Capítulo 7

Emociones,recuerdos,lecciones…

 

 

 

—Él se puso detrás de mí. Sentía sus brazos, su cuerpo, su boca en mi cuello, notaba cómo respiraba, le oía gemir en mi oído, y su manera de tocarme... ¡Uf! Me tenía totalmente descontrolada. Todo lo hacía con decisión, seguro de sí mismo. ¡Dios! Me pongo cardíaca solo de recordar lo que hemos hecho en el avión —dije en voz muy muy baja tapándome la boca de modo que el susurro fuese más bajo que el sonido de la radio que sonaba en el coche.

—¡Joder, Chloe! ¡Menudo polvo! —dijeron al unísono Nayade y Dangelys y reprimí la risa.

Robert conducía el Maserati que me llevaba a casa de mis padres mientras hablaba vía Skype en una llamada de voz grupal con Nayade y Dangelys. Era primera hora de la mañana y Gaël había tomado la decisión de ir por separado para esquivar a los paparazzi. Tenía una reunión muy importante en Vogue y se dirigió directamente a su despacho desde el aeropuerto.

—Pero ese no sería el único encuentro en dos días, ¿no? —preguntó Nayade con la típica curiosidad exhaustiva de la bióloga que lo quiere saber todo y miré a Robert que lucía concentrado.

Nayade hablaba desde su casa en Río de Janeiro aquejada por el insomnio durante el embarazo.

—Claro que no, ha habido unos cuantos encuentros y todos muy satisfactorios —dije de nuevo tapándome la boca y escuché la risa de Dangelys.

—¡Uy! ¡cómo se nota que no va sola en el coche! —Se carcajeó — Ya puedes ir soltando un telegrama de los tuyos para contarnos que tal te ha ido por Jamaica con tu hombre misterioso ahora flamante marido.

—¡Que no! Conformaros con lo que os he explicado antes del avión —Me reí y contemplé como el coche circulaba por Neully-sur-Seine, cerca de la casa de mis padres.

—Sí, claro —Resopló Dangelys —¡¡Panther!! Hazlo en plan jeroglífico, así no te entenderá.

     —Dangelys, no le digas eso, a ver si no la vamos a entender ni nosotras —dijo Nayade logrando contagiarme la risa y Dangelys comenzó a reír más fuerte.

La alegría de mis amigas me ayudaba a superar los nervios. Era consciente de que sería un día muy complicado y necesitaba una dosis de sus risas para enfrentar la situación.

—¿Preparadas? Ya podéis afinar los oídos —Murmuré mirando de reojo a Robert.

Por un momento se hizo el silencio al otro lado de la línea y quise gastarles una broma.

—¿Chicas? ¿Estáis ahí? ¡Oh, qué pena! Se cortó la llamada, otra vez será.

—¡¡Ni se te ocurra colgar!! —Gritaron las dos de forma simultánea y solté una carcajada.

—Venga, allá voy —Murmuré y Robert me observó a través del espejo retrovisor.

Le guiñé un ojo y se formó en sus labios una media sonrisa al tiempo que fijaba de nuevo la vista a la carretera.

—Jamaica es el Jardín del Edén STOP Comprobé la fuerza salvaje de las cascadas STOP Hice pinturas rupestres del Paleolítico con la espalda STOP El baño de barro para la piel es extraordinario STOP El Jacuzzi en Jamaica es sinónimo de hervir STOP El café con «leche» tiene un sabor inmejorable STOP La laguna luminosa me volvió fosforescente STOP Y Spiderman 69 será taquillazo STOP.

—¿Pinturas del Paleolítico con la espalda?

La voz jovial y franca de Dangelys sonó más audible.

—¿Fosforescente? Chloe, ¿Qué es eso de Spiderman 69?

Escuchaba las preguntas de Dangelys entremezcladas con las carcajadas de Nayade y su risa cristalina me contagió.

—Pues qué va a ser Dangelys, una versión porno de Spiderman —dijo Nayade desternillándose de risa y mi brasileña comenzó a reír estrepitosamente.

—¡Y qué versión chicas! Sin duda la mejor —Aseveré afirmando.

El Maserati entró en la propiedad de mis padres y aunque las risas de Nayade y de Dangelys eran un antídoto para mi ansiedad, los nervios fueron en aumento.

—Chicas os tengo que dejar, mañana hablamos por la tarde si os parece bien. Cuídate mucho Nayade descansa todo lo que...

—¿Cómo que mañana hablamos? —Me interrumpió Dangelys —¿No vamos a quedar tú y yo para comer hoy? ¿No nos veremos en todo el día?

—No puedo, te lo iba a decir ahora al despedirme de ti. Hoy me es imposible quedar contigo tengo un par de reuniones y miles de entrevistas —dije cruzando los dedos tratando de enmascarar mis emociones.

     Esperaba que creyera mis excusas, mi alma no sería capaz de soportar el dolor si le llegaba a suceder algo por el simple hecho de estar junto a mí. Cada vez que pensaba en lo que pasó en la torre Eiffel después de la boda me daban escalofríos.

—De acuerdo, pero mañana mismo sin falta nos vemos. Te echo de menos.

Era tan fácil quererla. Tras su personalidad poderosa se escondía una mujer sin dejar de ser una niña. Dangelys derrochaba a corazón lleno, cariño por los cuatro costados.

—¡Oye, señora Barthe! Se olvida que prometió contarnos con más detalle lo de que formará parte de un proyecto para buscar jóvenes talentos —Murmuró Nayade con voz somnolienta y sonreí.

—Nayade, en Río de Janeiro es madrugada, deberías descansar. No te preocupes que mañana sin falta os explico todos los detalles, aunque eso sí antes de colgar, me gustaría saber que tal fue el vuelo de regreso a Brasil.

—Muy bien, fue un vuelo tranquilo —dijo Nayade y se oyó a través del teléfono un fuerte resoplido.

—Claro, no va a ser un vuelo tranquilo si dejasteis en París al mayor incordio que existe en el mundo que es Lucas —Replicó Dangelys y Nayade comenzó a reír —¡No va y me dice ayer que deje de verme con Sergei! Que no me conviene... ¿Quién se cree que es para prohibirme a mí nada? Pero lo peor de todo, es que el muy imbécil ya sembró de dudas la cabeza de mi padre con el tema de Sergei y mañana llega a París João, mi guardaespaldas en Río de Janeiro.

Maldijo y soltó varios insultos.

—¡Qué me dices! —Murmuré sorprendida por la advertencia paternal de Lucas —¿Y te dijo Lucas por qué se quedaba en París?

—Por trabajo —Respondió Nayade y se oyó de nuevo otro resoplido.

—Ya le advertí que no quiero cruzármelo por la calle o encontrármelo por ahí, ejerciendo de hermano mayor —Afirmó tajante con voz áspera —. De verdad que no sé qué tenéis tú y Lucas en contra de Sergei. Es un buen estudiante, un buen chico en todos los aspectos. No se mete en problemas. Trabajador, amable, divertido. Lo dicho, un chico excelente —Recalcó molesta y quise ser cuidadosa con mis palabras.

Mi conversación con Lucas respecto al padre de Sergei merodeaba con inquietud por todos los ángulos de mi cabeza.

—Bueno, tú igualmente no olvides lo que te dije la noche de la after party.

 

«Alimzhan Kalashov es un hombre muy peligroso. Pertenece al crimen organizado. La gran mafia rusa. Maneja una buena porción del tráfico de armas, drogas y material nuclear en los terrenos de la maltrecha y desaparecida Unión Soviética»

 

¡Joder! ¿Y si Lucas tenía razón?

Alimzhan Kalashov... Mafia rusa... Mi secuestro... Mafia rusa....

¿Y si ese hombre era...? Mi sangre se heló.

El Maserati se detuvo por completo frente a la casa de mis padres y decidí dar por concluida la conversación al ver en la puerta de entrada a mis padres, junto a mis hermanas y mi abuela.

—Lo siento chicas, pero ahora sí tengo que colgar. Hasta mañana, os quiero muchísimo...

Sentí una aguda punzada de dolor, porque hoy se suponía que era la emboscada para atrapar al culpable de mi secuestro y temía que algo no saliera bien.

—Adeus garotas, las amo —Se despidió Dangelys y luego lo hizo Nayade.

Robert abrió la puerta trasera y tomé una bocanada grande de aire fresco al pisar la gravilla.

—Mi leona, no te olvides de enviarme luego algún video de mi niña cuando te da pataditas. Quiero ver cómo se mueve.

—Vale, ahora mismo te envío un video que me hizo ayer Isaac, verás cómo se mueve.

De pronto, mis emociones me eran ajenas y me sentí desbordaba. Mi corazón latía rapidísimo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Nunca antes mi vida hubiera parecido más envidiable que en este momento, todo el éxito que ni siquiera había soñado u osado soñar me colmaría tanto como el hecho de tener el amor de Gaël, el de mis amigas y tener a mi familia a mi lado. Y sentí miedo de perderlos, un miedo atroz.

Me arrojé directamente a los brazos de mi madre y me refugié en su pecho inhalando su olor. Durante varios minutos, nos abrazamos y me estrechó contra ella con una ternura infinita.

—Te hemos echado mucho de menos durante tu viaje.

Noté que se me formaba un nudo en la garganta.

—Y yo a vosotros —Musité y contuve las lágrimas.

Allí estaba yo, abrazada a mi madre, intentando atesorar la sensación de estar entre sus brazos. Nayade sería madre dentro de poco tiempo y podría vivir la maravillosa sensación de abrazar a su hijita todos los días de su vida. Una experiencia que tendría que haber vivido yo todos estos años con mi madre. El tiempo transcurrió en segundos por mi mente con una cascada de recuerdos. Cada día que pasé añorando su presencia. Nada me devolvería el pasado. Sin embargo, si algo quería a partir de ahora era poder ver a mi familia muy a menudo, disfrutar de ellos todos los días. Y me importaba una mierda que Alaric viviera bajo el mismo techo que mi familia. Tenía la esperanza de que desaparecería de sus vidas en poco tiempo, pero mientras eso no sucedía, no permitiría que su presencia arruinara mi alegría por el reencuentro.

—¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? —Me dijo mi madre acariciando mi espalda con cariño.

Pensé entonces en mis tíos Sebastián y Sofía, que estaban en paradero desconocido y pregunté con miedo.

—¿Se sabe algo de mis tíos? Estoy asustada por ellos.

Las manos me temblaban, mi madre me miró con una expresión muy seria y meneó la cabeza.

La preocupación me carcomía los nervios.

—Seguimos sin tener noticias de ellos, pero no temas. El inspector Péchenard nos dijo ayer que se encontraban sanos y salvo.

Se volvió y miró a mi padre con expresión pensativa.

—Chloe, el inspector Péchenard llamó antes para pedirnos que estuviéramos todos esta tarde en casa, que tenía algo muy importante que contarnos. Vendrá con el inspector Gálvez... —dijo con suavidad y enseguida me puse tensa.

—Según dijo, se trata de un asunto muy delicado. Tiene una información muy importante.

Mi padre que se había acercado, depositó un beso en mi sien.

—¿Vamos a desayunar? —dijo Zoe sacándome de mis pensamientos y rodeó por el hombro con su brazo a mi madre.

—Sí, me muero de hambre —Murmuré esbozando una tímida sonrisa y Marie se aferró a mi mano derecha.

—¿Qué pasa, que hiciste mucho ejercicio en el vuelo de regreso? —Me susurró Marie al oído y le lancé una mirada traviesa.

—Puede...

Sonrió ante mi respuesta y me incliné hacia ella.

—Luego tengo que hablar contigo de lo que te prometí la otra noche y que no he podido cumplir porque estaba de viaje —Le comuniqué en tono confidente y asintió con la cabeza.

—¿Qué tal tu luna de miel exprés con Gaël? ¿Te gustó Jamaica? —preguntó a continuación Zoe, mi chica arcoíris, y procuré no sonrojarme.

—Me gustó muchísimo. Estoy deseando regresar.

Su mirada irradiaba luz y soltó un suspiro hondísimo.

—¡Oh! l’amour, l'amour, l'amour...

Al pasar al lado de mi abuela que permanecía en silencio me detuve un segundo para darle un beso en la mejilla y me sonrió con una ternura que no esperaba.

—Me alegro mucho de verte, fille —acarició mi rostro y me estremecí.

—¿Desayunas con nosotros, mamá?

     Mi padre le ofreció el brazo y Charisse que a su edad era todo un icono de elegancia en París asintió.

—Nada me gustaría más que compartir un agradable desayuno con mis nietas.

Mi padre la miró con emoción, y luego me enteré por boca de Zoe que Charisse llevaba muchos años evitando cualquier reunión familiar, como infligiéndose un autocastigo por mi desaparición. Se culpaba a sí misma de lo ocurrido. Entró en una especie de enfermedad melancólica, alejándose de todos, volviéndose una persona huraña y en ocasiones incluso déspota.

Flanqueada por mis hermanas entré en el salón y pude ver que la mesa ya estaba dispuesta para que comiéramos. Llena de bandejas de fruta y verduras como las espinacas, junto con una gran variedad de quesos y también bacon, huevos y tostadas.

Mi padre se sentó a la cabecera de la mesa y a la izquierda de mi padre se sentó mi madre. Mis hermanas se sentaron en las sillas contiguas de en medio y me quedé de pie sin saber qué hacer.

—Chloe, ocupa la silla que hay junto a tu padre, por favor —Murmuró Charisse mientras se sentaba junto a Zoe y sentí que no fue una sugerencia.

Me acerqué y cuando aparté la pesada silla para sentarme entró en el salón Lorraine, la hermana de mi padre y se fue directamente al otro extremo de la mesa, sin saludar a nadie, parecía enfadada. Sujetó el respaldo curvo, movió la silla con facilidad y se sentó en el mullido cojín blanco que cubría el asiento de roble.

—¿Ya se fue Alaric?

Alargó el brazo hacia la fuente de panecillos y sus fríos ojos centellearon al mirar a Marie.

—No tengo ni idea. Ve a comprobarlo tú misma. Ni lo sé ni me importa.

—Pues debería importarte, es tu marido. ¿Quién puede haber cometido tal atentado con un hombre solo e indefenso?

Lorraine guardó silencio durante unos instantes, esperando algunas palabras de Marie, o quizás de mis padres, pero ellos solamente la miraban fijo por lo que continuó.

—No sé cómo puedes estar tranquila después de lo que le ha ocurrido en su viaje de negocios a Londres. Está herido, tiene la cara...

—¡Me da igual Alaric! —Espetó Marie sobresaltándola y se me aceleró el corazón —En estos momentos mis auténticos sentimientos se limitan a mi hija —Replicó con el mismo tono brusco de Lorraine —Alaric no merece que le dedique ni tan siquiera un pensamiento.

—Pero él... te quiere muchísimo —dijo dubitativa.

Marie soltó una carcajada incrédula y luego le dirigió una larga mirada.

     —¿¡Ah sí!? Pues no parecía que me quisiese mucho en unas imágenes que me enseñó Gaël hace un rato de Alaric junto a Danielle en Jamaica —Murmuró mi hermana.

Me quedé petrificada en la silla mientras trataba de tragar un bocado de pan que, de pronto, parecía seco. Tuve que coger la jarra del zumo, echarme un poco en el vaso y beber para que el trozo pasara por mi garganta.

—¿En Jamaica? ¿Con Danielle? ¿Pero no estaba en Londres? —dijo Lorraine con cara de asombro y extrañeza.

—No, estaba en Jamaica —Intervino mi padre dedicándole una mirada fría —Alaric y Danielle, la ex abogada de Gaël, y ahora también ex amiga de mi hija, viajaron a Jamaica, y no precisamente en un viaje de negocios, sino de placer. ¿Tú de casualidad sabías que Alaric era propietario de una cadena de hoteles en Jamaica?

Tragué de nuevo.

—¿Qué?

Lorraine abrió la boca perpleja ante aquella pregunta y su expresión indicó que desconocía la existencia de ese dato.

—Que conste que me da exactamente lo mismo que Alaric me sea infiel, como que no lo sea, o que tenga una cadena de hoteles nudista, donde la temática es el sexo. Es una persona egoísta, manipuladora, que solo le importa su propio beneficio. Solo está interesado en aumentar su poder y agradezco en el alma que Gaël me haya facilitado esas imágenes de Alaric con Danielle por que no estoy dispuesta a permitir que me quite a mi hija como me amenazó el otro día cuando le pedí el divorcio —Agregó Marie contemplándola con total frialdad y Lorraine, aturdida, reaccionó levantándose de la mesa enrojecida.

—No entiendo nada, tengo que hablar con él. Estoy segura que tiene que haber un error.

Tenía la cara roja y se le notaba que era una mezcla de coraje, vergüenza y molestia. Desapareció de nuestras vistas con paso airado, sin decir nada más y tan pronto se fue, Marie giró su rostro en dirección a mi padre.

—Papá, de verdad que no entiendo a la tía Lorraine —Masculló enfadada —No me puedo creer que después de lo que le hemos dicho siga defendiendo a Alaric.

—Está enamorada de Athos, ¿qué queréis? Hace tiempo que perdí la fe en ella —dijo Charisse sin despegar los ojos del periódico que leía atentamente mientras tomaba café.

Todos clavamos nuestros ojos en ella y bebí otro sorbo de mi vaso de zumo.

—Alaric es tan mentiroso que es capaz de contarle que la reunión se trasladó a Jamaica, que el espíritu de Bob Marley le poseyó, y que por eso se agenció a la zorra ésa de la abogaducha.

Estuve a punto de escupir el zumo.

     Marie, Zoe y yo tuvimos que reprimir la risa ante el acertado comentario de mi abuela. Sin embargo, se nos fueron las ganas de reír al ver el semblante serio de nuestro padre.

—¡Mamá! que está Zoe delante —La regañó mi padre con gesto serio y Charisse dejó el periódico en la mesa.

—Philippe que tiene ya 19 años.

Lanzó un largo suspiro y se levantó de la silla. Zoe hacía como que no escuchaba untando una rebanada de pan con mermelada de fresa.

—Yo ya sabía que sucedería esto desde hace años. Alaric es igual de mentiroso que su hermana Elisabeth y que su padre. Son todos una familia de mentirosos como lo fue también Charles, el padre de Athos. Y no pienso decir eso de que en paz descanse porque no se lo merece.

Mi padre hizo una mueca de disgusto al escuchar sus palabras y también se levantó de la silla.

—¡Mamá! ¿Cómo puedes hablar así de Charles? Él fue tu amigo.

La voz de mi abuela había sonado triste mientras hablaba y percibí como le brillaban los ojos.

—Te equivocas, él fue un cobarde, un gran mentiroso.

Le miró con un inmenso pesar en sus ojos y después se marchó del salón dejándonos a todos sumidos en nuestras propias reflexiones.

Sentía muchísima curiosidad por descubrir más sobre la historia de ese hombre y su amistad con mi abuela Charisse en el pasado. Algo me decía que ese tal Charles no se portó bien con mi abuela, y sentí un ligero disgusto en mi interior. Por lo poco que la conocía parecía una señora de profundos valores morales.

—Disculpad mi intromisión, papá ¿Alguien me podría explicar que le hizo ese tal Charles a la abuela?

Traté de hacer una pregunta breve cuando en realidad tenía ganas de realizar muchísimas.

Mi padre se sentó de nuevo al extremo de la mesa, y a su rostro asomó una expresión extraña. Buscó la mirada de mi madre que era una mezcla de tristeza y serenidad y luego su mirada descansó sobre la mía.

—Tu abuela a pesar del transcurso de los años no es capaz de superar la muerte del que fuera su mejor amigo. Descubrió justo antes de que muriera, por medio de una carta, algunos detalles especialmente alarmantes de su vida privada y aunque eso no era algo que le incumbiera, le dolió enterarse a través de una carta y no en persona, que su amigo, por aquel entonces un banquero reconocido en París, había provocado un agujero millonario por culpa de su comportamiento caprichoso.

Me hablaba mirándome fijamente y en el fondo de sus ojos pude ver una mezcla de tristeza y de reproche.

—Han pasado muchísimos años, y tu abuela aún no le perdona que se suicidara. Creo que tiene un sentimiento de culpa que no la deja vivir tranquila, y me parece que ese sentimiento se convirtió en su segunda naturaleza cuando tú fuiste secuestrada —dijo apoyándose en el respaldo de la silla y un difícil silencio nos envolvió.

De pronto recordé la conversación entre Michelle y Gregory Barthe, los padres de Gaël sobre el padre de Athos aquella mañana que aparecieron de improvisto en el hotel. Las palabras de Gregory Barthe diciendo que fue un inconsciente, el miedo de su madre porque hiciera negocios con Alimzhan Kalashov... Resultaba llamativo precisamente ese miedo, aparentemente injustificado. Sin embargo, después de hablar con Lucas en el backstage de Alimzhan Kalashov ahora parecía que algunas partes cobraban un nuevo sentido y no dudé en exteriorizar mi gran duda.

—¿El padre de Athos llegó a involucrarse con la mafia rusa?

Tan pronto salieron las palabras de mi boca me miró con desaprobación.

—No —Expresó de forma rotunda, escueta y fruncí el ceño.

—¿No?

Su respuesta tan seca, tan dura como el tema me dejó un regusto raro. Algo no terminaba de cuadrar.

—Pues el otro día escuché una conversación entre Gregory Barthe y Michelle, la madre de Gaël, en el que le tacharon de inconsciente. Bueno, lo tachó concretamente el padre. Estuvieron hablando de la familia de Athos, del padre, y no sé. He pensado que quizás tenía algo que ver la mafia rusa.

—¿Y por qué Gregory Barthe hablaba con Michelle delante de ti de este tema? —dijo de seguida y vi como la duda asomaba a su rostro.

—Porque el padre de Gaël ha decidido invertir estratégicamente en Rusia con Alimzhan Kalashov. Si vieras cómo reaccionó la madre de Gaël llorando, parecía que le había dado la peor noticia de su vida. Pero al padre de Gaël se ve que le resbala lo que piense su mujer, ya que le vi cenando tan tranquilamente la otra noche con el tal Alimzhan.

Mi padre alzó ambas cejas de sorpresa.

—¿En serio los viste cenando juntos?

Sacudió la cabeza, y me miró como si no diera crédito a lo que estaba escuchando.

—Si papá, yo estaba con Chloe. Cenaba también con ellos Athos —Murmuró Marie y sus palabras desencadenaron una serie de comentarios por lo bajo entre mi madre y mi padre del tipo:

«Imagino como se debe sentir Michelle». «Gregory no tiene ningún pudor y apunta alto.»

     —Por cierto, me acabo de acordar que dijisteis que no debía enterarse nadie que me habíais encontrado y esa noche antes de salir del restaurante el padre de Gaël descubrió mi verdadera identidad.

Los dos giraron su rostro a la vez en mi dirección.

—¿Cómo?

—Y puede que Athos Lefebvre también lo sepa, incluso el ruso, si entiende nuestro idioma —dijo Marie con voz apesadumbrada.

—¿Por qué se enteraron? ¿Qué pasó en el restaurante? —dijo nuestro padre con un tono interrogante mirándonos a ambas y encogí mis hombros.

—Bueno... es que Gregory Barthe...

No sabía cómo decirle que todo se había desencadenado porque su amigo Gregory Barthe me rechazaba, me repudiaba.

—El padre de Gaël estaba insultando a Chloe diciéndole barbaridades —Me interrumpió Marie y mi padre la miró con asombro —. Que si era una cualquiera, que si era una huérfana, una don nadie que solo quería el dinero de Gaël y no me pude aguantar, le solté en su maldita cara que Chloe era mi hermana, que era una Arnault.

La anterior expresión inquisidora e inquieta de mi padre se mudó a una expresión totalmente atónita.

—¡Ese Gregory! —exclamó Zoe —¿Quien se cree que es para hablarle así a mi hermana?

—Philippe, quiero que llames a Gregory y que venga a casa. No pienso permitir que trate de esa manera a Chloe —Murmuró mi madre con el rostro lívido.

—Ahora mismo le llamo.

Mi padre se levantó y se quedó mirando pensativo por la ventana. La mirada era grave. Vi el pesar y la decepción claramente pintados en el rostro de mi padre, y pensé que, en cierta manera, el padre de Gaël tenía razón. ¿Quién querría de nuera para su hijo una mujer con un pasado como el mío lleno de controversia?

El sonido de mi teléfono móvil llegó a mis oídos proveniente del interior de mi bolso, que descansaba en el respaldo de la silla, y lo saqué con rapidez. Esperaba una llamada muy importante de Paul, con el que había hablado nada más aterrizar el avión.

—Disculpadme, debo atender de inmediato un asunto —dije nerviosa y mi madre asintió mientras yo salía del salón con el teléfono en la mano y el bolso colgado en el hombro.

La identidad de mi socio mayoritario pronto dejaría de ser un misterio. Tenía una cita al mediodía en Epicure, el restaurante del Bristol, palacio parisino de la rue du Faubourg Saint-Honoré muy cerca del edificio donde se encontraban las oficinas de la edición francesa de la revista Vogue. La llamada de Paul era para confirmar la hora de la cita. Al fin le pondría rostro a la persona que con su ayuda económica había hecho posible que yo estuviera en la semana de la moda de París.

Respiré hondo antes de contestar.

—Hola, Paul. ¿A qué hora tengo que estar en L'Epicure? —dije al tiempo que entraba en un enorme cuarto de baño que se encontraba cerca de la entrada de la casa.

—A las 14 hs en punto. Te esperará dentro del restaurante. El director de sala Fréderic Káiser te acompañará personalmente a la mesa.

Me senté en un elegante banco cerca de una preciosa bañera antigua, saqué la agenda del bolso y anoté la hora.

—De acuerdo. Te llamaré en cuanto salga del restaurante para contarte que tal me ha ido la reunión. También para organizar la agenda de mañana y para hacer autocrítica del desfile y valorar qué aspectos podemos mejorar de cara a los próximos eventos. Sondear al equipo será lo primero que haremos para detectar si ha habido algún problema, si han trabajado a gusto, si hay metodologías que requieran algún cambio y mejorar.

Mientras hablaba con Paul me miraba en el enorme espejo del baño y ahí estaba yo, con el rostro cansado por los problemas y por el zarandeo típico de la época de desfiles.

—Estaré esperando tu llamada —dijo Paul, mi ayudante con el que había trabajado a pulso durante muchos meses para que la colección fuera un éxito y me despedí de él con cariño.

—Adiós, Paul. Gracias por tu apoyo e implicación en el desfile, por toda tu ayuda. Todo lo que te diga es poco. Gracias por tu paciencia con la prensa durante estos dos días en los que he estado ausente.

—De nada Chloe, gracias a ti por tu dedicación y por tu incansable y persistente forma de luchar por tus sueños. Sin ti este desfile y todo cuanto implica no hubiera sido posible.

Colgué la llamada y me situé frente al espejo. Estudié minuciosamente mi rostro cansado sin nada de maquillaje y decidí sacar del bolso una ampollita de las conocidas por efecto flash y aplicármela en la cara. De inmediato sentí su efecto «planchado» gracias a su fórmula y como un verdadero milagro ocultó los estragos de mi cansancio.

Diez minutos más tarde, salí del cuarto de baño con la cara bien alta, perfectamente maquillada, pensando en Gaël. Tenía muchas ganas de verle, tantas que deseaba llamarlo, pero no quería molestarle. Quizás podría...

Caminaba tan ensimismada que no me percaté de la presencia de alguien en el hall que obstaculizaba mi paso. Mi primera reacción fue saludar a la persona por educación, pero rápidamente le reconocí y mi corazón aceleró su ritmo.

—Alaric.

Ahogué un jadeo de la impresión al ver las heridas de su rostro. Reflejaba haber recibido una brutal paliza, no parecía Alaric.

—Vaya, tú por aquí. Se me olvidaba que ahora ésta también es tu casa.

Sus ojos hinchados y amoratados me miraban con odio, de forma amenazadora, exaltado. Se notaba que una revolución tremenda se agitaba dentro de él y di un par de pasos hacia atrás.

—Veo que te hiciste un tratamiento facial en Jamaica —dije esbozando una sonrisa sarcástica, pero mis manos temblaban a causa de los nervios.

—Siempre supe que me traerías problemas, maldita zorra —Murmuró, y me sorprendí un poco ante el áspero tono de rabia que surgió en su voz —Ya se lo advertí a mi hermana, pero no quiso hacerme caso.

Tomé un objeto detrás de mí con disimulo de un mueble de la pared, por si se le ocurría acercarse y me alejé un par de pasos.

—Gaël me ha amenazado con armar un escándalo. Tengo que abandonar a Marie, la empresa, todos los negocios familiares... Desaparecer literalmente del mapa. Lo voy a perder todo por tu maldita culpa —Masculló entre dientes y sentí que el corazón me daba un vuelco.

En su voz había verdadera rabia.

—¿Eso crees? Si las cosas no te salieron bien, no es por mi culpa —dije demostrando una determinación inflexible, furiosa ante su cinismo —. Tú y tu hermana cometisteis un delito conmigo, deberías estar agradecido de que no os envíe a la cárcel.

Un destello fulgurante brilló en su mirada durante un breve instante y aferré en mis manos el objeto con fuerza.

—Pobrecita...

Dio un paso al frente con una sonrisa deformada en sus labios por la paliza y sentí como el pulso se me descontrolaba de los nervios.

—Aunque quisieras denunciarnos ya no podrías, han pasado más de cinco años, todos los delitos tienen un margen de tiempo para ser denunciados, estás fuera de plazo. Además, la inexistencia de pruebas contra mí...

—¿Sabes lo que es un estuche de violación, imbécil? —Le grité clavándole la mirada —Las pruebas de lo que pasó esa noche están debidamente guardadas en un laboratorio de criminalística. Solicité hace años una extensión para que me guardaran el estuche de violación por si quería presentar una denuncia más adelante, así que no me toques los cojones.

Me quedé mirándolo, lanzándole una mirada desafiante durante un rato que me pareció interminable ya que se quedó clavado en el suelo absolutamente pálido y vi de soslayo que Marie nos observaba estupefacta.

—No te creo, estás mintiendo. Te estás marcando un farol.

La sangre me retumbaba en los oídos y deseaba pegarle con el objeto que tenía en la mano para borrarle esa sonrisa estúpida de su asquerosa cara.

—Quiero que abandones esta casa para siempre, que desaparezcas de la vida de «mi» familia incluyendo por supuesto la de mi sobrina, a la que no quiero que veas nunca más. No quiero que te acerques a ella, porque si lo haces te juro que el mundo entero sabrá lo que me hicisteis. Te denunciaré a ti, y a tu querida hermana.

—No puedes hacer eso, yo soy el padre de Chloe —dijo con la mandíbula desencajada.

Avancé en aparente calma hacia la puerta de entrada de la casa, giré el pomo de la puerta y la abrí.

—Está por verse que tú seas el padre de Chloe —Murmuré apretando el metal entre mis dedos —Vete ahora mismo de esta casa y no regreses jamás.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —Exclamó de repente Lorraine que bajaba las escaleras deprisa de un modo torpe con sus tacones de aguja.

—Por favor, no te metas —dijo Marie con un ruego implícito en sus ojos bloqueándole el paso cuando quiso acercarse a Alaric y éste hizo el papel de su vida mirándola con cara de cordero degollado.

—Tengo que irme Lorraine. Aunque amo profundamente a tu sobrina, ella ya no me quiere en su vida —Murmuró con voz penosa mientras salía por la puerta y Marie puso los ojos en blanco.

—¿Dices que me amas profundamente? ¡Oh vamos !¡Serás cínico! No me hagas hablar de lo que vi que le clavabas «profundamente» a Danielle en las imágenes de Jamaica.

Alaric al oír aquello, abandonó la casa dando un portazo y la mirada de consternación de Lorraine mientras subía las escaleras con torpeza hizo que casi se me escapara la risa.

—La acabas de espantar —dije desde la puerta y Marie se acercó mirándome fijo con una sonrisa en los labios.

—La serpiente venenosa de nuestra tía ha huido despavorida hacia su escondite — Murmuró risueña y puso su mano sobre la mía, que aún sostenía el objeto.

—Y ahora será mejor que regresemos a su lugar de origen este objeto personal de Yves Saint Laurent que ganó la abuela en una subasta de Christie's porque si se rompe le da algo —Murmuró con voz suave y dulce mientras aflojaba mis dedos del objeto —. Esto que tienes en la mano es nada más y nada menos que una copa de plata dorada del tesoro real de Hannover, del palacio de Herrenhausen.

Abrí los ojos sorprendida y recordé cierta escena en una embajada, con cierto hombre misterioso y una estantería repleta de copas antiguas.

     —Chloe, ¿sabes una cosa?

Mi hermana me abrazó sacándome de mis pensamientos.

—Para mí ha sido muy importante que me defendieras frente a Alaric. No sabes lo orgullosa que me siento de ser tu hermana. Gracias a tu intervención y al vídeo de Gaël, por fin podré respirar más tranquila. Necesito un poco de paz mental —Exhaló el aire cansada y la abracé con fuerza, con todo el afecto sepultado durante años de ausencia.

—Marie, siento no haberte podido ayudar aún con lo de Gerard. Mañana iré a verle a Le Furet, quiero hablar con él. Debe hacerse sí o sí la prueba de paternidad —susurré en voz baja.

Percibía como intentaba contener sus emociones, sus lágrimas, el dolor que había sufrido, y en ese momento, envuelta en mi cálido abrazo lloró, deshaciendo el dolor, el sufrimiento, la angustia.

—Tranquila Marie, Gerard entrará en razón. Y si no lo hace, entonces hablaremos tú y yo con Madeleine, su madre. Ella nos escuchará, es una buena mujer.

La vida me brindaba una oportunidad para iniciar una bonita relación con mi hermana después de tantos años y quería ayudarla.

—Será mejor que regresemos a la mesa, se estarán preguntando por qué tardamos tanto —dije antes de besar su mejilla y entramos al salón tomadas de la mano.

Estuvimos un buen rato hablando de mi viaje a Jamaica mientras terminábamos de desayunar con tranquilidad, sin mencionar temas espinosos. Luego cuando papá se marchó a solventar unos asuntos pendientes paseamos por el inmenso jardín con Zoe y mamá. Hablando de hobbies y sueños, cosas que hacer, y en un abrir y cerrar de ojos, las cuatro construimos un futuro inmediato en segundos e imaginamos como sería volverlo realidad, comernos el mundo juntas. Mi interior tenía unas malditas ansias de recuperar el tiempo perdido.

Hablamos de planes, de viajes, de sitios donde ir. Estaba feliz por esta nueva etapa en mi vida a pesar de la trampa psicológica de los problemas del pasado. Quería vivir miles de experiencias con ellas, lo único que necesitaba era tiempo para disfrutar de esos instantes, y eso era algo que conseguiría sin duda. La alegría impregnaba el ambiente, las palabras y las risas cómplices. En medio de esas conversaciones salió a relucir el tema de mi socio, el misterio de su identidad, y mi madre decidió explicarme cómo llegó un sobre rojo con mi nombre a su oficina.

—Tuviste el apoyo de un padrino anónimo que fue determinante para que pudieras entrar. Recuerdo cuando llegó el pequeño sobre rojo a mi oficina. Ponía tu nombre en letras doradas. No te conocía. Lo abrí y un delicioso teatrillo papel se desplegó ante mis ojos, releí tu nombre y lo tecleé en Google. Numerosas noticias hablaban de un escándalo, pero decidí visitar tu página web movida por un impulso. La web sencilla, clara y profesional, donde se mostraba un pequeño adelanto de lo que sería tu primera colección me gustó, y no sólo eso, los vestidos de inspiración romántica me llamaron tanto la atención que te apunté en mi agenda. Como presidenta de la Federación Francesa de Costura decidí que tú debías desfilar en París, por los resultados de la empresa: volúmenes de ventas, potencial real y proyección internacional. No me quería perder como despegaba tu carrera.

Escuchaba con atención las palabras de mi madre, y una inundación de sentimientos me embargó al sentirme valorada. Que confiara en mis posibilidades sin conocerme me llenaba de orgullo. Gracias a ella había cosechado mi mayor éxito en París. Sin embargo, la explicación en el envío de forma anónima por parte de alguien para que evaluaran la calidad de mi trabajo, y que tuviera opción a ser reconocida en el ámbito internacional me llenaba de curiosidad y de inquietud a la vez.

—Por más que pienso, no entiendo nada. No dejo de preguntarme quién te envió la invitación por arte de magia —dije realmente confusa tratando de descubrir el misterio.

—Quizás fue tu socio —expuso Zoe con ese aire distraído que la caracterizaba y luego se dejó caer en el sofá.

—Lo he llegado pensar, pero no sé...

Llevaba tanto tiempo planteándome esa teoría que estaba deseando descubrir su identidad. Siempre me preguntaba qué habría visto en mí para apoyarme de esa forma, con la que me estaba cayendo con la prensa en aquella época. Su aportación económica fue de gran ayuda para consolidar definitivamente mi carrera profesional.

—¿De verdad que no quieres que te acompañe? —Insistió Marie por enésima vez mientras la muralla formidable de Robert me abría la puerta del coche con respetuoso silencio.

—No, prefiero ir sola —dije tajante, no quería que me acompañara.

Tenía un mal presentimiento en el fondo de mi corazón. Al igual que con Dangelys, esperaba que mi hermana creyera mis excusas. Me moriría de dolor si le llegaba a pasar algo por ir junto a mí.

—Tengo que irme —Murmuré, y me despedí de manera afectuosa con un beso en cada mejilla.

Hasta que no se solucionara todo y estuviera detenido en la cárcel el culpable no respiraría tranquila.

—Hija, te deseo mucha suerte con el socio —dijo mi madre abrazándome antes de subirme en el coche y me refugié unos segundos en sus brazos, dejando que llenase de besos mis cabellos.

—Gracias, ya te contaré.

—No olvides que tienes que venir esta tarde. El inspector Péchenard nos pidió que estuviéramos todos en casa —dijo en voz baja con mucha seriedad e inspiré hondo mientras Robert cerraba la puerta.

«¿Cómo olvidarlo?»

     Deseaba que pasara deprisa el día, que se resolviera mi caso cuanto antes. En mi interior rogaba porque la vida no me abofeteara de nuevo horriblemente, que no me sorprendiera infraganti. Temía lo que pudiera decir Péchenard. Necesitaba pasar página de una vez y vivir en paz. Quería construir un camino junto a Gaël y mi familia. Sembrar amor a mi alrededor, dibujar sonrisas, regalar motivos de alegría para olvidar las tristezas.

El coche arrancó y me despedí con la mano. Mis hermanas me devolvieron el saludo afectuosamente y admiré la fisonomía dulce de mi madre cuando el Maserati salía por el camino de gravilla. Noté como entraba en la casa con el semblante lleno de preocupación y la extraña sensación de que no la volvería a ver más, a ella y a mis hermanas me oprimió el pecho. Un sutil frío envolvió mi corazón y apenas habíamos salido de las verjas que delimitaban la propiedad rememoré el cálido abrazo de despedida con mi madre para intentar desprenderme de las emociones negativas. Yo era una persona luchadora, alegre, y no permitiría que el paisaje de la angustia, desplegara sus múltiples tonos de miedo y ansiedad sobre mí.

Era mediodía, el coche circulaba por las calles de París y contemplé a lo lejos la Torre Eiffel a orillas del Sena para tratar de calmar mis nervios y deshacerme de mi ansiedad. Como un gran faro que guiaba a los turistas hacia ella la observé recordando el romanticismo más puro que viví allí arriba, en uno de sus vértices, y enseguida comprendí que si quería deshacerme del todo de mi ansiedad tenía que efectuar una parada antes de ir a L'Epicure.

—Robert quiero que me lleves a un lugar antes de ir al restaurante del Hotel Bristol — dije con una mezcla de emociones y el guardaespaldas de Gaël enseguida me miró interrogante a través del reflejo del espejo.

—¿A dónde quiere ir, señora Barthe?

Le miré con una media sonrisa presumiendo de mi belleza y crucé los dedos para que no se negara en rotundo a mi orden.

Mis emociones demandaban ser sentidas. Puede que fuera difícil, o que mi plan resultara un maldito desastre, pero necesitaba sobre mí la única mirada en el mundo capaz de seducirme. La mirada del francés más ardiente, el elegante más frívolo, el hombre más posesivo, divertido, delicado, cariñoso que pudiera existir.

Olivia, la asistente de Gaël, nada más verme me saludó, me dijo que estaba reunido, y cuando pensé que me sugeriría que me sentara a esperar me sorprendió. Desde su escritorio la pelirroja con un guiño de complicidad me ofreció la posibilidad de deambular por el interior del edificio de Vogue que era un hervidero de gente trabajando por la semana de la Moda de París. Me crucé con una estilista de la revista que me reconoció y tras felicitarme por mi colección y marcharse por el pasillo con celeridad me detuve al escuchar la voz grave y varonil de Gaël. Provenía de la sala de juntas y como si fuera una escritora, un poeta, o una profunda observadora no pude resistir la tentación de acercarme y captar su discurso inteligente e inspirador desde un ángulo íntimo del pasillo cerca de la puerta.

     Nada más verle mi cuerpo no pudo eludir las ganas de besarle, de tenerle todo para mí. Alto, elegante, seductor, atrayente como un emperador francés, la imagen que ofrecía era como un potente afrodisíaco para las mujeres que se encontraban en la sala de juntas. Todas sucumbían a su poderosa masculinidad. La transformación de Gaël en presencia de otras personas conseguía que entrara en una especie de conflicto de intereses porque su aspecto frívolo acentuaba su tremendo atractivo sexual hasta desordenarme cualquier pensamiento coherente.

Hablaba desde el extremo de la mesa y todos los miembros presentes de la reunión permanecían callados, en silencio, escuchando su discurso como si del mismísimo Steve Jobs se tratara. Era la viva imagen de un hombre exitoso y triunfador que buscaba la perfección en cada imagen, diseño, portada. La convicción que inspiraba su discurso con una extraña mezcla de sabiduría y autoritarismo pronto se adueñó del grupo. En sus rostros se reflejaba la admiración y el respeto. A Gaël no le movía el dinero, o las ganas de convertirse en una celebridad, a él le entusiasmaba, le apasionaba crear lo mejor que pudiéramos llegar a imaginar y ese detalle le hacía ser querido, admirado, o envidiado por casi todo el planeta.

Contemplándole desde mi refugio, con una mirada distinta a la del resto de personas por ser su mujer, la persona que más lo amaba en el mundo, me quedé allí, quieta, escuchando su forma de influir positivamente en los demás.

—El tiempo es el número del cambio con respecto al antes y al después. Es un tipo de número, y puede medirse en segundos, minutos, horas, en días, en años, por el reflejo de un espejo, por fotografías, o por eso que no existía y que de repente ahí está. Pero yo pienso que el tiempo se mide de otra forma, se mide por los hechos, por los logros, por la capacidad de imaginar mil posibilidades dentro de una sola posibilidad. La medida del tiempo para nosotros es la cantidad de esfuerzo, el volumen de ideas, es el peso del talento, por ello Vogue se ha convertido en un estandarte para el resto de revistas. Somos una revista que inspiramos el talento de otras muchas personas que nos leen. El tiempo aquí no se mide con un reloj, sino con cada proyecto que nace, con cada reto que empieza, con cada nuevo pensamiento que nos inspira. Conseguir lo prodigioso, depende de cambiar los números del reloj por cada una de nuestras pasiones, las agujas por el esfuerzo, las campanas por el talento. Ésa es la diferencia entre las demás revistas y nosotros, ese es el secreto de Vogue. Nosotros inspiramos al resto.

Admiraba su capacidad de liderazgo. La fuerza con la que hablaba era tan sobrecogedora que una oleada de sentimientos acudió a mi corazón.

 

«Dios mío, este hombre tan impresionante es mi marido.»

 

En medio del discurso, como si me hubiera presentido, sus ojos oscuros me encontraron y me derretí bajo su mirada. Mi corazón aumentó su ritmo cardíaco. La distancia no era un problema para él. Su presencia siempre me provocaba una ligera pulsión, un aceleramiento repentino de un deseo nunca satisfecho, signo de mi necesidad real. Cada vez que me mirada era como un rito, cualquier movimiento de su impresionante cuerpo un inesperado goce de pequeña plenitud visual. Ansiaba que terminara la reunión para acortar la distancia que nos separaba hasta reducirla a cero y besarle.

Alcé la muñeca, miré la hora en mi reloj y comprobé con inquietud que no me quedaba mucho tiempo. Y no sé si tuvo algo que ver que Gaël me pillara in fraganti inhalando despacio para recuperar la calma, o que cuando le miraba era imposible luchar contra mis emociones, que de pronto, para mi grata sorpresa concluyó la reunión inmediatamente.

Comenzaron a desfilar delante de mí las personas que ocupaban los cargos más trascendentes de Vogue. Miembros del equipo de redacción de moda de la revista que al pasar por mi lado me miraban con curiosidad. Me quedé allí, junto a la puerta, oyendo su armoniosa y vibrante voz, experimentando una mezcla de vergüenza y timidez, pues era evidente que sólo tenía ojos para mí mientras se despedía de la gente, y me reí para mis adentros. Yo era un maldito desastre disimulando, pero es que Gaël en este mismo instante dejaba traslucir una alegría tan radiante en su rostro, que incluso le miraban extrañados. No era algo usual que sonriera abiertamente. Veía como sus ojos brillaban de deseo al mirarme, era imposible luchar contra las emociones y sonreía como una completa idiota enamorada. Parecíamos dos adolescentes, no podíamos detener los sentimientos.

Gaël se dirigió a la puerta de la sala de juntas acompañando a la última persona que quedaba en la enorme sala y sentí como ardían mis manos cuando alargó el brazo y entrelazó sus dedos a los míos con toda la calma. Todos los que permanecían aún en el pasillo se quedaron atónitos.

—Gaël, hay gente delante —dije en voz baja con las mejillas enrojecidas.

Me miraba como si yo fuese todo su mundo e inhalé despacio para recuperar mi autocontrol en el momento que tiró de mi mano metiéndome dentro de la sala de juntas.

—Nos están mirando todos —susurré avergonzada y reaccionó de una forma graciosa.

Asomó la cabeza al pasillo con rapidez y todos voltearon sus cabezas a la velocidad del rayo desapareciendo como en una función de magia.

 

—Yo no veo a nadie —Bromeó y se me escapó la risa sorprendida por el gesto tan divertido.

—Serás tonto. Los has asustado —dije acariciándole el cuello y cerró la puerta con un brillo de diversión en sus ojos.

Me parecía una situación tan graciosa ver a la gente huir despavorida que no podía dejar de reír.

—¡Dieu! Chloe...Ven aquí.

Sin previo aviso Gaël me pegó a su fornido cuerpo de acero, me tomó de la cara con sus grandes manos y reclamó mi boca con profundidad, en un beso intenso y electrizante que abrasó mis neuronas. Abrió su boca agresivamente y metió la lengua dentro de la mía, arrasando con todo.

Lo agarré de la cabeza mareada por la avalancha que suponía y lo obligué a mirarme.

—Gaël puede entrar alguien —dije respirando agitadamente y su boca deliciosa y voraz mordisqueó mi labio inferior produciéndome una sensación intensa.

Deslizaba los labios sobre los míos de una forma deliciosa, como si me saboreara. Podía sentir como la sangre fluía como lava y se agolpaba en ciertas partes de mi cuerpo.

—Tenía que besarte —susurró con la voz ronca e inhaló con fuerza antes de atacar mis labios de nuevo.

Hundió una mano en mi pelo y cautiva de su deseo gemí cuando tiró de mi pelo para comerme la boca a placer, con aterciopeladas pasadas de su lengua, con lamidas y lengüetazos deliciosos, mordisqueándome con los labios y los dientes.

Su cuerpo irradiaba calor. Emanaba de él.

—¿Tanto me echabas de menos que has tenido que venir a verme al trabajo?

Su lengua se deslizó por la comisura de mi boca y la abrí para él con un suave gemido.

—No, ¿cómo crees? —Bromeé y lo besé en la boca, acariciándole los hombros —Justo pasaba por aquí con Robert y pensé, voy a subir a ver a mi marido para desearle que tenga un buen día, pero ya me iba... tengo una cita.

Hice el gesto de querer irme y sus ojos relucieron con un brillo perverso.

—¿A dónde te crees que vas?

Me agarró de las nalgas y me pegó a la puerta, golpeándome con la espalda contra la madera.

—La cita será conmigo —Gruñó posesivo y ese áspero sonido resonó dentro de mí y me estremecí con un ronroneo vibrante en la garganta.

—Pero...

Capturó mi lóbulo con los dientes, mordisqueándolo suavemente. Acarició con su lengua la sensible zona de detrás de la oreja y me estremecí de la cabeza a los pies.

—Gaël... —solté un suspiro de vacilación y sus labios dejaron un rastro abrasador hasta mi hombro, en un delicioso camino por mi cuello, deslizándolos por mi piel —De verdad que tengo que irme.

Besó el pequeño hueco de la base de mi cuello y suspiré de nuevo enterrando mis dedos en su pelo. En silencio subió una mano y se apoderó de uno de mis pechos a través de la tela del vestido. El pulgar comenzó a rozar mi pezón, y me removí bajo su mano.

—Tienes el cuerpo más sensual y apetecible del mundo. Una fiesta para los sentidos de un hombre. Una fiesta para mis sentidos —Colocó su polla entre mis muslos y hundí las uñas en la parte posterior de su cuello mordiéndome los labios.

 

—Debo irme. Mi socio me espera en L'Epicure —Jadeé y sus carnosos labios me besaron desde el mentón a mi boca.

—Que espere...

Escuché la cremallera de mi vestido y acarició mi espalda de arriba a abajo desde la nuca, subrayando su presión en la parte baja.

—No puedo dejar de pensar en ti, en nosotros...

Sus dedos se deslizaron por la cara externa de mis pechos y gemí.

—Gaël...

El ronco susurro que escapó de mis labios provocó que su polla se tensara más bajo su pantalón.

—¿Sabes lo que quiero? —Capturó mi labio inferior entre sus dientes mientras el vestido cedía con facilidad, y alcé los senos al encuentro de sus manos.

—¿Qué? —Logré decir notando un calor extremo en la boca del estómago.

—Quiero follarte de un modo salvaje, duro...

Su oscura mirada se nubló peligrosamente y mi imaginación se desató. El pulso me latía en la garganta y bajó el vestido hasta descubrir mis pechos. Su mirada siguió el rastro del vestido antes de fijarse en mis pupilas dilatadas.

—¿Aquí? ¿Ahora? No podemos —Gemí mirando alrededor y el deseo animal que vi a través de sus ojos enfebreció mi piel.

¡Joder! Todo él era agresividad y fuerza física masculina. La belleza de ángel oscuro de un hombre acostumbrado a salirse con la suya emergió con una fuerza abismal. Se apoderó de uno de mis pezones, metió la punta en su apetitosa boca, tiró de él y un torrente de adrenalina me sacudió entera.

—¡Gaël!

Empezó a succionarme el pezón con fuerza y tuve que contener las ganas de gemir al sentir el azote de su lengua, como lo endurecía en cada suave lametón.

—No sabes cuánto de deseo —Gruñó exponiendo mis pechos por completo y me dejé llevar por el asalto de su lengua y de sus dientes.

—¡Oh Dios! Para... ¿Y si entra alguien?

Me miró entre sus pestañas negras y temblé por el oscuro deseo que vi en su mirada. Se agachó con rapidez, apartó mis bragas de encaje y la abertura del vestido le facilitó sumergirse en busca de...

—¡Joder!

Mi cuerpo entero tembló sólo por esa caricia tan íntima de su lengua. Me agarró de las nalgas y no pude evitar gemir al sentir como se apoderaba de mi coño de una manera implacable.

—¿Cómo dijiste en tu discurso que se medía el tiempo? ¡Dios Gaël!

     Su lengua torturaba mi clítoris con un aleteo rápido, follándome con dos de sus dedos. Puede que fueran tres minutos los que estuvo robándome gemidos, cinco, o tan sólo uno, no lo sé, pero lo que sí sabía era que su experta lengua, golpeaba con suavidad, me lamió incansable hasta que todo se tensó en mi centro, hasta un alcancé un poderoso orgasmo, estallando en unos increíbles fuegos artificiales que me cegaron.

—¡Dios! —Exclamé sin aliento y dejé caer la cabeza hacia atrás entre espasmos de placer.

—Cada vez que te miro, te recuerdo en Jamaica follándome como una fiera. Deslizándote sobre mi polla, volviéndome loco con tus calientes gemidos, tus gritos al correrte...

Se incorporó, se desabrochó el pantalón, y agarrándome de las nalgas me levantó con facilidad. Su dura polla tanteó mi húmeda entrada y mirándome con una maliciosa sonrisa que inflamó mi deseo, me alzó un poco más y me metió la punta con suavidad.

—¡Dieu! Solo deseo follarte una y otra vez.

Escuché la necesidad en su voz y aplastada contra la puerta de la sala de juntas con cientos de personas trabajando en el edificio, necesitada de su toque, de todo él, rodeé su cintura con mis piernas cuando se enterró profundamente en mí. De una fuerte embestida que de bien poco no tumbó la puerta.

Quise gritar, era una locura callar. Gaël estaba dentro de mi cuerpo. Su pasión dejaba en mí sus huellas, y me mordí los labios para no aullar de puro placer.

Con sus ojos fijos en los míos, como un emperador francés en busca de la conquista de territorio enemigo, comenzó a mover las caderas clavándome la espada de su deseo con ferocidad, disparando mi corazón, revolucionando todo mi ser. La piel de mi espalda prácticamente se adhería a la madera de la puerta. Entraba y salía con un ritmo infernal, y en cada una de sus arremetidas con el calor estrellándose dentro de mí, su cuerpo duro y fibroso me empujaba a gritar de lascivia.

¡Dios! Aquí estaba mi hombre misterioso, actuando en todo su esplendor. Posesivo. Rezumando testosterona. Pura seducción. Irradiaba puro calor sexual. Y aferrada a sus hombros, tomé sus labios con desesperación y no paré de hacerlo hasta que se corrió en mi interior alcanzando el éxtasis al mismo tiempo.

—Ahhh... Chloe —Juntó su frente a la mía —. Je t'aime, chéri.

De súbito toda la pasión desbordada se transformó en ternura, besos suaves, desnudando anhelos y sentí la necesidad de tomar su rostro entre mis manos y quedarme ahí, mirándole, respirando el mismo aire, percibiendo todo su amor.

—Te amo... Te amo... Te amo...

     Dios mío, le amaba más allá de la razón. Si alguna vez le ocurría algo y no podía ver mi mundo reflejado en sus iris oscuros me moriría. Mi corazón estaba atado al suyo de tal manera que, si su pecho algún día dejaba de palpitar, me extinguiría al instante. Me rompería en mil pedazos que me dejarían por el camino, me perdería para siempre.

—¿Estás bien?

Me daba miedo no tener ese «y fueron felices y comieron perdices». Me abrazó sosteniéndome ahora contra su cuerpo.

—Chloe... —me miraba fijamente.

—Sí, estoy bien —aseguré emocionada con un nudo en la garganta.

Podía elevar a la enésima potencia mi intento por parecer optimista y sonreír, arrancar de raíz mis miedos y las lágrimas que deseaban asomarse a mis ojos, que de igual modo buscaban salir al exterior.

—¿Estás nerviosa por lo de la emboscada?

Me dejó en el suelo y acunó mi rostro entre las palmas de sus manos.

—Ya te dije ayer que no tenías por qué preocuparte. Robert te acompañará a todas partes y el agente secreto también. No tienes nada que temer.

Quiso tranquilizarme, pero me temía que esto era más cuestión de fe que otra cosa y, aunque quería creerle, eso de la fe siempre se me dio fatal...

—No me hagas caso solo estoy un poco nerviosa por la cita con mi socio mayoritario, a la que por cierto llego tarde. Somos un par de impuntuales.

Acarició mi rostro con ternura y estuve a punto de flaquear y revelarle todos mis miedos, y no fue por la caricia, fue por la manera de mirarme mientras me rozaba con sus dedos.

—No vayas. Quédate, comamos juntos —susurró, y la expresión de sus ojos hizo doler mi corazón —. Me encanta pasar tiempo contigo, chéri. Quería enseñarte algo está noche, pero si te quedas puedo escaparme del trabajo y adelantar la sorpresa...

Pensé horrorizada, que iba a sollozar. No quería llorar, y me puse de puntillas y lo besé, apenas una presión de mis labios sobre los suyos.

—Nada me gustaría más que quedarme contigo. Me gusta que comamos juntos, me gusta todo lo que está relacionado contigo, y más si incluye una sorpresa, pero tengo que irme, lo siento. Tengo muchísima curiosidad por conocer la identidad de mi socio y saber qué tiene que decirme. Hace unos días tuve un pequeño problema con él y necesito aclarar algunos puntos. Es importante que vaya —dije con total claridad recomponiéndome, esperando que comprendiera mis razones y sus ojos centellearon.

Entonces me agarró de la cintura y me volvió a atraer hacia él para besarme con mucha intensidad. Cubrió mi boca con la suya, con sus carnosos y seductores labios y deseé quedarme. En su boca moría y renacía, olvidaba y recordaba, dormía y despertaba. No existía el tiempo mientras me besaba con pasión, pero desgraciadamente existía, y tenía que irme.

—Gaël, llego muy tarde a mi cita —susurré y me soltó a regañadientes.

—¿No puedo hacerte cambiar de idea? —preguntó y le miré con un gesto de disculpa.

—No —Negué con la cabeza y se dio la vuelta, resoplando todavía encendido.

No quería marcharme, pero tenía que hacerlo, no me quedaba más remedio que ir a L'Epicure si quería descubrir la identidad de mi socio.

—A lo mejor cuando llegue ya se ha marchado aburrido de esperarme —dije sonriendo mientras me aseaba gracias a unas toallitas que guardaba en mi bolso y Gaël se giró ajustándose bien el nudo de la corbata.

—No creo que se le agote la paciencia sabiendo que puede comer con la mujer más bella de París —Murmuró cabreado y casi me reí por su tono celoso.

—Gracias por el cumplido, pero no hay paciencia que no se colme.

Me recoloqué el vestido delante de un espejo de la sala de juntas y todos los músculos se me tensaron cuando vi cómo se aproximaba hacia mí con esos andares capaces de provocar un paro cardíaco a cualquier mujer.

     —La paciencia es un árbol de raíces amargas, pero de frutos muy dulces, y tú chéri... eres el más exquisito de todos.

El maldito caminaba como una seductora corriente que prometía llevarte a aguas muy cálidas, a la deriva.

—Me encantaría ir contigo para hacerle saber a ese socio tuyo que estás felizmente casada. Que eres mía —susurró en mi oído posesivo y me aferró a su cuerpo con una fiereza que me cortó la circulación.

—Pero no puedes...

Alguien llamó a la puerta y me mantuve en silencio con el corazón acelerado. De alguna forma tenía nostalgia del futuro. Quería que llegara pronto para poder mostrar con libertad nuestros sentimientos, pero como no podía hacer nada hasta entonces, emulando una versión frívola de Chloe me aparté de su lado preparada para actuar.

Gaël se acercó a la puerta con resuelta elegancia y abrió no sin antes echarme un último vistazo.

—Perdóneme, Señor Barthe por interrumpirle, pero tiene una llamada de su padre en la línea uno. Dice que es muy importante —Habló una chica joven con la expresión algo estresada en su cara y después me miró esbozando una tímida sonrisa.

—Estoy en medio de una reunión muy importante. Dile que luego le llamaré —dijo Gaël sin el menor atisbo de emoción y la joven asistente asintió con la cabeza casi sin mirarle a los ojos intimidada por su presencia.

—Señor Barthe, si me disculpa tengo una cita muy importante a la que no puedo faltar —dije muy seria y se le endureció el semblante.

—Aún no hemos terminado de hablar.

Un gesto fugaz apasionado cruzó su rostro cuando pasé junto a los dos como si fuera una superviviente emocional desmemoriada que no recordara lo que acababa de suceder entre nosotros y atrapó mi mano.

—Espero su llamada, señorita Desire —Murmuró mirándome directamente a los ojos.

La reacción de Gaël sujetándome de la mano al pasar por su lado provocó que sintiera como si toda mi sangre se agolpara en mis mejillas, sonrojándome.

—Solo le pido que tenga un poco de «paciencia» señorita Desire y le prometo que esta noche le recompensaré la espera con un «pago» mayor directamente a usted —Me dijo cerca del oído y creí que explotaría mi corazón al oírle.

El suave tacto de su mano, con el leve roce de la punta de sus dedos en un lenguaje silencioso erizaba toda mi piel.

—Va a tener que hacer algo más que eso. Adiós, señor Barthe.

Hice ademán de irme y su mirada se oscureció hasta alcanzar el opaco de ébano desatando una tormenta en mi interior.

—¿Querías algo más, Amanda? ¿No tienes nada mejor que hacer que mirar como hablo con la señorita Desire? —Le dijo de pronto a la joven sin soltar mi mano, ni apartar sus ojos de los míos y la pobre se sobresaltó.

—No... yo... esto... —Tartamudeó muerta de vergüenza y a continuación se marchó de allí casi corriendo.

Gaël me estrechaba la mano prolongando su contacto con un gesto inescrutable y meneé la cabeza intentando no reírme.

—Eres malvado. La pobre chica ha estado a punto de sufrir un síncope ¿Por qué has sido tan malo con ella?

—Oh vamos, no me irás a decir que tú no has sido malvada en alguna ocasión. Lo puedo ver en tus ojos —Se rio de forma ronca exhibiendo unos dientes perfectos y sonreí sin poder contenerme.

—Eres terrible.

—Me ha llevado algunos años de diligente práctica ser vil y malvado con mis asistentes y ya que he conseguido llegar tan lejos, tengo que mantener la leyenda urbana —Se carcajeó y miró alrededor un instante con aire prohibido.

—¡Dieu! Ven aquí...

Me agarró por la cintura y proyectando en mí su fuente inagotable de deseo me besó pillándome totalmente desprevenida.

     Un beso largo, húmedo y profundo de los que te calientan hasta la punta de los dedos de los pies.

—¡Gaël! Nos pueden ver —dije aturdida intentando recuperar el aliento y se apartó.

—Ahora sí puede irse, señorita Desire.

Sonrió con malicia con ese aura que desprendía de sensualidad irresistible y resoplé con media sonrisa.

—Ah, sí claro, como si fuera tan fácil poner en funcionamiento mis piernas después del súper beso de despedida que me acabas de dar... «Ahora sí puede irse, señorita Desire» —Murmuré tratando de imitar su tono voz y una mirada traviesa brilló en sus ojos.

—Definitivamente me quedé corta diciéndote que eras malvado. Eres el demonio de la perversidad —dije riéndome y soltó una carcajada.

—Me pillaste, lo confieso, soy un maldito demonio. No sabes cuánto me alegra que hayas visto mi interior —Se burló y le pegué con suavidad en el hombro.

—¡Qué bueno, así no tendrás que fingir!

Mi comentario le provocó nuevas risas y casi alzándome en vilo, me besó otra vez rozándome los labios.

—¡Gaël bájame! Al final nos va a ver alguien —Exclamé riendo.

—Tranquila, si nos pillan igual me casaré contigo.

Me guiñó un ojo cómplice y me mordí los labios para no reírme.

—De verdad que eres terrible. Eres peor que yo.

Gaël me acompañó al ascensor con una leve sonrisa en la cara y traté de evadir durante todo el trayecto las miradas que se posaron sobre mí. Estaba claro que mi visita a Vogue había despertado cierta curiosidad. Supongo que la actitud del Editor Jefe les sorprendía. Atentas, interesadas, sorprendidas, las había de todas clases. Miradas de desconcierto, escrutadoras, algunas incluso eran hostiles. Pero ninguna de esas miradas me importaba. Mi marido había conseguido regresar la transparencia a mi corazón, eliminando mi ansiedad, el agua turbia suspendida en mi interior que ocultaba la luz. Deshizo los miedos que llevaba sueltos en mi mente y mi corazón antes de ir a verle. Y después de pronunciar ambos un «te amo» silencioso justo cuando se cerraban las puertas del ascensor, salí de Vogue acompañada de Robert con la firme convicción de que mi socio se habría ido del restaurante cansado de esperarme.

 

—Por Dios, ¿de dónde han salido tantos coches? —dije contemplando la calle du Faubourg Saint-Honore desesperada por llegar.

Llevábamos quietos cinco minutos en un monumental atasco.

     —Señora Barthe, el tráfico es muy denso porque está el día frío y lluvioso.

El restaurante Epicure, del Hotel Le Bristol con tres estrellas Michelin, dirigido por el chef Eric Frechon era mi destino y me estaban llevando los demonios al ver la fachada del Hotel a tan solo unos metros de distancia y no poder bajarme del maldito coche por culpa de Robert.

—¡Mierda, Robert! Deja que me baje del coche, no me va a pasar nada —dije malhumorada intentando no estallar del cabreo.

—Ya le he dicho que no —Gruñó.

El tráfico se movió y Robert se deslizó por un hueco. Los coches avanzaron un poco más, pero no conseguimos llegar mucho más lejos.

¡Joder! Estábamos a menos de veinte metros del Hotel Le Bristol.

—Voy a bajarme del coche —Le amenacé —. Puedo defenderme sola.

Robert me miró sin rodeos a través del espejo retrovisor y pude leer claramente en su mente:

 

«Mujer pequeña, te reducirían en una milésima de segundo.»

 

—Prueba a atacarme y verás de lo que soy capaz —Le reté un poco enfadada de que la gente me infravalorara por mi estatura.

Y sin darle tiempo a reaccionar y sin tomarme un momento para pensar y arrepentirme luego, abrí la puerta del coche, me bajé y salí corriendo.

¡A la mierda!

La acera estaba llena de gente. Andaban lentamente, paseaban ocupando casi todo el espacio y yo los iba sorteando con el corazón desbocado.

—¡¡Señora!! Regrese aquí ahora mismo —Gritó Robert a mis espaldas y percibí las miradas de la gente mientras corría sin detenerme.

Llegué a la puerta del elegante, distinguido y refinado hotel francés y me detuve en seco. Tampoco era cuestión de parecer una loca a la carrera en uno de los hoteles de mayor lujo parisino.

Antes de entrar en el hall, me giré muerta de la curiosidad por saber si Robert me estaba persiguiendo y me llevé el susto de mi vida cuando le vi justo detrás de mí.

Con el pelo revuelto, me lanzó una mirada llena de desaprobación.

—Pienso decirle al Señor Barthe lo que acaba de hacer —dijo alzando la voz y lo miré perpleja.

Tenía el rostro enrojecido por la carrera.

—¿Has dejado el Maserati abandonado en medio de todo el tráfico? —Le pregunté sabiendo de sobras la respuesta y palidecí al mirar en dirección al coche.

—No podía dejarla ir sola.

De pronto me sentí espantosamente mal cuando vi como un policía apuntaba los datos de la matrícula e intercambié una mirada de disculpa con Robert. La suya por supuesto era de enfado.

—Vuelve a por el coche por favor. No me va a pasar nada. Es mediodía, hay mucha gente. Yo te esperaré en el Hall del Hotel. Te prometo que no me moveré de ahí —Le sugerí y se quedó callado durante unos segundos sin decir nada, solo manteniendo sus ojos en los míos.

—¿Será capaz de esperar sentada en uno de los sofás junto a la recepción tranquilita y sin moverse? —Me preguntó finalmente y asentí con la cabeza con una sacudida.

—Sí, claro que puedo. Además, ya te he dicho que puedo defenderme sola.

Levanté el mentón y clavé mi mirada en la suya con determinación, aunque por dentro sentí un ligero temblor de miedo.

—Muy bien —resopló y miró la concurrida calle.

El policía continuaba en el mismo lugar sin despegar sus ojos del bloc de multas.

—Entre y no se mueva del Hall, ¿entendido? Ahora regreso —Me gruñó enfadado y entonces sorprendentemente giró sobre sus talones y se marchó corriendo.

El policía que se encontraba a escasísimos metros del Maserati apenas levantaba la cabeza de su bloc de multas donde anotaba una sanción. Vi como Robert sin ningún tipo de miramiento le ordenó que se apartara con un gesto seco y se subió en el coche. Me temía lo peor como el policía no se quitara de en medio. La mirada del guardaespaldas de Gaël rezumaba furia.

Arrancó el Maserati y por un instante pensé que lo embestiría sin detenerse a pensar en quien tenía delante ni en las consecuencias de sus actos. Estábamos en la elegante calle du Faubourg Saint-Honore, en el corazón del distrito artístico y de la moda, un lugar lleno de gente que vería como atropellaría a un policía, buscándose un lío. Pero por suerte éste se apartó moviendo la cabeza de un lado a otro mientras garabateaba otra sanción en su bloc de multas. Robert salió derrapando de la entrada del Hotel ante la mirada perpleja del aparcacoches del Hotel.

Obedeciendo la orden de Robert me di la vuelta y entré en el Hotel con los ojos bien abiertos. Miraba a derecha e izquierda como una gacela asustada, buscando con los ojos cualquier indicio de algún movimiento raro entre su exclusiva clientela. Inspeccionaba cada rostro, evaluando sus miradas, buscando algo que pudiera proporcionarme algún indicio, pero nada. Así que me tranquilicé.

     Miré hacia el pasillo de estilo clásico típicamente parisino del selectísimo establecimiento de la prestigiosa OetKer Collection deseando colarme de una vez en el restaurante de tres estrellas Michelin, Epicure. Su elegancia no solo era superficial, sino que estaba diseñado para colmar los sentidos y dar una experiencia única. Rogaba porque mi socio a pesar de mi monumental desplante se hubiera quedado por el simple hecho de meterse uno de sus deliciosos menús a la boca.

La página The Daily Meal situaba a Epicure, en Le Bristol como el mejor restaurante en hotel de todo el mundo y como yo nunca fui prudente, sino que vivía y me dejaba llevar por las ilusiones y la limitada confianza de la juventud me alejé del hall un poco para poder contemplar el delicioso jardín interior, el de mayor tamaño de la ciudad, en el que varios huéspedes disfrutaban de un café o un almuerzo ligero al aire libre.

De repente vi a Lucas acompañado de un apuesto hombre y de otro que reconocí de inmediato. ¿Scott? Caminaban por el patio enfrascados en una discusión.

El amigo de Isaac parecía estar muy enfadado con ellos, a juzgar por sus endurecidas facciones. Discutía sobre todo con Scott mientras avanzaban por el patio. Me di cuenta que venían hacia mí y tuve tiempo de esconderme tras una columna hasta que atravesaron el hall y salieron a la calle, momento en el cual Lucas sacó su móvil del bolsillo, tecleó en su pantalla y se lo puso en el oído.

Me armé de valor y salí de mi escondite para regresar al hall cuando mi teléfono comenzó a sonar dentro de mi bolso. Rebusqué en el interior deprisa y me quedé perpleja con el nombre que salió reflejado en la pantalla.

—¿Lucas? —Fruncí el ceño.

Sorprendida detuve mis pasos. ¿Por qué demonios me estaba llamando Lucas? Recordaba que había guardado su número en la boda de Nayade, pero no creí que lo utilizáramos jamás por ambas partes, a no ser que quisiera preguntarme por Dangelys.

De verdad que no sabía quién confesaba más de los dos, si uno u otro. Pero una cosa tenía por cierta, entre ellos estaba naciendo algo poderoso. Llevaba mucho tiempo observándoles y sus gestos eran verdades, sentimientos, jirones salidos más allá del alma.

Avivada por el desconcierto, y la curiosidad descolgué la llamada y sin darme tiempo a hablar el gigoló me ladró en el oído como si fuera un rottweiller.

—¡¿Dónde cojones estás?! —Masculló con voz cortante.

¡Wow! ¡Menuda voz! Esa no se parecía remotamente a la que yo recordaba del gigoló. Me separé un poco el teléfono del oído ya que me había dejado sorda y en ese instante sentí deseos de tenerle frente a mí, de ver su cara, para darle un par de bofetadas por gritarme.

Ni un hola, ni nada, simple y llanamente «¿Dónde cojones estás?».

—¡Chloe! ¡Contesta! Sé que no estás con Robert en el coche y que tampoco estás sentada en el puto sofá como te ordenó que hicieras. ¿Dónde cojones estás? —preguntó sobresaltado y mis ganas de pegarle se esfumaron.

     Me quedé de piedra. Hablaba tan enfadado que me costó unos segundos encontrar mi voz.

—¿Cómo...? ¿Cómo sabes tú que...?

—¿Es Usted la señorita Desire?

La voz grave de un hombre me hizo girarme y casi me caí de culo al toparme con una mole de casi dos metros de altura dueño de una mirada glacial.

—¿Qué?

Tapé el auricular del teléfono algo cohibida y el hombre me preguntó de nuevo si era Chloe Desire.

—Sí, soy yo —respondí intimidada.

—Acompáñeme. Llega con mucho retraso —dijo en tono frío y me hizo un gesto con la mano indicándome que le acompañara por el pasillo.

¿Este hombre era el jefe de sala? Le miré dubitativa, no quería entrar sin Robert y mucho menos cortar la llamada de Lucas.

—Espere, yo no...

¡Mierda! ¿Por qué tardaba tanto Robert?

Eché una ojeada detrás de mí y contemplé a lo lejos el hall. ¿Dónde demonios se había metido Robert? Comenzaba a sentir un nudo enorme en el estómago y a sentir una ligera ansiedad.

—Acompáñeme por favor —Insistió y sentí una sacudida en el corazón.

—Disculpe un momento, antes me gustaría continuar con la llamada que estaba atendiendo.

Alcé mi móvil junto con mi barbilla tanto como mi metro cincuenta y ocho me lo permitió y el hombre clavó su mirada en el teléfono.

De inmediato la primera pista de que algo no andaba bien se confirmó en el momento que el hombre estiró la mano y me arrebató el móvil. Un jefe de sala no hacía eso y mucho menos amenazar de muerte como hizo después conmigo si gritaba o me negaba a acompañarle.

No podía creer lo que me estaba ocurriendo, parecía una broma pesada. Miraba concienzudamente a derecha e izquierda la luminosa sala frente al jardín, con una elegancia sobria mientras caminaba aleccionada por ese hombre. Y la segunda pista de que algo no andaba nada, pero nada bien, fue descubrir que en el interior del restaurante L'Epicure no había nadie.

Quise girarme, pero la tenaza que tenía por mano ese hombre me lo impidió con su agarre mortífero. El desagradable tacto de su áspera y helada piel me produjo un escalofrío, y mientras intentaba recomponer en mi cabeza algún plan para huir me percaté de la figura de un hombre sentado junto a la ventana.

Escuché a mis espaldas como se cerraba la puerta del restaurante y unos golpes sospechosos que hicieron temblar la puerta y entonces todo se me mezcló de manera patética. La perversa sonrisa del hombre que me había arrebatado el móvil al anunciar mi llegada y el terror al identificar el rostro de la persona que se levantó de la silla.

—¿Usted?

Noté una sacudida en el pecho ante la revelación.

—¿Qué hace usted aquí? —pregunté alarmada con un ligero temblor en mi voz.

—Bonjour, señorita Arnault. Llega tarde.

Ver a ese hombre me sentó como un mazazo en el estómago, un puñetazo de los que te dejan sin respiración.

—¿Sorprendida de verme?

—Sí, para qué lo voy a negar —Respondí de inmediato.

Miraba su rostro absolutamente perpleja y supe al instante que debía huir de allí, huir de él, de inmediato.

No entendía nada. No entendía qué hacía ese hombre aquí.

—Había quedado con mi socio, y usted no es para nada la persona que pensaba encontrarme aquí.

Miraba alrededor en busca de algo que me ayudara a escapar. Un objeto con el que golpearle, una puerta por la que huir.

—Chloe, yo soy tu socio mayoritario —Murmuró captando de nuevo mi atención y la piel se me erizó por completo de miedo.

—No —Sostuve su mirada con entereza.

Alargó el brazo para estrechar mi mano y pisé bien firme el suelo como para asegurarme de que no se hundía bajo mis pies.

—¿Me está gastando una broma? ¿Por qué querría ser mi socio? Precisamente usted, señor Lefebvre.

—Es una larga historia, Chloe Marie.

Llevó mi mano hasta sus labios, besó mis nudillos y sentí que caía en una espiral sin fondo. El corazón galopaba en mi pecho como una enloquecida carrera de caballos desbocados.

La prensa definía a Athos Lefebvre, el padre de Elisabeth como un hombre intachable que demostró desde los primeros años de su larga carrera un talento médico, y creí erróneamente que lo era a pesar de tener unos hijos como Alaric y Elisabeth. Creí que era un caballero a la antigua de los que te retiraban la silla, pero debí suponer que todo era pura fachada.

Me agarró de la cintura, me pegó a su cuerpo y por un breve instante tuve miedo al sentir su aliento en mi oído.

—Es una larga historia que conocerás si deseas acompañarme a otra parte —Pidió con suavidad y me sorprendió tanto su actitud que me aparté de su cuerpo escandalizada.

—No me toque —dije alzando la voz y sus ojos azules se estrecharon tras el cristal de sus gafas.

—Lo siento, no he podido evitarlo.

La suavidad de su voz me puso el vello de punta.

—Quería recordar cómo era el tacto de tu piel —susurró.

—¿Qué dice?

Le miré con estupor mientras Athos se hallaba a poca distancia de mí y creí enloquecer horrorizada de la frialdad y la rigidez que alcanzó mi alma en el preciso instante que reconocí su voz.

«¡¡Dios mío es él!!»

Ahora sí que tenía que escapar. Sí, ¡tenía que huir inmediatamente!

Athos Lefebvre era el hombre que me atacó en mi piso de Barcelona. El hombre que cubrió mi cabeza con una bolsa hasta casi asfixiarme.