos hacia abajo.

—No sabes cómo me gusta tenerte debajo de mí, rendido... excitado —susurré arqueando la espalda, incitándole a que chupara mis pezones, tentándole con mis caderas.

—Y a mí tenerte encima... no sabes cuánto.

Su amplio pecho se ensanchó al respirar profundamente y el fuego de su mirada, salvaje y penetrante tuvo el poder de reducirme a cenizas.

—Quiero sentirte temblar, corriéndote para mí, Gaël. Quiero... Votre sperme —Gemí.

Me incliné hacia él besándole en el cuello y como una pantera, cuando hace aparecer sus afiladas garras, dispuesta a atacar a su presa empecé a follarle con una feroz necesidad.

—¡Dieu! Así, ciel, así... Eso es, quiero verte cabalgándome.

Excitaba mi pezón entre sus dientes y sentía en cada embestida como todo ese poder con mano de hierro que ejercía Gaël ante las personas se volatilizaba debajo de mi cuerpo, sucumbiendo a la ardiente espiral de deseo que le atravesaba.

Le cabalgaba cada vez más rápido sintiéndolo muy dentro de mí y me agarró de las caderas, empalándome con sus ojos clavados en los míos mientras yo acariciaba mi clítoris.

—Me corro... Me corro...

Con la lluvia cayendo sobre nuestros ardientes cuerpos aquella experiencia tan insólita en mi vida sacó al exterior el animal femenino que se ocultaba dentro de mí. En medio de la selva con la ropa desperdigada por el suelo el momento se convirtió en una primaria y primitiva pasión que trascendió todo y Gaël penetrándome con fuerza lanzó un rugido de placer al correrse que me llevó a mí también a un placer crudo y profundo partiéndome en dos.

Un sublime clímax casi intolerable.

—¡Santo Dios! ¡Qué manera de follar! —Exclamé en voz alta y luego me reí de mi misma.

Con los ojos cerrados desde la soledad de la bañera podía verle con su perfecto cuerpo debajo de mí corriéndose entero y como a continuación con una risa despreocupada que hasta entonces nunca le había oído me revolcaba por el suelo cubriéndome de barro entre besos.

Empezaba a dormitar sumergida en el agua caliente cuando me sacó de mi letargo una caricia embriagadora en el cuello.

—¿No echas en falta algo?

La voz profunda y rasgada de Gaël desde atrás me provocó un escalofrío y estuve a punto de decir que le echaba en falta a él, pero sabía que esa no era la respuesta que esperaba y reflexioné sobre su pregunta.

—¿Debería echar en falta algo?

Disfrutaba de la amplia bañera, sumergida en un nutritivo baño de burbujas de orquídea y magnolia y escuché como respiraba profundo.

—Oh, mon amour...

Después de compartir ducha y enjabonarnos mutuamente para eliminar el barro de nuestros cuerpos se había marchado a solucionar unos asuntos pendientes con Robert.

Sonaba de fondo la ineludible voz de Bob Marley. Los sonidos cadenciosos de la música reggae desde el bajo con esa línea hipnótica, inevitable, fragmentaba mis pensamientos en distintas direcciones. El tintineo en la enorme pared de cristal delataba que la lluvia continuaba cayendo con fuerza y me rendí de mis absortas cavilaciones cuando el motivo de mi felicidad apareció en mi campo visual.

Vestía el mítico traje de esmoquin de Tom Ford con camisa blanca y pajarita negra que le quedaba impresionante. Esbozó una sonrisa lenta y perezosa y el corazón sencillamente se me aceleró, se me derritió, lo perdí en ese segundo por mi controvertido e irreverente marido, Gaël Barthe. Mi hombre misterioso... mi caballero francés capaz de poner el mundo a mis pies. Ése que podía ser fuerte y tierno al mismo tiempo. Sensual, divertido, romántico.

Alcé la cabeza para poder contemplar su magnífico cuerpo embutido en un traje de estilo depurado e inmaculada elegancia y me lo comí con los ojos, centímetro a centímetro en una sensual ascensión. El corazón me golpeaba en el pecho y en el instante que mis ojos se encontraron con los suyos el brillo de deseo en su mirada me aceleró la respiración hasta alcanzar niveles peligrosos.

Intenté tomar aire y pensar en algún comentario ocurrente de los míos, pero todos mis pensamientos se desvanecían impactada con su belleza masculina.

—¿Vas a alguna fiesta?

Logré decir al fin y carraspeé para aclararme la garganta.

—Sí, tengo una cita muy... especial —susurró lleno de genial provocación mientras dejaba mi anillo de casada en el borde de la bañera y mis terminaciones nerviosas se agitaron.

—¡Oh! mi anillo. A esto te referías cuando decías que si echaba en falta algo —dije avergonzada sonrojándome y lo cogí enseguida —. Lo siento. No debería habértelo lanzado.

Gaël respiró hondo y soltó el aire.

—No me pidas perdón, tú no tienes la culpa de nada. Si yo te hubiera encontrado en el Hedonism en medio de una orgía ten por seguro que mi reacción habría sido mucho peor que la tuya —Admitió Gaël mientras observaba como deslizaba la valiosa joya por mi dedo anular de manera delicada.

Con un suspiro me levanté con elegancia para salir de la bañera, con el pelo mojado hacia atrás y la piel me quemó ante su ardiente mirada, que recorría cada curva de mi cuerpo.

—¿Y quién organiza la fiesta para que te hayas vestido así de elegante? —pregunté con aire distraído — ¿Alguna personalidad del ambiente político de la isla?

Me obligué a moverme lento, no quería que notara mi repentina desilusión.

—Más o menos. La fiesta es en honor a alguien muy importante que espero llegue a formar parte de mi proyecto en la isla. El lugar dónde se celebrará la cena es espectacular.

Me quedé parada, sin más, mirándole desnuda y sentí un vacío inexplicable en mi corazón por no poder acompañarle. Si había algún periodista acreditado en la fiesta las imágenes de él y yo juntos aparecerían de inmediato en la prensa y eso no era conveniente para mí.

—Dieu, Chloe.

Pude oír como Gaël contenía el aliento y salí de mi estado inerte.

—No importa las veces que te haya poseído hoy, nunca me canso de ti.

Envolví mi cuerpo en una toalla mullida y suave e intenté ocultar mis sentimientos con una amplia sonrisa.

—Mientras acudes a la fiesta aprovecharé para llamar a Paul y ponerme al día con todo lo acontecido tras el desfile. Andará como loco, le dejé con todo el papelón.

Me sostuvo la mirada sin hablar, y me sentí estúpida por sentir como las lágrimas pugnaban por asomarse a mis ojos. De sobras sabía los motivos que tenía para acudir a la fiesta sin mí, sin embargo, me resultaba difícil dejarle ir solo.

—No te apresures en volver, disfruta de la fiesta. De todas maneras, tengo que realizar varias llamadas más aparte de la de Paul —Suspiré para mis adentros sintiéndome tonta y Gaël se acercó. En silencio deslizó las yemas de sus dedos entre mi pelo mojado.

—Ciel, je t' aime.

El vacío que había sentido en mi corazón se llenó de anhelo y necesidad. Una parte de mí quiso lanzarse a sus brazos, estrecharle con fuerza y decirle que se quedara o que me llevara con él.

—Vete ya, se te va a hacer tarde —susurré y encerró mi cara entre sus manos.

—Chéri...

La comisura de su boca se elevó y morí por culpa de su sexy sonrisa que suavizaba la severa línea de su mandíbula cubierta de barba.

—Deberías irte.

El espacio entre su boca y la mía se acortó. El iris de sus ojos oscuros de un tono único e irrepetible, difícil de olvidar, y su olor... el delicioso aroma de su perfume con ese toque a cedro, a maderas orientales se apoderó de mis sentidos.

—Vístete, mon petite bête, te vienes conmigo —Pronunció con suavidad en tono bajo, rasgado y mi corazón latió en cada sílaba.

—¿Qué?

—Que vayas a vestirte. En el armario encontrarás tu vestido metido en una funda —dijo atrayéndome hacia su cuerpo y su invitación llegó de una forma tan inesperada que arrastró mi desazón y mi tristeza de un plumazo.

—Pero... ¿Cómo voy a ir contigo? No deberíamos. ¿Estás seguro?

—Segurísimo. Quiero tenerte junto a mí —dijo de inmediato mientras acariciaba mi cuello, rozando sus dedos muy despacio.

La brisa suave y fresca de la selva entró por una de las ventanas y junto con sus dedos y mi pelo mojado, me hizo estremecer.

—Cenar solo, con las imágenes candentes en Blue Hole y del ardiente «momento barro» no sería sano para mi mente. Mis hormonas inquietas desean acecharte bajo el mantel —Murmuró malicioso y mi interior se convirtió en un caos de razón, de sensaciones y de risas salpicándome de ilusión.

—¡Eres un pervertido! ¿Lo sabías? —Esbocé una sonrisa juguetona.

—Sí, lo sabía. Soy tu marido, tu amante, el pervertido enfermo que te trastorna tanto como para pegar un polvo en el barro —Arqueó una ceja al pronunciar esto último y puse los ojos en blanco —. Y ahora mueve tu precioso culo y vístete.

Me miraba con una amplia sonrisa dibujada en sus labios y no pude evitar soltar una carcajada.

—¡Ay Dios! ¿Qué será de mí? Me he casado con un pervertido. ¡Con lo inocente que era yo! —Le observé a través del suave aleteo de mis pestañas y Gaël contuvo la risa.

—¿Inocente? A mí no me engaña, señora Barthe. Usted tiene la mente muy sucia.

Con una expresión divertida en su rostro me quitó la toalla con un movimiento rápido dejándome desnuda y me dio un azote en las nalgas empleando la toalla mojada que me hizo gritar de sorpresa.

—¡Auu!

Reí de manera espontánea.

—Estás jugando con fuego lo sabes, ¿verdad? —dije en tono suave, con una expresión desafiante y los ojos le brillaron con ardiente intensidad.

En un segundo el ambiente se cargó de electricidad a nuestro alrededor a punto de soltar chispas.

—Qué miedo...

De un sólo salto me encaramé sobre su robusto torso que casi hice que perdiera el equilibrio y ya en la acogedora habitación, con mis brazos ciñendo su cuerpo, y los de él, estrechando el mío, unidos fuertemente le cubrí el rostro de besos entre risas.

—Ahora la que está jugando con fuego eres tú ¿eh? —susurró sobre mis labios entreabiertos.

Un calor abrasador, un deseo salvaje me invadió cuando Gaël aplastó mi boca contra la suya en un beso implacable.

La química entre nosotros explotó como siempre y le rodeé el cuello ajena al hecho de que le estuviera mojando el traje de esmoquin. Mi espalda golpeó en la pared y con un gemido su lengua se adueñó de mi boca y de cualquier pensamiento coherente con un beso que provocó que se pusiera duro al instante.

—¿Quieres que te folle, chéri? Huelo tu excitación —Jadeó en mi oído, y sentí el rápido latido de su corazón, en sincronía con el mío.

—No, llegaremos tarde a la fiesta. Últimamente te has vuelto un experto en llegar tarde. Tú, un hombre sumamente puntual y serio... —dije con el aire compartido entre los dos y me clavó su polla en señal de protesta.

—Un cope rapide... de sexo puro y duro —Gruñó poderoso y enérgico presionándome contra la pared y me estremecí excitada.

—No.

Mojada, con ganas de que me follara sentía como el calor traspasaba su ropa. Gaël era el hombre más seductor y atractivo que había conocido en mi vida, parecía salido de mis fantasías más salvajes y apasionadas.

—¡Putain merde! Haces que me hierva la sangre y que solo pueda pensar en hundirme dentro de ti.

Sus labios se aproximaron a mi pezón derecho y su aliento como una caricia ardiente me quemó al detenerse justo antes de rozarlo. Me sujetaba dominándome por completo y me arqueé hacia su sensual boca adolorida, estremeciéndome del deseo por que lo acariciara.

—Gaël —susurré presa de la necesidad y sus ojos se clavaron en los míos.

El hecho de que no quisiera hacerlo por tener que ir a la fiesta no significaba que no deseara que me poseyera de todas las formas posibles.

—¿Aún deseas que pare?

Formuló la pregunta con voz ronca, grave, con un amago de sonrisa en sus labios a escasos centímetros de mi pezón y me produjo un escalofrío.

—Sí.

Sentía la promesa erótica de que su boca, la más perversa de las tentaciones, me devoraría y la temperatura de mi cuerpo aumentó por segundos.

—¿Segura?

Con la punta de su lengua húmeda y suave rozó mi pezón casi de forma imperceptible al mismo tiempo que me presionaba con su gruesa polla y un deseo incontrolable se apoderó de mi cuerpo.

Estaba perdida.

Le dediqué una mirada llena de pasión y antes de que me diera cuenta abrí la boca y pronuncié una frase que tuvo un efecto insospechado en Gaël.

—Cómeme las tetas, devóramelas. Haz lo que quieras con mi cuerpo —Gemí excitada y vi la necesidad irrefrenable en sus ojos.

Humedeciéndose bien la boca, comenzó a lamer en pequeños círculos con la lengua alrededor de mi pezón erguido, de arriba a abajo. Con toques que estimulaban mi pezón de una forma que me hacía moverme entre sus fuertes brazos. Mordisqueaba, besaba, succionaba, lamía, provocándome una gran sensación de placer.

De pronto el sonido del teléfono móvil de Gaël interrumpió nuestro momento apasionado y exhalé el aire entrecortadamente en el instante que dejó de devorarme los pechos.

Sacó el teléfono del bolsillo derecho de su pantalón y tras mirar la pantalla, respiró hondo, se calmó y contestó la llamada hablando sosegadamente, con voz de no haber roto un plato en su vida, con un impresionante autocontrol del que yo desgraciadamente carecía.

—Hola mamá. Discúlpame, por favor, por no llamarte. Ha sido un día complicado ¿Por qué no te llamo mejor mañana y quedamos para comer un día de esta semana? Así tendremos ocasión de charlar, tengo algo que contarte. No, no he hablado aún con papá del futuro de Conde Barthe, es un tema espinoso.

Pegada a su cuerpo podía escuchar de forma tenue la voz preocupada de su madre y Gaël sujetándome con un sólo brazo me llevó hacia el armario.

«Bye, polvo duro y rápido.»

Me dejó en el suelo con cuidado y le miré a los ojos mientras apartaba un mechón de pelo de mi cara. Lo hizo con ternura y después besó mi sien antes de alejarse.

Nada más abrir el armario y ver la funda del vestido con mis iniciales sonreí como una idiota. Una de mis preciosidades estaba colgada en la percha. Un vestido largo de tul finísimo de color rojo. Las capas del tejido, el original corte y las flores bordadas, imponían visualmente.

¿Se lo habría entregado Dangelys o Nayade? Este hombre siempre me sorprendía.

—No, no tengo ni idea de dónde puede estar Bess, aunque supongo que se encontrará en casa de Athos, sería lo más normal.

Desnuda, con el pelo mojado, descalza sobre la alfombra me tensé por completo al oír el nombre de Elisabeth.

—Claro que estoy en París, pero no me pidas que vaya a verla o que la llame, porque no lo haré —dijo Gaël visiblemente cabreado e inflexible.

Dejé el vestido en la cama tras intercambiar una mirada significativa con él.

—Mamá, Bess es lo suficientemente grandecita para saber que debía guardar reposo. El médico fue muy claro en su diagnóstico, tiene hipertensión pulmonar. Desobedeció todas sus instrucciones presentándose en el backstage. Tiene que dejar de jugar con su salud si no quiere perder el bebé que viene en camino —Manifestó Gaël en un tono grave y respiré hondo, de forma temblorosa al comprender realmente la seriedad del asunto.

«Dios mío, el bebé podría morir si no se cuida.»

—Mamá, mañana te llamo, tengo que colgar.

Sentada frente al tocador, me maquillaba un poco los ojos y los labios con la piel erizada aún por las caricias de Gaël. Intentaba bloquear mis sentidos, encerrar mis sentimientos algo amortiguados en algún lugar donde no sintiera nada, pero las palabras de Gaël me habían dejado aturdida. Era lo último que me esperaba, que Elisabeth estuviera tan enferma.

 

Con el pintalabios en la mano miré a través del espejo como Gaël caminaba despacio hacia mí y otra vez me robó mi silencio. Nuestras miradas se cruzaron en el espejo y otra vez me encontré mostrándole a la vista mi dolor, como los papeles que aparecen desperdigados por la calle después de una tormenta.

Me quitó el pintalabios de la mano, lo dejó en el tocador y sujetando mi cara con sus grandes manos me obligó a levantarme. Los pocos rincones de intimidad que tenía en el interior de mi cabeza se pusieron al descubierto en el momento que me perdí en su mirada.

—Ciel, pensaba decirte lo de Elisabeth a nuestro regreso a París. Te han sucedido demasiadas cosas y no quería que cargaras con la culpa si llegaba a sucederle algo.

Su voz sonaba preocupada.

—¿Desde cuándo sabes que está tan gravemente enferma?

Sus dedos se tensaron alrededor de mi rostro.

—Desde que te conocí en São Paulo.

Su voz habitualmente firme tembló por un instante y contra mi voluntad unas lágrimas traicioneras se asomaron a mis ojos.

—Aquella noche no quise llevarte a mi cama porque sabía que tú no serías otra más en mi larga lista. Me exigí no caer en la tentación de tu piel. Sin embargo, cuando te vi en el restaurante Les Ombres de París y luego en mi despacho me quedó claro que ya me habías robado hasta el alma. No podía continuar con la farsa del matrimonio por muy enferma que estuviera Elisabeth.

Me miraba preocupado ante el evidente malestar reflejado en la expresión de mi rostro y me perdí en mi interior, me disolví detrás de mis ojos cerrados. Esta revelación llenaba de minas y de huecos traicioneros el suelo bajo mis pies.

—Tomaste una decisión, no sé si fue la más acertada, pero la tomaste. Elegiste un camino, escogiste vivir una vida a mi lado... El problema está en que ella se interpondrá siempre en tu camino, que también es el mío. Cuanto más desesperada esté por recuperarte, mas furiosa se pondrá. Elisabeth carece de todo escrúpulo y conciencia y utilizará todo lo que esté en su mano para hacer nuestro camino difícil e insoportable. Hará lo que sea con tal de salirse con la suya, incluso arriesgar la vida del bebé, y lo sabes tan bien como yo. La creo capaz de todo, es una víbora. A veces pienso que lo mejor para los dos sería no estar juntos... —Me tembló un poco la voz y Gaël se tensó.

—Eso nunca. Para mí sería imposible vivir sin ti. Me das tanto...

Inspiró profundo y percibí el dolor en su rostro. Sus manos recorrieron la curva de mi cuello y estremecieron mi piel en el viaje que hicieron hasta llegar a mi nuca.

—Ella no parará hasta destruirme por completo.

—Soy muy consciente de que la situación con Elisabeth es bastante delicada, pero a pesar de todos los problemas, te necesito a mi lado... Te necesito como necesito el aire para respirar —dijo mirándome fijo y levanté la mano para acariciar su rostro.

—Gaël, ¿y si nunca se suaviza la situación? —dije antes de que un sollozo ahogado me atravesara la garganta.

—Confía en mí. No permitiré que Elisabeth dinamite nuestra relación, nuestra vida juntos.

—¡Dios mío! Me siento como montada en una montaña rusa. Mi corazón y mi mente viajando en distintos vagones y sujetos a duras penas a sus asientos.

—Aguanta, por favor. Dejaremos todo lo malo atrás. Estoy aquí. Estoy contigo...

Enredó sus dedos en el nacimiento de mi pelo atrayéndome con posesión hacia sus labios y me besó con furia y pasión desesperada. Un beso brutal y dulce a la vez que correspondí con el corazón temblando. El calor de su suave lengua se enredaba con la mía, saboreaba cada rincón de mi boca con lengüetazos profundos que despacio, poco a poco, calmaron mi interior. Sus labios sensuales me besaban con tal entrega que barrió mis lágrimas, mis dudas y mis miedos.

—Te amo, Gaël. Yo también estoy aquí, contigo —susurré, y vi como una profunda emoción cruzó su rostro.

Su frente tocó la mía y cerró los ojos.

—Je t'aime, Chloe... —Musitó, y sentí en las entrañas un ansia profunda.

Ladeó la cabeza y volvió a besarme con tanta ternura que hizo que mi cuerpo respondiera entregándose a él en cuerpo y alma.

—Te prometo que cuando pase el tiempo suficiente no te quedará ninguna espina clavada sobre la que volver la vista atrás ni una sola vez. Juro que te haré feliz, no podrás parar de sonreír.

Su voz aterciopelada y su mirada me estremecieron.

Abrí la boca para decirle que ya me hacía feliz, que las cicatrices de mi corazón desaparecían cuando estaba junto a él, pero se escuchó unos golpes en la puerta, seguido de la voz de Robert y callé.

—Señor Barthe, el coche ya está listo para salir cuando usted quiera.

Deslizó las manos por mis brazos y entrelazó sus dedos a los míos.

—De acuerdo Robert, ahora vamos —Murmuró en voz alta mientras me acercaba a la cama.

—¿Estás seguro de querer que te acompañe?

Su mirada recorrió mi cuerpo que continuaba desnudo y me estremecí al ver el ardor de sus ojos oscuros.

—Por supuesto.

Me puso el pelo todavía húmedo detrás de las orejas y su rostro se cubrió de ternura.