BT Y EL CAPITALISMO CUTRERO
Debajo de Business Track está el hecho de que casi la mitad de los peruanos consultados por Apoyo no cree en la democracia como la mejor forma de gobierno.
La hipocresía de algunos medios se escandaliza por lo de los petroaudios, pero no dice nada en relación con las empresas grandotas y platudas que contrataron a Ponce Feijoó y compañía para espiar a sus competidores y husmear hasta en sus dormitorios.
¿Alguien puede dudar de que las interceptaciones de teléfonos y computadoras de Ollanta Humala fueron a parar a manos de Alan García durante la campaña del 2006 y de que parte de esa información pudo resultar clave para la estrategia polémica del candidato aprista?
¿Y alguien se atrevería a jurar, tras las declaraciones del señor Pablo O’Brien —embarradísimo él mismo—, que el diario El Comercio no uso Business Track en su batalla campal contra Bavaria?
El APRA termina este segundo alanismo con la misma suciedad con la que, hace veinte años, dejó un país caótico y quebrado.
La economía esta vez no se ha desplomado —y eso es un mérito tratándose de García—, pero la corrupción alcanza niveles oceánicos y extremos esperpénticos.
Que un misil israelí comprado a peso de oro estalle a cien metros del ministro de Defensa no solo es una escena digna de los hermanos Marx: es el síntoma de la purulencia que se repite en las adquisiciones militares, desde las camionetas policiales hasta los dudosos tanques chinos.
Se roba en el asfalto que se raja al poco tiempo de haber sido puesto, en las medicinas indias compradas a dedo, en las megaobras transoceánicas, en las licitaciones de casi todas las obras públicas, en la venta de activos del Estado y hasta en las adquisiciones de menor cuantía de entidades públicas, regionales y municipales.
Y se roba porque el Perú eligió a Alan García, un presidente que ya se había enriquecido con denuedo y en abundancia durante su primer gobierno.
Mucha de la gente que se queja por la atmósfera tóxica de estos días pretende olvidar que con su voto llegó García a este segundo mandato. Y mucha de esa gente, años atrás, le había cerrado el paso electoral a Vargas Llosa, Lourdes Flores o Valentín Paniagua —personalidades que, más allá de sus ideas, eran garantía de decencia y escrúpulos—.
Un presidente que se ha hecho millonario gracias al poder, que sigue acumulando fortuna y permitiendo que otros hagan lo mismo, tiene que ser todo un profesional en el arte de la impunidad.
Y García lo es.
O sus delitos no se investigan o prescriben o se atascan para siempre en algún ducto del sistema judicial.
Y él es consciente de eso. Consciente de lo blando que es este país de perplejos (que se creen pendejos).
Por eso puede decir que él, desde su cargo, puede «bloquear al candidato que no le satisfaga». Y ya lo está haciendo con Humala y con Toledo.
O puede decir, cuando no obtiene los aplausos autómatas que espera, que «el Perú es un país esencialmente triste». O decir, en contraste, que «los colombianos demuestran hiperactivismo racial, físico y genético por ser mezcla de español del norte, vascongado y catalán, más un mayor componente negro y un poco de antropófago primitivo». (¡Y después censuran al Negro Mama!).
Dependiendo de en qué polo se encuentre el ánimo, García podrá llamar al Perú «triste» y, pocos días después, «centro del universo». Y un día dirá que está frustrado por el poco avance de ciertas obras y horas después proclamará: «Les pido un acto de fe. Dios me ha dado la capacidad de convencer a las personas, incluso a las que dudan…».
Jesucristo podría ser discípulo del doctor García. Aunque, claro, la diferencia es obvia: el fundador de la Iglesia católica multiplicaba peces y panes mientras que el doctor García multiplica comisiones.
No son los delirios narcisistas los que preocupan al país. Es esta atmósfera de decadencia moral la que debería hacer aullar todas las alarmas.
La cultura criolla se ha podrido. La llamada «viveza peruana» ha dado un golpe de Estado y ha cerrado la Contraloría nombrando a un fantasma como titular.
No solo es la política la enmugrada. Es un amplio sector empresarial, una tenaz cúpula militar, buena parte de la inversión extranjera.
Es el capitalismo cutrero el que parece haber llegado a su apogeo con este gobierno.
No es solo el señor Jorge del Castillo el chamuscado. Ni el señor Rómulo León el operador. Ni el viejo Químper el sinvergüenza solitario.
Es el sistema el corrompido. Porque el sistema, heredado directamente del fujimorismo, está construido para crecer sin orden, vender el subsuelo minero o hidrocarbonífero a precios de ganga y hacer de cuenta que estamos en 1950, que la Guerra de Corea nos favorece y que, apelando al cemento, nos haremos grandes y que la obra física puede reemplazar al proyecto nacional incluyente.
Así pensaba Odría. Y es irónico cómo García imita ahora mucho más al general «de la alegría» —que se quebró una pierna en un burdel— que al Haya de la Torre que terminó aliado de Odría.
Otro episodio de «prosperidad falaz» se está cerrando. Y mientras Lima es la metáfora espantosa del crecimiento entendido como un cáncer, la educación pública colapsa y las diferencias entre ricos y pobres se agrandan.
En Chala, en Islay, en Madre de Dios, en algunos de los epicentros de los más de 150 conflictos latentes que padecemos subyacen la incomprensión y el desprecio.
No se comprende que un Estado ausente y/o ladrón tiene poca autoridad moral para imponer y sí mucha necesidad de dialogar.
Y se desprecia a la gente que, con todo derecho, le dice «¡No!» al proyecto Tía María porque quiere conservar sus tierras agrícolas tal como están. ¿Quién es el gobierno para decirles que deben convivir con una corporación que alguna vez, de pura negligencia, mató a sesenta mineros en su natal México?
Da grima oír al doctor García hablando de «terroristas viales» en alusión a quienes reclaman que el Estado arbitre con equidad y que el Gobierno deje de ser la dama de compañía de las grandes empresas. Cerrar una carretera es ilegal. Pero también es ilegal robar. Tan ilegal como mandar a disparar a gente desarmada.
Si esta fuera una democracia parlamentaria, sería el momento para adelantar las elecciones. Fatalmente tendremos que aguantar un año más de alanismo voraz e impredecible.
Cuando vemos que una entidad pública defiende a dos universitarios plagiarios, cuando vemos al ministro Cornejo auspiciando a la firma coreana LG, cuando vemos a un grupo de intelectuales dignos de la revista Cosas insultar a quienes denunciaron los delitos editoriales de Alfredo Bryce, la reflexión es esta: el Perú se está pudriendo; González Prada fue un profeta exacto; el pus brota en cada apretón.
Mientras eso ocurre, el futuro no hace sino ser coherente: Álex Kouri, el hombre que le aconsejaba a Montesinos cómo durar y le pedía favores para un primo narcotraficante, puede ser alcalde de Lima. Y Keiko Fujimori, la primera dama de la corrupción, pelea por la Presidencia de la República.
García debe mirar ese escenario con un placer de engendrador. Si Kouri y Keiko tuvieran éxito, García regresaría el 2016. De ese modo podría enterrarse para siempre, entre otras muchas cosas, la desaparición de las más de ochocientas cajas sustraídas de los almacenes del Ministerio de Salud. Allí estaban seguramente los papeles de Canaán.
Hildebrandt en sus Trece, 23 de abril del 2010.