2.  MATRIMONIO DE CONVENIENCIA.

 

—Vamos Bhadrak, la familia de Kamna está a punto de llegar –escuché a mi madre gritar desde el salón.

Había subido a mi antigua habitación a recoger unos CD’s y a echarme un rato en la cama. La noche anterior había sido movidita y estaba agotado. Además, estaba allí a la fuerza, ya que por más que había hablado con mis padres acerca de que no me parecía bien volver a casarme por conveniencia, ellos parecían no entenderme y al final había hecho un trato con mi madre: yo conocería a Kamna y si algo se removía en mi interior, si sentía algo, por pequeño que fuese, dentro de mí, accedería; de lo contrario, seguiría soltero, esperando a que llegase el amor de mi vida, si es que eso era posible.

Habían pasado ocho años desde mi matrimonio con Salila. No es que no la hubiera querido, pero tampoco llegué a estar nunca enamorado de ella. Ambos éramos muy jóvenes y entendimos que debíamos hacerlo, porque nuestra cultura así nos lo había impuesto, y nos hicimos felices el uno al otro. El respeto siempre existió, e incluso el sexo llegó a ser tan espiritual que solo con mirarnos llegábamos al Tantra. Dos años después, Salila falleció dando a luz a mi pequeña Induma antes de tiempo, y las dos se fueron al cielo antes de que llegara a sentir por ellas lo que se merecían.

Las lloré, las lloré mucho; pero también me sentía mal conmigo mismo porque no le había dado a  Salila el amor que se merecía, porque no había estado enamorado de ella. Si lo llego a saber… O seguramente no, no hubiese cambiado nada de haber sabido que se iría tan pronto para continuar reencarnándose hasta conseguir el moksa.

Mi madre estaba nerviosa. La familia de Kamna no era demasiado adinerada, pero de nuestra unión nos beneficiaríamos todos. Yo estaba cansado de este tipo de uniones, de aceptar sin aspirar a más, porque estaba convencido de que el amor verdadero me estaba aguardando en algún sitio, y empezaba a dudar que estuviera en Agra.

Bajé la escalera silencioso, tratando de escuchar a los invitados que habían llegado y me esperaban. Era una falta de respecto que el novio no estuviera ya en la sala, pero bastante me estaba costando acceder de nuevo a la voluntad de mis padres, a sabiendas de que me comportaba como un crío malcriado a mis treinta y dos años.

En cuanto mi pie tocó el último peldaño, una mujer morena de piel suave y oscura se giró hacia mí, mostrando unos enormes ojos verdes y una tímida sonrisa en sus labios. Dios, no debía de tener más de diecisiete años. Un sentimiento extraño acudió a mí, como una ráfaga de ternura hacia aquella joven que se brindaba a mí sin objeciones, sin conocerme de nada, solo porque nuestros padres así lo habían decidido y ella no podía hacer más que obedecer. En ese momento recordé a Salila, lo nerviosa que estaba el día en el que nuestros padres nos prometieron, era tan joven. Claro que entonces éramos jóvenes los dos pero ahora… Veía en el bello rostro de Kamna el temor y me preguntaba si era necesario aquello. Esa chica se casaría conmigo porque sus padres así lo habían decidido tras negociar con los míos sin importar si ella ya se había fijado en otra persona o no; o lo que era peor, sin importar si algún día llegaría a sentir algo por mí.

También recordé el día que prometieron a mi hermana pequeña, Lali. Apenas tenía dieciséis años cuando la emparejaron con Rajiv y desde entonces, no había vuelto a ver el brillo en sus ojos al que me tenía acostumbrado. Por más que le preguntaba cuando iba a verla por su estado de salud, ella siempre contestaba tímidamente que estaba bien pero, ¿cuándo mi hermana había sido tímida conmigo? ¿Desde cuándo tenía miedo de mostrarme sus sentimientos? De eso hacía un año, su boda se había celebrado durante días, pero desde entonces yo no podía dejar de pensar en ella porque algo me decía que no era feliz.

—Hola, supongo que eres Kamna –dije, cogiéndole la mano y dándole un tierno beso en el dorso.

—Sí, estoy muy feliz de estar hoy aquí, señor Bhadrak.

—Oh, pero no me llames señor, por favor. Me hace creer que soy tu padre.

—De acuerdo señor, digo, Bhadrak.

Mi madre hizo que pasáramos al salón y sacó té y pastas. Mis padres empezaron a preguntarle a Kamna si le gustaban los niños, cuantos le gustaría tener, si cocinaba bien, de qué forma hacía la colada… Preguntas que a mí me parecían innecesarias para conocer a una persona, pero que en mi cultura parecían muy importantes. Desde luego, mi viaje a España me iba a crear serios problemas en mi país. Había viajado hacía dos años. Quise ir a un país occidental y me aconsejaron España por el clima, así que fui a Valencia a documentarme para una novela. Quería saber cómo era la gente de allí, pero no solo eso; quería conocer una cultura distinta a la mía, y vaya si la conocí, tanto, que empecé a no entender la mía, sobre todo en cuanto a las relaciones sentimentales y a lo que al trato con las mujeres se refería. Allí la mujer vivía sin temor, hacía lo que quería, no tenía un dueño al que obedecer solo por el hecho de ser su esposa, trabajaba para sí misma, elegía a quien amar… Me quedé enamorado de la cultura y la vuelta a la de mi país me estaba resultando dificultosa.

En cuanto mis padres estuvieron satisfechos con las respuestas dadas por Kamna, o más bien, pensaron que yo lo estaba, pues estaba seguro de que todo eso ya lo habían hablado con sus padres; empezó el turno de las negociaciones. Estuvieron dos horas estableciendo el acuerdo de la dote, dos horas durante las cuales yo no dejaba de observar a una Kamna con la cabeza inclinada hacia el suelo y la mirada perdida, dejándose hacer como si de una mercancía se tratara.

—Kamna, ¿te puedo preguntar una cosa? –no pude evitar interrumpir, harto de que solo mis padres hablaran.

—Claro, señor… digo, Bhadrak.

—¡Kamna! –la recriminó su padre, molesto porque me hablara con esa familiaridad.

—No pasa nada, le he pedido yo que me llame por mi nombre de pila –expliqué, y dirigiéndome a mi posible prometida y sin dejar de mirarla a sus ojos esmeralda, le pregunté —: ¿Yo te gusto?

—Por supuesto, señor –Miré de reojo la cara orgullosa del padre al ver que había preferido hacerle caso a él. Al fin y al cabo, todavía era suya y se debía a sus órdenes. Cuando se casara conmigo todo cambiaría, pero en ese momento debía obedecerle a él.

—¿Cómo lo sabes?

—Bhadrak –Esta vez fue mi padre quien me reprendió a mí, solo que yo era un adulto que ya no se dejaba mangonear por sus progenitores.

—¿Qué pasa, padre? ¿Tan extraño le parece que me interese saber por qué una joven que apenas me conoce, no duda en decir que le gusto? ¿Acaso conoce mi forma de ser, cómo pienso, cómo soy en la intimidad? ¿Acaso sabe si soy una persona agradable, si no soy un cretino, si no voy a abusar de ella?

—Eso ya lo irá conociendo una vez estéis casados –opinó mi madre.

—No, madre, las cosas no son así, porque una vez casados ya no habrá marcha atrás, y si no le gusto, no podrá hacer otra cosa más que aguantarse.

—Su reputación le precede –dijo la madre de Kamna, también tímidamente. Estaba claro que esa familia era tradicional y las mujeres tenían poco que decir porque lo que dijeran, poco importaba.

—¿Mi reputación? –pregunté extrañado.

—Su anterior matrimonio. Sabemos que fue un buen marido y con eso nos es suficiente.

—Suficiente –repetí. Volví a mirar a Kamna, a quien notaba cada vez más nerviosa, y le pregunté —: ¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho, señor.

Le pregunté la edad porque mientras nuestros padres negociaban el compromiso, los míos habían alegado al precio de la dote, el hecho de que la chica ya no era una jovencita. ¡Por el amor de Dios! ¡Si era una cría! Una mujer occidental a esa edad empezaba los estudios universitarios, no pensaba en casarse ni mucho menos. De nuevo recordé a mi hermana. Tenía ganas de verla, y en cuanto acabara la estupidez que estaba presenciando me pasaría por su casa.

—Kamna, yo tengo treinta y dos años, ¿no te parece que soy muy mayor para ti?

—No, señor, solo son catorce años de diferencia.

—¿Solo? Si fueran más podría hasta ser tu padre.

—Pero no lo son –zanjó la conversación mi padre —. Ni siquiera se notan. Las mujeres envejecen antes y a mí me parece que hacéis una pareja perfecta, ¿no es cierto? –preguntó dirigiéndose al resto.

—Por supuesto –contestó la madre de Kamna, y me preguntó, algo asustada —: ¿Acaso a usted no le gusta mi hija?

—¿Que si me gusta? Su hija es de las mujeres más bonitas que he visto en mi vida, pero no se trata de eso –Noté cómo Kamna se ruborizaba—.  No puedo decir que no me guste porque su actuación aquí está siendo correcta, estoy seguro de que la han educado perfectamente para que cumpla con todas sus obligaciones, entre ellas, complacer a su marido pero, ¿qué pasa con ella?

—No le entiendo –dijo el padre.

—Usted sabe que yo fui un buen esposo y piensa que sería igual con su hija, eso no se lo pongo en duda. Efectivamente, si yo me casara con su niña, lo daría todo por ella pero, ¿cómo sé que seríamos felices si apenas nos conocemos? No sabemos si nos llevaremos bien.

Mis padres me miraban de reojo y notaba el enfado de ambos. Eso no era lo que les había prometido pero es que esa niña me inspiraba tanta ternura, que mancillar su inocencia haciendo mía a una mujer a la que no amaba y no porque no quisiera, sino porque no la conocía de nada, no me parecía correcto. Estaba harto de las normas que mi cultura imponía, normas bajo las cuales había vivido toda mi vida, pero que ya iba siendo hora de empezar a romper. El problema es que en mi país, difícilmente lo conseguiría.

—Kamna sabe que será feliz contigo, hijo –me increpó mi padre, enojado por mi comportamiento.

—Perdonad, pero lo pongo en duda –Aunque en el fondo sabía que ella estaba convencida de que la haría feliz, porque eso le habían dicho sus padres y estaba educada para aceptarlo—. Si me disculpan.

Salí de la casa de mis padres encolerizado. No entendía cómo esa joven tan hermosa estaba dispuesta a entregarse a mí sin conocerme de nada, no entendía cómo las mujeres de mi país no se revelaban ante las injusticias que se hacían con ellas. Me asqueaba vivir en esa sociedad, y me daba asco hasta ser hombre, porque eso significaba a los ojos del resto, que era igual que todos.

Me dirigí hacia la casa en la que vivía mi hermana Lali. Por ser la pequeña de los cinco hermanos, sentía algo especial por ella, sobre todo desde que se había casado. Por eso había reaccionado  como lo había hecho ante Kamna y sus padres, porque veía a mi hermana infeliz, y no quería a mi lado a una mujer así. Mis otros tres hermanos también estaban casados. Mi hermano mayor, Devaduth, tenía treinta y cuatro años y llevaba casado con Chameli catorce años; mi hermano Raman, tenía veintiocho años y llevaba casado con Kamini diez; mi hermana Vanita tenía veintitrés años y llevaba casada con Ajay cinco; mi hermano Tej tenía veinte años y llevaba casado con Sahana tres; y por último estaba mi pequeña Lali, quien llevaba casada un año con Rajiv. Todos ellos parecían felices, todos menos mi Lali, la niña de mis ojos.

La encontré lavando la ropa a mano cuando llegué. Cuando alzó su mirada hacia mí, sus ojos se iluminaron, aunque sus bolsas denotaban cansancio y la rojez me daba a entender que había estado llorando.

—Lali, preciosa, ¿estás bien? –le pregunté preocupado.

—Claro que está bien –contestó su marido, quien acababa de entrar a la galería tras haber sido notificado de mi llegada, y me hablaba desde atrás.

Me giré para saludarlo con un apretón de manos porque no podía abandonar las buenas costumbres, aunque tuve que apretar los dientes para disimular y no decir lo mal que me parecía que no dejara hablar a mi hermana.

—Tu bello rostro me dice que no es del todo cierto lo que dice tu esposo, ¿estás enferma?

—No, estoy bien –dijo mi hermana.

—¿De verdad?

—¿Por qué debería de mentir mi mujer? –preguntó molesto Rajiv.

—Por nada, por supuesto. Solo quiero que mi hermana sepa que aunque esté casada contigo, puede contar conmigo para lo que necesite. Sigo siendo su hermano mayor.

—Correcto, pero Lali ya no pertenece a tu familia, y si necesita algo yo soy quien se lo ha de dar.

—Estoy bien, Bhadrak. Gracias –escuché la dulce voz de mi hermana intentando apaciguar y me tranquilicé. Sabía que si seguía acabaría mal y eso provocaría un disgusto en mi familia.

Después de hablar un rato con mi hermana y mi cuñado intentando hacer de tripas corazón ante el machismo común que Rajiv no hacía nada por disimular, decidí salir a dar una vuelta por las calles de Agra. No podía volver a mi casa hasta que supiera qué le iba a decir a mis padres respecto a Kamna. A mi edad ya no me podían obligar a casarme pero tampoco quería darles un disgusto, y me encontraba en una encrucijada de la cual no sabía cómo salir.