BRYCE: EL FRANCO TIRADOR

El estudio Barreda Moller Abogados, en representación del doctor Herbert Morote Rebolledo, ha interpuesto ante el Indecopi una denuncia por «acción de infracción» en contra de Alfredo Bryce Echenique. ¿El motivo? Que el señor Bryce ha actuado maliciosamente «por infringir los derechos autorales del doctor Morote».

Que así es como los abogados llaman al plagio, o sea, al hecho de tirarse un texto ajeno —es decir, un trabajo ajeno, un viaje intelectual ajeno, un ejercicio de la sinapsis ajeno— y luego hacerse el cojudo, como hacía Julius cuando su mami le llamaba la atención, como hizo Sevilla cuando le vino la disentería avionera, como tuvo que hacer el múltiple picaro Echenique en la Presidencia de la República allá por el siglo XIX.

O sea que lo que pareció un pleito pasajero se ha convertido en una denuncia en forma. En el escrito se solicita que «se multe ejemplarmente a Alfredo Bryce», que se ordene al denunciado el pago de las costas del proceso y que se ordene al famoso escritor «cesar en su acto infractorio», es decir que reconozca la vaina y deje de silbar con las manos en el bolsillo (de Morote) y con la ayuda inmejorable de sus padrinos del papelote.

La historia de este robo a pluma armada es fascinante. Como hacen muchos, Morote, autor de varios libros de ensayo desde 1992, enviaba sus capítulos terminados a diversos amigos cuya opinión le parecía indispensable. El primero de ellos, por supuesto, era Bryce, que había elogiado hasta la exageración el libro de Morote Réquiem por Perú, mi patria —«un libro que debiera ser de lectura obligatoria no solo para los peruanos», escribió Bryce en sus Crónicas perdidas— y con quien tenía una sólida amistad basada en la mutua admiración.

Muy bien. He aquí que Morote va enviando los capítulos de su nuevo libro a Bryce. Y he aquí que Bryce los recibe y va dando cuenta de su lectura con especial agrado:

«Querido Herbert: Avanzando y retrocediendo (por su gran interés) leí el sábado, de una sola sentada, tu manuscrito, tan veraz y documentado como ciertamente aterrador» (Correo electrónico de Bryce a Morote, 29 de marzo del 2006). La referencia de Bryce es precisamente al capítulo que terminaría por birlarse y publicar en el papelote a toda página.

Pero hay más (¡mucho más!). El 11 de abril del 2006, Bryce acaba de terminar el capítulo que sobre la educación peruana le ha enviado para su opinión el doctor Morote. Ese mismo día le envía a Morote este correo electrónico —adjuntado también como pieza del proceso—:

«Querido Herbert: Terminé ya tu segundo volumen sobre la educación, que es para llorar por certero y bien informado…».

Y por suculento, debió añadir Bryce, que terminaría tirándoselo sin rubor.

Lo que Bryce no sabía, para su horror, es que Morote les había mandado los mismos capítulos, y simultáneamente, a otros señores, que han declarado bajo juramento haber recibido, en fechas muy previas al plagio, los fragmentos de «Pero… ¿tiene el Perú salvación?». ¿Quiénes son esos señores? Apunten: José Luis Conde Calvo, Fernando Navarrete Cúrvelo y Alfredo Tapia García. Todos son, ahora, testigos de cargo del señor Morote en contra del señor Bryce.

Entonces, el 25 de junio del 2006 apareció el Bryce agigantado, a página completa, en negrita, hablando como los pedagogos de la educación en el Perú, tema en el que su talento no había invertido, hasta ese momento, ni un solo minuto de su ya dilatado paso por Mallorca.

El artículo se tituló «La educación en ruinas» y apareció firmado por Alfredo Bryce Echenique. Los que lo leimos nos sentimos sorprendidos: ¿Tanto sabía Bryce de educación pública, estadísticas urbanas y rurales de rendimiento escolar, de deserción universitaria y comprensión de lectura? Bueno, dijimos: la vida te da sorpresas.

Y vinieron las sorpresas. Moro te empezó a hablar. Y a demostrar, con pruebas, que lo de Bryce era un plagio asqueroso y que lo que hizo el papelote, después, fue no solo defender con uñas y dientes a su colaborador sino confirmar un estilo de vida, un modo de trabajar en banda y un entendimiento filosófico de que la existencia sin rapiña puede conducirte al suicidio por aburrimiento.

El asunto es que Morote habló con Bryce de inmediato y Bryce le prometió una retractación inmediata, cómo no.

La retractación fue digna del general Echenique, el cuadragésimo primer miembro de los chicos de Alí Babá. «Lamento mucho que, debido a la excepcional extensión del artículo que publiqué el 25 de junio del 2006, no se haya publicado la nota que suele aparecer acerca de su autor y, en este caso, también la nota en que debí agradecer al señor Herbert Morote el manuscrito que me envió desde España, titulado “Pero… ¿tiene el Perú salvación?”, en que se aborda extensamente el tema de la educación, y que me fue de gran utilidad en la redacción de mi artículo».

¡Qué cara tan dura! ¿De gran utilidad? Pero si se lo había tirado cual Tatán los jarrones chinos, La Rayo las carteras, Robin Hood los baúles reales y Casanova las honras apenas púberes.

Morote, entonces, se enojó dos veces y con toda razón. Bryce no solo no reconocía los hechos sino que, con la anuencia del papelote, llegaba al cinismo de llamar borrador de inspiración a lo que había sido hoja de calco para que el ganador del Premio Planeta exhibiera su sabiduría de Pestalozzi noctámbulo.

El escrito del Estudio Barreda Moller abunda en citas y bibliografía sobre derechos de autor y en jurisprudencia peruana e internacional al respecto. El señor Bryce ha contraatacado apelando «al derecho de cita», pero el expediente está plagado de ejemplos que desmienten al autor de Tantas veces, Pedro.

Donde Morote escribió: «A diferencia de los aztecas, sus coetáneos, los incas no basaron su expansión en la fuerza y la crueldad…»; Bryce escribe: «A diferencia de los aztecas, sus coetáneos, los incas no basaron su expansión en la fuerza y la crueldad…».

Y donde Morote escribió: «Como los incas no conocían la escritura […] por eso la desaparición de un amauta era como perder una biblioteca»; Bryce escribe: «Y como los incas no conocían la escritura […] la desaparición de cada amauta, por ejemplo, era como perder una biblioteca».

Y así por el estilo. Como un inexplicable pájaro frutero, Bryce va saqueando el texto de Morote hasta la última línea. O lo plagia literalmente o lo «voltea» formalmente, aunque se lleva la presa de la idea, que eso es lo que hace un plagiario que se estime.

Lo que abunda, sin embargo, es la literalidad del robo. Y el estudio que representa a Morote ha hecho un análisis línea por línea del artículo de Bryce respecto del original acribillado de Morote.

El resultado es este: de 408 líneas del artículo de Bryce, 331 son robadas a Morote y 77 son añadidos propios del escritor. Es decir, el 81 por ciento del artículo publicado por Bryce es plagio, monra, cogoteada académica, atarante con navaja y cuadrada en los extramuros del Absolut.

Morote terminaba así su capítulo sobre la educación: «En cuanto a salarios, hace 45 años un profesor ganaba el equivalente a mil dólares, ahora 250»; Bryce terminó así su artículo: «Y veamos, para concluir, uno de los logros del Sutep a favor de sus trabajadores, que no educadores: hace 45 años un profesor ganaba el equivalente a mil dólares. Hoy gana 250».

¡No solo plagiario! ¡Encima reaccionario! Bryce culpa solo al Sutep del deterioro del salario magisterial y no a los presidente ladrones, la negligencia partidocrática, el racismo, la carencia de una burguesía creadora y el sentido parasitario de esa clase dominante que él tan bien encarna y que de modo tan magistral retrató en Un mundo para Julius.

La Primera, 8 de octubre del 2006.

Una piedra en el zapato
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