—El policía —Contestó inmediatamente mi tía —. Me contó que habías muerto junto a tu esposo y otra hija de ambos. Que perecisteis por culpa de la asfixia y las llamas... que la niña quedó huérfana.
—Nunca hubo incendio —Interrumpió mi madre y no supe cómo seguir respirando.
El estómago se me contrajo y miré a mi madre sin pestañear, fijamente, hundiéndome en el desasosiego.
—A Chloe me la arrancaron de los brazos... —Continuó hablando y un escalofrío me recorrió la espalda— ¿El gendarme que te entregó a Chloe te dijo en algún momento su nombre? ¿Recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?
El desconcierto se reflejaba en la cara de mi madre y me temblaron las piernas. Esas preguntas me inquietaron hasta lo más hondo de mi ser.
—¡Por Dios! ¡Me estás asustando! Regina, ¿me estás queriendo decir que el policía que me entregó a Chloe era en realidad un secuestrador?
El rostro de mi tía se desfiguró. La expresión de sus ojos era la viva muestra del miedo.
—Durante todos estos años una persona se ha encargado de enviarle unas cartas anónimas a Chloe, donde le narra con todo lujo de detalle vuestros gritos, quejidos, lloros y lamentos al morir en el incendio. Siempre me pregunté por qué alguien haría algo así, la razón para infligir dolor a una niña inocente. Los motivos...
Todos y cada uno de los pelos de mi aterrado cuerpo se erizaron como los de cualquier animal ante una situación de peligro, y mi madre me miró con una terrible inquietud.
—¿Qué alguien hizo qué?
Sentí como la angustia golpeaba su rostro, y me ahogué en el mar de preocupación de sus ojos.
—Bosoir, mesdames et messieurs —Saludó una voz masculina de forma inesperada y nos giramos las tres a la vez.
De pie, en el umbral de las enormes puertas de doble hoja en la entrada, había un par de gendarmes franceses. Una señora les sujetaba la puerta. ¿Cuándo habían llamado a la puerta? Me fijé en el rostro de la mujer y creí reconocerla.
—Bonne nuit, señora Arnault —dijo uno de los dos policías al que ya tenía el «no» gusto de conocer. Luego el gendarme desvió la mirada sobre mí y con una sonrisa inclinó la cabeza.
—Vaya, vaya... usted aquí. El mundo es un pañuelo, señorita Desire.
Puse los ojos en blanco y antes de que abriera la boca para hablar, Philippe Arnault, mi padre, entró en el vestíbulo.
—Creí oír su voz, Fabrice Péchenard. Gracias por venir tan rápido —dijo dándole un apretón de mano, y tan pronto como dijo el nombre del policía el rostro de mi tía se alteró.
—¿Usted es Fabrice Péchenard? —preguntó con ansiedad.
Péchenard la miró sin responder y mi tía que parecía próxima a perder el control se tambaleó.
—Tía, ¿te encuentras bien?
La cogí del brazo y pude notar como su cuerpo temblaba.
—Era él... —Comenzó— Bueno no.… no era él... pero su nombre... jamás podría olvidar el nombre de quien te trajo a casa.
Mi tía examinaba la cara de Péchenard con sumo interés, como si intentara descubrir alguna clave oculta en cada línea de su rostro.
—¿De qué está hablando señora?
Péchenard miraba ahora fijamente a mi tía y mi madre tomó la temblorosa mano de mi tía.
—Sofía, ¿estás segura de lo que dices? ¿Estás segura de que ese hombre dijo el nombre de Fabrice?
Mi tía asintió y se me aceleró el corazón.
—Sí, pero no es él. Aquel hombre tenía los ojos azules, y era más alto. Recuerdo su fisonomía severa, y su voz tenía un acento que no sabría definir... —murmuró con sus pupilas clavadas en el rostro de Péchenard.
Miré a Fabrice Péchenard y vi un destello de irritación en sus ojos. Sin pronunciar palabra se acercó a mi tía y la miró con detenimiento.
—¿Quién es usted? —Quiso saber y mi tía palideció. Quizás intimidada por su tono de voz.
—Es mi hermana Sofía. La persona que ha cuidado de mi hija mientras usted creía que estaba muerta —Habló mi madre abruptamente.
Péchenard giró el rostro hacia mí. Me miró con el ceño fruncido y se aproximó a mi entornando lo ojos.
—¿Cree que ella es su hija? ¿Está segura de que esta mujer es su hija? El historial de la señorita Desire no es precisamente muy... —Hizo un gesto con la boca, y al instante estuvo mi padre a mi lado.
—Cuidado con lo que insinúa, Péchenard —murmuró visiblemente furioso—. Ella es mi hija, y como tal merece respeto.
Mi padre se giró, y al mirarme sus facciones se suavizaron, como cuando sale el sol y aleja las nubes de tormenta. Tomó mi mano, la levantó a sus labios y la besó con ternura.
—Chloe Marie Arnault... ma précieuse petite fille.
Sus ojos brillaban mientras sujetaba mi mano, y mi corazón latió con cada sílaba.
—Papá... —fue lo único que acerté a emitir, casi de forma ininteligible.
Me picaban los ojos por las ganas de llorar. No podía quitarme la horrible sensación de no querer defraudar a mi padre.
Mi interior era un caos ordenado de razón, sensaciones y recuerdos a medias. Péchenard con su comentario había dicho una verdad, y experimenté una profunda sensación de vergüenza. Mi vida no era precisamente intachable, no podía engañarme, los hechos estaban ahí, y palidecí de la conmoción.
Nunca podría olvidar su mirada si descubriera que estaba mi nombre incluido en una lista de dudosa reputación, o si veía las fotos de lo que me sucedió en aquella fatídica noche. Jamás le podría volver a mirar directamente a los ojos. Me sentiría avergonzada el resto de mi vida. Estaba segura que le partiría el corazón con esas fotos si Elisabeth cumplía con sus amenazas. De su herida vería brotar verdadero dolor, ya que dependiendo del punto de vista que tuvieran las imágenes se podría considerar que mi conducta, permitía tomar voluntariamente a Alaric, algo que en realidad me estaba arrebatando.
Era consciente que me encontraba ante un problema de una magnitud incontrolable para mí.
—Hija... ¿Estás bien?
Sus ojos, el sincero cariño que vi en ellos, me conmovió, y tan sólo le observé, como quien encuentra un tesoro, y no termina de podérselo creer.
—¿Por qué no me cuentan todo desde el principio? —Pidió Péchenard —Igual que los edificios se tienen que iniciar por los cimientos, los casos también hay que relatarlos desde el principio.
Sentado en uno de los sofás del salón, el inspector escuchó a mi tía Sofía como contaba desde el primer día, hasta nuestro intento fallido hace años de averiguar información sobre mí en París. Escuchó los pormenores alternando la mirada tanto a mi tía como a mi madre, que le explicó que había perdido el contacto con mi tía por un enfado y que años más tarde le fue imposible localizarnos.
—Tuvimos que trasladarnos de domicilio con frecuencia debido a la necesidad de encontrar empleo —dijo mi tío Sebastián en un momento de la conversación— Inexplicablemente se nos cerraron todas las puertas en el pueblo donde vivíamos, y nos marchamos a otra población. De ahí, Regina, que te fuera imposible localizarnos.
Todos alrededor nos miraron preocupados. Mis hermanas, mis padres, todos nos miraban a los ojos en silencio. Incluida una señora altiva que había entrado en el salón ... mi abuela. Se sentó en un sillón cerca de la gran chimenea y con sumo interés escuchaba la conversación.
—Pasamos muchas necesidades, pero nos esforzábamos por seguir adelante. Dios nunca nos dejó solos. Siempre teníamos para comer —dijo mi tía tras contemplar el rostro compungido de mi madre, intuyendo que podría pensar que habíamos sido desgraciados, y decidí añadir.
—Pasamos muchas necesidades sí, pero una cosa puedo decir, me lo disteis todo. Amor, cariño... Absolutamente todo. A vuestro lado aprendí a ser valiente, a seguir adelante pasara lo que pasara. Me enseñasteis los valores y la honestidad como armas únicas en la vida, que espero poder transmitir algún día a mis hijos. Os esforzasteis para que yo estudiara y pudiera llegar a ser alguien en la vida. Apoyasteis mis sueños, y eso jamás lo olvidaré. Os amo —dije finalmente y mis tíos se emocionaron.
Cada pequeño recuerdo con ellos lo tenía cosido a la memoria con un hilo frágil, como una red de pequeñas cuentas, algunas valiosas, otras no, que se me perdieron y una que sencillamente me gustaría descoser, pero que no puedo, y que me dejó un hueco en mi mente y mi corazón el resto de mi vida.
La conversación continuó durante un rato más con el inspector jefe de la policía indagando con tenacidad en nuestro pasado. Tenía mucho interés por saber lo que había sucedido con las cartas, quién las guardaba, en este caso el inspector Gálvez. Mis hermanas escuchaban el diálogo con atención, y de repente como si hubiera escuchado una absoluta estupidez, se incorporó casi de un salto.
—Necesito que me acompañe a la comisaría para que confeccionen un retrato robot del hombre que le entregó a su sobrina —Zanjó Péchenard, y después miró su reloj.
—¿Ahora? —murmuré sorprendida. Mis tíos se levantaron del sofá en un acto reflejo y Péchenard dibujó un gesto franco, una expresión afirmativa en su rostro.
—Intentaron secuestrarla de nuevo ayer, y después de oír su historia tengo la firme intuición de que se trata de la misma persona que lo hizo en el pasado. Obsesionada por usted. No voy a ocultar que, al haber aparecido, y que sea un personaje público, es un problema...
—Inspector, que nos está queriendo decir... —dijo mi padre impaciente, y Péchenard no lo dejó terminar, lo mandó a callar con la mano.
—En cuanto llegue a la comisaría, voy a llamar al inspector Gálvez, para enterarme bien de todo lo acontecido en España, y cuando digo todo, señorita Arnault, me refiero a todo —De repente me sentí insegura, bajé la cabeza, y traté de mimetizarme con el sofá —. Necesitamos averiguar cuanto antes el nombre verdadero de la persona que la secuestró hace años, y que le estuvo enviando esas cartas durante su infancia, así veremos si la Interpol tiene algún dato. Puede que el secuestrador sienta su identidad amenazada y eso es peligroso. Estamos hablando de la mafia rusa, no es ninguna broma. Cabe la pequeña y remota posibilidad de que el matón de la mafia rusa que la secuestró en el pasado se apiadara de usted por algún extraño motivo, pero que el remordimiento se le haya evaporado ahora, y haya venido a finalizar bien su trabajo.
El salón se quedó en silencio, entre las miradas corrió una ráfaga helada.
—¿Nos está diciendo que mi hija corre un grave peligro?
Mi padre clavó los codos en sus muslos y se tocó la frente nervioso.
—Su guardaespaldas no debe separarse de ella, por ningún motivo —Precisó —. Y les aconsejaría no desvelar su verdadera identidad... de momento, porque la situación, lejos de aliviarse, empeoraría más. Esto es como un ataque de locura, nada que se sostenga con la lógica, y debemos ser cuidadosos, protegerla de las manos de esos criminales, porque estoy seguro de que lo intentarán de nuevo —Concluyó y me arrepentí un poco de haber sido demasiado dura con él la noche anterior. La preocupación, tan clara como el agua, se reflejaba en su rostro.
En cuanto Fabrice Péchenard salió de la mansión acompañado de mis tíos, caí bajo las afiladas garras de la inquietud. Fue escuchar el sonido de la puerta al cerrarse por mis padres y sentí el miedo propagándose por mi cuerpo, instalándose en cada rincón.
¿Quién fue el responsable de mi secuestro? La pregunta llamaba a la puerta de mi mente. Solo de pensar en la mafia rusa se destruía mi capacidad de concentración.
De nuevo un giro inesperado de la vida, me recordaba que mi presente, sería más producto de mi pasado que nunca. Por un momento dejé que la voz de mi pasado me aniquilara. Me sentía frustrada viviendo un pasado que me atormentaba, que me impedía disfrutar el presente, y un futuro que a lo mejor jamás existiría si me secuestraban.
—Tranquilízate, por favor. Si esos rusos creen estar convencidos en atraparte es que aún no han visto a tu imponente marido cabreado. No habrá suficiente planeta para huir de él si te hacen daño —Comentó Zoe, que deseaba robarme una sonrisa y le correspondí con una ligera mueca desganada —. He sido testigo de las habilidades de Gaël en temas de lucha, y déjame decirte que es como un ninja. Solo le falta vestirse de negro, caer desde el techo y cortar a todo el mundo en trocitos.
Me metí en el papel convincente de la Chloe despreocupada para que todo el mundo respirara tranquilo y sonreí, pero por dentro el miedo se me clavaba como un cuchillo, que no me dejaba respirar.
—Shhh... no hagas público que Gaël es un ninja —dije sonriendo—. Podrían averiguar que esconde las bombas de humo en la americana. Ya es contraproducente que tenga demasiados músculos porque le hace notorio entra la gente, imagínate si descubren el compartimento secreto que tiene en el Ferrari con las espadas, las lanzas, el disfraz y la pirotecnia...
Zoe me miró boquiabierta y esta vez, sí sonreí de verdad.
—¿En serio es un ninja? —preguntó incrédula y mi sonrisa se ensanchó — ¿Lo es?
Marie le dio un codazo y Zoe se frotó el brazo dolorido.
—¡No seas ilusa! ¿Cómo va a ser un Ninja?
Marie soltó una risilla al ver la expresión de Zoe y ambas comenzamos a reírnos.
—¿Por qué no puede ser un Ninja Gaël?
Solté una carcajada y la abracé para estrecharla contra mi pecho. Zoe era un recuerdo de la inocencia.
«Gaël...» Solo con pronunciar su nombre parecía que le invocaba. Revoloteando a mi alrededor si cerraba los ojos, rozando mi brazo, respirando junto a mi oído, y sentí un escalofrío provocado por su ausencia. Le necesitaba demasiado...
—¿Te quedas a cenar? —Meneé la cabeza negando y Zoe y Marie me rogaron con la mirada.
—No puedo, la fiesta será en un rato y...
—¡Papá! —Gritó Zoe con una gran sonrisa, mostrando sus dientes.
La miré estrechando los ojos. ¿Qué estaría tramando?
—¡Papa! ¡Chloe no quiere quedarse a cenar! —Insinuó y me sacó la lengua sonriendo.
—La verdad es que no tengo hambre.
Un segundo después se escucharon los pasos y la voz de mi padre desde el vestíbulo, dijo que no me dejaría marchar sin cenar y Zoe sonrió triunfal.
—¡Shhh! a callar —Me chistó Zoe cuando fui a abrir la boca para hablar, y tomando mi mano me arrastró hacia la mesa antigua del salón.
Pasamos cerca de Charisse que continuaba sentada, mirándome, e inspiré profundamente, mentalizándome para pasar una hora o dos con mi agria abuela. Me había estado observando suspicaz y directa, durante toda la conversación con Péchenard. Sin embargo, pude apreciar un cambio en su expresión cuando besé la mejilla de Zoe feliz.
Le notaba los ojos muy brillantes. Se puso en pie y lo que sucedió después me dejó absolutamente perpleja. Vino hacia mí y me abrazó. Jamás imaginé esa reacción por su parte y las palabras se me quebraron en la garganta pensando en todos nuestros fríos y desagradables encuentros.
—¿No me odias? ¿No me detestas? —pregunté con incomodidad y fui valiente para mirarla a los ojos.
La vida nos había enviado lejos la una de la otra, pero eso había terminado, y aunque fuera duro formular esa clase de preguntas en un mar agridulce de razones, debía hacerlas porque no sabía qué sensación exacta se formaba en el corazón de la mujer que me abrazaba con fuerza.
Me besó con cariño las mejillas y luego con extrema suavidad se llevó la mano al cuello, se quitó una cadena con la medalla de La Milagrosa y la depositó en la palma de mi mano.
—La he llevado en mi pecho todos estos años clamando su gracia divina para que te diera su bendición, rogándole que te protegiera donde quiera que estuvieses... ofreciéndole mi alma, vida y corazón, y estás aquí, viva.
La señora altiva que conocí en Le Furet sujetaba mi mano con este objeto simple pero lleno de simbolismo entre mis dedos y oír su explicación me conmovió.
—C'est ma petit—fille... je t'ai toujours rappelé à toi —susurró y no pude evitar que los ojos se me inundaran de lágrimas de saber que jamás me había olvidado.
—Abuela, pensaba que me odiabas —dije susceptible y vulnerable al dolor.
—Llevaba muchos años de enfado y tristeza, por la situación difícil de tu pérdida, y la primera vez que te vi en Le Furet me atravesaste con tu mirada, tan transparente, tan decidida, que sin que pudiera evitarlo te traté mal.
Me dedicó una dulce mirada que me sorprendió. Contrarrestaba con el carácter arrogante que conocía de ella y sonreí.
—En Le Furet te habría fulminado con la mirada si hubiera podido —dije con sinceridad y apareció en su rostro una cálida y sincera sonrisa.
—No cabe duda de que eres mi nieta —Me abrazó con fuerza, tan emocionada como yo, y me apreté a su cuerpo, dejándole saber que estaba feliz.
—Mirad quién viene a darnos las buenas noches, la pequeña Chloe —Habló mi madre entrando al salón con una niña pequeña en brazos, en pijama rosa y casi dormida.
—Mamá ¿me llevarás mañana a ver los caballitos de mar al Aquarium de Trocadero?
Me quedé de piedra contemplando a la niña de tirabuzones rubios que entrecerró los ojos cuando me descubrió junto a la abuela.
—¿Que hemos hablado hace un momento? —La regañó mi madre y me quedé pensativa un instante asimilando que se llamaba igual que yo.
¿Tenía otra hermana? De seguida un agradable calor me inundó el pecho.
—Pero yo quiero ir a ver los caballitos de mar.
Adormilada en sus brazos hizo una mueca de disgusto y al momento reaccioné por otra sorpresa aún mayor. La pequeña Chloe era la preciosa niña que conocí en la tienda Bonton el día de mi cumpleaños.
—Chloe, cariño, tendremos que ir a ver otro día los caballitos de mar —murmuró Marie al tiempo que se acercaba a la niña y me quedé en shock.
—Hasta que no finalice la Fashion Week no podré llevarte al Aquarium. Te prometo que en cuanto termine la Semana de la Moda iremos juntas —Soltó un suspiro entrecortado antes de añadir — ¿Quieres que te lea un cuento antes de dormir?
¡Dios mío! Marie era la madre... Marie tenía una hija de unos seis años. No lo podía creer.
—Oui mami, quiero que me leas «Alicia en el país de las maravillas».
La cogió en brazos y la estrechó contra su corazón.
—De acuerdo, pero antes de ir a dormir te quiero presentar a alguien muy especial para mí —dijo Marie en voz baja y me invadió una infinita ternura en cuanto la niña recostó su cabeza en su hombro bostezando.
Marie se acercó a mí con la niña en brazos, y echándole el pelo de un precioso rubio dorado hacia atrás, le habló en tono muy dulce.
—Te presento a tu tía Chloe.
La pequeña me miró con expresión adormilada y confusa.
—Bonjour.
Tenía sus ojos abiertos de par en par, y noté una mezcla de ternura y ansiedad en el pecho.
—Bonjour, ¿te acuerdas de mí, Chloe?
Le aparté el pelo de la frente mientras me miraba con sus sorprendidos ojos azules y entonces una hermosa sonrisa apareció en su carita.
—Oui... —Asintió con la cabeza y me asaltó una inesperada oleada de sentimientos.
¡Dios mío! Se parece a... ¡No puede ser!
—Me ayudaste a coger un libro —dijo la pequeña de seguida y parpadeé confusa.
—Sí.
Levantó un brazo para tocar uno de mis largos pendientes de cristal de Swaroski, haciéndolo oscilar.
—Mami, ¿te importa si me lee hoy el cuento la tía Chloe? —susurró con una vocecilla titubeante y su expresión traspasó mi corazón.
Sentí una punzada dulce en el pecho mientras nos mirábamos la una a la otra que tuve que lidiar conmigo misma para no ponerme a llorar de nuevo.
—Si ella quiere...
Marie dejó la frase en el aire y asumí en ese mismo momento que está pequeña sería mi perdición cuando me hizo ojitos.
—Tía Chloe, ¿te gustaría leerme el cuento de Alicia en el País de las maravillas? —Me preguntó en voz muy baja y asentí con la cabeza.
Alargó sus bracitos para que yo la llevara en brazos, y la cogí con la piel de gallina por la emoción.
—Es mi cuento favorito, y también el de mami —Añadió en un murmullo y tragué saliva.
—¡Qué casualidad, el mío también! —Me las arreglé para contestar— ¿Te fijaste en mis pendientes? Son inspirados en la reina de corazones.
Sus ojos de un color azul maravilloso se fijaron en los pendientes y los tocó con una sonrisa en los labios.
—¡Qué bonitos! —Exclamó con alegría y luego se refugió en mi pecho.
La mirada de todo el mundo se clavó en nosotras. Me di cuenta que el gesto de la pequeña les había sorprendidos.
—Gracias por tener el detalle de leerle el cuento, así mientras tanto puedo subir a ver a mi marido. Necesito hablar con él antes de que se marche de viaje.
La miré a la cara cuando me percaté de que inspiraba hondo y percibí que tenía un brillo sospechoso en los ojos. Parecía al borde del llanto.
—Bonne nuit, ma princesse. Dales un beso de buenas noches a todos antes de sumergirte con la tía Chloe en el universo de Alicia en el País de las maravillas.
Besó a su hija y tras ese comentario salió del salón. Poco después la vi subir las escaleras y sentí la necesidad imperiosa de ir tras ella. Más que caminar, parecía que deambulaba por la casa. Quería averiguar que le sucedía. Era mi hermana, y parecía triste.
Entonces una sonora carcajada retumbó junto a mi oído, volví mi rostro, y descubrí a mi padre en pleno ataque de besos a su nieta que se aferraba a mis brazos.
—¡Abuelo para! —Gritaba Chloe entre carcajadas.
Le regaba besos en sus mejillas, en su frente, por todo el rostro, con besos sonoros. La pequeña meneaba la cabeza divertida y clavé la vista más allá de mi hombro para ver a Charisse como contenía una sonrisa.
—Pequeña diablilla —dijo Zoe alborotándole los tirabuzones rubios y Chloe le respondió de forma traviesa sacándole la lengua.
Una vez que besó a todo el mundo, incluida a la señora del servicio a la que reconocí por ser la misma del día de mi cumpleaños en la tienda Bonton, salimos del salón, y las dos nos encaminamos hacia su dormitorio. Chloe tenía los ojos casi cerrados y bostezaba mientras dirigía mis pasos a la majestuosa escalera con detalles en oro.
—No te duermas que me tienes que guiar hasta tu habitación. No sé dónde está, y lo mismo acabamos en el garaje. No querrás dormir en un coche ¿verdad?
Reí entre dientes y me obsequió con una sonrisa perezosa, tan pura y tan llena de alegría que me prometí pintarle sonrisas así todos los días.
—El coche de mamá es muy muy pequeño, se duerme fatal —dijo con una risilla y la miré con una sonrisa—. Cuando me recoge de las clases de ballet me suelo dormir, pero me despierto rápido porque es incómodo. Es tan antiguo como la bisabuela, que es prehistórica.
Chloe comenzó a reír y fui incapaz de contener una carcajada.
—¿Te estás riendo de la bisabuela? —Le pregunté mientras intentaba sin éxito, contener otra carcajada — ¿Sabe ella que la llamas así? —Asintió con la cabeza y ambas reímos.
—La bisabuela Charisse es igual de amable que un tiranosaurio rex —dijo con inocencia y se me saltaron las lágrimas de reírme.
—¡Ay Dios! Pero ¿de dónde has salido tú? Desde ahora mismo te bautizo como «la mini terrorista».
La abracé más fuerte entre carcajadas. Las mejillas me dolían de tanto reírme. Caminaba por la mansión impregnada de dicha, y me pregunté cómo esta pequeña con un abrazo o simplemente regalándome una tierna sonrisa había conseguido hacer magia cambiando mi dolor y mis miedos, por un suave aliento de vida.
La luz de varias lámparas bañaba con suavidad el suelo del pasillo que llevaba a las habitaciones. En las paredes, apliques italianos y pinturas que parecían del siglo pasado despertaban mi curiosidad.
De súbito entre los susurros de la noche escuché claramente como discutían dos personas. Un hombre y una mujer, hablaban en voz alta. El murmullo de la voz masculina me inquietó, parecía muy enfadado.
¿Serían Marie y su marido?
El nombre de Chloe cayó en el espacio abierto e intenté forzar a mis oídos a poner más atención. Me pareció escuchar un ruido muy leve, pero nada más.
—Ya hemos llegado —Habló mi sobrina indicándome una puerta y me quedé en el umbral admirando la estancia.
—¡Guau! Chloe, ¡qué habitación más bonita tienes! —dije barrida por la emoción y cerré la puerta tras el comentario.
De un rosa claro, el dormitorio exhibía piezas de anticuario, como una silla estilo Luis XVI, la consola, un cuadro pintado, estilizados jarrones, y un delicioso rincón de inspiración. Un espacio propio de creación de bolsos, ropa. Resultaba obvio que le gustaba crear, diseñar. Utilizaba para guardar sus bártulos, un porta cepillos de baño usado para los pinceles, resultaba curioso, y sonreí.
Me maravilló ver los tesoros de su infancia como adornaban un armario que combinaba con las paredes surcadas por viejas vigas de madera, y atrapada por la belleza de la estancia, que invitaba a soñar, no vi venir su siguiente pregunta.
—Tía Chloe, ¿por qué nunca has vivido con nosotros? ¿Es verdad que has estado desaparecida?
Sus ojos tan pequeños, y tan inmensos a la vez, me miraron con un brillo de inocencia, tan llenos de verdad que me dejaron sin habla.
—Más o menos... He tenido una vida un poco como el gato de Cheshire —susurré y activé la fábrica de los sueños solo para mi sobrina —. Apareciendo y desapareciendo... siempre sonriente. ¿Quieres que un día hagamos queso con forma de gato sonriente?
Su rostro se iluminó y acabó de enternecer mi alma.
—¡Siii! —Exclamó y el abrazo que me dio fue incomparable... inolvidable.
Arropé a Chloe en la cama estilo directorio, de líneas rectas y ángulos pronunciados, y tras coger el libro de la mesilla, hecha aprovechando las patas de la mesa de un bistró, me tumbé encima de la colcha, con el famoso cuento en mis manos. Apoyé mi espalda en el cabezal de la cama y Chloe se acurrucó contra mí. Movió una de sus manitas por encima de la colcha para abrazarme mejor y me sentí afortunada de tener una sobrina... una familia.
—¿Preparada para seguir al conejo blanco hasta la madriguera?
Sus brillantes ojos me miraron expectantes. Me incliné para besar su frente y sus bracitos me rodearon el cuello.
—Tía Chloe, ¿vendrás todas... —Comenzó antes de bostezar — las noches a leerme un cuento? —murmuró con voz somnolienta y parpadeé, intentando asimilar todo el amor que deseaba demostrarle.
—Todas las noches no creo que sea posible cariño, pero alguna sí...
En ese instante tomé conciencia del gran cambio que acababa de sufrir mi vida en poco tiempo. Mi vida anterior, parecía quedar ya muy atrás.
Inicié la lectura y al poco tiempo vi como a Chloe se le cerraban los ojos. Su respiración era tranquila y le di un beso de buenas noches. Me aparté con delicadeza y lentamente me deslicé en silencio para salir de la cama. Caminé despacio hacia la puerta después de apagar la lamparita, y antes de marcharme dejé encendida la luz nocturna.
Salí del dormitorio y caminé de puntillas por el pasillo camino a la escalera. De repente se abrió una puerta y me choqué con alguien.
—¡Ay! —Exclamé al tiempo que alargué un brazo para apoyarme en la persona con la que había chocado, aunque más bien acabé pegada por completo a su cuerpo.
—Bonne nuit, Chloe —murmuró una voz masculina que me resultó demasiado familiar y el alma se me cayó a los pies.
—¿Alaric?
Observé su rostro mientras lo pronunciaba y me paralicé. Me pilló tan absolutamente por sorpresa la presencia de Alaric en la casa de mis padres que no fui consciente de estar totalmente a su merced, hasta que sentí como me aferraba las caderas.
—¿Qué haces en esta casa? —Conseguí preguntar con las manos apoyadas en sus hombros intentando apartarme.
El aire se solidificaba en mis pulmones. Casi no podía moverme ni respirar.
—Esta es mi casa, vivo aquí.
El pulso se me disparó con su respuesta y me temblaron las rodillas. Me estrechó con fuerza contra su cuerpo y sentí el corazón a punto de salírseme del pecho.
—¿Y tú? ¿Qué hacías en la habitación de mi hija?
La comprensión me dejó consternada.
«¡Oh Dios! Es el padre de Chloe» Sentí que el pánico crecía en mi pecho. Debí mover los labios, porque de pronto frunció el ceño y habló sin emoción.
—Sí, soy el marido de Marie Delphine Arnault.
Su voz sonó gélida y el miedo me embargó. Cerré los puños instintivamente y me clavé las uñas en las palmas de las manos sintiéndome mareada. La mente se me había entumecido. Solo experimentaba el horror de tener pegado al hombre que me violó.
—¿Me sueltas? Están esperándome para cenar —dije con voz neutra sin revelar la agonía, el miedo, el pavor por su asquerosa cercanía.
Todos mis instintos me gritaban que le ocultara mis emociones a este hombre, cuya única preocupación en el pasado fue protegerse de un escándalo, o eso es lo que siempre había creído. Después de averiguar que él y Elisabeth eran hermanos sospechaba de un complot tramado desde mucho tiempo antes con habilidad para hundirme.
—Aún recuerdo tus calientes gemidos... —susurró y el miedo me atenazó el corazón con sus poderosas garras.
Observé el rostro duro e impenetrable del hombre que me violó en el pasado y todos los músculos de mi cuerpo se pusieron tensos.
—Yo en cambio, maldito hijo de puta, no recuerdo nada porque me drogaste para violarme.
Me miró con gesto inexpresivo y me obligué a desterrar el instinto asesino que nació desde lo más profundo de mis entrañas. Una de sus manos se deslizó por mi cadera para acariciarme el culo y las alarmas sonaron en mi cabeza.
—Si quieres puedo refrescarte la memoria.
El asombro me paralizó. Me empujó hacia delante y pude sentir su erección contra mi pelvis. Sus ojos se encendieron y la arrogancia que irradiaba me aterró, sin embargo, frenética, intenté liberarme.
—¿No te gustaría repetir?
El corazón me martilleaba el pecho y la adrenalina combinada con el temor y el pánico resecaron mi garganta. Quería gritar, chillar, pero no podía. Estaba paralizada por el horror.
—¡Alaric suelta a mi hermana!
La voz aguda de Marie se escuchó en el pasillo y el rostro de Alaric se tensó. Recobré la guardia, me aparté de Alaric y miré a Marie con el corazón en la garganta. Nos observaba inmóvil. Su rostro parecía tallado en piedra.
—¿Chloe es tu hermana? —preguntó entonces Alaric con voz forzada y una corriente de ansiedad debajo de su fingida naturalidad.
—¿No te ibas de viaje?
Durante un largo y prolongado momento se miraron y los ojos de Marie reflejaron una expresión cautelosa que no me pasó desapercibida.
—Llegarás tarde al aeropuerto. ¿No querrás hacer esperar a tu acompañante verdad?
La boca de Alaric exhibió una mueca y sus ojos se tornaron fríos.
—Te llamaré en cuanto llegue al hotel.
El rostro de ella se retorció y apretó los labios.
—No es necesario que lo hagas, hace tiempo que dejé de esperar tus llamadas.
Alaric se marchó y percibí en Marie una oleada de furia y odio cuando lo vio alejarse por el pasillo. Sin un beso de despedida, ni un gesto de cariño.
Luego se volvió hacia mí. Me miró, su rostro como cincelado en mármol, y la expresión llena de odio que había antes, de pronto, se transformó en una de profundo dolor.
—Sé que fuiste tú... la mujer que Alaric... hace años...
Las palabras le fallaron y experimenté una sensación de vacío en el estómago. Noté como se tensaba toda mi piel y aguardé en silencio a que continuara hablando.
—El otro día escuché a Alaric hablar con Elisabeth de una mujer... jamás imaginé que se trataba de ti —Mis manos temblaron y sentí la opresión en mi pecho —. Sé lo que pasó en Madrid... Sé todo lo que te sucedió esa noche... —Las lágrimas anegaron los ojos de Marie y respiró hondo entrecortadamente —Sé que te violó...
Sus palabras me atravesaron y la atmósfera se congeló. Aturdida me apoyé contra la pared, sacudida por la debilidad. Sentía que no había suficiente aire en el pasillo. Sentía como si me estrujaran los pulmones, la garganta. ¡Tenía que marcharme! ¡Escapar de allí! Tenía que irme cuanto antes.
—Lo siento no puedo quedarme a cenar... yo... discúlpame con papá y mamá.
El primer sollozo escapó de mis labios al tiempo que di un paso hacia atrás en colapso físico y emocional.
Marie dominada por la emoción alargó la mano hacia mi brazo y cerré los ojos con fuerza para combatir la presión de las lágrimas.
—¡Espera no te vayas! Déjame que...
La puerta de un dormitorio se abrió y Marie se calló. Desvié la vista hacia allí y la figura de la mujer que había presenciado el desfile junto a mi padre se perfiló en el umbral. La miré a los ojos y me devolvió la mirada con gesto grave.
¿Quién era esta mujer? ¿Por qué me miraba con tanta hostilidad?
Me obligué a despejar mi mente del encuentro con Alaric. El dolor seguía ileso, la vida una vez más me abofeteaba horriblemente y me sorprendía in fraganti, pero hice mi máximo esfuerzo por no verme débil ante esta mujer que me inspiraba una total desconfianza.
—No sabía que estabas en casa —Habló Marie con voz serena mientras entrelazaba sus dedos a los míos con fuerza.
—Sí, bueno... llegué hace un rato, quería despedirme de Alaric —Ese comentario arrancó en mi hermana una breve risa sarcástica y la mujer depositó la mirada sobre Marie — ¿Qué te hace tanta gracia? —Replicó con vacilación y al contemplarla se le ensombrecieron los ojos con un halo de misterio.
—Nada. ¿Me harías un favor? Íbamos a quedarnos a cenar, pero ha surgido un imprevisto y tenemos que marcharnos. ¿Podrías decírselo a papá?
Marie que continuaba aferrándome la mano la apretó en el instante que la mirada de la mujer se cruzó de nuevo con la mía.
—¿Y por qué no se lo dices tú misma? Así puedo saludar mientras tanto a mi sobrina desaparecida por tantos años. Bonjour, Chloe, soy tu tía Lorraine. Hermana de tu padre —murmuró mientras avanzaba y Marie tiró de mi hacia la escalera.
—¿Me dejas darte un beso? —Me dirigió una sonrisa que se me antojó maligna, cínica y mi hermana sacudió la cabeza.
—Me temo que tendrá que ser en otro momento, tenemos muchísima prisa —manifestó con sequedad Marie.
—¿Ni siquiera un breve beso? Da la impresión de que estáis huyendo.
Lorraine la miró con el ceño fruncido y tensó la comisura de los labios.
—¡No te olvides de hablar con mi padre! Au revoir —se despidió con creciente impaciencia, tirando de mi mano casi con desesperación para sacarme de ahí y su actitud me desconcertó.
Lorraine se quedó de pie, mirándonos durante lo que pareció un largo, atemporal momento mientras comenzábamos a bajar las escaleras y me percaté de cómo cerraba los dedos con fuerza.
—Por lo que acabo de ver me queda bastante claro que no te llevas muy bien con la hermana de papá —dije en voz baja y me lanzó una mirada de advertencia.
—Ten mucho cuidado con ella. Es una mentirosa. Una manipuladora que sabe muy bien lo que hacer para que la gente haga lo que ella quiere.
—¿Se puede saber dónde vais con tanta prisa? Hace rato que os estamos esperando para cenar.
La voz de papá proveniente del vestíbulo nos sobresaltó a las dos y traté de cubrir mi nerviosismo con una sonrisa.
—Papá, yo... lo siento. No podré quedarme a cenar —dije bajando los últimos escalones con una breve vacilación y la sonrisa se me desvaneció con rapidez cuando percibí la triste gravedad de su expresión.
—¿Ha ocurrido algo? —Frunció el entrecejo y se me obstruyó la garganta.
—Le ha surgido un imprevisto. Debe presentarse antes de tiempo en el local donde se celebrará la after party del desfile, y me he ofrecido a llevarla —Habló Marie haciendo todo lo posible por parecer sincera.
—No tienes por qué llevarla tú. Para eso tiene a Scott, su guardaespaldas —Farfulló y Marie le miró boquiabierta.
—Ya sé que tiene su guardaespaldas, pero quiero hacerlo yo. Soy su hermana.
Marie se mostró implacable y en la cara de papá apareció una expresión extraña y distante.
—No entiendo tanta insistencia por tu parte. ¿O acaso has quedado con alguien después de dejar a Chloe?
Nuestro padre puso una cara cuidadosamente impasible y luego la observó en silencio. Un silencio que parecía asfixiante.
—¿Tienes algo que contarme Marie? —Pronunció su nombre con cierto tono inquisitivo y Marie le dirigió una mirada precavida con sus grandes ojos oscuros.
—¿Dónde estuviste ayer por la noche después de la boda de Gaël y Chloe? Me contó Alaric antes de marcharse de viaje que no dormiste en casa.
El tono de papá era de reproche y Marie tomó aire.
—Fui a ver a un amigo, necesitaba hablar con él —Respondió con brusquedad y papá inhaló con fuerza.
Era evidente que se trataba de un tema espinoso por sus reacciones.
—¿A las tantas de la madrugada fuiste a ver a un amigo a su casa? Será mejor que no tenga que ver tu escapada nocturna con uno que yo sé, por que si no...
Marie se tocó el pelo nerviosa y el rostro de papá se enfrió considerablemente.
—¿Tomarías represalias contra mí si decidiera regresar con Gerard? —dijo en un tono tajante a punto de estallar y el corazón se me aceleró.
—¿Gerard? Tú y Gerard...
Mis ojos se abrieron como platos en una momentánea confusión y Marie se dio media vuelta para mirarme.
—No sé cómo puedes dirigirle ni tan siquiera la palabra a ese hombre.
La voz de papá se tornó dulcemente árida y a Marie le cambió la cara.
—Él es el hombre al que verdaderamente amo —Empezó a decir con vacilación y sentí que se me agarrotaban los músculos de todo el cuerpo ante la insólita manifestación de sus sentimientos —. Siempre le he amado. Gerard es el único capaz de sacarme de la lúgubre oscuridad que un día llenó mi vida cuando tomé la decisión equivocada —susurró con la voz rota incapaz de contener las lágrimas y me aferré a la barandilla de la escalera impresionada por su confesión.
—Él fue tu decisión equivocada en el momento que permitiste que se acercara a ti hace años —Resolló de furia papá y Marie tembló ante su expresión — ¡Él te hizo derramar infinidad de lágrimas! ¿Acaso no recuerdas lo que te hizo? Marie ahora tienes una vida tranquila, no cometas de nuevo el error de caer en sus redes. Se responsable.
Marie enarcó una ceja y se le dibujó una sonrisa amarga.
—¿Que sea responsable? ¿No te parece lo suficientemente responsable el sacrificio que hice en el pasado? Lo siento, pero no pienso permitir que me hagas un juicio de valor moral. No tienes ningún derecho a meterte en mi vida privada y decidir si puedo ver o no al hombre que amo, y más después de lo que descubrí. No sabes nada de mi vida, no sabes el sufrimiento por el que estoy pasando. Creéis que soy feliz cuando en realidad vivo en el ojo del huracán, donde todo parece plácido y tranquilo, mientras que todo a mi alrededor gira sin control —Hablaba con los ojos empapados en lágrimas y mi padre se quedó inmóvil.
—¿No eres feliz? —Exhaló un suspiró y su rostro se ensombreció, afligido por una gran pena.
Sentí una mezcla de conmoción y pesar. Se veía angustiado como si le hubieran asestado un puñetazo, igual que Marie, que dejó resbalar suaves lágrimas por su rostro.
—En ocasiones la vida tiene un cruel sentido del humor. Nada sucede por mera casualidad, y uno de los tantos falsos azares planeados por ese destino retorcido, irónico, aficionado a las bromas pesadas me ha permitido descubrir que alguien me arrebató la posibilidad hace años de ser feliz junto al hombre que amo.
Permanecía inmóvil mientras hablaba, pero noté la vibración de la emoción que la embargaba más allá de la apariencia.
—Sé que pensabas que era feliz pero no lo soy.
Dejó en libertad su tristeza y papá me sorprendió atrayéndola contra su hombro.
—Hija... no tenía la menor idea —Logró articular al fin pasándole una mano por la espalda y sus cuerpos se fundieron en un sentido abrazo, cálido e intenso.
—Mi vida es como un laberinto, pero sé que no es tarde para comenzar de nuevo, papá. Quiero volver a construir mis sueños. Necesito volver a reír. Escuchar mi risa... recuperar mi vida junto a Gerard. Volver a ser yo... —susurró con la ilusión expuesta y experimenté una inquietud aplastante, una vaga sensación de malestar en la boca del estómago.
Sentí el conflicto formándose en mi interior, mezclado con un leve pánico. Entre las cosas que eran verdaderamente importantes para mí estaba recuperar a mi familia. Necesitaba revelarle a mi hermana lo sucedido con Gerard.
—Marie, tengo que hablar contigo —Me atreví a decir en voz baja con el corazón latiendo muy deprisa y desvió su mirada hacia mí.
Durante una fracción de segundo una parte de la angustia que se reflejaba en su rostro se disolvió y tragué saliva para eliminar la punzada de dolor que sentí en la garganta.
Ahí estaba Marie frente a mí, abrazada a papá, y debía contárselo ahora, en toda su tibieza. Gerard era extremadamente sexy y hablaba de él como si fuera el amor de su vida, como si le hubiera perdido en el pasado, pero... ¿Y si Gerard estaba jugando ahora un juego peligroso con ella? Aprovechándose de planes antiguos, viejas nostalgias.
—Tengo que contarte algo que sucedió la otra noche —dije casi sin aliento con el corazón desbocado —. Es sobre Gerard...
—Ahora no —Replicó Marie abruptamente —. Ya hablaremos durante el trayecto en coche de la fascinación de cierto pastelero parisino por las hermanas Arnault.
Le chispearon los ojos como si meditara algún conocimiento secreto y me quedé sin habla. Me dejó KO con el comentario, como si hubiera recibido en un cuadrilátero el mejor golpe, perdiendo un combate en el ring.
—Pero, ¿qué demonios...?
Nuestro padre miró con extrañeza a Marie, y luego me miró a mí.
—Tenemos que irnos papá —Insistió Marie y éste hizo un gesto de desagrado.
¡Ay Dios! ¿Sabía lo del beso? ¿Se lo habría contado Gerard? La única manera de averiguarlo era preguntándoselo, sin embargo, me callé respetando su decisión de posponer la conversación.
Después de un instante de dudas, pensé en Marie y Gerard y entonces pude entender la reacción de Marie el día del fitting room. Recordé la escena y su dolor cuando Gerard se negó a hablar con ella, despertando en mí una enorme curiosidad.
De inmediato me pregunté qué habría pasado en sus vidas para que sus caminos se separaran.
¿La indiferencia de Gerard esa tarde en el fitting room fue una pose? ¿Una máscara para camuflar sus verdaderos sentimientos? El malogrado matrimonio de Marie con Alaric me hizo formularme la gran pregunta del millón ¿Por qué mi hermana se casó con Alaric si en realidad amaba a otro hombre?
Exhausta mental y emocionalmente me despedí de mis padres con la promesa de regresar al día siguiente para disfrutar de un almuerzo en familia, y tras averiguar donde se encontraba Scott, salí de la mansión.
Le localicé apoyado en el capó del coche mirando con atención su móvil. Serio y concentrado tecleaba sobre la pantalla. Parecía enfadado. Aunque nada traicionaba su expresión, en el aire flotaba la hostilidad. ¿Con quién hablaría?
Caminé por la grava con mis Louboutin haciendo ruido y mi «adorable» guardaespaldas nada más oírme irguió la cabeza y comenzó a reír.
—¿De qué te ríes? —murmuré mientras me acercaba y soltó una carcajada al verme trastabillar por cuarta vez.
—¡Joder! Para caminar por la grava con unos tacones de esa altura debería exigirse un curso de prevención de riesgos laborales, a juzgar por las secuelas que podría acarrear una caída desde semejante altura. La visita a traumatología seguro que es obligatoria.
El muy cabrón se estaba divirtiendo a mi costa viéndome caminar como un funambulista.
—No te preocupes por mí, soy una atleta de gemelos poderosos.
Nos miramos con una sonrisa cómplice y agradecí este momento de relax después de tanta tensión.
—¿Nos vamos ya para la fies...?
No pudo terminar la frase, un notable estruendo nos sobresaltó.
—¿Qué ha sido eso?
Me agarré al brazo de Scott y miré con recelo hacia la parte izquierda del edificio donde provenía el sonido.
—Parece el ruido de un tubo de escape —dijo concentrado en el sonido y al instante un coche apareció dejándonos boquiabiertos.
—Pero, ¿qué es ese cacharro? —murmuró Scott y la joya plateada propulsada por un motor de vete tú a saber el año de fabricación estacionó al lado de nosotros.
—Venga, súbete —dijo Marie asomándose por la ventanilla del coche —. Tu guardaespaldas que me siga.
Scott arqueó una ceja.
—Si crees que voy a dejarte marchar en ese coche estás muy equivocada. Un Mercedes-Benz 190 SL, sin dirección asistida, sin airbags, sin cinturones de seguridad. Por no hablar de los frenos de tambor. Sé de uno que me matará si se llega a enterar que te dejo ir ahí subida. No irás en ese cacharro vejestorio —dijo Scott ofuscado mientras el precioso Mercedes atraía toda mi atención.
—Oye no llames así a mi Mercedes. Tiene cinturones de seguridad y también lleva servofreno —Se quejó Marie, sin sonreír—. Chloe, ¿tienes carnet de conducir? ¿Te apetecería conducir mi «cacharro vejestorio»? —Me preguntó mirándome directamente a los ojos y sin pensármelo dos veces abrí la puerta del conductor.
—Por supuesto.
Marie salió del coche para cederme su lugar y mi adorable guardaespaldas posó una mirada helada sobre mí. Mi hermana se sentó en el asiento del copiloto, me cedió las llaves y me enseñó a arrancarlo.
—¡Estupendo! —dijo Scott con brusquedad e inevitablemente sonreí.
Allí estaba Scott Zackhar, más corpulento y más malo que nunca, intercambiando una mirada impaciente conmigo. Vestido de un modo informal, con una camiseta negra y unos vaqueros negros que se ceñían a su musculoso cuerpo de acero.
—¡Scott! Ya estás tardando para subirte al coche y seguirme —Me despedí con la mano y me moví unos metros en primera para salir de la mansión — ¡Vamos! — Le grité asomando mi cabeza por la ventanilla y clavó sus ojos oscuros en mí, reacio a verme subida en ese coche.
El Mercedes era precioso, llamaba la atención de todos los transeúntes dijera Scott lo que dijera. Sin embargo, en los primeros semáforos empecé a recordar qué era eso de conducir con cuatro frenos de tambor, y a punto estuve de cometer suicidio ritual al pisar el pedal de freno.
—¿Por qué te compraste este coche tan antiguo? —dije moviéndome en el tráfico urbano y cuando quise comprobar si me seguía Scott me di cuenta que el retrovisor derecho estaba completamente de adorno, y el central casi.
—¿Te gusta? —Giré la cabeza más veces que nunca, como si condujese un caza de la Segunda Guerra Mundial para ver si Scott estaba en ángulo muerto, por si esa era la razón de no haberle visto, y entonces el Maserati apareció entre los vehículos.
—He tenido un flechazo. A pesar de no tener dirección asistida, a la que estoy acostumbradísima, o que el cambio de marchas no tenga los recorridos tan precisos como un coche moderno, me gustaría comprártelo. Es una verdadera joya. Me encanta la sensación especial de conducir un coche que tiene 50 años.
Comencé a disfrutar moviéndome entre el tráfico velozmente, de un modo divertido. Conducir este coche me ayudaba a despejarme.
—Te lo regalo —dijo Marie y la miré a los ojos un instante.
—¿Qué? No puedo aceptarlo.
Las emociones se esparcieron por el aire del pequeño habitáculo.
—A Chloe no le gusta, dice que es muy incómodo.
Haciendo una mueca, Marie acarició el asiento.
—¡Pero si es un sofá con ruedas! —murmuré y me miró divertida.
—Si supieras cómo llama al coche, con quien compara el Mercedes, te quedarías a cuadros.
Tuve que hacer un esfuerzo para no reírme pensando en el apelativo con el que se refirió a Charisse.
—Ya me lo ha dicho.
Marie soltó una carcajada y yo otra. Escuchar nuestras risas, compartir las dos un momento de felicidad, sin pensar en el pasado ni en el futuro, fue reconfortante.
Sin embargo, pronto el remordimiento por lo sucedido con Gerard comenzó a hacer de las suyas. Mi malestar creció en cada respiración.
—Marie... —Empecé a decir librando un combate mental y Marie puso su mano sobre la mía.
El contacto de su mano me transmitió una onda de emociones. Tenía miedo. No quería causarle dolor.
—Sé lo del beso en la discoteca, me lo contó el propio Gerard esa noche—dijo en voz baja y mis dedos se aferraron a la palanca del cambio de marchas con fuerza. ¡Joder! ¿¡Por qué tuve que besar a Gerard en la discoteca!? Ojalá los ojos de Marie pudieran estar dentro de mi mente para que viera que no significó nada para mí. Con el corazón en la palma de mi mano abrí la boca para hablar, pero cuando las palabras llegaron al borde de mis labios, el móvil de Marie comenzó a sonar.
Buscó el teléfono en su bolso, y descolgó la llamada con rapidez no sin antes indicarme que continuara circulando con el Mercedes por Quai François Mitterland.
Le train Bleu, situado en la estación de Gare de Lyon, un restaurante de 1901 clasificado como monumento histórico, cuyas paredes parecían más las del Palacio de Versalles que las de un restaurante, fue el lugar escogido por Marie para hablar.
Algo que estaba deseando. Necesitaba aclarar las cosas, disipar cualquier duda que tuviera. En mi interior guardaba la esperanza de que todo estaría bien entre nosotras después de la conversación. Su forma de comportarse conmigo así me lo indicaba.
Durante el trayecto en coche fue imposible retomar el tema ya que estuvo todo el tiempo discutiendo acaloradamente por teléfono con su agente, algo que me tomó totalmente por sorpresa.
Su retirada de las pasarelas.
—¿Estás segura? Sólo tienes 26 años —Le pregunté mientras saboreaba una comida deliciosa en uno de los restaurantes de referencia en París, rodeada de cubiertas de madera dorada, pinturas y molduras espectaculares.
—Sí, seguiré trabajando en la industria de la moda, pero ya no del mismo modo. No quiero viajar tanto. Se avecina un gran cambio en mi vida y mi hija me necesitará más que nunca —Contestó después de dar el primer bocado a su «Gigot d'agneu» y no pudo evitar que le saliera del alma un sincero «Oh la la» tras saborear el excelente cordero asado.
—¿Te vas a divorciar de Alaric? —dije de repente y levantando los ojos del plato hacia mí, la rabia cinceló las líneas de expresión de su rostro.
—¡Por supuesto! —Exclamó y por un segundo me pareció ver como si cayera en un pozo sin tener modo alguno de salir de él — Ojalá pudiera arrancarlo de mi vida como si fuera una maldita hoja de papel y tirarlo a la basura. No sé cómo pude casarme con ese monstruo —dijo repleta de vulnerabilidad e inesperadamente ahogó un sollozo—. Un monstruo degenerado y asqueroso —Se le quebró la voz y percibí como luchaba contra las lágrimas.
—Es el padre de tu hija —Me apresuré a decir y el estómago se me encogió ante la idea de que ese maldito bastardo fuera el padre de mi sobrina Chloe.
—Jamás podría continuar casada con el hombre que te violó —Me interrumpió con lágrimas en los ojos y se me formó un nudo enorme en la garganta que apenas me dejaba respirar.
—Además sigo enamorada de Gerard. A pesar del dolor que me causó en el pasado, de cada desilusión, cada palabra hiriente que pronunció destruyéndome, de cada momento de soledad por su culpa. ¡Dios! Sigo enamorada como una idiota de él —dijo con un suspiro y noté su melancolía mientras me hablaba.
—Después de tantos años sin cruzármelo por la calle a pesar de vivir en la misma ciudad, tenía la esperanza que al verle de nuevo mi corazón no saltaría de mí huyendo tras él, pero me equivoqué. El otro día en el Fitting Room me di cuenta que seguía amándolo... tan guapo, tan descarado como siempre.
—Siento haberme besado con Gerard. Lo siento de verdad —Me apresuré a disculparme —. Desconocía la existencia de vuestra relación.
La miré mortificada. Me tendió un mano por encima de la mesa y tomó la mía.
—No debes disculparte. No existe ninguna relación entre nosotros. Hace años que lo nuestro se terminó. No quiere saber nada mí.
El dolor se reflejó en sus ojos y me conmovió su mirada.
—De igual forma perdóname ¿sí? —dije con un nudo en la garganta y sonrió débilmente.
—No pasa nada, Chloe, he visto muchas fotos de Gerard besuqueándose con otras. Modelos, actrices, artistas, mujeres a las que llena de atenciones, ternura, con esa forma de tratarlas ... como si fueran la cosa más importante del mundo para él —Cerró los ojos y suspiró profundamente.
—¿Cómo le conociste? —pregunté con curiosidad.
Abrió los ojos ante mi pregunta y un brillo asomó a su mirada supongo que al evocar su primer encuentro.
—La primera vez que le vi fue en el Salón Anual del Chocolate en París —dijo como si hablara en sueños y una leve sonrisa le iluminó la cara —. Hay algunas cosas a las que pocas mujeres pueden resistirse y dos de ellas son el chocolate y lucir un hermoso vestido —murmuró y asentí con la cabeza.
—Yo soy una de esas mujeres —dije sonriendo y Marie hizo un breve gesto de asentimiento.
—Gerard presentaba en el Salón Anual del Chocolate en un sorprendente show de moda un diseño de Vivienne Westwood, hecho y decorado con piezas de chocolate. Yo fui la modelo asignada para desfilar con su diseño —dijo mirándome fijamente.
—¡Qué interesante! —murmuré con una sonrisa en los labios y vi cómo se le dilataron las pupilas.
—La palabra interesante se queda corta con la experiencia que viví.
Me devolvió la sonrisa al mismo tiempo que se puso colorada y arqueé las cejas.
—¿No me digas? Cuéntame...
Su mirada se tornó más intensa y me quedé con las ganas de saber que sucedió.
Justo en ese momento el camarero nos interrumpió colocando sobre la mesa los platos del postre. Dos crujientes de chocolate y flor de sal con gianduja de nuez pecán y mouse de avellana que a mí en particular me provocó pegarle un mordisco inmediatamente.
—Mirarte me provoca darte un mordisco —dijo Marie de repente en voz baja y levanté la vista del plato con rapidez.
—¿Qué dijiste? —Parpadeé confusa y reprimió una carcajada supongo que de ver mi cara y mi expresión desencajada.
—Eso fue lo que me dijo Gerard en el oído mientras amoldaba a mi look finas láminas de chocolate con sus expertos dedos —Marie se ruborizó intensamente y soltó un suspiro—. Que por cierto eso fue precisamente lo que me hizo cuando finalizó el desfile. Darme un sugerente y tentador mordisco sobre el pecho.
La miré fijamente arqueando ambas cejas y casi pude ver sus hormonas revolucionadas flotando en el aire.
—¡Oh my god! ¡Qué momento más sexy que envuelta en chocolate te diera un mordisco!
Me llevé a la boca un trozo del crujiente chocolate y el delicioso sabor del mouse de avellana me provocó un gemido.
—Allí comenzó nuestra historia —Confesó y a su vez también se llevó a la boca un trozo del crujiente chocolate.
—Gerard y yo estuvimos saliendo durante cuatro años. Cuando le vi la primera vez en ese Salón del Chocolate me enamoré de él profundamente. Papá no quería que me acercara a Gerard porque era de sobras conocido por ser un mujeriego, pero evidentemente no le hice ningún caso, claro. Me acerqué y mucho —Marie sonrió débilmente —. Me encantaba sentarme en la trastienda de Le Furet y mirar cómo creaba sus deliciosos postres. Casi todas las noches me quedaba en su piso de Montmartre. En esa época no hablábamos mucho del futuro, pero yo sabía que planeaba viajar a Nueva York para encumbrar su carrera y sólo era cuestión de tiempo que se marchara como finalmente sucedió. La noticia me sentó fatal. Papá no me dejaba ir con él si no era con una boda de por medio, y Gerard me dijo que éramos muy jóvenes y que no estaba preparado para casarse. Me puse a llorar y le dije que le esperaría, pero él me dijo no lo hiciera, que no sería justo para mí. Insistió en que era joven y que le olvidaría y me enamoraría de algún otro y no discutí más con él. Me hizo muchísimo daño —dijo en voz baja.
—¿Y luego qué sucedió? ¿Cómo fue que terminaste casada con Alaric? —pregunté tras un prolongado silencio.
—Yo amaba a Gerard y eché por la borda cualquier posibilidad de recuperarlo en el momento que Alaric se convirtió en mi paño de lágrimas —Empezó a decir y soltó una carcajada amarga que me puso los vellos de punta —. El padre de Alaric, Athos, tenía una gran amistad con papá y venía con frecuencia a casa en aquella época. Alaric siempre le acompañaba, y aprovechaba esos ratos para entablar conversación conmigo. Con ese aire de irresponsabilidad que da el dinero desde la cuna conseguía sacarme un poco de la nostalgia que me invadía. Dos semanas después de que Gerard se marchara a Nueva York me invitó a cenar. Puse mil excusas negándome, pero Alaric cariñoso y amable me planteó una cita sin ningún tipo de compromiso. Una cena entre amigos...
Marie hablaba, pronunciando las sílabas de un modo mesurado como una cinta grabada, pero percibía como bullía de ira bajo la aparente calma. Su furia contenida.
—Fue muy inteligente. Durante la noche aprovechándose de mi vulnerabilidad utilizó la hábil excusa de incitarme a beber para olvidar. «Un poco de alcohol en tus venas aliviará tu dolor por la ausencia de Gerard» me decía. ¡Qué estúpida fui! —Hizo una pausa y se me aceleró el corazón.
Mi silencio era pétreo. Tenía pánico por lo siguiente que pudiera escuchar salir de sus labios y aturdida por completo esperé con ansiedad a que continuara hablando.
—Esa noche me emborraché y amanecí al día siguiente en la cama de Alaric —Abatida se apartó un mechón de la cara y se me cerró la garganta.
La ira que se reflejaba en su cara dio paso a una actitud de desilusión, rendida ante la evidencia de su responsabilidad y la miré mientras sus palabras resonaban todavía en mis oídos.
—¿Recuerdas algo de esa noche? —Le pregunté y negó con la cabeza.
Me recorrió una oleada de náuseas.
—¿Crees que Alaric me drogó esa noche como hizo contigo?
Sentí una fuerte opresión en el pecho y me sumergí en recuerdos, en sensaciones. Me sentí mareada. Solo yo sabía la desesperación con la que me desperté aquella fatídica mañana.
—Podría ser... —Cerré los puños con fuerza, presa de la angustia y Marie prestó atención a mis manos.
—Alaric esa mañana me dijo que habíamos usado condón. Sin embargo, o bien se rompió, o claramente me mintió ya que unas semanas después descubrí que estaba embarazada. El pánico se apoderó de mí. Gerard por fechas también podía ser el padre y movida por la vergüenza cometí un error gravísimo ya que por temor a la reacción de papá y mamá le pedí ayuda a Lorraine —dijo con voz ahogada y de repente se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Jamás debí confiar en ella. Mi propia tía me traicionó... —susurró con el alma en los pies y me incorporé de la silla para sentarme a su lado.
Me hablaba con un dolor que se podía sentir en el aire.
—Marie, ¿qué hizo Lorraine? —Quise saber y acaricié su tensa mejilla.
Noté como se estremeció bajo mi tacto.
—La hermana de papá siempre ha estado enamorada de Athos. Desde siempre. Incluso de antes de quedar viudo. Y astuta, seria y rígida en todos los aspectos de su vida no dudó en traicionarme cegada por Athos. Le pedí que me guardara el secreto y lo primero que hizo fue correr a su casa. Sabía que Athos se pondría feliz con la noticia de mi embarazo, entraría a formar parte de la familia de su gran amigo Philippe. El día que vino Alaric a casa en plan caballero andante dispuesto a salvar a la damisela en apuros me quedé de piedra. Lo hubieras visto. Le dijo a papá que me amaba y prometió que se haría cargo de mí. Se casaría conmigo —murmuró con la mirada fija en su alianza de oro que llevaba en su mano derecha y me dominó un frío cortante en el cuerpo.
—No puedo creer que la hermana de papá te traicionara de ese modo —Pronuncié sin poderme quitar la sensación de frío y un brillo de dureza fulguró en sus ojos oscuros.
—Aún no te he contado lo mejor —Prosiguió, y en su voz hubo un tinte irónico —Alaric al día siguiente de hablar con papá vendió la exclusiva de la boda por varios millones de euros a una revista del corazón. Las declaraciones no tenían ningún desperdicio.
Confesaba que me amaba con toda su alma, que nos íbamos a casar porque venía un bebé en camino fruto de nuestro amor, y no sé cuántas estupideces más —Le tembló la barbilla y vi como el dolor le ensombrecía los ojos.
—¿Y Gerard vio la revista? —pregunté.
Irradiaba una desesperación tan profunda que no lograba quitarme la sensación de frío.
—Le rogué a Dios para que no llegara a oídos de Gerard la noticia, pero no tuve suerte. Al cabo de unas horas recibí una llamada de él desde EEUU y ese día todas mis ilusiones de recuperarle se esfumaron.
Dos gruesas lágrimas se asomaron a sus ojos y me quedé quieta sin saber qué decir, qué sentir, qué pensar, solo la miraba totalmente inmóvil.
—Jamás pensé que unas palabras podían herir tanto como las que pronunció Gerard ese día por teléfono —dijo con la voz entrecortada por la emoción y se limpió sus lágrimas con el dorso de su mano.
—Me dijo que me faltó tiempo para reemplazarle. Que nunca pensó que yo sería esa clase de mujer que se acostaba con los hombres a las primeras de cambio. Que gracias a Dios que recibió una llamada a tiempo porque había decidido regresar a París por no poder vivir sin mí. Se había dado cuenta que en realidad si estaba preparado para casarse conmigo... —Calló con la mirada nublada por las lágrimas y pude ver las cicatrices visibles y profundas de su corazón.
—Marie, tuvo que ser muy duro para ti escucharle —Acaricié su rostro con ternura.
—Me quería morir.
Su voz apenas audible en un murmullo sonaba muy triste.
—Esa fue la última vez que hablé con él. No supe solucionar el desastre. En esa llamada le intenté confesar mis dudas sobre la paternidad del bebé mientras lloraba de frustración, pero no me dejó hablar. Cortó la comunicación dejándome el corazón hecho añicos y cuando posteriormente intenté ponerme en contacto con él solo obtuve un brutal silencio por su parte. ¡Dios mío era tan joven!... —Empezó a sollozar sin contención y sentí el peso de un agujero enorme formándose en mi pecho.
—¿Gerard es el padre de Chloe?
Marie tomó aire y totalmente inmóvil esperé su respuesta.
—No lo sé, Alaric nunca ha querido hacerse las pruebas de paternidad alegando que le da igual, que Chloe es su hija y punto.
Se puso rígida y me miró parpadeando de forma nerviosa con lágrimas en los ojos.
—Pero yo sí necesito saber quién es el padre de mi hija ¡Estoy desesperada! —Exclamó.
—Esta noche le pedí el divorcio a Alaric antes de que se marchara de viaje y me amenazó con quitarme a la niña si lo hacía —Jadeó —. Necesito que Gerard se haga las pruebas. En el fondo de mi corazón siempre he albergado la pequeña esperanza de que Gerard es el verdadero padre de Chloe y necesito que me escuche. Que deje su rencor a un lado por lo que sucedió entre nosotros en el pasado y se haga las pruebas de ADN. Si me separo, Alaric intentará separarme de mi pequeña y no puedo permitir que eso suceda. Mi niña es mi único tesoro. Me moriría sin ella—Gimió Marie y los sentimientos me ahogaron.
—¿No has hablado aún con Gerard del tema? Dijiste que fuiste anoche a su casa —Esbozó una sonrisa fugaz temblorosa en las comisuras y se me encogió el corazón.
—Sí, me presenté en su casa dispuesta a hablar con él sin importarme la hora, pero una vez más no me lo permitió —murmuró muy seria.
—¿No me digas que no te abrió ni siquiera la puerta? —dije, extendiendo la mano, con la esperanza de aliviar su tristeza.
—Sí, sí me abrió, pero nada más abrir la puerta cuando fui hablar me calló con un largo beso —Hizo una pausa, sus rasgos se suavizaron y casi sonrió —. Fue un beso diferente a los que recordaba. Nada de dulzura. Este beso fue intenso. Sentí que me abrasaba, que penetraba en mi corazón como un hierro candente. Sentí como la rabia ardía en su pecho, pero no sé si era rabia contra sí mismo o contra mí —dijo con la voz entrecortada y casi pude sentir el hormigueo que había despertado en ella ese beso.
Sus ojos brillaban.
—¿Y después de ese beso que sucedió?
Marie se acercó a mí con aire confidente y hubo un momento de silencio. Noté como tomaba aire y paseó la mirada por la mesa contigua dónde estaba Scott con la vista fija en el móvil. Presentí que era el preámbulo de una revelación íntima.
—El hombre que me había ignorado durante años, me hizo el amor, y fue maravilloso —susurró en voz muy baja para que nadie la escuchara, pero Scott me miró al instante por el rabillo del ojo y supe que la había oído.
Al entrar había llamado la atención de todas las mujeres, incluida una camarera que intentó entablar conversación con él en cuanto se sentó en la mesa de al lado. Sin embargo, Scott no le hizo ni el menor caso. Pidió la cena y se aisló del mundo que le rodeaba, callado, concentrado, pendiente del móvil. A excepción de un par de veces que lo pillé mirando hacia una esquina del restaurante, todo el tiempo estuvo inquieto y distante. Le sostuve la mirada unos segundos y creció mi desasosiego. Su rostro no revelaba nada, impenetrable, pero sentía que algo estaba sucediendo.
Me iba a girar para ver quien se encontraba en ese lugar cuando Marie apretó mi mano. Enfrascada en mis pensamientos tardé unos segundos en darme cuenta de que mi hermana me estaba hablando y dejé de mirar a Scott para poner toda mi atención en ella.
—Chloe, necesito pedirte un favor muy grande —dijo tras respirar hondo y sus ojos se llenaron de lágrimas, unas que contuvo.
—Dime qué necesitas —Bajó la mirada hacia nuestras manos y tratando de sacar su tristeza decidí levantarme de la silla y ocupar la que tenía a su lado —. Dime qué he de hacer, cómo puedo ayudarte y lo haré —Besé su mejilla antes de sentarme en la silla y mi teléfono empezó a sonar.
Miré el móvil que tenía sobre la mesa y me dio un vuelco el corazón. Era una llamada de Gaël. Mi primer impulso fue contestar, pero decidí no hacerlo. Estaba furiosa, absolutamente furiosa con él... furiosa por haberme hecho daño. Furiosa con él por hacerme sentir vulnerable.
—¿No contestas? —dijo Marie, poniendo una mano en mi hombro y negué con la cabeza.
—No, lo tuyo es más urgente. La llamada puede esperar. Estabas a punto de pedirme un favor —Silencié el móvil y a continuación la miré a los ojos —. Dime de qué se trata Marie.
Marie removió la cucharilla en su taza de café y pude apreciar su nerviosismo. Le temblaban las manos. Podía sentir sus emociones, sus miedos, sus inseguridades, flotaban en el aire.
—Necesito que hables con Gerard. Anoche después de hacer el amor se marchó inmediatamente de su casa. No quiso escucharme. Le dije que teníamos que hablar, pero no me lo permitió —Sollozó —. Se vistió con prisas maldiciendo por haber sucumbido a la tentación y desesperada antes de que saliera por la puerta de la habitación le grité la verdad más simple, que tenía una hija. Unos segundos después escuché un portazo —Me miró con lágrimas de frustración en sus ojos y tragué saliva para deshacer el nudo que se había formado en mi garganta —. Sé que ahora estará arrepintiéndose de haberse acostado conmigo. Él no me cree... no me cree Chloe. Por favor necesito que hables con Gerard. Sé que él te escuchará.
Los sollozos se convirtieron en lágrimas y no pude soportar verla así. La abracé para consolarla.
—Tranquila, hablaré con él mañana. Sí o sí Gerard me va a oír. Le enseñaré que debe aprender a escuchar —Le dije mirándola a los ojos.
—Gracias. Estaré en deuda contigo para siempre —susurró a través de las lágrimas al tiempo que besaba mi mejilla.
—Chloe tiene su mismo pelo rubio, los mismos ojos azules y su misma sonrisa — murmuré y en los labios de Marie asomó una sonrisa.
—Ma petite princesse...
El móvil comenzó a vibrar sobre la mesa y las dos dirigimos la mirada hacia la pantalla. Era Gaël de nuevo. Imaginé su voz profunda y sensual deslizándose por mis sentidos y apreté las palmas de las manos contra los párpados. Me estaba empezando a doler la cabeza. Cada célula de mi cuerpo reclamaba a gritos que respondiera a la maldita llamada.
—Voy a contestar —dije entonces levantándome de la silla, siguiendo un repentino impulso —. Ahora regreso.
—Aquí estaré.
Scott, que en ese momento se llevaba una taza de café a los labios se irguió en la silla cuando pasé por su lado. Rápidamente dejó la taza sobre la mesa, se levantó y me siguió por el restaurante.
—Hola, Gaël —Le saludé secamente mientras me dirigía a la salida y me extrañó el significativo silencio al otro lado de la línea —¿Gaël? —Miré la pantalla por si se había cortado la llamada.
Entonces escuché una carcajada. Una carcajada impropia y malvada que provenía del teléfono. Me acerqué el móvil al oído derecho y sentí como se apoderaba de mí un frío helador a la par que un mal presentimiento.
—¡Te advertí que te alejaras de él! Y no me hiciste caso —murmuró una voz femenina que inmediatamente reconocí.
—¿Qué quieres Elisabeth? —dije con furia — ¿Por qué estás utilizando el móvil de Gaël?
Escuchar su voz a través del teléfono fue como si alguien me acabara de golpear en el pecho con un objeto contundente.
—Quiero que te apartes de Gaël de una vez por todas. No te quiero cerca de él, si no pagarás las consecuencias por desobedecerme. ¿Nunca te comenté que existe un vídeo de tu gloriosa noche con Alaric? Sales en él como la puta que eres. Imagino la cara de tu padre, tu madre, tus hermanas o incluso la de Gaël al ver ese video tan... explícito. A mi hermano por supuesto no se le reconoce en las imágenes, pixelamos su rostro. Sería una pena que el maravilloso reencuentro con tu familia se viera empañado por algo así —Espetó con frialdad y me dio un vuelco el corazón.
—Ahórrate la saliva, maldita hija de perra. No te creo —mascullé con intensidad contenida y se produjo un breve, pero denso silencio.
No podía ser. Eso era Imposible.
—Estás advertida.
Elisabeth colgó, dejándome con la sensación de haber recibido un disparo y me giré mientras sorteaba un par de camareros que apenas dejaban paso libre entre las mesas. Aturdida, impactada, con la ansiedad extendiéndose en mi interior por sus palabras, la abstracción me impidió reparar en la figura masculina que se levantaba de una de las sillas. Se produjo un choque apenas ligero entre nosotros, pero lo bastante fuerte para sacar del interior de su copa de champagne todo el contenido que sostenía su mano derecha.
—¡Oh! ¡Perdón! —Exclamamos al unísono.
—Je suis désolé, yo...
Traté de formular una disculpa, sin apartar la vista del champagne derramado en la mesa y al alzar la cara, vi un rostro que me hizo enmudecer.
—Usted...
Gregory Barthe también había tratado de disculparse y no supo qué decir cuando vio a la causante de su tropiezo. Se notaba que le había pillado desprevenido.
—De verdad lo siento —dije enseguida compungida —. Venia distraída y...
—No se preocupe, señorita Desire, la culpa fue de Gregory por incorporarse de esa forma.
Miré al hombre que hablaba sentado en la mesa. Esbozaba una leve sonrisa para romper la tensión y mis nervios se dispararon aún más tras reconocer su cara, era Athos Lefebvre el padre de Elisabeth. Y junto a él en la mesa Alimzhan Kalashov, el lobo más hambriento de Moscú.
—De cualquier manera, yo...
—Вы не преувеличивали, она... красавица.
Alimzhan Kalashov habló y dibujó en su rostro un gesto tan exageradamente amable que me erizó hasta los vellos de la nuca.
—Ahora mismo hago venir a la camarera —Me retiré unos pasos para hacer una seña a la camarera y me crucé con la mirada tensa de Scott que hablaba en ese momento por teléfono con alguien.
—Si me disculpáis —Habló Gregory Barthe sujetándome por el codo y me obligó a caminar con pasos cortos por el pasillo.
—Tal vez sea una cuestión de suerte, buena para mí y mala para usted, el hecho de que hayamos tropezado, por tanto, no quiero dejar pasar la oportunidad de hablarle de un asunto que nos concierne —dijo Gregory Barthe, sin prisa y le miré con una creciente preocupación.
—Me gustaría advertirle, de una vez por todas, que se aparte de Gaël, porque si no lo hace, le lloverán críticas por doquier de su desfile. La prensa cuestionará su carrera profesional. Y dado su ambiguo estatus social, su pasado... —Lanzó sobre mí una mirada de desprecio y apreté los puños con fuerza contra mis costados.
—¿Me está amenazando, señor Barthe? —dije molesta, incómoda y traté de soltarme.
Sentí un nudo en el estómago. No pensaba consentir amenazas de nadie. Ya tenía suficiente con las de Elisabeth. Estaba casada. No había elección.
—Todas las personas, valoramos el dinero, el reconocimiento social, ser premiados por el éxito —Prosiguió y entrecerré los ojos — ¿Piensa poner en riesgo todo su futuro? ¿O incluso el de Gaël? Si decide continuar con él, debe saber que frenaré su proyecto más ambicioso. Ése que vería la luz a mediados del año próximo y que todos los que están implicados en él auguran como un rotundo éxito. Sería un duro revés para sus aspiraciones. Sé que le destruiría...
Lo miré atónita.
—¿Sería capaz de perjudicar a su propio hijo? ¿Qué clase de persona es usted? —dije con el corazón desbocado.
Intentaba controlar mi respiración para aplacar la furia.
—Aléjese de mi hijo. Usted no es más que una cualquiera. Una huérfana, una don nadie que solo quiere su dinero, una...
—¡No le hable así a mi hermana! —Gritó Marie, interrumpiéndole —. Chloe no es ninguna cualquiera, y ni mucho menos una huérfana o una don nadie.
Por espacio de una milésima de segundo una expresión de sorpresa cruzó su rostro.
—¿Eres la hija desaparecida de Philippe? —Me preguntó con ansiedad observando mi rostro, y antes de que le contestara, como si adivinara la respuesta palideció.
—Chloe es una Arnault. Así que no se atreva a faltarle el respeto de esa forma. Si vuelve a amenazar a mi hermana le contaré a mi padre la clase de persona que es usted —masculló entre dientes Marie y rodeó mi cintura con su brazo en actitud protectora.
—¿Qué dijiste? —preguntó repentinamente Athos que se había acercado sin darnos cuenta y Marie con aparente simpatía le palmeó el hombro.
—Nada, nos marchamos. Au revoir, Athos.
Hablaba tranquila como si no hubiera revelado nada y capté su expresión. No quería dar más explicaciones de la cuenta a unas personas cuyas intenciones desconocíamos.
Marie me entregó mi cartera de mano y nos dirigimos a la salida acompañadas de un enigmático y silencioso Scott. Antes de salir por la puerta del restaurante me giré para echar un último vistazo a los «amigos» de mi padre.
—No sé cómo papá puede ser amigo de Gregory Barthe y Athos Lefebvre —dijo Marie con desdén.
Los dos permanecían de pie, quietos, inmóviles, observándome con sus caras de perplejidad por la confesión de Marie. Alimzhan, que ya no tenía la sonrisa de minutos antes, me contemplaba con aire pensativo desde su silla, ¿o era a Scott a quién miraba?
—Y yo de verdad que tampoco me explico cómo puedes ser amiga de la zorra de Danielle —murmuré guardando con desgana el móvil en la cartera de mano y se puso rígida.
—Éramos —masculló con brusquedad y alcé las cejas.
—¿Ya no lo eres? —pregunté sorprendida—. Pero si te vi hablando con Danielle en el backstage antes del desfile. Que ahora que lo pienso no sé cómo entró.
—Se coló en el backstage haciéndose pasar por mi mánager con la única intención de molestarte con su presencia. Me contó lo que sucedió entre vosotras. Debes tener cuidado, hará lo que sea para volver a acostarse con Gaël.
Fruncí los labios y la miré con el rostro turbado y encendido.
—Es una perra...
Caminaba a mi lado nerviosa y no se percató de una mirada atenta siguiendo nuestro trayecto a la salida del restaurante. Era el maître, que muy serio nos cortó el paso.
—Madeimoselle Arnault, se van los tres sin pagar.
Al oírlo Marie enrojeció y le miró avergonzada.
—Pardon... no nos dimos cuenta —Se disculpó roja como un tomate al tiempo que hurgábamos las dos a la vez en nuestras carteras de mano.
—Aquí tiene. Quédese con el cambio.
Scott se adelantó a nuestra intención de pagar y le tendió un par de billetes arrugados y el maître lo miró con los labios estirados.
Indeciso, vacilante, nervioso, o incluso con miedo diría yo, alargó una mano para recoger el dinero y Scott con un destello de diversión asomando en sus ojos hizo amago de retirar los billetes. El maître claramente contrariado atrapó los billetes nervioso, y tan pronto los tuvo en su poder se marchó con pasos acelerados por el pasillo.
—Au revoir —dijo alzando la voz Scott para que lo oyera bien el hombre que prácticamente huía despavorido—. Se ha olvidado de decirnos adiós, ¡qué maleducado! —Se mofó y le asesté un golpecito en el brazo.
—Eres terrible...
Cómo no iba a tenerle miedo el maître si Scott con su físico parecía un guerrero capaz de atropellar un ejército entero, o quizás algo mucho peor, con su look a lo Brad Pitt en la peli «Mátalos suavemente» de Tarantino. En cualquier caso, esta noche Scott no desentonaría en el lugar dónde se celebraría mi after party. Un legendario antro de lujo que era la sensación mundial.
Le Titty Twister, en Rue de Berri, considerado el estudio 54 del siglo XXI. Una de las mecas del crapuleo universal que atraía por igual a celebrities y a noctámbulos empedernidos y que tenía un nexo con el mundo Tarantino. El nombre del club nacía del bar del filme que hizo famosa a Salma Hayek, «Abierto hasta el amanecer».
Piercings con forma de puñal en la oreja, gorras de béisbol, un tatuaje de una rosa y una pistola en el cuello donde termina el pelo. Una chica con vestido entallado, bolso pequeño con el símbolo de Chanel en plateado. Rockeros, moteros, bailarines, ricos, modelos, raperos, góticos, tatuados, había de todo, hasta marcianos.
Sentada al lado de Marie en uno de los robustos sillones Chesterfield de piel de Le Titty Twister, no dejaba de pensar en las palabras venenosas de Elisabeth. No podía desprenderme del miedo que había arraigado en mí. Se me hizo un nudo en el estómago. Otra vez retornaban los conflictos internos, abriéndose paso, incómodos y amargos. Tenía que pensar en algo. Me moriría si mi familia o Gaël veían ese vídeo.
Me invadieron los recuerdos de esa noche, cerré los ojos y me llevé las manos al pecho para frotar el dolor que sentí en el corazón. Era una herida demasiado honda. Marie posó una mano sobre la mía, entrelazó sus dedos a los míos y como si me hubiera leído el pensamiento, dijo.
—Chloe, lo que me dijiste de Elisabeth cuando veníamos en el coche hacia aquí me tiene sumamente preocupada. Si tiene una grabación de esa noche no dudes ni por un momento que mostrará ese vídeo no sólo a papá y mamá, sino a Gaël, y al mundo entero con tal de hundirte. ¿Qué vas a hacer?
Me tensé, y me pellizqué el puente de la nariz consciente de que sería mejor para mi cordura no tener instintos asesinos contra Elisabeth para poder pensar con más claridad. Era una maldita hija de puta y mis emociones oscilaban entre el deseo de curar mis heridas y el impulso de hacerle daño.
Me quedé callada un momento, intentando asimilar una idea y luego hablé.
—¿De casualidad tienes el número de teléfono de Elisabeth? Me gustaría dejarle un mensaje... cariñoso —dije con mordacidad y Marie me miró con sus ojos castaños, llenos de preocupación.
—Ten cuidado con ella.
Memoricé el número de teléfono en la agenda en cuanto me lo pasó Marie y luego me quedé pensando, dándome unos golpecitos en la barbilla con el extremo del móvil. Apuré mi cóctel explosivo llamado «Diablo», hecho de mezcal, chile y pepino, y a continuación tecleé un mensaje.
«Deberías reflexionar sobre lo que quieres hacerme, porque si sigues intentando ponerle trampas a mi vida, tú y tu hermano os convertiréis en noticia en potencia».
Por culpa de los nervios, le di a enviar sin ni siquiera ponerle mi nombre en el mensaje, pero estaba segura que me reconocería al instante.
—Ya está, ya le he deseado que tenga dulces sueños a ese ángel puro y tierno que es Elisabeth... —Mi tono fue de pura acidez y Marie sonrió.
La música cambió de repente. Se puso al mando de la consola un mito como DJ Premier, alias Christopher Edward Martin, y un sonido envolvente inundó el ambiente. Me levanté del sillón y tiré de la mano de Marie. No pensaba permitir que Elisabeth me amargara la noche. Esta era mi fiesta. Me disfracé de sonrisa resplandeciente y me obligué a que nada tambaleara mi mundo.
—Deberíamos intentar divertirnos —Le dije a mi hermana al tiempo que la arrastraba hacia la pista para bailar.
—Venga sí, a ver si consigo llenarme la cabeza de pájaros, cuanto más alborotados mejor, que quiero evadirme un rato de todos los problemas.
A su ritmo se contoneaba conmigo, divirtiéndose en el escenario del viejo oeste, del glamour de los campos Elíseos y de un club «underground» de Manhattan. La ecléctica decoración era una oda al exceso lleno de detalles que mostraban un paraíso con aspecto de lujurioso bar clandestino.
Me sentí exportada al espíritu de los clubes de Manhattan, pero manteniendo el je en sais quoi de la capital gala. El DJ mantenía a raya a la audiencia a ritmo de hip hop y el grito de Dangelys me sacó de la atmósfera extraña de Edward Hopper.
—¡Panther!
Me giré y en cuanto apareció en mi campo visual sonreí.
La brasileña se acercaba sensual. Caminaba junto a Nayade e Isaac rompiendo corazones a su paso. Todos los hombres la miraban y Dangelys les ignoraba con una sonrisa. Exudaba la femineidad de una mujer en la flor de la vida.
—¡Joder con el sitio que elegiste Chloe para hacer la after party! Parece que voy a ver a Tarantino en cualquier momento jugando en la mesa de billar —Comentó Nayade tras besar mi mejilla y agarrándola por la cintura la abracé.
—Nayade, Tarantino está allí, justo ahora está soplando los dados en una apuesta. ¿No le ves?
Isaac señaló un punto entre el bullicio de gente y Nayade entrecerró sus ojos al mirar en esa dirección.
—¡Mentiroso! Ése no es Tarantino —Lo regañó con una sonrisa e Isaac se llevó su mano a sus labios y besó los nudillos.
—Ese no será Tarantino, pero podría aparecer una vampiresa y chuparte la sangre fuera, en los campos Elíseos, en algún rincón entre la tienda Louis Vuitton y Arco del Triunfo, y no me extrañaría —murmuré y el comentario les hizo soltar una carcajada.
Calaveras de alces, un puño americano, un billar, máquinas de pinball, esposas gigantes diseñadas por el artista Philippe Pascua. Bajo la tenebrosa iluminación, el rojo fuego de los letreros de neón le aportaba al club ese aire del pecado por cometer.
Bailarines, modelos, ejecutivos, o incluso estudiantes, mezclaban sus distintos grupos en el escenario. Se miraban, bailaban, y se besaban tras un coqueteo rápido, sin concesiones, en un desenfreno que era sello y gloria de la casa.
—Venga chicos, vamos a las butacas de piel en el centro que ya llega la botella de Cristal que pedí para brindar por la triunfadora de la Fashion Week —dijo Dangelys captando nuestra atención.
El legendario champagne de Louis Roederer creado para Alejandro II de Rusia en el siglo XIX llegaba desde la bodega a nuestra mesa con pirotecnia, iluminando el ambiente. Scott parecía custodiar nuestras pertenencias. De nuevo hablaba por teléfono y cuando nuestras miradas se cruzaron asintió después de una mueca de duda.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Qué le ocurría? Se hallaba muy serio. Su comportamiento me desconcertaba.
—Toma, Chloe.
Dangelys me entregó una copa y rodeé su cintura con mi brazo sin dejar de observar a Scott.
—Parece que llego justo a tiempo para el brindis.
Me tensé al oír la voz de Sergei y aflojé el brazo que tenía alrededor de la cintura de Dangelys.
—Tal parece que si... —dije con voz crispada y la mirada oscura y pensativa de Dangelys buscó la mía.
—¿No te cae bien Sergei? —Me susurró en voz baja en el oído y me encogí de hombros.
—Parece buen chico. Sin embargo, el tema de su padre no sé... no me acaba de cuadrar. Vi a Kalashov cenando con el padre de Gaël y el padre de Elisabeth y no sé... es todo como muy extraño.
—Quizás para tener una opinión real sobre Sergei, deberías conocerle más.
Su semblante se endureció y fijé la vista en el ruso, que acababa de recibir una copa llena de manos de Nayade.
—Puede que tengas razón.
La verdad es que no sabía qué pensar. Por un lado, Sergei parecía un buen chico como decía Dangelys, pero luego estaba Lucas, que con su información, había sembrado el miedo en mí.
—Chloe, brindo por el éxito tan importante que has tenido.
La voz de Isaac me hizo regresar de mis pensamientos y alcé mi copa controlando mis emociones. Paul que había llegado hacía unos minutos acompañado de varias personas de mi equipo de trabajo también alzaba su copa junto al resto.
—Brindo por ti, Chloe. Mi hermana de corazón... —Manifestó entonces Nayade y sonreí contemplando su rostro sereno, tranquilo —. Te admiro profundamente. A pesar de las adversidades nunca dejaste de creer en ti. Los ganadores nunca se detienen, y tú, mi pequeña terrorista... con tu esfuerzo y constancia lograste llegar a la élite de la moda. Eres un ejemplo para todos aquellos que sueñan con ser los mejores. Enhorabuena por el éxito de hoy... Te quiero.
Sus ojos brillaban y al sentir el ligero temblor en su voz, mi mente y mi corazón fueron un torbellino de emociones.
—Yo también te quiero —Besé su mejilla y tomé aire lentamente, concentrándome en cada respiración antes de agregar —. Y a ti también te quiero, Dangelys.
La abracé, la atraje hacia mí con efusividad y la abracé con fuerza. Dejé que sintiera mi cariño, mi afecto sincero.
—Siento si te suena extraño mi comportamiento respecto a Sergei, pero es lo que siento, y debía decírtelo —Le susurré al oído procurando que los demás no me oyeran.
—Sé cuidarme sola —Me contestó inmediatamente y acaricié su mejilla.
—No me cabe ninguna duda.
Vi la crispación en torno a su boca y sonreí, no pude evitarlo. Mi caprichosa, tan joven, tan rebelde. Se notaba a la lengua que estaba molesta.
—Tú solo estate atenta, con eso me basta.
Entrechocamos las copas y al fin sonrió. Las copas de cristal tintinearon al entrechocar unas con otras, y todo el mundo bebió su contenido. Bueno, todos menos Nayade, que sólo mojó sus labios. Me sentía dichosa por tenerla a mi lado en un día como hoy.
—Todos están muy orgullosos de ti. Yo también lo estoy.
Volví la cabeza para mirar a Marie y mis ojos se posaron en los suyos.
—Pues quiero que sepas que yo también estoy orgullosa de ti. Me siento muy orgullosa de ser tu hermana. Nunca pensé que desfilabas tan bien —Toqué su mejilla y exhaló un suspiro.
Pasé revista a los recuerdos de cierta tarde y sonreí al tiempo que añadí.
—El día del Fitting Room me engañaste vilmente. ¡Por Dios Marie qué manera de caminar sin gracia!
—Me dejaste la última a propósito, no iba a lucir fresca y serena mientras caminaba para ti.
Su mirada se tornó pícara y sonreímos en perfecta complicidad. Cuatro copas. Más botellas. Bailaba diez minutos. Abríamos otra botella. Bailaba otros quince minutos. Otra copa. La revolución. Miles de euros que a mi accionista anónimo no le importaba gastar. Sus órdenes fueron claras a través de su secretaria. Realizaría una inversión en la fiesta acorde a las otras afters partys que se celebraban durante la Gran Semana de la Moda de París. Me tentaba muchísimo conocer a la persona que había apostado por mi potencial.
Miré a mi alrededor sin poder creer aún que ya hubiera pasado todo y me sentí halagada porque celebrities como Jude Law, Anne Hathaway, Liv Tyler, Emma Roberts, incluso Jared Leto estuvieran en mi fiesta. Increíblemente guapo, el excéntrico líder de la banda «30 Seconds to Mars» tomaba una copa junto a nosotros y estaba tan sexy con sus vaqueros ajustados y su camiseta de tirantes cortada super sisa que babeábamos como quinceañeras.
—Le arrancaría la camiseta hasta con los dientes con tal de ver su cuerpo musculado —Confesé riendo y me dejé caer en el sillón de piel, muerta de cansancio.
Bebí un sorbo de champagne y tan pronto me acomodé Marie y Dangelys se sentaron cada una a mi lado.
—¿Visteis su «gran» paquete? Con cien cañones por banda, se hundió el barco por sobrecarga —dijo Dangelys con solemnidad y casi escupí la bebida de la risa.
Isaac desde el otro sillón se la quedó mirando con las cejas levantadas y ella le guiñó un ojo.
—Capoeira, estás rodeado de mujeres ¿qué quieres?
El resoplido unido a su expresión me provocó un repentino brote de risa.
—¿Sabéis como se dice «calzoncillo» en finlandés? ESCONDINABO—Continuó hablando Dangelys y estallamos en carcajadas.
—Si me tomo una copa más soy capaz de bailar sobre la barra la tórrida escena de Salma Hayek en «Abierto hasta el amanecer» —murmuré entre risas y Nayade abrió los ojos de par en par.
—Pero si le tienes fobia a las serpientes.
—¡Uy es verdad!
Cuando mi mirada consternada se cruzó con la suya, Nayade no pudo más que reírse.
—Bueno pues lo hago con una de mentira. Total, no creo que los hombres se fijaran mucho en la serpiente. ¿O acaso alguien se acuerda de la serpiente albina que llevaba Salma Hayek encima?
Aquello le hizo soltar una carcajada e Isaac agachó su oscura cabeza y le dijo algo al oído. Mordisqueó su cuello y en sus ojos se reflejó el deseo. Desafiándola con la mirada Isaac introdujo una mano entre sus rojizos rizos y para deleite de mi amiga selló su boca con un beso ardiente.
Un lento y agitado suspiro salió de mis labios. A pesar de todas las dudas cuando iniciaron la relación, ahora eran absolutamente felices.
—¡Por Dios, chicos! Necesitáis una habitación —dijo Dangelys y una amplia sonrisa iluminó el rostro de Nayade.
Con ellos todo encajaba bien.
—Creo que deberíamos irnos. Mi mujer necesita descansar —murmuró Isaac incapaz de retirar la mirada de Nayade y un destello de placer asomó en los ojos de mi mejor amiga, como si hubiera estado esperando el comentario.
Sus miradas y las sonrisas entre ellos me arrollaron. No pude evitar pensar en Gaël. Así se suponía que debería estar yo con él.
Sentí la inevitable necesidad de verle. Ver su atractivo rostro, acariciar con la yema de mis dedos su cabello negro y perderme en sus ojos. Sentirlo conmigo, mío, juntos...
Quería sentir su aliento, en mi oreja, susurrándome que me amaba, pero sabía que eso no sucedería. La realidad se burlaba de mí, abofeteándome. Él no aparecería, se encontraba junto a Elisabeth en el hospital. Me esforcé en sonreír, pero resultó infructuoso, la sonrisa que tenía, no servía como disfraz de lo jodida que estaba por dentro por no tenerle junto a mí. Mi cuerpo era un amasijo de anhelos dolientes.
—Cariño, mañana te llamaré para que podamos vernos antes de mi regreso a Brasil —Comentó Nayade y vi un asomó de tristeza en sus expresivos ojos.
Isaac ya se había incorporado del sofá y Nayade con él.
—¡Qué pronto se han pasado los días! —Suspiré —¿A qué hora os vais?
Se quedó callada un momento y luego dijo emocionada.
—Dime que vendrás en Navidades a verme a Río, por favor...
Sus ojos se llenaron de lágrimas y se me encogió el corazón.
—No sé si podré ir —Le dije con voz entrecortada y tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar.
La abracé muy fuerte y me invadió una oleada de ternura en cuanto sentí su abultada barriga contra mi cuerpo.
—Pero ten por seguro que para el nacimiento de mi niña sí que estaré allí. No me perdería ese momento por nada del mundo.
Esbozó una sonrisa tristona y la besé en ambas mejillas.
Siempre se me dieron fatal las despedidas y sentía dentro de mis huesos y de mi corazón que está era una de ellas. Una de las tantas despedidas que a lo largo de todos estos años por su trabajo en National Geographic habíamos tenido Nayade y yo.
La vida nos dejó a ambas la piel en carne viva y algún que otro trozo de corazón congelado, pero el destino al unirnos hace años también nos quitó lastre. Juntas nos llenamos de aire como la vela de un barco, y nos ayudamos a deshacer los ciclos cerrados y también juntas aprendimos de nuevo a sonreír, a no parar de sonreír. ¡Qué suerte haberla encontrado en mi vida!
—Adiós, Nayade.
Isaac alargó un brazo y tomó su mano.
—Vamos, minha vida.
Rodeó su mano con los dedos en un gesto íntimo mientras la conducía por el club hacia la salida y el rostro de Dangelys mudó, de pronto su entusiasmo parecía haberse desvanecido. Tomó mi mano y la apretó.
—Tú también estás triste porque mañana se marchan ¿verdad?
Negó con la cabeza y a continuación con extrema seriedad me señaló con su dedo un punto.
—¿Qué quieres que vea?
Miré hacia la puerta del club y enseguida supe el motivo de su reacción.
Gaël.
Un estremecimiento recorrió mi piel al verle acompañado de dos modelos, morena una, y la otra rubia nórdica. Entraba en el club con un paso tan sexy que me quedé paralizada. Exudaba una sexualidad inconfundible. Robert y Thierry, sus guardaespaldas le abrían paso con educación mientras él vestido con un traje impecable negro, parecía el amo y señor de la mismísima ciudad de París. Caminaba con feroz elegancia, con unos andares ágiles, suaves y decididos.
Me quedé quieta, como si no pudiera verme si no me movía y apreté con fuerza el pie de mi copa de champagne, oyendo campanas de alarma. Alguien a mi lado murmuró...
—Gaël Barthe acompañado de dos modelos. Parece que vuelve a las andadas.
Y sentí como mi corazón se atascaba contra mis costillas hasta que cada latido se convirtió en un agudo dolor.
El vestido de la rubia insinuaba espléndidamente sus curvas y Gaël apoyó la mano en su cadera atrayéndola hacia su cuerpo con un gesto que no me gustó ni un pelo, como si le advirtiera de que entre sus piernas fuertes había pura potencia al igual que su coche y que sabía cómo usarlo.
Otra mujer habló y Gaël en ese mismo instante fijó su oscura mirada en mí.
—Es el Titty Twister, un lugar para chicas calientes y hot gringos como señalan los letreros camino de los servicios. Creo que Gaël Barthe y la rubia necesitan hielo, para aplacar la temperatura.
Gaël me miraba fijamente. Una mirada que se prolongó durante apenas medio segundo y esbocé una sonrisa contenida híper tensa al acercar mis labios a la copa.
—¿Pero qué cojones pasa aquí? ¿Por qué está Gaël tonteando con esa rubia? —Gruñó Dangelys mientras yo temblaba, respiraba con dificultad.
Esperé hasta que la conmoción y el dolor quedaran reducidos a un núcleo de furia candente para poder responderle.
—Espero que sea «Estrategia de Marketing» porque si se marcha luego en su coche con la rubia entonces ya no sabré qué pensar.
Conseguí decir a pesar del dolor que las palabras me causaban en la garganta. Los siguientes diez minutos me parecieron los más largos de mi vida y una burla hacia mis sentimientos. El fingido flirteo en el club de Gaël con la rubia ante toda la gente, me llenó de dudas e inseguridades debilitándome hasta transformarme en un ser inexpresivo. Mi mente libre, afilada, experta en palabras, me recordaba con premeditación y alevosía el hábito infiel de Gaël, sus vicios en el sexo, y observaba la escena consumida por los celos.
No pude evitar acordarme de cómo le había descrito el otro día Elisabeth.
«No seas estúpida, Gaël es adicto al sexo. Exuda lujuria, tiene infinidad de amantes con las que folla en orgías» me había dicho.
La voz melodiosa y las palabras crueles de Elisabeth resonaron en mi cabeza y cuando vi a Gaël comentarle algo a la modelo, besarle su hombro con una mirada de preludio de sexo salvaje y llevársela hacia la salida del club tuve que luchar contra la presión en mi pecho.
—¡Maldito cabrón! —Exclamó Dangelys.
Sentí como se ceñía mi corazón y la decepción me dolió hasta unos niveles que ni siquiera sabía que existían. Las emociones me desbordaron convirtiéndome en un manojo de nervios y miré ansiosamente por donde se había marchado Gaël.
—Me marcho a casa —dije sin más casi sin respiración.
—Chloe, lo de Gaël con la rubia no es lo que parece...
Habló Marie con un hilo de voz y la miré a los ojos.
—Sí es lo que parece, claro que sí. Ni que fuera ciega —dije herida en lo más hondo —. Acaba de salir del club con esa modelo con el ego halagado. Creo que debería hacer lo mismo. Serle infiel yo también por eso de acariciar la propia vanidad.
Agarré mi cartera de mano y me encaminé hacia la salida. Mi cerebro aturdido no quería perderse el instante en que se fuera con la modelo en su coche. Necesitaba grabarme en mi maldita cabeza que me había dejado cegar por un hombre que no valía la pena.
—No vayas tras él —Intervino Scott sacándome de mis pensamientos al tiempo que me agarraba de la mano y cuando le miré, su expresión era tan sorprendentemente suave, que mi voz se tensó a punto de quebrarse al hablar.
—Déjame Scott, quiero irme a casa.
Seguro que le daba pena verme con el corazón hecho añicos.
—Te doy la noche libre —Añadí, y su pecho se hinchó en un profundo suspiro.
Tenía la garganta tan seca que me costaba pronunciar las palabras.
—No, eso es imposible. Desgraciadamente tengo otros planes para ti —murmuró.
Me sacaba más de una cabeza, a pesar de que yo llevaba unos interminables Louboutoin. Se movió, llevándome en dirección contraria a la salida del club, pero como yo me resistía inclinó la cabeza hacia mí.
Sentía el impulso de seguir a Gaël, y Scott no sería un impedimento para mis planes. Me sentía un poco culpable al pensar en lo que quería hacerle, pero necesitaba escapar.
—Chloe, no me lo pongas difícil.
Su aliento sopló suavemente sobre mi oreja y cerré los puños. Dios mío, esperaba que me perdonase por lo que iba a hacer.
—Lo siento, Scott.
En un arranque de adrenalina le clavé el tacón en el empeine con todas mis fuerzas, agarrándolo desprevenido, y ansiosa por salir de allí, corrí entre la gente hacia las escaleras. Le envié un mensaje a Gaël tan pronto estuve en la calle, bajo la hilera de bombillas del techo de la entrada y el barullo de paparazzis me alertó de que andaba cerca.
Di un par de pasos por la acera para acercarme, estúpida de mí. Varias docenas de fotógrafos se agolpaban ruidosamente sobre un vehículo, que reconocí inmediatamente por su color dorado. Y entonces le vi.
El móvil casi resbaló de mis manos y mi corazón dejó de latir. Mi seguridad en mí misma recibió un buen golpe al ver como la rubia se subía en el Ferrari bajo una nube de flashes. Gaël cerró la puerta del copiloto, rodeó el coche y ajeno a mi presencia abrió la puerta despidiéndose de los fotógrafos que no paraban de disparar sus cámaras.
Uno de los paparazzi le hizo un comentario respecto a lo que sucedería entre ellos en cuanto se marcharan con el coche y en la boca de Gaël se dibujó una sonrisa muy masculina. La sonrisa triunfal de un hombre al que no le importaba que supieran que iba a tirarse a su ligue.
Sentí una explosión física y emocional tan destructora que me dolió hasta el alma. Una descarga me recorrió la piel y entonces vi como miró la pantalla de su teléfono y se quedó inmóvil. Su cara reflejó sorpresa, enfado, pero rápidamente recompuso la expresión y ocultó sus rasgos bajo una máscara de indiferencia.
¿Habría visto mi mensaje? ¡Ojalá! En el mensaje le decía:
«La vida me abofeteó horriblemente en el pasado, no lo hagas tú también»
Se volvió bruscamente como si me presintiera, y sus ojos oscuros, sagaces, semejantes a los de un depredador rastrearon cada persona, cada rostro, hasta que me encontró. Me miró fijamente y entre nosotros el aire pareció cargarse de tensión. Su poderosa energía traspasó mis sentidos.
—¡Que te jodan! —Repliqué en voz alta y estuve segura que me leyó los labios por la cara que puso.
Su boca, maravillosamente sensual, se tensó. Su cuerpo entero se puso rígido. Me sentía demasiado dolida. Di un paso hacia atrás a punto de romperme y vaciló un instante, pero enseguida apartó sus ojos de mí. Se metió en el bólido dorado y en pocos segundos arrancó el Ferrari, pisó el acelerador y con un chirrido de neumáticos salió como un cohete desapareciendo por la Rue de Berri.
Herida di un paso hacia atrás alejándome, y luego otro, y otro hasta que choqué con mi espalda contra algo duro, sólido.
—Me ha dolido más tu puto taconazo en el pie que el tiro que me pegaron ayer —me dijo al oído Scott e hice una mueca de dolor.
—Lo siento —dije arrepentida.
Me agarró del brazo, abarcándolo con su gran mano y sin hacer ningún comentario más, me llevó deprisa hacia el Maserati negro. Con la mano que quedaba libre, abrió la puerta del asiento de atrás y me metió dentro, cerrando la puerta con un portazo. Scott entró en el Maserati poco después y marcó un número de teléfono. El chófer rápidamente se puso en marcha.
Me lanzó una mirada dura pero luego sonrió, exhibiendo su perfecta dentadura.
—Mira que tienes carácter. No me puedo fiar de ti —dijo en todo gruñón —Ahora comprendo a Nathan cuando...
Se quedó callado para concentrarse en la persona que le hablaba por teléfono y su sonrisa se desvaneció junto con el brillo de sus ojos.
—Sí, la tengo. Todo sigue según lo previsto, pero recuerda que yo debo hacerme a un lado —masculló en voz baja y froté nerviosa las puntas de mis tacones de aguja contra la alfombrilla del coche.
Dios, ¿con quién hablaba? Mi cerebro bullía por culpa de los últimos acontecimientos. Estaba aturdida por lo sucedido con Gaël. Los minutos se sucedían y sentía que caía en espiral a un abismo negro. Al borde de las lágrimas cerré los ojos y respiré hondo para evitar llorar. Tenía un nudo enorme en la garganta. Me dolía el corazón con tanta intensidad que intentaba forjar una burbuja impenetrable que me permitiera poder si quiera respirar.
—Ya te lo dije, es peligroso. Esta noche será la última —murmuró Scott con voz crispada y abrí los ojos de inmediato.
Scott cortó la comunicación, se echó hacia atrás y se me aceleró el pulso.
—¿Con quién hablabas? ¿Por qué dices que debes hacerte a un lado? ¿El qué es peligroso? Siento que me estoy perdiendo algo. Llevas toda la noche muy extraño.
Lo miré tratando de adivinar que estaba sucediendo y tuve la sensación de que la noche iría de mal en peor.
—Jamás imaginé que detrás del favor que me pedía Isaac habría una situación tan delicada. Lo sucedido en la Torre Eiffel se me fue de las manos. La mafia rusa está implicada en tu intento de secuestro y al protegerte asumí un papel que puede dar al traste con todo...
Sus astutos ojos se clavaron en los míos y contuve la respiración, confundida.
—¿Qué es todo? ¿Estás intentando decirme algo?
Me sorprendió percibir en su voz un ligero toque de nerviosismo.
—La mafia rusa es una organización armada y criminal que se extiende por todo el mundo. Una amenaza grave. La mafia rusa es muy culta, ya que en su mayoría está formada por universitarios, militares o antiguos miembros del KGB, por eso son más peligrosos y se pueden hallar a sus jefes en grandes mansiones de Francia o Suiza. Y según mis fuentes rusas va detrás de ti uno de los jefes mafiosos de más alto rango que vive en Francia —Añadió y me obligué a respirar.
Me lo quedé mirando tensa, terriblemente tensa. Tan tensa que me dolía la espalda.
—¿Tú sabes de quién se trata? —pregunté sin aliento y una emoción que no supe identificar ensombreció sus ojos.
Empezó a sonar mi teléfono en mi cartera de mano y lo saqué de su interior. Quizás eran las chicas, que estarían preocupadas por mi forma de abandonar el club. Miré la pantalla, el número era desconocido. Dudé si dejar que saltara el buzón, no quería otra sorpresita de Elisabeth u otra persona, pero en el último momento decidí descolgar la llamada. Total, la noche estaba pasando rápidamente de incómoda a desastrosa.
—¿Chloe? —Me saludó una voz masculina y sentí un escalofrío de inquietud en la espalda.
—¿Inspector Gálvez?
Scott me miró con los ojos entornados.
—Sí, soy el inspector Gálvez. Te llamo porque sé que dentro de unas horas no estarás localizable y quería avisarte de que estoy viajando en estos momentos a París. Péchenard me ordenó que le enviara urgentemente las muestras de ADN de los tres individuos recopiladas en tu violación y también las pruebas con los pequeños restos biológicos de tu atacante en la agresión que sufriste en tu piso de Barcelona. Quiere comparar las pruebas de ADN con las huellas obtenidas en el Mercedes ya que puede ser fuente importante del proceso de investigación de los hechos criminales. Parece ser que tiene un...
Dejé de escuchar. Dejé de ver. Mi mente se apartó distanciándose, y mi cerebro se quedó en blanco o, al menos vacío. Oía lo que me decía Gálvez, pero no era capaz de procesar conscientemente lo que oían mis oídos. Mi memoria comenzó a trabajar con el pico y la pala, mostrándome imágenes dónde gritaba y gimoteaba presa del pánico y fue tan real, que aún consciente de estar en el asiento del Maserati, sentí un ligero sabor en el paladar que traté de apaciguar con un trago de agua de una botella que me ofreció Scott. Yo era incapaz de abrirla con la suficiente rapidez.
Bebí sin parar, esforzándome en perder el rastro de aquel recuerdo, o de lo que fuera. Las imágenes eran tan intensas, que no lograba permanecer en el asiento trasero. Me encontraba dentro de una casa, desnuda, rodeada de hombres y mujeres. Alaric frente a mí, cerca, asquerosamente cerca. Sentía incluso la piel tensa y erizada. Una vocecilla de alarma gritaba dentro de mi cabeza y entonces una sacudida hizo volar por los aires las imágenes de mi cabeza.
—Chloe.
Salí del trance, con el corazón latiéndome desbocado, perpleja. Al otro lado de la línea escuché la voz de Gálvez. Sonaba preocupado.
—¿Chloe, estás ahí?
—Sí —Contesté con la respiración entrecortada casi sin oírle.
La sangre me golpeaba en las sienes.
—Pensé que se había cortado la llamada —Sus palabras fueron recibidas por un largo silencio hasta que añadió —. Bueno, pues quedamos en lo que te he dicho. Me reuniré contigo de inmediato en cuanto regreses. Cuídate hasta entonces.
—Adiós.
Dejé el móvil en el asiento del coche con manos temblorosas y tomé otro sorbo. Mis manos sudaban aferradas al plástico.
—¿Qué te ha dicho ese inspector? Estás pálida, temblando...
Lo escuchaba mientras apuraba la botella de un trago tratando de calmarme. ¿Qué había sido aquello? ¿Un recuerdo? ¿Una fantasía de mi imaginación alentada por las palabras de Gálvez? Esa noche me drogaron, jamás había recordado nada.
Ante mí, el rostro preocupado de Scott me contemplaba en la semi penumbra del Maserati sin decirme nada más. Y giré mi rostro hacia la ventanilla, pues notaba que una lágrima resbalaba por mi mejilla. Inspiré, y me quedé inmóvil temiendo que regresara el más mínimo recuerdo o sentimiento.
Después de unos minutos muy tensos comencé a observar a través del cristal como el coche circulaba por Avenue de la Porte d'Asnières, como utilizaba el carril central para girar a la derecha hacia Boulevard du Fort de Vaux, como seguía por Bd Périphérique dejando atrás avenidas desérticas, esquinas vacías, casas que dormían. Nos dirigíamos al norte de la ciudad por A1 y estaba más que claro que ese no era el camino hacia mi apartamento. Ni tampoco del lujoso ático de Gaël.
—¿Piensas decirme dónde me llevas? —murmuré enfadada, lanzándole una mirada de advertencia.
—Sí, claro. Te llevo a ver la estatua erigida en honor de Raymonde de Lauroche, la primera mujer en obtener la licencia de piloto —Contestó, y su tono sonó tan razonable y condescendiente que me rechinaron los dientes.
—¿Qué? ¿Te estás quedando conmigo? —Le lancé una mirada crispada y se acercó a mi rostro.
—Al fin veo una reacción en ti desde que te llamó ese inspector —susurró y de repente tuve unas ganas locas de pelea.
—No bromees. Dime que está pasando ahora mismo y no me vengas con tonterías de ver estatuas porque no estoy de humor para aguantar chorradas. He tenido un día muy largo. Quizás uno de los más largos de mi vida y solo quiero ir a mi apartamento para meterme en mi cama y descansar. Así que te agradecería por favor, que no insultaras más mi inteligencia y comenzaras por decirme dónde demonios me llevas o al final pensaré que quieres secuestrarme.
Se tensó al oír mi tono y luego se inclinó hacia mí. Ahora era él quien parecía haberse enfadado.
—Tranquila, lo averiguarás por ti misma en unos minutos.
Su rostro se cerró sobre sí mismo y se volvió inexpresivo. El Maserati al cabo de un minuto tomó una salida, redujo la velocidad y divisé a través del cristal a lo lejos una serie de luces aeronáuticas de superficie. Inmediatamente supe a que se había referido antes con lo de la estatua y rompí el silencio, incapaz de soportar las dudas por más tiempo.
—Scott, por el amor de Dios, dime que está pasando. ¿Por qué me has traído al aeropuerto de París-Le Bourget? —Le pregunté mientras el coche pasaba por el control de seguridad del aeropuerto.
En unos segundos el guardia subió la barrera y el vehículo entró en el perímetro del aeropuerto. Nerviosa eché un vistazo al exterior del emblemático aeropuerto por donde el Maserati transitaba entre la infraestructura y la inquietud ganó terreno.
—¿Por qué te quedas callado? —Le pregunté perdiendo la confianza.
De repente, el coche giró a la derecha, se metió dentro de un hangar del aeropuerto parisiense y el corazón se me paró. Un impresionante y enorme avión privado con el motor en marcha nos esperaba.
—Chloe, tienes que bajarte del coche —masculló y haciéndole un gesto enérgico con la barbilla al chófer, éste salió rápidamente del coche y luego me abrió la puerta.
—Scott, ¿qué pasa? Me estás dando miedo, joder...
El hermano de Lucas me sujetó del codo y me hizo salir al aire fresco del interior del hangar. La tensión se hizo cada vez más densa y por un instante pensé en la pequeña posibilidad de una traición por parte de Scott. Se le veía nervioso, cosa rara en él.
—Las cosas se han complicado mucho en estas últimas horas. Desde este mismo momento dejo de ser tu guardaespaldas. Debes subirte a ese avión.
—¿Qué? ¿Por qué? —dije con miedo — No quiero subir a ese avión. Por favor, llévame contigo.
—No puedes venir conmigo. No estarías a salvo. Mi vida se bifurcó hace años, girando y cambiando de maneras bruscas, hasta el punto de parecer muchas vidas, demasiadas para un sólo hombre. Y tú, con tu pasado, con tu presente, incluso con tu futuro has complicado mi verdadera lealtad por haberte protegido. Sube al maldito avión. Siempre has querido saber por qué Lucas me odia tanto ¿no? Pues aquí lo tienes. Soy una persona sometida a la soledad, al abandono, a que el servicio secreto me niegue veinte veces, a la decisión de ser enemigo de mis amigos y amigo de mis enemigos.
¡Dios mío! La voz de Scott resonó como un eco dentro de mí.
—A partir de ahora seremos enemigos. Si el hombre que quiso secuestrarte estuviera aquí no tendría elección —dijo esto último con un poso de amargura y tomando mi rostro entre sus manos, acercó sus labios en mi oído y susurró —Sube al avión. Es por tu bien, Chloe... Знаешь, я буду скучать по тебе, маленькая.
Scott se alejó de mí al mismo tiempo que el ruido del motor del avión se intensificó y procuré ignorar la punzada de dolor que sentí en mi corazón al escuchar cómo se abría la puerta del avión a mis espaldas.
—Sin ti a mi lado mi camino se volverá mucho más difícil —Le grité antes de que subiera al coche y se quedó inmóvil.
Scott se giró con lentitud, me miró con frialdad y supe que estaba tratando de ocultar sus emociones. Reflejaba la dureza de su experiencia en sus ojos oscuros pero yo presentía que tras esa fachada de hombre duro y letal se escondía un corazón cálido. Su manera de mirar, no me engañaba. Yo había visto a través de su pequeña ranura. Un breve momento, una pincelada, sabía que ahí estaba...
Sola en el hangar, sumida en un área de semi penumbra vi como el Maserati se perdía de mi vista con Scott en su interior y me sentí paralizada. Me daba miedo girarme.
¿Y ahora qué? ¿A dónde me llevaría ese avión? ¿Quién me protegería a partir de ahora? ¿Habría alguien dentro del avión? No había garantías, era prácticamente imposible que las hubiera.
Mi futuro era tan incierto como el destino del avión a punto de despegar.
Con mi corazón dando grandes tumbos y con la imposibilidad de escapar me di la vuelta con la valentía que habitaba en mi interior, superviviente de otros desastres naturales en mi vida. Sujeté la brillante barandilla de la escalerilla con fuerza y cuando subí un peldaño y miré hacia arriba, ahí estaba lo más inesperado.
—Gaël...
Me quedé sin respiración.
—¿Qué haces aquí?
Una bocanada de ardiente anhelo ascendió por mi pecho y Gaël fijó sus ojos oscuros en mi cara.
—Ciel, sube al avión —Ordenó con amenazadora suavidad —. No tenemos mucho tiempo.
Tragué saliva y oculté lo que verdaderamente sentía y que con tanta facilidad asomaba siempre a través de mis ojos.
—No iré a ninguna parte contigo —dije en voz baja mientras mi corazón gritaba cuanto lo amaba y por un instante se quedó helado recorriendo con sus ojos mi rostro, como si tratara de descifrarlo.
—Sé que estás enfadada conmigo por lo de la rubia en el club pero todo tiene una explicación. Lo que sucedió con Elisabeth en el backstage me obligó a tener que actuar con contundencia para alejar los rumores de una reconciliación. Detesto haber provocado que vieras esa imagen de mí. No sabes lo jodidamente mal que lo he pasado actuando como un puto villano delante de ti, sabiendo que te estaba destrozando el corazón. Pero debía hacerlo —murmuró pasándose una mano por el pelo.
Parecía nervioso, cansado. No llevaba la chaqueta, solo el chaleco desabrochado y también un par de botones del cuello de la camisa. La corbata aflojada y desde esa posición la barba le daba un aspecto peligroso.
—Elisabeth apareció en el backstage con la única finalidad de hacerte daño. Tiene hipertensión pulmonar, y ha filtrado a la prensa su informe médico. Imagínate para qué —Manifestó en un tono grave —. No pienso permitir que todo el mundo te culpe de sus problemas de salud y que te juzguen por un triángulo amoroso que nunca ha existido. No dejaré que lo haga.
Respiré hondo al comprender la gravedad del asunto.
—Hoy en tu show creaste un lugar de ensueño en el que celebrities, periodistas e invitados se rindieron a la magia que desplegaste y sería injusto despertar mañana con titulares en la prensa que no tengan nada que ver con tu espectacular colección. Todo lo que hice hoy fue para protegerte. No quiero que nadie manche tu nombre. No quiero que nadie ponga en duda tu trabajo. No quiero que nadie te haga daño. Ciel, por favor, sube al avión.
Me rogó y los sentimientos me ahogaron. El anhelo por abrazarle, por besarle era tan poderoso, tan salvaje que estar tan cerca de él resultaba casi hiriente. El deseo me colmaba hasta el punto que parecía emanar de mi piel. Mis emociones eran intensas, flotaban libremente sin descanso. Ansiaba sus labios sobre los míos, y poco a poco, se agrandó el nudo en mi garganta y mi mundo se volvió frágil.
—No puedo... Yo no puedo subir al avión... —Sollocé — Elisabeth me llamó desde tu móvil para amenazarme. Supongo que cuando estabais en el hospital se hizo con tu teléfono de alguna manera.
Gaël tensó la mandíbula.
—Me dijo que si continuaba contigo les mostraría un vídeo comprometedor a mis padres. No puedo marcharme y arriesgarme a que salga a la luz pública. Acabo de recuperar algo precioso en mi vida que es mi familia y me haría pedazos, me destruiría totalmente si llegaran a ver esas imágenes —dije rota de dolor, mirándole a los ojos y mis lágrimas angustiadas comenzaron a emborronar mi vista.
—¡Maldita sea! —Exclamó furioso y soltó una maldición.
—Tu padre también me amenazó —murmuré angustiada y contuve el llanto.
—Lo sé, yo mismo escuché desde el móvil de Scott cómo te amenazaba. Aunque en realidad se trataba de auténticos misiles dirigidos contra mí —dijo apresuradamente y se pasó una mano por la cabeza.
Me quedé callada, asimilando la información en medio de mi incertidumbre. Recordé a Scott al teléfono mientras Gregory Barthe me amenazaba.
—La falta de sigilo no se cuenta entre los defectos de mi padre, un hombre conocedor de las avasalladoras presiones de la prensa y del manejo de las intrigas del poder —Sonrió con amargura y luego respiró hondo—. Por medio de un informador sé que tiene un plan para diluir mis acuerdos ejecutándolos con la más estricta confidencialidad mañana por la tarde. Quiere convencer al primer ministro y a su gabinete de que yo no soy confiable —Se tocó la cara con gesto nervioso y se me cayó el alma a los pies.
—Es mi culpa —Sollocé—. Lo siento —dije sintiéndome culpable al borde del llanto y bajó de inmediato la escalerilla metálica del avión.
—Chéri, no te sientas mal. No es tu culpa —Me agarró y me estrechó entre sus brazos muy fuerte y al sentirme otra vez envuelta en su amor y su seguridad sin esperarlo empecé a llorar soltando todo el llanto contenido.
—Gregory Barthe nunca ha querido oír explicaciones de lo que verdaderamente me gustaría hacer en la vida. Esto iba a ocurrir de todos modos —masculló con los labios pegados a mi sien, pero su explicación no ayudó a deshacer la presión que sentía en mi pecho.
—¿Pero eres su hijo? ¿Por qué te quiere perjudicar?
—Su intención de sabotear mi proyecto antes de que éste eche a andar es con el único fin de castigarme. Tiene otros planes de futuro para mí y si para lograr su objetivo tiene que joderme, lo hará. Por eso tengo que viajar esta misma noche para reunirme mañana por la mañana con el primer ministro Miller. Es fundamental para mí anticiparme a su estrategia y así neutralizar el ataque del poderoso Gregory Barthe. Tiene la gran ventaja de que cuenta con el prestigio del millonario imperio que ha construido.
—Señor Barthe, debemos despegar. Los meteorólogos advierten que la tormenta podría fortalecerse. Las predicciones apuntan a que la tormenta virará al norte y noroeste, hacia Estados Unidos, pero se esperan fuertes lluvias. Tenemos que llegar antes de que las marejadas inunden la pista del aeropuerto de Montego Bay.
Robert apareció junto a un piloto uniformado tradicional y fruncí el ceño.
—¿Montego Bay? ¿Jamaica? ¿Te has referido antes al primer ministro de Jamaica? —pregunté perpleja y me sequé las lágrimas.
—Sí, quiero entrevistarme con el primer ministro Miller entre otros jefes de Estado del área del Caribe y Sudamérica para impulsar el desarrollo de nuevos talentos. Junto al consejo de Diseñadores de América crearé los premios Vogue Fashion Fund con el objetivo de reconocer el trabajo de las jóvenes promesas de la moda, a los que no solo se les dará una ayuda económica sino también serán premiados con un año de orientación profesional para poder demostrar su talento al público exclusivo de la moda. Quiero que los jóvenes que viven en países sin tanta tradición en la industria de la moda tengan las mismas oportunidades que cualquier diseñador que reside en París o New York. Debemos proteger y ayudar a la moda. Estoy seguro que encontraré a alguien nuevo con algo diferente que ofrecer. Alguien que podría ser capaz de enseñarme cosas nuevas.
—Es un gran proyecto dar apoyo y ayudar a estas jóvenes promesas. Si se implica todo el sector, también el gobierno y además la prensa entonces hay una probabilidad real de tener éxito.
La sola idea me dejó anonadada.
—Su creación cambiará el rumbo de la moda en estos países.
—Señor Barthe, vamos con un retraso de veinte minutos. El mapa de previsión de turbulencias indica que tendremos un viaje movidito y el tiempo podría empeorar —Comentó el piloto y se vio cohibido cuando Gaël le miró directamente a los ojos.
—Cinco minutos.
Su modo de mirarle con sus ojos oscuros, duros e implacables erizó mi piel. Robert y el piloto se metieron en la cabina del avión y respiré hondo.
—Gaël...
No sabía cómo decírselo.
—Nada me gustaría más que subirme a este avión a irme contigo, pero no puedo arriesgarme con lo del vídeo. Tengo que resolver este asunto y sólo se me ocurre una manera —Respiré hondo deseando sanar mis heridas de una vez por todas.
Llevaba el dolor como un puñal profundo y necesitaba silenciar ese capítulo de mi vida para siempre.
—Tengo que quedarme y hablar cuanto antes con el inspector Gálvez, él tiene algo que puede resultarme de gran ayuda —Me observó atentamente y me agarró con más fuerza.
—No, vendrás conmigo. No te preocupes por Elisabeth. Nadie sabrá que estamos juntos —masculló junto a mis labios y mi corazón dio un brinco. Nada me apetecía más que estar con él.
—Mañana tengo entrevistas con algunos medios especializados en moda, citas ineludibles con clientes...
A pesar de que sentía que la reacción de mi cuerpo desmentía mis palabras necesitaba mantenerme firme. No podía subir a ese avión.
—Y también tengo una reunión muy importante con mi socio y accionista mayoritario.
Gaël se tensó bruscamente tras escucharme y sin decir nada más se apoderó de mi boca y me besó como si estuviera muerto de sed y yo pudiera saciarle.
—No puedes quedarte en París, es peligroso para ti —murmuró y parpadeé, sin saber muy bien qué pensar.
—Chloe...
Pasó las manos por mi pelo y me sujetó la cabeza mientras me miraba a los ojos.
—Te necesito conmigo. Te juro que, si hubiera vivido en una época pasada, habría construido un templo a tu alrededor para protegerte, pero como no es el caso, mi impredecible, terca, ingeniosa, brillante, y hermosa mujer capaz de volverme loco me acompañará a Jamaica.
Tragué saliva, notando un nudo en la garganta y acarició la piel de mi cuello como si fuera un pétalo suave.
—Mon amour, mon ami Je ne peux vivre sans toi... No puedo dejarte aquí. Eres mi oasis, mi santuario, y si te llegara a pasar algo me moriría.
Hipnotizada por la expresión de sus ojos fui incapaz de moverme. La declaración era tan sorprendente por su transparencia, por su sinceridad que en ese momento lo amé más que nunca.
—Iré contigo —Cedí y su modo de mirarme hizo que me temblaran las rodillas —Pero no llevo el pasaporte. ¡Y mis padres! Tengo que avisarles, no puedo desaparecer, así como así.
—Tranquila tengo tu pasaporte, Robert se hizo con él gracias a tu amiga Nayade y hablé con tus padres antes de venir al aeropuerto. Están de acuerdo con que desaparezcas unos días. El inspector Péchenard cree haber descubierto la identidad de tu secuestrador y Dios sabe qué sucederá.
—¿Qué? ¿Sabe quién me secuestró de pequeña? ¿Tú sabes su nombre?
No pude silenciar mi voz interior, que insistía en averiguar y negó con la cabeza.
—Péchenard desea mantener en secreto su identidad. No quiere revelar su nombre hasta estar 100% seguro de que es él.
Sentí miedo, alarma, e incluso pánico, y demasiado confusa como para analizar la maraña que eran mis emociones dejé que Gaël me condujera escaleras arriba. Entramos en el avión privado, un Gulfstream G650ER que era un auténtico palacio aéreo y poco a poco fui consciente de todo el lujo que me rodeaba.
La amplia cabina dividida en varias zonas con amplios sillones y sofás de cuero, una televisión con mando instalado en el reposabrazos, una elegante cocina donde una azafata preparaba café y sumida en un silencio trascendental saturada por todo me aferré a la mano de Gaël mientras hablaba con Robert.
El avión era una maravillosa mezcla para el trabajo y el confort, un auténtico deleite para los amantes del buen gusto equipado con la más alta tecnología.
Escuché como se cerraban las puertas del avión y un joven me preguntó que deseaba beber. Pedí una copa de champagne que trajo rápidamente junto con un pequeño aperitivo de caviar y me impresionó que me trajera una cuchara de madre perla para que el caviar no se dañara con el toque del metal.
—Ahora cuando despegue el avión puedes ir a dormir al camarote. Necesitas descansar —dijo Gaël acariciando mi rostro y me fijé en una puerta que se encontraba al extremo opuesto del espacioso pasillo, más allá de una mesa de conferencias de cuatro plazas.
—¿Tú no me acompañarás? —Mi voz adoptó un tono de desolación y exhaló un suspiro y me estrechó entre sus brazos.
—Nada me gustaría más que dormir abrazado a ti, pero tengo que trabajar durante todo el vuelo. Elegir fotógrafos, descartar páginas, financiar un candidato presidencial, y supervisar las ediciones de todas las revistas de la compañía, conde Barthe —murmuró y depositó un beso dulce en mis labios.
Miré sus ojos oscuros con atención y me percaté de su cansancio, trabajaba demasiado. Su carrera estaba plagada de desafíos, decisiones audaces y provocadoras. Gaël era posiblemente, el hombre más influyente de una industria multimillonaria. Y mientras continuara publicando y vendiendo ejemplares de Vogue con semejante éxito tenía el convencimiento de que le sería difícil dejar su trono.
Levanté la mano para acariciar el atractivo perfil de su mandíbula y tracé con el índice la curva de su boca maravillosamente esculpida. Percibí la sutil contracción de la mandíbula bajo mi dulce tortura y susurré:
—Tu oferta de descansar en una cama resulta muy tentadora, pero prefiero acompañarte mientras trabajas.
Vislumbré un inesperado torrente de ternura sobre sus facciones y me acomodó en un amplio sofá de cuero. Se agachó, me quitó los zapatos con suma delicadeza y agradecí la liberación de mis deditos con un suspiro prolongado.
Pasó sus manos por mis pies desnudos, acarició mis tobillos, y continuó con sus dedos hacia arriba. A medida que subía las manos su semblante iba enturbiándose y clavé los dedos en el sofá lo mismo que él clavó su mirada en mí mientras sus pulgares se deslizaban por el interior de mis muslos en una suave presión. Una expresión ardiente cubría sus ojos, una mirada penetrante que me acompañó incluso cuando se incorporó dejándome huérfana de sus caricias.
Un asistente de vuelo se acercó y le entregó a Gaël un maletín de piel que dejó en la mesa y al ver que se inclinaba para hablarme al oído, sentí un agradable escalofrío.
—Después de la reunión de mañana me dedicaré única y exclusivamente a ti —susurró con voz rasgada y noté que me daba un vuelco el corazón.
—¿Cuantos días estaremos en Jamaica?
Sus ojos oscuros brillaron y sentí su poderosa atracción como si estuviera tirando de mí en vez de tirar yo de él con la corbata como era lo que estaba haciendo en realidad.
—Sólo dos días, pero me aseguraré de que disfrutes de una verdadera luna de miel.
Esbozó una sonrisa sobre mis labios y ver su sonrisa me produjo un cosquilleo nervioso en la boca del estómago.
—¡Qué poquito! —suspiré y Gaël apoyó una de sus manos en el reposabrazos.
—Será una luna de miel corta pero muy intensa —Me advirtió y mordisqueó mi labio inferior.
La suave presión de sus dientes fue electrizante y me cortó el aliento.
—Te llevaré a las cataratas del río Dunn, la blue Lagoon y allí... —Hizo una pausa y mi corazón se aceleró — Nos daremos un «agradable» baño —musitó con una sonrisa torcida y con la otra mano acarició la curva de mi cuello despacio, provocándome de un modo que agitó ideas apasionadas dentro de mi cabeza sobre él desnudo, follándome salvajemente.
Dirigí una fugaz mirada de soslayo a Robert y la azafata que hablaban en la cocina y un impulso me llevó tirar un poco más de su corbata con firmeza. Deseaba besar a mi sexy y atractivo marido.
—¿Sólo nos daremos un baño? —dije en voz baja mirándole fijamente y su respiración acariciando mis labios en suaves oleadas calientes aguijoneó mis sentidos.
—Uno muy caliente —murmuró y ávida de su sabor, le toqué el labio con la punta de la lengua en un gesto sensual.
—¿Ardiente?
Sus aturdidos ojos oscuros me invadieron hasta el alma y reaccionó sin vacilación apoderándose de mi boca. En cuanto su lengua tocó la mía un torrente de sensaciones fluyó por mi cuerpo y automáticamente la masa de emociones negativas acumuladas a lo largo de las últimas horas se disolvió. Me abrí a él instintivamente y la maravillosa simplicidad de nuestro beso. Suave, tierno, profundo, sin límite de tiempo, fue como una pócima mágica para mi mapa de cicatrices. Toda la tristeza, el desconcierto, el miedo, se deshizo con el calor de sus labios.
—Señor Barthe, las puertas ya están cerradas. Les ruego que se acomoden. Tenemos que prepararnos para el despegue.
Dejé escapar un audible suspiro y Gaël se irguió con el rostro más relajado. Con una sonrisa en sus labios se sentó a mi lado y alargó el brazo para alcanzar el maletín de piel. Poco después despegamos desde la pista del aeropuerto de París-Le Bourget y lo primero que hizo tras desabrocharnos los cinturones fue pedirle a la azafata un café, una almohada y un edredón acolchado.
—Me tienes que contar qué tal te fue en casa de tus padres, con tu abuela y tus hermanas —murmuró, al tiempo que sacaba del maletín de piel un portátil, unos documentos y los depositaba sobre una mesa plegable.
—Ha sido un encuentro muy emotivo. Todavía sigo impactada con la noticia. Aunque supongo que ellos también lo estarán. Sobre todo, Charisse, mi abuela. Ella y yo no comenzamos con muy buen pie que digamos.
Se me escapó una breve risa y sonrió.
—Es una señora con mucho carácter... como su nieta —murmuró en tono irónico y noté un nudo en la garganta al tomar conciencia de la sensación desconcertante de saber que tenía una familia y que estarían esperándome a mi regreso.
—Allonge-toi —dijo Gaël instándome a que me tumbara y colocó junto a su muslo la almohada que le había entregado la azafata.
—Si me tumbo me dormiré y no quiero —Refunfuñé mientras estiraba mi cuerpo a lo largo del sofá y me cubrió con el edredón.
Tenía el cuerpo cansado, la mente cansada, pero quería mantenerme despierta.
—Duerme, chéri —dijo en voz baja arropándome y el sonido placentero de su voz se filtró en mis oídos como una canción de cuna.
Bajó una mano para retirarme un mechón de pelo de la cara y se inclinó para besarme en la cabeza. Dejé que sus dedos continuarán entre mi pelo, relajándome, y tumbada en su regazo elegí las siguientes palabras con esmero antes de que la sensación indescriptiblemente placentera de sus dedos en mi pelo me arrastrara a los brazos de Morfeo.
—Gracias por regalarme ese momento tan especial con mis hermanas en el show. Atesoraré eternamente en mi corazón el instante mágico en el que vi aparecer a mi madre en el cierre del desfile. Gracias...
Permaneció inmóvil, con sus ojos fijos en los míos mientras me acariciaba y vi cómo se ondulaba su garganta cuando tragó saliva.
—Tú más que nadie mereces ser feliz —musitó y su mirada me envolvió como una cálida manta.
—Aún no me creo que mi familia esté viva. Ha sido algo tan repentino descubrir la verdad que no he tenido tiempo de asimilarlo. Tuvo que ser horrible para todos ellos vivir con la angustia de mi secuestro, sin saber nada de mí —murmuré y respiré hondo.
Me costaba trabajo ni siquiera imaginar el estado de sufrimiento de mis padres todos estos años por culpa de ese malnacido.
—No fue nada fácil para ellos —dijo sombríamente y tuve que tratar de sobreponerme al dolor y al arrebato de ira al pensar en el secuestrador.
Permanecimos en silencio un momento. Sus dedos se sumergieron entre mis cabellos, y la placentera monotonía del paseo de sus dedos entre mi pelo contribuyó a serenar mis pensamientos.
—¿Conociste a la pequeña Chloe? —preguntó Gaël cambiando de tema y acurrucada miré hacia arriba, contemplando su rostro.
La sombra de una sonrisa curvó sus labios y sonreí.
—Sí, y he tenido un flechazo con mi sobrina —Me sinceré y recosté de nuevo la cabeza antes de añadir —. Mi mini terrorista...
—¿Mi mini terrorista? —Frunció el ceño.
—Sí, mini terrorista. Mi mejor amiga me bautizó hace años con el sobrenombre de «La Pequeña Terrorista» y ella continuará con mi legado.
El diálogo ahora era más ameno y me dio un vuelco el estómago cuando cambió de posición en el sofá.
—¿Y se puede saber por qué te llama tu amiga «Pequeña Terrorista»?
Sentía la firme calidez de su cuerpo vibrar contra el mío por culpa de la risa y se me hizo difícil no alargar la mano y tocarle el rostro. Tenía que contenerme, no estábamos solos.
—¿Pero tú no tenías que trabajar? —dije reprimiendo la risa.
—Sí, pero esto es un tema de reflexión política y social.
—Eres un cotilla —murmuré y al ver su impaciencia me hizo soltar una risa sofocada.
—Cuéntamelo...
—Cuando Nayade hizo su primera rueda de prensa como bióloga de National Geographic yo estaba sentada en primera fila toda orgullosa junto a otros periodistas. El cable del micrófono se le enganchó debajo de la mesa a uno de los que la estaban entrevistando y con mi torpeza de siempre, vino entonces el blooper, tiré del cable para ayudarle y la mesa se le fue encima a Nayade. Una escena increíble —murmuré divertida y Gaël comenzó a reír a carcajadas—. Los periodistas no podían creer mi brutalidad con mi baja estatura.
—Siempre dejando tu sello. ¿eh? —Se inclinó y rozó con sus labios mi boca sonriente.
—Siempre me pasan accidentes en el momento menos indicado.
El tono cálido de su voz surtió un efecto tranquilizante y poco a poco me sentí libre de ansiedad y de presión. Me sentía mimada, protegida...
Pasaron las horas y la proximidad de su poderoso cuerpo junto al mío, la calidez de su mano, la seguridad con que sus dedos rozaban mi piel con delicadeza mientras trabajaba con su portátil me proporcionaron una sensación indescriptiblemente agradable. Se me cerraban los ojos del cansancio y tumbada en el amplio y cómodo sofá poco a poco sentí como los pensamientos se evaporaban, todo se desvanecía.
Me perdí en el devaneo de sueños deslumbrantes de vegetación salvaje supongo que por la excitación de poder conocer al fin el país del rey del Reggae. Y no sé qué hora sería, ni cuánto faltaba para llegar a Jamaica cuando a través de los párpados percibí la luz de un relámpago, y poco más tarde, a través del sueño, el ruido lejano del trueno. El avión experimentó una serie de sacudidas desagradables y movimientos que me sobresaltaron y mi mente recobró un poco la conciencia.
—No te asustes, el G650 está construido para resistir turbulencias de este nivel. Sigue durmiendo —susurró Gaël y su aterciopelada voz en medio de la bruma ejerció un hipnótico y sedante efecto sobre mí.
Estaba tan cansada que tapada con la colcha, acurrucada y calentita en su regazo, me di por vencida y me dormí profundamente.