9. Tan cerca y tan lejos.

Cuando llegué a casa, una de las primeras cosas que hice fue rescatar el teléfono móvil que había dejado abandonado sobre la cómoda del dormitorio. Tenía varias llamadas de Nuria y un mensaje en el que me pedía que la llamase en cuanto pudiese.

—¿Qué sucede?

—He visto a Andrés —pronunció angustiada.

—¿Y por eso me has llamado tantas veces?, ¿querías restregarme tus grandes momentos de pasión?

—Que no, no lo entiendes. —Nuria parecía alterada. —Lo he visto con una mujer.

—Bueno, podría ser una amiga, una prima… —le resté importancia.

—No, estoy segura de que no era una amiga. Estaban teniendo una discusión muy acalorada en el portal de su casa.

—¿Y qué hacías en el portal de tu casa?

—Es que… Me apetecía verlo —le costó reconocer —salí a dar una vuelta en moto y acabé allí.

—¿Llegaste a hablar con él?

—No. Los observé durante unos segundos y luego, me fui.

—¿Crees que él te vio?

—No, no lo creo, iba con el casco.

No sabía qué decirle. Nunca pensé que le fuese a afectar ver a Andrés con una mujer, fuese quien fuese.

Era la primera vez que había visto a Nuria celosa y eso me confundió.

—¿Cómo era esa mujer? —No sabía por qué, pero mi intuición me decía que podía ser Marisa Herrera.

Tal vez fuese por el comentario de sor Fátima y por la mirada asesina que le lanzó a Andrés en mi presencia. Sin embargo, me costaba creer que ellos dos tuviesen un lío.

—Guapísima. Elegancia en estado puro. Pelo rubio corto, como recién salida de la peluquería, traje sastre negro, abrigo blanco roto, cuerpazo… Sharon Stone le tendría envidia.

Era ella, era la Mata Hari, no había duda.

—Nuria, si tanto te afecta haberlo visto con una mujer, deberías hablar con él.

—¿Estás loca? Como sepa que me he puesto así por haberlo visto con otra, no querrá volver a verme en la vida.

—¿Te has enamorado de él? —Le pregunté extrañada. Nuria jamás se enamoraba.

—No —dijo tajante.

—¿Estás segura?

—No. —Su negación ya no sonó tan rotunda.

—¿Qué vas a hacer?

—Olvidarme de él.

—No sé qué decirte, cielo, quizá sea lo mejor, pero creo que deberías hablar con él primero. —Estaba claro que Andrés le importaba más de lo que estaba dispuesta a reconocer y la solución, no era pasar página así sin más. Si lo hacía, se acabaría arrepintiendo.

—No sé, tengo que pensarlo.

—Vamos a salir esta noche, ¿te apetece venir?

—No, paso de tríos.

—No, también vendrán Samuel y Cloe.

—¿Salir con la reina de la belleza? —preguntó con tono de repugnancia. —Es un planazo, pero no, gracias. Prefiero ahogarme en mi sufrimiento.

—Está bien, pero no hagas locuras, ¿vale?

—Te prometo que no meteré la cabeza en el horno.

—Gracias, me dejas más tranquila.

—Diviértete —me dijo para terminar la conversación. Nuria no tenía ni remota idea de la tortura que me esperaba. Prefería meter la cabeza en su horno, antes que una noche de parejitas.

Llegó la hora del tormento. Cloe había optado por ponerse un espectacular vestido plateado con pedrería y un gran escote tanto en la espalda como en el pecho. Estaba radiante y era casi imposible no fijarse en ella. Yo, en cambio, me había decantado por un look más discreto y sobrio. Un vestido negro ajustado hasta la rodilla, pelo recogido y labios pintados con un color granate muy intenso.

Primero, fuimos a tomar una copa a un pub de ambiente tranquilo para poder charlar sentados alrededor de una mesa.

Todos nos esforzamos para que aquella noche fuese lo más agradable posible y no tardamos en relajarnos, mientras conversábamos de temas totalmente insustanciales. Tanto Samuel como Marcos habían olvidado su pequeño rifirrafe de esa tarde y Samuel mostraba una pasmosa capacidad de actuar como si no hubiese sucedido nada entre nosotros.

En cambio, yo era un auténtico manojo de nervios y estaba desesperada por ver en él, algún pequeño gesto de complicidad que me hiciese revivir la magia del beso de aquella tarde. Pero ese pequeño gesto nunca llegó y todas las muestras de cariño de Samuel iban dedicadas a Cloe.

Sentí celos, rabia y dolor, y con una reacción totalmente infantil, besé y abracé a Marcos ante los ojos de Samuel, para hacerle sentir lo mismo que estaba padeciendo yo. Y mientras besaba a mi novio, vi los ojos de Samuel puestos sobre nosotros. Su mandíbula parecía tensa y no tardó en fijar su mirada en la copa que tenía entre sus manos.

Aproximadamente una hora después, decidimos cambiar de lugar e ir a una de las discotecas más de moda del centro de la ciudad para poder bailar un rato. Ni Marcos ni Samuel era unos grandes bailarines, pero Cloe deseaba poder contonear su cuerpo al ritmo de las canciones más actuales y los demás, accedimos encantados. El alcohol ya nos había desinhibido lo suficiente como para decir sí a todo y dejarnos llevar por la noche.

Marcos estaba más cariñoso de lo habitual y no dejaba de acercarse a mí para besarme, abrazarme o hacer el intento de bailar conmigo; pero yo no podía dejar de mirar a Samuel y de pensar en sus labios.

Esos labios tan gruesos, tan carnosos y tan perfectos.

De pronto, Cloe se abalanzó sobre él y después de darle un beso largo y húmedo, se puso de espaldas a él y con su cuerpo pegado al suyo, comenzó a contonearse provocativa de un lado al otro, haciendo que con cada movimiento, su pequeño trasero rozase sin piedad la parte baja de su cintura. Pocas veces había visto bailar a Cloe de un modo tan insinuante y siempre que lo había hecho, nunca con Samuel, era porque el alcohol había trastornado su modo de actuar. Quise ver la expresión del rostro de Samuel que estaba siendo objeto de ese baile tan sensual, pero no parecía estar muy cómodo en aquella situación y con sus manos hizo lo posible por alejar las caderas de Cloe de su cuerpo.

Marcos me agarró con fuerza y sosteniéndome entre sus brazos, me obligó a seguir sus pasos de baile.

Segundos después, me besó como llevaba siglos sin hacerlo. Primero, colocó sus manos en mis mejillas, para acercar mi boca hacia su boca hambrienta y después de devorarla sin piedad, bajó sus manos a lo largo de mi espalda para terminar colocándolas sobre mi trasero llevando mi cuerpo hacia él y haciéndome partícipe de su excitación. Quise morirme. Sólo la ropa me separaba del deseo de Marcos y el único hombre al que yo deseaba estaba en brazos de otra mujer. ¿Quién me habría mandado salir? Con lo bien que habría estado tumbada en mi sofá, ahogándome en una tarrina de helado mientras Marcos trabajaba sin hacerme ni puñetero caso. ¡Argg!

Cuando Marcos dejó de besarme, no pude evitar dirigir mi mirada hacia Samuel y lo que vieron mis ojos, me estremeció. Mi rabia se había convertido en su rabia. Me sentí tan aturdida que decidí ir a refrescarme al baño. Quería alejarme de todos: de Samuel, de Marcos y de Cloe. Si hubiese podido, habría salido huyendo de allí. ¿Por qué no podía ser la versión femenina del hombre hormiga? Sí, señor, Ant-Woman. Me haría chiquitita y me iría de allí por patas.

Ya en el lavabo, me mojé la nuca y el escote, y cuando fijé mi mirada en el espejo del cuarto de baño, me sorprendí a mí misma mordiéndome el labio inferior y pensando en Samuel. Ojalá fuese su mano la que estuviese acariciando la parte superior de mi pecho. Mi locura iba de mal en peor.

Salí de baño y Samuel había cometido la insensatez de esperarme fuera. ¿Por qué, señor?, ¿por qué me lo ponías tan difícil?, habría preferido la hoguera.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó enfadado mientras me arrinconaba hacia la pared.

—No estoy haciendo nada. ¿Y tú qué demonios estás haciendo? —le dije en el mismo tono.

—Estoy volviéndome loco por tu culpa. —Sus ojos me miraban de un modo salvaje y yo me moría por lanzarme sobre su boca. Le iba a enseñar yo lo que era locura.

—Por favor, Samuel, no debes olvidar que sólo somos amigos. —Me esforcé por actuar de manera racional, aunque mi cuerpo me estuviese pidiendo a gritos todo lo contrario.

—Si por mí fuese, te besaría aquí mismo, te acariciaría y te…

—Por favor, Samuel, déjalo ya, sabes que este no es el lugar ni el momento adecuado para hablar de esto.

—Sé que tú también lo deseas. Tus ojos ya no pueden mentirme.

—No puedo más, necesito irme. —La respiración comenzaba a fallarme y necesitaba que el aire fresco y puro abriese mis pulmones.

Y me fui de su lado. Su presencia no era suficiente y tenerle frente a mí, sin poder tocarlo, era inhumano y brutalmente doloroso.

Aquel día, aquella noche, había hecho todo lo posible por actuar con naturalidad ante mi novio y mis amigos y ya no podía más. Me excusé ante Marcos y Cloe y les dije que no me encontraba bien y que quería irme para casa. No pretendía ser aguafiestas y le dije a Marcos que podía quedarse sin ningún problema con Cloe y con Samuel, pero no le apetecía ser la carabina de una pareja y de mala gana decidió marcharse conmigo. Samuel también quiso dar la noche por terminada, alegando que tenía que descansar porque aún tenía que preparar su viaje a Italia y tenía mucho trabajo por hacer; así que él y Cloe también abandonaron la discoteca al mismo tiempo que nosotros.

Marcos y Samuel llamaron cada uno a un taxi y cuando llegó el momento de las despedidas, sentí ganas de llorar cuando los labios de Samuel rozaron mis mejillas, y no fui capaz de mirarle a los ojos, porque no quería que descubriese que estaba a punto de romper en llanto. Estaba muy angustiada. Aquello no tenía ningún sentido, ¿por qué debía irme con Marcos si lo único que deseaba era estar con él?

Dentro del taxi, apoyada sobre la ventanilla y a treinta centímetros de distancia de Marcos, me pregunté a dónde se había ido todo el amor que había llegado a sentir por él. ¿Por qué había dejado de quererle?, era la pregunta que no dejaba de retumbar incansable en mi mente, atormentándome hasta la locura. ¿Qué era lo que había cambiado?, ¿por qué en ese momento parecíamos dos extraños?

Llegamos a casa y los dos actuamos automáticamente como si fuésemos dos robots que no sentían nada.

No nos mirábamos y nos movíamos como si estuviésemos solos dentro del que había sido nuestro gran palacio. Compartíamos la misma cama, pero a su lado sólo sentía un gran vacío.

Antes de acostarnos, tanto Marcos como yo revisamos nuestros móviles. Marcos vio algo que le hizo sonreír y yo había recibido un mensaje que me hizo sentir aún más desdichada.

Ojalá estuviese ahí contigo. Ojalá pudiese abrazarte mientras duermes.”

Miré hacia el lado de la cama de Marcos y él ya se había acostado dándome la espalda. Inmóvil, mudo, más inerte que una estatua.

Ojalá. ” Respondí al mensaje de Samuel. Sólo soñaba con volver a sentir sus labios.