Jesucristo fue caviar
¿Qué tendrá que ver el nacimiento de un niño dizque milagroso en Belén con el hecho de que en Gamarra las multitudes se arranchen trapos, en Mesa Redonda juguetes, en el Jockey Plaza perfumes y bisutería?
¿Y por qué ahora justo que comienzan los calores hay falsos pinos con nieves artificiales y un viejo abrigadísimo azota a las bestias de un trineo, como si Lomo de Corvina fuera Alaska y las dunas de lea nórdicas y como si aquí hubiera chimeneas?
¿Y por qué, en Monterrico, los edificios compiten con lucecitas?
¿Y qué es toda esta batahola de bocinazos y groserías?
¿Y por qué la televisión se llena de coros con gorgoritos y ventas al por mayor?
Dicen que es la navidad, o sea la natividad, es decir, el cumpleaños del hombre que, según los cristianos, fue hombre y Dios y nació de una madre que, en realidad, no tenía semilla humana en el vientre sino que fue embarazada por el espíritu santo del mismo modo que un rayo de luz atraviesa el cristal de un vaso.
Y como ese hombre sufrió por todos y fue acusado por los de su religión, o sea, los judíos, de ser un falsario, y fue ajusticiado por los romanos en una cruz por ser un peligro para la paz de la Roma del Oriente Próximo, entonces hay que ir a las tiendas a endeudarse un poco con tal de regalarle a la pareja un televisor plasma.
Y como ese hombre-Dios resucitó entre los muertos al tercer día de su muerte oficial y se paró del santo sepulcro y se fue caminando con un rumbo misterioso (y no se sabe a ciencia cierta si adquirió la inmortalidad eterna o volvió a morirse como hombre para luego resucitar como Dios, en fin), pues entonces hay que comprar unas cavas y ponerlas a helar.
Y como tres siglos y medio después ese hombre modesto, que había nacido de María y de un rayo procreador que dio en el blanco de María, ya era venerado por la Roma que lo había matado, y como el emperador Constantino hizo de esa veneración una nueva religión que acabó con el politeísmo animista, entonces debemos comprarle un nuevo perfume a la mujer que amamos.
Pero resulta que ese hombre extraño que se enfrentó a su propia tribu y a Roma fue, en realidad, un enemigo de las vilezas, de las hipocresías y del apego a las cosas, que es un modo señorial de nombrar a las riquezas.
Resulta que ese hombre que hoy parece una marca odiaba a los que solo veían lo visible y maldecía a los que solo acumulaban monedas pero no sabiduría y renegaba de quienes no escuchaban otra cosa que su hablar banal y el ruido que emana de las mesas cargadas de manjares.
En resumen, ese hombre fue un revolucionario, un antisistema, un anarquista nazareno, un socialista con reyes magos, un «caviar» —como lo llamaría hoy la prensa fujimorista—.
Ese hombre-Dios rechazaba la globalización impuesta por Roma, el discurso oficial de los fariseos, la alienación del hombre hipnotizado por la codicia, la sumisión del mundo al yugo de un imperio brutal y degenerado.
Y a ese hombre que azotaba mercaderes y hablaba como un líder radical, a ese portento de la rebeldía que se enfrentó a los suyos resignados y a los otros imperialistas, a ese primer y divinizado Espartaco, los fenicios de hoy lo han vestido de comprador, lo han desfigurado como vendedor, lo han emparentado con el Vaticano y la Logia P-2, lo han vuelto rosario e indulgencia, medallita de oro y busto de yeso, y lo han envuelto en papel de regalo mientras un viejo idiota grita Jojojó pegándole a unos renos que no sé qué diablos tienen que ver en todo esto del nacimiento de Belén.
Y esto que mi horror es el de un agnóstico. Porque si fuera cristiano no sé de qué tamaño sería mi vergüenza.
La Primera, 24 de diciembre del 2007.