Epílogo. El amor cómplice.
Después de varios meses de duro trabajo, por fin llegó el día de la inauguración de la galería. Trabajar con Samuel era un auténtico placer. Era un gran maestro, sabio y paciente, que se tomaba todo el tiempo necesario para instruirme en todos los aspectos que encerraba el negocio del arte.
Además, de vez en cuando nos tomábamos nuestro tiempo para regalarnos todos los besos y caricias que nos habían sabido a poco en casa. Nunca nos dábamos por saciados.
Nos íbamos a estrenar con la obra de Mattia Dalo y trabajar codo a codo con él, había sido un lujo y un placer. La primera vez que vi sus cuadros me enamoré al instante de ellos porque con todos, llegué a sentirme identificada, ya que me transmitían emociones que alguna vez había formado parte de mi vida.
La temática sobre la que se centraba su obra era el amor, en todas sus fases y manifestaciones. El dolor del desamor, la locura de enamoramiento, la esperanza del amor a primera vista, la pasión y el erotismo a través del tiempo, y mi cuadro favorito, el cuadro más hermoso que he visto jamás, en él, no había más que una pareja mirándose, pero era tanto lo que se decían aquellos ojos, que a través del lienzo podías percibir la complicidad de su amor.
Aquella pareja podíamos haber sido Samuel y yo, que simplemente con una mirada transformábamos en palabras lo que sentía nuestro corazón. Con él, había encontrado el amor cómplice que siempre había buscado, incluso sin saberlo.
Samuel no dejaba de preocuparse porque estuviese bien, porque me sintiese a gusto en el trabajo y en casa, me preguntaba a menudo por mis sueños y se esforzaba todos los días por convertirlos en realidad.
Nunca me había sentido tan amada, y era tanto lo que me daba, que para mí, la única prioridad, era que él fuese feliz a mi lado.
Cloe dejó de formar parte de nuestras vidas y aunque él no estaba totalmente de acuerdo con mi decisión, una mañana me acerqué hasta su trabajo porque quería hablar con ella. No quería pedirle disculpas ni nada por el estilo, porque si equiparábamos el daño que nos habíamos hecho, ella ganaba por goleada; pero quería decirle que no le guardaba rencor y que deseaba que la vida le deparase infinidad de cosas buenas.
Cuando llegué al estudio en el que grababa, esperaba encontrarme con una Cloe dolida y despiadada, en cambio, la mujer que se presentó ante mí, era una mujer derrotada y que había asumido las causas de su derrota.
—Ser tu amiga me ha hecho mucho daño —confesó con la mirada avergonzada. —Tú lo tenías todo: unos padres que te querían con locura, un novio inteligente y guapo con un futuro prometedor… y yo, yo no tenía nada.
—¿Cómo puedes decir eso? Muchas chicas habrían matado por tener tu físico o tu dinero.
—¿Eso qué importa? La belleza se marchita y la riqueza se acaba. Y tú tienes lo único que perdura, el amor. —Nunca la había oído hablar con tanta seriedad y tristeza en sus palabras.
—Todo llega, Cloe, por lo menos, ahora ya sabes qué es lo realmente importante.
—Sí, todo llega.
—Te deseo lo mejor.
—Igualmente.
No supe qué decir. Entre nosotras ya no había mucho más que hablar.
—Pídele perdón a Samuel de mi parte y por favor, hazle muy feliz —me pidió sin el atrevimiento de mirarme a los ojos.
—Lo haré.
Me costaba mucho creer que Cloe hubiese cambiado tanto de la noche a la mañana, pero por algo se empezaba y puede que esa pequeña cura de humildad le ayudase a sanar su alma.
—Ven, cariño —Samuel me raptó minutos antes de que comenzase la inauguración y me encerró en su despacho. Estaba pletórico porque sabía que iba a ser un gran día para él. Con la obra de Mattia Dalo el éxito estaba asegurado.
—¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupada? —Mis risas demostraron la falsedad de mi afirmación.
—Estoy un poquito nervioso. ¿Me ayudarías a relajarme un poco? —preguntó seductor.
—Los invitados están a punto de llegar y este vestido no me deja respirar. —Sabía cómo provocarle.
—Pues ven que te lo desabrocho un poco y de paso, te hago el boca a boca. —Y él sabía cómo corresponderme.
—¿Por qué siempre estás pensando en lo mismo? —Le preguntó la sartén al cazo.
—Porque vivo y trabajo con la mujer más irresistible del mundo.
—Y, cuéntame, ¿en qué estabas pensando? —pronuncié como si hubiese salido de una película para adultos.
—Pues en algo rapidito sobre la mesa.
—¿Aquí? —Acaricié con lascivia la madera del escritorio.
—Sí, exactamente, ahí.
—¿Y qué viene a continuación?
—Te doy la vuelta, te desabrocho este vestido tan, pero tan incómodo —fue diciendo a medida que sus manos hacían lo que indicaban sus palabras, —dejo que caiga alrededor de tus piernas y te ayudo a quitártelo. No lo necesitamos.
—¿Y después?
—Te desabrocho el sujetador y masajeo esos pechos que me vuelven tan loco. Me gustaría lamerlos, morderlos pero… —suspiró —no tenemos tiempo.
—¿Sí? —Samuel me estaba poniendo a mil por hora.
—Bajo tu braguita, tú inclinas ligeramente tu cuerpo sobre la mesa y yo… —dijo antes de introducir su sexo en mi interior.
—Creo que este plan me gusta —dije entre gemidos.
—Me vuelves loco —pronunció con voz ronca por la excitación.
Nunca me cansaría de hacer el amor con él. Samuel era insaciable y yo siempre estaba dispuesta a saciar su deseo. Me volvía loca con él y con su cuerpo.
Unos de los primeros invitados en llegar fueron Andrés y Nuria. Llevaban meses viviendo juntos y parecían perfectamente sincronizados. Estar con ellos era un no parar de reír porque todo se lo tomaban a broma.
—He invitado a Cruella de Vil, espero que no os importe —anunció Andrés usando mi apodo para referirse a mi ex-jefa.
—¿A tu madre?
—No, a la de los dálmatas —dijo antes de reírse a carcajadas. —Desde que no me ve por la empresa está excesivamente pesada porque dice que quiere saber de mí, así que me he dicho, bueno, pues que venga hoy y que me haga el favor de gastarse unos miles de euros.
Andrés había fichado por una gran multinacional del sector de las telecomunicaciones, pero no lo había hecho por dinero, ni por trayectoria profesional, ni por alejarse de su madre, sino porque era la única empresa que le permitía trabajar hasta las tres de la tarde, y la mayor prioridad para Andrés era poder compartir la mayor parte del tiempo posible con Nuria. No quería ser un esclavo del trabajo, con ser el esclavo sexual de su novia tenía más que suficiente.
Otro de los invitados que no tardó en llegar fue Marcos. Andrés había intermediado para que le contratasen en la misma empresa e iba a incorporarse en un par de semanas. Yo apenas había vuelto a tener demasiado contacto con él porque él así me lo había pedido. Incluso, fueron Andrés y Nuria los que fueron a recoger mi ropa, mis libros y mis objetos personales al piso que habíamos compartido durante tantos años.
Se presentó acompañado por una chica rubia con unas curvas muy sugerentes y rostro angelical.
—Hola —me saludó nervioso, con las manos en los bolsillos de su americana para ocultar su temblor. —Ella es Cristina.
—Hola, yo soy Lara —me presenté y me acerqué para darle dos besos.
Rápidamente, llegó Nuria para presentarse también a la desconocida y buscando una excusa para alejarla, nos dejó un rato a solas. Le dijo que le iba a presentar al artista y ella pareció encantada.
—Es muy guapa —le dije a Marcos como gesto de complicidad.
—Bueno, sí, es una nueva amiga. Nada serio —le quitó importancia a su presencia.
—¿Estás bien?
—Me está resultando más difícil de lo que esperaba estar aquí —dijo incómodo y con la mirada perdida.
—Quizás no haya sido una buena idea.
—Lara, sé que no debo decirte esto, pero aún te echo mucho de menos. —Era la primera vez que se atrevía a mirarme a los ojos.
—Lo siento mucho, Marcos. Ojalá todo hubiese sido de otra manera. —No quería que me extrañase pero aquello ya no era algo que dependiese de mí.
—No hay día en el que no me arrepienta de no haberte cuidado más y de no haber estado pendiente de lo que necesitabas para ser feliz.
—No le des más vueltas, Marcos. Probablemente, no hubiese cambiado nada. Lo que siento por Samuel está por encima de todo eso y tarde o temprano, él acabaría siendo parte de mi vida.
—¿Cómo puedes estar segura de que nuestro amor no era para siempre? —Me preguntó con gran intensidad, demostrándome que aún sentía algo por mí.
—Porque cuando miro a Samuel, me veo reflejada en sus ojos, como si yo fuese parte de él. —Con Marcos, no había llegado a sentir algo parecido.
—Me duele oírte hablar de ese modo.
—Lo siento, no volveré a hacerlo. —No quería seguir hablando de Samuel con él. No debía hacerlo. —
¿Has vuelto a ver a Cloe?
—Hemos hablado un par de veces pero nada más. Se está acostando con un actor famoso, pero en la clandestinidad, porque el susodicho está casado —me contó con apatía.
Samuel se acercó a nosotros como si quisiese dar por terminada nuestra conversación. Nos había estado observando todo el rato desde la distancia, aparentando tranquilidad y confianza.
—Hola Samuel, gracias por invitarme. Habéis hecho un trabajo fantástico —le dijo Marcos muy cortés.
—Muchas gracias, ¿cómo estás? —le preguntó cortésmente.
—Bien, voy a cambiar de empresa.
—Sí, ya nos ha contado Andrés.
Y como si supiese que estaban hablando de él, apareció Andrés de la nada para convertir un momento incómodo, en un rato agradable. Y minutos después, se llevó a Marcos para darnos y darle un respiro.
—¿Todo bien? —me preguntó Samuel sonriente.
—Sí, todo perfecto.
La exposición fue un éxito total y no faltó nadie. Todos nuestros amigos y nuestras familias estuvieron a nuestro lado apoyándonos.
Vinieron mis padres, que aunque se disgustaron un poco porque Marcos y yo hubiésemos roto porque para ellos era casi como un hijo, les alegraba sobremanera que fuese Samuel quien ocupase mi corazón y no tardaron en hacerle un hueco en nuestra familia.
También vinieron los padres de Samuel, aunque apenas se quedaron media hora porque su padre, Mateo Alcalá, era demasiado conocido en el mundillo y quería que toda la atención recayese en Mattia Dalo.
Abina, su madre, era una mujer encantadora y no tardó en confesarme que la llenaba de dicha que su hijo se hubiese librado de una mujer tan tóxica como Cloe y que por fin, conociese las maravillas del amor verdadero a mi lado.
Cruella de Vil se había convertido en un tierno cachorrito y no dejaba de acercarse a mí y a Nuria estableciendo una vía para llegar a Andrés. Y lo cierto es que en las distancias cortas, era mucho más agradable de lo que parecía a simple vista y con todo lo que hacía por estar cerca de Andrés, daba la impresión de que sus ganas de recuperar el tiempo perdido con su hijo eran totalmente sinceras. Y aunque Andrés lo negase, en el fondo le gustaba tener a su madre cerca.
Cuando se fue todo el mundo, sólo nos quedamos Andrés, Nuria, Mattia Dalo, Samuel y yo, para celebrar en la intimidad lo bien que había salido todo.
Nos contamos todas las anécdotas de la noche, brindamos con champán y nos felicitamos por nuestro trabajo. Fue uno de esos momentos que jamás podré borrar de mi memoria.
—Chicos, ya sé que hoy es vuestro día —interrumpió Andrés nuestra pequeña celebración —pero desde hace unos días quiero hacer algo y nunca he encontrado el momento adecuado.
—¡Ayyy, madre, que esto se pone serio! —dije con un exagerado tono dramático.
—No me asustes, Andrés. No estoy preparada para ciertas cosas. —La cara de Nuria se puso pálida y comenzó a hiperventilar.
—Nuria, creo que los dos estamos preparados para esto. Nunca he sido más feliz en mi vida y sé que tú sientes lo mismo. —Escuchar a Andrés hablando de ese modo me conmovió. —Jamás había creído en el amor y en el compromiso, y cuando te conocí, no sólo me enamoré de ti, sino que además, no puedo imaginar mi vida si no es contigo a mi lado. Y necesito que me prometas que me amarás para siempre.
Por favor, cariño, cásate conmigo.
Nuria no podía parar de llorar y sin poder pronunciar un simple sí, lo abrazó tan fuerte que Andrés pudo adivinar la respuesta y no tardaron en fundirse en un largo y tierno beso.
Con el alma repleta de lágrimas de felicidad, miré a Samuel, que en lugar de estar disfrutando de aquella maravillosa escena romántica, no podía apartar sus ojos de mí y cuando su mirada se cruzó con la mía, me sonrió con una dulzura embriagadora. Y no necesité palabras para saber que nuestro amor duraría eternamente. Lo leí en sus ojos.
Aquella noche había sido perfecta, pero aún me esperaba una sorpresa.
De vuelta a casa, Samuel y yo nos mantuvimos en silencio. Había sido un día espectacular y teníamos grandes emociones que asimilar. Cuando entramos por la puerta, como si fuese un día normal y corriente, Samuel me dijo que fuese al dormitorio porque me esperaba un regalo.
No era la primera vez que hacía algo así, pero cuando llegué a nuestro cuarto no vi nada sobre la cama, que solía ser el lugar escogido para dejarme algún pequeño detalle. Me senté para intentar adivinar dónde podría estar escondida mi sorpresa y cuando alcé la vista, supe que había acabado mi búsqueda.
En la pared estaba colgado mi cuadro preferido de Mattia Dalo, al que había rebautizado como “Amor cómplice”.
—¿Te gusta?
—¿Cómo es posible que esté aquí? ¡Estaba en la galería! —Había llegado allí por arte de magia.
—He pedido que lo trajeran mientras brindábamos en el despacho. Lo he comprado para ti. —Se puso de rodillas sobre la cama, se colocó detrás de mí y me abrazó.
—Muchas gracias, cariño. Me encanta este cuadro porque tengo la sensación de que somos nosotros y de que esas son nuestras miradas —dije otra vez reteniendo las lágrimas.
—Lara, Andrés se me ha adelantado y quiero respetar su protagonismo, pero deseo que llegue el momento en el que pueda jurarte amor eterno delante de nuestras familias y nuestros amigos.
—Sí, sé que llegará ese día y seguramente, se convierta en unos de los momentos más especiales e inolvidables de nuestras vidas. Pero no necesito un juramento para saber que nuestro amor es para siempre. Estoy segura de ello porque es lo que siento —le dije mientras los dos, abrazados, observábamos embobados el trabajo de Mattia Dalo.
Y aquella noche, frente al cuadro más hermoso del mundo, supe que había encontrado a mí verdadero príncipe azul. No importan los giros que tome la trama de tu cuento de hadas, ni el sufrimiento, ni las lágrimas, si al llegar al final, tu historia termina con un: fueron felices por siempre jamás.
Samuel era mi amor verdadero, mi amor cómplice. Lo veía en su mirada.
-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
Rubén Darío
FIN