19. La angustia de Samuel.
Sonó el timbre y su corazón comenzó a latir a doscientas pulsaciones por minuto. Deseaba con todas sus fuerzas que fuese Lara la persona que se encontraba detrás de aquella puerta. Pero sus deseos estuvieron muy lejos de hacerse realidad y se encontró con una Cloe endemoniada, deseosa de continuar una batalla que él consideraba acabada.
—¿Cuándo pensabas que iba a enterarme de tu secretito? —preguntó con un tono y una sonrisita que exasperaron a Samuel.
—¿De qué me estás hablando? —No tenía ni idea de a qué secreto se refería.
—No te hagas el imbécil, no te pega.
—Cloe, no sé de qué me hablas —insistió.
—Así que con la mosquita muerta.
—Sigo sin saber de qué me hablas. —Samuel estaba empezando a perder la paciencia.
—¿Cuánto creías que iba a tardar en enterarme de lo tuyo con Lara? Ella está enamorada de Marcos y jamás lo abandonará por un hombre como tú.
—¿A qué has venido? —Samuel estaba a punto de estallar de ira porque no iba a consentir que Cloe lo insultase de esa manera.
—He venido a decirte que no te molestes en esperar a tu amante porque ahora mismo, ella y su novio estás celebrando su reconciliación.
—Vale, vete —Samuel no estaba dispuesto a seguir aguantándola, así que le señaló la puerta.
—Sí, seguramente en este momento, Marcos le esté haciendo el amor de un modo tan salvaje que hasta tú te escandalizarías.
—¡Lárgate! —le volvió a indicar la salida.
—¿Cómo te sienta saber que en esta historia tú también has salido perdiendo? —Cloe había ido con la intención de lastimarlo y no se iría hasta que lo hubiese conseguido.
—¡Fuera! —gritó a punto de perder los estribos.
—Sí, cariño, siempre has sido y serás un perdedor. —Su maldad no tenía límites.
Samuel no pretendía echarla de ese modo, pero no la soportaba más, así que prácticamente la empujó para que se fuese.
Por primera vez en su vida, Cloe no se había subido al puesto más alto de pódium y no se había coronado como la gran vencedora, y su derrota, sacaba a la luz su peor cara.
Samuel llamó a Lara. Necesitaba saber qué había de cierto en la historia de Cloe, pero para su desesperación, no respondió.
Estaba desquiciado, dándole vueltas a la posibilidad de que Marcos y Lara arreglasen sus diferencias, y después de varios segundos eternos, volvió a marcar su número.
—¿Sí? —respondió una voz masculina que reconoció al instante.
—¿Dónde está Lara? —le preguntó con el estómago encogido temiéndose que las crueldad de Cloe se fundamentase en la verdad.
—Samuel —pronunció su nombre retador.
—Marcos —dijo en el mismo tono.
—Lara está en la ducha.
—Dile que la he llamado.
—Vale —y le colgó.
Samuel tiró el teléfono sobre la alfombra, arrancó con sus manos el gran cojín que conformaba un tercio de su sofá y después de inspirar en profundidad, lo lanzó, mientras de su boca salía un gruñido, estampándolo contra la puerta corredera que daba acceso a la terraza.
Sintió que la cabeza le iba estallar, sin saber que aquello que ardía detrás de sus ojos, era el dolor que le causaba pensar que Lara no le quería.
Fijó su mirada en un juego de tres jarrones que había a un lado del salón y que estaban ordenados de mayor a menor y sin pensárselo demasiado, pagó toda su rabia con el más grande de todos, asestándole una patada tan fuerte que de un solo golpe, fue capaz de destrozar los tres jarrones con el efecto dominó.
Se mortificaba por haber sido tan ingenuo. ¿Cómo había llegado a pensar que Lara se había enamorado de él? Se preguntaba una y otra vez.
Cogió el bate de béisbol que reposaba apoyado en un lateral de su mesa de despacho y se dirigió al televisor. Evaluó todas sus dimensiones para calcular dónde debía propinar su golpe mortal, hizo un amago de batear la pantalla, pero finalmente se arrepintió y acabó lanzando el bate hacia el espejo horizontal que estaba colgado al otro lado del salón, destrozándolo en mil pedazos que salieron volando a sus anchas por todos los rincones de aquella habitación.
Aquello no iba a quedarse así, pensó enfurecido. Iba a obligar a Lara a que le diese una explicación por haber jugado de aquel modo tan despiadado con sus sentimientos. ¿Por qué lo había engañado?
Samuel tuvo clara la respuesta. Deseaba tanto que Lara se enamorara de él, que por esa razón, se había creído todas y cada una de sus mentiras.
Pasaron varias horas y Lara no le había devuelto la llamada, con lo que Samuel se convirtió en un auténtico moribundo y lo único capaz de calmar su pena, fue el alcohol. Y con un vaso de whisky en la mano, que rellenaba cada vez que se consumía al igual que su alma, no paraba de dar vueltas alrededor del salón, pisando los restos de su furia, así como los pedazos de su corazón roto.
Cuando el timbre sonó de nuevo, no fue capaz de alterarse su ritmo cardiaco. No creía que nadie detrás de aquella puerta pudiese sanar la presión de su pecho, además, nadie debía ver el estado tan lamentable en el que se encontraba.
—Por favor, sé que estás ahí. Ábreme la puerta —gritó Lara al otro lado de la puerta.
—Vete, no te necesito, vuelve con Marcos y déjame en paz —dijo embriagado por el alcohol y por la desesperación.
—¿Qué pasa, Samuel?, ¿por qué me hablas así?
—Te he escuchado haciendo el amor con él y sé que jamás disfrutarás con Marcos lo que has disfrutado conmigo —articuló con dificultad.
—¡Quieres abrir la puerta de una puñetera vez! —ordenó impaciente.
Segundos después, Samuel, en absoluto silencio, le permitió entrar a su particular infierno.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó entre asustada y asombrada.
—Necesitaba desahogarme —le respondió mientras le daba le espalda y se dirigía hacia una pared del salón para apoyarse sobre ella.
—¿Y tienes que destrozar tu piso para desahogarte?
—Es que mi corazón ya te encargaste de destrozarlo tú —dijo lleno de rabia.
Lara se quedó sin palabras y no supo cómo reaccionar ante lo que estaba viendo.
—Ya me has visto. Ya puedes volver con Marcos —Samuel rompió el silencio.
—¿Y por qué demonios tengo que volver con él? —Lara no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo. —He venido para decirte que le he contado que me he enamorado de ti.
—No me mientas, Cloe me ha dicho que os habéis reconciliado.
—¿Y desde cuándo le haces caso a lo que dice Cloe?
—Entonces, ¿cómo sabía lo nuestro?
—No sé, se lo habrá contado Marcos. Quizá Nuria o Andrés, no lo sé.
—¿Y por qué me ha cogido Marcos el teléfono?
Lara le contó todo lo que había sucedido en la playa una vez que él se fue y cómo después de que ella y Marcos lo hubiesen dejado todo claro, recogieron sus cosas para volver a la ciudad, pero que antes de salir, decidió darse una ducha para despejarse y que probablemente, él hubiese llamado en ese momento.
—Pero espera, creo que no te he entendido bien, ¿me estás diciendo que Cloe y Marcos han tenido una aventura? —Samuel no estaba seguro de haber escuchado correctamente.
—Sí, al parecer se han acostado tres veces, hasta que hace unos días Marcos le dijo que no quería volver a tener nada con ella.
—Ahora todo empieza a tener sentido —pronunció antes de comenzar a deambular por el salón.
—Sí, aunque creo que si Cloe está realmente dolida por algo, es por haberse quedado sola.
—Y tú sintiéndote tan culpable por lo que estábamos haciendo —dijo mientras esbozaba una sonrisa cargada de ironía.
—Samuel, no ha estado bien lo que hemos hecho. Marcos y Cloe nos han engañado, pero nuestra traición ha sido mucho más dolorosa, porque mientras su relación no ha sido más que un par de encuentros sexuales, nosotros nos hemos enamorado.
—No intentes justificarlos. Ellos también han estado jugando a nuestras espaladas.
—No puedo evitar sentirme mal por haberle hecho daño a Marcos. Él es buena persona y no se lo merecía. Quizás… —Lara no se atrevió a continuar su frase, probablemente, porque sabía que no estaba yendo por buen camino.
—¿Quizás?, ¿quizás qué?, ¿quieres que te recuerde cómo te sentías hace unos meses? —le preguntó enfadado y destrozado al ver la duda dibujada en el rostro de Lara.
—Sólo quería decir que tal vez si Marcos y yo hubiésemos sido capaces de solucionar nuestros problemas, no habría pasado todo esto. —A Lara le temblaba la voz, porque no sabía cómo explicarse ante esa actitud tan poco receptiva de Samuel. —Aunque te duela saberlo, lo he querido mucho y he sido muy feliz a su lado.
—¿Me estás diciendo que lo que hay entre nosotros sólo es fruto de las circunstancias? —El enfado de Samuel estaba alcanzado cotas inimaginables. —¡Esto es demasiado!, ¿crees que lo tuyo con Marcos tenía solución? ¡Por el amor de Dios, Lara!, ¡se ha acostado con tu mejor amiga!
—¡Basta, Samuel! No tienes por qué ser tan cruel —Lara parecía asustada y deseaba que aquella desastrosa conversación acabase cuanto antes. No le gustaba ver a Samuel de ese modo.
—Lara, no es crueldad, es la verdad. No me puedo creer que… —Samuel no dejaba de caminar sin rumbo sobre aquellos pocos metros cuadrados y no era capaz de ser racional —No puede ser… ¡Vete!, ¡vete, por favor! —le acabó ordenando que se fuera porque sentía que estaba a punto de perder el control. Volvió a apoyarse sobre la misma pared de antes y llevándose las manos a la cara, se fue escurriendo hasta acabar sentado en el suelo.
—¿Cómo?
—¡Qué te vayas! —le suplicó entre lágrimas.
—¿A qué viene esto? Explícamelo porque no lo entiendo. —Lara se esforzó por poner un poco de cordura mientras contenía su propio llanto.
—Llevo horas atormentándome con la idea de que hubieses decidido darle una oportunidad a Marcos, —Samuel habló sereno a pesar de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas —pensando que la vida no podía ser más cruel. Pero me equivoqué, existe algo todavía más desgarrador y es ver en tu cara la sombra de la duda mientras te escucho hablar de él de ese modo. Y no puedo soportarlo. Por favor, vete ya —le pidió ya más calmado.
—Samuel, te equivocas. No tengo dudas sobre lo que siento. —Lara quiso acercarse a él para consolarlo, pero al final, decidió no hacerlo.
—¡Vete ya, maldita sea! —le gritó con un mezcla de angustia, enfado y tristeza.
El mundo de Lara se paró bajo sus pies y sin más, sin saber qué hacer para luchar contra la oscuridad de los pensamientos de Samuel, se fue.