Capítulo 2
3 Días para el desfile
CHLOE
El improvisado plató de televisión que el canal FashionTv montó en el hotel Lutetia fue todo un descubrimiento para mí. No dejaba de observar la imagen actual del período de la Belle Époque por el interior de los pasillos. El hotel se encontraba en el corazón de uno de los distritos más elegantes de París, en el barrio de Saint Germain des Prés. Y mientras estrechaba la mano de Didier, el presidente del canal en Francia, casi no podía evitar los bostezos.
Tenía sueño, era tempranísimo, y la ducha de agua fría para despejarme no había hecho efecto. No pude dormir más que un par de horas y todo por culpa del maldito hombre que consiguió incendiar mi cuerpo ayer por la noche en medio de un tatami.
Nunca volvería a ver con los mismos ojos el Dojang.
Percibí el interés de Didier por mí de inmediato cuando se ofreció a enseñarme algunos de los rincones emblemáticos del hotel con su mano descansando en el final de mi espalda.
Escogí para la entrevista un traje de tres piezas estampadas formado por chaqueta corta, que me quité nada mas llegar al hotel, cropped top y falda midi. Quise esperar tranquila a la maquilladora, pero él insistió en pasear por el hotel.
El edificio en la Rive Gauche se consideraba el primer gran edificio art decó de París con categoría superior a cinco estrellas de la orilla izquierda del Sena. Guardaba entre sus pasillos innumerables obras de arte de renombrados artistas contemporáneos como Thierry Bisch.
Didier, un hombre maduro y atractivo, no dejaba de explicarme curiosidades como que el hotel fue sede del Abwehr, el contraespionaje nazi, instalado por el almirante Canaris en el año 1940. Me sorprendió que me dijera que el dueño del hotel cerraría sus puertas para someterlo a una gran remodelación subastando el 90% del mobiliario, unas 3.000 piezas. Yo veía el hotel espectacular.
—Si quiere después de la entrevista podría invitarla a desayunar en un acogedor café que conozco cerca de aquí y así continuamos conversando con tranquilidad.
Le miré y no pude evitar compararlo con Barthe.
Gaël era tan intenso, tan arrollador, magnético, poderoso, mientras que Didier parecía todo un auténtico caballero.
—Lo siento, tengo que acudir a otra entrevista. Me fascina todo lo que me ha contado sobre el hotel y me encantaría conocer más sobre él, pero me es imposible. En otra ocasión quizás... —Me excusé.
Disimulé el nerviosismo que me causaba pensar en Gaël mirando el interior de mi cartera de mano.
—¿Tiene pareja?
Su pregunta me sorprendió mientras caminaba hacia los ascensores.
—No, ¿por qué lo pregunta? —dije y presioné el botón del ascensor que descendía en ese momento de los pisos superiores.
Quería dar por finalizado el paseo, ya no me sentía cómoda.
—Tengo la extraña sensación que pertenece a alguien.
Acarició mi espalda más abajo del cropped top acercándome a su cuerpo y me incomodó con ese gesto.
—Didier, por favor —murmuré e intenté apartarle.
—Me apetecería conocerla mejor. Dígame, ¿cuándo puedo verla de nuevo?
Notaba su deseo escondido bajo toda esa capa de dudosa caballerosidad y cuando fui a apartarme y darle una respuesta negativa, las puertas del ascensor se abrieron mostrándome una imagen que me dejó petrificada.
Gaël Barthe con una espectacular rubia de curvas imposibles.
Abrí la boca sorprendida al ver como, ajeno a mi presencia, sonreía con sus labios rozando la sien de la mujer que le rodeaba la cintura apretándose contra su costado. La actitud de los dos era de tal familiaridad e intimidad que sin poderlo evitar mi corazón se aceleró. Entonces giró su atractivo rostro y en el instante que su oscura mirada se cruzó con la mía sentí como el calor subía por toda mi columna vertebral a causa de los celos.
Didier le saludó y Gaël tensó la mandíbula en cuanto su mirada se clavó en la mano del presidente de FashionTv que descansaba en el final de mi espalda. Regresó sus ojos oscuros a mí y su mirada encendida me poseyó, loca, obsesionada, abrasándome. Sin embargo, enseguida recuperé el control y el aplomo cuando me di cuenta de donde venía, acompañado de esa mujer que se aferraba a su brazo.
—Didier acepto tu invitación. Me encantaría desayunar contigo —dije malhumorada y desvié la mirada hacia Didier esperando que se cerraran las puertas del ascensor con rapidez.
—Perfecto —murmuró Didier ajeno a la mirada asesina de Gaël e intenté no caer desplomada en el momento que vi por el rabillo del ojo como Barthe evitaba que se cerraran las puertas del ascensor.
—Si me disculpas.
Gaël atrapó mi mano y de un tirón me apartó de Didier dejándole por completo estupefacto.
—¿Qué sucede, Barthe?
Le lanzó una mirada furibunda mientras me arrastraba hacia una esquina del pasillo dejando sola a la rubia.
—¿Qué demonios te crees que estás haciendo?
Me pegó a su poderoso cuerpo y mis pulsaciones se dispararon.
—¿Estás loco?
Era tan fuerte e irradiaba tanta tensión que mi corazón latía enloquecido por su cercanía.
—¿Te has acostado con él?
Me lanzó la pregunta como un disparo a bocajarro y abrí los ojos de par en par. Era un hombre enorme y me miraba con tanta intensidad que un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—¿Te has acostado con él? —Insistió y apreté los labios— ¿Buscas algún tipo de beneficio acostándote con Didier?
La rabia surgió dentro de mí como un volcán en erupción y le di tal bofetón que le giré la cara.
—¡Eres un cabrón! —grité y me di la vuelta para marcharme.
—¿A dónde crees que vas?
Me agarró de inmediato por la cintura atrapándome de nuevo entre sus fuertes brazos y me revolví furiosa.
—¡Contéstame! ¿Te has acostado con él?
Tomé aire y le fulminé con la mirada.
—¿Por qué no te vas a la mierda, Barthe? ¡Eres un cínico! ¿Cómo eres capaz de montarme una escena de celos delante de tu novia? —grité con rabia y señalé a la rubia que se marchaba molesta, acompañada de Didier.
—Nath no es mi novia.
Quise pegarle de nuevo y atrapó mi muñeca casi sin inmutarse.
—Entonces es tu amante —murmuré indignada.
—Tampoco es mi amante —dijo y me apretó más a su firme cuerpo para frenar mis intentos de huida.
—No te creo, ¡suéltame o te rompo los dedos! —Amenacé fulminándole con la mirada.
—Contesta la pregunta que te hice, Chloe. ¿Te has acostado con Didier?
Su voz irradiaba una energía tan salvaje que mis rodillas flaquearon.
—¡Pedazo de estúpido! No me he acostado con él, tengo una entrevista de televisión en este hotel —Alcé la voz desafiante.
—Eso ya lo sé, pero ¿qué haces en la zona de las suites, con cara de no haber dormido y con el imbécil de Didier pegado a tu cuerpo? —Masculló entre dientes proyectando una fuerza arrolladora con su mirada.
—Idiota, me estaba enseñando las obras de arte que hay en las distintas zonas del hotel mientras espero mi turno con la maquilladora para la entrevista. Pero, ¿sabes qué? Yo no tengo porque darte explicaciones —Siseé frente a su rostro.
Maldito fuera por ser tan atractivo y despertarme este deseo febril.
—Sí que debes darme explicaciones.
Casi solté una carcajada.
—¡¿Qué?! ¿Perdona? ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Déjame en paz Barthe y vuelve con tu amante! No me tomes por tonta. Tu sí que has pasado la noche en este hotel revolcándote con esa rubia. No seas hipócrita, fíjate, llevas el pelo húmedo de haberte duchado recientemente.
No pude evitar que afloraran mis celos y él respiró hondo antes de agarrar mi nuca con sus grandes manos acercándome a sus labios.
—¿Estás celosa porque me has visto con otra mujer? —preguntó y su mirada aguda me impactó como una avalancha arrolladora paralizándome el corazón.
—¿Crees que me la he follado? —murmuró.
Quise gritarle que sí estaba celosa, sin embargo, no me expondría ante un hombre que solo pretendía follarme sin más.
—No estoy celosa.
Sus labios rozaron los míos y reprimí un gemido.
—¿Seguro?
Lamió mi labio inferior y fue una sensación tan electrizante que mi cuerpo reaccionó de una manera visceral, temblando. ¡Dios, le deseaba tanto!
—Ma petite bête, vas a ser mi perdición.
Su aliento caliente se filtró entre mis labios y la firmeza del piso bajo mis pies desapareció.
—Putain merde, Chloe. Sé que no debo, pero no me puedo controlar cuando estoy cerca de ti.
La arrebatadora expresión de sus ojos me mató por completo deseando que el fuego que ardía en su interior me quemara con él.
—Barthe, déjame ir, por favor —supliqué en un hilo de voz con sus dedos ahora enredados en mi pelo, agarrándolo con fuerza.
—Acabas de estar con otra mujer.
Intentaba recobrar el sentido común, pero era muy difícil hacerlo cuando su perfume me recordaba al hombre que más deseaba en este mundo.
—Me deseas... —susurró pegado a mi boca y sus labios jugaron encima de los míos, tentándome.
Lamía y mordía con un hambre voraz hasta lograr que mi sexo se contrajera y palpitara, humedeciéndome entera.
—¿No ves como me consumo de deseo por ti?
Hundió sus dientes en mi labio inferior con fuerza y me pegó por completo a su musculoso cuerpo excitándome la expectación de su contacto.
—No quiero que me beses.
Sus ojos me gritaban las miles de obscenidades que quería hacerme y aparté mi rostro.
—No me besarás, no lo harás.
Soltó un gruñido animal que rasgó el silencio del pasillo erizando mi piel, volviendo mis pezones sensibles. Tiró con fuerza de mi cabello, y ladeando mi cuello rozó su nariz y sus labios por mi piel, provocándome un suspiro prolongado.
—Ciel doux, haré eso y mucho más.
Se agolparon en mi mente las escenas de la noche anterior y me entregué al mar de sensaciones que Gaël despertaba en mí.
—Sabes que te besaré y vas a disfrutar del beso tanto como yo…
Lamió mi cuello y creí morir de deseo.
—Y sabes tan bien como yo que te follaré.
Gemí ante el placer perverso de querer ser suya y entonces me besó. Un beso profundo y pasional que tambaleó mi corazón.
Sus labios encima de los míos se movieron insistentes, con una furia salvaje. Despertó mi excitación mientras saqueaba mi boca con besos desesperados no quedando parte alguna en mi mente que no fuera invadida por el deseo demencial que Gaël provocaba en mí.
Gemí y subí una de mis manos hacía su pelo mojado para atraerle más a mí. Sus brazos me aferraron aún más fuerte y el beso se profundizó hasta tal punto que gemíamos sin control. Nos besábamos con labios, dientes, lengüetazos que se escuchaban húmedos, calientes en el solitario pasillo.
Mi boca se abría gustosa para recibir su lengua que se enroscaba con la mía en movimientos vivos, excitándonos. Hizo que perdiera la poca cordura que me quedaba cuando clavó su erección a través de la ropa, justo en todo mi centro, provocándome un profundo gemido.
Un carraspeo de mujer me hizo dar un respingo y volver a la realidad separando mis labios unos milímetros de los suyos, que se resistían a dejar los míos. Me daba leves mordiscos, lamía y succionaba mi labio inferior logrando con ello que no deseara apartarme de él.
La mirada de Gaël era tan hechizante y sensual que me perdía en ella sin pensar en nada más. La herida del día anterior de su labio volvía a sangrar y pasaba su lengua una y otra vez por encima de ella provocándome unas enormes ganas de hacerlo yo. ¡Quería delinear esos puñeteros labios carnosos que me volvían loca!
—Gaël, deja de dar el espectáculo.
La voz de la mujer me hizo tomar aire y puse la mano en su pecho para apartarle con suavidad.
—¿Qué quieres, Danielle? —murmuró Gaël con voz gélida sin apartar sus ojos de mí, recordándome la locura extrema que me hacía sentir.
—Que dejes de besarte con tus amantes en cualquier parte. Al final te buscarás un problema, sobre todo si te ven con esta mujer en concreto. El problema sería de mayor índole.
Percibí por un instante sus celos, pero desapareció tan rápido la expresión salvaje de sus ojos que creí haberlo imaginado.
—Danielle, cállate —Siseó furioso y saboreé un momento ese segundo de satisfacción femenina al ver su rostro enrojecer.
La mujer era ni más ni menos que la morena que vi salir de su despacho el día anterior.
—Me marcho, tengo una entrevista.
Que hubiera sucumbido al beso no significaba que fuera estúpida, así que comencé a alejarme de los dos.
—Chloe, detente.
Me giré a tiempo para ver como Gaël venía detrás de mí con la deliciosa imagen de su pelo revuelto debido al beso apasionado que nos acabábamos de dar.
—Déjala marchar, tienes una cita importante conmigo, ¿o lo habías olvidado? —dijo y quiso retenerle del brazo, pero se quedó con la mano en el aire.
—Danielle, te dije que nos veríamos en mi despacho. Tengo una entrevista con el canal FashionTv en media hora junto a una de las diseñadoras de la París Fashion Week.
Me miró y abrí y cerré la boca varias veces incapaz de pronunciar una sola palabra. Estaba realmente sorprendida.
—¡¿Qué?! —Exclamé nerviosa.
—Sí, ciel doux, haremos juntos la entrevista.
Intentó entrelazar sus dedos con los míos, pero se lo impedí, no daba crédito.
—No pienso hacer la entrevista contigo. Ahora mismo la cancelo.
Aferré mis dedos a la cartera de mano y me marché con paso decidido por uno de los pasillos del hotel con Gaël siguiéndome de cerca.
—No lo hagas. La entrevista se emite en directo y si la cancelas darás muy mala imagen. Te perjudicará de cara a la prensa.
Frené en seco y me giré enérgica.
—¿Se puede saber qué mosca te ha picado? ¿Qué más te da lo que puedan opinar de mí si ya deben pensar lo peor? ¡Y todo gracias a ti! Tú, precisamente tú, que has manchado de nuevo mi nombre en tu revista con esa fabulosa noticia de mi pasado.
Reprimí los insultos que quería gritarle con la respiración acelerada.
—¿Por qué no me dejas en paz, Barthe?
Intentaba sepultar las lágrimas que pugnaban por salir. Debía irme rápido o mi armadura se desharía dejándome desvalida bajo su oscura mirada.
—Chloe, es imposible que pueda dejarte en paz —dijo y deslizó su mano por mi cuello atrayéndome hacia él.
Un escalofrío me recorrió la piel.
—Mi cuerpo reclama tu presencia desnuda... Te deseo.
La sensación del contacto y sus palabras hicieron que cerrara los ojos con el corazón latiendo desbocado.
—Cállate, no sabes lo que dices.
Abrí los ojos y me encontré con una tempestad reflejada en los suyos.
—Déjame ir, me lastimas.
Sujeté una de sus manos y la puse encima de mi corazón. Latía tan desenfrenado que pensaba que se saldría de mi pecho.
—Me haces daño aquí.
Presioné su mano encima de mis latidos y le miré con los ojos brillantes.
—No puedo dejarte ir —susurró y su mirada me desangró por dentro.
—Tengo aferrados a mi memoria tus gemidos del orgasmo que te provoqué —Rozó su nariz detrás de mi oreja en una suave caricia haciendo que cerrara los ojos de nuevo.
—Sé que no debo buscarte, pero no puedo, Chloe. Te quiero a ti, en mi cama... desesperadamente —dijo pegado a mi oído a la vez que me aferraba a su fuerte cuerpo sin apiadarse de mi pobre corazón que latía enloquecido.
—¡No! —Exclamé deshaciéndome de sus brazos en un intento de poner distancia.
Di un par de pasos atrás y vi como la expresión de su rostro se endurecía por mi negativa volviéndose gélida. Su mirada se dirigió más allá de mi hombro y extrañada me di la vuelta para ver qué era lo que miraba con tanto interés. Mi estómago dio un vuelco de inmediato.
“¡No puede ser!” gritó mi cerebro tratando de procesar que esa persona estuviese frente a mí.
—Bonjour Gaël, te estaba buscando. ¡Oh, mon Dieu! Creí que no llegaría a tiempo por culpa del tráfico.
Gaël lo saludó de forma amigable y mi mente tardó solo un segundo en comprender lo que sucedía. Entonces los ojos de ese hombre se posaron en mi rostro, y luego se derramaron sobre la curva de mis pechos enviando escalofríos por todo mi cuerpo.
—Hola, Chloe. ¡Cuánto tiempo sin vernos! Sigues siendo hermosa —dijo y sentí como la cabeza me daba vueltas.
—¿No te alegras de verme?
Tuve que respirar hondo para no caerme. Las casualidades no existían. Él solo podía estar aquí por una razón, hundirme del todo.
—Cierta persona te envía saludos —murmuró con una sonrisa en sus asquerosos labios y las imágenes vinieron a mi mente golpeándome una y otra vez hasta sentir ganas de vomitar.
—Chloe, ¿estás bien?
Gaël me miraba fijo y sentí que iba a desmayarme de la impresión.
—¡Nunca creí que fueras tan hijo de puta Barthe! Lo has planeado todo junto a él para destruirme en la entrevista de televisión ¿No te bastaba con la noticia de tu revista?
Comencé a jadear presa de los nervios.
—¿De qué demonios hablas? Yo no he planeado nada con Alaric.
Notaba como me asfixiaba, necesitaba huir de allí. ¡Dios no quería oír ese nombre! No soportaba un segundo más la presencia de ambos frente a mí.
—No te creo. Primero sacas la noticia, y ahora él está aquí. ¿Ella también está detrás de todo esto? —gritaba fuera de sí y me precipité hacia las escaleras que me llevarían al vestíbulo del hotel.
—¡Chloe vuelve!
Sentía unas inmensas ganas de llorar y no quería hacerlo delante de Gaël que me seguía de cerca.
—¡Eres peor que ellos! —dije casi sin aire en los pulmones y corrí escaleras abajo.
Salí por un pasillo sin mirar atrás, presa de los nervios.
—¡Espera!
Gaël me atrapó y comencé a darle golpes en el pecho para que me soltara.
—Me has seducido con el único propósito de destrozarme después —Le miré desesperada y mi voz se quebró— ¿Se puede saber qué te he hecho yo para que me odies así?
Sentía un dolor terrible en el pecho, asfixiándome, ahogándome.
—No soy un cabrón sin sentimientos como piensas.
El llanto apremiaba por salir y se intensificaba con el contacto de sus dedos en mi piel.
—¡Sí lo eres! —grité ya con lágrimas en los ojos y me marché.
Huí corriendo entre los candelabros de cristal del pasillo. El sonido de la música jazz flotaba desde el bar, y sin poderlo remediar choqué a la salida del hotel con un hombre que entraba en ese momento.
—Excusez- moi, mademoiselle.
Miré hacia arriba angustiada, con los ojos anegados en lágrimas, y reconocí de inmediato el rostro del caballero que me miraba perplejo sujetándome para que no me cayera.
—Lo siento, señor, no le vi —Balbuceé llorando y una ráfaga de aire fresco movió mi cabello impidiéndome que siguiera viéndole por un instante.
—Chloe no puedes irte así, tenemos que hablar.
La voz de Gaël llegó a mis oídos y me estremecí.
—No quiero hablar contigo.
Le miré mientras secaba mis lágrimas con el dorso de la mano y el caballero en seguida se ofreció a dejarme paso.
—S’l vous plait, Chloe —susurró Gaël intentando atrapar mi mano y vacilé ante su mirada suplicante.
—Gaël, déjala marchar.
El elegante caballero impidió que me tocara y Gaël tensó la mandíbula.
—¡Philippe no te metas, esto no te incumbe!
Miró con furia al caballero y contuve el aliento.
—Chloe, por favor, necesitamos hablar —Volvió a suplicar y yo negué en silencio con los ojos llenos de lágrimas.
—No quiero hablar nunca más contigo.
Respiré hondo antes de salir a la calle. Odiaba toda la situación vivida dentro del hotel, incluidos los besos con Gaël.
Caminaba por el barrio de Saint Germain Des—prés en el margen izquierdo del Sena con la soledad abrazando mi cuerpo. Miraba los antiguos edificios del siglo XVII con la pesadumbre del silencio. Las numerosas tiendas de moda y lujo, sus restaurantes, cafés y bistrós, casi vacíos por la hora. Apenas unos pocos turistas transitaban entre las callejuelas.
El escenario romántico ideal de París. Mis lágrimas desgarraban mi coherencia, porque aún en estos momentos pronunciaba su nombre dentro de mí, y eso era un pecado.
Tenía novia, amantes, e incomprensiblemente quería hacerme daño. Pero a pesar de todo, le sentía debajo de mi piel. Le sentía tan profundo que hasta dolía.
GAËL
¡Que difícil había sido ver a Chloe completamente destrozada, herida, vulnerable! Creí equivocado que jamás ninguna mujer despertaría en mí algún tipo de sentimiento. Sólo buscaba sexo en ellas, pasar un buen rato, y Chloe desde el principio provocó una profunda e inmediata reacción emocional en mí, noqueándome por completo.
No se por qué, podía saborear en el paladar la traición entorno a lo ocurrido con ella hace años. El instinto me decía que había algo turbio en todo el asunto, y eso me cabreaba hasta límites insospechados.
Percibía que la noticia que publiqué en la revista era una metedura de pata en toda regla, y sentía la necesidad imperiosa de averiguar la verdad.
Tenía que saber qué sucedía entre Alaric y Chloe. La imagen de mi pequeña fiera marchándose llorando me torturaba.
Me di la vuelta de inmediato con los puños apretados e ignoré la voz de Philippe Arnault, uno de los amigos de mi padre que me llamaba con insistencia.
Tenía prisa por buscar al único culpable del desencadenante de lo acontecimientos.
—¿De qué cojones conoces a Chloe? ¿Qué le hiciste para que se pusiera así? —pregunté agarrando de la solapa a Alaric con gesto amenazador.
—No sabía que conocías a Chloe Desire tan... íntimamente —Sonrió de forma irónica y la ira fluyó por mis venas —¡Merde, Gaël! ¿Qué le voy a hacer? ¡Nada! Solo la he saludado. Le dije que se seguía viendo hermosa, ya lo has oído.
La gente que se encontraba en el plató improvisado del canal FashionTv nos miraba con la sorpresa reflejada en sus caras por la fuerte discusión.
—Alaric, ¿me estás viendo cara de imbécil? ¿De qué la conoces?
Lo saqué casi a rastras del salón bajo la atenta mirada de Didier y Nath que se encontraban entre los técnicos de sonido.
—Gaël, cariño, ¿qué estás haciendo? ¡No te reconozco! Tú nunca te habías comportado así ¿Por qué sujetas a Alaric del cuello? —murmuró Nath con los ojos muy abiertos.
—¡No es asunto tuyo!
La miré cabreado y le hice un gesto con la cabeza para que entrara al salón.
—¿Es por la mujer de antes? ¿La diseñadora? —preguntó visiblemente molesta—Creí que esta mañana en tu habitación...
—Déjame en paz, Nath.
La fulminé con la mirada y enmudeció al instante.
—Te estas tomando unas atribuciones que no te corresponden. No te queda esa clase de papel conmigo, vete por donde has venido.
Abrió la boca sorprendida por mi contestación y se marchó furiosa insultándome por lo bajo.
—Ahora que estamos, por fin, solos espero que me cuentes qué pasó entre vosotros —dije clavando la mirada de nuevo en Alaric que permanecía callado.
Se le notaba sorprendido.
—¡Merde!¡Quieres hablar de una maldita vez! —insistí furioso y se reajustó la corbata nervioso en cuanto le solté de un empujón.
—Tú sabes que me gustan los placeres, pasarlo bien con las mujeres...
Se relamió los labios sonriendo y le agarré por las solapas empotrándole contra la pared.
—Guardo buenos recuerdos de los orgasmos que le provoqué.
La adrenalina me recorrió el cuerpo cuando la imaginé follando con Alaric y le solté las solapas para agarrarle directamente del cuello.
—Perdona que ponga en duda tus palabras. Se nota que ella no guarda tan buenos recuerdos de ti como tú de ella ¿Dónde la conociste? —mascullé con ganas de arrancarle los dientes uno a uno.
—¿A ti qué te importa dónde la conocí? Deja de hacerme preguntas —murmuró enfadado y del arranque de ira que sentí casi lo levanté del suelo.
—Me pregunto, ¿qué pasaría si tu mujer llegara a enterarse que su amado esposo le es infiel? Puedo joder tu matrimonio si hablo de tus continuos escarceos con otras mujeres —siseé apretando su cuello y ensanchó las aletas de la nariz para intentar coger aire.
—No lo harás, somos amigos... —Respiraba con dificultad con mis manos alrededor de su cuello— No hablarás con ella —dijo en un hilo de voz, casi ahogado y apreté aún más fuerte porque quería reventarle la cabeza.
—Créeme que lo haré —dije en un tono inquietantemente suave y le solté.
—¡No te atrevas a joderme! —masculló tosiendo e intentó pegarme con los ojos enrojecidos— Esa mujer, Chloe, solo es una de las muchas mujeres que me he follado. No sé por qué habrá reaccionado así al verme.
Le miré con odio porque presentía que ocultaba información.
—No te creo —dije apretando los dientes.
—La noche que estuvimos juntos, se dejó hacer de todo. Nadie la obligó con una pistola en la sien para que follara conmigo.
Le di un puñetazo que lo tumbó al suelo y me lancé a por su cuello para levantarlo.
—¿Te piensas que soy estúpido y no he visto su pánico al verte?
Arremetí con fuerza su cuerpo contra la pared del pasillo.
—Te conozco, sé que te gusta el sexo demasiado duro —grité encolerizado e intenté mantener la mente en blanco porque si pensaba en Chloe sufriendo algún tipo de maltrato me daban ganas de matarlo con mis propias manos.
—¿De parte de quién le enviaste saludos? —pregunté y la indecisión se reflejó en su cara.
—No sé de qué hablas —gemía de dolor y di un puñetazo en la pared.
—¡Dame el nombre!
Le amenacé con el puño ahora a centímetros de su cara.
—Si no me lo das te hundiré hoy mismo hablando con tu esposa.
Sabía que el dinero y el poder lo eran todo para él. Su matrimonio no era más que una farsa. Su objetivo era dirigir el imperio familiar.
—¿Qué os pasa, chicos? ¿Por qué estáis discutiendo?
La voz de Philippe, el amigo de mi padre, me sorprendió y solté a Alaric de inmediato.
—Nada, solo discutíamos sobre un shooting de moda que se realizará esta tarde.
Alaric se reajustó la corbata y la chaqueta mirándome con odio.
—No estoy de acuerdo con tu idea. No me gusta el lugar escogido —dijo entonces con una sonrisa de suficiencia y se la quise borrar de un plumazo.
Sus constantes llamadas en días anteriores sobre la sesión de fotos me estaban colmando la paciencia.
—Ya te dije ayer por teléfono que no tienes derecho a opinar sobre nada. Solo sois simples colaboradores.
Le miré fijo con seguridad y ensanchó las aletas de la nariz cabreado.
—No es un catalogo de vuestra firma. Te recuerdo que es una editorial para “mi” revista. Figuráis junto a otras marcas como Gucci, Dior, Saint Laurent y Josep Font. Si no estáis de acuerdo con la idea de la sesión no hay problema. Se anula vuestra colaboración y listos.
No iba a permitir que me tocara las narices.
—¿No será que tienes algún problema personal con la modelo, o la blogger que he seleccionado para la sesión de fotos y por eso estás así?
Miré a Alaric con detenimiento y percibí el ligero tic nervioso de su ojo.
—No tengo ningún problema con la elección de la modelo —dijo con una sonrisa maligna que no llegó a sus ojos.
El maldito cabrón vivía de las apariencias.
—La modelo escogida se llama Dangelys y estoy seguro que será uno de los nuevos iconos de la moda después de la Fashion Week. Y de la blogger, ¿qué puedo decir? Es Zoe, confío en ella —dije mirando el rostro de Philippe que se le iluminó con júbilo.
—¿Zoe? ¿Mi hija? —murmuró sorprendido y asentí con la cabeza.
—Tiene un potencial enorme, es un imán para las firmas. La elegí para esta sesión junto a la modelo porque imprime personalidad a cada prenda que lleva, explora de una manera única las tendencias.
Philippe sonrió ampliamente.
—Cierto, ya le he dicho que dentro de unos años debería plantearse con seriedad tomar el mando de la empresa cuando se retire Gina, pero no quiere. Se niega en rotundo. Dice que el concepto de nuestra firma es anticuado —comentó apesadumbrado y tuve que reprimir una carcajada.
—Es muy joven Philippe, de aquí unos años ya verás como cambia de opinión —Intenté animarle y resopló.
—Esta tarde quiero estar presente en la sesión de fotos. Me gustaría ver con mis propios ojos cómo transcurre el shooting —dijo Alaric interrumpiendo nuestra conversación.
Fue oír su petición y me giré para mirarle.
—Olvídate de venir, más vale que te ocupes de tus asuntos. No te quiero babeando alrededor de Dangelys, mi nuevo descubrimiento —Me mofé golpeando su hombro mas fuerte de lo normal y tensó la mandíbula—. Tú y yo tenemos un asunto pendiente, recuérdalo —susurré amenazador sin que me oyera Philippe y evitó mi mirada.
—Au Renoir, connard —Me despedí con urgencia.
Necesitaba un plan para corregir la magnitud del desastre con Chloe si quería tener la más mínima oportunidad de acercarme a ella.
—¿A dónde vas con tanta prisa, Gaël? —preguntó Philippe.
—A intentar solucionar un asunto primordial cuanto antes.
Clavé mis ojos de nuevo en un sombrío Alaric que intentaba disimular sus nervios y desvió cobarde la mirada.
—Si el asunto primordial tiene que ver con la mujer que salió del hotel huyendo de ti, sinceramente creo que vas a necesitar mas que suerte —murmuró el amigo de mi padre con una sonrisa.
—¿No estaría presenciando el despido de otra ayudante? ¡Porque llevas una racha! A Excepción de Olivia que se mantiene fija en el puesto, las demás ayudantes no te duran nada —dijo Philippe ajeno al origen de mis motivos.
—No, no era un despido —murmuré escueto.
—Gaël... Entonces esa mujer...
Pude leer en los ojos de Philippe la pregunta implícita.
—No me quiero meter en tu vida privada pero ¿eres consciente de tu situación? Ahora mismo eres uno de los rostros más perseguidos de Francia.
Me observaba esperando una respuesta.
—Soy muy consciente de la situación —dije y respiré hondo.
A cada momento lo recordaba, tenía a la prensa detrás de mí en cuanto pisaba la calle.
—Debo irme —Palmeé su hombro con calma—. Discúlpame con tu madre por no acudir ayer a la fiesta que te organizó —dije con sinceridad y sonrió en cuanto la nombré.
—Que sepas que te apuntó en su lista negra por no venir.
Recordé de nuevo el motivo por el que no pude ir y un dolor sordo, constante, volvió a instalarse en mi pecho al pensar en Chloe.
—No hay problema, podré vivir con ello —Intenté bromear.
Miré por última vez a Alaric y me alejé por el pasillo con todos mis pensamientos desembocando en la mujer que a cada paso que daba se convertía en un grito en mi corazón. Casi podía oír el sollozo sofocado en mi alma de su sufrimiento, y eso me robaba toda la calma que necesitaba para pensar con claridad. Porque pronunciar su nombre dentro de mí era como sentir una tormenta que arrasaba con todo.
El teléfono móvil comenzó a sonar y miré la pantalla para ver quién era. ¡Merde! Guardé el móvil en el bolsillo del pantalón en cuanto vi quien era la autora de la llamada.
Me daba perfecta cuenta del enorme problema que se me venía encima a pasos agigantados. Mi vida era muy complicada. No podía ocultar quién era. Tenía novia, y el eco de una promesa sobrevolaba todo el tiempo mi coherencia volviéndome un demente por pensar en el abandono.
La noche era testigo del insaciable apetito sexual con mis amantes y ahora para complicar mi existencia necesitaba la voz y la presencia de Chloe. Sus gemidos, sus caricias, su cuerpo entero.
Pensaba en ella continuamente, quería cerrar los ojos a la realidad y hacer como si nada pasara follándome a otras mujeres, pero era imposible. Mi cuerpo entero reaccionaba cuando estaba cerca de Chloe anhelando algo que viví en Sao Paulo y que allí me negué a saciar.
Circunstancias de la vida y azares del destino. Mi instinto me gritaba que ella era esa seductora mujer del tatuaje que acaricié esa noche. La deseaba con todas mis fuerzas. La quería desnuda y atada en mi cama ardiendo de deseo por mí. Excitada, gritando mi nombre mientras la follara como un loco enterrado profundamente dentro de ella.
«¡Putain merde, ma petite bête! ¿Qué has hecho conmigo? Te quiero únicamente para mí, y no solo en mi cama si no también en mi vida.»
Y ese era el gran problema.
CHLOE
El débil sol de París iluminaba la cúpula de la basílica sagrado corazón. Trataba de recuperar el aliento tras la ascensión al tejado de la basílica, mi refugio, el lugar favorito de mi madre en París.
Descansaba en uno de los bancos de piedra de la galería dentro de la cúpula. Observaba los arcos exteriores, la altura era impresionante y tomé aire para intentar recuperar la paz. En este lugar sentía el amor de mi madre a mi lado. Siempre la percibía, pero aquí era una sensación mas intensa, más abrumadora.
Miré fijamente el collar relicario camafeo antiguo con la postal de París y lo abrí. La antigua foto en blanco y negro de mi madre apareció ante mis ojos y su dulce sonrisa acarició mi corazón. Me pregunté, como cientos de veces había hecho en mi vida, por qué Dios se la llevó con él, por qué la apartó de mi lado, por qué la dejó subir, por qué me dejó tan sola en esta vida. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas sabiendo que desde donde quiera que estuviera ella velaría mis sueños. Pero era muy triste enfrentarse a la realidad de toda una vida sin ella y mi padre, del que no tenía ni tan siquiera una foto para poder recordar su cara. Solo una imagen del dulce rostro de mi madre con 20 años era lo que me acompañaba.
Miré al cielo con el recuerdo de su rostro en mis pensamientos. Quería que la luz del sol encendiera sus mejillas, que la vida volviera a su ser, que sus manos volvieran a acariciar las mías, que sus ojos me mirasen, aunque sólo fuera una vez.
Lloraba porque quería sentir sus besos, mirar su sonrisa, que me dijera te quiero y que todo iría bien, pero nada iba bien... Todo iba mal.
Sentía que algo iba a ocurrir, algo grave. No podía evitar estremecerme ante la terrible sensación de que mi pasado regresaría para destrozar todos mis sueños.
De repente sentí unos brazos rodearme suaves desde atrás y en silencio lloré mirando desde la distancia la imagen de la torre Eiffel.
—No permitas que el dolor, el miedo o lo que sea que te hace estar así se apodere de ti. Tú puedes vencer. No olvides que me tienes a mí para ayudarte en lo que tú quieras.
La dulce voz de mi caprichosa me llegó como un bálsamo para aliviar mis heridas y suspiré enfrentándome a la realidad de toda una vida sin mis padres.
—Son tantas cosas, Dangelys. Siempre he tirado para adelante con una gran sonrisa. Siempre... —susurré y sequé mis lágrimas.
Me di la vuelta y vi la preocupación en su rostro.
—He sido positiva, he sido valiente en esta vida. Dios sabe cuánto lo he sido, pero he necesitado tanto a mis padres. Cuando conocí a los tuyos... —dije y reprimí un nuevo sollozo.
—Shh, no llores.
Acunó mi rostro entre sus manos y la miré con los ojos brillantes.
—Cuando conocí a tus padres —Continué hablando— sentí tal conexión con ellos, en especial con tu madre, que no dejaba de preguntarme cómo sería el timbre de voz de la mía llamándome. ¿Cómo hubiera sido saber que velaba mis sueños cuando me enfermaba, sentirla en el filo de mi cama cuidándome, sentir sus caricias en mi rostro y sus besos...?
El llanto embargaba mi voz y me abrazó.
—¿Cómo sería la mirada de mi padre al estrecharme entre sus brazos?
Hubiera entregado todo por un solo instante con ellos.
—Chloe, ojalá pudiera eliminar la pena que traes en tu corazón.
Se me empapó el corazón entero con el agua de mis lágrimas al pensar que nunca tuve nada de ellos.
—No tengo ni un solo recuerdo de mis padres con vida, ninguno Dangelys y eso es muy doloroso. Desde niña anhelé poder ser abrazada por ellos, sentirme protegida, amada. Que fueran ellos los que me leyeran los cuentos antes de dormir y me arroparan, los que me acompañaran en mis pequeños logros. Anhelaba cosas tan simples como haberme podido acurrucar en los brazos de mis padres en el sofá mientras afuera nevaba, diluviaba o tronaba.
Mi llanto brotaba desde lo más profundo de mi alma con profundos sollozos que interrumpían mis palabras.
—Estoy segura por completo que jamás habría sufrido las desgracias que he tenido en mi vida si mis padres hubieran estado con vida. Ser consciente de ello es muy doloroso, Dangelys. Mi padre me habría protegido... Ha sido triste vivir mi adolescencia sola en una gran ciudad, sin nadie que me amara, que me extrañara, me cuidara. Para mí ha sido más triste eso, que morir mil veces y ser recordada.
Dangelys limpiaba mis lágrimas escuchándome en silencio. El llanto era como un bálsamo que aplacaba en algo el espanto de no tener ningún recuerdo haciéndolo soportable.
—Pues creo que ahora tienes a alguien que te quiere cuidar, proteger... Y me voy a arriesgar a decir que a algo más —dijo en un hilo de voz y la miré sin comprender con el corazón encogido.
—Un hombre me ha llamado preocupadísimo por ti y me ha dicho que te buscara para saber cómo te encontrabas. Me ha dicho que te diga...
—No sigas —La interrumpí y suspiré profundo—. No quiero saber nada que tenga que ver con ese hombre —murmuré enfadada y salí al lado exterior de la galería.
La parte abierta comenzaba a más o menos un metro del suelo y me daba una gran sensación de seguridad a pesar de la gran altura.
—Chloe, estaba muy preocupado. Ese hombre averiguó mi número de teléfono a través de mi agencia de modelos y prácticamente me exigió que te encontrara a como diera lugar.
Alcé la mano para que no continuara hablando.
—No me hables de él. Es un embaucador y un mentiroso. No le creas ni una sola palabra, me quiere hundir —dije herida desde lo más profundo de mi alma.
—Se le notaba bastante desesperado. Me pidió que cuando te encontrara te dijera que la entrevista con FashionTv se aplazaba para el día siguiente a la misma hora y que la harías sola. Me dijo que solucionaría todo y que no te molestaría más.
Respiré hondo sin comprender del todo sus palabras.
—¿Te dijo que no me molestaría más? —pregunté incrédula y luego exhalé profundo.
—Sí —contestó de inmediato Dangelys y me di la vuelta para que no viera mi repentino dolor.
—De acuerdo —dije en un hilo de voz mientras miraba el elegante campanario del Sagrado Corazón con mi pecho rasgado en dos.
—Por favor no camines por esa parte del suelo. Esta parte abierta es demasiado impresionante. ¿No te da vértigo?
Parpadeé aturdida contemplando el panorama sintiéndome inexplicablemente hundida.
—¿Qué?
Miré su rostro y su cara era de absoluta preocupación.
—¿Qué te ha ocurrido esta mañana?
Sus manos sujetaron las mías con fuerza.
—Hoy he visto a una persona de mi pasado. Se llama Alaric. Es un depravado, un ser malvado, asqueroso...
Me sentí vulnerable y me ahogué en los recuerdos.
—¿Qué te hizo ese hombre?
Vi el pánico reflejado en sus ojos y desvié la mirada hacia la colina de Montmartre incapaz de mantenérsela.
—No puedo hablar, Dangelys.
Llevé mi puño a la boca y mordí mis nudillos reprimiendo el llanto.
—Chloe...
Su voz sonó apenas audible, casi en un murmullo.
—Quiero a ese hombre lejos de mí —susurré y la miré de nuevo haciendo grandes esfuerzos para aislarme de las imágenes que asomaban en mi mente.
—¡Desgraçado! —siseó visiblemente emocionada y acunó mi rostro.
—Mi mente rescata de mi pasado imágenes, miedos que en ocasiones me atormentan, oscuridad, sombras... —Respiraba profundo intentando recuperar la calma.
—Ver a ese hombre me hace recordar también a Elisabeth.
Escupí el nombre de Elisabeth y me hirvió la sangre solo con pronunciarlo.
—¿Elisabeth? ¿Quién es Elisabeth?
La confusión se reflejó en su mirada y apreté los dientes recordando la traición y las amenazas de esa mujer sin escrúpulos. La detestaba hasta lo más profundo.
—Es la persona que más odio en este mundo. Fue mi primera socia después de que me graduara. Una mujer con delirios de grandeza, ansias de poder, que quiso arrastrarme con ella en su afán por entrar en la lista de diseñadores de la Madrid Fashion Week. Jamás imaginé que lo conseguiría de una forma tan vulgar.
Dangelys me miraba fijo y vi como su rostro se puso lívido en un momento.
—Déjame adivinar. Se acostaba con ese hombre con el único propósito de que os incluyeran en la exclusiva lista de diseñadores —murmuró Dangelys y asentí con la cabeza.
—Si, y lo consiguió con facilidad, pero comenzó a circular un fuerte rumor en la prensa sobre unos presuntos favores sexuales a cambio de desfilar en la Madrid Fashion Week y cuando la noticia estuvo en boca de todos me tendió una trampa.
Percibí la indignación en Dangelys.
—¿Qué tipo de trampa te tendió esa maldita zorra? —Masculló sujetando mis manos con fuerza— Es un hecho que la noticia de Vogue sobre tu pasado es falsa y me gustaría conocer la verdad de cómo sucedieron las cosas.
Sentí que la vergüenza me quemaba tratando de no llorar y bajé la cabeza.
—Lo siento, no puedo... No puedo contártelo —dije nerviosa—. Esa mujer borró toda huella que la relacionara conmigo, absolutamente todo como si nunca la hubiera conocido. Realmente me sorprendió y me asustó a la vez comprobar hasta dónde puede llegar una persona con el poder del dinero solo por salvar su maldito culo.
Rememoré aquella época de amenazas y chantajes y de repente mi corazón se detuvo al recordar una cosa.
—¡Dios mío! ¡Quebranté una vieja amenaza! —dije alzando la voz— No quería que pisara suelo francés.
Me toqué la frente nerviosa y Dangelys abrió los ojos de par en par.
—¡¿Qué?! Eso es absurdo, ¿por qué te amenazaría esa mujer con algo así? —soltó en tono abrupto e irritada.
—Me dijo que si me atrevía a abrirme paso en el mundo de la moda en Francia ella se encargaría personalmente de hundirme. Jamás imaginé que hablara en serio. Pensé que eran las palabras vacías de una niña rica, por eso las olvidé.
Recordé sus aires de superioridad ese día y tensé la mandíbula molesta.
—¡Esa tal Elisabeth es una perra! Seguro que no quería que pisaras suelo francés porque conocía tu potencial. Sabía que triunfarías ¡Maldita envidiosa! ¿Crees que ella podría estar detrás de la noticia de la revista Vogue?
Notaba su preocupación y mis manos temblaron entre sus dedos a causa de los nervios.
—No lo sé. No deja de ser curioso que coincidiera la publicación de Vogue con la lista definitiva de los nombres de los diseñadores que mostrarían las colecciones en la París Fashion Week.
Miré al interior de la galería donde dos personas hacían fotografías.
—Odio pensar en este tema cuando debería centrarme en el desfile, pero es inevitable que no me preocupe y me agobie si veo a Alaric tan engañosamente adulador y enviándome saludos de parte de Elisabeth. Tengo un mal presentimiento —dije preocupada y Dangelys sujetó mi mano firme.
—Me da miedo que al final cumpla sus viejas amenazas. Si vieras a Elisabeth, parece un ángel con su cabello rubio y sus ojos azules. Sin embargo, es el demonio hecho mujer —dije centrándome en el rostro de Dangelys.
—Debes ser fuerte, pantera.
Me abrazó con fuerza e inspiré hondo con el oscuro deseo de aplastar a Elisabeth como una asquerosa cucaracha. Quería que sufriera, que el destino, la vida, le regresara todo el daño que me había causado a lo largo de estos años.
—El cobarde solo amenaza cuando se siente a salvo, y en alguna ocasión me he preguntado qué pasaría si se cambiaran las tornas, que ella se sintiera amenazada. ¡Me daría tanta satisfacción ver a la mujer que me hizo tanto daño hundida, sufriendo —Dangelys me sonrió con alevosía e inspiré hondo—. Nada me gustaría más, pero Dios nunca ha estado de mi lado y no creo que lo vaya a estar ahora. Tengo miedo que mi vida se destruya de nuevo, que todo se convierta en negro. Perder en un instante lo que con tanto esfuerzo he logrado construir —dije con la angustia oprimiendo mi pecho.
—Chloe, ¿sabes una cosa?
Me puso de cara al sol que en ese momento lucía más brillante y alzó mi rostro mirándome con ternura.
—¿Qué ves detrás de ti? Mira el suelo.
Aún sin comprender el motivo fijé la vista en mi pequeña sombra.
—Sin duda veo mi sombra —respondí y acarició mi rostro.
—Ponte de frente al sol, hazlo siempre y la oscuridad, las sombras quedarán detrás de ti. Una guerrera como tú nunca debe tener miedo. El miedo es una herida infectada que te detiene para vivir la vida y la vida debes vivirla mirando hacia delante.
Sus palabras me transmitían fuerza y aliviaban mi corazón.
—Lo intento, créeme que lo intento con todas mis fuerzas. Mírame, aquí estoy ¿no?
Mi barbilla tembló un instante.
—Aquí sigo en pie, afrontando mis batallas, mis luchas internas cada día. Siempre con una sonrisa, intentando soñar.
Los ojos se me llenaron de lágrimas.
—Eres una guerrera y sé que vas a golpear ese pasado si decide asomar las narices.
Dangelys me miraba con fiereza y la quise aún más por intentar transmitirme seguridad.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez lo especial que eres? —dije y la abracé muy fuerte.
Una pequeña sonrisa asomó de mis labios cuando respondió afirmativamente. Respiré de forma profunda para intentar recuperar el ánimo... mi esencia. El positivismo habitual en mí.
—Apuesto a que te lo ha dicho alguna vez tu adorable padre, Marcos —dije algo más calmada.
—No, fue otra persona y hace mucho tiempo.
Me aparté y la miré fijo a los ojos.
—¿Ah sí? ¿Y quién fue?
Desvió su felina mirada hacia el elegante campanario y entrecerré los ojos.
—¡Qué bonita la torre de aguas de la colina! Increíbles las vistas, se ve también el Estadio de Francia y la zona del mercado de las Pulgas.
Caminaba evitándome.
—Dangelys, ¿quién te lo dijo?
Escudriñaba el horizonte sin prestarme atención en apariencia.
—¡Impresionante! Se ve también les Buttes Chaumont o el Père Lachaise —dijo de forma distraída y de repente un pensamiento cruzó mi mente.
—¡¡El gigoló!! —Exclamé y me miró tan sorprendida que comencé a reír— ¿Fue Lucas?
Negó con la cabeza, pero a mí no me engañaba. No se daba cuenta del brillo salvaje que le salía cuando alguien pronunciaba el nombre de Lucas.
—Ni me lo nombres. Mira, ven.
Agarró mi mano y casi me arrastró hacia el interior de la galería de la cúpula.
—Verás qué he traído para que saques esa sonrisa tan bonita que tienes —dijo y sonreí abiertamente.
—¿Qué has traído?
Miré donde me señalaba y casi solté una carcajada. Mis patines de línea negros resaltaban sobre el banco de la galería de la cúpula.
—¿Estás loca? ¿No has visto cómo voy vestida?
Miré hacia abajo observando mi falda middi y mis sandalias de tacón.
—Sí, y vas realmente preciosa para patinar un rato por las calles de París.
Estiró la mano y entrecerré los ojos.
—Aduladora —dije con una sonrisa.
—Sabes que no vas a desentonar. Nos hemos cruzado en innumerables ocasiones con hombres de negocios hablando con el móvil mientras patinaban y mujeres con bonitos vestidos y perfectamente maquilladas.
Negué con la cabeza sonriendo.
—Tu lo que quieres es practicar.
Agarró una mochila que descansaba junto a mis patines y se colgó los suyos en el hombro.
—¡Me has pillado! —Me miró traviesa— Necesito perfeccionar la técnica si quiero hacer contigo la París-Roller.
Dangelys se sentía atraída por mi afición a patinar.
—¿Estas segura? Mira que son bastantes kilómetros y se va muy rápido —pregunté y asintió emocionada.
—Segurísima, además ahora no me vayas a decir que no, que casi me muero de asfixia y del susto viendo esos bestiarios cuando he subido hasta aquí con la mochila a cuestas y los patines. ¡Meu Deus! ¡Qué cansancio!
Aguanté las carcajadas como pude al ver su mirada sobresaltada.
—Tu madre ya podría haber elegido como lugar favorito la explanada de césped de Trocadero de la torre Eiffel ¡Dios, qué cansancio!
Ya no pude aguantar más la risa y mis carcajadas resonaron en la cúpula haciendo que se giraran el par de turistas que hacían fotografías de las maravillosas vistas de la colina de Montmartre.
—¡No te rías! Es verdad. Estaría tumbada en el césped en un delicioso trance y no con la lengua fuera como ahora.
Rodeándola con mis brazos la abracé muy fuerte.
—Muchas gracias por estar junto a mí en estos momentos. Bendigo el día en el que te conocí. Siempre consigues hacerme reír.
Valoraba que la vida nos hubiera cruzado en el camino.
—Ya sabes si tú ríes, yo río, si tú lloras yo lloro, y si tú te caes como el otro día patinando, yo me muero de la risa.
Comenzó a reír y le golpeé el hombro.
—¡Qué malvada! Querías que te enseñara mi repertorio de trucos de salto en rollers y a las primeras de cambio te ríes de mí. Fistear un banco que se encuentra en una pared y realizar medio giro no es nada fácil. ¡A ver si lo haces tú, reina de los patines! —Ironicé sonriendo y resopló.
—¡Uff imposible! ¡No sabes lo que daría yo por hacer las cosas que haces tú subida a esos patines! ¡Lo que ligaría! —Negué con la cabeza entre risas— Ahora no te vayas a hacer la santita. Vi tu cara de satisfacción cuando te movías con fluidez deslizándote sobre la barandilla al ver las babas de todos esos hombres mirándote —dijo y reí a carcajadas de nuevo.
—Bueno, digamos que disfruto quedándome con ellos.
Le guiñé un ojo y recordé mis primeros patines Fisher Price de juguete que me regaló mi tía a los 5 años. Me gustó tanto patinar que enseguida obtuve mis patines de velocidad. Más tarde descubrí mi amor por el roller que cambió mi vida por su combinación de velocidad, adrenalina, libertad. Cuando me ponía los patines me olvidaba de todo a mi alrededor, simplemente patinar sin parar. Truco a truco en diferentes spots, disfrutaba de la sensación de olvidarse de las limitaciones, simplemente dejaba que todo fluyera.
El funicular fue nuestro transporte para bajar. Luego en la parada del metro Blanche decidimos ir a la Place du Palais-Royal, frente al consejo de estado.
Si en algún momento había olvidado la belleza de las cosas simples de la vida, lo positivo, la ternura, la fantasía, los sueños, la inocencia y lo mágico que todos llevamos dentro, lo volví a descubrir en la risa de Dangelys. Reviví estos sentimientos en mi corazón, la miraba y era como ver una versión de lo que fui a pesar de las desgracias.
Quería reflejarme con su luz y conseguí cargar de aliento y esperanza los engranajes que necesitaba para seguir adelante sosteniendo con fuerza la bandera por ser una luchadora. Tenía argumentos de sobras para sentirme orgullosa de mi misma y no iba a permitir que nadie empañara mi gran momento derrumbando mis sueños.
París era una de las ciudades más bellas del mundo, muy visitada y, como muchos aseguraban, probablemente la más romántica del planeta. Nunca defraudaba a nadie que acudía a visitarla, al contrario, todo el mundo se lamentaba de no disponer de más tiempo o dinero para quedarse unos días más en esta ciudad mágica de encanto especial.
Y precisamente era lo que haría Dangelys, quedarse en esta ciudad para disgusto de Marcos y Xaidé que conocieron la noticia a través de una llamada. La discusión fue monumental, pero ella siguió en sus trece, así que la conversación continuaría en cuanto pisaran suelo francés en menos de 24 horas.
Miraba a Dangelys mientras la maquillaban para la sesión de fotos. Su físico impactante de perfectas curvas tenía completamente hechizado a Jean Pierre, que reía todas las ocurrencias que salían de sus labios. Su insistencia para que la acompañara al shooting alegando una buena dosis de nervios quedó reducida a la nada en cuanto Jean Pierre le endulzó los oídos.
El shooting se realizaría en una verdadera joya. En París había que ser un poco curioso y siempre echar una mirada hacia los patios misteriosos que escondían verdaderas obras de arte. Jardines botánicos perfectamente cuidados, pequeñas galerías de arte o tiendas que sólo conocían los fisgones, y este era uno de ellos.
Entre la Bastilla y la plaza Vosgos se encontraba este patio empedrado donde había un coche, un 600 customizado con dibujos. El lugar escogido para la sesión de fotos me sorprendió ya que era una tienda, una especie de templo del diseño donde todos los beneficios de las compras se destinaban a una misión caritativa, ayudar a niños desfavorecidos.
—Merci es un concepto arriesgado pero que gracias al apoyo de grandes diseñadores y creadores funciona.
La ayudante de Jean Pierre con quien había tenido el placer de coincidir en una ocasión me explicaba entusiasmada todos los detalles de la tienda mientras observaba ensimismada el patio misterioso. Intuía que este lugar no me dejaría indiferente.
—¿Con quién tengo que hablar para poder colaborar con algunos de mis diseños?
Me apasionaba la idea de aportar mi granito de arena. Desde que estuve en las favelas de Río de Janeiro con Isaac y Nayade quería colaborar más activamente con causas que tuvieran como finalidad ayudar a los niños desfavorecidos.
—Creo que el dueño está en el café. Ven que te lo presento mientras terminan de preparar a Dangelys.
Miré a la izquierda justo detrás del coche y vi una cafetería con luces íntimas y paredes repletas de libros.
—¿Eso es una cafetería? —pregunté sorprendida cuando entrábamos por la puerta— Parece una biblioteca.
Observaba ensimismada como todo estaba cuidado al detalle para crear un ambiente inspirador y creativo.
—Sí, el café Bouquiniste pertenece a la tienda. ¿A que es una preciosidad? La tienda parece una casa.
Miré hacia los techos altos y luego a las vidrieras que dejaban pasar la luz natural.
—Sí, es muy original —dije embobada—. Parece una mezcla entre un moderno loft neoyorquino, una tienda de antigüedades y una galería de diseño.
Recorrí con la mirada la tienda hasta que mis ojos se posaron en la silueta de un hombre que tomaba café muy bien acompañado en una de las mesas. Irremediablemente me tensé ante la escena que presencié.
—Mira, ahí está el dueño. Ven que te lo presento.
La ayudante dio un paso al frente y la frené posando mi mano en su hombro. «No puede ser. Gaël y Danielle juntos.»
—No, espera. No interrumpas un momento tan íntimo —susurré y los celos se apoderaron de mí como espíritus infernales desestabilizándome.
—Tienes razón, luego te lo presento. El dueño de esta enorme y original tienda es Gaël Barthe, el editor jefe de la revista Vogue. Saldrá al patio en cuanto comience la sesión de fotos para supervisar en persona el shooting de moda —dijo ajena a mis celos.
Me estaba poniendo enferma la visión de los dedos de esa mujer recorriendo su piel. Acariciaba su mano mirándole con deseo.
—Voy afuera.
Respiré acelerada casi huyendo, ya que mi cuerpo sólo tenía ganas de regresar para abofetearle por ser un miserable mentiroso.
Intenté calmarme mirando como la estilista vestía a Dangelys, pero todo era inútil. La llama en mi corazón era tan grande a causa de los celos que no podía pensar con claridad, distraerme como quería. Solo hacía que mirar al interior del café para encontrarme con la imagen que me dejaba ciega de celos, de ira, y eso aún me cabreaba más. La mujer era Danielle ni más ni menos y el mensaje que enviaba su cuerpo era tan claro que hervía de rabia.
—Hola. Yo te conozco, eres Chloe Desire.
Miré a mi derecha guiada por una dulce voz y sonreí sorprendida.
—¡Tú! —Exclamé y me sacó la lengua traviesa— Tú eres la chica que fotografié cuando iba en el taxi.
Asintió con una sonrisa que iluminó su dulce y angelical rostro.
—Sí, y estuve ayer en tu fitting room, pero había tanta gente y estabas tan ocupada que no quise molestarte.
Con aire distraído recogía con sus dedos uno de los coloreados mechones lila de su larga melena.
—Mi nombre es Zoe.
Estiró la mano y la estrechó con la mía.
—Encantada Zoe, así que eras tú. Yo también creí verte entre la gente, pero como tu dices, había tanta... ¿y qué haces aquí? —pregunté movida por la curiosidad ya que llevaba puesta una maravillosa falda larga de Josep Font acompañada de una torera dorada que completaba un look arriesgado y sofisticado haciéndola parecer un ángel caído del cielo.
—¡Buena pregunta! Estudio diseño y soy bloguera, y se ve que resulto lo bastante interesante como para posar al lado de una impresionante belleza morena y racial como Dangelys —contestó y sonreí de nuevo.
—Pues opino que ahora mismo tal como vas vestida resultas lo bastante interesante como para ser capaz de detener el tráfico de la avenida de los Campos Elíseos —Expresé con sinceridad y soltó una carcajada.
—Gracias por el cumplido, pero creo que la que está parar detener el tráfico es precisamente Dangelys ¿Viste qué le puso la estilista?
Miré hacia Dangelys y la visión fue impactante. El vestido se ceñía a su cuerpo con un ribeteado en plata que le daba un brillo sensual mientras caminaba alrededor del 600 del patio interior.
—¡Espectacular! —dije embobada y miré de nuevo a Zoe— Pero tú también estás preciosa. Creo que ya sé por qué te han escogido. Sois la noche y el día. Tú angelical y Dangelys, morena y racial. Estoy deseando ver el resultado.
Sonrió tras oírme y el tacto de una suave mano en mi espalda me sacudió los sentidos como si la caricia tuviera componentes explosivos.
—Ciel doux...
Su calido aliento rozó mi sensible piel debajo de la oreja percibiendo su ligera fragancia y mi corazón enloqueció.
—Bonsoir, Gaël. No sabía que conocías a Chloe Desire.
Dudaba si darle una bofetada por mentiroso, por atrevido o por hacerme sentir tan terriblemente derretida. Sin embargo, cuando se situó delante de mí y me miró con sus ojos oscuros enmudecí. Ahí estaba el deseo, la fuerza, el magnetismo, la terrible atracción.
—¡Comenzamos, Zoe! —gritó una de las personas del set.
—Luego seguimos hablando, Chloe, a plus tard.
Zoe me guiñó un ojo y desapareció tras hacernos una mueca graciosa.
—¿Estás más tranquila? Esta mañana te fuiste del hotel muy mal y...
Levanté la mano para detener sus palabras.
—Le dijiste a Dangelys que me dejarías en paz, así que por favor cumple tu palabra.
Me di la vuelta dispuesta a marcharme, pero me detuvo pegando mi espalda a su fuerte pecho.
—Espera...
Tenerlo detrás con el roce de su mano en mi desnudo abdomen resultaba picante sobre mi piel. Hacía que mi cuerpo vibrara como un torrente que invadía, chocaba y arrastraba todo el cúmulo de sentimientos que me producía su cercanía.
El recuerdo de mi hombre misterioso fue inevitable una vez más.
—Barthe, déjame ir, dijiste que no me molestarías —Mascullé enfadada al pensar que esa misma mano acarició la piel de otra mujer unos minutos antes.
Y esta misma mañana se había follado también a una rubia de sinuosas curvas.
—Solo quiero saber que estas bien, solo eso.
Soltándome de su mano y como un veloz remolino me giré desafiante.
—¿Ah sí? No tienes de que preocuparte, estoy perfectamente bien, ¿no me ves? —Me señalé para enfatizar las palabras— Me encuentro maravillosamente.
Por un momento vi ternura en sus ojos y noté cada latido de mi pecho en respuesta a su mirada.
—Presiento que no estas bien —susurró e inspiré hondo.
—¡Hipócrita! Vuelve con tu amiga Danielle y tómate otro café bien «caliente» con ella —Ironicé arrogante y frívola.
—¿También estás celosa de Danielle?
Alcé la barbilla con orgullo.
—¿Yo? —respondí con una sonrisa artificial.
—Chloe, deberías saber que tus sentimientos cuando estás cerca de mí son tan transparentes...
Meneó la cabeza sonriendo y enmudecí con el corazón latiendo con fuerza.
—Ma petite bête...
Sentí mi cuerpo inflamarse al llamarme su pequeña fiera y malditamente le deseé.
—No sé qué hago hablando contigo —murmuré queriendo escapar del influjo de su mirada.
—Señor Barthe, por fin pudo conocer a la señorita Desire. Se la iba a presentar antes en el café, pero estaba acompañado y no quisimos interrumpir.
Gaël no dejaba de mirarme fijo. Sus ojos oscuros recorrían en silencio cada línea de mi rostro, absorbiendo cada uno de mis rasgos, y mi cuerpo respondía a su silencio irradiando fisuras ardientes.
—La señorita Desire quería hablar con usted para donar parte de su colección y colaborar con sus beneficios a la ONG —dijo la ayudante de Jean Pierre y la sonrisa que apareció en el rostro de Gaël iluminando sus ojos me desarmó.
—¿En serio? Sería una colaboración interesante. Dado que tu colección está basada en los sueños crearía un estudiado mundo surrealista rebosante de luz para que la colección resaltara...
¡Dios mío! Si seguía mirándome, así como lo estaba haciendo en esos momentos cruzaría el límite sin dudarlo entre lo posible y lo imposible si me lo pidiera. Mi teléfono móvil comenzó a sonar e inspiré profundo antes de desviar la vista hacia el bolso.
—Disculpad.
Me alejé rebuscando en el interior el teléfono. Sentía sus ojos clavados en mi cuerpo. Cuanto más me alejaba, más ardiente percibía el clavo incandescente de su mirada.
—¿Diga? ¿Quién es?
No reconocía el número de la llamada entrante.
—Hola, Chloe. Soy el inspector Gálvez, por fin puedo hablar contigo.
Me puse nerviosa al instante y miré de nuevo a Gaël que seguía quieto sin despegar sus ojos de los míos.
—Hola, inspector Gálvez. Siento que no pudiéramos hablar antes, tuve problemas con la línea —Me excusé rápido.
—Es importante que siempre pueda contactar contigo, Chloe. Sabes lo que ocurrió la última vez.
Sentí un escalofrío y le di la espalda a Gaël incapaz de mantener esta conversación con sus ojos clavados en los míos.
—Sí, jamás podría olvidar lo que sucedió.
Mi corazón se aceleró por el recuerdo de la desprotección.
—Voy a hablarte como tú siempre me has pedido que lo haga, con total sinceridad. Te llamo porque debes estar alerta. Las pistas sobre el hombre que buscamos nos llevan a Francia y tú ahora mismo estás en París. Temo por tu seguridad.
Mis dedos se convirtieron en cubitos de hielo y me toqué el pelo nerviosa.
—¿Chloe estás ahí? —preguntó y tragué saliva.
—Ayer tuve un pequeño susto.
Pensé en el coche y me temblaron un poco las manos.
—¿Qué tipo de susto? —preguntó de inmediato.
—Un coche negro estuvo a punto de atropellarme, y creo que alguien me siguió por la noche —dije con preocupación y se coló un pensamiento extraño en mi cabeza.
—¿Pudiste ver el modelo del coche o el número de la matrícula para poder avisar a la gendarmería Nacional?
Agobiada miré de nuevo a Gaël que daba órdenes apremiantes a Jean Pierre y a la estilista en el centro del set. También se encontraba con ellos Olivia, su ayudante. Vestida de forma elegante le escuchaba con atención sin dejar de apuntar datos en una libreta.
—¿Chloe...?
Sin querer me había quedado embelesada en su boca, de labios carnosos.
—No pude porque estaba muy oscuro —contesté finalmente nerviosa y caminé hacia el interior del café Bouquiniste en busca de un café bien cargado.
—A lo mejor ha sido una mera coincidencia, una pura casualidad.
En cuanto las palabras salieron de mi boca comprendí lo insensatas que sonaron.
—Sabes perfectamente que no existen las casualidades.
Mientras escuchaba a Gálvez señalé con el dedo el café que quería de la carta a la sonriente camarera que me atendía.
—Haré una llamada a la Gendarmería. Tengo un contacto muy importante que te puede ayudar.
Miré hacia el patio y me encontré con la mirada de Dangelys que me observaba rodeada de varias personas. La saludé con la mano disimulando mis nervios y percibí su inquietud.
—Se llama Fabrice Péchenard, le pondré al tanto de tu caso —Continuó el inspector ajeno a mis problemas—. No dudes en buscarle si estás en peligro. Te dejaré en un mensaje su número de teléfono.
Inspiré hondo y se acercó la camarera.
—Espero no estarlo más nunca —murmuré y saqué la cartera del bolso.
—Lo sé, pero recuerda lo que debes hacer si te sintieras en peligro. Es arriesgado pero importante y necesario para atraparle si no te lo pediría.
Me preocupaba llevar a cabo su consejo.
—No se si podré. Es complicado y tú sabes bien por qué —confesé intranquila mientras pagaba el café que me servía la camarera.
—Podrás, eres una mujer valiente, no lo olvides nunca.
Probé el café y me quemé los labios.
—Gálvez no soy valiente, fue horrible.
De pronto sentí el frío en los huesos.
—No te dejaste vencer por el miedo.
El inspector Gálvez subrayó esas palabras con énfasis. Sin embargo, no hubo barrera, cerradura ni cerrojo que pudiera evitar que todos los pensamientos irrumpieran en mi mente y produjeran escalofríos.
—Ha pasado mucho tiempo.
Me bebí el café de un solo trago a pesar de que quemaba intentando calentar mi cuerpo, de repente helado por los recuerdos.
—Con más razón, ahora eres toda una mujer, actúa con inteligencia. Tengo que dejarte, Chloe. Sigue mis consejos por favor, estaremos en contacto.
Me despedí de Gálvez con el nombre de Fabrice rondando en mi cabeza, con la extraña sensación de haber oído ese nombre con anterioridad.
Miré detenidamente a Dangelys para intentar distraerme. Posaba para la cámara junto a Zoe y la imagen me transmitió algo más que unas bellas modelos con preciosos vestidos.
Gaël daba órdenes y estas eran rápidamente acatadas por las personas que se encontraban en la sesión interpretando el diseño y presentándolo de una manera poética, idílica. Deseaba ver el resultado en el siguiente número de Vogue. Seguro que las fotografías permitirían soñar y transportar a las personas al fascinante mundo de la moda. A pesar de distraerme mirando el shooting de moda desde el café, me sentía agarrotada, con los músculos en tensión, en alerta por tener la profunda convicción de que él se encontraba en París. Me prohibí dejarme arrastrar por los pensamientos pesimistas buscando una nueva distracción, la enorme estantería repleta de libros antiguos y únicos de la tienda Merci me permitiría evadirme por completo.
Relajada me perdía entre las miles de páginas, reponiendo fuerzas cuando algo me distrajo. La cercanía de un cuerpo masculino de gran envergadura deteniéndose justo delante de mí. Sin levantar la vista del libro sabía que era Gaël. Estaba muy cerca, tanto que el libro rozaba su fuerte y amplio pecho provocándome con su silencio que el corazón me latiera desbocado. Esperaba el contacto, pero él se tomaba su tiempo y aunque en un primer momento quise darle con el libro en la cabeza, ahora no podía negar la sensación absolutamente sensual de tenerlo tan pegado.
Lentamente, muy lentamente, Gaël deslizó la mano por el interior de mi codo acariciando la tierna piel de esa zona. Con la otra moviéndose despacio bajó por el contorno de mi cintura hasta mi cadera, masajeando suave con sus dedos toda la zona, diluyendo la escasa distancia que nos separaba. Cuando me atreví a mirar por encima del libro me topé con su perturbadora mirada que provocó un temblor que nacía del centro de mi ser dispersándose por todo mi cuerpo.
—Necesitamos hablar, y no precisamente de tu colaboración con la tienda —susurró gutural.
—Tú y yo no tenemos nada de que hablar.
Quería huir, Gaël cruzaba esa línea invisible que dividía el límite entre la razón y el corazón. Y me daba miedo cruzar esa línea.
—Le dijiste a Dangelys que me dejarías en paz.
Me miró con los ojos encendidos como los de un dragón y me estremecí.
— Mentí.
Sus dos manos ahora estaban deslizándose por mis caderas, con ligeros toques que no podían llegar a describirse como caricias, por la fuerza que imprimía avivando el fuego que ardía sin remedio en mi interior.
—No podía esperar menos de un hombre como tú.
El ardor y el brillo de sus ojos prácticamente abrasaban.
—Eres un mentiroso, un infiel, un imbécil, un falso, un hipócrita...
Alcé la voz mirándole directo a los ojos y retrocedí tan deprisa soltándome de sus manos que sin querer tropecé, pero él me atrapó antes de caer rodeándome con sus fuertes brazos.
—Sigue insultándome.
Sentí como se expandían los músculos de su ancho pecho bajo mis manos y mis pezones se irguieron erectos y se agrandaron con su cercanía.
—¡He dicho que sigas insultándome! —Ordenó elevando la voz.
Sin pensarlo mi cuerpo tomó una decisión propia y enredé mis dedos en su pelo para atraerlo hacia mí.
—No me da la gana seguir insultándote.
Con una oleada de furia surgiendo de mi interior atrapé sus labios carnosos y nuestras bocas se fundieron en un beso apasionado.
Sedienta metí la lengua con descaro deslizándola contra la suya, y su barba de varios días me arañó la piel mientras el beso se profundizaba con la sensación de que me abrasaba entre sus brazos. Con la punta de su lengua Gaël exploraba mi boca, deteniéndose para mordisquearme de vez en cuando el labio inferior. Era un beso tan extremadamente sensual que apartó de mi mente todos los pensamientos excepto uno...
Quería saborear sus labios carnosos.
Y eso hice. Me los comí, mordí y goberné a mi antojo gimiendo dentro de su caliente boca con el corazón latiendo acelerado. Gaël soltó un gruñido antes de profundizar el beso que me prendió como una hoguera avivada por gasolina. Sus labios hambrientos se pegaron a los míos, con besos desesperados, húmedos y duros que terminaron de prender mis sentidos. Deslizábamos nuestras lenguas entre leves gemidos y lengüetazos deliciosos.
«¡Dios, ¡cómo besa!»
Notaba su calor, su masculinidad, y olvidándome de todo quise más. Me contorsioné contra su musculoso cuerpo y Gaël me presionó contra él clavándome su erección en el bajo vientre provocando que deseara besarlo con más fuerza. De repente, el aroma inconfundible de su perfume chasqueó mi memoria trayendo el recuerdo de mi hombre misterioso y ese pensamiento hizo que mi sexo palpitara de pura necesidad.
Gaël lamió mi labio inferior antes de separar su boca de la mía y jadeó junto a mi oído.
—Ma petite bête quiero follarte, necesito tenerte.
Sus palabras me cortaron la respiración. Cada centímetro de él estaba rígido, todos sus músculos en tensión y la posesividad se reflejaba en sus ojos oscuros humedeciéndome.
—No.
Un sentimiento de culpa y vergüenza me invadió por completo. Recordé, quizás demasiado tarde, que estábamos en medio de un café y me aparté confusa.
—Chloe, no lo niegues, deseas que suceda tanto como yo.
Deslizó el pulgar por mi labio y con los ojos fue siguiendo el movimiento antes de mirarme fijo haciéndome añicos.
—No, este beso ha sido un error, al igual que los anteriores que nos hemos dado.
La mirada de Gaël impregnaba mi alma haciendo vibrar mi piel con cada una de sus caricias, pero la realidad helaba mi corazón.
—¿Se te olvida que tienes novia? No voy a ser una de tus amantes. ¿Se te olvida que has dañado mi imagen publicando una noticia que ha revivido una parte de mi pasado que aún hoy deseo olvidar? La gente piensa lo peor de mí.
Mis ojos brillaron debido a las lágrimas y sin más preámbulos me solté de sus brazos y me marché del café Bouquiniste. Percibí que la mayoría de los allí presentes tenían sus ojos puestos en nosotros. Transmitían asombro en sus miradas y gestos. Cuando abrí la puerta de la calle una nube de flashes me sorprendió.
—Chloe, tendrás mis disculpas públicamente.
Su voz me llegó como un eco de promesas inconclusas desgarrando mi interior a través del sonido de los flashes de las cámaras de fotos.
—Ya da igual, el daño está hecho.
El dolor salió en forma de sollozo y miré alrededor nerviosa. La gente que pasaba por la calle y los paparazzi me observaron con detenimiento mientras estos últimos no cesaban de disparar sus cámaras.
—Señor Barthe, ¿qué vínculo le une a la polémica diseñadora Chloe Desire? —gritaban los paparazzi sin dejar de hacer fotos.
—¡Putain merde! Chloe, vuelve adentro y hablemos.
Con chispas de cólera en sus ojos le miré negando con la cabeza y vi la furia contenida por no poder acercarse a mí como deseaba.
—Adiós, Gaël.
Me marché escabulléndome entre la gente que caminaba por Boulevard Beaumarchais.
Escuchaba las molestas preguntas de los paparazzi, fingiendo un sosiego que no tenía. Estaba desprovista de argumentos para seguir negando lo que mi corazón me gritaba, aunque me negara a creer. Que Gaël era mi hombre misterioso.
Acurrucada en el asiento trasero de un taxi exigí a mi alma que contuviera todo lo que Gaël causaba en mí. Y no era otra cosa más que moría de amor por él.
Comencé a llorar despojada de ilusión, agotada por luchar todo el tiempo contra mi corazón. Gaël tenía toda la razón, cuando le miraba mis sentimientos eran transparentes. Mi amor se escapaba furtivo sin mi permiso mostrándoselo intenso a pesar de que yo quería atarlo en el fondo de mi alma.
La noche se cernió sobre el cielo de París y la embajada de España situada en la Avenida Marceau cerca del puente del Alma donde habíamos contemplado su famosa llama, fue el lugar escogido para celebrar la fiesta en honor a los diseñadores españoles.
—Así me gusta, que sonrías. Estás guapísima —dijo Dangelys que caminaba junto a mí por los pasillos repletos de colecciones de muebles antiguos.
Nada más llegar al apartamento después de terminar el shooting de moda se preocupó al encontrarme tumbada en la cama con los ojos llorosos.
Lo que sentía por Gaël no era fácil. Por mucho que mi corazón se abriera cada vez que le veía, era imposible estar juntos. Dangelys se dedicó a subirme el estado de ánimo cantándome hasta el tema «Is this love» de Bob Marley con tal de verme sonreír ya que sabía lo mucho que me gustaba el reggae.
—Tú sí que vas preciosa.
Le dediqué una mirada llena de complicidad y luego contemplé el photocall de la embajada que estaba abarrotado de medios de comunicación, como si fuera a venir el mismísimo Mister Marshall.
—Pantera, esta noche eclipsarás al resto de mujeres con este vestidazo.
Los fotógrafos se dieron cuenta de nuestra presencia y los flashes de las cámaras dispararon sin parar captando mi pronunciado escote posterior.
El sofisticado vestido joya negro transparente con mezcla de crochet y encaje dejaba ver mi cuerpo de una manera sensual.
—Me siento poderosa —dije de broma mientras posaba para los fotógrafos en el photocall.
—¿Eres consciente del poder que tendrás esta noche sobre los hombres llevando este vestido? ¡Los vas a volver locos!
Dangelys también hacía poses con una seductora sonrisa dibujada en sus labios.
—Totalmente locos —Me burlé—. Quiero enloquecerlos. Sacar su lado animal, que griten como chimpancés a mi paso.
Dangelys comenzó a reír.
—¿Te imaginas? Aunque si se pelearan entre ellos, ya sabes como solucionan los chimpancés algunos de sus conflictos, ¿no?
Reprimí una carcajada.
—A follar que se acaba el mundo —solté riendo y varios hombres que se encontraban cerca nos desnudaron con la mirada.
—¡Honteux! ¿Dónde quedaron los modales? —murmuró una señora detrás de mí —¿Qué es esa manera de expresarse?
No me había percatado de su presencia. Parecía la voz de... ¡Oh, mierda!
—Madame Chassier, ¡qué casualidad coincidir en esta fiesta! —dije con voz delicada y suave a la señora Chassier con quien había tenido el «placer» de coincidir en la tienda Le Furet.
—¿Nos conocemos?
Me miró entrecerrando sus ojos y pude ver como se reflejó en su rostro la sorpresa al reconocerme.
—Mademoiselle, si vous me le permettez.
Sin darme tiempo a reaccionar un brazo rodeó mi cintura y me apartó del photocall situado en uno de los salones de la embajada para la prensa.
—¿Pero ¿qué...?
Iba a soltar cuatro improperios cuando vi de quien se trataba y sonreí.
—¡Gerard! ¿qué haces aquí? —pregunté sorprendida.
Gerard, vestido con un traje negro de tres piezas aproximó su rostro al mío y me dio un delicado beso en la mejilla.
—Bonjour, bombón de cáñamo. He venido a rescatarte de la ira de la bruja.
Reprimí una carcajada y miré hacia la señora Chassier que nos observaba con sus rasgos endurecidos.
—¿Quién te crees que eres para secuestrar a mi amiga? —Gruñó Dangelys a Gerard y en sus ojos brilló la diversión.
—El traficante de drogas de Chloe.
Le hizo una reverencia y Dangelys abrió los ojos de par en par.
—¿Qué?
Casi me ahogué con mi propia saliva, no me esperaba esa respuesta.
—¡Muy gracioso!
Le pegué con la cartera de mano en el hombro y Gerard comenzó a reír.
—¿Vas a negar que todos los días vienes a mi tienda a buscar droga?
Su sonrisa se volvió seductora.
—Vale, sí. Lo reconozco, tu droga es la mejor de la ciudad —dije con una sonrisa.
—Eres el famoso chocolatier Gerard de Le Furet —Afirmó Dangelys y Gerard asintió.
—Sí, soy yo. Y quiero cenar con tu amiga Chloe mañana —dijo mirándome fijo con sus penetrantes ojos azules y negué con la cabeza—. No acepto una negativa.
Era de la opinión que la seducción comenzaba por la mirada, y definitivamente la de Gerard encerraba un universo de comunicación.
—De verdad que no puedo —contesté y una de sus cejas se arqueó levemente.
—¿Me vas a hacer suplicar?
Su lenguaje corporal y sus gestos adoptaron el juego de la seducción rodeando mi cintura aproximándome. Me inquietó la cercanía de su fuerte cuerpo.
—Créeme que lo haré.
Su sonrisa y el roce de sus manos en mi espalda no me distrajeron de lo que vieron mis ojos que se acercaba acelerando mi pulso.
«¡Joder!» Se me secó la garganta y me quedé inmóvil. Puro músculo en tensión encerrado dentro de un traje de esmoquin negro que hizo que le deseara de inmediato por lo atractivo que se veía.
—¡Suéltala!¡No la toques!
La voz de Gaël se oyó como un gruñido animal, fuerte y dura, y la adrenalina me recorrió de punta a punta.
—¡Gaël! ¿Te has vuelto loco?
Me arrebató de sus brazos y me pegó a su poderoso cuerpo. Nuestras miradas se cruzaron y mi respiración se tornó pesada. Tanto que necesité inhalar profundo.
—¿Y tú? ¿Te has vuelto loca asistiendo a la fiesta vestida así?
Su mirada lasciva viajó por todo mi cuerpo y tuve que inhalar de nuevo ante la sensación de conmoción que me sacudió entera.
—¿Qué dijiste?
Me sentí estremecer cuando clavó sus ojos en los míos.
—Lo que oyes.
Me ofrecía una mirada tan abrasadora que me quemó con ella.
—Barthe...
La voz de Gerard me hizo apartar la vista un segundo del rostro de Gaël y parpadeé aturdida.
—¿Tienes algún problema?
Gerard se erguía frente a Gaël dispuesto a plantarle cara.
—Sí, tú. Tú eres mi problema —Masculló furioso Gaël—. Más te vale apartarte de Chloe y resolver primero los asuntos pendientes que tienes en tu vida.
Su voz sonaba tan peligrosa que sentí los vellos de mi nuca erizarse por el arranque de territorialidad.
—¡Wow! ¡Pelea de chimpancés! ¿Vosotros dos sois gays?
Dangelys irrumpió de repente en mi niebla y los tres la miramos como si le hubiera crecido una segunda cabeza.
—Lo digo porque supongo que ya sabéis como solucionan las peleas los chimpancés —dijo y sonrió traviesa.
Aproveché ese instante de confusión mental para apartarme de Gaël y tomar distancia llevándome a Dangelys conmigo de la mano.
—Funcionó lo de los gays ¿eh? —soltó una carcajada de forma pícara y me fue imposible no sonreír— Por un momento pensé que se pegaban.
—Por mí que se peleen si quieren —dije con el corazón aún latiendo acelerado mientras me alejaba a toda velocidad de ellos.
Caminaba tratando de ignorar mi aliento atascado ante el convencimiento de que el editor jefe de la revista Vogue Francia, acostumbrado a ver modelos medio desnudas, o totalmente desnudas me acababa de montar una escena de celos por llevar un vestido semitransparente.
—¿Qué asuntos pendientes tendrá Gerard? —preguntó Dangelys y negué con la cabeza, aún sin poder reaccionar por lo sucedido.
—No lo sé, ni me importa —contesté con convicción.
—Pero sí me reconocerás que la escena de celos ha sido explosiva —dijo Dangelys con diversión y sin poderme contener cedí al absurdo impulso de mirar de nuevo desde la distancia el atractivo rostro de Gaël.
Me topé con su mirada y sus ojos oscuros me robaron el aliento. La conexión se sentía tan física que desvié la mirada incapaz de sostenérsela con el ritmo cardíaco elevándose hasta sentir la sangre corriendo en mis oídos.
—Me declaro en huelga de hombres —Declaré con voz seca en un arrebato de malhumor y un carraspeo que provenía de atrás hizo que me diera la vuelta.
—Bonsoir… —Saludó Didier y su mirada intensa recorriendo mi cuerpo elevó mi nivel de irritación.
—¡Vaya por Dios, otro chimpancé! —soltó Dangelys y tuve que reprimir una carcajada al ver la reacción molesta en su cara.
Claramente la había oído.
—Buenas noches, Didier. No sabía que estarías en la fiesta.
Dominó su expresión y me sonrió.
—Chloe, estás arrebatadora con este vestido. Bellísima...
Dangelys resopló y Didier tensó la mandíbula.
—Gracias por el cumplido.
Tomó mi mano y la besó con extrema delicadeza.
—¿Aceptarías tomar una copa conmigo?
Busqué inconscientemente a Gaël con la mirada, pero no le vi y sin poderlo remediar la intranquilidad me invadió ya que tampoco estaba Gerard en el salón.
—Tendrás que disculparme, tengo que saludar al anfitrión de la fiesta —dije y le lancé una mirada a Dangelys cuyo rostro era un poema.
—Te acompaño, yo también quiero saludar al embajador.
Posó su mano en el final de mi espalda y me aparté con disimulo. Dangelys enseguida sujetó mi brazo y Didier se vio obligado a caminar delante de nosotras.
—Hay algo en él que no me gusta —susurró en mi oído—. Tengo el presentimiento de que esa caballerosidad es falsa.
Miré el rostro de Didier y luego observé su traje exquisito de tres piezas.
—¿Ya te he pegado lo de los presentimientos? —dije riendo por lo bajo.
—Ese hombre puede llevar encima el traje más caro del mundo, pero a mí no me engaña.
Dangelys lo miraba recelosa y maldije interiormente cuando vi con quien hablaba en ese momento el embajador. «La señora Chassier».
—Bonne nuit, ambassador —dijo Didier captando la atención del grupo.
—¡Oh, Didier! ¡Qué agradable sorpresa! No te esperaba esta noche. Me dijiste ayer que no vendrías a la fiesta.
Didier estrechó la mano del embajador y quiso deslizar la otra por mi cintura, pero se lo impedí.
—Ella es el motivo de que haya decidido venir finalmente.
Desvió su mirada hacia mí y el embajador sonrió.
—Por fin nos conocemos en persona. La polémica, pero talentosa Chloe Desire —Tomó mi mano y la besó—. Es todo un placer tenerla aquí.
Intenté sonreír, pero me salió una mueca forzosa.
—El placer es mío, señor Dadson.
Odiaba que me recordaran por mi incidente del pasado.
—Le presento a mi modelo estrella y amiga, Dangelys Neymar.
Me desplacé a un lado para que estrechara su mano Dangelys y evitando a toda costa la mirada inquisidora de la señora Chassier que se mantenía en silencio.
—Espero que disfrutéis de la fiesta. ¿Sabe una cosa señorita Desire? Hace un momento hablé con una persona que no dejó de halagar su trayectoria y la colección que va a presentar en la Fashion Week. No deja de ser curioso porque se trata de la misma persona que no la dejó en muy buen lugar en una noticia que publicó sobre usted en una conocida revista ... —Hizo una pausa y me tensé— El señor Barthe, editor jefe de Vogue Francia.
Sentí un escalofrío al oír su nombre.
—¿Le conoce?
Vi a Gaël entre las personas que se encontraban en el salón y como si le invocara con el pensamiento me miró. Sus ojos oscuros desnudaron mi alma hasta dejarme en nada.
—Apenas hemos cruzado un par de palabras —dije fingiendo una sonrisa alegre.
—Dijo que usted tenía un conjunto en el que confluían inteligencia, saber estar y un modo particular de relacionarse con el mundo que la hacían especial.
Mi corazón se agitó y no pude evitar mirar otra vez en su dirección. Gaël me miraba intensamente desde la distancia sin ningún tipo de disimulo.
—Menudo piropo —Arqueó ambas cejas Dangelys antes de añadir—. Parece que al fin se dio cuenta de su error.
Oí resoplar a la señora Charisse.
—Gaël tenía que ser, ve una cara bonita y pierde toda su objetividad.
Observé con detenimiento los rasgos duros y fríos ojos grises de la señora Chassier y torcí el gesto.
—Mère, no seas maleducada.
El caballero que la acompañaba la regañó y me puse rígida. Precisamente él había presenciado una de mis escenas con Gaël.
—Disculpa a mi madre, a veces se extralimita en sus observaciones.
Me hablaba con suavidad a pesar de la tensión que evidenciaba su rostro.
—Te presento a la señora Chassier y a Philippe Arnault, dueños de una de las casas de moda más emblemáticas de París —dijo el embajador y el señor Arnault me sonrió amable.
—Es un placer, señorita Desire. Déjeme decirle que estoy deseando ver su desfile. Gaël me ha recomendado encarecidamente que asista a la presentación de su colección.
Estrechó mi mano y sentí una ligera opresión en mi pecho que hizo que tuviera que inspirar hondo.
—Bonne nuit —Saludó de repente un caballero detrás de mí y el silencio se hizo profundo entre las personas.
Sentí esa tensión rodeada de expectación que sólo un hombre con poder podía provocar en las personas y me giré cayendo en la tentación de su voz casi exacta a la de...
—El honorable señor Barthe.
El embajador estrechó la mano de ese hombre y en el momento que reconocí su parecido físico con Gaël quise desaparecer y mezclarme en la algarabía de cualquier grupo de personas del salón.
—¡No lo puedo creer! —Exclamó entonces de repente el embajador y di un respingo— Esto sí que es una verdadera sorpresa, ¡ha venido contigo a la fiesta Athos! Tengo a los tres mosqueteros juntos en mi fiesta —dijo el embajador con entusiasmo—. Gregory, Philippe y Athos...
El hombre en cuestión se mostró correcto con el embajador estrechando su mano sin embargo a continuación saludó con un enorme abrazo a Philippe Arnault.
—Como en los viejos tiempos —Palmeó la espalda de Philippe Arnault con la camaradería de un pasado reencontrado.
—¿Cuándo has llegado a la ciudad? —preguntó Arnault y sentí la inexplicable necesidad de apartarme del grupo de presentes que contemplaban la escena en silencio.
—Apenas hace unas horas —dijo con calma y tras una leve vacilación añadió—. Mi hija me necesitaba personalmente para organizar el tema de la mudanza. La próxima semana comienzo a trabajar como jefe del servicio de Cardiología del Hospital Americano de París.
No conocía el origen de mi malestar, pero no quería seguir ahí y agarré la mano de Dangelys decidida a marcharme. Di un par de pasos hacia atrás con sigilo y la conversación se interrumpió.
—¡Qué descortés de mi parte no saludar al resto de personas! ¿Dónde quedó mi educación? Buenas noches.
Recorrió con su mirada el rostro de todos los presentes hasta detenerse en el mío y me sonrió ladino.
—Esta noche hay verdaderas bellezas en este lugar, embajador —dijo y sus ojos fijos en mí me pusieron nerviosa.
—Athos, te presento a Chloe Desire, una diseñadora española que debutará en la París Fashion Week y también a la modelo Dangelys Neymar —dijo el embajador y noté un torbellino silencioso apoderándose de mi calma.
—¿Como las están tratando en tierras francesas?
Entorné los ojos ante la pregunta del caballero que acompañaba al señor Barthe y parpadeé confundida queriendo forzar a mi mente a recordar.
—Muy bien, me fascina París —contestó Dangelys emocionada mientras yo no dejaba de observar a ese hombre con gafas de miope sintiéndome extraña.
—Y a usted, señorita Desire... ¿Le gusta París?
Notaba su mirada alterada.
—Por mí no regresaría a España. Me siento en casa. Cada rincón de París me invita a sentarme y admirarla —confesé en un arranque de sinceridad y mis ojos colisionaron de nuevo con los de Gaël.
Mi pulso se aceleró. Tomaba una copa de champán que le ofrecía un camarero y mis pupilas se dilataron ante la visión de su espectacular físico. Por mucho que no quisiera le deseaba, mi piel, mi cuerpo y todo mi ser reaccionaban de una manera inhumana ante su mirada.
Sus ojos desde la distancia recorrieron mi cuerpo y traté de ignorar el fuego que encendió dentro de mí. ¡Dios, deseaba que me poseyera!
—La verdad es que París está llena de iconos que dejan atónito a todo el que la visita.
El comentario del embajador me sacó de mi ensoñación y se me escapó un suspiro.
—Estoy de acuerdo con usted, pero mi amor por París va mucho mas allá, la tengo metida en la piel porque... Soy parisina.
Guardé silencio y pude apreciar la expresión perpleja de la gente que me rodeaba.
—¿Naciste en París? —murmuró asombrado Didier y asentí con la cabeza —Ya decía yo que tenías un acento precioso.
Dangelys me pellizcó en ese instante el brazo con disimulo y cuando iba a protestar habló en voz baja.
—Viene hacia aquí con una rubia —Masculló Dangelys mirando al frente y fruncí el ceño sin comprender.
—¿Qué dices? —decidí seguir la dirección de su mirada y entonces mi cerebro colapsó.
—Se nota que es francesa, la pronunciación es perfecta.
Casi no escuché lo que hablaba el señor Philippe Arnault ya que automáticamente quise abofetear al hombre que se acercaba a nosotros como un Dios. Gaël rodeaba con su brazo la cintura de una rubia que pegada a él sonreía resplandeciente. Una furia enterrada en mis entrañas emergió al ver que era la misma rubia de la mañana.
—Felicito a sus padres por el trabajo realizado con el idioma a pesar de no vivir en Francia.
Me costaba trabajo seguir el hilo de la conversación por la rabia que nacía en mi interior.
—¡Tonterías, Philippe, tiene un acento espantoso! Sus padres realmente no se molestaron en su educación para que no perdiera la lengua de nuestro maravilloso país.
Las palabras de la señora Chassier y su mirada inquisidora me indignaron. Ella encendió la mecha que secretamente había iniciado Gaël.
—Señora, mis padres murieron cuando yo era muy pequeña. Soy huérfana. Desgraciadamente no pudieron enseñarme nada de lo que he aprendido en la vida.
Todos enmudecieron incluido Gaël que había llegado hacía un momento con la rubia colgada de su brazo. Me miraba fijo como si se le hubieran atragantado las palabras. Creí percibir cierta ternura en sus pupilas y sentí que mi estómago giraba por tenerle cerca.
—Si me disculpan quiero ver con mi amiga la exposición de maniquís que hay por distintos puntos de la embajada.
Con paso firme pasé por su lado percibiendo la tensión en su cuerpo y Didier me detuvo.
—Me gustaría acompañarte.
Me ofreció su brazo y guardé por un instante silencio sopesando la respuesta. Las cejas de Gaël se unieron, con un brillo oscuro, tan intenso que sus duros rasgos y su mirada adquirieron un tinte peligroso.
—Será todo un placer, Didier —Decidí finalmente y clavé mi mirada en Gaël, disfrutando de ver como sus ojos refulgían desbordados de ira.
La decoración junto a la exposición de maniquís eran piezas cedidas en depósito por el Museo del Prado, explicaba Didier. Me demostraba que era un apasionado de la historia. Me hablaba de los Cartones para tapices de la Real Fábrica, cedidos por Alfonso XIII, así como de obras de artistas italianos, franceses y flamencos. Llegamos a la altura de un busto en mármol de Alfonso XIII, obra de Mariano Benlliure en 1924 y ahí Dangelys huyó aburrida de Didier alegando que la esperaba una persona en el salón dejándome sola con él.
—El retrato del busto de María Antonieta, de Félix Lecomte —Señaló con calma y luego acarició la desnuda piel de mi espalda.
—Al fin solos —susurró y sin darme cuenta me vi encarcelada dentro de sus brazos.
—Didier...