3. Así llegó Marcos a mi vida.
Conocí a Marcos en el primer año de carrera. Era el estudiante más destacado de la clase e irremediablemente me fijé en él. ¿Y cómo era el empollón que había sacado Matrícula de Honor en prácticamente todas las asignaturas del primer cuatrimestre? No, no era el típico estudiante aplicado con gafas de pasta que va siempre cargado de libros, sino que era un chico muy, pero que muy atractivo.
¡Como para no fijarse en él! Sus notas eran dignas de admiración, pero su físico lo era aún más. Vale, quizás nunca llegaría a ser muso de Giorgio Armani, pero era muy guapo. Y del mismo modo que yo no podía quitarle la vista de encima para estudiar cada uno de sus gestos y sus movimientos, decenas de chicas también se habían vuelto locas por él. En algún corrillo desenfadado, se había llegado a hablar entre risas de la creación de las cheerleaders de Marcos Paz. Dame una M, dame una A, dame una R…
¡Ayyy!
Marcos no se mostraba muy receptivo hacia todos los detalles y atenciones de las chicas de la facultad.
Las miradas seductoras, las caídas de pestañas, los escotes provocadores y los coqueteos camuflados bajo un interés repentino sobre alguna de las asignaturas preferidas de Marcos, no tuvieron ningún efecto sobre él. La facultad se había convertido en un campo de batalla y alguna llegó a transformarse en un implacable Rambo para pelear con todas sus adversarias. Y cuando él fue consciente del plan de acoso y derribo que habían establecido alguna de mis compañeras, comenzó a evitarlas. Sólo les había faltado perseguirle con unos pompones mientras coreaban su nombre y ponían con gran destreza y elasticidad, uno de sus pies por encima de la cabeza.
Yo me limitaba a observarlo en la distancia. Nunca había sido una chica tímida, pero Marcos me imponía demasiado y aunque siempre había tenido éxito entre los chicos, creí que el alumno perfecto estaba fuera de mi alcance. Era consciente de mis limitaciones y decidí aceptarlas. Bueno… eso y que no hay mejor estrategia para ganarse la atención de un chico que ignorándolo Menuda era yo en cuanto a artes amatorias y estrategias. Lao Tse, por mucho arte de la guerra que dominase, a mi lado era un principiante.
Mis notas del primer cuatrimestre habían estado muy por debajo de lo esperado, pero teniendo en cuenta que eran mis primeros meses viviendo sola en Madrid, podían haber sido mucho peores. Sólo había suspendido un par de examencillos de nada. Una nimiedad.
Había ido a clases, o por lo menos, había intentado hacerlo con frecuencia. Pero la ciudad me ofrecía demasiados planes, tenía demasiadas cosas que hacer y lo que me faltaba era tiempo y en algunas ocasiones, dinero, para comerme el mundo. Demasiados museos, demasiadas exposiciones, demasiado teatro, cine, conciertos, escapadas a pueblos cercanos llenos de encanto… Aquellos primeros meses en Madrid fueron los meses más felices de mi vida. Sin preocupaciones y con unas ganas enormes de devorar cada instante como si fuese el último. Creo, incluso, que me lo devoré, literalmente, porque en aquellos primeros meses había engordado. Pero he de decir que estaba súper sexi y femenina con mis recién estrenadas curvas made in Madrid.
Sin embargo, mis padres me dieron un toque de atención. Eran unos padres muy comprensivos y veían con naturalidad que su hija dejase un poco de lado sus estudios para vivir como desearía hacerlo cualquier chica de dieciocho años, pero no querían que aquella nueva vida convirtiese a su hija en una irresponsable sin futuro. Seguirían costeándome mi experiencia universitaria sin escatimar en gastos, pero debía responder con unos buenos resultados académicos. Mi padre era abogado y mi madre profesora de literatura y siempre hablaban, con gran cariño y nostalgia, de los maravillosos años que habían pasado juntos en Madrid y deseaban que su hija los disfrutase tanto como lo habían hecho ellos, al mismo tiempo que se convertía en una mujer de provecho.
Reaccioné de inmediato a la advertencia de mis padres y el segundo cuatrimestre me volví una asidua a la biblioteca. No descuidé mi vida social y cultural, pero comencé a priorizar mis estudios. Allí descubrí que Marcos también era un habitual de la biblioteca junto a su séquito de seguidoras, que en lugar de estudiar, se pasaban horas admirándole como quien contempla una obra de arte. Pero el mismísimo David de Miguel Ángel era indiferente a sus miradas.
Me gustaba su presencia. Consideraba mi tiempo demasiado valioso como para perderlo observando su precioso pelo rubio ceniza, peinado a lo James Dean, sus ojos claros de un azul indescriptible, casi gris y su piel clara; pero no podía evitar fijarme en él cada vez que levantaba su cuerpo de más de un metro noventa de altura, delgado y fibroso como el de un atleta. Parecía muy seguro de sí mismo, sin embargo, sus movimientos eran frágiles y sutiles. Observarlo era toda una contradicción, ¿cómo un chico con semejante cuerpo podía parecer tan delicado y ágil? En más de una ocasión, me quedé embobada observándolo mientras de forma instintiva rozaba mis labios con el lápiz. Y entre libros y apuntes, fantaseé con introducir mis manos en su cabello, tirar de él hacia atrás y dejar su cuello al descubierto, para besarlo y morderlo como una auténtica gata en celo. Y fantaseé con… Mejor que no lo cuente.
Marcos revolucionaba mis hormonas y cuando estaba cerca, me sentía en una primavera constante. Así no había manera de concentrarse.
Una tarde, fui una de las últimas en irme de la biblioteca. Al día siguiente tenía un parcial de Contabilidad Financiera y quería demostrarme a mí misma y a mis padres que podían confiar en su hija.
Ya era de noche y no quedaba mucha gente pululando por la facultad.
—Lara, espera —me susurró una voz en cuanto crucé la puerta de salida.
La voz provenía de un lugar al que no llegaba la luz de la farola y no fui capaz de reconocer a su propietario, sólo supe quién me hablaba, cuando el rostro de mi interlocutor se dejó acariciar por la luz artificial.
—Hola, Lara —saludó con timidez.
—Hola, Marcos —le correspondí intentando disimular mi sorpresa. El chico perfecto no sólo me estaba hablando sino que, además, sabía mi nombre.
—¿Me preguntaba si te gustaría tomarte algo conmigo? Como mañana tenemos examen, sólo será un café rápido, ¿te apetece?
—Por supuesto —le respondí encantada por la invitación. Iba a compartir mi tiempo con Marcos Paz y me parecía un plan insólito, pero muy atractivo.
Su café fue como asistir a una clase magistral de micro y macro economía, de marketing, de derecho empresarial y de estadística. Marcos era una gran fuente de conocimiento, y aunque había intentado evitarlo, le resultaba casi imposible no hablar de los temas que tanto le apasionaban. Y la verdad es que no me importaba demasiado su tema de conversación, con mirarlo totalmente atontada tenía más que suficiente, así que todas y cada de una de sus palabras pasaban de refilón por mi oído y no tenían ningún impacto dentro de mi cabeza. Sé que suena muy superficial pero sólo tenía dieciocho años y un millón de hormonas en pie de guerra. Me encantaban su mandíbula tan robusta y sus pómulos marcados. Y hasta las arrugas de su ropa me parecían adorables porque le daban un aire muy bohemio y descuidado. Todo en él me parecía maravilloso.
Yo no sentía tanta devoción por nuestra carrera porque la elección de Administración y Dirección de Empresas había sido prácticamente una cuestión de descarte y de puro azar; pero sentí que era un lujo poder escuchar a Marcos.
A veces parecía incómodo, incluso arrepentido y enfadado consigo mismo por no saber cómo encauzar aquella pseudo-cita. Me enternecieron sus esfuerzos por no parecer pedante ni arrogante con su monotemática conversación y sus silencios, llenos de nerviosismo, cuando fijaba su mirada en su taza vacía, me resultaron conmovedores.
Y después de ese café de poco más de una hora, Marcos propuso acompañarme a casa y yo acepté encantada. Esa noche tenía a Marcos “el deseado” para mí solita, ¿cómo podía negarme? Mi cuento de hadas había comenzado porque había aparecido en mi vida el príncipe protagonista.
En cuanto salimos de la cafetería, Marcos acercó con lentitud y pudor, su mano hacia la mía y yo le ofrecí mis dedos para que él pudiese entrelazarlos con los suyos. Estaba emocionada y si no fuese ridículo, me habría puesto a dar saltitos de alegría por su cercanía. Tenía las manos calientes y suaves, y sin querer, volví a fantasear, imaginándome las decenas de caricias que podían dar aquellas manos sobre mi cuerpo. ¡Ay!, aquel chico alteraba mis sentidos por completo. La princesita no era casta y pura, la princesita ardía en llamas y deseaba que su apuesto príncipe la apagase por dentro. Aunque tal vez, más que un príncipe necesitaba un bombero.
Caminamos en silencio, escuchando nuestros pasos y el latido de nuestros corazones. Estaba a punto de sufrir una taquicardia amorosa. Y cuando llegamos a mi portal, Marcos sin previo aviso, me besó. En un inicio, los cuatro primeros segundos, su beso fue tierno y pausado, pero no tardó en dejarse llevar por sus ganas, besándome con una pasión que no me esperaba. Su boca aún sabía a café. Sentí fuegos artificiales, o quizás sólo fuesen los chispazos que salían de mi fuego interior, pero su beso me había desarmado por completo. Y minutos después de haber saboreado cada rincón de nuestras bocas, Marcos se separó de mí y con voz entrecortada anunció que se iba. Me quedé desconcertada, no me esperaba esa reacción tan espontánea, ¿iba a dejarme así? Sentí que hasta me dolían las manos por haber contenido mis ganas de acariciarle.
—No te vayas. Me gustaría que pasases la noche conmigo. —Una de las muchas cosas que me habían enseñado mis padres era que nunca debía andarme con rodeos. “Si quieres algo, persíguelo”, me habían dicho infinidad de veces. Y yo había sido lo suficientemente inteligente como para extrapolar aquel sabio consejo al sexo.
—No, mañana tienes un examen importante y necesitas descansar. Mañana será otro día y otra noche. —
¿Pero qué significaba aquello?, ¿iba a dejarme a punto de entrar en combustión espontánea? Marcos rodeó mi cuerpo con sus brazos y yo intenté grabar en mi mente la agradable sensación que me producía estar cobijada bajo su cuerpo, aunque aquel abrazo me pareciese una simple limosna.
Pero tenía que ser realista y sensata. Aquella tarde había terminado de la mejor de la manera posible. Ni en el más optimista de mis sueños me habría imaginado algo así aunque hubiese preferido que acabase con Marcos en mi cama.
—Espera —pronunció separándose de mí—, voy a darte mi teléfono para que puedas llamarme siempre que quieras. —Sacó de su bandolera un cuaderno y un boli y comenzó a escribir.
Nueve simples números se escribían con relativa rapidez, pero Marcos se estaba tomando su tiempo.
—No es necesario que me des los teléfonos de todos los miembros de tu familia —le dije divertida.
—Shhh —me mandó callar.
Segundos después, Marcos arrancó la hoja de su cuaderno, la dobló y me la dio dibujando en su cara la más seductora de las sonrisas. A continuación y en el más absoluto silencio, llevó sus manos a mi cara, me dio un beso fraternal en la frente y se marchó. Siempre había odiado ese tipo de besos, pero como los labios que me lo habían dado eran los de Marcos, llegó a parecerme encantador.
De pronto, surgieron las dudas: ¿estaba preocupado por mi examen o estaba preocupado por el suyo? No podía creerme que existiese un hombre sobre la faz de la tierra que rechazase una noche de sexo para ir descansado a un examen. ¡Con lo relajado que habría ido después de un buen orgasmo!, me dije sin salir de mi asombro.
Cuando ya se había perdido su imagen en el final de la calle, abrí su hoja de papel con curiosidad. Me había quedado sin una noche de sexo salvaje con mi príncipe azul pero tenía un trozo de papel (véase la decepción en mi cara).
“Desde que decidiste aceptar mi café, me ha costado un esfuerzo sobrehumano ocultar mi nerviosismo. Perdóname, parecía que estaba recitando un monólogo y se me ha ido de las manos.
Estaba concentrado en observar esos ojos tan enigmáticos que incluso cuando sonríes parecen melancólicos; esa alocada melena rubia que te hace parecer tan salvaje y cómo se curvan tus labios hacia abajo cuando no sabes qué decir. Por favor, mañana vuelve a invitarme a compartir tu cama.”
¡Yuhú! Le gustaban mis labios, mi melena y mis ojos. ¿Mi cama? Yo lo invitaba a compartir una vida entera. Esa nota fue capaz de conquistar una décima parte de mi corazón e hizo que estuviese totalmente receptiva a sus encantos. Que me enamorara de él era sólo cuestión de tiempo.
Al día siguiente llegué a la facultad con la mente más centrada en Marcos que en Contabilidad. Vi a alguna de mis compañeras y mantuve con ellas una conversación bastante insustancial y repetitiva sobre cómo llevábamos de preparado el examen. Tuve un deja vú. Como siempre, la empollona pelirroja confesaba llevarlo fatal y acabaría sacando un sobresaliente o una matrícula de honor; la morena de melena salvaje y grandes pechos no paraba de moverse sin poder pronunciar palabra porque los nervios no le permitían comportarse con normalidad, y mi amiga Nuria se mostraba impasible y prefería hablar de cualquier cosa, como el gran misterio del sexo de los ángeles, antes que del examen.
Busqué con la mirada a Marcos y tardé unos minutos en verlo aparecer acompañado de dos amigos, también compañeros de clase. Intenté disimular para que él no se diese cuenta de que lo estaba observando y me puse a hablar con Nuria. A pesar de todo, le había invitado a pasar la noche conmigo y él me rechazó, así que no sabía cómo reaccionar. Marcos vino directo hacia mí, que conscientemente me había dado la vuelta dándole la espalda, él rodeó mi cintura con uno de sus brazos y me dio un tierno beso en la mejilla dejándome estupefacta. Casi me derrito.
—Buenos días, ¿preparada para el examen? —me preguntó en voz baja, mientras el pequeño corrillo que había a mi alrededor no era capaz de salir de su asombro por el acto espontáneo de Marcos.
—Sí —le respondí intentado inútilmente esconder mi rubor. Con él, estaba preparada para lo que fuese.
Quien dice un examen o una noche de pasión bajo la luz de la velas.
—Ven, entremos juntos. Quiero tenerte cerca, seguro que me traes suerte —dijo ofreciéndome su mano para entrar en el aula. Yo también quería tenerle cerca pero de otra manera.
—Creo que no necesitas tener suerte.
—No, quizás no; pero seguro que estaré más a gusto estando a tu lado —pronunció con una gran sonrisa y yo necesité que Mitch Buchannon, con su flotador rojo en forma de torpedo, viniese a reanimarme.
No podía creerme todo lo que estaba ocurriendo. Desde la noche anterior, Marcos no dejaba de sorprenderme y si algo tenía claro era que aquel chico era diferente. Y ¡bingo!, contra todo pronóstico, estaba realmente interesado en mí.
Nos sentamos uno al lado del otro, aunque yo hubiese preferido estar lejos de él porque tenerlo tan cerca me alteraba; sin embargo, mi nuevo ligue se había empeñado en que estuviésemos juntos.
Marcos se sentó como el alumno aplicado que era, esperando su examen. De vez en cuando me miraba y me dedicaba una preciosa sonrisa.
Yo no conseguí centrarme y me costaba horrores no mirarlo. Habría sacado una matrícula de honor en un examen sobre las curvas de su cara. Él parecía estar disfrutando mientras contestaba las preguntas y nada, ni nadie, era capaz de borrar la sonrisa permanente de su rostro. Afortunadamente, Marcos sólo necesitó dos de las tres horas destinadas para el examen para darlo por terminado, y una vez que salió del aula, ya pude relajarme y concentrar todo mi esfuerzo y mi atención en rellenar los folios en blanco que tenía bajo mis manos. Me quedaba una hora para dar lo mejor de mí misma en aquel examen.
Cuando finalizó el tiempo, me quedé bastante satisfecha con el resultado. Quizá no consiguiese sacar una gran nota pero, por lo menos, estaba casi segura de no suspender. Guardé los bolígrafos en mi bolso, cogí mi cazadora y salí del aula sin ni siquiera haber pensado en la probabilidad de que Marcos me estuviese esperando. Pero allí estaba, con esa luminosa sonrisa a la que comenzaba a acostumbrarme demasiado.
—¿Qué tal te ha ido? —me preguntó con entusiasmo.
—Desde que te fuiste, bien. —Mi voz sonó agotada. Había estado una hora exprimiendo mis sesos y escribiendo a la velocidad del rayo, y me había quedado sin fuerzas.
—¿No te sentías a gusto a mi lado? —preguntó con picardía. Claro que quería tenerlo a mi lado, pero en un sofá, en una cama…
—No, contigo cerca no puedo concentrarme —respondí con sinceridad, dejándome llevar por mi incapacidad de pensar después de aquel examen.
—Pues tú a mí me resultas inspiradora —dijo con timidez acercando su cara a la mía, como un pequeño acto de acercamiento. Sentí su aliento cálido y dulce chocando contra mi rostro, y tuve que inspirar en profundidad para intentar relajarme, porque mis piernas comenzaban a tener la misma solidez que la mantequilla caliente. ¿A qué sabría su boca?, ¿a café?
—En cambio tú mermas mis facultades. —Seguí con aquel descarado tonteo aunque me estaba derritiendo por dentro. Si fuese un dibujo animado, ya habría empezado a dejar un charco en el suelo.
—¿Por qué? —Marcos estaba peligrosamente cerca y no podía dejar de fijarme en sus labios. Me hubiese abalanzado sobre ellos sin dudarlo, pero reprimí mis ganas. Con él tenía que estar conteniéndome en todo momento y era muy doloroso.
—Porque tu sonrisa consigue despistarme. —¡Dios mío!, quería besarlo e introducir sus manos entre su cabello, para tener el control de su rostro e impedirle que alejara sus labios de los míos.
—Tendré que dejar de sonreír. —Era tan sexi su forma de pronunciar cada una de las frases que salían de su boca, que deseé poder acariciar con mi lengua todas sus palabras.
—No, prefiero suspender un examen antes que dejar de disfrutar de tu sonrisa. —Estaba tan nerviosa que no tenía ni idea de lo que decía. Podría haber recitado El Quijote si hubiese sabido algo más que sus doce palabras iniciales. Estaba fuera de mí y mi mirada estaba clavada en la seductora y juguetona curva de sus labios.
—Si quieres, mi sonrisa puede ser tuya para siempre. —¿Para siempre? No había duda, aquello era un cuento de hadas y aquellas dos palabras sonaron felices y esperanzadoras. ¡Marcos era mi príncipe azul!, ¡sí!, ¡oh, yeah! Me reía yo de la Cenicienta. Ella sólo había conseguido un vals antes de la medianoche y un beso puro y casto, y si todo iba bien, yo acabaría teniendo a Marcos entre mis sábanas.
—Para siempre igual es demasiado. —Me hice la dura. No era la primera vez que escuchaba promesas de amor vacías y aunque eran música celestial para mis oídos, prefería no creérmelas. Ya se sabe que las promesas de los hombres guapos no son dignas de confianza.
—Cuando algo te gusta mucho, ni siquiera “siempre” es suficiente —dijo con convencimiento. Aquel chico, además de ser físicamente perfecto, era un poeta. Un filósofo del tiempo. “Siempre”, ¡qué adverbio más hermoso envuelto en sus labios! Hasta podía ver ángeles mofletudos y con alas de oro tocando las cornetas.
—No puedo comprometerme a ciegas. Necesito probar antes de dar un sí definitivo —repliqué con picardía y después me mordí el labio inferior, mientras escondía uno de mis mechones dorados y rebeldes detrás de la oreja. Mi única intención había sido provocarlo
—¿Aún quieres compartir tu cama conmigo? —preguntó con su deliciosa sonrisa y a punto estuve de abalanzarme sobre la provocadora línea que dibujaban sus labios.
—Sí, por lo menos, esta noche. Ya sabes, necesito probar, para saber si mi interesa ese “para siempre”
—respondí coqueta.
—Pues vete avisándole a tu lado olvidado de la cama de que ya tiene dueño —pronunció con una seguridad que hizo tambalear mi corazón.
Marcos me dio un beso en la mejilla justo después de decirme que me vería por la noche en mi casa y se fue con sus amigos.
Yo me sentía como en una nube de felicidad. Si fuese Son Goku, tendría mi propia Nube Kinto. El chico con el que había soñado durante varios meses, no sólo estaba interesado en mí sino que además era aún más encantador de lo que me había imaginado. Y flotando en un esponjoso algodón de azúcar, pasaron las horas de ese gran día.
Marcos llegó a mi casa alrededor de las once, unos minutos después de que hubiese empezado a desesperarme pensando que igual no se presentaba. ¿Y si había sido víctima de una alucinación producto del estrés post-examen? No soportaba que me dieran plantón y estuve a punto de invocar a todos los espíritus del inframundo para que cayese sobre él una terrible maldición.
En cuanto abrí la puerta, me quedé embobada con su imagen. Era el mismo chico de siempre, con sus habituales pantalones vaqueros y su chaquetón azul marino de corte marinero, pero había algo distinto en él: la intensidad de su mirada. Estaba en llamas y yo quería arder con él.
Ni siquiera pude invitarle a pasar porque él tardó sólo unas décimas de segundos en lanzarse sobre mis labios. Me besó con voracidad como si llevase siglos deseando probar mis labios y poco a poco, sin dejar de besarme, me fue desvistiendo, y se fue desnudando, dejando nuestros cuerpos totalmente expuestos. La pasión de Marcos era tan excitante y contagiosa que no pude dejar de besarlo ni de acariciarlo. No tenía demasiada experiencia en terreno sexual, pero me encantaban los chicos pasionales, de esos que levantan tus caderas en el aire y se valen de cualquier pared para llevarte al mismísimo cielo.
—Déjame verte —me pidió Marcos en el centro del salón de mi pequeño estudio mientras se separaba unos centímetros de mí, para poder observarme con detenimiento.
Dio una vuelta a mi alrededor, deleitándose con las zonas más eróticas de mi anatomía. Despacio, en silencio, rozando mi piel con la yema de sus dedos. Y después de haber rodeado mi cuerpo, colocó su mano derecha sobre uno de mis pechos y comenzó a acariciarlo. Sentí un escalofrío que recorrió mi columna a la velocidad del rayo. Casi como un latigazo de placer.
—Me vuelves loco, podría pasarme años observando tu cuerpo desnudo —dijo con lascivia.
Me parecía muy excitante que un chico como Marcos, totalmente desnudo, me mirase de aquel modo, con sus ojos desbordantes de deseo y con un sexo incapaz de ocultar su erección.
Marcos bajó su mano lentamente y la llevó hacia el interior de mis piernas, no sin antes haberse recreado alrededor de mi ombligo.
—Me muero por hacerte el amor y estar dentro de ti —me susurró al oído a medida que, lentamente, iba acercando su cuerpo al mío, para terminar introduciendo su dedo corazón en la humedad más profunda de mi interior.
Aquella noche no había sido la primera para ninguno de los dos, pero sí fue la primera vez en la que ambos habíamos hecho el amor con una persona que nos volvía totalmente locos, desinhibidos y salvajes.
Queríamos descubrir el placer extremo y queríamos hacerlo juntos. No había besos prohibidos, ni caricias, ni posturas. Sólo importábamos él y yo, y un nosotros desenfrenado, vicioso y ardiente.
Y de aquel modo tan especial, comenzó nuestra relación. Marcos era el novio perfecto. No sólo era el hombre más inteligente y talentoso que había conocido jamás, sino que también era el amante que toda mujer deseaba, o por lo menos, una mujer como yo, que quería compartir su cama y su vida con un hombre cariñoso, detallista, generoso, innovador y que disfrutase del sexo con pasión. Nunca he sido una mujer liberal, pero siempre me ha gustado vivir el sexo con libertad, sin barreras, sin límites ni tabúes.
Y después de la atracción, llegó el amor, y después del amor… llegó la desilusión.