Capítulo 16

 

Persecución

 

 

              Desgraciadamente para todos, especialmente para Fran, volaban tan rápido como ellos. Durante varias horas no llegaron a recortarles más de doscientos metros y, lo poco que se acercaron, fueron perdiéndolo luego paulatinamente. Los grifos tenían una alta resistencia, pero aquel caballo sin vida no tenía límite. No le movía un corazón que pudiera colapsarse ni músculos que se agarrotaran. Confiaban únicamente en que la propia sombra, hasta cierto punto, tuviera que parar para descansar ella misma, exhausta de volar en la misma postura horas y horas. Desde luego por deferencia a la gárgola no sería, pues ya había demostrado lo poco que le importaban, al dejar a una atrapada con ellos en el templo dedicado al arcángel.

              Así, desandando el camino hecho en los días previos, volaron hasta el anochecer sin parar. Dejaron atrás el asentamiento con su fábrica de nubes y el cadáver de la madre del lupus. Pasaron también sobre el Árbol de la Vida que llevaba décadas seco y muerto. En un punto del camino hicieron un alto para que Ana montara con Ygrael, pues su grifo era adulto y tenía más aguante que Eco del Viento, que empezaba a desfallecer. Poco a poco, a medida que los grifos se cansaban más y más, y ante las miradas de impotencia de todos, comprobaron que iban perdiendo terreno frente a la sombra. Afortunadamente, cuando parecía que se iban a escapar, vieron que descendían a tierra. Sin esperar siquiera la orden, Eco del Viento, Estrella Fugaz y Sagaz, el grifo de Ygrael, bajaron también a tierra.

              -No podemos exigirles más –aseguró Ygrael a Luna y los dos chicos humanos-. Si les forzamos morirán. Los malditos yakush son incansables. –Fran y Ana supusieron que se refería al caballo de huesos de la sombra-. Haremos noche aquí para que se recuperen. De todos modos esa maldita sombra también tiene que desacansar.

              -Podríamos acercarnos hasta ellos en la oscuridad –dijo Fran, que estaba estirando los músculos entumecidos.

              -Haríais demasiado ruido al caminar. Os descubrirían muchísimo antes de que pudierais hacer nada. –Entonces, como un músculo más de su cuerpo, Ygrael extendió sus hermosas alas, de gran envergadura, ante la asombrada mirada de Fran y Ana-. Yo lo haré.

              Fran arrugó el ceño, nada seducido por la idea. Aquel ángel había dejado claro que le importaba más recuperar el vial que salvar la vida de Gus. No dudaría en anteponer su objetivo a todo lo demás. Si llegara el caso, tal vez incluso sacrificaría a su hermano con tal de conseguir el dichoso frasco.

              -No me fío de ti –le dijo Fran abiertamente, ante la escandalizada mirada de Luna-. No te importa un bledo lo que pueda pasarle a Gus.

              Ygrael permaneció serio, sin abrir la boca. Desde luego aquel chaval demostraba coraje. Y si bien estaba en lo cierto, definitivamente el vial encerraba demasiado misterio y peligro potencial como para dejarlo escapar.

              -Fran –comenzó Luna-, Ygrael es como mi segundo padre…

              -Tú dijiste que los ángeles oscuros nos odian –le recriminó Fran, sin dejarla terminar-. Y que del resto de ángeles, muchos nos protegen sólo por obligación. Un ángel oscuro seguro que es peligroso para mí, para Ana o para mi hermano, pero también puede serlo un ángel indiferente a nosotros. Un ángel al que no le importemos nada.

              Las palabras tan acertadas, afiladas como dagas, hicieron mella en todos y les dieron qué pensar. Por fin, Ygrael tomó la palabra:

              -Tu mejor oportunidad de recuperar a Gus es que cuando caiga la noche, me acerque allí volando, sin ser detectado. –Y señaló el pequeño fuego que se había formado en el campamento de la sombra, en la lejanía. Después, mirando a Luna, añadió-: Prometo poner primero a salvo al pequeño humano. Después me haré con el vial.

              Luna miró a Fran, y su cara lo decía todo. Puedes fiarte de su palabra. Fran aceptó a regañadientes, mirando al suelo y dando una patada a una piedra solitaria que había cerca de él. En ese momento, llegaron a oídos de todos los jadeos del lupus, que llegaba al campamento. Ana corrió hacia él con una botella de agua y empezó a darle de beber. Las dos cabezas le miraban agradecidas.

              -Ahora organicemos las cosas y después me contaréis desde el principio –exigió Ygrael-. Necesito tener el cuadro completo.

              Primero se deshicieron de todo el equipaje inservible. Debían aligerar la carga para que los grifos fueran más rápido y no sufrieran más de la cuenta. Sacaron la tienda y los sacos para usarlos por última vez. Se quedarían allí en las Tierras Baldías para siempre después de esa noche. De todos modos, a ese ritmo, al día siguiente, antes de que llegar la noche, habrían llegado seguro a la puerta. Tiraron además las espadas de madera, toda la ropa de abrigo y hasta las gorras. Incluso calcularon la comida que necesitarían para el día siguiente. Al terminar, dieron de comer y de beber a los grifos, que engulleron todo. El lupus, igualmente, recibió una buena ración, gracias sobre todo a que Ana le dio parte de su comida. Como habían también calculado la comida que necesitarían para el día siguiente, dejaron apartado lo poco que les sobraba para que los grifos y el lupus se dieran un festín a la mañana siguiente, antes de partir. Poco después de la ingesta, las cuatro criaturas cayeron rápidamente dormidas. Finalmente, Fran, Luna, Ana e Ygrael se reunieron en torno a un escaso fuego que habían conseguido hacer.

              Contaron todo al ángel, desde cómo habían empezado los contactos entre Luna y Fran hasta cómo habían terminado en aquel campamento en las Tierras Baldías. Le hablaron de la sesión de ouija y la extraña voz que salió del tablero; de la aparición de la sombra en el campamento; de la posesión de Gus; de la huída con las gárgolas; y del viaje a ese mundo y lo que habían vivido en él: los banshells, el Árbol, el lupus y las tres pruebas realizadas en el templo. Durante todo el relato, Ygrael no habló en ningún momento. Se limitó a interrogar con la mirada cuando quería más detalles y a asentir con la cabeza cuando quedaba satisfecho y quería pasar a lo siguiente.

              -No sé qué será lo que hay en el interior del frasco, pero sin duda es algo importante. Debemos recuperarlo. –Después miró a Fran fijamente a los ojos-: Y a tu hermano.

              -Ygrael, ¿qué hay de cierto en lo que dicen las antiguas leyendas? Nuestra mitología no son sólo historias fantásticas, ¿verdad? –preguntó Luna, con la mirada perdida en el chisporroteo de las llamas-. ¿Existen los demonios? –Después levantó la vista hacia su guardaespaldas, su segundo padre tal y como ella había dicho.

              Ygrael le sostuvo la mirada durante unos segundos en que el silencio fue tan denso que a todos les pareció tener los oídos embotados. Luego, el ángel miró hacia el infinito, por encima de Luna, y respondió con una sola palabra.

              -No.

              -Entonces, ¿qué fue lo que poseyó a Gus? Porque esa noche en el pueblo abandonado, la sombra estaba frente a nosotros. Había otra cosa dentro de Gus que no era la sombra y que le hacía hablar con una voz que no era la suya.

              -Tal vez fuera un ángel oscuro usando algún tipo de magia arcana. –Luna le miró, nada convencida, pensando en las cosas que le había contado su abuelo y en las muchas que seguro no le había mencionado-. De todos modos, ya no quedan grupos organizados ni ejércitos de ángeles oscuros. Yo estuve junto a tu padre en la última gran guerra y les derrotamos. Lo habrás estudiado en tus libros, ¿no? Y los demonios, como ya te he dicho, son solo invenciones para asustar a los niños que se portan mal. Sólo es mitología angélica.

              -Y humana –intervino Ana-, porque en nuestras religiones también se habla de ellos.

              -Eso es porque una vez ángeles y humanos convivieron –repuso Luna.

              Ygrael le miró con cierta reprobación.

              -Esto tampoco está demostrado. Es sólo mitología, cuentos para irse a dormir. –Se giró sobre sí mismo y miró el fuego distante. Habían pasado tres horas desde que pararan. La noche había caído ya y la luna en cuarto menguante brillaba pálida en el cielo-. Ha llegado el momento. Si todo va bien, en un rato volveré con Gus y el vial –dijo, mirando a todos-.

              -¿Podemos ayudarte?

              -Son solo una sombra y una gárgola. No habrá problema.

              Ygrael se agachó para coger impulso y dio un gran salto. Aleteó un par de veces y se elevó varios metros en el aire. Después, sus dos alas blancas fueron envueltas por el manto oscuro de la noche.

 

 

              Ascendió muchísimo para poder acercarse planeando sin batir las alas, y que así no pudieran detectar siquiera su aleteo. A los diez minutos estaba sobrevolando la hoguera de la sombra y la gárgola. Fijó su poderosa vista en el fuego, pero no pudo ver mucho más allá de un metro en derredor. Había pocas estrellas y la luna no iluminaba demasiado.

              Planeando en círculos, bajó más aún, pero el panorama no cambió. No veía gran cosa fuera del círculo de luz de la hoguera, que tampoco era muy amplio. Aguzó el oído pero no escuchó más sonido que el que hacía él mismo al cortar el escaso aire. Descendió entonces hasta lo que consideró el umbral del límite antes de que pudieran darse cuenta de su presencia, pero todo continuó igual: no percibía sonido ni movimiento. No divisaba figuras ni sombras ni oía voces u otro tipo de ruidos.

              Entonces una aterradora idea se le pasó por la cabeza. Trató de desecharla por el oscuro vaticinio que implicaba, pero tuvo que admitir, derrotado, que era de esperar. ¿Cómo no lo había intuido? Una sombra, un ser tan ruin y tan mezquino como para granjearse un castigo divino de eternas torturas; una mente perversa y afilada como un cuchillo. Había estado tan pendiente de su propio razonamiento que no había valorado la calidad de pensamiento de la sombra, sus trucos y sus tretas. Hacía mucho que no se enfrentaban a ningún ángel oscuro ni ninguna otra criatura peligrosa y él no estaba en las patrullas que capturaban sombras esquivas en el mundo de los humanos, pero eso tampoco era una excusa. Era el lugarteniente de Icariel y no había sabido estar a la altura de las circunstancias.

              Tomó tierra junto al fuego y una rápida inspección del lugar le permitió confirmar sus terribles sospechas. Allí no había nadie.

 

 

***

             

              Aunque era casi seguro que no caerían en la trampa, lo intentaría igualmente. Por si fuera poco, tenía otro as en la manga preparado, pero con suerte no tendría ni que utilizarlo. Y al pensar eso, miró con desdén a la gárgola que volaba a su lado.

              Confiando en el cansancio de los grifos, la sombra voló sobre su fiel yakush hasta lo que consideró el límite de la resistencia física de un grifo adulto. Después tomó tierra y, mientras la gárgola vigilaba al niño, empezó a preparar un fuego, siempre atenta de que sus perseguidores no siguieran acercándose. Pero, tal y como había esperado, ellos también tomaron tierra rápidamente para reponer fuerzas. Incluso ella misma necesitaba descansar, por mucho que le doliera admitirlo.

              En cuanto cayó la noche, en el mismo instante en que consideró que cualquier movimiento quedaría oculto por el manto de oscuridad, volvió a montar sobre el yakush con el niño humano a sus espaldas y partió, dejando la fogata de señuelo. Probablemente sus perseguidores también intentaran acercarse a ella con la noche como aliada, pero tenía que intentarlo igualmente. En todo caso, mantendría como mínimo la misma distancia que antes de la parada, si bien esperaba ganar cierta ventaja adicional.

La gárgola parecía exhausta, pero daba igual. Al fin y al cabo no la necesitaría mucho más.

 

 

***

 

              -¡Vamos! ¡Preparaos, rápido! –rugió Ygrael sobre su cabezas. Había vuelto tan solo quince minutos después de partir y ninguno de ellos, ni siquiera Luna, habían notado su regreso hasta que estuvo sobre ellos.

              -¿Qué pasa? –preguntó Fran, angustiado.

              -¡Nos han engañado! No había nadie en el campamento. Nos han sacado más ventaja. –Fran, Ana y Luna se miraron boquiabiertos, con el miedo reflejado en los ojos-. Deben de llevar una hora o más volando, desde que se hizo de noche.

              Rápidamente despertaron a los grifos y al lupus, del cual se ocupó Ana personalmente. Todos los animales gruñeron, pero al poco estaban preparados, con las fuerzas recuperadas en parte tras el descanso de tres horas.

              Así, en plena noche, reanudaron la persecución. Ahora la sombra les sacaba una ventaja aún mayor, sin contar con que los grifos no estaban, ni de lejos, al cien por cien de sus fuerzas.

 

***

 

              Al despuntar las primeras luces del alba, la sombra se giró y miró sobre su hombro, cosa que no había hecho hasta el momento. Primero, porque la noche no le hubiera dejado ver nada, y segundo, porque confiaba en que sacaba gran ventaja a sus perseguidores. Estuvo oteando un rato el horizonte y, efectivamente, no vio nada. A su espalda, el niño humano empezaba a despertarse. Los cuidados de la pequeña ángel en el templo parecían haber surtido efecto y la fiebre remitía de nuevo.

              Aunque no había visto ninguna señal o hito reconocible en el camino que le permitiera calcular cuánto faltaba para llegar a la puerta, intuía que les quedaba poco. Saboreaba ya el momento en que llegara a la catedral bajo tierra y entregara el vial con la sangre a su maestro. Por fin alcanzaría su destino. Sería la sombra más poderosa, y reinaría tanto sobre otras sombras como sobre los débiles humanos. En cuanto a los ángeles, el maestro y los suyos se ocuparían de ellos. El mundo iba a cambiar y humanos y ángeles serían esclavizados para siempre.

              Sin embargo tenía que jugar bien sus cartas y ganar todavía más tiempo, pues una vez en la puerta, no sabía cuánto tendría que esperar a que aquel ángel de la cicatriz le diera la señal acordada. Por eso, se decidió a usar el as que tenía guardado en la manga.

              -¡Ksah! –pronunció como si fuera una maldición. Y a su orden, el caballo de huesos empezó a descender hacia el suelo.

              Una vez en tierra, la sombra miró a la gárgola, terriblemente agotada. Sin desmontar siquiera del caballo, le hizo un gesto para que se acercara. Cuando estuvo a su altura, veloz como el viento, la sombra desenvainó su espada y golpeó de abajo hacia arriba el ala derecha del ser reptiliano, rompiéndole parte de la membrana escamada que le permitía volar. La gárgola cayó al suelo lanzando chillidos de dolor, mientras le lanzaba miradas cargadas de odio y venganza, proyectadas desde sus ojos ambarinos.

              -Lo sieeento querida amiiiga, es todo por una bueeena cauuusa. Miii cauuusa…

              Tomó de nuevo las riendas del yakush y se lanzaron al aire. Minutos después, todavía seguía riendo.

              Gus, por su parte, había despertado y empezaba a pensar con lucidez, toda la que podía poseer dadas las circunstancias. Tenía vagos recuerdos de haber visto a su hermano y a Ana allí, en ese mundo, acompañados de otra chica que no conocía y un hombre extraño; un hombre… con alas. Y eso por no hablar de aquellos animales tan raros, que parecían leones también con alas y cabeza de pájaro.  ¿Habría sido realidad o sueño? Porque si Fran estaba allí intentando rescatarle, la cosa cambiaba. Había una oportunidad. Por otro lado, la sombra no hacía sino meter más prisa a su monstruoso caballo. ¿Cuál era la razón de querer ir tan rápido, si no que alguien les perseguía?

              Con un brillo de esperanza en los ojos, Gus empezó a pensar de qué manera podría hacer que se retrasaran para que, en el caso de que fuera Fran quien les perseguía, pudiera alcanzarles y rescatarle.

 

 

***

 

              La mañana había llegado, pero la calidez del sol contrastaba con la sombra asentada en los corazones de todos. Quizás cuando hiciera un calor de justicia y aquello se pareciera al infierno, la semejanza con sus sentimientos estuviera más clara.

              Habían tenido que parar tres veces a lo largo de la noche para que los grifos descansaran. Todos sabían que con cada una de esas pausas la sombra se alejaba más y más, junto con las posibilidades de parar todo aquello, pero no podían remediarlo. Si los grifos morían con los pulmones reventados estarían perdidos de cualquier manera.

              Para Fran y para Ana era la segunda vez que montaban en grifo y no pensaban en ello; asumían que no se podía hacer nada más. Luna e Ygrael, en cambio, habiendo volado infinidad de veces sobre grifos, se miraban de vez en cuando y, sin cruzar palabra, sabían qué les corroía por dentro. Si tan solo hubiera habido corrientes de aire, todo hubiera sido distinto. Los animales no estarían tan cansados y hubieran avanzado más aprisa, pero en aquellas desérticas Tierras Baldías no soplaba una brizna de aire y los grifos tenían que desplazarse con la única ayuda de sus alas.

              Estrella Fugaz empezó a emitir unos sonidos muy raros, como si el aire le faltara y al pasar por sus pulmones rozara con algo. Fran le masajeó preocupado el costado, pensando que esos ruidos le recordaban a cuando a él mismo le costaba respirar por culpa del asma.

              -Luna… A Estrella le pasa algo.

              El ángel miró al grifo hembra.

              -Deberíamos hacer otro descanso –contestó ella, con la cabeza gacha, como si pidiera disculpas. Después de todo, salían todos perdiendo, pero sobre todo Fran. Levantó la voz para dirigirse a Ygrael, que volaba cuatro metros por delante-. Vamos a hacer otro desc… ¡Mirad! –gritó alto para que todos pudieran oírla-. ¡Allí, abajo!

              Luna señalaba un lugar en el suelo, aún lejano, que sólo su poderosa vista había logrado distinguir. Ni siquiera Ygrael se había dado cuenta. Avanzaron hacia el lugar señalado y vieron una mancha gris que se movía lentamente. Cuando se hubieron acercado un poco más, Luna se incorporó rápidamente sobre Eco del Viento, haciéndole zozobrar en el aire y gritó:

              -¡Es la otra gárgola!

              -¡Podremos interrogarla! –gritó Fran, mirando a Ygrael. Recordaba muy bien la sorpresa que se había llevado en el templo cuando el ángel se había lamentado por la muerte de la primera gárgola, ante la imposibilidad de hablar con ella. Fran jamás hubiera imaginado que aquellas criaturas tuvieran el don de la palabra.

              Descendieron hacia ella, y al verles llegar empezó a correr. Por alguna extraña razón no echaba a volar, sino que se limitaba a dar saltos y mover únicamente el ala izquierda.

              Sagaz iba en cabeza. Descendió hasta ir a ras del suelo, y cuando estuvo tres metros por detrás de la gárgola, Ygrael saltó y planeó sobre sus propias alas hasta caer encima de ella. La gárgola rodó por el suelo levantando una nube de polvo y el ángel aterrizo suavemente a su lado, con elegancia. Poco después, todos hacían un círculo alrededor del reptil.

              -Habla. –Fue la única orden que le dio Ygrael, con voz firme. La gárgola les miraba a todos asustada, inquieta, tratando de encontrar un punto débil en la barrera y escapar por él.

              -¿Cómo se habrá herido el ala? –preguntó Luna-.

              -¡¿Dónde se ha llevado a Gus?! –Fran no se preocupó por detalles sin importancia. Él buscaba respuestas, y las quería ya.

              Por toda contestación, la gárgola le enseñó los afilados colmillos y sacó su lengua viperina a través de ellos. Fran se echó hacia atrás y salió del círculo.

              -¿Así es como te lo ha agradecido ella? ¿Rompiéndote el ala? –Ygrael le dedicó una mirada dura-. Nosotros no somos así. No te haremos daño. Dinos hacia dónde va y te dejaremos marchar.

              La gárgola repitió el gesto que había hecho segundos antes. Se revolvió rápidamente e intentó salir por el hueco que había entre Luna y Ana. Rápidamente Ygrael estiró el brazo y agarró por el hombro a la criatura. De un tirón, la obligó a sentarse en el suelo.

              -Última oportunidad –dijo-. Dinos dónde ha ido.

              Luna y Ana se vieron desplazadas hacia los lados, sin agresividad pero tampoco de buenas maneras. Fran apareció entre ellas, empuñando su espada, y la puso en el cuello de la gárgola, que se quedó quieta al instante.

              -O me dices dónde está mi hermano o atravieso tu negro corazón. –Luna fue a decir algo pero Ygrael levantó la mano y con un gesto le indicó que se callara. Fran, concentrado en su presa y ajeno a todo lo demás, acercó el filo de la espada a su cuello más aún-. No te lo voy a repetir… -y aunque la mirada de odio de Fran lo decía todo, la gárgola no respondió.

              Le vino a la memoria la cara de Gus. No la que solía tener, aseada, sonriente y con el pelo alborotado; no fue esa. Se le apareció en la mente el rostro demacrado, pálido y enfermo que había visto en el templo, días después de que la sombra le secuestrara. Las llagas en la boca, la piel quemada, los ojos perdidos… Recordó que ni siquiera le había reconocido, a él, su propia familia. Después pensó que todo era su culpa, que no había sido un buen hermano mayor, que no le había protegido. Y en ese momento toda su furia contenida salió de él, exactamente igual que cuando terminó con la vida del dragón de hueso.

              Apretó con fuerza la empuñadura de su espada, tanto que los nudillos se le quedaron blancos y, sin que la gárgola lo esperara, levantó su pie derecho y lo descargó con toda su fuerza contra la pequeña pata de la gárgola, a la altura de la articulación. El sonido desagradable del hueso al romperse llegó hasta todos. Por un breve instante, la gárgola le miró incrédula. Después, cuando sus neuronas hicieron llegar la información de aquel intenso dolor al cerebro, empezó a gritar como si estuviera poseída. Rodó de un lado para otro, chocando contra las piernas de todos y sujetándose la suya propia, que ahora le colgaba en un ángulo imposible.

              -¡Que me digas dónde está mi hermano! –le gritó Fran, escupiendo gotas de saliva por la boca.

              Luna fue a ponerle el brazo en el hombro para intentar calmarle, pero alguien a su vez sujetó el suyo. Ygrael, que había cambiado de posición y ahora estaba tras ella, le miró seriamente y negó con la cabeza. ¿Qué pretendía? Así no conseguirían nada…

              Fran se acercó de nuevo a la gárgola y le dio una patada en el costado. La criatura volvió a gemir de dolor y se quedó boca arriba, mirándole con auténtico miedo en los ojos. Pero Fran ya no podía parar. O tal vez no quería. Estaban perdiendo un tiempo precioso y la posibilidad de rescatar a Gus se hacía cada vez más pequeña. De nuevo le asaltó la idea que se le había metido en la cabeza desde que empezara todo aquello, clara y lógica como un puzle resuelto.

-¡Yo no he hecho nada malo a nadie! ¡Ni mi hermano! –le gritó-. ¡Así que nadie tiene derecho a hacernos nada malo a nosotros! –Y levantó la espada hacia arriba. La gárgola se cubrió la cara temiendo por su vida. Fran la descargó con todas sus fuerzas sobre el ala sana de la gárgola, atravesándola y dejándola clavada al suelo. La criatura empezó a gritar de nuevo, pero no rodó sobre el suelo, pues la espada le sujetaba a él. Lágrimas de dolor y miedo salían de sus ojos amarillos. Sin embargo Fran no se apiadó. Se sentó a horcajadas sobre su pecho, le sujetó las dos zarpas, y acercó su cara hasta la de ella.

-Mi hermano. ¿Dónde se le ha llevado?

-… can… ca… dral… -Fran absorbió el pestilente aliento de la bestia, pero no se echó para atrás. Ahogó la arcada y miró hacia el lado. Le soltó una garra y rápidamente cogió la espada y la hizo girar, agrandando la herida del ala, a lo que siguió una nueva retahíla de gritos de dolor.

-¡No te oigo! –gritó Fran a su vez-. ¡No te atrevas a mentirme!

-… volcán… catedral… - pudo oírse claramente en un afilado siseo de acento reptiliano. Ahora la gárgola lloraba en silencio, sin emitir sonido alguno, exhausta por las horas de vuelo y por aquellos repentinos minutos de dolor físico extremo. Estaba medio desfallecida. Segundos después, su cabeza quedó tendida de lado en el suelo, inconsciente.

Ygrael se acercó y tendió la mano a Fran. Éste la ignoró y se incorporó sin ayuda. Arrancó su espada del suelo, haciendo que el ala se levantara unos centímetros pegado a ella para después caer inerte, y se alejó un par de metros, sin perder de vista a la gárgola. Ygrael le miró con desaprobación. Después, sin dar tiempo a reaccionar a nadie, levantó la espada y descargó un golpe contra la gárgola. Al retirarla, todos comprobaron que la cabeza de la criatura estaba separada de su cuerpo.

-¿Qué haces? –rugió Fran-. ¡No nos ha dicho nada!

-Estaba sufriendo para nada –declaró Ygrael-. Y, ¿qué es eso de no nos ha dicho nada? ¿No te suena ningún volcán por aquí cerca?

Fran le miró sin comprender. Tenía la cabeza llena de odio y desesperación.

-El Vesubio… -comenzó Ana-. ¡Se le ha llevado al Vesubio!

Ygrael sonrió satisfecho. Después, dijo:

-Diez minutos y partimos. Vosotros –y se dirigió a Fran y Ana-, dad de beber y comer a los grifos. Ven conmigo, Luna.

Se alejaron del resto varios metros. Cuando Ygrael supuso que ya no podrían oírlos, se dirigió a su ahijada:

-Nadie sabe de dónde provienen los lazos que nos unen a los seres humanos. En toda nuestra historia, muy pocos ángeles han mezclado su sangre con la de ellos; es más, probablemente sean solo leyendas y cuentos. –Puso las manos sobre los hombros de ella, adoptando una actitud paternalista-. No son como nosotros, Luna. Son débiles y, tal vez por eso, muy peligrosos. Están dominados por sus pasiones. Son mezquinos y egoístas. Y se dejan llevar más por el odio que por el amor, tú misma lo acabas de ver.

-Ygrael… ¿tú… eres…? –comenzó Luna, pesarosa.

-No. No lo soy. No soy un ángel oscuro. No pienso que haya que esclavizarlos y diezmarlos. Pero sí creo que debemos vigilarlos para que no destruyan el mundo en que vivimos todos. No son de fiar. Son capaces de las peores cosas. Tu padre, lo sabes perfectamente, piensa igual que yo.

Luna había asistido asombrada a la escena que había tenido lugar entre Fran y la gárgola. Se había quedado de piedra. Pero sabía que su custodiado estaba sometido a mucha presión y que, precisamente, le movía el amor hacia Gus.

-Lo ha hecho sólo porque quiere encontrar a su hermano –replicó.

-¿Entonces ahora el fin justifica los medios?

-No, no digo eso… -Luna no daba con las palabras adecuadas-. Pero, ¿y nosotros? ¿Acaso los ángeles no pelean entre sí? Fíjate en la Ciudad de la Lluvia Eterna. No una, sino dos veces. Tú mismo lo dijiste. Vuelven a convertirse en ángeles de carne y hueso después de cientos de años y lo primero que hacen al despertar es seguir luchando.

-No es lo mismo, Luna. No nos puedes comparar con los seres humanos –se defendió Ygrael. Y aunque tenía las cosas totalmente claras y sabía que llevaba razón, las palabras de la chica le hicieron perder parte de su aplomo-. Eres consciente de que cuando todo esto termine, las cosas van a cambiar, ¿verdad?

Luna bajó la cabeza y asintió en silencio, apesadumbrada. Sus brazos colgaban a los costados, sin energía, cansados de luchar, tal y como se encontraba ella.

-No volverás a ver a tu custodiado –prosiguió el ángel-. De alguna manera… -y no supo cómo seguir, porque en verdad no sabía cómo lo harían, ya que la vinculación entre un humano y su ángel eran tan poderosa que no se borraba nunca del todo-. Te cambiarán de instituto, tal vez de ciudad y tu buscador será destruido.

-¡Pero entonces Fran se quedará desprotegido! –se lamentó ella. Desde el principio de esta aventura supo que acabaría pasando algo parecido, pero no había querido terminar de creérselo.

-No estará desprotegido –corrigió él-. Se quedará simplemente como muchos otros humanos que no tienen ángel de la guarda. –Después, dando el asunto por zanjado, se dirigió hacia los grifos, dejando a Luna abatida.

Unos minutos después todos estaban preparados, incluido el lupus, que ahora parecía llevar mejor la carrera y estaba menos cansado. Montaron sobre Eco del Viento, Estrella Fugaz y Sagaz, y partieron una vez más, rumbo a la puerta que les conduciría a Pompeya y, una vez al otro lado, al Vesubio.

 

 

***

 

              Por fin habían llegado. La puerta entre los dos mundos se alzaba frente a ellos en mitad del desierto. A través de la superficie gelatinosa poblada de ondas podía verse el cartel indicador, tal y como si fuera un espejismo envuelto en un mar tropical.

              La sombra descendió del caballo y se sacó la capucha. Miró a Gus con una sonrisa que deformó aún más su siniestra mueca y se llevó la mano izquierda bajo la túnica. Gus, aunque en parte acostumbrado a aquel monstruoso rostro, sintió ganas de llorar. Pero se contuvo. No le daría ese placer. Observó cómo de debajo de la manga sacaba una piedra de forma circular con una hendidura en forma de estrella en la parte de arriba.

              -La contraseeeña –dijo la sombra con aquel tono de voz tan odioso. Después se acercó a la puerta y lanzó la piedra sin mucha fuerza. En el momento en que atravesó la superficie, desapareció en otro lugar, pues nada cayó por la parte de atrás de la puerta-. Ahora hay que esperaaar a que el camiiino esté liiibre.

              Gus bajó del yakush de un salto ante la mirada inquisidora de la sombra.

              -¿Qué haaacesss?

              -Me duele el culo –respondió Gus, con tanta frialdad como pudo. Temiendo provocar a la sombra, trazó un amplio círculo a conciencia para no acercarse a la puerta por la parte delantera. Sobreactuando, caminó despacio y como si estuviera tan débil que le costara sostenerse (y en parte así era) hasta que llegó al cartel señalizador. Lo tocó casi con devoción y fingió ponerse a observarlo distraídamente, bajo la atenta mirada de la sombra.

 

 

***

 

              En las ruinas de Pompeya hacía ya un rato que había caído la tarde. Ajenos a la puerta invisible que había junto a ellos, que podían incluso traspasar sin chocar con ella, un grupo de turistas españoles iba pendiente de las explicaciones del guía, un hombre ya mayor, de pelo canoso y con una piel surcada por multitud de arrugas. Sus ojos claros, vivos, se movían más que sus labios, los cuales apenas despegaba, de manera que no pronunciaba del todo bien algunas letras.

              -… arrasada por una nube gigantesca de gases venenosos, cenizas y piedras incandescentes, que sepultó bajo una capa de siete metros todo cuanto encontró a su paso: edificios, monumentos y seres humanos. La ciudad quedó por siglos enterrada y olvidada por la historia, hasta que a comienzos del año 1600, con motivo de los trabajos de excavación de un canal…

              El único niño pequeño del grupo, un chaval pelirrojo y lleno de pecas, de nueve años, tiró del vestido a su madre y le dijo:

              -Mamá, esa piedra ha aparecido de repente.

              Su madre le miró sin comprender. Con un gesto impaciente de la mano le dio a entender que no le molestara con tonterías, y prestó atención de nuevo al guía.

              Sentado en la primera grada, el ángel con la cicatriz en la cara también vio la piedra emerger de la nada. Llevaba un par de días muy atento al portal. Sabía que en cualquier momento llegaría la señal de aquella sombra y, tal y como habían acordado, tendría que responder para que ella supiera que el camino estaba libre.

              Rápidamente echó a volar y mandó a todos los ángeles que había por allí cerca a hacer rondas por el resto de las ruinas mientras él se quedaba en el anfiteatro; para algo era el vigilante de mayor rango. Diez minutos después, cuando se aseguró de que no había ningún ángel guardián cerca, regresó hasta la puerta y recogió la piedra circular con la estrella marcada en su superficie. Nervioso, se pasó la mano por el pelo corto y apretó con fuerza la piedra en la mano. La sombra había llegado hasta él una noche hacía varias semanas y le había hablado rápida y segura, logrando captar su atención y evitando que diera la voz de alarma. Le había hecho una propuesta. Si le dejaba atravesar la puerta, tanto a ella como a un par de críos que le seguirían, a la vuelta le daría un vial lleno de sangre de dragón. La sombra aseguró que era un líquido muy poderoso y que otorgaba fuerza y reflejos sobrenaturales a quien lo bebía y que le serviría perfectamente a sus propósitos. A sus propósitos… Él ya se había topado con más sombras a lo largo de su vida, pero ninguna tan atrayente como esa, y desde luego, ninguna que conociera sus verdaderas pretensiones. Por eso, decidió aceptar.

              Sacudió la cabeza para librarse de los recuerdos y lanzó de vuelta la piedra a través del portal.

 

 

***

 

              Hacía ya varias horas que habían dejado atrás las minas en las que lucharon contra los banshells. Luna no quería dar falsas esperanzas a nadie, pero fue incapaz de guardar silencio y compartió con el resto sus impresiones y lo que su sentido de la vista le señalaba.

-Tenemos que andar ya cerca. Allí a lo lejos veo algo…

 

 

***

 

              Gus había estado comprobando la sujeción de las distintas partes de la señal. Por fortuna aquella madera  tenía muchos años a cuestas y uno de los brazos, el más bajo, estaba prácticamente suelto. Se limitó a quedarse allí parado, esperando el momento adecuado para actuar, que no tardó en llegar demasiado.

              Gus vio cómo la misma piedra que había lanzado la sombra a la puerta minutos antes regresaba de nuevo a este lado y caía a sus pies, salpicando arena sobre la negra túnica. La sombra se agachó a recogerla y en ese instante Gus dio un fuerte tirón a la tabla con las dos manos. Estaba tan suelta que a punto estuvo de caer al suelo, lo cual habría hecho fracasar su plan. Con la madera en las manos, fue corriendo hacia el caballo de huesos. La sombra empezó a gritar en algún idioma desconocido pero él no le hizo caso. Siguió dando zancadas y levantado su arma para preparar el golpe. Llegó a la altura del caballo, que estaba distraído, y descargó la madera con toda su fuerza en el ala derecha, quebrándole una decena de huesos en la zona media y hacia el final de la misma.

              El yakush se encabritó y empezó a dar coces al aire, una de las cuales rozó el rostro de Gus. Furioso y dolorido, se movió en círculos golpeando a enemigos invisibles. Mientras tanto, Gus contemplaba victorioso el efecto de su pequeña acción. Entonces, sintió un fuerte golpe en la cara y su visión empezó a nublarse, hasta que perdió el conocimiento.

              -Niiiño estuuupido –dijo la sombra, frotándose el puño con que había golpeado al chico-. Sooolo restrasssas lo inevitable.

              Después calmó a su montura y colgó el cuerpo de Gus en su grupa, para luego montar él. Sin poder volar ya, caminando como un caballo normal, el yakush fue conducido hacia el portal entre los dos mundos, todavía encabritado por la pérdida de su ala.

 

 

***

 

              -Aquiii tienesss… Sekrael… -dijo la sombra, entregándole un frasco lleno de sangre de galdino, extraída por ella hacía unas semanas y mezclado con sangre humana. Además, por si se atrevía a beberlo allí mismo, el frasco contenía un veneno destilado a base de plantas y animales peligrosos de las Tierras Baldías. El vial que el chico humano había conseguido para ella en el templo del arcángel estaba a buen recaudo en un doble fondo en el interior de la túnica-. Sssangre de dragón –mintió, y le tendió el frasco. El grupo guiado se había marchado y sólo estaban ellos dos en el anfiteatro.

              La sombra conocía su nombre y, lo que era más improbable, sus propósitos, tal y como ella había dicho. Por supuesto que aquello no iba a ser tan fácil, quizás el vial contuviera veneno o algo por el estilo; desde luego que no lo usaría sin antes estudiarlo. Es solo que había algo en torno a aquella criatura que la hacía más peligrosa y a la vez más misteriosa que cualquier otra sombra con la que se hubiera cruzado.

              -¿Y biennn? ¿No lo quieresss? –La sombra hizo ademán de guardarse el frasco.

              -Alto. Dámelo. –El ángel batió las alas incómodo y levantó una pequeña polvareda en torno a él. Por supuesto, él tenía sus propios planes. Seguiría con su farsa a su vez-. Y ahora lárgate de aquí y no hables jamás con nadie sobre lo que ha ocurrido aquí.

              La sombra emitió un siseo viperino y volvió a montar en el yakush. A medida que se alejaba, el ángel se quedó mirando al niño humano que llevaba inconsciente en la grupa, como si fuera un saco de patatas, y se preguntó por qué razón la sombra le habría secuestrado y qué tendría pensado hacer con él. No es que le importara en absoluto, pero sentía mucha curiosidad. Además, el conocimiento, como él siempre afirmaba, era poder. Por otro lado, había otro pequeño detalle: el ángel adulto que cruzó a las Tierras Baldías tras los chicos. Juraría que había sido Ygrael, el lugarteniente de Icariel en la guerra de Kwilangk y capitán directo suyo. Todo aquello era verdaderamente intrigante.

              Esperó a que se hubieran alejado lo suficiente, y luego echó a volar hacia un bosquecillo cercano, desde el que se elevó un centenar de metros. Así, suspendido por las corrientes de aire y desde una posición privilegiada, se dispuso a vigilar los pasos de la sombra, ver qué hacía y hacia dónde se dirigía. A medida que la noche se cerniera sobre ellos, reduciría la distancia para no perderle de vista.

              Sekrael sonrió para sí mismo. El frasco que tenía en su poder, o lo que descubriera de ahora en adelante acerca de esa sombra podría ser el principio del fin, el comienzo del cambio que pondría a los humanos en el lugar que les correspondía: bajo el yugo de los ángeles.

 

 

***

 

              -¡Sí, es la puerta! –confirmó Luna jubilosa, incorporada sobre Eco del Viento. Todos, incluidos los grifos, fueron recorridos por una ola de alegría y nerviosismo.

              -¿Están allí todavía? –preguntó Fran esperanzando.

              Luna tardó un momento en responder y lo hizo negativamente.

              -Vamos, hay que darse prisa –intervino Ana, tratando de animarles. Después miró hacia el suelo, treinta metros más abajo, para comprobar que el lupus les seguía. Tendría que llevárselo Luna; desde luego ella no podría tener un perro invisible de dos cabezas  en su casa. En cualquier caso era un buen trato, si por lo menos no se quedaba allí solo en esa tierra inhóspita.

              Llegaron por fin a la puerta que comunicaba ambos mundos. En el momento en que los grifos tomaban tierra el lupus bicéfalo, para alegría de Ana, llegaba hasta ellos. Al hacerlo fue rápidamente a saludarla con dos lengüetazos llenos de babas, pero acto seguido se apartó y empezó a olisquear el suelo. Husmeó hasta encontrar algo que desentonaba con la tierra seca y agrietada: un puñado de huesos rotos y astillas de madera yacían alrededor de uno de los brazos indicadores de la señal. Fran miró preocupado a Luna, y después a Ygrael. Ninguno supo darle una respuesta.

              -Es una tontería ponerse a hacer conjeturas. En marcha.

              Así, todo el grupo cruzó la puerta, dejando atrás, por fin, las Tierras Baldías.

 

 

              Lo primero que notaron y agradecieron una vez al otro lado fue el aire fresco de la tarde. Donde antes dominaba el calor y el agobio, ahora imperaba la frescura traída por las corrientes de aire. Todos los poros de la piel se abrieron agradeciendo el cambio de atmósfera. Incluso los grifos emitieron un par de graznidos de complacencia.

              -Perfecto –dijo Ygrael-. En este lado podemos aprovechar las corrientes de aire e ir más aprisa. Además los grifos se cansarán menos.

              Se pusieron en marcha y abandonaron el anfiteatro romano, que no había tenido espectáculos en más de dos mil años, si se obviaba el hecho de que una puerta invisible conectaba dos mundos y había permitido el paso de ángeles, humanos y sombras de un lado a otro. Era ya casi de noche y no había rastro de seres humanos, ni de ángeles. Ygrael se volvió a recordar a sí mismo que, cuando todo acabara, tendría una charla con Sekrael ante la falta de responsabilidad en el desempeño de sus funciones como guardián de esa puerta.

 

 

              Quince minutos después, tras haber sobrevolado las ruinas, un gran bosque y parte de la ciudad, así como las villas dispersas que había de camino al Vesubio, el grupo alcanzaba la ladera del volcán, cuya figura emitía un resplandor morado por efecto de los minerales que bañaban sus lomas. Cuando el monte explotó hacía más de dos mil años, se fracturó en dos partes y dejó dos crestas unidas por un zona más baja. Bajo ellos un camino serpenteaba monte arriba, probablemente el que tomaban los turistas durante el día para llegar hasta la cima y asomarse al interior del volcán.

              -¡Están ahí! ¡Están ahí! –gritó Luna, eufórica, señalando un punto en la parte superior del monte.

              Por más que forzaron la vista, nadie más, ni siquiera Ygrael, fue capaz de ver aquello a lo que se refería Luna. Ella tomó la iniciativa y se puso a la cabeza, guiando al grupo hacia la parte baja entre las dos crestas del monte. Sin perder de vista al yakush, cuyos huesos blancos contrastaban en la negra noche, animó a Eco del Viento a que fuera más rápido.

              -¡Han desaparecido! –gritó entonces, girándose sobre su montura-. ¡Creo que han entrado dentro del volcán!

              Fueron directos hacia allí. Al sobrepasar la línea del camino en su punto más alto, vieron que éste continuaba hacia el interior del volcán, cuyo fondo aparecía iluminado por un resplandor anaranjado. Una gran ola de calor les envolvió y de repente se les hizo más difícil respirar. Entonces, todos pudieron ver perfectamente a la sombra cabalgando cuesta abajo a toda velocidad, con Gus a su espalda, levantado una nube de polvo tras ellos, que brillaba en la oscuridad. Fran siguió con la vista el camino, el cual terminaba de manera abrupta en un precipicio, el punto de observación más cercano del interior del volcán. A tres metros del borde, una gran esfera oscura flotaba en el vacío y lanzaba brillantes destellos con los reflejos anaranjados del fondo.

              -No puedo creerlo –dijo Ygrael, con los ojos abiertos como platos.

              -¿Qué es eso? –preguntó Luna rápidamente.

              -Es… -miró primero a Fran y Ana y luego, asumiendo que ellos no iban a entenderlo, centró la atención en su ahijada-. Es un nudo de una red infernal.

              Luna miró a sus amigos.

              -Los ángeles nos desplazamos casi instantáneamente a cualquier punto del planeta a través de las redes celestiales, ¿os acordáis? Durante nuestras guerras, los ángeles oscuros consiguieron manipular algunos nudos y caminos para que sólo ellos pudieran utilizarlos. Las llamamos redes infernales.

              -Lo curioso –intervino Ygrael-, es que se creían desaparecidas. Jamás hubiera imaginado encontrarme una en el interior de un volcán. Desde luego, es un sitio ideal para mantenerla en secreto…

              -Esta bien, como sea. –Fran se removió impaciente sobre Estrella Fugaz-. Adelante.

              -Pero no sabemos a dónde conduce. Puede ser otra zona de las Tierras Baldías o cualquier otro sitio –explicó Ygrael.

              -¿No es un riesgo que estás dispuesto a correr? –le contestó Fran, desafiante-. Rescatemos a mi hermano y terminemos con esa sombra de una vez por todas.             

              Los cuatro se miraron decididos. Ygrael con Ana a su espalda tomó la delantera y se lanzó en picado hacia el oscuro nudo al final del camino; el lupus, a su vez, echó a correr por el curvilíneo camino tras ellos.

              Fran y Luna se miraron intensamente, numerosos sentimientos recorriendo sus mentes y sus corazones. Él estaba deseoso de estrechar a Gus entre sus brazos y, por qué no, de dar el golpe final a aquella odiosa criatura. Luna tenía lo mismo en mente, pero también quería decir muchas cosas a Fran. Pedirle perdón por todo aquello, darle las gracias por haber sido su amiga, abrazarle, despedirse de él… Pero todo eso habría de esperar. Primero tenían que dar caza a la sombra.

              Cruzaron el nudo apenas un par de segundos después que Ygrael y Ana, sintiendo cómo la superficie gelatinosa les engullía adhiriéndose a todos los poros de la piel. Una vez al otro lado, sólo sintieron frío y oscuridad. Una densa y total oscuridad.