42. JAI HO.
Pasé la tarde del domingo impaciente por saber si le había llegado mi correo a Laura, esperando que me llamase para confirmarlo, pero no pasó. Se me hicieron las horas eternas, y como no podía dormir, subí a la cafetería que había en la terraza del hotel, me senté en uno de los sillones blancos pegados a una cristalera desde donde se veía Valencia iluminada, y pedí un gin-tónic. Me lo tomé intentando relajarme con aquella maravillosa vista, sin perder detalle de dónde estaba situada la finca de Laura, y pidiendo mentalmente que estuviera leyendo mi novela. Tal vez no me había llamado aún porque prefería leerla primero, debía ser paciente y esperar a verla, y como sabía dónde trabajaba, pensé que al día siguiente acudiría a la redacción, con la excusa de ver a mi viejo amigo, pero con la única intención de provocar un encuentro casual (aunque Laura no era tonta y de sobra sabría que estaba allí por ella).
Al día siguiente, llamé temprano a Sebastián para preguntarle a qué hora solía llegar él a la oficina. Quería estar allí antes de que llegara Laura para que le impactara más mi presencia, así que a las ocho y media en punto estaba en la puerta del edificio como un clavo, esperando a mi amigo para subir a su despacho.
Sebas pidió a la secretaria que no se le molestara y mientras esperábamos a que llegara la periodista preferida del jefe, le estuve hablando del email que le había mandado y de que tenía toda mi esperanza de volver con Laura puesta en él.
A mi amigo se le ocurrió que fuéramos a tomar café juntos para regalarme así unos minutos del tiempo de Laura, y cuando ella aceptó y vino con nosotros, mi cuerpo empezó a temblar. ¿Por qué no me decía nada sobre el email? ¿Seguiría enfadada conmigo aún después de leerlo? Si así era, es que ella no me había querido nunca.
—¿Has leído mi correo? —le pregunté aprovechando la estrategia de Sebastián de ir al baño para dejarnos solos.
—¿Cómo dices? —me quedé perplejo al ver que no sabía de qué le estaba hablando. Su mirada ya no era fría y distante como el día anterior, algo había cambiado en ella, pero mi esperanza se vino abajo al saber que no había leído aún mi correo.
—Te mandé ayer un email, ¿no has mirado tu correo?
—Claro, lo miro todos los días, incluso ayer lo abrí y no vi ningún email tuyo. ¿Era algo importante?
—Qué raro, yo juraría que escribí bien la dirección de Outlook que Sebastián me dio —dije, advirtiendo que Laura se estaba tocando el tabique nasal. Bien, aunque no lo hubiera leído, estar conmigo le ponía nerviosa, y esperaba que fuera para bien.
—Vuélvemelo a mandar. A veces pasa que tú crees que has enviado un mensaje y no ha sido así; es lo que tiene internet, ya sabes, muy bueno para unas cosas pero para otras… O si prefieres ahora que me tienes delante dime lo que escribiste.
—No, mejor te lo vuelvo a mandar —¿Decírselo? No, no podía hacer eso porque no era el momento, Sebastián estaba regresando a su sitio y no podía hablarle de amor estando él presente.
—Como quieras —Parecía molesta, pero aun así preferí reenviarle el mensaje, con la esperanza puesta en que leyera la novela y se diera cuenta de cuánto significaba para mí.
Volvimos a la redacción, y nuevamente en el despacho de Sebas, en los cinco minutos que le quedaban para reunirse, me dejó usar el ordenador y me aseguró que estaba escribiendo correctamente el correo de Laura.
Aun así, cuando salí del despacho y le pregunté si lo había recibido, me dijo que no y le pedí que me diera otra dirección; por algún motivo la que tenía estaba dando error, y yo empezaba a irritarme. Cuando se levantó de su silla y se inclinó por encima de la mesa para darme el posit, mostró un escote del que tuve que apartar la mirada para no caer enfermo. Dios, cómo amaba a esa mujer y cuánto la deseaba. Estaba desesperado y necesitaba que leyera mi novela cuanto antes, o no respondería de mí y le haría el amor allí mismo.
Salí de la redacción y me crucé con sus compañeros de trabajo que regresaban tras tomar café, incluido Toni. Era un hombre apuesto, alto, moreno, con los ojos verdes y una sonrisa que entendía que hubiera enamorado a Laura. Por un momento sentí celos. Habían pasado la noche del viernes juntos y eso me consumía. Ella no lo había negado, pero cuando intentó decirme que no habían hecho nada no la dejé hablar y todavía me reprochaba haber sido tan tajante.
Como no sabía qué hacer, cogí un taxi y le pedí que me llevara al hotel. Una vez allí, lo primero que hice fue reenviar el correo a la nueva dirección que tenía de Laura. Después, me tumbé en la cama y llamé a mi madre. Le pregunté por mi padre y por todos mis hermanos, y muy especialmente por mi niña Lali.
—Está bien, hijo, no te preocupes. Han ido otra vez al ginecólogo y esta vez sí han visto y oído latir el corazón del bebé. Rajiv ya está convencido de que va a ser padre y no molesta tanto a Lali, pero cogió el dinero que nos diste igualmente.
—Será hijo de puta, decía que el dinero era porque Lali no servía para tener hijos y aun estando embarazada lo acepta. ¡Menudo impresentable!
—Sí, Bhadrak, pero es el marido de tu hermana y lo tenemos que aceptar y respetar.
—Lo sé, madre, pero me duele pensar que Lali no sea feliz.
—Cuando tenga a su bebé en sus brazos, el bebé le hará feliz.
—Claro que sí, madre.
Después de poner la tele y aburrirme con las noticias matineras, llamé a Laura para saber si había recibido mi correo, pero no atendió a mi llamada. «¡Mierda!», grité. Bajé a comer al restaurante del hotel y volví a subir a la habitación. Cuando sonó mi móvil, lo cogí con la esperanza de que fuera ella, pero era mi amigo Sebas preguntándome si había comido.
—Vaya, te me has adelantado, pensaba invitarte a comer.
—No te preocupes, ya has hecho demasiado por mí.
—Nunca es demasiado por un buen amigo, Bhadrak. ¿Qué has pensado hacer esta tarde?
—No lo sé, no he pensado en nada porque estoy esperando a que Laura me confirme que le ha llegado mi email y le pueda preguntar qué le ha parecido. Joder, ¿por qué no da señales de vida? ¿Sabes algo de ella?
—Que está en su despacho trabajando en el artículo. Ha salido a comer con su compañera Valeria y ha vuelto hará unos diez minutos.
—¿A qué hora termina su jornada laboral?
—Normalmente sobre las seis, pero si está enfrascada en un buen artículo hay días que se queda hasta que a ella le parece conveniente. El edificio está abierto hasta las once de la noche, y yo no les limito las horas de trabajo.
—Menudo usurero estás hecho —bromeé.
—Noo, quien se queda en la redacción haciendo horas extras es porque quiere, yo no obligo a nadie —dijo él entre risas.
Cuando colgué el teléfono, aburrido como estaba, saqué un libro de la maleta y decidí empezar a leer. Entre novela y novela me gustaba leer unos cuantos libros para por un lado, descansar de escribir; y por otro, aprender más, pues en esta profesión cada día se aprendía y todo conocimiento era poco.
Estaba sumido en la lectura, cuando de pronto unos golpecitos se oyeron en la puerta, de la misma manera en la que yo solía tocarle a Laura cuando estaba en Agra. Me levanté con el corazón en un puño, y cuando abrí me encontré a mi guiri linda, vestida con un sari azul turquesa, unas sandalias doradas, con el cabello suelto ondeando sobre su pecho y con el móvil en una mano. Levantó el dedo índice y lo acercó a mi pecho, hizo que fuera andando hacia atrás, guiado por ella, hasta que tropecé con un sillón y quedé sentado. Entonces, Laura dejó el bolso que llevaba colgado sobre la mesa, tocó su móvil y empezó a sonar Jai Ho, de la película Slumdog Millionaire, lo dejó junto a su bolso, y empezó a bailar moviendo las caderas como en la danza del vientre, articulando los brazos de manera sugerente y mirándome con una sonrisa en los labios que me volvía loco.
Cuando movió el dedo índice hacia sí misma indicándome que fuera, me levanté del sillón, me coloqué detrás de ella y bailé siguiendo sus pasos, hasta que terminó la canción. Entonces, nos quedamos mirándonos a los ojos y tras unos inquietantes segundos que se me hicieron eternos, cogí su rostro con las dos manos y la besé. Laura pasó sus brazos por encima de mi cuello y me agarró el pelo por la nuca, convirtiendo el beso que había empezado suave, en uno desgarrador. Movíamos nuestras lenguas desenfrenadas con ansia, nos devorábamos con anhelo, pues llevábamos deseándolo mucho tiempo y no podíamos vivir sin eso.
Fuimos besándonos desde la sala hasta la habitación donde estaba la cama, y una vez allí, nos quitamos la ropa el uno al otro e hicimos el amor como si fuera la primera vez. Mi cuerpo se estremecía ante cada caricia de ella, el suyo palpitaba al sentirme dentro, y cuando llegamos juntos al orgasmo, sentí cómo temblábamos de placer. Nos quedamos exhaustos sobre la cama, mirándonos fijamente, observando cada milímetro del rostro del otro, yo sin poder creer que de verdad tuviera a Laura frente a mí. Por fin, rompí el silencio al preguntarle si no tenía que volver a la redacción.
—No. Sebastián me ha dado la tarde libre. Anoche me acosté muy tarde leyendo tu novela y estoy agotada.
—¿Cómo dices? —pregunté, abriendo mucho los ojos porque no estaba seguro de si había escuchado bien.
—¡Oh, Bhadrak! ¡Una occidental en Agra! Es lo más bonito que he leído nunca, nos describes con tanto amor que creí morir de placer conforme iba leyendo —decía ella, entusiasmada.
—¿Dices que lo leíste anoche? —Todavía no daba crédito a lo que estaba oyendo.
—¡Que sí, sordo!
—Pero, tú me has dicho esta mañana que… ¡y dos veces!
—Te dije que te la devolvería, ¿sí o no?
—Sí, desde luego —dije sentándome sobre la cama mientras la miraba asombrado.
—Bhadrak —Ella también se incorporó, me cogió las manos y me miró a los ojos—. Cuando te dije en el Taj Mahal que ojalá alguien pudiera amarme a mí como Khurram a su Mumtaz y tú me contestaste que era fácil hacerlo, no lo entendí; pero ahora sé que te referías a ti y que me quieres tanto o más de lo que quiso el emperador a su tercera esposa. Venir hasta aquí para estar conmigo, recorrer medio mundo por amor… eso es lo más bonito que alguien ha hecho por mí, y quiero que sepas que yo también te amo, y que por ti me habría quedado en Agra si hubiese sido necesario.
—Mi amor, por ti recorrería no medio sino el mundo entero. Tú me has enseñado lo que es el amor, no lo conocía y no sabía lo hermoso que era, pero desde que te vi, tuve claro que no lo dejaría pasar.
—Tú sí que eres hermoso —dijo ella lanzándose sobre mí, haciendo que ambos cayéramos sobre el colchón.
De nuevo nos besamos, de nuevo nos amamos, y nos prometimos amor eterno, porque era tan fuerte que nada ni nadie lo podría romper.
Esa noche, Laura me explicó lo que había pasado el viernes. Estaba molesta conmigo porque no sabía nada de mí y había aceptado ir a la supuesta fiesta de bienvenida que le habían organizado sus compañeros, bebió más de la cuenta y… supongo que el resto ya os lo habrá contado ella. Yo solo os puedo decir que la creí, que ese mismo día ella me dijo que le había dejado bien claro a su ex novio que jamás volvería con él porque estaba enamorada de otro hombre, y que al día siguiente yo empecé a buscar un piso grande en el que viviríamos Laura y yo y formaríamos una familia feliz.