17. Imprevisible como el mar. (1ª Parte)
Aquel beso resultó ser mágico y el humor de Marcos dio un giro de ciento ochenta grados. Se tomó una aspirina, se dio una ducha y en veinte minutos, estaba esperándome con una sonrisa de oreja a oreja, dispuesto a ir a buscar a Nuria. Estaba extremadamente cariñoso y atento conmigo, pero en aquella ocasión no me molestó.
Mi amiga en cambio, no desprendía la misma jovialidad.
—¿Has hablado con él? —me preguntó en cuanto entró en el coche. Lo único que le preocupaba era saber si tenía noticias de Andrés.
—No, lo siento. Seguro que aún está durmiendo. —Le mentí a propósito para alargar un poquito su sufrimiento y conseguir que la sorpresa fuese mayor.
Y con mi respuesta, el ánimo de Nuria bajó algún peldaño más. Sé que se esperaba alguna noticia más esperanzadora, pero quería que espabilase y que comprendiese que no se puede jugar con los sentimientos, ni con los ajenos, ni con los propios.
Durante el viaje, no hablamos demasiado, todos teníamos algo en qué pensar. Y cada vez que Marcos se dirigía a mí, me hablaba como un corderito degollado usando apelativos como: cariño, amor, mi vida…
Nunca había sido excesivamente empalagoso, pero su nivel de azúcar iba subiendo por momentos.
Cuando llegamos a la casa de mis padres, bajamos el poco equipaje que habíamos llevado y antes de dejarlo en la habitación, lo primero que hice fue encender la chimenea porque aunque no hacía el mismo frío que en Madrid, la sensación de humedad era bastante desagradable. También puse la calefacción con la esperanza de que en pocas horas, todas las habitaciones de la casa dejasen de parecer frías y húmedas.
Marcos fue a hacer la compra a un supermercado cercano mientras Nuria y yo, hacíamos las camas y limpiábamos el polvo acumulado en la casa después de haber estado tres meses cerrada.
—¿Me vas a explicar a qué viene tanto “cariño” y tanto “mi amor”?, ¿por qué os comportáis como si fueseis la pareja del año? —me increpó Nuria.
—Esta mañana lo besé.
—Es tu novio. Eso no debería ser una gran noticia.
—No sé, es que estaba tan mal, lo vi tan hundido que… —No me lo podía creer: ¿estaba justificando un beso?
—Lara, ¿estás tonta o qué te pasa? No puedes seguir con Marcos por pena. —Nuria se había propuesto echarme la bronca por mi actitud.
—Ya. —No tenía forma de disculpar mi comportamiento. Hacía tiempo que mi vida amorosa se me había ido de las manos.
—¿Qué ya ni qué narices?, ¿qué pasa con Samuel?
—Samuel sigue con Cloe. Lo que yo sienta por él no importa.
—¿Cómo que no importa?
—No, no importa —respondí más enfadada de lo que pretendía. —Me muero de ganas de estar con él.
No puedes imaginarte cuánto. Pero mientras yo intento hacer lo imposible por contener mis deseos, es otra mujer la que está a su lado y no puedo soportarlo más.
—¿Y por qué sigue con Cloe? —Nuria no comprendía nada.
—Me imagino que también por pena.
—Menudo par de gilipollas estáis hechos —dijo sin pelos en la lengua.
Iba a rebatirle, pero para qué, si tenía más razón que un santo.
Oímos llegar un coche y aunque creímos que era Marcos, eran Samuel y Cloe, que como siempre, llegaba arrasando.
—¿Y tu amante dónde está? —le preguntó con ese tonito tan despectivo que solía usar cada vez que se dirigía a Nuria.
—Seguramente esté follando con otra.
—Pobrecita mía, no sufras, hay más peces en el mar. —En sus palabras no había implícito ningún tipo de consuelo. Cloe jamás haría algo así por ella.
—Gracias por tu sabiduría popular. Por lo menos, estoy en el lugar adecuado y esta tarde podré salir a pescar. —Le dijo como si no pasara nada. Los comentarios de Cloe no le afectaban ni lo más mínimo.
—Cloe, por favor, basta —la regañó Samuel.
—Sí, tienes razón, cariño, te prometí que me iba a portar bien y así lo haré. Espero que tú también cumplas tu promesa —le dijo seductora antes de darle un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.
Samuel no le respondió, y aunque sí le dedicó una gran sonrisa, pude percibir bajo sus labios cierto nerviosismo. ¿A qué promesa se refería Maléfica?
—Ven, mi vida, acompáñame a dejar el equipaje —pronunció seductora mientras le ofrecía su mano.
Y agarrados, subieron los dos la escalera, mientras que yo, inmóvil por la estupefacción, observaba cómo se encerraban en una habitación delante de mis ojos. Y durante el corto trayecto, Samuel ni se molestó en mirarme.
—Amiga, deberías pensar en la posibilidad de que después de varios años durmiendo juntos, a Samuel se le haya pegado parte de su maldad —Nuria rompió el encantamiento reflexionando en voz alta sobre lo que acababa de ver.
—Puede ser. —¿A qué diablos venía todo aquello?
Minutos después, llegó Marcos, y Nuria y yo salimos a ayudarle con la compra.
—¿Han llegado Cloe y Samuel? —preguntó con curiosidad.
—Sí.
—¿Y dónde están?
—Están encerrados en la habitación. Cloe le debe estar haciendo algún tipo de conjuro que anule su voluntad y lo convierta en un pelele —le respondió Nuria.
Marcos se rio con sonoras carcajadas y yo, si hubiese podido, me habría puesto a llorar.
Cuando acabábamos de colocar todo en la cocina, Samuel y Cloe nos obsequiaron con su presencia.
—Me encanta esta casa —dijo Cloe entusiasmada. —No sé por qué no venimos más a menudo.
—Si lo que buscas es un picadero, cómprate un piso —le espetó Nuria. —Ahhh, pero si ya la tienes.
—Aún es pronto para comer, ¿os apetece dar un paseo por la playa? —las interrumpió Marcos.
—Si no os importa, preferiría quedarme, me gustaría acostarme un ratito más. —Nuria estaba muy cansada después de una noche entera sin dormir.
—Nosotros también estamos agotados, ¿por qué no nos acostamos un rato? —le preguntó Cloe a Samuel y a continuación le guiñó un ojo.
—Ehhh, no… —pronunció nervioso, como si no supiese qué decir —yo no tengo sueño.
—Nadie dijo que teníamos que dormir —le dijo su novia con picardía.
¡Dios!, ¿por qué Cloe me mortificaba de ese modo? Su presencia me privaba de oxígeno y no veía el momento de salir por fin de aquella casa.
—Disfrutad. Volveremos en una hora —se despidió Marcos.
—Por favor, recordad que estoy en la habitación de al lado. Os agradecería discreción. —Les advirtió Nuria, a la que no parecía hacerle mucha gracia quedarse con ellos dos.
Cloe iba a contestar algo para quedar con la última palabra, pero Samuel, apretándola del brazo se lo impidió.
No pensé que pasear junto a la orilla en compañía de Marcos iba ser tan placentero. El aire puro del mar me llenaba de energía.
—¿Te gustaría que nos viniésemos a vivir aquí? —me preguntó Marcos de repente.
—No. Me encanta la playa, pero adoro vivir en la gran ciudad. Además, tienes que ser realista, ¿qué harías lejos de tu empresa?
—Podría pedirme una excedencia. Unos meses sabáticos sólo para nosotros. —Marcos parecía empeñado en resucitar nuestra relación.
—Voy a comenzar a trabajar con Samuel y quiero y necesito hacerlo. —Ya no sabía si creerme mis propias palabras. Mi relación con él era un verdadero desastre. Un sinsentido que no tenía fácil solución, pero aún deseaba tener una excusa para estar cerca de Samuel, aunque su presencia me rompiese el corazón.
—¿Estás segura? Podemos permitirnos varios meses sin trabajar. —Marcos quería dedicarme el cien por cien de su tiempo y yo tenía el corazón dividido.
—Sí, lo sé, pero no es el mejor momento.
—Lo único que quiero es que estemos bien, así, como ahora. —Marcos me agarró, llevó mi cuerpo hacia el suyo y me besó. Yo me dejé besar. El sabor de sus besos no me desagradaba. Durante años, fueron mágicos y conseguían encender mi deseo en milésimas de segundo.
Cuando llegamos a casa, nos encontramos a Nuria preparando la comida y a Cloe y Samuel encerrados todavía en su cuarto.
—¿Qué tal el paseo? —preguntó más animada después de una hora de descanso.
—Magnífico. Estoy deseando volver a la playa. A la tarde podíamos merendar allí —propuso Marcos emocionado.
—Sí, me parece una idea fantástica. Lara, estaba pensando que cuando nos vayamos vas a tener que llamar a un fumigador, a un exterminador o un cazafantasmas —dijo con seriedad mientras señalaba con un cuchillo el cuarto de Cloe y Samuel.
Marcos se desternillaba con las bromas de Nuria.
Samuel apareció en la cocina con cara de haber dormido una gran siesta y de haber caído en el más profundo de los sueños. Sus ojos estaban hinchados, y frotándose la cara, intentaba despejarse.
—¿Qué tal el paseo? —preguntó por cortesía. En ningún momento dirigió sus ojos hacia a mí.
—Bien —respondí cortante. La noche anterior me provocaba susurrándome al oído y en aquel momento, actuaba como si no existiese.
—Le he propuesto a Lara quedarnos a vivir aquí, pero resulta que le apetece más trabajar contigo —le contó Marcos.
—Yo también estoy deseando trabajar con ella —dijo Samuel con cara de satisfacción y orgullo después de las palabras de Marcos. Pero lo que decía no iba en consonancia con sus acciones.
Yo suspiré porque el tema de conversación me incomodaba y Nuria entornó los ojos y movió la cabeza de un lado a otro con gesto de desaprobación, demostrándome lo surrealista que le parecía todo aquello.
Cloe se unió a nosotros, se sirvió una copa de vino de la botella que Marcos acababa de abrir y de pronto, alguien llamó a la puerta.
Fui a abrir sabiendo perfectamente quién era y en silencio, lo llevé hasta la cocina.
—Pero si ha llegado el hombre —dijo Cloe con sorna.
A Nuria se le cayó de la mano la cuchara de palo con la que estaba removiendo la pasta.
—Hola, preciosa —Andrés se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla. Nunca lo había visto tan guapo. Llevaba puesto un jersey gris, un pantalón vaquero oscuro y una cazadora de piel de color negro, pero no era su ropa lo que le hacía parecer más sexi, sino la cara de enamorado que se le ponía cada vez que tenía a Nuria delante. ¡Quién lo iba a decir!, Andrés estaba siendo absorbido por los influjos del amor. Ya decía yo que torres más altas habían caído.
—No deberías estar aquí —pronunció nerviosa mi amiga.
—No debería pero es donde quería estar.
—Parece que los tortolitos no se ponen de acuerdo. —La encantadora Cloe tenía la costumbre de hacer siempre un comentario malintencionado.
—Cloe, cállate, por favor —le pidió Samuel harto de su actitud.
—Venga, cariño, pero si sólo estoy bromeando.
La comida fue un auténtico espectáculo. Andrés miraba con una intensidad sobrecogedora a Nuria y ella, removiéndose en su silla, intentaba huir del poder de sus ojos. Yo procuraba no mirar ni a Samuel ni a Cloe, porque haciéndolo lo único que conseguía era que se me pudriesen las entrañas y Marcos, seguía siendo el oso amoroso que no dejaba de colmarme de atenciones. Sólo le faltaba estornudar corazoncitos rojos. ¡Madre del amor hermoso, qué situación!
—Deberíamos ir ahora a la playa para aprovechar todas las horas de sol que podamos —propuso Marcos y todos aceptaron. En principio, aquel había sido el objetivo del viaje.
Paseamos un rato y casi una hora después decidimos sentarnos un rato sobre la arena y disfrutar simplemente con contemplar el mar.
Andrés le preguntó a Nuria si podía hablar con ella a solas y ella accedió.
Fue maravilloso observarles. Comenzaron a alejarse y Andrés no tardó en coger de la mano a Nuria para caminar agarrados. Ella lo miró asustada y él se acercó hacia a ella y le dio un beso en la frente.
Caminaron varios metros con paso lento, se soltaron de la mano, se pusieron frente a frente y Nuria con cara de angustia empezó a explicarle algo, pero Andrés llevó sus manos a la cara para calmarla con sus caricias, habló durante unos minutos y después la besó.
Probablemente, le estuviese diciendo lo mismo que me había dicho a mí aquella mañana cuando lo llamé por teléfono.
En ningún momento me habló de amor ni reconoció que se había enamorado, pero me dijo frases tan sinceras y hermosas como que necesitaba verla todos los día, que la simple idea de imaginarla con otro hombre le volvía loco, que no sólo quería compartir el desayuno con ella, sino que quería compartirlo absolutamente todo, que un día sin verla era un día perdido… No había duda, estaban locos el uno por el otro. Yo también era una visionaria, pero del amor ajeno.
El rostro de Nuria dibujó una amplia sonrisa, rodeó el cuello de Samuel con sus brazos y se fundieron en un gran abrazo. Segundos después, se besaron como si nosotros no estuviésemos mirándolos.
—¿Te apetece que caminemos un rato? Así dejaremos a Samuel y a Cloe a solas —me sugirió Marcos.
—No, no es necesario —respondió Samuel con rapidez.
—Venga, mi amor, durante la semana apenas tenemos tiempo para estar solos —le dijo Cloe entre carantoñas.
—Está bien, vamos —acepté la propuesta de Marcos mientras me ponía en pie. No me apetecía seguir presenciando sus muestras de cariño, así que decidí dar un paseo con mi novio. Cualquier cosas era mejor que soportar a Cloe y Samuel juntos.
Además, resultó ser un gran paseo que me recordó a las primeras veces que llevé a Marcos a la casa de la playa, en las que hacíamos rutas interminables sobre la arena y entre las rocas.
Hablamos del pasado y recordamos algunas de las anécdotas más divertidas de nuestra relación, como el día que sorprendió a mi madre haciendo top less porque ella, que acababa de despertarse de una mini siesta y estaba cegada por el sol, lo había confundido con mi padre. Y entre risas y recuerdos, las horas se nos pasaron volando.
Samuel y Cloe habían hecho una hoguera en la playa y habían traído una nevera llena de cervezas y una bolsa enorme de aperitivos.
En cuanto llegamos, Cloe, muy servicial, nos dio de beber con su mejor cara, y he de reconocer que me molestó verla tan amable y de tan buen humor. ¿Qué le habría hecho o dicho Samuel para que estuviese así de contenta?
Andrés y Nuria llegaron un par de minutos después, todavía agarrados de la mano y con un gesto de felicidad en sus rostros que jamás había visto en ninguno de los dos.
—El amor está en el aire —dijo Cloe haciendo referencia a su actitud tan acaramelada.
—Más de lo que tú te crees —pronunció Andrés mirándome directamente y guiñándome un ojo.
—Andrés, quería pedirte disculpas por mi comportamiento tan infantil de ayer. Siento haber pagado contigo mis sospechas —se disculpó Marcos.
—Quizás sea otro hombre el que se merezca tu puñetazo —espetó Andrés, provocando que Samuel casi se atragante con la cerveza. ¿Cómo se había atrevido a decir algo semejante?
—¿Qué es lo que quieres decir con eso? No te entiendo —Marcos estaba totalmente desconcertado.
Le lancé una profunda mirada de odio a Andrés que por sí misma parecía gritar: “ Cállate, joder ”.
—Eh… —reculó —me refería a Hernán Castro, el hombre que se llevó tu premio y que por si no lo sabías, es el ahijado de tu jefe y van a darle la vicepresidencia de tu empresa. Con él sí deberías haber descargado tu ira, porque además es un niño pijo que se lo tiene muy creído.
Marcos se quedó satisfecho con su explicación y no ahondó más en el tema. Y mientras bebíamos y charlábamos alrededor de la hoguera, no podía dejar de mirar a las dos parejas que tenía enfrente. Una, me hacía tremendamente feliz y otra, me descomponía el corazón. Y mientras tanto, Marcos no dejaba de regalarme decenas de caricias y abrazos. Aquel fue uno de los momentos más agridulces de mi vida. En aquel momento no me hubiese importado haber terminado como Juana de Arco.
De vez en cuando, mi mirada se cruzaba con la de Samuel, pero él huía de mis ojos como si le quemaran.
Tal vez aquella fuese la alineación perfecta del Universo y cada oveja estaba con su pareja. Los astros no podían equivocarse tanto, pensé desilusionada.
Y el resto de la noche transcurrió igual. Nuria y Andrés se comportaban como una pareja estable y consolidada y Samuel y Cloe parecían la pareja del siglo. Aún recuerdo las náuseas que me provocaba verlos así.
Antes de la cena, fui a la bodega a buscar un par de botellas de vino (una borrachera era lo único que podría anestesiar mi dolor) y Andrés decidió acompañarme, mientras Nuria y Samuel cocinaban, y Cloe ponía la mesa.
—¿Pero por qué has dicho semejante estupidez?, ¿qué pretendías? —le recriminé su desapropiado comentario en la playa.
—¿Y tú te atreves a echarme la bronca? Te equivocas, Lara. Eres tú la que se merece un escarmiento por estar actuando como una verdadera imbécil. —Andrés y su hiriente exceso de sinceridad.
—Pero, ¿por qué me hablas así? —¿Por qué quería hacerme daño?
—Porque estás arruinando tu vida.
—¡Basta ya! —En aquel momento, lo que menos me apetecía escuchar eran las reprimendas de Andrés.
—¿A qué viene ese rollito de pareja de feliz que te traes con Marcos?
—La gran pareja feliz son Cloe y Samuel —dije con dolor en mi voz y en mi corazón.
—A mí ellos no me importan. A mí me importas tú y no puedes seguir compartiendo tu vida con una persona a la que no quieres.
—No es tan fácil. —¿Por qué todos se empeñaban en decirme lo que debía hacer?
—Sí lo es y como no hagas algo pronto, te juro que voy a cometer una locura y no tendré compasión de ti
—me amenazó antes de abandonar la bodega y regresar con nuestros amigos.
La cena transcurrió con asombrosa tranquilidad, aunque temí que a las primeras de cambio, Andrés lanzase una bomba encima de aquella mesa. Cada vez que me miraba, sus ojos me gritaban decenas de reproches y mi incomodidad y mi sentimiento de culpabilidad aumentaba por segundos.
Después del postre, Nuria y yo nos encargamos de recoger la cocina. Realmente, fui yo la que se ofreció voluntaria para estar lejos de la odiosa parejita, y mi considerada amiga decidió acompañarme, porque además, quería tener un pequeño momento de confidencias conmigo. Y reconozco que yo también con ella, porque deseaba que me contase qué había ocurrido entre Andrés y ella en la playa.
—No me lo puedo creer, Lara, le gusto, le gusto de verdad —Nuria aún no podía creerse lo que había sucedido en la playa.
—Eso ya lo sabía yo, mujer de poca fe.
—Me siento como si estuviese flotando. Me he enamorado de alguien y ese alguien también está enamorado de mí.
—¿Te lo ha dicho? —¿Andrés había pronunciado semejantes palabras?
—Sí, me dijo que no sabía qué nombre ponerle a lo que sentía por mí, porque nunca le había pasado nada igual, pero que creía que estaba enamorado.
—¿Y qué le hace estar tan seguro de ello?
—¿Crees que no es verdad lo que siente? —Nuria había malinterpretado mi pregunta.
—¡Qué no, boba! Pero quiero que me cuentes todos los detalles y no quiero que mi curiosidad sea tan evidente.
—Me confesó que la noche anterior cuando le aseguré que no volveríamos a vernos, algo se le rompió dentro del pecho y que le costaba respirar, que se pasó horas intentado controlar su respiración y que sólo lo logró cuando tú lo llamaste.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Que había intentado alejarlo de mí porque tenía miedo de todo lo que me hacía sentir y me ha tranquilizado diciéndome que él también está muy asustado pero que juntos haríamos frente a todos nuestros temores y que juntos… —se quedó en silencio.
—Y que juntos, ¿qué?
—Aprenderíamos a amar —dijo avergonzada.
—Ahora va a resultar que Andrés es el hombre más romántico del mundo. —Me hacía mucha gracia que un hombre que renegaba del amor, hubiese caído en sus redes.
—No sé si lo será o no, pero me tiene viviendo en un mundo de fantasía. —Mi amiga estaba emocionada, enamorada y tremendamente feliz.
—Disfrútalo, cariño. No hay nada tan maravilloso como enamorarse.
Siempre había sabido que, tarde o temprano, Nuria acabaría encontrando el amor, simplemente, se había vuelto una mujer muy exigente y necesitaba cruzarse con un hombre que sólo con mirarla hiciese saltar su corazón. Y Andrés era el único capaz de domar ese pequeño corazón salvaje. Aquel cueNto de hadas había tenido un final feliz.
Y antes de lo previsto, llegó el momento que más temía de aquel día: la hora de irnos a la cama. Samuel fue el primero en subir las escaleras y tuve que ver cómo Cloe, detrás de él, le sacaba la camisa de dentro del pantalón y comenzaba a acariciarle la espalda. Ella era la única dueña de esa preciosa piel de ébano. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración para contenerme y no ponerme a gritar como una histérica mientras les lanzaba una silla a la cabeza. ¡Dios!, iba a acabar en el manicomio. Mi futuro estaba escrito.
Mi mundo comenzaba a moverse veloz a mi alrededor y sólo los brazos de Marcos lograron calmar la sensación de mareo que amenazaba con poner del revés mi estómago y mi vida.
¿Cómo podía haber llegado a esa situación? Ni en mis peores pesadillas, podría haber imaginado que un fin de semana de supuesto relax entre amigos iba a ser como arder en el peor de los infiernos.
Ya en nuestro cuarto, los gemidos ensordecedores de Cloe retorcían mis entrañas y el único modo de dejar de oírla era escuchar el sonido de mis propios gemidos. Marcos me deseaba y yo me sentía desdichada. Y aunque no quería hacerlo, me dejé llevar por los besos y las caricias de mi novio.
Cloe, mi gran amiga Cloe.
En más de una ocasión, en la que después de un par de copas, llegaba el turno de las confidencias femeninas, había confesado ser bastante recatada, pudorosa y silenciosa en el terreno sexual. Entonces, ¿a qué venía ese alarde de potencia vocal? Parecía una maldita soprano y lo único que deseaba era que se callase de una puñetera vez. Habría dado mi vida por tener superpoderes para poder derribar con el esfuerzo de mi mete, la pared de ladrillo que separaba nuestras habitaciones y que cayese como una losa sobre ella, o por lo menos, sobre sus cuerdas vocales.
¡Sí!, ¡así!, ¡más!, ¡máaaaaaas!... ¿qué pecado había cometido para tener que aguantar semejante castigo?
Pero me lo merecía, ¿a quién quería engañar?, me lo merecía todo y más.
Y con la repugnancia que me causaban los sonidos que provenían del cuarto de al lado, la culpabilidad por hacerle daño al hombre que me tenía entre sus brazos y con el corazón roto por todo lo que estaba sucediendo en el dormitorio de al lado, fingí como jamás lo había hecho porque la persona con la que deseaba estar, acababa de provocarle el más sonoro e intenso de los orgasmos a mi mejor amiga.
El caos en el que se había convertido mi vida en los últimos meses se extendió de mi cabeza y mi corazón a mi estómago y allí, sobre la cama, con el cuerpo de Marcos pegado al mío, exhausto por el sexo, sentí ganas de vomitar.
Me levanté de la cama y me fui directa al baño, intentando calmarme con cada paso que daba hacia mi corto destino y haciendo lo imposible por contener las náuseas. Abrí la puerta y me apoyé sobre el lavabo, antes de atreverme a contemplar el reflejo de mi rostro en el espejo. Cada día odiaba más a la mujer que me miraba con tanta dureza como si no reconociese a la persona que tenía frente a ella. Ya no sabía quién era. Había perdido el norte y mi vida era un barco a la deriva que iba a tener un final más trágico que el del mismísimo Titanic. Era la crónica de un desastre anunciado. Me llevé las manos sobre los ojos para dejar de ver esa imagen que tanto detestaba y rompí a llorar, en silencio, para que nadie se enterase de la profunda tristeza que se había adueñado de mi corazón.
Cuando salí del cuarto de baño, Marcos se había quedado dormido, así que aproveché para ponerme algo de ropa y salir a oxigenarme con el aire gélido de la madrugada.
Procuré hacer el menor ruido posible para no despertar a una casa que parecía estar profundamente dormida.
Sin poder evitarlo, eché una rápida mirada a la puerta de la habitación en la que Cloe y Samuel descansaban después de una agotadora sesión de sexo y deseé inmolarme allí mismo.
Escuché ruido. Provenía del salón. Me fui acercando poco a poco y después de distinguir la luz de la televisión a través de la puerta, me encontré con Nuria y Andrés sentados sobre la alfombra y con sus espaldas apoyadas en el sofá, enganchados a lo que había en la pequeña pantalla, sin pestañear y compartiendo un bol de palomitas.
—Nos estamos pegando un maratón de Alien. Estamos empezando con la segunda peli, ¿te animas? —me propuso Andrés sin apartar los ojos de la tele y ofreciéndome con su mano parte de las palomitas.
—Gracias, chicos, pero voy a salir a tomar un poco el aire.
—¿Te encuentras bien? —se preocupó Nuria.
—Sí, sólo es un poco de insomnio.
—Ya… —No se lo creyó pero tampoco insistió.
En pocos segundos, ya estaba disfrutando de la soledad y de la oscuridad de la noche. Me senté en uno de los escalones que bajaban al pequeño jardín trasero y me perdí en las estrellas.
No lo escuché llegar y sólo noté su presencia cuando se sentó a mi lado sobre la fría madera de aquel escalón.
—Te odio, te odio con todas mis fuerzas. —Su voz estaba llena de rencor. —¿Qué coño pretendías hacer?, ¿matarme? Pues puedes estar satisfecha porque lo has conseguido —dijo en voz baja pero dándole a cada palabra la fuerza y la rabia que brotaban de su garganta. Nunca había escuchado a Samuel hablar de ese modo. No había ni rastro del hombre pacífico y comedido.
Dirigí mi cara hacia la suya y sus ojos inyectados en sangre me sobrecogieron.
¿Yo estaba matando a Samuel? Él había lanzado una granada sobre mi corazón que llevaba semanas volando por los aires. Y yo también le odiaba, le odiaba por todo el daño que me estaba haciendo y lo amaba como jamás había amado a nadie. Y en aquel lugar en el que se suponía que debíamos guardar las apariencias, sólo deseaba gritarle y reprocharle que se hubiese acostado con ella.
—Esto no puede seguir así. Voy a acabar haciendo una estupidez. ¡Joder, Lara!, ¿por qué te has acostado con Marcos? —su voz seguía sonando ahogada y enfurecida.
—Porque tú lo has hecho con Cloe —le respondí simulando estar tranquila aunque mi sangre estaba en plena ebullición por la ira.
—Llevo todo el día viendo cómo te devora con la mirada, cómo no podía frenar sus manos ni su boca cada vez que te tenía cerca y me he vuelto loco. No soporto veros juntos.
—¿Cómo crees que me siento yo cada vez que te veo con Cloe? —le pregunté dolida.
—Esto es una jodida locura y sé que soy el culpable por no haberle puesto fin cuando debí hacerlo, pero ya no lo aguanto más. Esto se acabó ahora mismo —pronunció con firmeza.
Por un pequeño instante quise frenarle, pero un “¿qué demonios vas a hacer? ” se quedó escondido en mi boca y dejé que Samuel se dejase llevar por lo que sentía en aquel momento. Necesitaba que él diese ese paso que yo no me atrevía a dar. La suerte estaba echada y se vaticinaban tormentas y fuerte marejada.
Minutos después, escuché gritos que provenían de su habitación : ¿Cómo te atreves a dejarme?, ¡No me dejes!, ¡hijo de …! Y a los gritos les sucedieron el llanto más desgarrador y un sonoro portazo seguido de los pasos de Samuel bajando las escaleras.
Salió por la puerta del jardín. Había acabado de vestirse y llevaba una mochila roja colgada del hombro.
Su mirada estaba perdida y su mano libre buscaba algo en el interior del bolsillo de su pantalón vaquero, hasta que sacó las llaves del coche.
—Yo ya he solucionado mis mierdas, ahora te toca a ti solucionar las tuyas —sentenció antes de atravesar el jardín sin dirigirme la mirada y sin mirar atrás.