Prólogo

 

Vivía la exuberancia de la naturaleza del jardín del museo de la Quai Branly. Los senderos y pequeñas colinas diseñados por Gilles Clèment, caminos empedrados con cantos rodados, espejos de agua que me invitaban a viajar por el mundo de la imaginación y los sueños. Paseaba por el jardín en medio de una treintena de robles y arces, magnolias, cerezos, y cientos de árboles que me transportaban invitándome a soñar. La maldición era que mis sueños últimamente tenían un indiscutible protagonista que arrasaba con todo, pero por desgracia no tenia rostro.

Sentada en la terraza del restaurante Les Ombres, con vistas de la Torre Eiffel y del Sena, esperaba a Dangelys para cenar. Asistía a clases de francés y al salir algunos días concretos quedábamos para cenar en este restaurante. Disfrutaba de una copa de vino observando el lugar y el espacio exquisito decorado con estanques y plantas mientras mi brasileña alocada no llegaba.

En la mesa contigua a la mía una pareja disfrutaba de una cena romántica y sin poder evitarlo como sucedía desde que llegué a París pensé si sería el, mi hombre misterioso. Cada vez que me cruzaba con un francés de pelo mas o menos largo, revuelto y desordenado me preguntaba si sería él. Cada vez que sin querer o queriendo mis ojos volaban a los músculos de un hombre atractivo pensaba en él. Y si alguna voz masculina me susurraba al oído palabras lascivas con el objetivo de querer llevarme a la cama, mi mente confusa le recordaba.

Cada palabra pronunciada con suavidad, en tono bajo y rasgado con esa voz hablándome en francés me hacía caer en la fantasía de querer perderme entre sus brazos. El recuerdo de esa noche en Brasil con su cuerpo pegado por completo al mío me excitaba desde entonces. La manera de rozar con sus pulgares mi piel, sus besos seduciéndome, reclamándome como suya me torturaba.

Influyó en mi mente desde el primer segundo solo con su aliento. Despertó y estimuló mi fantasía con la manera de aferrarme fuerte y posesivo a su cuerpo. Me trastornaba el recuerdo de su erección poderosa clavándose en mí mientras sentía su respiración profunda en mi oído, el sabor de su piel, el aroma de su perfume, su voz, su cuerpo. ¡Dios, no podía seguir así! Y sus palabras acudían a mi mente una y otra vez.

—Mon petit je n'ai jamais voulu quelque chose tant que vous avez désiré vous.

«Mi pequeña nunca he deseado algo tanto

como te he deseado a ti.»

Las palabras resonaron en mi cabeza imaginando ese momento.

—Je souhaite que vous aviez su avant elle.

«Ojalá te hubiera conocido antes que a ella.»

Bebí un sorbo de la copa de vino e inspiré profundo para calmarme. Estaba tan afectada por pensar en ese hombre sin identidad que me burlaba de mi misma por verme tan patética. Ni siquiera ahora mismo podía liberarme del inconfundible aroma de su perfume.

Ese toque a cedro, a maderas orientales que me volvió loca esa noche. Ya no sabía si era real o solo una invención de mi mente, pero tenía la sensación de sentirlo detrás de mí justo en ese momento. Pestañeé aturdida y comencé a girar mi rostro con disimulo para comprobar quién era el dueño de la fragancia que me estaba trastornando.

—Bonjour, panther.

La voz de Dangelys me sobresaltó.

—¡Dios, qué susto! —exclamé con una sonrisa.

—¿Qué estarías pensando, Chloe? —Murmuró sentándose frente a mí.

—Nada —Mentí.

—No me lo creo —dijo mientras colgaba su bolso.

—¿No estarías pensando de nuevo en ese hombre?

Me avergonzaba confesar que no dejaba de pensar en ese hombre sin identidad, en mi hombre misterioso. De repente una voz que provenía de la mesa de atrás me robó el aliento.

¡Era su voz! Su deliciosa y perturbadora voz. Quería ver su rostro. Con disimulo comencé a dar la vuelta y antes de que hubiera girado el cuello por completo, un estruendoso trueno hizo temblar hasta los cristales provocando un apagón que dejó a oscuras todo París, inclusive la torre Eiffel con el consecuente desconcierto general. Automáticamente sentí el pánico circular por mis venas. Me levanté de la silla con torpeza y di varios pasos en medio de la oscuridad paralizada, con el corazón latiéndome desbocado.

«No, por favor no» No se veía absolutamente nada y sentía que empezaba a asfixiarme. Escotofobia era lo que yo padecía desde hace años, un horrible miedo a la oscuridad. No quería que nadie viera mi vulnerabilidad y mucho menos Dangelys.

Me volví débil en ese momento y mi preocupación se acentuó ya que no se veía nada en el restaurante. Perdí el control por completo, la ansiedad se apoderó de mi cuerpo y cuando estaba a punto de chillar y llorar en silencio de pura angustia unas manos me rescataron en medio de la oscuridad del restaurante y sollocé.

—Ne craignez pas la tranquillité est seulement une tempête — susurró en mi oído la voz que todas las noches me visitaba en sueños.

—Ces frissons.

Su voz rasgada, diciéndome que me tranquilizara, que solo era una tormenta no calmaba mi ansiedad. La agitación física y mental que sufría en esos momentos me vencía.

—Ces frissons.

Volvió a decir, pero mi cuerpo temblaba de miedo, de ansiedad, de pánico.

—¡Dios mío, no!

La oscuridad me traía horribles recuerdos del pasado.

—N'ayez pas peur, que je suis avec vous.

Sentí su cálido aliento en mi piel y sus dedos se deslizaron por mi cintura.

—¡Shhh! No tengas miedo, estoy contigo —susurró de nuevo y cerré los ojos con el pulso descontrolado.

—Sens moi.

Sus palabras surtieron efecto y fueron como un bálsamo. Su aliento cálido en mi oído me calentó la sangre ahuyentando un poco el miedo y el pánico de mi cuerpo. Percibí como respiró profundo con su nariz enterrada en mi pelo captando mi perfume a rosas, y el ligero roce de sus dedos en mis caderas aumentó, presionándome contra su cuerpo. La sensación de sentir sus músculos pegados a cada una de mis curvas me cortaba la respiración.

—Petit sont votre.

Sentí la opresión en mi pecho cuando me reconoció y sus brazos se aferraron más fuerte a mi cuerpo en medio de la oscuridad. El pánico dio paso de inmediato al deseo en el momento que su lengua de una sola lamida lenta y agónica recorrió mi cuello avivando mi fuego con gasolina.

—Chloe...

La voz confusa de Dangelys me devolvió al presente cuando tiró con sus manos de mi brazo apartándome de mi hombre misterioso.

—¿Chloe? No veo nada, ¿eres tú, verdad? A ver si vuelve la luz, no se ve absolutamente nada.

Fue perder el contacto con él y regresaron los miedos afectándome profundamente.

—¿Chloe? ¿Eres tú? —Insistió Dangelys, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra en medio de la oscuridad.

Solo escuchaba el murmullo de la gente y el desconcierto general. De repente volvió la luz y solté todo el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. Rápido me di la vuelta dándole la espalda a Dangelys. Necesitaba urgente un tiempo muerto para recomponer mi calma o se daría cuenta de que algo me sucedía.

Cerré los ojos y puse una mano sobre mi pecho y otra sobre el abdomen e hice un par de respiraciones profundas antes de respirar de manera lenta y pausada.

—Chloe ¿qué miras?

Abrí los ojos y me di la vuelta. Retuve el aire durante unos segundos sintiendo como la tensión iba remitiendo, pero la urgencia por encontrar entre los comensales a mi hombre misterioso me dificultaba la tarea.

—Me parece a mí que la alcaldesa de París no ha pagado el recibo de la luz —Intenté bromear, pero mi voz salió temblorosa y el desconcierto se reflejó en el rostro de Dangelys mientras buscaba con mi mirada al hombre que me robaba el sueño.

—¿Estás bien Chloe? Te ves pálida.

Me senté inquieta con la mirada volando por todos lados, buscándole desesperadamente. Pero no había ni rastro de mi hombre misterioso.

—Sí, estoy bien.

Me quedé quieta y sin aliento en el instante que mis ojos se clavaron en la espalda de un hombre que caminaba con prisa hacia la salida junto al maître. Alto, fuerte, se adivinaba bajo el traje una complexión magnífica que hizo surgir una llama ardiente en mi interior.

De repente frenó en seco como si hubiera olvidado algo y se paralizó mi corazón.

—¿Qué miras con tanta atención? —preguntó Dangelys captando mi atención y la miré a los ojos unos segundos con la respiración alterada.

—A ese hombre que está junto al maître.

Señalé en su dirección, pero entonces cuando volví la mirada el calor desapareció de mi interior.

—¿Qué hombre?

Recorrí el restaurante con la mirada una y otra vez, pero no estaba y sentí una enorme desilusión.

—Nada, se ha marchado, creí que era mi hombre.

Me callé de golpe cuando capté de refilón la minuciosa inspección a la que me sometía el maître quién se sorprendió al sentirse descubierto.

—¿Quién creíste que era?

Sin vacilar me levanté queriendo saber la identidad de ese enigmático hombre, pero el maître en cuanto vio mis intenciones fue más rápido y se marchó desapareciendo de mi vista.

—¿Dónde vas? ¿A quién has visto?

Me senté de nuevo en la silla desilusionada.

—Creí ver a mi hombre misterioso —susurré comenzando a creer que era una invención de mi mente.

Pero mi alma y mi corazón me gritaban que él había estado junto a mí.

 

 

 

 

 

«HOMBRE MISTERIOSO»

 

Esa mujer me atraía de todas las formas posibles. Mentalmente porque arrasaba con todos mis pensamientos coherentes. Sentimentalmente, porque me generaba sentimientos al ser atraído por su seductor cuerpo de mujer, y sexualmente... porque verla físicamente era como si mi instinto sexual se disparara, deseándola hasta lo irracional. Pero la cruda realidad se interponía, ella no era para mí...