13. El secreto de Andrés.
Andrés fue puntual y aparcó delante de mi portal en el mismo momento en el que yo salía por la puerta.
Su coche iba totalmente acorde con su personalidad sofisticada y salvaje. Era un deportivo negro reluciente. Puro lujo.
—Good morning, darling. Are you ready? —preguntó animoso aunque parecía aún medio dormido.
—Por supuesto que estoy preparada. ¿Y tú? Tienes cara de sueño. Pensé que los vampiros no dormían.
—Sí, pero es que anoche no tuve mi ración diaria de sangre fresca y femenina. —Cada día tenía más claro que mantener una conversación seria con Andrés o Nuria era misión imposible, pero me encantaban.
—Ahhh, mejor no me cuentes más. —No quería detalles sobre cómo pasaba sus noches.
—¿Cómo estás?, ¿con ganas de aventura?
—Sí, eso siempre.
—Ayer llamé a Nuria —confesó sin que me lo esperase. Esta vez sí iba a ser él el que hablase de ella por voluntad propia.
—¿Y?
—La llamé para invitarla a la fiesta de los Premios de la Confederación Nacional de Empresarios.
—Sí, algo me comentó Marcos sobre esa fiesta. —Anualmente, se convocaban unos premios para subirle el ego a los mejores empresarios y ejecutivos del año y en aquella ocasión, Marcos estaba nominado en alguna categoría con nombre en inglés imposible de recordar.
—Ha aceptado la invitación —dijo sin mostrar ningún tipo de emoción.
—Pues no pareces muy contento. —¿Si había aceptado por qué no mostraba más entusiasmo?
—¿Sabes si está con alguien? —preguntó dejándome en estado de shock. ¿Y ese interés repentino?
—No, ¿por qué?
—Porque la invité a tomarse una copa conmigo y no quiso. —Nuria lo había rechazado y su orgullo estaba profundamente dañado.
—Andrés, el que no se tire a tus brazos cada vez que la llames, no significa que esté con alguien.
—Sí, puede ser. —Mis palabras no consiguieron calmar sus sospechas.
—¿Hay novedades en tu universo sentimental? —cambió de tema sin darme opción a seguir hablando de mi amiga.
—No.
—Sabes que no puedes seguir así, ¿verdad? Ni Marcos ni Samuel se merecen eso.
—Sí, lo sé, pero en el fondo soy una cobarde, tengo miedo de la reacción de Marcos y de la de Cloe, y me causa auténtico pánico que al final Samuel decida seguir con ella.
—No lo hará, hazme caso.
—¿Y tú cómo estás tan seguro? —Mi amiga podía ser muy persuasiva y si Samuel se había enamorado de ella habría sido por algo.
—Porque aunque Cloe es muy guapa es insufrible —su argumento no me convenció. Tenía que verlo para creerlo. Confiaba en Samuel, pero un cinco por ciento de mi corazón y de mi cabeza necesitaban hechos para poder creer en sus palabras.
Andrés me llevó a hacer rafting a un pueblo que se encontraba a poco más de una hora de Madrid.
Quería ofrecerme una experiencia extrema al mismo tiempo que disfrutábamos de estar en íntimo contacto con la naturaleza.
Había contratado a un monitor para nosotros solos y éste le había puesto la condición de que teníamos que llegar pronto para ser los primeros y no tener que compartir balsa con un grupo de ocho. Así que a las diez en punto de la mañana ya estábamos poniéndonos un neopreno, nuestros chalecos salvavidas y el casco.
—Creo que hacer rafting con este frío es un riesgo añadido —le dije temblando sólo de pensar que me iba a empapar a pocos grados sobre cero.
—Es una locura, pero eso le da más emoción. Luego nos daremos una ducha caliente y nos tomaremos un chocolate frente a la chimenea. Te encantará.
—¿Te gusta el chocolate a la taza? —No era algo demasiado masculino para él. Andrés era más de whisky sin hielo.
—Hombre, quien dice un chocolate, dice un café doble bien cargado.
—Por cierto, ¿has visto cómo te mira el monitor? Creo que le gustas.
—Pues espero que le guste el río más que yo, por su seguridad y por la nuestra.
No tardamos en comenzar. Y aunque al principio estaba un poco asustada, fue una experiencia inolvidable. Nuestros gritos emocionados, nuestras risas nerviosas y nuestro esfuerzo con los remos, fueron la expresión máxima de nuestra explosión de adrenalina. Y cuando acabamos, estábamos felices, exhausto y relajados.
La empresa que organizaba este tipo de aventuras, tenía una pintoresca cabaña al final del trayecto con vestuarios, baños, una cafetería y un salón con una enorme chimenea en el que poder descansar.
Andrés y yo fuimos rápidamente a darnos una ducha y a cambiarnos para no coger una pulmonía. Y de vuelta al salón, me estaba esperando sentado sobre el sofá con dos tazas humeantes.
—¿Cómo te sientes? —Su rostro ya no parecía ni dormido, ni cansado.
—Nunca me había sentido tan bien. Me siento muy fuerte, capaz de conquistar el mundo. Gracias por este gran momento. —El subidón de adrenalina me había convertido en una mujer nueva.
—Sabía que te iba a llenar de energía.
—Andrés, quiero que seas sincero conmigo. —Estaba cansada de que en nuestra amistad siempre fuese yo el centro de atención y necesitaba saber más de él y de su vida. Aquella no era una relación recíproca y me sentía un poco egoísta. Yo también quería ayudarle y estar a su lado siempre que me necesitase.
—Por supuesto, somos amigos —dijo sin saber lo que le esperaba.
—¿Quién eres realmente? Tengo la sensación de que no eres la persona que muestras ser y no es que no me guste lo que veo porque eres fantástico, pero no te creo. —Andrés me miraba con atención y asombro como si la persona que tenía en frente hubiese perdido en norte. —Pienso que toda esa teatralidad y esa chulería no son más que una fachada. Tengo la impresión de que el Andrés extremadamente divertido y despreocupado no existe. Sé que hay una parte real, porque no se puede fingir tan bien todo el tiempo, pero me gustaría saber qué parte de ti es la que se basa en la mentira.
—No hay nada falso en mí, soy lo que ves.
—No hay nadie que sea permanentemente feliz, Andrés. ¿No hay nada que te moleste?, ¿no hay nada que te enfade?
—Me enfado muy a menudo, sólo que aún no me has visto cabreado. Afortunada tú.
—Ponme un ejemplo.
—El invierno pasado se me estropeó la caldera y joder, —frunció el ceño y fingió estar muy enfadado de un modo muy cómico —tuve que ducharme en agua fría.
—No me lo creo. Te imagino cantando bajo la ducha.
—Bueno, tú verás —dijo resignado por mi incredulidad.
—Venga, vamos a hablar en serio, ¿nunca te han roto el corazón?, ¿te has enamorado alguna vez?
—¿Por qué todo se reduce al amor?, ¿crees que soy como soy por culpa de un desengaño amoroso?
—Sí. —El presente de mucha gente viene marcado por sus relaciones del pasado.
—No todos los que huimos del compromiso somos unos fracasados sentimentales. Eso sería demasiado sencillo y previsible para mí.
—Pues tú eres la única excepción.
—¿Nuria no forma parte de la excepción? —Volvía al tema Nuria y ahora quería indagar sobre su pasado. Andrés era muy hábil.
—No, ella forma parte de la regla. Con catorce años empezó a salir con su primer novio, al acabar el instituto le dio la patada y ella se pasó todo un verano llorando. Simple y previsible, pero así es el amor.
—Bueno, pues ese no es mi caso —aclaró.
—¿Y cuál es la patología de la que adoleces? —Quería una explicación y no podía regresar a Madrid sin ella.
—Digamos que he tenido una infancia complicada. —Podía empezar a ver cómo el corazón de Andrés se abría un poco y me dejaba mirar en su interior.
—¿Qué ocurre?, ¿tienes un pasado oscuro a lo Christian Grey?
—¿Y quién es ese? —preguntó divertido sabiendo perfectamente quién era el personaje de ficción que tenía locas a todas las chicas.
—Venga, anda, cuéntamelo ya. Yo no soy ninguna ONG y no pienso hacer los posible por solucionar tus traumas del pasado, pero me muero de curiosidad —dije socarrona para no convertir su confesión en una aburrida tortura.
—La verdad es que es muy sencillo. Mis padres se enamoraron muy jóvenes. Ella estaba en el instituto y él era músico. Yo llegué sin planearlo y mi madre se dio cuenta de que un hijo y un novio con un futuro incierto no eran lo que esperaba de la vida, así que nos abandonó —confesaba mientras le daba pequeños tragos a su café largo e intentaba restarle importancia a sus palabras. —Cuando era pequeño me esforcé porque mi madre y su familia me quisiesen pero ese amor nunca llegó y dejé de esforzarme.
—Vaya, lo siento, es una historia muy triste. —Pensar que tu madre no te quiere tiene que ser devastador para un niño.
—Bueno, es mi historia. Lo cierto es que mi padre es un padre diez y me ha criado mejor que muchas parejas felices y unidas. Fíjate en el resultado —retomó su chulería habitual. —No se puede pedir más.
—Tienes razón, pero me siento tremendamente decepcionada. Me había imaginado algo mucho más sórdido —seguí con mi tono de broma para restarle un poco de seriedad a aquella conversación.
—Sorpréndeme, ¿en qué me habías pensado?
—Una mezcla entre 50 sombras de Grey y El graduado. Había imaginado que tu único gran amor había sido una madurita buenorra, Marisa Herrera para ser exactos, pero que ella, para no renunciar al estatus que le proporcionaba su marido, te dejó, te rompió el corazón y te convirtió en el mujeriego que eres ahora.
—Lara, Marisa Herrera es mi madre —confesó dejándome de piedra. Nunca me habría imaginado algo así.
—¿Cómo? No me lo puedo creer.
—Ya ves —dijo con resignación.
—¿Y qué hacéis trabajando en la misma empresa?
—Casualidades del destino —se encogió de hombros.
—¿Y qué tipo de relación tenéis ahora?
—Pues ella quiere recuperar el tiempo perdido y yo ya soy un poco mayorcito para que me cambien los pañales.
—Y yo pensando que mi vida era un caos. —Él preocupándose por mi vida mientras él lidiaba con una madre que lo había abandonado.
—La verdad es que la mía es bastante ordenada en su desorden natural, pero también me estoy planteando irme de la empresa porque me agobia tenerla todo el día rondándome.
—¿Irte tú? No puede ser. —AZ Consulting sin él se iría a pique. Tenerle a él en su plantilla era un valor seguro.
—Tengo varias ofertas, así que no me quedaría sin trabajo.
—Bueno, pero esa no es la solución. —No debía cambiar su vida sólo por una persona que no significaba nada para él.
—Lo cierto es que yo también necesito un cambio de aires. Además, si te vas tú, ya no hay nada en esa empresa que me anime a ir a trabajar.
—A mí me ocurre lo mismo.
—¿Y ese amante tuyo no tendrá un puesto de trabajo para mí? —preguntó gracioso.
—Va a ser que no, además te considera una amenaza. Se ha puesto un poco celoso cuando le conté que iba a pasar el día contigo. —No debía andar aireando por ahí nuestras intimidades, pero Andrés era mi amigo.
—Pues dile que puede estar tranquilo. Últimamente no soy una amenaza para nadie. Estoy perdiendo mis facultades de depredador —dijo cabizbajo y confundido.
—No será que te estás enamorando. —No podía decir qué era con exactitud, pero a Andrés le pasaba algo con respecto a las mujeres. Igual me estaba equivocando, pero por su forma de actuar cada vez que hablábamos de Nuria, estaba casi segura de que ella le gustaba de verdad.
—No, hay enfermedades para las que estoy vacunado —dijo sin creerse demasiado sus propias palabras.
—Pues ten cuidado, no vaya a ser que se hayan confundido en la dosis —pronuncié entre risas. El día en el que Andrés se enamorase sí que iba a llegar el caos a su vida. Iba a ser un auténtico cataclismo.
Cuando montamos en el coche de vuelta a casa, apenas hablamos, como si tuviésemos demasiadas cosas en las que pensar. Yo me sentía feliz y relajada porque tenía la certeza de que Andrés no sólo era un gran hombre, sino que también, era un gran amigo. El mejor.