14. La estancia de Samuel en Milán.

Desde su encuentro clandestino en el hotel Urban, Samuel no había tenido demasiadas noticias de Lara y las que había tenido le habían sabido a poco. Una llamada antes de embarcar en la que le había dicho que se estaba enamorando de él y varios mensajes breves del tipo: "ven pronto " o "te echo de menos " , no habían sido capaces de saciar sus ganas de ella.

Estar solo, tan lejos de Lara, en la ciudad en la que había comenzado su relación con Cloe, le provocaba una sensación muy desagradable, como de angustia permanente. Ni siquiera la emoción de poder descubrir a un nuevo pintor conseguía animarlo. Se estaba volviendo loco pensando en qué punto se encontraría su relación con Marcos, ya que ella no le daba ninguna pista. No dejaba de ver en su mente a una Lara arrepentida, intentando resucitar una relación que se encontraba prácticamente muerta. Los veía besándose y acariciándose y su interior comenzaba a arder por culpa de la ira. El cuerpo de Lara tenía un pasado pero su presente ya sólo le pertenecía a él, se decía una y otra vez para convencerse.

Sin embargo, no podía pasarse cada segundo de su existencia pensando en Lara, tenía que centrarse en el motivo que le había llevado allí: valorar las obras de Mattia Dalo, pero aunque hiciese lo indecible por evitarlo, Lara era la única dueña de sus pensamientos.

Decidió llamarla para dejar de mortificarse con elucubraciones dantescas que sólo auguraban un final trágico. Quería pedirle que, por favor, dejase de una vez a Marcos. Él dejaría a Cloe y vivirían su relación en libertad. Buscó su nombre en la lista de contactos de su teléfono móvil y antes de pulsar la tecla de llamada, alguien llamando a su puerta lo sobresaltó.

—¿Pero qué haces aquí? —No siempre las visitas inesperadas son agradables y aquella, era el mejor ejemplo.

—¿Ese es el recibimiento que le haces a tu novia que ha viajado hasta Milán para darte una sorpresa? —dijo Cloe mientras entraba en la habitación con la maleta en la mano.

—No era necesario que vinieses, iba a regresar mañana.

—¿Por qué no nos quedamos unos días y aprovechamos para hacer un poco de turismo? —preguntó entusiasmada.

—En otra ocasión, necesito resolver algunos asuntos urgentes en Madrid.

—Vale, pues volveremos juntos. —Cloe se esforzó por no mostrar su decepción.

—Como quieras. —La indiferencia de Samuel era más que visible. No podía evitarlo.

—¿Qué te ocurre conmigo, Samuel?

—Nada.

—Sabes que eso no es cierto. —Sí, por supuesto que lo sabía pero no quería hablar de ello y menos, en aquel momento.

—Ahora no puedo, Cloe, tengo una reunión de trabajo. Hablaremos luego.

—Podíamos cenar en algún sitio bonito para recordar viejos tiempos —le propuso con su emoción inicial.

—Por fin, hoy conoceré en persona a Mattia Dalo. No sé a qué hora volveré, así que prefiero que no hagas planes conmigo.

Samuel recogió su abrigo y se marchó de la habitación del hotel despidiéndose de Cloe con excesiva frialdad.

Siempre que viajaba para conocer a un nuevo artista, antes de conocerle en persona, le gustaba investigar un poco su entorno y ver cómo era percibido y tratado por el público local, ya que eso solía darle bastantes pistas sobre cómo podía funcionar en un ambiente más global e internacional. Y todo lo que descubrió sobre él no le defraudó, ahora ya sólo le quedaba conocerlo en persona. Y después de pasar varias horas con él, sus percepciones no hicieron más que mejorar. Era un chico muy humilde sin ese aire místico e insufrible que tienen algunos grandes talentos de la pintura. Así que tenía claro que iba a apostar por él.

De nuevo en la habitación de su hotel, Cloe seguía prácticamente en la misma postura que cuando la había dejado.

—¿Ya no me quieres, Samuel? —preguntó muy seria, sentada sobre el borde de la cama.

—Es más complicado que un simple sí o no. —Quizás aquel era el mejor momento para confesarle toda la verdad.

—¿Entonces qué demonios es?

—Que ya no siento lo mismo que antes —confesó sin pudor.

—Ni yo, pero eso no significa que no te quiera.

—Sí, pero quizás lo que yo sienta ahora no sea suficiente.

—Samuel, sé que he estado demasiado centrada en mis cosas, en mi trabajo, en mi vida, pero yo te sigo queriendo. —¿Por qué se quería justificar?, se preguntó Samuel, no necesitaba sus explicaciones. Ya no.

—Cloe, mientras tú te centrabas solo en ti, yo me he sentido excluido de tu vida y me he ido alejando.

—¿Por qué nunca me dijiste que te sentías así? —preguntó como si sus palabras fuesen una gran revelación para ella.

—Te lo dije pero no me escuchaste.

—Samuel, te quiero mucho y no quiero perderte, por favor, dame otra oportunidad —le pidió con lágrimas en los ojos.

—No estoy seguro de que merezca la pena. —¿Por qué ahora quería esforzarse por demostrarle su amor?, ¿por qué?, se lamentó Samuel.

—Por favor, mi amor, no me dejes, no lo soportaría. ¿Qué voy a hacer sin ti? —dijo desesperada. —Sin ti me moriré.

El llanto desolado de Cloe y sus súplicas debilitaron a Samuel que no tuvo el arrojo suficiente para confesarle la verdad: ya no sólo no te quiero, sino que además estoy enamorado de tu mejor amiga.

Esa noche, como ocurría cada día en los últimos meses, los dos se dieron la espalda en la cama interponiendo un muro grueso y enorme entre ellos.

Al día siguiente, la tortura empeoró. Cloe se levantó de un insólito buen humor, se acercó a su novio y después de decirle : “ Buenos días, amor le plantó un beso en los labios.

—He pedido que nos traigan el desayuno. Ya que ayer no hemos tenido nuestra cena especial, la he sustituido por el desayuno.

—No era necesario. —Samuel estaba comenzando a detestar a esa Cloe tan enérgica y animosa.

—¿Qué fue lo que te enamoró de mí? —preguntó de pronto.

—No sé, Cloe, ya no lo recuerdo.

—Sólo han pasado tres años, no has podido olvidarte.

Samuel no contestó.

—Pues sea lo que sea, quiero que lo recuerdes y que vuelvas a enamorarte de mí —dijo intentando parecer seductora.

—No es tan fácil. Los sentimientos no se manipulan. Surgen y desaparecen sin más. —Samuel ya no sabía cómo hacerle entender de forma sutil que su relación había terminado.

—Pues haré que vuelvan a surgir. Necesito que me quieras porque yo ya no sabría vivir sin ti.

Otra vez Cloe volvía a utilizar la técnica del chantaje emocional y le daba a entender que si la dejaba su vida dejaría de tener sentido. Samuel no sabía cómo actuar. Rechazó el desayuno que Cloe había pedido porque se le había quitado el apetito. Centrado en sus pensamientos, preparó su equipaje en silencio y no veía la hora de llegar a Madrid, aunque le horrorizase la idea de tener que compartir asiento con su novia en el regreso.

Samuel no aguantaba ni un segundo más sin hablar y ver a Lara. Le había dicho que a la vuelta de su viaje dejaría a Cloe y no lo había hecho, le había fallado. Las palabras y el llanto de Cloe lo habían vuelto débil y ya no le quedaba nada del valor que necesitaba para afrontar aquella situación.

¿Qué le iba a decir a Lara? Ella jamás volvería a creer en su palabra. ¿Qué futuro le podía ofrecer si ni siquiera era capaz de dejar a una novia que le hacía tan infeliz? Tenía que verla cuanto antes. Ella le haría recuperar el arrojo perdido y a su lado, volvería a sentirse invencible.

En cuanto llegaron a su apartamento, Cloe y Samuel colocaron sus maletas y Cloe decidió darse una ducha. Aquel era el momento. Tenía que aprovechar para llamar a Lara.

—Hola —escuchar su voz fue lo más emocionante de los últimos días.

—¿Qué haces?

—Acabamos de llegar de hacer la compra y estamos colocándola.

—Sé que es tarde pero necesito verte. Busca una excusa, por favor —le pidió en voz baja para que Cloe no pudiese escucharle.

—Sí, mamá, ya sé que es domingo, pero cualquier día es bueno para llenar la nevera.

—¿Mamá? —Samuel entendió que Marcos estaba presente pero le hizo mucha gracia que Lara le hiciese pasar por su madre.

—Sí, mamá, es comida sana, además estoy haciendo deporte. Ahora mismo tenía pensado salir a correr un rato.

—Buena chica. Llámame cuando salgas.

—Sí, yo también te quiero, mamá.

—Y yo te quiero más —le dijo Samuel sabiendo que en su caso era totalmente cierto.

Él sabía que Lara corría por el parque Juan Carlos I, así que no esperaría a que lo llamase y se iría para allí cuanto antes.

—Voy a salir un momento —le anunció a Cloe que salía del baño envuelta en su albornoz de color blanco y con una toalla en la cabeza.

—¿A estas horas?, ¿a dónde vas?

—Quiero consultarle a mi padre algunos aspectos sobre la obra de Mattia Dalo.

—¿Y no puedes hacerlo por teléfono? —parecía desconcertada.

—No, quiero mostrarle en persona algunas de las fotografías que he sacado.

—Bueno, tú veras —le mostró su desilusión.

—No me esperes para cenar.

—Tranquilo, no lo haré —le contestó visiblemente enfadada y decepcionada. Cuánto más intentos hacía de acercarse a Samuel, él más se alejaba.

Condujo hasta el parque y aparcó fuera de la entrada principal, esperando a que Lara lo llamase. Al ser invierno, se hacía de noche muy pronto y no había nadie por los alrededores.

Su interior era pura contradicción. Por un lado, estaba emocionado por saber que no tardaría en ver de nuevo a Lara y deseaba olerla, besarla, acariciarla. Quería volver a llenarse de ella. Pero por otra parte, estaba muerto de miedo, porque no sabía cuál sería su reacción cuando le dijese que todavía no había sido capaz de dejar a Cloe, y tenía miedo de perderla y de que no quisiese saber nada de él por no ser un hombre de palabra.

Sonó su teléfono.

—¿Dónde estás?

—Estoy llegando al parque —le respondió Lara —¿Y tú?

—Aparcado en la entrada principal.

—Llego en tres minutos.

El corazón de Samuel comenzó a temblar y para contener el nerviosismo de sus manos, apretó con fuerza el volante de su coche. Inspiró en profundidad y cuando estaba concentrado en controlar su respiración, Lara abrió la puerta del lado del copiloto.

Su sonrisa, encuadrada bajo esa mirada tan nostálgica le pareció maravillosa, su estómago comenzó a dar saltos de alegría, no se puedo contener y se tiró a sus labios para besarla con todo el deseo contenido de los últimos días. Lara también lo besó con la misma desesperación. De pronto, abandonó su boca porque quería perderse durante unos segundos en esa cautivadora mirada, pero sus labios eran como imanes que atraían con fuerza a los suyos y tuvo que volver a besarla sin remedio.

Las manos de Lara fueron bajando sus caricias y una de ellas acabó en la entrepierna de Andrés, consiguiendo que él se volviese loco de deseo.

—Lara, me estás matando —le dijo entre gemidos mientras tenía toda su sensibilidad concentrada en una única parte de su cuerpo.

Era demasiado estimulante sentir cómo la mano de Lara subía y bajaba sobre su sexo. Quiso hacerla partícipe de su excitación y con sus dos manos sujetando el rostro de Lara, dejó sus ojos a la altura de los suyos para que pudiese comprobar por ella misma lo que le hacía sentir. Ella, juguetona, quiso provocarlo aún más y desabrochó sus pantalones para que sus caricias fuesen más íntimas.

Samuel se estaba volviendo un auténtico demente sintiendo cómo las manos de Lara deleitaban a su sexo con sus ardientes caricias. Y después de lanzarle la mirada más lasciva que había visto jamás, y de humedecerse los labios exhalando un pequeño gemido, Lara llevó su boca hacia el sexo de Samuel para saborearlo con las mismas ganas con las que antes lo había acariciado.

Aquel momento de pasión desenfrenada, hizo que Samuel perdiese el control mientras se entregaba al placer que Lara le estaba proporcionando con su boca golosa y castigadora; pero no quería que aquello acabase así. Quería darle a Lara el mismo placer que le estaba proporcionando ella, así que le pidió que se incorporase y ayudándola a quitarse los pantalones de deporte, la sentó a horcajadas sobre él, penetrándola tan profundo como pudo. Su cara, una vez que estuvo totalmente dentro de ella, casi le hace perder la razón. Parecía plena, como si por fin hubiese conseguido aquello que llevaba tanto tiempo anhelando.

Ella se movía con una lujuria sobrehumana y él no podía dejar de abrazarla de un modo enfermizo, como si le angustiase dejar de estar dentro de ella. Y cada vez que veía su cara dibujada por el placer, sentía que no iba a ser capaz de contenerse. No podía aguantar más. Su cuerpo estaba a punto de estallar. Y

llevando sus manos a las caderas de Lara, para acompasar sus movimientos, le dio a entender que se estaba aproximando el final. El final que tanto deseaban.

Lara, llena de vitalidad, se volvió a su asiento y se vistió con rapidez, y en menos de un minuto, ya estaban cada uno en su lugar como si no hubiese pasado nada.

—¡Qué ganas tenía de ti! —dijo Lara satisfecha con una gran sonrisa.

Después del éxtasis inicial, Samuel respiraba atormentado por el temporal que sabía que se iba a desatar.

—¿Estás bien? —le preguntó Lara preocupada al ver que Samuel no levantaba la vista del volante.

Samuel no contestó, ni la miró. No encontraba las palabras adecuadas y se sentía un auténtico cobarde.

—¿Me vas a decir qué diablos pasa? —preguntó alterada.

Samuel se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos y la frente, intentando aclarar sus ideas.

—Me estás asustado. —La voz de Lara no pudo ocultar que las lágrimas habían humedecido su mirada.

—Lo siento —dijo Samuel totalmente abatido.

—¿Qué es lo que sientes?, ¡maldita sea! —Los ojos, las mejillas y la boca de Lara se empequeñecían intentado contener el llanto. Parecía nerviosa y desconcertada.

—No he sido capaz de dejar a Cloe, no puedo… —Se quedó sin palabras.

Lara intentó reprimir su tristeza, pero no pudo más y rompió a llorar sin que Samuel pudiese hacer nada para calmarla.

No soportaba verla así y él era el único culpable. Esas lágrimas llevaban su nombre y habían sido originadas en el manantial de su cobardía. Jamás se había sentido tan miserable. No había dejado a Cloe por no hacerle daño y le estaba rompiendo el corazón a la única mujer que le importaba.

Samuel volvió a cubrir su rostro con sus manos porque no quería mostrarle a Lara que él también estaba llorando. Y aunque quizá no fuese el momento adecuado, quería decir lo único de lo que estaba seguro respecto a ellos y a su relación.

—Te quiero, Lara. Más de lo que te puedas imaginar. Pero estoy muy perdido y no sé qué hacer.

Lara se secó sus lágrimas como si le quemasen sobre las mejillas e intentó calmar su congoja.

—Tal vez estemos equivocados y lo que sentimos no es tan fuerte como creemos. Es probable que nuestro futuro esté al lado de Cloe y de Marcos —dijo con seriedad.

—No es cierto, Lara. —Samuel ya no se esforzó por ocultar su llanto. Las palabras de su amante habían sido demasiado crueles y no podía soportar que ella dudase de sus sentimientos. —Yo te quiero, te quiero demasiado y por eso me estoy volviendo loco con esta maldita situación.

Las lágrimas volvieron a apoderarse de Lara y se abalanzó sobre Samuel para abrazarle. Y los dos lloraron a la vez.

Samuel deseó que una sádica maldición venida del cielo, los convirtiese en estatua de sal porque de ese modo, permanecerían juntos y unidos para siempre. No quería separarse de Lara. Soñaba con tenerla siempre entre sus brazos.

—Samuel, no importa lo que sentimos porque nada de esto tiene sentido si sólo va a traernos sufrimiento

—le susurró al oído, antes de secar primero sus lágrimas y luego las de él.

Se separó de Samuel, lo miró con la tristeza que invadía su corazón y echando su mano a la manija del coche, se dispuso a salir.

—No te vayas, por favor. No me dejes así —le suplicó.

Ella lo miró pero había decidido marcharse. Ya no había vuelta atrás.

—Lara, dime que me quieres, por favor —le rogó desesperado en el justo momento en el que ella cerraba la puerta sin mirar atrás.

No sabía qué hacer. Pensó en salir corriendo tras ella, pero para qué, no tenía nada que ofrecerle, sólo un corazón cobarde y en mal estado.

Arrancó el coche y Lara se giró para dedicarle una última mirada. La vio allí, quieta, con los brazos cruzados sobre su pecho como si quisiese contener el dolor de su corazón y se sintió el peor de los seres humanos.

La estaba perdiendo en la oscuridad de la noche.