33. DE NUEVO EN CASA.
Tardé dos días en llegar a Valencia. Estaba cansada y deprimida, y solo tenía ganas de entrar en mi piso, darme una ducha y meterme en la cama, pues mi cuerpo necesitaba estar en posición horizontal y estirar las piernas, encogidas en los aviones durante tantas horas.
No le había dicho a nadie que estaba regresando a casa. Había encendido el móvil entre los transbordos por si me llamaba mi jefe y había visto las llamadas perdidas y los mensajes de Bhadrak, pero no me había sentido con fuerzas de contestarle. ¡Estaba tan enfadada! Estaba prometido, se iba a casar y aun así había estado conmigo y me había hecho creer que viviría en España por mí. Y yo, ¿cómo había sido tan ingenua de creerle? Llevaba dos días sin quitarme de la cabeza cómo me había llegado a enamorar de un indio que por lo visto solo había querido de mí pasar el rato. ¡Él, que al principio decía respetarme tanto! Joder, cada minuto que pasaba lo entendía menos. Yo desde el primer día le había sido sincera, le había dicho que quería pasar un buen rato con él, sin compromisos, y sin embargo él había hecho que me enamorara, me había dicho que me quería y yo le había creído. Pobre chica Kamna, que había tenido que escuchar que no pensaba casarse con ella pero, entonces, ¿a qué jugaba Bhadrak? ¿Podría ser que en realidad el tema se le hubiese ido de las manos, que no quisiera nada conmigo por estar comprometido pero que se hubiera enamorado de mí y por eso hubiera decidido no casarse? ¿Sentiría algo por ella? Eran tan bonita…
Pensar todo eso me producía una migraña espantosa, así que en cuanto el taxi me dejó en mi portal y entré en mi piso, dejé las maletas en mi habitación y me metí en la ducha. Una vez limpia y relajada, me tomé una infusión para dormir y me metí en la cama; después de un largo viaje podía descansar y pensaba hacerlo. Después, ya seguiría dándole vueltas a todo.
Me desperté el lunes dieciséis de mayo a las cuatro de la tarde. Había dormido diecisiete horas y me dolía la cabeza. Me lavé la cara y miré las maletas. No me apetecía hacer nada, así que me tumbé en la cama, encendí el portátil y leí un correo que mi prima me había mandado el día antes.
De: Elisabeth Romero Morgan
Para: Laura Morgan González
Asunto: Lo hice
15 de Mayo de 2016
Hola prima, ¡por fin lo he hecho! Hablé con mis padres, les conté mi relación con Amanda y la llevé a que la conocieran. Pasamos el día en su casa, Amanda les contó que se consideraba bisexual, de ahí que hubiera estado casada y tuviera un hijo, pues no lo había hecho por tapar nada ni por no estar convencida de su sexualidad, y mis padres, sorprendentemente, lo tomaron bien. Al parecer, son más modernos de lo que yo pensaba, han apoyado mi relación y estoy muy orgullosa de ellos. Laura, no imaginas lo feliz que estoy, ¡qué ganas tengo de que vuelvas y la conozcas!
¿Y tú? Sé que no estás de vacaciones pero si consigues sacar un ratito, escríbeme para que sepa que todo va bien, ¿vale?
Besos
Cogí el teléfono y busqué su número. Ahora que estaba en Valencia podía llamar sin coste adicional, y no me apetecía demasiado escribir.
—¿Diga? —preguntó Liz, al no reconocer el número desde el que la llamaba, ya que ella tenía mi teléfono y la llamaba desde el del trabajo.
—Liz, soy yo, Laura.
—¡¡Laura!! —dio un grito de alegría—. ¿Cómo es que me llamas? ¿Va todo bien?
—Sí, perfectamente, estoy en casa.
—¿En casa casa? —Me la imaginaba gesticulando enfatizando más sus palabras, ¿qué casa sería si no?
—Sí.
—Pero, ¿cuándo has llegado? ¿Cómo es que no me has escrito diciéndome que volvías? Habría ido a por ti al aeropuerto.
—Tranquila, fue pensado y hecho. Llegué anoche y cogí un taxi.
—Pero, ¿por qué? Quiero decir, ¿por qué así de corre prisa? Me dijiste que tenías cosas que resolver en Agra y que tardarías en regresar. Estás bien, ¿verdad? Ay por favor, no me digas que algún indio te ha hecho algo porque cojo un avión, me planto allí y te juro que…
—Tranquila, estoy bien. Acabo de ver tu email, me alegro mucho de que seas feliz y, ¿tú ves? Ya te dije yo que los tíos se lo tomarían bien.
—Sí, prima, estoy que aún no me lo creo, tenía un miedoooo, ni te lo imaginas.
—Bueno, pues ya ha pasado todo. Me hubiera gustado estar contigo en un momento así —le dije algo afligida. Para el resto del mundo siempre estaba cuando precisaban de mí, y una vez que me necesitaba mi prima, yo estaba en la otra punta del mapa.
—No te preocupes, Laura, no importa, de verdad. Amanda me ha ayudado mucho a tener mi cabeza centrada, me ha sacado del armario y me ha animado cuanto necesitaba para dar el paso con mis padres.
—Aun así, me hubiese gustado estar.
—No pasa nada, no le des más vueltas y oye, ¿qué tal te lo has pasado en Agra? Estoy deseando que me lo cuentes todo. Por cierto, ¿has llamado a mi tío?
—No, me he despertado hace un momento y eres la primera a la que llamo.
—Guay, pero llámale, querrá saber que estás en casa.
—Creo que porque no lo llame enseguida no se va a preocupar, igual que no se ha preocupado mientras he estado fuera.
—¿No te mandó el email? —me preguntó, por su tono de voz, preocupada.
—Sí, me dijo que había estado sin internet y que lo sentía, a partir de ahí nada más.
—Joder prima, no sé cómo va a acabar esto, pero tenéis que poner de vuestra parte los dos.
—No quiero pensar en eso ahora, estoy cansada.
—Ya imagino, menudo viaje más largo hija, ¡estarás bajo los efectos del Jet lag!
—Sí, del Jet Lag y del clima, la luz, el olor… Todo es distinto aquí.
—Laura, ¿quieres que vaya a verte? ¿Te apetece hablar de algo?
—No, no, tranquila, solo quiero descansar. Mañana será otro día.
—Está bien, mañana te llamo entonces.
—Vale prima. Hasta mañana.
Me quedé sentada en la cama unos segundos antes de volver a llamar, esta vez a mi jefe. La conversación con él fue breve: le dije que ya estaba en casa, que el viaje había ido bien y que estaba muy cansada. Le pedí un par de días libres a los cuáles él quiso añadir toda la semana, pero yo le dije que en cuanto me encontrara bien se lo haría saber y volvería; estar en casa no me beneficiaría en nada y debía empezar a escribir el artículo que el señor Gutiérrez esperaba sobre su mesa cuanto antes.
—¿Has arreglado las cosas con Bhadrak? —me sorprendió que me preguntara.
—No hay nada que arreglar —dije, intentando que sonara creíble.
—Laura, te conozco desde hace años y sé que no estás siendo sincera conmigo, quiero ayudarte pero si no te dejas e insistes en decir que no pasa nada…
—Porque no pasa nada —le interrumpí, y de pronto, como si mi cerebro se abriera para mostrarme algo que me había estado ocultando hasta el momento, añadí, recurriendo al tuteo de los casos extremos—: Tú sabías muy bien dónde me mandabas.
—Sí —dijo él, sin negar lo evidente.
—Entonces, lo de irme fuera para desconectar, olvidar y escribir un buen reportaje queda reducido a mandarme a la ciudad en la que conocería a mi escritor favorito y vería la situación de la mujer allí, dándome cuenta de que mis problemas son nimiedades en comparación con aquello —No era una pregunta sino una afirmación.
—Laura, pensé que te vendría bien darte cuenta de que no estabas tan mal como creías, y como sabía lo mucho que te gustaba Noah Baldwin, a quien yo tenía el placer de conocer…
—Ya, ya… pues muchas gracias. En cuanto esté mejor se lo haré saber para reincorporarme al trabajo.
—Tómate el tiempo que necesites, quiero a mi Laura Morgan fresca como una rosa —Nos quedamos callados unos segundos, pues no me atrevía a colgar mientras mi jefe no diera por finalizada la conversación, y añadió—: Señorita Morgan, espero un buen artículo.
—Por supuesto, señor Gutiérrez.
Esa tarde pensé que tendría que bajar a comprar comida, pues la nevera la había dejado vacía, pero estaba tan agotada, tanto física, como psicológicamente, que rebusqué en los armarios de la cocina, y como vi que había un paquete de macarrones, un par de latas de atún y un brik de tomate frito, decidí que esa noche cenaría macarrones con atún y que al día siguiente ya iría a hacer la compra.
Dormí una siesta de dos horas, hasta que el sonido del móvil de la empresa me despertó y, como si por un momento no recordara lo enfadada que estaba con el amor de mi vida, corrí a cogerlo pensando que sería él. Cuando vi un número que no conocía en la pantalla, ya que solo tenía guardados el de Bhadrak y el de la redacción, se me cayó el alma a los pies.
—¿Laura? —escuché la voz de mi padre.
—Hola papá —lo saludé desganada. ¡Maldita prima mía que se tenía que meter siempre donde no la llamaban!
—Me acaba de decir Elisabeth que estás en casa, ¿por qué no me has llamado?
—Le he dicho que te llamaría mañana porque estoy muy cansada, ¡estaba durmiendo joder! —gruñí, decepcionada sin saber por qué—. A Liz la he llamado porque he leído un email que me escribió ayer y he preferido hablar con ella a escribir.
—Siento haberte despertado, solo me preocupo por ti, no creo que sea para que me hables así.
—No, claro que no, perdóname papá —dije, recordando lo que había dicho mi prima sobre que los dos pusiéramos de nuestra parte—. Es solo que estoy cansada y no esperaba que nadie me llamara.
—Está bien. Dime hija, ¿necesitas que te ayude en algo? ¿Tienes comida en casa?
—Sí, sí, tranquilo. Voy a cenar macarrones y mañana saldré a comprar.
—¿Quieres que te acompañe?
—¿Es que no tienes que trabajar o qué? No te preocupes por mí que ya soy matorcita. Joder, me voy a la otra punta del mapa y solo sé de ti una vez en todo un mes, y ahora que ya estoy en mi hogar, donde no necesito nada más que tranquilidad, y qué pesadito te pones.
—Ya lo estás haciendo otra vez, está claro que no es el mejor momento para hablar. Mañana te llamo.
—No, mejor papá, espera a que te llame yo —y le colgué.
Tardé dos segundos en romper a llorar, dándome cuenta de lo mal que me había comportado. Parecía una cría pequeña teniendo una pataleta pero, que no me hubiera mandado más que un email durante el tiempo que había estado en Agra me dolía más de lo que yo misma creía, y no había sabido reaccionar de otro modo.
Puse el agua a calentar con una pastilla de avecrem que había encontrado por el armario y me metí en la ducha. Me encantaba sentir el agua caer sobre mi cuerpo, me relajaba sobremanera, y para cuando salí, el agua ya hervía y pude meter los macarrones. Puse la televisión y mientras se cocían vi el programa “Ahora caigo”, miré el reloj y vi que no eran ni las ocho pero claro, no había comido en todo el día y mis tripas estaban crujiendo desde hacía rato. Los macarrones serían mi desayuno, comida, merienda y cena. Una vez cocidos, le eché el atún y el tomate y llevé el plato al comedor, donde me lo comí mientras terminaba de ver el programa.