—Vístete chéri, te espero en el salón. Hace un momento te he prometido que te haría feliz, y me gustaría comenzar por esta noche. He planeado algo...
Su voz sonó profunda y baja, cargada de intimidad y le dediqué una sonrisa.
—¿Ah sí?
Enseguida comencé a pensar qué sería, pero Gaël con un beso rápido y duro, clavando sus dedos en mi culo me hizo salir rápido de mis cavilaciones.
—No tardes...
Dio un paso atrás y me guiñó un ojo.
—¿No me vas a decir que es lo que tienes planeado?
Negó con la cabeza y me mordí el labio.
—Eres malvado.
Me puse en marcha rápido y tras mirarme en el espejo, decidí hacerme un semi recogido con el pelo húmedo. Una trenza en forma de diadema lateral en plan antigua Grecia. Respiré profundo y me concentré en separar cada mechón intentando obviar a Gaël. Su presencia alteraba tanto mis sentidos, que si le veía mirándome me desconcentraría y terminaría por hacerme un churro en vez de una trenza.
—¿No decías que te ibas al salón? —dije en tono mordaz y escuché su varonil risa, constatando que continuaba en la habitación.
—Se me había olvidado algo.
Me giré mientras deslizaba el precioso vestido de tul rojo por mi cuerpo y le busqué con la mirada.
Se me aceleró el corazón.
Mi atractivo marido, tan formal, pero a la vez amenazador hombre de negocios me contemplaba desde el quicio de la puerta, hechizado, como si ninguna mujer pudiera compararse conmigo.
—Bonté divine, tu es si belle —susurró y me quedé sin respiración al oír su voz.
Alargué la mano hacia el tocador y me puse los zapatos intentando sostenerme porque de pronto me temblaban las piernas.
—Perdón por decirlo siempre, pero eres tan hermosa —Murmuró, y luego se acercó sacando de su bolsillo una pequeña caja azul de terciopelo —. Se me había olvidado entregarte esto. Me gustaría que los llevaras, chéri. Eran de mi abuela materna. Son perlas tahitianas y tienen un valor incalculable para mí. Sobre todo, tienen un valor sentimental, ya que para mí representan recuerdos.
La caja contenía un collar a juego con unos pendientes de perlas negras y me emocioné profundamente.
—Son hermosísimas, ¡qué colores tan fascinantes!
Eran negras con sobre tonos que iban del azul al verde como un pavo real. La combinación resultaba de gran belleza.
Gaël sacó del interior la magnífica pieza y sin vacilación, deslizó las manos por detrás de mi cuello y me colocó el collar alrededor de la garganta. Sus cálidos dedos, firmes y viriles rozaron mi piel y solté un suspiro con la cabeza inclinada hacia delante. El broche del collar se cerró en un chasquido casi imperceptible y mi cuerpo entero se estremeció al sentir como sus dedos descendían por mi espalda con suaves caricias. Sus manos se deslizaron por mi cintura y la ligera presión de sus dedos aumentó, presionándome contra su cuerpo.
—Me tiemblan las manos con solo pensar en nuestro primer encuentro en São Paulo, lo que sentí la primera vez que te toqué. Esa noche me volviste loco —susurró de forma entrecortada en mi oído y se me erizó el vello de la nuca.
Sentía su cálido aliento en mi piel, como una suave caricia suscitándome recuerdos, emociones, pasiones.
—Y me sigues volviendo loco —dijo en tono ronco —. Te deseo tanto...
Su lengua con una sensual lamida recorrió mi cuello y me provocó un escalofrío que me subió por las piernas hasta llegar a mi sexo. La sensación de sentir sus músculos pegados a cada una de mis curvas me cortaba la respiración.
Inmóvil, con el corazón desbocado esperé que continuara con su juego de seducción. Gaël detrás de mí desprendía fuerza y sexualidad delineando y rozando con sus dedos mis curvas. Su simple presencia me excitaba, encendía mi piel. Poderoso y dominante siempre buscaba el máximo placer para ambos, pero el juego finalizó cuando mordisqueó mi cuello con sus dientes, pegándome a él, antes de apartarse con un gruñido y colocar en la palma de mi mano los pendientes.
—Tenemos que irnos —dijo de pronto impaciente y casi me eché a reír al contemplar su mirada ardiente y voraz.
—¿Ahora sí tienes prisa?
Veía la lujuria en sus ojos, el fuego, la intensidad, y me puse los pendientes con una sugerente sonrisa.
—¡La policía de Jamaica te va a detener por pirómano! —Murmuré sin poder retener la risa y Gaël me miró de manera cómplice.
—¿A mí? ¿Por qué? —preguntó mientras se reajustaba la pajarita, cosa que le ayudé a hacer de buen grado en cuanto acabé de ponerme los pendientes.
—Por qué ahora mismo serías capaz de provocar un incendio forestal con tu mirada —Me reí y resopló divertido.
—Tranquila, si provoco un incendio luego lo apago con la manguera —Se agarró sus partes nobles y solté una carcajada.
—¡Serás fanfarrón!
—La culpa es tuya por hacerme sufrir como una diosa hace sufrir a sus devotos más fieles. Me tienes durísimo.
Le miré a través de mis largas pestañas y sonrió travieso.
—Descarada.
Feliz por haber recuperado la sonrisa le ajusté la chaqueta nueva, sin una arruga, impecable, ya que la anterior se le había humedecido con mi cuerpo, y salimos de la habitación aun riendo por la frasecita de la manguera.
Subidos en un todo terreno, con Robert al volante, vi asomarse el glorioso sol del Caribe después de horas de lluvia. Empezaba a desaparecer tras la espléndida naturaleza de Jamaica mientras atravesábamos por la carretera estrecha pintorescos pueblos de casitas pequeñas. El paisaje era espectacular, mágico, un paraíso terrenal donde surgían árboles y plantas exóticas por todas partes.
—¿No me piensas decir dónde vamos? —Le pregunté incapaz de contener la curiosidad.
—No, pronto lo averiguarás.
Sonrió y besó mi hombro antes de abrazar mi cintura para acercarme más a su cuerpo.
El coche se dirigía hacia la parte norte de Negril, concretamente a West End. La zona donde se encontraban los más altos acantilados. Impresionantes precipicios de rocas, que ofrecían vistas espectaculares sobre el mar.
—¿Habrá muchos invitados en la fiesta?
Miraba por la ventanilla la carretera conocida como el Camino del Faro sin cejar en mi intento de averiguar el lugar y acarició mi rostro captando mi atención con la risa iluminando sus ojos.
—Tu mantente pegada a mí, no vaya ser que te pierda de vista —susurró y percibí un ligero toque de diversión.
«¿En honor de quien sería la fiesta?» Pensé al mismo tiempo que contemplaba El Faro de Negril con su luz blanca que parpadeaba cada dos segundos para guiar a los barcos y evitar que chocasen contra las rocas. Estaba claro que no pensaba contarme nada y decidí disfrutar del paisaje bajo la increíble magia de la luz del atardecer. Sus arrecifes bordeados de grutas con una resplandeciente puesta de sol que pintaba el paisaje de tonos naranja y violeta con el inigualable mar Caribe de fondo. Poco a Poco la noche iba ganando terreno y el coche finalmente se detuvo en el resort The Caves, a pocos kilómetros del aeródromo local. Un hotel situado en primera línea de playa suspendido en unos acantilados de piedra caliza.
—¿La fiesta es aquí, en el Resort The Caves?
Sonreí incapaz de articular palabra por estar en The Caves, un santuario frente al mar. Un lugar fascinante y mágico con unas vistas absolutamente impresionantes.
—La cena no es exactamente aquí —Murmuró y entrelazó sus dedos a los míos.
—¿No? ¿Y dónde es?
Gaël fijo sus ojos en mí y una vez más me hechizó por completo.
—Ahora lo verás.
Tiró de mi mano y con el corazón cada vez más acelerado dejé que me guiara entre senderos de vegetación exuberante e impresionantes acantilados frente al mar. Observaba los chalés construidos a base de madera y piedra tallada cubiertas con techos de paja, con vistas al océano y me sorprendió cuando me dirigió por varias escaleras para acceder a las grutas.
Jamaica contaba con más de mil cuevas bajo su verde superficie. Muchas de ellas se podían visitar, accesibles para observar estalactitas, estalagmitas, formaciones rocosas, cavernas y hasta algún lago subterráneo. Algunas eran todo un desafío para expertos espeleólogos profesionales o amateurs y no sabía dónde demonios me llevaba Gaël.
—¿No deberíamos haber traído quizás unos cascos?
Esbocé una sonrisa nerviosa y reprimió una carcajada. Su mirada denotaba diversión al ver la expresión de mi cara.
—No hace falta ningún casco. ¿Sabías que una de estas grutas alberga el restaurante del resort?
Alcé las cejas realmente sorprendida y a continuación mis ojos escrutaron la gruta, adornada con viejos fósiles marinos.
—Ya veo que sí, ¿cuándo acaban de cenar los huéspedes que cuelgan los restos de pescado en la pared? Acabo de ver un fósil marino.
Soltó una carcajada. Su risa fuerte y varonil retumbó en la impresionante cueva subterránea que se abría al mar.
—Podría ser.
Se detuvo y sus fuertes brazos me rodearon, me apretaron contra él.
—Gaël, solo se escucha el sonido de las olas de fondo. ¿Dónde se celebra la maldita fiesta? ¿Dónde está la gente?
Sin esperarlo tomó mi rostro entre sus manos y se inclinó con rapidez robándome un beso insuperable, de los de película. Con un furtivo deseo y una pasión que me caló hasta los huesos, sus carnosos labios lograron palidecer en tan solo unos segundos la memorable escena de Casablanca, uno de los besos más apasionados de la historia del cine. Árido, caliente... endemoniadamente adictivo, me besaba de una forma tan brutal, que todos los adjetivos, verbos y sustantivos que alguien pueda imaginar apenas alcanzarían para describir el impresionante beso que me estaba dando. Con un delicado mordisco despegó sus labios con suavidad, lentamente, intentando alargar la conexión entre nosotros y me estremecí ante el poder que emanaba de su cuerpo.
Me envolvía de un modo seductor con sus labios a pocos milímetros de los míos, con su aroma saturando mi boca.
—Mon amour, imagina esta única experiencia. Tú y yo solos, cenando frente al mar en un ambiente con velas y lleno de flores —Musitó sobre mi boca sin dejar de acariciar mi rostro y mi corazón se paró un instante, contrariado.
—Sin duda sería algo muy romántico... maravilloso.
Sentí como se tensaba su cuerpo y contuve el aliento. Besó mis labios brevemente provocándome un suave cosquilleo y sujetando mis caderas, giró mi cuerpo en medio de la belleza natural de la cueva. Mis retinas se impregnaron paulatinamente del lugar y cuando mis ojos se posaron en la imagen que había frente a nosotros, a varios pasos de distancia, parpadeé abrumada, emocionada, se me entrecortó la respiración.
Una mesa para dos adornada a la perfección, casi al borde del precipicio, rodeada de miles de velas que iluminaban las rocas con una vista espectacular al atardecer. Sobre un acantilado, mejor dicho, dentro de un acantilado, la mesa adornada con flores en una pequeña terraza se asomaba al mar.
—¡Oh, Dios! Gaël...
Su nombre salió de mis labios en un hilo de voz con el corazón latiéndome desbocado.
—No encontrarás una playa a tus pies, pero sí el agua turquesa y transparente que engaña con la profundidad. Y a medida que se haga de noche, las velas iluminarán el lugar —Me habló susurrando en la sensible piel de mi cuello y me estremecí de arriba a abajo — ¿Te gusta el sitio que escogí para celebrar nuestra boda y tu éxito en el desfile de ayer?
Deslizó su mano desde mi cintura hasta mi cadera al tiempo que un camarero salía de las entrañas de la montaña casi mágicamente para servirnos las copas de champagne y fijé mis ojos en Gaël.
—¿Que si me gusta? Es el sitio más romántico en el que he estado en toda mi vida —dije con sinceridad y me apretó contra su pecho.
—Acompañaremos el atardecer con un brindis. Nada mejor que con el exclusivo Dom Pérignon Gold, sinónimo inigualable de lujo, triunfo y magia —Murmuró, perturbándome con la cercanía de su cuerpo.
En silencio memoricé sus rasgos y el mundo quedó reducido a ese pequeño espacio dónde solo estábamos él y yo. Tomé la delicada copa del exclusivo champagne que me ofreció el camarero y Gaël con una mirada llena de sensualidad me sedujo.
—Tú, al igual que el sublime champagne, eres realmente incomparable —susurró y me abandoné anhelante a la caricia de su voz, impregnándome de su esencia—. Brindo por ti, chéri. Por ser la dueña de mi alma.
Su voz destilaba emoción contenida, pasión y sentí mis manos temblorosas al alzar nuestras copas y entrechocar el cristal. Aspiré el aroma de fruta madura seguida de higos y fresa silvestre y con una mirada cómplice mojé mis labios en la textura sedosa del exclusivo champagne.
—Gracias por esta maravillosa cena —dije abrumada, y llené mis pupilas con los hermosos rojizos del atardecer en la cueva.
Intentaría grabarlos en mi corazón.
—Y yo que pensaba que veníamos a una fiesta —Murmuré risueña y las comisuras de sus labios se elevaron sutilmente.
—Caíste en mi trampa.
Me percaté de su sonrisa de satisfacción y con un dedo dibujé el contorno de su mandíbula cubierta de barba sin apartar mis ojos de los suyos.
—Me dijiste que la fiesta era en honor a alguien muy importante que esperabas que llegara a formar parte de tu proyecto en la isla. Supongo que eso era una mentira para que te creyera, ¿no?
Dejé mi copa vacía en la mesa exquisitamente decorada con velas y flores y Gaël después de hacer lo mismo que yo abarcó mi cintura con sus dos manos.
—Te equivocas. Ese dato es cierto, sólo me falta presentarle la propuesta a la mujer de mi vida y que con suerte me diga que sí.
Acariciaba mi espalda hasta el centro de mi columna vertebral estrechándome contra él y sentí que me deshojaba como el viento a los árboles de otoño.
—¿Yo? ¿Estás pensando en mí para tu proyecto?
Notaba el calor de sus manos traspasar la suave tela de mi vestido de tul y sentí como revoloteaban miles de mariposas en la boca de mi estómago cuando asintió con la cabeza.
—Sí, Chloe. Hay una probabilidad real de tener éxito. Tengo implicado a todo el sector, con todas las empresas, las tiendas, negocios textiles, también el gobierno. Y la prensa, por supuesto, me dará su apoyo. Varios creadores de éxito han hecho donaciones a la organización y ya conseguí fondos. La Asociación Nacional Francesa para el Desarrollo de las Artes de la Moda, y el consejo de Diseñadores de Moda de América, un lobby estadounidense extremadamente activo con titanes del mundo de la moda en el consejo se aliará conmigo para dar una beca anual a tres jóvenes promesas, seleccionados en un concurso abierto. Mi ambición es impulsar la vitalidad y la creatividad en el mundo de la moda a escala internacional y me gustaría que formaras parte de este proyecto. Quiero que me ayudes a buscar a los jóvenes talentos y ayudarles en su desarrollo.
Escuchaba hablar a Gaël con el corazón en un puño, nerviosa. Él era uno de los principales artífices en la consolidación de la moda como un negocio que movía billones en todo el mundo, que empleaba a millones de personas y que tenía su gran liturgia en las cuatro semanas de la moda de Nueva York, París, Milán y Londres. Y me estaba proponiendo que me uniera a él en uno de sus más ambiciosos proyectos para potenciar la industria de la moda y ayudar a jóvenes promesas a llegar a lo más alto.
—Gaël, da bastante vértigo y responsabilidad lo que me propones.
—Di que sí, no solo se les dará una ayuda económica sino también serán premiados con un año de orientación profesional. Eres una mujer directa, decidida y muy trabajadora. Encantadora, bella, sonriente, cero divismo y postureo. Harás sentir muy cómodos con tu presencia a los jóvenes diseñadores. En persona transmites: los pies en la tierra. ¿Quién mejor que tú, una diseñadora que te has ganado a pulso donde estás para ayudarme a elegir el diseñador joven del mañana?
—¡Ay, Dios! ¡Estoy temblando!
—Acepta, no te arrepentirás. Sé que disfrutarás mucho cuando tengas en tu taller a estas jóvenes promesas.
—Vale, de acuerdo. Me convenciste —Le interrumpí híper nerviosa, pero con una sonrisa deslumbrante y entonces, sin darme tiempo a decir nada más, me besó con una intensa suavidad en la oscuridad del anochecer.
Con sueños renacientes y nuevas esperanzas respiré de su aliento, y palpitando en el fervor de su sangre caliente dejé que sus labios hechizaran mis sentidos. Su lengua se abrió paso dentro de mi boca, entrelazándose con la mía, desgarrando pasiones entre ardientes suspiros. Temblaba agarrada a las solapas de su chaqueta mientras bebía de mí con avidez, como sediento de mi sabor, y cuando terminó, tardé unos segundos en abrir los ojos. Me costaba respirar.
—No sabes lo feliz que me siento por que hayas aceptado mi propuesta. Significa mucho para mí —Reconoció mirándome fijo y me peinó el pelo con los dedos en un gesto íntimo y posesivo.
—Gaël, soy incapaz de entender por qué tu padre te quiere boicotear un proyecto así.
Me sentía atorada, confusa, y alargué una mano hasta su cabeza y le acaricié la cara admirando su rostro.
—Es muy sencillo, chéri. El todopoderoso Gregory Barthe se niega en rotundo a ver como su único hijo varón, licenciado en Economía, el designado como heredero de su imperio le rechaza para ser su sucesor delante del consejo de administración de Ediciones Conde Barthe. Mi padre no acepta que yo quiera afrontar riesgos por mi cuenta, extender y desarrollar mi visión creativa —Enterró su nariz en mi pelo y aspiró su aroma —. Mientras mi padre solo habla de cifras, números, y de los aspectos técnicos de la empresa, yo pienso en la creatividad, la aspiración al cruce entre efervescencia y elegancia. Ésa es mi única matemática —Murmuró y volvió a rozar sus labios con los míos.
—¿Cómo fue que terminaste siendo el editor jefe de Vogue Francia si eres licenciado en Económicas?
Le miraba con curiosidad expectante y Gaël con una sonrisa en sus labios retiró mi silla para que me sentara.
—Es una historia un poco larga. Si quieres te la cuento mientras probamos los mejores platos de la cocina jamaicana.
Incapaz de reprimir un impulso de alegría, le besé el cuello e inhalé su perfume.
—Me parece perfecto.
A nuestro alrededor cientos de velas iluminaban la caverna natural y con todos mis sentidos puestos en cada centímetro de su imponente cuerpo contemplé cómo tomaba asiento de forma elegante.
Sentía mucha curiosidad por su enigmática vida. Cómo fue su infancia, los años que pasó estudiando, fisgonear un poquito entre sus recuerdos, y para qué engañarme, ahora que acababa de descubrir que era licenciado en económicas me moría por saber que había ocurrido para desenterrar su verdadera vocación por la moda.
—¿Tu madre era modelo?
Esa fue la primera sorpresa que me llevé de las muchas que vendrían después al iniciar la conversación mientras degustaba una rica tarta de cangrejo al azafrán, servida sobre salsa de tomate picante, rociada de una vinagreta con mostaza de hierbas que estaba para chuparse los dedos.
—Mi madre fue una legendaria modelo de los años setenta, devenida ícono de moda, luego directora creativa de Harper's Bazaar. Durante muchos años la directora de moda más famosa e interesante del mundo —dijo con orgullo, mirándome de manera penetrante con sus ojos oscuros y me quedé desconcertada.
—No sabía que tu madre había sido directora creativa.
—Sí, mi madre era una narradora de historias, una romántica de la moda, visionaria pronosticadora de la moda. Lo ha visto y oído todo, no pude tener mejor maestra. Toda mi infancia la viví dentro de la moda, aprendí mucho en las sesiones de fotos.
Sonrió con picardía y no pude aguantar la curiosidad.
—¿Recuerdas alguna anécdota divertida de aquella época junto a tu madre?
—Claro, tengo anécdotas tan entretenidas y jugosas que podría escribir un libro. Veladas memorables en compañía de Paul McCartney o Karl Lagerfel, cumpleaños con Manolo Blahnik. Viajes a Rusia, China o aquí, Jamaica, país del que me enamoré gracias a mi madre con tan solo ocho años. Siempre, desde que tuve uso de razón la he acompañado en sus exóticos viajes. Recuerdo sobre todo una sesión de fotos con Mike Tyson y Naomi Campbell retratándose desnudos en pleno paseo marítimo, atestado de espectadores. Él tumbado y Campbell sobre él, boca abajo, yo tendría unos catorce años, aquello fue memorable...
Me miraba divertido y en ese instante supe que nada es lo que parece. Pensaba que su infancia había sido una insípida diversión, asistiendo a insulsos espectáculos, o aburridas reuniones sociales de esas que te provocan bostezos. Una vida incolora, llena de aburrimiento por culpa de su estirado padre y curiosamente era todo lo contrario.
—Lo que más me gustaba era ver sus historias con imágenes, no con palabras. Sus dibujos, era una magnífica dibujante —Hizo una pausa y su mirada se volvió triste —. Recuerdo mis tardes después de clase aprendiendo a dibujar en su despacho de paredes blancas. A través de unas pesadas puertas de cristal, por un pasillo estrecho, se llegaba a su oficina con aroma a rosas, y una ventana hacia Times Square. Todos los días visitaba su cuartel general de la revista Harper's Bazaar en Estados Unidos y veía cómo trabajaba con la calma de quien está acostumbrada a tratar con peleas de cocodrilos. Desde mi mesa, mientras hacía mis deberes en silencio observaba como creaba, en vez de limitarse a reflejar la belleza. Era divertido presenciar sus auténticas «peleas de alta costura» con los diseñadores para que le hicieran vestidos especiales para sus fotos de fantasía —dijo divertido y sonreí alucinada por completo con las cosas que me estaba contando.
La cena con vistas al atardecer dentro del acantilado de roca maciza a la luz de las velas estaba más allá de cualquier comparación. El restaurante The Caves había cerrado sus puertas al resto de clientes. El chef con ingredientes frescos de estación y un menú creativo focalizado en lo jamaicano nos deleitaba con unos platos exquisitos. Los camareros desaparecieron tras dejar en la mesa unos camarones cocidos en una sabrosa salsa de coco y centré de nuevo toda mi atención en Gaël, que a medida que transcurrían los minutos, me sorprendía más allá de cualquier expectativa con las vivencias de su infancia junto a su madre.
«¿Y su padre?»
Me resultaba llamativo que en ningún momento hiciera la más mínima alusión a su padre, como si no existiera.
—Mi madre, aunque pareciera intimidante con las personas, era suave, maternal, inteligente, muy trabajadora y como dije antes, una magnífica dibujante, como tú. He visto algunos de tus dibujos y podrías ser viñetista, pues no te falta ni humor, ni talento —Murmuró Gaël con voz calmada y a la vez sensual y reprimí una sonrisa.
—Bueno, solo retrato mi entorno.
Su comentario provocó que me sonrojara y sujeté la copa de vino por la base para mantener las manos ocupadas.
—¿Cómo sabes que dibujo historietas?
—Lo sé todo de ti, chéri —susurró mirándome fijo y al oír sus palabras no pude evitar que se me pusiera la carne de gallina.
Gaël estiró la mano, acarició mi mejilla con los nudillos y sentí que se me formaba un nudo en el estómago.
—Lo bueno, y... lo malo —dije con emoción en la voz bajando la mirada y me sujetó por la barbilla para alzar mi rostro.
Le miré a los ojos, y me llegó de frente toda la fuerza y el impacto de sus penetrantes ojos oscuros, desgarrándome como estelas de hielo ardiente, penetrando mi piel, mi cuerpo, mi alma.
—Estoy muy orgulloso de mi mujer salvaje y su poder femenino ilimitado. Eres perfecta a mis ojos. Gracias por compartir tu vida conmigo. Gracias por compartir tu luz conmigo.
Con el corazón acelerado escuché sus palabras casi susurradas, bajo el influjo de su poderosa mirada y me estremecí.
Una podía permanecer en la cómoda superficie de la belleza externa y no mirar más allá de su físico, pero si ibas más allá y te aventurabas a mirar pasados sus ojos oscuros para así adentrarte en su maravilloso mundo interior, deseabas ser suya, aunque fuera bajo cristales rotos, lágrimas perdidas.
—Gaël, haces que cada día me enamore más de ti.
Una sola mirada suya, una sola caricia, hacía desaparecer el dolor de mi alma. Me sentía tan mágicamente unida a él, que mi cuerpo con un movimiento a la vida obedeciendo a mi corazón, que mandaba, empujaba, exigía buscó sus labios con necesidad.
Me levanté de la silla e inclinándome hacia él, sin que la mesa fuera un impedimento, sujeté su rostro con las dos manos y tiré de su cabeza hasta que cubrí su boca carnosa con la mía. Mi lengua ávida de pasión le provocó mientras deslizaba mis manos hacia su nuca y Gaël sucumbiendo a la incandescencia de mi deseo me agarró del pelo para inclinar mi cabeza e intensificar el beso ardiente, erótico.
—Aún no me has contado cómo es que te decidiste a estudiar economía —ronroneé, dándole suaves besos seguidos de cortos mordiscos sabios que despertaban la sed de su cuerpo —. No te imagino realizando análisis de estados financieros.
—Yo tampoco me veía hasta que lo tuve que hacer. Fueron unos años de maldito sufrimiento mental.
Sonrió pegado a mi boca y dejé de torturar sus labios para sentarme nuevamente frente a él en la silla.
—¿No te gustaba la idea de estudiar la carrera de Economía?
Ahora sí que me moría de curiosidad.
—No, por supuesto que no —Contestó algo incómodo —. Yo vivía y respiraba moda. Convivía entre estilistas y editores de moda, modelos, fotógrafos, diseñadores. Tenía claro que quería ser Editor de Moda. De hecho, ya era practicante en Harper's Bazaar mientras hacia un bachiller en Barnard College en Nueva York cuando todo cambió de la noche a la mañana.
—¿Qué pasó?
Bebió de su copa de vino sin dejar de mirarme rodeados de un entorno romántico, con la tenue luz de las velas que brillaban débilmente y sentí como la tensión crecía en su interior.
—Pasó que mi padre irrumpió en mi vida de forma imprevisible, y lo primero que hizo fue exigir mi traslado a París y por supuesto que estudiara Economía en la mejor universidad francesa.
—¡¿Cómo?!
Fruncí el ceño sin comprender nada.
—Tuve que acatar sus órdenes —Murmuró y mi rostro pasó de la sorpresa al asombro y del asombro a la absoluta incredulidad.
—Antes me extrañó que no mencionaras a tu padre en ningún momento, como si no hubiera existido en tu infancia. Pensé que era porque trabajaba mucho, pero con esto que me acabas de decir... Ahora sí que no entiendo nada ¿Qué papel jugó tu padre en tu vida cuando eras pequeño? —pregunté con cautela y respiró hondo.
—Ninguno. De mi padre no tengo huella en mi niñez.
Su respuesta me sorprendió e inquietó a partes iguales y un pensamiento cruzó mi mente.
—¿Tus padres estaban separados? ¿Y es por eso que no tenías relación con él? ¿O te refieres a que no sientes ninguna huella emocional?
Vi su mano derecha formando un amarre alrededor de la copa de vino e instintivamente busqué su mano para entrelazar mis dedos con los suyos.
—No, mis padres no estaban casados.
Vi por el rabillo del ojo como se acercaba un camarero con los postres y Gaël calló durante unos segundos. El hombre en completo silencio depositó sobre la mesa sendos platos, cada uno con un Sorbete de Flor de Jamaica y en el momento que se marchó dejándonos nuevamente solos en la caverna natural reanudó el tema.
—Mi madre en la época que era modelo conoció a mi padre en una fiesta en París. Se enamoró perdidamente de él y mantuvieron un breve y secreto affaire hasta que mi madre se enteró de que mi padre estaba casado con la hija de un millonario francés. Profundamente herida por el engaño rompió con él y decidió partir a hacer la América con la seguridad de un puesto de lujo gracias a una amiga. Consiguió un puesto de Editora Creativa y estuvo en Nueva York dieciocho años produciendo las editoriales más bellas a la vez que criaba a un hijo que nació de ese affaire secreto. Durante años quise saber quién era mi padre, pero como mi madre siempre se cerraba en banda cada vez que intentaba escarbar en sus recuerdos con el paso de los años dejé de preguntar. Total, era feliz con mi pequeña familia compuesta por mi madre y yo, a quien acompañaba a todos y cada uno de sus viajes. No necesitaba nada más. Su despacho se convertiría en mi lugar favorito desde que aprendí a caminar. Allí crecí y fabriqué mi propio sueño, uno constante y profundo que golpeaba en mi cabeza a diario, y que poco a poco comenzaba a hacer realidad hasta que un día apareció Gregory Barthe con todo su dinero y su poder tras descubrir que de aquel affaire había nacido un hijo varón y mi vida cambió por completo.
Me quedé mirándolo totalmente enmudecida, sin poder creer lo que estaba oyendo y tardé unos segundos en darme cuenta que sostenía una cuchara frente a mí repleta de delicioso Sorbete de Flor de Jamaica.
—Abre tu preciosa boca y prueba el postre si quieres que te siga explicando cómo me convertí en el inesperado heredero de una inmensa fortuna —Me ordenó con una sonrisa y separé mis labios obediente.
Era una imagen tentadora.
—Así me gusta, ciel.
Su voz sonaba más alegre y eso causó un efecto relajante y apaciguador en mí. Me dio de comer introduciendo en mi boca el frío metal de la cuchara y sonreí al dejar derretir el sorbete en mi boca. Me encantaba adormecer temporalmente las papilas gustativas. El postre era obscenamente bueno.
—¡Qué fuerte! Sigue contándome. ¿Cómo descubrió tu padre que eras su hijo?
Recorrí mis labios con la lengua para limpiarme un resto de sorbete de la boca y la mirada de Gaël se oscureció.
—No creo que pueda continuar.
Apoyó las palmas de sus manos sobre el mantel de la mesa acortando la distancia entre nosotros hasta reducirla a cero y me adherí a la silla como la hiedra a la primavera.
—Gaël —dije su nombre en tono de advertencia y sonrió depredador.
—Shhh...
Pasó su lengua siguiendo mis huellas en un gesto excitante y suspiré entregada a su caliente caricia.
—Tu boca es el paraíso —susurró y ahogué un gemido.
Perdiéndome en su mirada la sensible piel de mis labios sentía el placer de su lengua deseosa de fusionarse con la mía y un segundo después caí rendida a su provocación cuando con una pasión avasalladora me devoró la boca.
—Tengo mucha hambre... de ti —susurró sacudiendo mi respiración y sonreí con las mejillas sorprendentemente escandalizadas por su brutal sinceridad.
—Pues te vas a tener que aguantar las ganas, porque quiero saber primero cómo demonios descubrió tu padre tu identidad, cómo fue que tu madre terminó casada con tu padre, y lo más importante, cómo es que después de que tu padre te obligara a estudiar Economía lograste el puesto de Editor Jefe de Vogue Francia y supervisar todas las publicaciones de la Editorial Conde Barthe.
Vi como aguantaba la risa y tras susurrarme en el oído que mis deseos eran órdenes, sopló las velas de la mesa apagándolas como si fuera viento caliente, me alzó entre sus brazos y me sacó de la caverna natural con prisas.
—Supo que era mi padre porque se fue de la lengua la asistente parlanchina de mi madre. Se casaron porque mi madre después de dieciocho años continuaba estúpidamente enamorada de mi viudo padre y él sorprendentemente también lo estaba de ella. Y yo logré mi puesto de Editor Jefe en Vogue Francia porque básicamente le amenacé con trabajar para la competencia en la revista Harper's Bazaar operado por Hearst Corporation en los Estados Unidos —dijo de carrerilla mientras subía unas escaleras y comencé a reír envuelta en sus brazos.
—¡Ah no! Eso no se vale, me has plagiado en una especie de versión telegrama. Necesito saber más.
Negó con la cabeza riendo sobre mi cuello y ese ligero, cálido aliento erizó toda mi piel.
—Ahora no, tu hombre de las cavernas está a punto de perder el control y eso es peligroso —Recorrió con su nariz mi cuello y cerré los ojos abandonándome a la sensación de sentirle pegado a mí —. No me pidas que te relate lo empalagoso que fue mi padre para convencer a mi madre de que se casara con él.
Su exquisito perfume abrumaba mis sentidos y me sorprendió cuando en un genuino acto de posesión salvaje me clavó los dientes en el cuello.
—¡Socorro! —Grité divertida — El hombre de las cavernas me quiere secuestrar. ¡Aunque vaya vestido de Tom Ford es un salvaje!
Reía a carcajadas pegada a su imponente cuerpo esculpido para satisfacer mis más íntimos deseos.
—Lo próximo será arrastrarte por el pelo si vuelves a gritar.
Sus labios me silenciaron en un breve instante, y me estremecí de arriba a abajo al sentir su firmeza y su poder. La irresistible atracción consiguió enviar toda una corriente eléctrica a través de mi cuerpo como el rayo que iluminó el cielo negro sobre los acantilados un segundo después.
—Se acerca otra tormenta —dije inquieta intentando sosegar mi corazón.
El cielo se tiñó de morado claro y un punto de luz apareció en el fondo. El firmamento se quebró por otro rayo que iluminó el cielo con un despliegue deslumbrante de luz y me aferré a su cuerpo cuando los focos del jardín se apagaron y el cielo volvió a su color oscuro.
—Deberíamos darnos prisa, parece que va a caer una buena.
El viento sopló acariciando mi piel, nuestras sombras, y contuve la respiración con el sonido de un trueno.
—Calme-toi, chéri.
Se detuvo frente a una de las suites del resort The Caves en medio del jardín, casi en el borde del mar y me besó así sin más, dejándome sin aliento.
Notaba su boca cálida y hambrienta sobre la mía. El lenguaje de su cuerpo, con su presencia, con sus poros y su mismísima existencia arrancó mis miedos de raíz. Su lengua desataba el fuego en mi interior, me derretía en cada delicioso lengüetazo.
—Esta noche nos quedaremos tú y yo aquí, en el Resort.
El cielo se iluminó con otro rayo y su mirada de lujuria pura me hizo desear recorrer con mi lengua la sexy geografía de su apetecible boca.
—Ámame, hazme presa de ti, mon homme mystère —dije acariciando su amplio y musculoso pecho y al ritmo de los acordes que marcaba mi corazón desbocado y de la lluvia, que llegó furtiva e impetuosa, me dio un beso exigente.
De repente sus fuertes brazos me cambiaron de posición con facilidad en un grácil movimiento y en un segundo me vi con las piernas rodeándole la cintura, con sus manos agarrando mi culo y mi espalda presionada contra la puerta de la suite. Sus caderas meciéndose, clavándome su grueso miembro justo en la cúspide de mi deseo mientras lamía mi barbilla, mordisqueaba y chupaba mis labios.
—Esta noche seré dueño de tu deseo —Gruñó con la voz enronquecida, respirando con dificultad.
—Siempre eres el dueño de mi deseo —Contesté presa de una excitación insaciable.
La tormenta, descargaba millones de gotas sobre nuestros cuerpos febriles, despertando emociones, sentimientos, siendo partícipe de nuestro amor descontrolado y sensual.
—Dieu, estás hecha para mí en todos los sentidos.
El embrujo de su oscura mirada me robaba el aliento. Atacó mi boca sin ninguna piedad al mismo tiempo que abría la puerta de la habitación y todo mi ser vibró de necesidad por querer fundirme a él. Cerró la puerta como pudo con el aroma de su cálido aliento sobre mis labios hambrientos y nuestras respiraciones se volvieron profundas en cuanto su lengua se entrelazó de nuevo con la mía en un beso brutal. ¡Dios! Deseaba hasta el último centímetro de su cuerpo. Gaël era un castigo para mis sentidos, una sed constante que no podía calmar. Nuestras lenguas se enredaban, se mezclaban y saboreaban, succionando mi lengua y mis labios con un fuego exaltado.
—Esta noche mis manos y mis labios se pasearán sin prisa por todo tu cuerpo sintiendo tu calor. Te recorreré con mi boca sin pudor, te saborearé hasta extasiarme de ti, bebiendo de los fluidos de tu elixir hasta sentir cómo tiemblas de placer —Gruñó sobre mi boca mientras me llevaba hacia la cama en largas zancadas y todas las partículas de mi cuerpo se esparcieron por culpa de su maldita voz llena de lujuria y deseo.
Me dejó sobre la colcha blanca y con dedos hábiles se deshizo de mi maravilloso vestido de tul rojo. En silencio me tumbó en la gran cama y el corazón comenzó a latirme con más fuerza cuando con un par de pasos hacia atrás mientras se quitaba la chaqueta me dirigió una mirada abrasadora dónde se suponía que tenía que haber unas bragas de encaje.
Sus ojos y sus fosas nasales se redujeron ligeramente.
—¡Ups! Con los nervios olvidé ponerme la ropa interior —Ronroneé y con una mezcla de travesura y prohibición abrí mis piernas delante de él completamente desnuda y expuesta.
—Eres una provocadora.
Desabrochándose la camisa me lanzó una sonrisa demoledora que consiguió desarmarme y sumirme en un mar de deseo, anhelo y necesidad. Dispuesta a volverle loco puse una mano en mi pubis.
—Tu coño es absolutamente perfecto —Gruñó y se pasó la lengua por los labios logrando que mis terminaciones nerviosas temblaran de anticipación.
El calor que desprendía su voz me inflamaba la piel. Empecé a hacer círculos en mi clítoris y pude ver como su rostro atractivo hasta decir basta se transformó por completo al seguir el movimiento de mis manos. Me frotaba, hundiéndolos un poco en la humedad de mis pliegues y se quitó el cinturón y desabrochó sus pantalones sin dejar de observarme. Tenía una impresionante erección. Abrí mi boca exhalando un leve gemido y me froté en un ritmo más rápido y duro en el momento que vi asomándose por encima del bóxer el glande de su gruesa y larga polla que se erguía lujuriosa con la punta húmeda.
—¿Quieres saborearme?
Le provoqué introduciendo un dedo con lentitud en mi vagina y su ancho y poderoso pecho se agitó. A continuación, lo saqué, tracé el contorno de mi boca, con la yema de los dedos para rozarlo con los dientes y después me lo relamí con deleite, lo chupé con fuerza.
—Tu no comiste postre, y yo... me quedé con hambre —dije juguetona, y mi cuerpo despertó a su deseo a medida que se acercaba acariciando su erección con la palma abierta, en un movimiento lento, ya desnudo tras quitarse con impaciente fervor el resto de prendas.
—¿Quieres saciarte por completo? —Me preguntó con voz profunda y miré su magnífico miembro con los ojos nublados por el deseo.
—Sí —Gemí arqueando la espalda al mismo tiempo que abría las piernas aún más con mis dedos trabajando furiosamente en mi clítoris.
Se agarró la polla grande y gruesa en un puño masturbándose delante de mí y la fuerza y la masculinidad que desprendía recorriéndosela de arriba a abajo me redujo a cenizas.
La lluvia era intensa. Los truenos retumbaban y los relámpagos iluminaban la habitación. Mi corazón latía muy deprisa en medio del clima tórrido tropical.
—Eres preciosa —dijo acariciando mis piernas y cerré mis ojos al filo del orgasmo deseando sentir su boca en mi coño.
—Mírame, abre los ojos —Me ordenó y los abrí llevada por la pasión justo a tiempo de ver como tiraba de mis tobillos hasta que mis caderas quedaron en el borde de la cama.
Se arrodilló con el fuego reflejado en sus ojos y colocó mis piernas sobre sus hombros antes de devorarme en carne viva. Sus dedos separaron los húmedos pliegues de mi sexo y excitada más allá de lo inimaginable tuve que reprimir un grito de placer al sentir como pasaba su lengua por mi clítoris con lengüetazos rápidos y feroces.
—¡Oh Dios! —Gemí perdida en el deseo.
El ataque de su boca era brutal, intenso. Introducía la lengua, hundiéndose en mi sexo de una forma tan deliciosa que me provocó el que sería el primer orgasmo de la noche a la velocidad del rayo.
—¡Oh Dios! Me corro...
De mi garganta salió un jadeo salvaje y levanté mis caderas estremeciéndome en un violento éxtasis.
—Mon petite bête, eres absolutamente deliciosa —Empujaba ahora también con sus dedos, trazaba círculos, me abría, me lamía, me succionaba sin piedad mientras yo daba espasmos con el pulso descontrolado.
—Gaël, para...
Intentaba recuperar el aliento, me faltaba el aire. El corazón me latía sin ningún tipo de control y él insistía con su boca devorándome de una forma posesiva. Matándome de placer... ¡Dios!
—Vamos chéri, dame otro orgasmo.
Saqueaba mi sexo con la lengua, con sus dedos y enredé mis dedos en su pelo buscando mayor fricción.
¡Joder! El contacto de su lengua en mi hinchado clítoris era tan placentero que creí que iba a morir de placer cuando un segundo orgasmo me arrasó literalmente. No pude evitar gritar como una loca corriéndome por culpa de sus malditos dedos folladores y su peligrosa boca.
—¡Por Dios! Esto es demasiado... ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder...!
Los orgasmos salían del interior de mis entrañas como nunca antes había sentido. Mi cuerpo se sacudía sobre la cama entre espasmos que no se extinguían. Mis músculos internos se cerraban, palpitantes, alrededor de sus largos dedos. Gritaba con el sonido de la lluvia y los truenos de fondo incapaz de controlar lo que Gaël despertaba en mí. Dominaba el arte del sexo, descontrolándome con su boca y sus dedos hasta límites insospechados.
Me rendí al placer entre jadeos, me abandoné a un nuevo clímax. Sus dedos entraban y salían sin tregua, sin dejar de lamerme. Y cuando más devastada estaba ante los inevitables espasmos de mi tembloroso sexo me agarró por la cintura abandonando la cama boca bajo.
Se situó de pie contra una pared, sosteniéndome por las caderas, cargando con mi cuerpo en la excéntrica postura del 69 vertical, el número erótico por excelencia y con mis muslos anudados a su cuello, separé mis labios para introducirme su polla en un vertiginoso frenesí de éxtasis y pasión.
Sentía el placer húmedo y ferviente de su lengua rozando mi clítoris y Gaël al sentir el asalto de mi boca, que viciosa le engullía sin parar, succionando con movimientos rápidos soltó un explosivo gruñido contra mi coño que me estremeció.
—Eres mía, Chloe... mía.
Ver, sentir, tocar, chuparnos al mismo tiempo me provocaba un gran placer, pero si pensaba que había llegado a mi máximo permitido en cuanto a número de orgasmos en una noche estaba muy equivocada. Noté como algo recorría mi trasero, de arriba a abajo, rodeándome el ano, lubricándomelo, introduciéndose en él mientras su lengua y sus dedos torturaban mi clítoris y mi corazón prácticamente enloqueció. Sensualidad, erotismo, fantasía, sexo con sentidos, Gaël me provocó de todo con un orgasmo poderoso que barrió cualquier pensamiento coherente. Un éxtasis prolongado en el que se fundió el tiempo junto a nuestros cuerpos.
—¡Ay Dios! ¿Qué me has hecho antes de follarme? Ese 69 ha sido... —dije exhausta con una expresión de dulce sorpresa contenida luego de haber perdido la cuenta de los orgasmos.
Refugiados de la lluvia bajo un techo de madera, el agua del jacuzzi calentaba y relajaba nuestros cuerpos desnudos, mecidos por un placentero masaje de burbujas y chorros termales. La brisa fresca de la madrugada acentuaba el contraste de sensaciones. Aquel estado de relax me invitaba a dormitar pero me costaba hacerlo con Gaël situado frente a mí. Su magnífico cuerpo era un fiel recordatorio de lo que podría calificar como la mejor experiencia sexual de mi vida.
—¿Quieres saber qué te he hecho con detalles? —Me preguntó con una satisfactoria sonrisa y tiró de mis piernas para que me sentara sobre él.
Nuestras pelvis se juntaron sumergidas en el jacuzzi, en la intimidad de la terraza de la suite y el roce tan intenso como sutil de su miembro en mi sexo me estremeció.
—¿Cómo he usado esto?
Apretados, juntos, se movió meciéndose conmigo encima y un calor interno preludiaba ríos de gozo constante que desembocaban en suaves mordiscos en la barbilla, pasadas de su deliciosa lengua por mi boca y sus manos acariciando mis nalgas. Era increíble como la llama del deseo siempre se mantenía encendida entre los dos, sin apagarse.
—¿Quieres saber qué te hecho con mis dedos? —Me provocó con sus labios pegados a mi oído mientras me acariciaba con exquisito tacto entre mis nalgas.
—Sí, quiero que me cuentes todo —dije con un ligero temblor —. Notaba tus dedos... En todos lados.
—Te penetré con mis dedos y la lengua. Te lamí tu monte de Venus, y dejé saliva sobre tu ano. Lo usé para lubricar mis dedos mientras regresaba la lengua a tu clítoris, aunque también rozaba el resto de tu coño, que estaba completamente empapado. Gemías de placer...
Me describía toco con lujo de detalle con sus dedos acariciando cada curva de mi cuerpo al mismo tiempo que empujaba hacia arriba sus caderas provocando mi deseo y cerré los ojos hechizada por su voz. Me estaba poniendo a cien otra vez.
—El segundo dedo no se hizo esperar mucho. A la vez metí el pulgar en la vagina, presionando desde dentro y masajeando al encuentro con el tacto de los dedos que se movían en tu trasero. Creo que no pasó mucho tiempo hasta que me rogaste que parase.
—¡Me has hecho un cunnilingus porno versión Spiderman 69! —Exclamé graciosa de forma espontánea pero terriblemente excitada y Gaël rio.
Paseó su boca abierta a lo largo de mi cuello, por mi clavícula hasta llegar a mis pechos. Chupó y mordisqueó los pezones entre sus dientes y gemí arañando su espalda.
—Tú tienes la culpa, por provocarme tanto. No llevabas nada debajo del vestido, y eres tan manejable, tan flexible...
—Tan pequeña...
Gaël sonrió.
—Eres perfecta —dijo y me mordí el labio inferior.
Su dura y gruesa erección presionaba para entrar, y sin apartar mis ojos de los suyos deslicé mi coño por todo su tronco con una lentitud mortal.
¡Dios! Me lo quería follar de forma salvaje.
—¿Que te parecería si...
Gaël se precipitó sobre mis labios cortando mi frase para darme un beso profundo, de los que evaporan hasta los pensamientos y con un movimiento de caderas entró en mí arrancando de mi garganta un profundo gemido.
Hay muchas formas de hacer el amor. Acariciar con manos y lengua el cuerpo, que te penetren una y otra vez con asombrosa precisión, recorrer con la boca los rincones más erógenos hasta que todas las zonas ardan en deseos de explotar. El tiempo desaparecía cuando estaba en brazos de Gaël. Todo desaparecía cuando el orgasmo me arrasaba...
—Así es nuestro amor, sin hojas de rutas trazadas, pero guiadas por el mismo deseo, porque tú estás hecha para mí. Tu cuerpo se amolda a mi cuerpo, y no necesito más que llevarte tan solo en el pensamiento, para poseerte. Belle... en cada encuentro que vivimos, no hay horarios, distancias ni tiempos —susurró y quedé atrapada en su mirada.
Su voz acariciaba mi piel.
Casi dormidos, me tenía acurrucada entre sus brazos en una inmensa cama. Ya eran las cinco de la madrugada, y pronto amanecería.
—No existe ninguna clase de eternidad, lo que de verdad tenemos son momentos a los que dar peso y profundidad —murmuré somnolienta y besé su amplio y musculoso pecho.
—¿Quién habría imaginado que tú y yo acabaríamos así después de aquel encuentro en São Paulo? —dije entonces en voz baja y alcé la mirada entre caricias, surrealismo de emociones arrullándome el corazón.
—Fuiste mía, sólo mía, desde el primer segundo que rocé tu piel.
Contemplé su rostro, su boca sensual, su fuerte mandíbula cubierta por una barba que lo volvía aún más atractivo. Su nariz recta y sus densas pestañas. ¡Dios! Sus labios carnosos eran una obra de arte.
—Esa noche creí sentir un espejismo —susurré con sus ojos clavados en mí —. Mon homme mystère...
Deslicé un dedo por su labio inferior y observé fascinada, cómo su mirada cambió.
—Chloe, esa noche te deseé más allá de la razón.
Sus ojos resplandecieron como si tuviera chispas incandescentes.
—Sencillamente ardí detrás de ti. El deseo era como un fuego que me consumía.
Pasó la mano por mi vientre en una suave caricia y las chispas se deslizaron sobre mi piel. Se extendieron poco a poco, por cada célula de mi cuerpo, hasta iluminar el último rincón de mi alma.
El sueño, el cansancio, los millones de preocupaciones, todo desaparecía por arte de magia cuando me miraba así, con tanta fuerza. Gaël parecía surgido de un sueño en ese entorno tropical. Su compañía y el lugar tan espectacular, serían un recuerdo que me llevaría como una postal en mis retinas.
—Lo bonito de la vida son siempre las cosas que pasan sin ser planeadas, aquellas que suceden naturalmente más allá de nuestro control. Y tú, mon petite bête, llegaste a mi vida como una ola de ilusión viva, barriendo todo a su paso.
Apretó su agarre alrededor de mi cuerpo y respiró profundo. La noche había sido ideal, Gaël era especialista en escuchar mi respiración y atrapar mi alma.
En la amplia cama kingsize, con vistas al océano y con el sonido de la lluvia de fondo, charlamos durante unas horas más de cosas triviales, y también nos desnudamos el uno al otro con palabras de una forma cruda e íntima, dejando los sentimientos a la intemperie, sin barreras, con la única protección de nuestras miradas hasta que poco a poco entre suaves caricias nos venció el sueño por el cansancio.
Aproximadamente, una hora más tarde me desperté con el sonido de un móvil. Abrí los ojos, la luz del día entraba a raudales por la gran ventana de la Suite. Observé el cielo azul sobre el Mar Caribe y me quedé mirando los acantilados. Luego desvié los ojos del espectacular paisaje y miré larga y detenidamente la imagen que tenía a mi derecha.
El cuerpo de Gaël yacía en el colchón. Me quedé mirándolo ensimismada.
Mi marido, estirado bajo las sábanas blancas, me invitaba a permanecer en la cama. Un ligero edredón de plumas envolvía sus musculosas piernas cubriendo su perfecta retaguardia. La combinación perfecta. Deposité en su piel un tierno beso con el recuerdo de su cuerpo en mi cuerpo agonizando, mientras estrellaba su pelvis contra mí en silencio reclamando mis gemidos, llevándome al máximo placer en una eterna y ardiente noche.
Suspiré tratando de dar orden a mis pensamientos y después fijé la vista en uno de los teléfonos móviles de la mesita de noche que no paraba de vibrar. Me incorporé y sentada en la cama pude ver desde mi posición que era uno de los teléfonos de Gaël. Su Iphone dejó de vibrar y al cabo de unos segundos le llegó un SMS y mostró una notificación en pantalla con el nombre de Olivia y parte de su contenido.
«Señor Barthe, por favor, llámeme en cuanto pueda, es urgente. La prensa rosa no ha parado de atosigarme por su sonada ausencia en los desfiles y estoy a punto de sufrir una crisis nerviosa por culpa de ...»
¿Y la otra parte del mensaje? ¿Por qué demonios no mostrará la notificación todo el contenido? Sufrí un ataque terrible de curiosidad.
El otro móvil de Gaël también comenzó a vibrar sobre la mesita de noche con un ruido sordo en la madera para terminar de aniquilar mi tranquilidad. Vibraba tanto que estaba a punto de caerse de la mesita de noche y alargué la mano y cogí el teléfono para dejarlo mejor situado. Sentí una punzada de inquietud en el pecho al ver el nombre que parpadeaba en la pantalla.
«Casa Athos Lefebvre.»
¿Sería Elisabeth quien llamaba, o sería el distinguido cirujano Athos Lefebvre, el padre de Elisabeth?
El ruido se detuvo y me quedé blanca por la gran cantidad de llamadas perdidas que tenía registrados desde ese número. La pantalla regresó a su modo reposo y traté de calmar mis manos, temblaban como todo mi interior.
Dejé el teléfono en la mesita y dentro de un océano de sensaciones contemplé a Gaël mientras dormía boca abajo ajeno a los pensamientos negativos que me atormentaban. Presentía que se acercaba una catástrofe inmediata. Notaba como una gran tormenta se cernía sobre mi horizonte frágil y que por muy veloz que corriera no hallaría escapatoria. Las gotas de lluvia se transformarían en puntas de hielo hiriendo mi corazón.
Acaricié su pelo revuelto y con la ternura de mis besos dejé mis huellas por toda su espalda para grabar mi nombre en su piel. Él era mi cielo, llenaba de amor cada parte de mi oscuridad y no perdería nuestro valioso futuro lleno de pequeñas joyas por las intrigas de Elisabeth ni de nadie.
Cómodamente instalada en la cama, le regué de besos en una buena sesión de mimos hasta que abrió los ojos somnoliento, como si despertara de un tranquilo sueño.
—Bonjour, mon homme mystère —susurré cariñosa y toda la tensión y los nervios se desvanecieron en cuanto sus ojos oscuros se detuvieron en mi rostro.
—Bonjour, chérie.
Con la cara relajada, su sensual boca buscó la mía y apoyé las manos en su pecho ante su suave ataque.
—¿Preparada para disfrutar de un maravilloso día en la isla del rey del Reggae? —dijo y recorrió mi boca con su lengua.
Su sabor inundaba mis sentidos, empapándome con un calor que nada tenía que ver con el clima caribeño y tuve que usar toda mi capacidad de control para no saltar encima de él y devorarle.
—¿Has planeado algo para lograr que me enamore aún más de la isla? ¿Quizás una visita al mausoleo de Bob Marley? —pregunté con picardía mientras le daba un delicado beso sobre su perfecta mandíbula y un suspiro ardiente navegó por su mirada.
—¿Al mausoleo de Bob Marley? ¿Y quién es ese? —dijo con humor y le brindé una sonrisa —Ahora mismo, no puedo pensar ni razonar contigo desnuda a mi lado.
Me miraba fijo con esa sonrisa suya que era la provocación más exquisita y sugerente del planeta y quise su boca insoportablemente sensual sobre la mía.
—No dejo de recordar tus súplicas rotas, desnuda, anhelante.
Movió la mano acariciando mi pelo hasta la punta de la trenza que Dios sabe cómo estaría después de la noche de sexo salvaje. Introdujo los dedos entre los mechones sueltos y tenerlo tan cerca, desnudo, con la cama revuelta que guardaba toda la calidez del sueño y las huellas de la pasión de la noche anterior era una tentación demasiado difícil de resistir. Apenas podía respirar.
—Ciel...
Sus labios avanzaron para explorar la curva de mi cuello, mordisqueó el tierno lóbulo de mi oreja y gemí con los ojos cerrados. La imagen de él poseyéndome inundó mi mente por completo.
—Solo puedo pensar en provocarte placer. Si fuera por mí no saldríamos de esta suite. Te follaría como un animal durante todo el día una y otra vez hasta que llegara la hora de irnos hacia el aeropuerto —Murmuró.
Su voz profunda, deliberadamente peligrosa, vibrando junto a mi oreja hizo que mi sexo se humedeciera de deseo.
Un ruido rompió entonces el silencio de la habitación, un rugido procedente de mi estómago que se escuchó como si fuera la llamada de la selva y reímos los dos al unísono.
—Parece que mi pantera tiene hambre.
—¿Lo dices por mí? ¡No, qué va! —dije y apreté los músculos abdominales para intentar sofocar el ruido.
—¿Segura?
Me sentó sobre su regazo, reflejándose la diversión en su voz y mi estómago traicionero rugió de nuevo dentro de mí como si le estuviera respondiendo.
—¡Serás traidor! —Espeté bajando la mirada hacia el culpable de aquel sonido y Gaël soltó una carcajada.
—Vayamos a desayunar. Necesitas recuperar la energía que consumiste esta noche y la que vas a consumir hoy —Murmuró con una expresión traviesa y tentadora al mismo tiempo y sonreí.
—Vale, lo confieso. Tengo un hambre terrible —Confesé y me mostró una gran sonrisa.
Se incorporó y salió de la cama casi de un salto y aunque ya tenía las pulsaciones un poco alteradas, no pude evitar que se me acelerara la respiración al contemplar su cuerpo desnudo. La perfección absoluta y masculina de cada uno de sus músculos causaba estragos en mí.
—Venga, vamos a desayunar, que no quiero morir por el ataque animal de una pantera hambrienta —Se burló riendo divertido y tiró de mi mano con suavidad para que saliera de la cama.
De pronto se escuchó el sonido de uno de los móviles que vibraba en la mesa y seguí sus movimientos cuando alargó el brazo y alcanzó los dos teléfonos. Comprobó cómo se encendía la pantalla en uno de ellos y su mirada se ensombreció, sus ojos brillaron de frustración.
—Chéri, en el cuarto de baño tienes un bikini, ve a ponértelo por favor —Me dijo con gran seriedad tras echar un vistazo rápido a su reloj y asentí desconcertada.
Di un par de pasos sin saber a qué se debía ese cambio tan inesperado en él y me sorprendió al sujetarme de la mano.
—Tengo que realizar un par de llamadas, solo será un minuto —dijo con amargura.
Llevó mi mano a su boca, besó la delicada piel del dorso, aspiró mi fragancia sutil y durante un instante, al mirarme a los ojos, la expresión de su rostro se suavizó.
—Te prometo que no tardaré.
Las líneas de frustración que cruzaron su hermoso rostro me hicieron alargar la mano y acariciar su mejilla.
—No te preocupes por mí, haz lo que tengas que hacer.
Presionó sus labios contra los míos y la expresión de su rostro se endureció en el momento que puso de nuevo toda su atención en el teléfono.
Lo contemplé en silencio desde el quicio de la puerta del cuarto de baño y pude ver como tecleaba con velocidad en la pantalla táctil de su móvil. Sospechaba que nuestra escapada a Jamaica terminaría antes de tiempo.
Cerré la puerta un poco baja de moral porque sospechaba quien podría ser la causante de este giro inesperado y al pasar junto al espejo, me miré en él y abrí los ojos como platos.
«¡Dios! ¿Esta soy yo? ¿Qué fue de la trenza?»
Joder, estaba tan despeinada que había pasado del estilo helénico de diosa griega al de heavy metal. Parecía que hubiera estado sacudiendo la cabeza de forma violenta toda la noche en algún tipo de headbansing a lo Jason Newsted en sus años con Metallica.
—Olivia, ¿qué pasa? Es medianoche en París...
La voz de Gaël me sacó de mis pensamientos, alejando de mí las imágenes de una Chloe a lo Metallica y vi que al lado de la ducha colgaba un diminuto bikini rojo Victoria's Secret. Lo saqué de la percha y me lo puse casi sin mirarme.
—Acabo de ver tu mensaje. Dile a Lefebvre que tienes un contrato de confidencialidad y que no estás autorizada a revelar ningún tipo de información.
Me acerqué a la puerta nerviosa y sin poderme contener pegué la oreja.
—Tú no reveles mi paradero bajo ningún concepto.
Escuchaba los tenues murmullos de conversación, y un suave tintineo de cuchara de café, después pasos. Olía a café recién hecho.
—Me importa una mierda lo que te haya dicho Lefebvre. Tú eres una mujer inteligente, por eso te contraté, así que no te dejes avasallar, y échalo del edificio. Quiero que abandone las oficinas de Vogue inmediatamente —dijo furioso y todos y cada uno de mis músculos se tensaron.
¿Por qué habría ido Athos Lefebvre a Vogue a esas horas de la noche? Me resultaba impactante e inesperado que el padre de Elisabeth se hubiera presentado en su ámbito laboral. En la habitación se hizo audible un repentino silencio y abrí la puerta confusa. La voz de Gaël se escuchaba ahora más lejana y débil. Permanecí en el umbral de la puerta durante unos segundos y me percaté de la presencia de mi marido en la terraza. Lo vi, sentado en una butaca con una agenda en la mano apuntando algo en ella... desnudo. Y me quedé quieta contemplando su cuerpo como si de nitrógeno líquido se tratase.
—Olivia, ese diseñador no aparecerá en las páginas de Vogue del próximo número, no pienso concederle una reunión. Encárgate de decirle a Lili que Bruce busque fotos llamativas en exteriores y con temas novedosos, no sólo referentes a estilo de vida. También necesito que Rey me envíe por email la foto de Reneé Zellweger y el artículo. Y quiero los accesorios de Virginia Smith mañana a primera hora en mi despacho para revisarlos con la editora de moda. Recuerda que en Vogue nos encargamos de educar los ojos de la gente y afinar sus gustos. Las mujeres de ahí fuera no tienen tiempo para ir de compras. Quieren saber qué, por qué, dónde y cómo.
Hablaba durante todo el tiempo con gran seriedad y gestos expresivos y me sobrevino una extraña sensación de seguridad y descanso. Gaël era un hombre seguro de sí mismo, intuitivo, astuto, poderoso, de una influencia que excedía por mucho su dominio como editor. Detrás de su imponente figura había una muy firme determinación.
Gaël no es alguien a quien le quieras decir que «no». Yo podía dar buena fe de ello.
—Verifica que todos los impuestos hayan sido pagados y que el abogado investigue todos los aspectos legales. No importa la valuación. El precio no es problema. La quiero para mañana mismo —dijo tajante mirando su reloj de pulsera.
Decidí salir de la habitación para ver si conseguía despejarme un poco, librarme de los malos presagios, y me dirigí a la puerta con sigilo antes de que mi estómago rugiera por el hambre y me pillara in fraganti, observándole.
—Esa antigua fábrica construida por Gustavo Eiffel es espectacular según Wall Street Journal —le dijo Gaël a su asistente, mientras yo cerraba la puerta y me quedé pensativa por unos segundos.
«Gustavo Eiffel, el ingeniero y arquitecto francés, constructor mundialmente reconocido por la Torre Eiffel. ¿Para que querría Gaël esa antigua fábrica? ¿Algún proyecto nuevo?»
Me di la vuelta y lo primero que hice al salir de la suite fue caminar por entre los jardines, que eran como sacados de una postal, llenos de árboles frondosos con hojas de un intenso color verde. Luego fui directamente a ver el mar. Aún me costaba creer que estuviera en Jamaica. Playas, reggae, aguas cristalinas. Todas esas ideas que tenía de Jamaica, eran realidad. Recostada sobre el Caribe más turquesa, con playas de arena dorada, y marcada por las colinas abruptas tapizadas de mil verdes, Jamaica era un trocito de ese paraíso que todos soñamos.
Las vistas eran impresionantes sobre el mar desde la altura y vi cómo se zambullían en las cristalinas aguas del Caribe un par de jóvenes como lo suelen hacer en el legendario Rick's Café uno de los mejores bares de las Antillas famoso por sus puestas de sol y el espectáculo de los espontáneos clavadistas que se arrojan al mar desde esa altura frente a la terraza del café.
Sentada sobre un acantilado contemplaba los chicos ultra musculados que se lanzaban al vacío desde alturas vertiginosas, haciendo saltos acrobáticos. Eran unos verdaderos artistas. Algunos clientes del hotel nadaban, jugaban en el mar, otros iban en moto de agua, y recordé mis vacaciones en Brasil.
Rememoré mi paseo en moto de agua con Xaidé, nuestra aparatosa caída, sus pelos pegados a la cara, y sonreí. Claro que sonreí más todavía cuando recordé la divertida tarde en el yate de Marcos y Xaidé con el tobogán y lo que surgió después de que se tirara Nayade de pie por la pendiente hinchable. El salto en paracaídas. Aún no sé cómo pude hacerlo...
Seguí volando en mi mente, repasando los nervios justo antes de saltar, la adrenalina, las sensaciones. ¡Ay Dios! Recuerdo que no paraba de hablar y de gritar mientras caía al vacío.
«Maldita Nayade, ¡cómo se salió con la suya!»
Reí. El instructor seguro que aún se acordaba de mi letanía. ¡Joder! Con el miedo que le tenía a las alturas.
Llené mis pulmones, tanto como pude y contuve la respiración para saborear el recuerdo. Pensé en Nayade. Tenía que hablar con ella, y también con mi Dangelys. Las echaba de menos a las dos. Miré la inmensidad a mi alrededor. Los acantilados, la frondosa vegetación. Las pequeñas olas se mecían junto al arrecife dibujando caprichosas figuras con su blanca espuma en el azul del mar. La brisa acariciaba mi rostro, y me empapé del aroma hasta que, de súbito, sentí unas manos suaves, cálidas y conocidas, resbalando por mi espalda y cerré los ojos con una sonrisa en los labios.
—Por fin te encontré, mon petite bête...
La voz de Gaël cosquilleó mi piel con su melodía hipnótica y pillándome desprevenida me alzó entre sus fuertes brazos y comenzó a caminar con prisa hacia un saliente del acantilado.
—¡Gaël! —Exclamé con el corazón acelerado rodeando su cuello con mis manos.
Llevaba unas gafas de sol Ray Ban Wayfarer con lentes de espejo azules y lo admiré con avidez, como si quisiera beberme de un trago la belleza de su rostro.
—¿Qué vas a hacer?
Gaël reprimió una sonrisa y me removí nerviosa entre sus brazos intuyendo lo que iba a suceder.
—¡No!
Abrí mis ojos como platos cuando se situó en una roca que sobresalía, desde donde habían estado saltando algunos chicos. Varios huéspedes del hotel nos miraban con diversión, sin disimular su curiosidad por el desenlace de la escena.
—Llegados a este punto, dos son los pasos más importantes. El primero, la decisión, y el último, la caída —Murmuró con un brillo travieso en su mirada y busqué sus ojos oscuros casi sin aliento.
—¡Para! Tengo vértigo. Me dan miedo las alturas —Grité mientras trataba de soltarme en vano y Gaël se rio.
—Pues bien, que ayer saltaste en Irie Blue Hole desde una altura considerable.
Volví a fijar la mirada en el borde del acantilado, y hablé en voz baja.
—No sabía lo que hacía.
—Sí, claro...
Miré con los ojos abiertos como platos a dos chicos que saltaron en ese momento desde otra roca que sobresalía del acantilado cerca de nosotros y al notar el suelo bajo mis pies me agarré a él para equilibrarme.
—Esto está muy alto, nos vamos a matar.
—El salto no es mortal.
—Sí, claro... —Le dije como había echo él hacía un momento y sonrió —. La diferencia entre un crimen y una hazaña suele depender de la perspectiva del espectador.
—Tus últimas palabras...
—Quiero el divorcio por intento de asesinato —Solté sin dejar de mirar abajo y escuché su varonil risa.
Un grito de júbilo a escasos metros desvió mi atención y vi como una chica caía al agua. Varios chicos desde el agua rieron y a continuación, Gaël me cogió de la mano y saltó al espacio vacío de forma airosa, llevándome con él.
—¡Juro que me vengaré! —Grité nerviosa mientras caíamos los dos, agitando brazos y piernas, pero al final terminé chillando de pura alegría como un vaquero en un rodeo antes de zambullirnos en el agua.
Rodeados de una nube de burbujas blancas, notaba su musculoso cuerpo pegado al mío y me dieron ganas de quedarme para siempre en Jamaica. Envueltos por este paisaje que te permitía creer que estabas en un Edén.
—¡Estás loco! —dije riéndome y tosiendo al salir a la superficie.
—Sí, tú me has vuelto loco. Haces que deje la prudencia a un lado y que cometa locuras —Contestó también riéndose y le miré feliz.
—Ve llamando al abogado, pienso desplumarte —Mascullé colocando mis manos sobre sus amplios hombros.
Sus gafas habían desaparecido, y sin poder dejar de reír por la adrenalina le hice una ahogadilla. Gaël se hundió, desapareciendo de mi vista y sonreí triunfal.
Me mantuve flotando en cruz, de espaldas, con los ojos puestos en el cielo sin dejar de sonreír, y acto seguido, mi marido hizo algo que no me esperaba que hiciera, pensé que no iba con el carácter de un poderoso empresario.
Tiró de mi tobillo bajo el agua sorprendiéndome y me salió una carcajada del alma justo antes de que mi cuerpo se hundiera de forma irremediable por culpa de su firme sujeción.
—¿Qué era lo que decías sobre que ibas a desplumarme? —Me dijo nada más salir mi cabeza a la superficie y me sentí absolutamente conquistada por el hombre de pelo negro, ojos oscuros y sonrisa arrebatadora que tenía frente a mí.
—Malvado... te aprovechas de mi debilidad por estar hambrienta.
Reí, y sin poder evitarlo, me eché hacia adelante y besé a ese hombre espontáneo, divertido, que me volvía loca de remate.
Durante los siguientes minutos, estuvimos jugando en el agua como si fuéramos un par de niños sin problemas ni preocupaciones, en una larga lucha. Zambulléndonos desde las rocas a distintos niveles, nadando en el agua, tirándonos por una plataforma y subiendo las escaleras para volver a zambullirnos. Sin ninguna clase de dudas sabía que este sería a partir de hoy mi lugar favorito en el mundo para acudir con Gaël todos los años.
Pasado un rato, metidos hasta el pecho en el agua vimos cómo se acercaba una embarcación. Navegaba poco a poco cerca de las rocas, y trazó un lento arco a unos treinta metros de distancia, una lenta virada que me puso en alerta cuando me di cuenta que venía directo hacia nosotros.
—Será mejor que salgamos del agua. Me parece que ese hombre no mira por dónde va.
Gaël miró la embarcación con detenimiento y luego le hizo un gesto con la mano al conductor para que se aproximara.
—¿Te apetece dar una vuelta en moto de agua? —preguntó dejándome atónita.
—¿Qué?
Observé al jamaicano que conducía la lancha que remolcaba una moto de agua y me quedé muy sorprendida al reconocer su rostro.
—¿Es Ziggy?
El motor se detuvo y la embarcación se dejó mecer al ritmo del agua.
—Sí, ha venido a traerme mi moto. Pensé que te gustaría ir hasta donde tengo planeado desayunar contigo dando un refrescante paseo —Murmuró y me mostró una reluciente sonrisa que no dudé en corresponder con otra.
—One Love.
Ziggy nos saludó desde la lancha con el típico saludo jamaicano y a continuación le lanzó a Gaël un par de chalecos de ayuda a la flotación.
—Gracias Ziggy, te debo una —dijo Gaël y el rastafari esgrimió una ligera sonrisa.
—No me debes nada, hermano. Tienes las llaves puestas, me marcho antes de que me pille la Guardia Costera navegando dentro de la zona de baño balizada.
Ziggy se dirigió a la popa de la embarcación para soltar un cabo de unos dos metros que amarraba la moto de agua mientras Gaël con dedos diestros me ponía el chaleco. A pesar de la compañía del jamaicano vi el destello de sus ojos al recorrer mis pechos mojados con la mirada, cubiertos con el minúsculo bikini rojo Victoria's Secret. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Tan cerca, que noté como se le tensaron los músculos al abrocharme las hebillas del chaleco.
—Pareja, nos vemos luego. No queméis la isla —dijo el hijo de Bob Marley al mismo tiempo que arrancaba el motor de la embarcación, y el calor salvaje que desprendió en los ojos al mirarme me provocó un súbito enrojecimiento en las mejillas.
—Nos vemos luego, ¿dónde? —Conseguí decir con una inusual timidez, sofocada por la vergüenza de recordar lo que sucedió con él la noche de mi cumpleaños.
—¿No te ha contado Gaël lo que vamos a hacer esta tarde?
—¿Vamos?
Clavó su mirada llena de diablura en mí, sonriendo con esos labios gruesos, indicio de arrogancia y sensualidad y enrojecí aún más.
—Ziggy... deja de comerte con los ojos a mi mujer —Le advirtió Gaël y éste asomó unos dientes blancos que parecían perlas.
—Es que es una verdadera belleza. Me preguntaba si ella y yo, podríamos esta tarde...
Me erguí en el agua al escucharle y Gaël rodeó mi cintura con su brazo y me estrechó contra su cuerpo.
—Ni lo sueñes. You too red eye, eres un envidioso. Si la tocas te corto las pelotas — Masculló Gaël entornando los ojos contra el sol y me dio un vuelco el corazón.
—Ok, ok... Bad bwai, ya entendí.
Los labios del jamaicano se curvaron en un atisbo de sonrisa y respiré más tranquila al advertir entre ellos una mirada de complicidad.
—Chloe es fruto prohibido para ti. Ella es mi reina Omega.
Me besó breve pero intensamente antes de volver su rostro de nuevo a Ziggy y sentí que me estallaba el corazón.
«Su reina Omega»
La innegable certeza de sus palabras me llegó al alma.
—Bueno pareja, ya no tengo nada que hacer aquí. Me a go —Se despidió Ziggy de buen humor con una sonrisa y bajo el cielo azul del Caribe, observé como se alejaba la embarcación con el ruido del pequeño motor fueraborda.
Después de seguir con la mirada la embarcación hasta que desapareció de mi vista en la inmensidad del mar, un ruido, y el movimiento del agua a mi lado hicieron que girara la cabeza. Tuve que ahogar un gemido al contemplar el magnífico ejemplar masculino que emergía del agua, un magnifico monumento al erotismo y que, para más inri, era mi marido. De pie, sobre la moto de agua, vestido únicamente con unas bermudas azul klein, el agua le resbalaba por su poderosa musculatura. Con la mirada seguí la línea descrita por una gruesa gota de agua que descendía por sus pectorales, sus duras abdominales hasta perderse por debajo de la goma del pantalón y me mordí el labio inferior.
Mis ojos poseyeron al dueño de ese cuerpo. Mi deseo, mi sueño, Gaël era el hombre perfecto en todos los sentidos... y era mío.
—¡Qué hambre tengo! —Exterioricé mi último pensamiento y se inclinó, ofreciéndome la palma de su mano abierta.
—Dame la mano, chéri.
Su voz extremadamente sexy y ronca, casi gutural me indicó que se había percatado del éxtasis visual que sacudía mi cuerpo al contemplarle y sonreí.
—¿Me dejas llevar a mí la moto? Me gustaría conducirla, darte un agradable y tranquilo paseo con ella —dije con aire cándido, casi en un lastimero susurro y entrecerró los ojos.
—No sé si fiarme de ti, algo me dice que buscas venganza.
Las palabras salieron despacio de su boca y reprimí la risa. Tenía razón en no fiarse de mí.
—¿Yo buscar venganza? ¡Con lo buena que soy yo!
Me cedió el asiento delantero para que condujera la moto biplaza y le di un casto beso en la mejilla antes de sentarme.
—¡Qué peligro tienes!
Meneó la cabeza con una sonrisa de placer y ojos brillantes y tuve que aguantar las ganas de reír.
Uní mi chaleco a la llave para que el motor dejara de funcionar si me caía de la moto y la encendí de forma fácil.
—A ver, ¿cómo era lo que dijiste antes? Llegados a este punto, dos son los pasos más importantes. El primero, intentar confiar en mí, y el último... —dije repitiendo sus anteriores palabras casi con exactitud y le miré por encima del hombro.
—¿Cuál es el último paso? —preguntó en tono divertido.
Se sentó detrás de mí persignándose y no pude evitar reír a carcajadas.
—¿El último? Precisamente lo que acabas de hacer, santiguarte.
Aceleré la moto de agua abriendo gas, sin darle opción a que se agarrara a mí y casi salió volando cuando choqué con una pequeña ola. La moto de agua saltó por el aire y cayó de nuevo con brusquedad.
—¡Dieu! ¿Acaso quieres enviudar joven? —Gritó por encima del ruido del motor y bromeé realizando un giro amplio con suavidad.
—¡Noo! ¿Cómo crees? —dije con una sonrisa en los labios y añadí —¿Dónde vamos a ir a desayunar?
Me rodeó la cintura, estrechándome contra su cuerpo, agarrándose con fuerza y contuve el aliento.
—Booby Cay, una pequeña isla que está sobre la costa de Negril, a poca distancia — susurró en mi oído.
—¿En serio? En Booby Cay se filmaron muchas de las escenas del filme «20.000 leguas de viaje submarino» —dije con entusiasmo.
Playas, algunos senderos que recorrían la isla, conchas marinas, algo de snorkel y mucha paz, en eso se resumió mi experiencia en Booby Cay. Bueno en eso, y en desayunar una deliciosa langosta como los pijos parisinos de Saint Barths que desayunan langosta en el Eden Rock. Con la abismal diferencia de que nosotros la saboreamos junto al mar en ese pequeño paraíso de bonitas playas, una especie de santuario de aves, en especial el pájaro Booby, de donde provenía el nombre de la isla, un nombre arawak.
La calma somnolienta del reposo reinaba en el ambiente mientras tomábamos el sol en la arena, y a media mañana, bajo el abrasador cielo caribeño un jamaicano se acercó, y nos ofreció de beber agua de coco para refrescar el calor.
Sin demora alguna puse mis labios en el coco y tomé directamente de la fruta, sin preocuparme si derramaba algo de líquido en mi cuerpo.
—El agua de coco es la única agua que pasa por el corazón —dijo Gaël en ese momento y me sentí fascinada por esa frase tan bonita.
Luego bebió Gaël y más tarde nos lo partió por la mitad con el machete y pudimos comer la carne del coco.
—Simplemente delicioso —Murmuré ensimismada con el grato sabor.
El rastafari una vez finalizó su tarea con el machete se marchó de la playa, cargando sus cocos, no sin antes regalarnos una preciosa frase igualmente hermosa al despedirse y le lancé un beso al aire.
«Una mente abierta es un corazón abierto. Un corazón abierto siempre es un corazón bien recibido. No olvidéis la historia de Jamaica, tenedlo presente.
Id así y vuestra experiencia será maravillosa.»
Lo que más me gustaba de Jamaica era que a la gente no les importaba en lo más mínimo la figura del famoso. Gaël pasaba absolutamente desapercibido, sin pena ni gloria por estas tierras, alejadas de los periodistas sensacionalistas y eso era algo maravilloso.
Nos pasamos la mañana entera disfrutando de Booby Cay hasta el mediodía, cuando de nuevo, después de comprarme un vestido y comer en Negril me sorprendió emprendiendo un vuelo conmigo a Ocho ríos en un Jet Privado.
—Me encanta verte así. Descalza, con el pelo húmedo, sin maquillaje, sin joyas, y con algunas pecas provocadas por el sol. Tu imagen es muy natural, y eso me gusta mucho.
En ese avión, de Negril a Ocho Ríos no había cama, la duración del vuelo sería de una media hora aproximadamente, pero eso no evitó que coqueteáramos con descaro sentados, o más bien diría apretujados por iniciativa propia, en un asiento de piel.
—Reconócelo, te gusta verme en mi modo más salvaje.
Me tenía encima de él y sus ojos se posaron en el vestido que ceñía mi figura, realzando mis pechos y mi cintura de avispa.
—Mi mujer salvaje...
Sujetaba mis caderas y las apretó contra su erección mientras me prodigaba un reguero de besos ardientes por la boca y la mandíbula, bajando por mi cuello y me estremecí.
—¿Qué es lo que vamos a hacer esta tarde con Ziggy? —Formulé la pregunta en un suave susurro, con la piel erizada, sintiendo que me desvanecía entre sus brazos y echó la cabeza atrás para mirarme.
—¿No lo adivinas?
Torció los labios en una media sonrisa.
Nerviosa miré por la ventanilla del avión la isla cubierta de una exuberante vegetación tropical. De este a oeste la isla era atravesada por una inmensa cordillera que ocupaba las dos terceras partes del territorio. Jamaica desde las alturas presentaba una amplia variedad de paisajes, desde alta montaña a valles, cascadas, ríos, llanuras, bahías y paradisíacas playas.
—¿Te gustaría que fuéramos a un lugar mágico que está entre las montañas en un paisaje de nieblas espesas? Donde el sol se filtra entre los campos de café y el aire huele a tierra mojada. Exuberantes paisajes, y casas típicas hasta llegar a una aldea, en la que se encuentra el templo más venerado por los rastas de todo el mundo.
Gaël me hablaba en voz baja, con esas palabras tan bonitas, dichas en el lugar oportuno que llegaban en el momento adecuado y sentí como si temblara mi corazón.
—El mausoleo de Bob Marley.
Llegamos con un todoterreno a Nine Miles, hasta la escuela donde Bob Marley estudió de niño. En el poblado los pintorescos rastas desde sus coloridas casitas nos saludaron endulzando el aire de montaña con sus «Songs of freedom» y me di cuenta de que en el lugar no había un alma. Ni una sola persona sacando entradas para acceder a su casa y mausoleo. Ese detalle me extrañó, pero no me dio tiempo a pensar mucho en el tema, ya que Gaël sorprendiéndome una vez más en este viaje, ejerció de guía de excepción en el inicio del recorrido.
Sus sabias y expertas palabras sobre la vida de Bob Marley me dejaban anonadada. Me explicaba cosas que nunca había oído y leído sobre él.
—En 2001 fue seleccionado como el tercer artista más grande de todos los tiempos por la BBC News Online, luego de Bob Dylan y John Lennon.
Con los dedos de nuestras manos entrelazados, caminamos unidos por una sala con los discos del cantante y algunos recuerdos.
—Aún no puedo creer que esté aquí —dije emocionada mientras me dirigía a un patio en el que se veía la imagen de Bob en una de las fachadas.
—Pues créetelo, chéri —Murmuró y me detuvo para abrazarme con infinita ternura.
Hay abrazos sinceros y limpios. Abrazos que dan calor y confianza. Abrazos que irradian paz. Abrazos de esos que, cuerpo a cuerpo juntos, mejilla contra mejilla, saben a cercanía, a fuego del hogar. Él abrazo de Gaël era eso y mucho más. Era un abrazo de los que mantienen la llama encendida. Un abrazo que decía más que mil palabras hermosas. Un abrazo que derramaba en mi corazón su amor. Llevaba impreso en mi alma su nombre, y el universo estalló en mi interior cuando escuché los primeros acordes de «Is this Love».
Vi a Ziggy en el patio acompañado de un rasta viejito con su banjo, y un par de músicos más interpretando el tema en directo y el tiempo se paró, se solidificó, excepto mi corazón que ahora latía desbocado.
«Quiero amarte,
Y tratarte bien.
Quiero amarte,
Todo el día y toda la noche.»
—Je t'aime —susurró Gaël en mi oído mientras la letra del mítico tema de Bob Marley
me mecía, y me resonaba por dentro, cobrando todo su sentido.
Eran tan perfectas las palabras, tan perfecto el momento, tan perfecta la magia, que no quería siquiera respirar por si desaparecían los músicos como una frágil pompa de jabón.
«Is this love, is this love, is this love
Is this love that i'm feeling?
Is this love, is this love, is this love,
Is this love that i'm feeling?»
Sus manos descendieron por mi cintura hasta apoyarse en mis caderas, y nuestros cuerpos en un delicioso contacto a ritmo de reggae, un blando latir que ardía dentro de mí me arrastró a un momento único. Sabía que esta canción, este momento, cada vez que lo recordara, temblaría de fiebre en mi memoria. Gaël hacía grandes las pequeñas cosas de la vida.
Pasamos un rato muy divertido, lleno de complicidad, bailando reggae en el patio y al final, acabamos cantando con Ziggy «Could you be loved». Me moría de risa con nuestras desafinadas, seguro que Bob Marley se tapó los oídos horrorizado.
El resto de la visita la hicimos acompañados de Ziggy y del rasta viejito que resultó ser el tío de Bob Marley. En la zona del mausoleo no se podía entrar calzados, así que al llegar arriba nos descalzamos. Vimos donde estaba enterrada la madre de Bob, en una especie de capilla con fotos de la madre y después nos enseñaron la primera habitación de Bob, un pequeño espacio con sólo una cama. Alargué la mano para tocar la humilde estructura y Ziggy de repente me pegó un susto de muerte.
—¡Cuidado! —Gritó con cara de horror mientras yo estaba a punto de rozar la colcha.
—¡No toques la cama!
Sus ojos se abrieron como platos y palidecí.
—¡No toques la cama, si no el espíritu de Bob te embarazará! —dijo muy serio, pero de pronto vi que apenas aguantaba la risa y decidí tirarme en plancha a la cama.
El rey del reggae también era mundialmente conocido por su extensa larga lista de hijos.
—¡¡Chloe!! Bájate de la cama.
Ahora fue Gaël el que gritó y Ziggy y el tío de Bob Marley comenzaron a reír.
—Uff, hermano, prepárate para tener un equipo de fútbol, con suplentes incluidos.
La frase de Ziggy provocó en Gaël una carcajada formidable y le miré con una sonrisa reluciente desde la cama, abrazada al cojín.
—En cuanto regresemos a París ya puedes empezar a sacarte el carnet de entrenador — Bromeé y Gaël se tapó los ojos con un gesto cómico.
Fue una tarde inolvidable, para el recuerdo, divertidísima, llena de momentos únicos como el de la piedra incrustada en el suelo donde Bob Marley se sentaba a fumar marihuana y componía sus canciones. Y también especial por la visita al mausoleo donde descansaban los restos de Bob dentro de una estructura de mármol, traída de Etiopía, Tierra Santa para los rastas según nos explicó Ziggy. Sepultado junto con su guitarra Les Paul dorada, un balón de fútbol, unos brotes de Cannabis, un anillo que le había regalado el hijo de Selassie y finalmente una biblia.
Desde luego que pisar Jamaica, la isla del «no problema» era tener una experiencia musical en todos los sentidos desde el primer segundo, pero en la pequeña población de Nine Miles, con su entorno paradisíaco, rodeado de montañas y naturaleza, zona de peregrinación para los amantes del reggae, la música jamaicana allí estaba en todos lados. En el andar de las mujeres, en el compás de la charla animada, en las radios a todo volumen colgadas de las rejas de las casas, de los manillares de las bicicletas o saliendo de un bolso.
—Gaël, tendríamos que haber venido a Jamaica con Tuff Gong, aquí se hubiera sentido como en casa con tanto rastafari —dije alegre al irnos de la aldea y se echó a reír estrechándome entre sus brazos en el asiento trasero del todoterreno.
—La próxima vez te prometo que vendrá con nosotros —Musitó contra mi pelo y me abrazó más fuerte.
—Me gustaría que fuera pronto, me he enamorado de la isla —Murmuré sin poder borrar la sonrisa de mi rostro mientras el coche atravesaba una selva verdísima y profunda.
—Vaya... tú estás enamorada de una isla, y yo estoy enamorado de ti. ¿Ahora qué hacemos? —Me dijo en voz baja en tono de broma.
—Está claro... pedir el divorcio —Solté como una bomba a punto de reír.
Alcé el rostro, lista para decir otra frase ingeniosa de las mías, pero me topé con sus ojos oscuros, que me observaban fijo y todas mis mariposas distraídas volaron en estampida por culpa de su mirada.
Por unos segundos permanecimos en silencio y sentí el fuego que ardía entre los dos, más incombustible que el sol. Deslizó sus dedos por mi cara acariciándome, y entonces buscó mis labios y los atrapó en un beso caliente, apasionado, exuberante sin importarle que estuviera Robert al volante. Metiéndome la lengua con una respiración profunda que hizo que se me endurecieran hasta los pezones se adentró en mi boca con un beso lujurioso. Jadeé, enredando mi lengua con la suya que acariciaba y lamía cada centímetro de mi boca, y tomó mi nuca con ambas manos besándome más profundamente, convirtiendo en lava la sangre que fluía por mis venas.
Después de varios minutos, en los que me arrasó por completo con el fuego de sus besos, se apartó unos centímetros de mi boca dejándome jadeante, aturdida, respirando con dificultad perdiéndome en sus ojos. Mi corazón parecía a punto de estallar dentro de mi pecho. ¿Alguna vez me acostumbraría a los incandescentes besos de este hombre? Mordisqueó mi labio inferior una vez más y un profundo ramalazo eléctrico de placer bajó hacia mi sexo.
—¿Voy llamando al abogado? —susurró provocador encima de mi boca con una mirada profundamente sensual e intensa y esbocé una sonrisa traviesa.
—No, mejor llama al cardiólogo, porque creo que me va a dar un infarto —Cogí su mano y la puse sobre mi corazón, que latía salvaje dentro de mi pecho.
—Pues entonces pediré hora para los dos, tengo graves problemas para mantener el mío en su lugar —dijo con una risa muda en su mirada y apoyé mi cabeza en su pecho, para escuchar los latidos de su corazón.
Froté mi mejilla contra su cálida piel y le acaricié con mi nariz para inhalar su olor único e incomparable.
—¡Dieu! Adoro tu sonrisa, tus ojos, tu rostro... me encantas toda tú —Gruñó sobre mi pelo y me apreté contra su férreo cuerpo —. Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida.
Sus dedos recorrían mi espalda, el contorno de mi columna y suspiré.
—Odio que tengamos que volver tan pronto a París. Quiero quedarme más tiempo aquí contigo —dije con la intolerable incertidumbre de no saber qué sucedería a nuestro regreso.
Las dudas y el miedo oprimían levemente mi corazón. Presentía y temía un porvenir de dolor y me estremecí mientras sus dedos recorrían mi piel.
—Chéri, ni lo dudes de que regresaremos pronto. Jamaica será nuestro paraíso secreto —susurró estrechándome contra su cuerpo y cerré los ojos con fuerza rogando que el destino, a veces caprichoso, no me alejara de él.
Un par de horas más tarde, Gaël me sorprendió con una agradable cena en el restaurante de Glistening Waters antes de tomar el avión de regreso a París. A 45 minutos al oeste de Ocho Ríos, en Falmouth Rock. Con una bella presentación, un servicio excelente y la atmósfera perfecta para una velada emocionante en la bahía donde el río Martha Brae desemboca en el Mar Caribe, disfruté de mis últimas horas en Jamaica. Degustamos lo que prepararon los chefs bajo el hechizo de una tranquila charla. Langostas, camarón, pescado, caracoles, pollo, cerdo, bife. Fritos, a la parrilla, en curry, en jerk, al vapor, asados, hervidos. Los cocineros crearon combinaciones deliciosas, deliciosos platillos jamaicanos cocinados a la perfección que nos hizo la boca agua.
—Me gustaría que vieras algo antes de irnos a París —Murmuró Gaël de forma enigmática en un determinado momento de la conversación —. Es una pequeña sorpresa.
—¿Otra sorpresa? —Me llevé a los labios mi refrescante bebida con mezcla de frutas y sonrió.
—Sí, una pequeña sorpresa —susurró y estiró el brazo para entrelazar nuestros dedos sobre la mesa.
Con Gaël había averiguado que la percepción del tiempo era subjetiva y éste no sólo se medía por la longitud de sus horas o días, sino también por su peso. No todos los momentos pesaban lo mismo, por eso los que vivía con él eran densos, llenándolo todo.
—Supongo que no me vas a desvelar nada, ¿no? —dije con una sonrisa pícara y negó con la cabeza.
—Ya lo verás.
Una llamada inesperada en uno de sus móviles interrumpió nuestra conversación y se levantó de la silla tras mirar la pantalla. Ni siquiera me miró, ni me dijo nada cuando se fue de la mesa para recibir la llamada a unos metros de distancia, apartado de la gente. En ese momento tuve una extraña sensación premonitoria, como si algo malo tuviera que ocurrir.
El camarero llegó con los postres y me distrajo mientras Gaël hablaba por teléfono. Intercambié unas pocas palabras sueltas acerca de la comida y bebí de mi copa de vidrio la mezcla de frutas cuando se marchó. Desde mi mesa en el crepúsculo admiré el espectáculo maravilloso e indescriptible de la puesta de sol. Fuertes colores, desde el azul violeta al rojo vivo, sobre un fondo de algunas nubes grises en el horizonte. La suave brisa alborotó mi pelo y azotó mi cara como la caricia de un amante e inspiré hondo.
Dos mujeres de tanto en tanto soltaban una carcajada. En un momento dado escuché el murmullo de su conversación, como se referían a un hombre excepcionalmente apuesto y desvié la mirada movida por la curiosidad. Era de Gaël de quien hablaban, que con su imponente presencia y sus hombros corpulentos venía hacia mí. Caminaba con determinación, de una forma terriblemente sexy e inhalé bruscamente en el instante que sus ojos se engarzaron en los míos.
Mi atractivo marido tenía el semblante serio. Se acercaba a la mesa sin dejar de mirarme fijo, y antes de sentarse encerró mi cara entre sus manos y me besó con suavidad durante varios segundos para desilusión de las dos mujeres de al lado.
—¿Va todo bien? —dije lanzando una mirada significativa a los dos móviles que dejó sobre la mesa.
—Sí, continuemos con la cena.
Gaël le pidió al camarero que le trajera un whisky escocés y en cuanto se lo sirvió, cogió la copa y se lo bebió de un trago. Su expresión era tan seria, que parecía mentira que este hombre que tenía sentado frente a mí, fuera el mismo hombre juguetón y divertido con el que había disfrutado de un maravilloso día.
Abrumada, sobrecogida y nerviosa por su extraño comportamiento me removí inquieta en la silla. Mi corazón había comenzado a dar bandazos en mi pecho por la incertidumbre que me provocaba no saber qué estaba pasando. Quería de regreso a mi hombre, con el que podía hablar de arte, de viajes, de deportes, de nuestra música favorita, de moda, de cualquier cosa.
En silencio con los sentimientos inestables cogí la cuchara para continuar con el postre y me encerré en mi cajita de emociones.
—Chloe...
Absorta en mis pensamientos no me había percatado de que Gaël había extendido su brazo para tocar mi rostro y de pronto sentí la caricia de sus dedos recorriendo mi mejilla.
—¿En qué piensas, chéri?
Se inclinó hacia delante, puso un dedo bajo mi mentón, y levantó mi rostro decaído. Gaël me observaba con una mirada penetrante y tratando de ocultar mi tristeza sonreí, insegura.
—Yo... no... —susurré con voz titubeante a punto de romperme.
Tenía un nudo atascado en mi garganta que me imposibilitaba hablar y una fracción de segundo más tarde yo estaba de pie, con su boca sobre la mía, besándome con suavidad, lento, y con todas las miradas puestas en los dos.
Ebrios de amor, nos besábamos con una cadencia perfecta y disfruté de la sensación de sentir sus labios, sus brazos envueltos alrededor de mi cintura, sin importar nada. Sabía que nos contemplaba todo el mundo, pero cuando nuestro beso fue aplaudido y vitoreado por la totalidad del restaurante sonreí pegada a su boca.
—Je t'aime —susurró con la respiración acelerada por el beso.
Admiré su rostro, sus labios carnosos entreabiertos, sus ojos oscuros, y sin esperarlo, Gaël en una súbita demostración de amor me dio un giro completo en el aire con los cuerpos pegados que me hizo gritar de alegría.
—¡Estás loco! —Exclamé y sus grandes manos me levantaron aún más.
Rocé la varonil curva de su mandíbula con los dedos, su áspera y sexy barba y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no comérmelo enterito en medio del restaurante.
¿Cómo podía ser que un hombre tan sumamente frío con el resto del mundo fuera tan apasionado y romántico conmigo?
A la salida, en la acera, lejos del alcance de las miradas curiosas, sus manos me presionaron contra su duro cuerpo y buscó mi boca con sus labios para volver a besarme. Esta vez fue más ardiente, más sensual y gemí con mis dedos enredados en su pelo.
—Gaël, necesito que estemos así en París. Necesito tu lado cariñoso y encantador cuando regresemos. Me da igual lo que opine la gente de mí. Simplemente quiero vivir a tu lado, pasear de la mano a orillas de Sena, disfrutar de una cena como la de hoy sin miedo a que nos descubran. Nadie fue culpable. Te abrí mi corazón, yo necesitaba que alguien como tú apareciera en mi vida. Cambiaste mi mundo. Me enamoré de ti, así de sencillo. Quien quiera entender que entienda, y quien no pues que se vaya a la bendita mierda. Te amo. Desde el principio, todo fue tan irreal, como en los sueños, pero tan real por los sentimientos que despertaste en mí que no quiero perder lo que hemos construido en poco tiempo por lo que puedan opinar de mí. No quiero ocultar lo que verdaderamente siento.
Las palabras brotaban adecuadas, sin ser inequívocas, sencillamente sinceras y su rostro se ensombreció.
—Chéri, no podemos desvelar aún que eres mi mujer. Tenemos que mantener el secreto un poco más de tiempo —dijo acariciando mi rostro y el brillo de sus ojos se volvió más intenso.
—¿Por qué? Sé que te preocupa ver mi cara retratada en la primera página de una revista y que quieres evitar a toda costa que los periodistas destruyan mi vida, pero a mí no me importa lo que digan.
En su rostro apareció una mueca de enfado y sus facciones se afilaron.
—No sabes lo que dices. Una vez que ponen sus garras son como depredadores. Escarbarán en tu pasado hasta obtener toda tu historia.
—No me importa, yo no hice nada malo.
No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas y rápidamente acunó mi cara entre sus manos.
—Ciel, nada me gustaría más que gritar a los cuatro vientos que eres mi esposa, la mujer de Gaël Barhte, pero puede ser peligroso para ti. Y no me estoy refiriendo a que Elisabeth pueda sacar el vídeo o que los periodistas hablen de ti. He recibido una llamada de tu padre —dijo mientras rozaba con sus dedos la ligera curva de mis mejillas.
—¿Una llamada de mi padre? ¿La llamada de antes era de él?
Sus ojos permanecían fijos en los míos y me estremecí al contemplar la preocupación reflejada en su mirada
—Sí, hemos decidido que a tu regreso dispondrás de Robert de forma permanente. Te acompañará a todos los actos a los que asistas. Reuniones, a tu lugar de trabajo, incluso comidas o cenas privadas. Péchenard también te asignará un agente que trabaja para el servicio secreto, especialista en crimen organizado que se encargará de tomar medidas de contra vigilancia hasta que sea arrestado el responsable de tu secuestro, que está relacionado según me dijo Phillipe con la mafia rusa. Hay una alta probabilidad de que intenté escapar de Francia y eso es muy peligroso para ti —Murmuró, y me quedé inmóvil.
No podía creer lo que acababa de oír.
—¿Temes que quiera matarme antes de irse? ¿Que pueda enviar a un sicario? —Logré decir y Gaël que ahora era la viva imagen de la ansiedad me sujetó con fuerza por la nuca.
—No, esa no parece su intención. Lo que verdaderamente me preocupa es qué podría querer escapar de la policía llevándote consigo —Masculló tensando la mandíbula y el miedo me raspó las entrañas.
—¿Cómo?
Se me formó tal nudo en la boca de estómago que incluso me costaba pronunciar las palabras.
—¿Por qué querría secuestrarme de nuevo?
—No lo sé ¿Obsesión? ¿Venganza? No lo sé, Chloe. Estoy deseando aterrizar en París para que Péchenard me amplíe los detalles de la operación policial.
Me estremecí de arriba a abajo.
La cabeza me iba a explotar de nervios y vértigo al mismo tiempo. Todo parecía encajar en una especie de espiral sin fin ni sentido.
—Chéri, no quiero que tengas miedo. Fabrice Péchenard, en contra de lo que pensaba de él, ha demostrado ser un policía muy astuto consiguiendo reunir las pruebas suficientes para acusar a ese hombre como perpetrador de varios delitos y pronto todo acabará. Muy pronto, te lo prometo. No tienes nada que temer, mañana mismo se prevé una emboscada y tu vida volverá a la normalidad.
Sabía que las palabras de Gaël no se quedarían en promesas. Intentaría protegerme por todos los medios de cualquier persona que quisiera hacerme daño, pero sus últimas palabras me hicieron pensar.
—¿Alguna vez mi vida ha sido normal?
Se asomó a mis labios una sonrisa amarga, llena de dolor, y las lágrimas me nublaron la vista.
—Mi vida fue una gran mentira. Mi infancia, mi adolescencia... Mi destino fue orquestado por una persona malévola, y esa persona aún quiere seguir manejando mi vida.
—Shh...tranquila yo te ayudaré a colocarte al mando de tu existencia. Esa persona desaparecerá de tu vida para siempre.
Sus labios suaves y firmes atraparon mi boca en un beso urgente. Me envolvió en sus brazos besándome, interrumpiendo mi flujo de pensamientos y se adueñó de mi mente.
Con su deliciosa y cálida lengua, exploraba mi boca, provocándome para que me entregara por completo a las sensaciones, y entonces me rendí. Morí lentamente aferrada a su sólido cuerpo, morí lentamente sin poder evitar la pasión. Morí lentamente en cada deslizamiento de su lengua, morí en cada suave lamida.
Gaël me apresó fuerte entre sus brazos y atacó mi boca hasta que no quedó rastro de la tormenta que me azotaba, hasta que no quedó rastros de ruido, ni de las nubes, ni del dolor. No tenía ni la menor idea de cuánto tiempo se prolongó el beso, pero lo que sí sabía es que su boca borró todo el abrumador miedo, las dudas, absolutamente todo.
La personalidad arrolladora de Gaël vencía cualquier pesadilla, insomnio, como si fuera una melodiosa canción de cuna y tras un largo paseo con un ataque de cosquillas, miles de «te amo» y besos inesperados, recuperé la sonrisa.
Se suele decir que después de la tormenta siempre llega la calma, y yo me encontraba de nuevo con la mente positiva, fortalecida, dispuesta a disfrutar de mis últimos momentos en la picante y vibrante Jamaica. No pensaba encerrarme en lo negativo. De modo que cuando apenas pasadas las ocho Robert nos llevó a la Marina de Glistening Waters, subimos a una lancha, y este se marchó dejándonos solos, estaba más que deseando ver de que trataba la «pequeña» sorpresa de Gaël.
Sentada observaba como mi atractivo marido comprobaba que no existiera ningún cabo flotando alrededor de la embarcación que pudiera enredarse en la hélice. Soltó las amarras de la embarcación, encendió el motor para que se fuera calentando y enderecé mi cuerpo en el instante que su mano se fue debajo de su camiseta. Enrolló los dedos en su prenda, sacándosela por la cabeza y tomé aire. Lo siguiente que se quitó fueron sus pantalones, quedándose en bañador y contuve el aliento, tratando de que mi deseo pasara inadvertido.
La lancha comenzó a navegar mientras la oscuridad llegaba y sentí como si espontáneamente entrara en combustión al espiar su cuerpo ágil.
—Espero que disfrutes mucho de la pequeña sorpresa —Murmuró divertido y un sonido apenas audible escapó de mis labios.
Su firme abdomen, su poderoso torso. ¡Dios! Todo su cuerpo era grande y poderoso. Tuve que apretar mis muslos porque me convertí en un charco de deseo desenfrenado.
—¿Eres tú la sorpresa? Porque si me dices que eres tú, no te quepa la menor duda que disfrutaré —Solté sin dejar de mirar sus músculos y escuché su risa varonil y potente sobre mí.
—¿Te parece esto una pequeña sorpresa?
Me agarró de la muñeca y me hizo bajar la mano hasta su polla y rodearla con los dedos. La tenía dura como una piedra y espléndidamente gruesa.
—¡Gaël!
Notaba como palpitaba bajo mis dedos y levanté la mirada excitada.
—Chéri, ahora mismo tengo un grave conflicto interior. No quiero que te pierdas lo que está a punto de suceder, pero es ver tu cuerpo, tu mirada y...
Ansiosa por besarle me incorporé de golpe y me abalancé sobre cada centímetro de piel, de su torso, caliente al tacto y le comí la boca con fiereza. Su olor y su calor me envolvieron de inmediato y su boca se movió a la perfección sobre la mía.
—Te deseo —Gemí.
Agarró mis nalgas con fuerza y restregué mi sexo contra su erección a través de mi vestido. Me encantaba besarlo, sentir sus labios, tan suaves, tan firmes...
Sus hábiles dedos rozaban mi pezón y me aparté de golpe cuando vi por el rabillo del ojo como el rastro de la lancha se encendía en un fluorescente azul verdoso.
—Pero, ¿esto qué es?
Los peces que abundaban en el lugar iban dibujando chispazos a nuestro alrededor.
—La sorpresa en sí es la laguna luminosa Glistening Waters. No quería que te perdieras este fenómeno científico. Esto solo ocurre en tres lugares en todo el mundo, y en Jamaica está el más brillante.
La lancha se detuvo y miré impresionada la maravilla de la madre naturaleza sin poder creer lo que veían mis ojos. Rodeada de manglares el agua brillaba y se iluminaba con los peces. Se veían flechas de luz atravesando la oscuridad de la noche. La experiencia era inolvidable.
Gaël enseguida me invitó a un relajante baño nocturno en las aguas de la laguna y tras quitarme el vestido y lanzarnos al agua, nuestros cuerpos se fueron tornando fluorescentes gracias a los microorganismos que habitaban en la laguna. De repente comenzó a llover con furia, con una violencia deliberada y en unos segundos, grandes gotas de agua alborotaron la superficie del agua iluminándola.
La laguna se encendió literalmente.
—¡Oh Dios mío! ¡Qué bonito! —Exclamé sin pestañear.
La experiencia era verdaderamente impresionante. El brillo era estremecedor. El área a nuestro alrededor se iluminaba con un efecto de brillo que impresionaba.
—Gracias, Gaël —susurré mirándole completamente enamorada y puse mis brazos alrededor de su cuello.
—De nada, chéri.
La luz de la laguna confería una tenue luminosidad en su fascinante rostro y jugueteé con su pelo.
El mundo seguía girando, pero todo mi mundo había cambiado. Gaël lo había cambiado por completo. Era como si mi corazón fuera una hoja de papel y llevara su nombre escrito. Cada una de mis emociones tenían dueño, gritaban su nombre. Él era un verso de magia, la ilusión de mi alma.
—Gracias por este viaje inolvidable —Musité en su oído y exhaló el aire al sentir el roce de mis dedos en su espalda.
Le besé la mandíbula, la barbilla, la comisura de su boca y enardecido hasta la desesperación me agarró por las nalgas con ímpetu y me besó con erótica ferocidad. Empujó su pelvis contra mí haciéndome notar todo el grosor de su polla y abrí los labios para que introdujera su lengua.
Debajo del bañador, estaba completamente empalmado. Empujó de nuevo sus caderas con fuerza debajo del agua y se escapó un gemido de mis labios ¡Dios! Lo hizo tan lascivamente que mi sexo entero se sacudió palpitando de pura necesidad.
—¡Dieu, chéri! Necesito follarte... —Gruñó junto a mis labios y su voz rasgada me excitó —Llegaremos tarde al aeropuerto, pero honestamente diré que cuando me miras así mis pensamientos se evaporan.
Nuestras bocas se encontraron en un beso profundo y mi boca debilitada por el deseo se dejó arrastrar por el fuego de su pasión. Tiró de mi labio superior, luego el inferior y a continuación atrapó mi boca con ansia desmedida, devorando cada milímetro de mis labios.
Desnuda salvo por el pequeño bikini rojo sentía su potente virilidad entre mis piernas, y perdí el control sobre mi misma en el instante que apartó hacia un lado la braga del bikini y acarició mi clítoris con sus largos y expertos dedos, deslizándolos, tocando el botón mágico donde se concentraba todo mi deseo.
—¿Tantas ganas te provoco? —susurré sensual y me respondió con besos bruscos, voluptuosos.
Atrayéndolo más y ávida por el contacto de su polla enrosqué mis piernas en su cintura, subiéndome a horcajadas encima de su poderosa erección.
—Es verte y sólo puedo pensar en nosotros dos juntos teniendo sexo salvaje —Gruñó junto a mi boca y golpeó más fuerte su pelvis contra mí.
Su poderoso miembro atrapado asomaba la punta por encima del bañador. Rozaba mis empapados pliegues con insistencia y lo quise inmediatamente dentro de mí.
—Te follaría a todas horas.
Pasé la lengua por todo el contorno de su boca al mismo tiempo que arañaba con mis uñas su espalda y ni siquiera percibí como se bajaba el bañador hasta que me la metió profundamente y me arrancó un grito encima de sus labios entreabiertos.
—¡Merde! Llevo todo el puto día durísimo por ti.
Mecía mis caderas en el silencio de la noche notando como deslizaba su palpitante polla en mi interior y envió cada una de mis terminaciones nerviosas al frenesí.
—Eres deliciosa —Murmuró subiendo con la lengua desde mi escote hasta mi cuello y gemí.
La excitación se tornó oscura e indescriptible y su apetitosa boca no dudó en comerme, devorarme.
Enredé mis dedos en su pelo para atraerlo más hacia mí y disfruté de su lengua, del sabor de su boca mientras aumentaba el ritmo en cada una de sus embestidas. Me penetraba con movimientos implacables. Despiadados y duros golpes logrando que mis ojos rodaran hasta quedarse en blanco del placer que me hacía sentir.
—¡Dios, Gaël! Voy a correrme pronto —Gemí y mi cuerpo se tensó ante el orgasmo que se aproximaba dentro de mí.
—Vamos, chéri, córrete...
Me agarró con sus fuertes brazos sin parar de entrar y salir y me abandoné al placer. Los sonidos que producíamos eran hipnóticos, sexuales, lascivos. Era tremendamente excitante oír nuestros gritos, jadeos, pero sobre todo lo era escuchar los golpes contundentes de la penetración agitando el agua a nuestro alrededor, iluminándola.
—¡Oh! ¡Joder, me corro!
Los fuertes músculos de su pecho y sus brazos flexionándose con cada embestida salvaje, me arrastraban a un poderoso y espectacular clímax.
—¡Gaël!
Grité su nombre en medio de un increíble orgasmo y clavé mis dedos en sus fuertes glúteos para atraparlo completamente dentro de mí. Lo quería enterrado en mis entrañas.
—¡Putain merde! —Gruñó con la respiración entrecortada.
Mi coño succionaba su polla entre espasmos de placer y con dos embestidas más llegó su liberación. Las sacudidas y espasmos nos estremecían a los dos y abrazada a su cuerpo me hizo sentir que no podía vivir sin mí.
—Je t'aime, mon petite bête...
Acarició mi rostro con delicadeza y luego besó cada pedazo de mi rostro. Repartió pequeños y dulces besos.
—Ha sido increíble... Intenso, especial, estar aquí en este lugar paradisíaco, sintiéndote, jamás lo olvidaré —susurré y pegué mi nariz a su cuello para aspirar el aroma de su piel.
El viaje tocaba su fin y regresábamos en el mismo avión de la ida, con sus asientos de piel, cocina equipada, lujoso dormitorio y por un instante pensé «Adiós Jamaica». Adiós a sus impactantes aguas cristalinas y arenas blancas. Adiós a sus paisajes memorables, a su exuberante belleza natural.
—Ciel, deberías dormir un poco, te hace falta descansar —dijo Gaël, señalando la cama y no pude evitar que mis pensamientos volaran con la imagen de él y yo haciendo el amor a dos mil metros del suelo.
Sin duda disfrutaríamos muchísimo el uno del otro de todas las formas posibles con tantas horas por delante hasta aterrizar en París. Me senté en la cama y Gaël en silencio se acercó. Me deslizó las manos por el pelo y noté el calor de su mano en mi nuca. Entonces me besó, de esa manera suave, lenta y tierna. ¡Joder! Y se me desintegraron hasta las bragas.
Sus dedos tocaban mi piel y lo único que pensaba era «quédate, por favor, quédate», pero para mi desilusión se dirigió hacia la puerta. Miré con detenimiento toda su impresionante anatomía de arriba a abajo mientras se alejaba y no pude erradicar de mi cabeza la imagen de su cuerpo desnudo, la imagen de todo ese poder, toda esa fuerza, chocando contra mí en devastadores impactos.
¡Joder! Lo único que deseaba era que se diera la vuelta y que me estrechara entre sus brazos.
—¿Quieres algo de beber antes de dormir? —dijo, así como si nada Gaël desde la puerta con esos ojos y esa sonrisa que Dios le había dado para enloquecer a las mujeres y casi me eché a reír al recordar a Nayade y su famoso vaso de leche.
Maldita pelirroja, ¡qué ocurrencias tenía a veces mi leona!
—¿Tú no te quedas a... dormir? —pregunté en cambio mirándole a través de mis pestañas con sensualidad.
Y sin apartar ni un momento mi mirada de la suya me quité la ropa y me tumbé en la cama como una gatita, con ganas de jugar.
—Chloe, no puedo quedarme aquí contigo. Tengo que trabajar durante el vuelo —Gruñó sujetando el pomo de la puerta con fuerza, con los nudillos blancos —Bonne nuit, chéri.
Debí de parecerle ridícula porque sin más cerró la puerta dejándome sola, y aterricé en la tierra, figurada y literalmente. ¡Bye polvo! ¡Bye entrar en el afamado «Mile High club» el club de los que han tenido sexo en un avión!
Con un resoplido audible de frustración me tumbé boca arriba mirando el techo. ¡Qué decepción! Yo quería unas últimas horas a solas con mi hombre misterioso. Sentía frío, y casi tiritando me percaté de que la puerta estaba mal cerrada. De un salto me bajé de la cama y desnuda fui como una exhalación para cerrarla. Apoyé la mano en la madera y presioné con fuerza, pero cuando estaba a pocos centímetros de cerrarse algo lo impidió. Fruncí el ceño y tiré de la puerta para mirar por qué no cerraba y contuve el aliento al ver que se trataba de Gaël.
—¿No tenías que trabajar? —dije con el corazón latiéndome con violencia y sonrió.
—Sí, pero cierta mujer descarada, agradecida con su cuerpo, ha impedido que ni siquiera pudiera abrir el ordenador por miedo a fundir las teclas.
Nos echamos los dos a reír, entonces sorprendiéndome de un tirón me cargó en su hombro y con mis piernas colgando me llevó a la cama entre gritos y risas como único sonido en el avión.
Sobra decir que en la cama me estrechó entre sus brazos como tanto había deseado y que a continuación me dejó atónita con su «plan de vuelo».