Capítulo 8
El secreto de Ana
Fran no sentía el contacto de sus pies sobre el suelo. El aire le hacía cosquillas y una leve sensación de vértigo se había apoderado de él: estaba volando. Subía cada vez más alto y a lo lejos, abajo en el suelo, quedaba el valle con todos los chicos y chicas del campamento. Cuanta más altura cogía, más pequeño se veía todo. Pero no tenía miedo. Miró hacia arriba y vio un banco de nubes blancas y espesas como si fueran de algodón. A su lado volaba Luna, sonriéndole, cogiéndole de la mano. Cuando fueron a atravesar la primera nube, Fran, por puro instinto, llenó sus pulmones de aire y contuvo la respiración. Algo en su mente le decía que con unas nubes tan densas no podría respirar. Pero cuando no aguantó más y soltó una bocanada de aire y aspiró de nuevo, comprobó que podía respirar perfectamente. El aire era algo más húmedo, más pesado, pero puro como el de montaña.
Atravesaron por fin la última nube y al asomar la cabeza estuvo a punto de llorar con la belleza del paisaje que contempló. Ante él se extendían enormes praderas cruzadas por caminos y lo que parecían árboles, la mayoría de extrañas formas y probablemente de especies desconocidas. Varios ríos cruzaban los terrenos y aquí y allá se veían revolotear aves majestuosas. Fran reconoció águilas, halcones y lo que en los libros de fantasía describirían como grifos y aves fénix, las cuales dejaban un rastro de fuego en el aire en sus vertiginosos quiebros. Terminaban de poblar el paisaje cisnes y unas aves de una especie que Fran desconocía, parecidas a los halcones pero con dos pares de alas y de un tamaño considerable.
Por las praderas y los puentes caminaban personas o, para ser más exactos, ángeles. La mayoría de ellos llevaban túnicas atadas en la cintura con cordeles de distinto color, así como sandalias y aderezos en el pelo. Los niños y adolescentes parecían humanos, pero los adultos tenían hermosas alas blancas en la espalda. De vez en cuando alguno las desplegaba y se alzaba en un gracioso vuelo.
Luna miró orgullosa a Fran y le volvió a coger de la mano. Al entrelazar los dedos con los de ella, sintieron ambos un revoltijo en el estómago. Volvieron a ascender en dirección a la ciudad que se veía a lo lejos. Numerosas miradas se posaron en ellos mientras se dirigían hacia allí y muchas de ellas no eran amistosas. Pero Luna seguía sonriendo y Fran sintió seguridad en aquel gesto.
Vio otro tipo de criaturas que pastaban tranquilamente en los prados, muy similares a animales terrestres, y otras que compartían solo algún pequeño rasgo. Vio caballos alados blancos y negros, como el Pegaso de la leyenda griega, y extrañas figuras plateadas sobresaliendo del agua. Divisó una pareja de cuadrúpedos de grandes dimensiones cuya forma recordaba a los extintos triceratops, pero éstos no tenían ni cuernos ni crestas que les confirieran un aspecto agresivo. Observó tranquilas panteras de piel brillante que parecían estar hecha de diamantes, feroces en apariencia pero dóciles en la realidad.
Por fin llegaron a los altos muros que rodeaban la ciudad y Fran dejó escapar un suspiro. El centro neurálgico de aquella enorme urbe era un palacio que se elevaba hasta perderse de vista. Rodeando aquella colosal construcción en círculo y extendiéndose hasta los lejanos muros, las numerosas casas con predominio de formas curvas brillaban al sol con sus paredes de mármol blanco y sus tejados de oro. Los balcones, puertas y ventanas estaban hechos de plata.
Se situaron en lo alto de la muralla. Saltaron al paseo que había tras las almenas y, cuando fueron a atravesar al interior por el otro lado, algo golpeó a Fran en la cara. Aturdido, pudo ver cómo una especie de escudo invisible ondulaba levemente frente a sus narices, hasta que volvió a quedarse completamente quieto y de nuevo se hizo invisible. Acercó la mano y comprobó que chocaba contra un muro sólido que no podía ver. Entonces dos ángeles con armaduras plateadas aparecieron al otro lado del muro, levitando frente a él, con sus poderosas alas extendidas. Sus miradas denotaban odio.
-Los humanos no sois bienvenidos aquí –dijeron amenazantes.
Fran miró con terror en busca de Luna, pero no la vio por ningún lado. ¿Dónde estaba? ¿Le había abandonado? ¿Tal vez sí que intentaba hacerle daño y le había engañado para traerle ahí y que unos ángeles adultos terminaran el trabajo sucio?
Volvió la vista hacia delante. No había rastro alguno de ángeles. En su lugar, dos demonios alados, de largos cuernos en las sienes y horribles dientes afilados le sonreían siniestramente. Sus cuerpos musculosos estaban cubiertos por una piel rojiza que brillaba como si le hubieran dado una capa de barniz. Tras ellos la ciudad había cambiado de arriba abajo. Donde antes había lujosas y preciosas edificaciones, ahora se levantaban edificios oscuros y pedruscos de formas afiladas, llenos de cavernas y oquedades, y ríos de lava a sus pies. Fuegos y humos poblaban todo el lugar y el gran palacio central había desaparecido. Ahora había un enorme agujero cónico que se perdía en una oscura profundidad.
De repente Fran sentía un calor asfixiante y no podía respirar. Miró a la pareja de demonios a la cara.
-En cambio aquí si te acogeremos gustosos –dijo uno-. Ven con nosotros…
El demonio que había hablado se lanzó contra él enarbolando una espada cuya hoja era negra como su corazón. Su grito de furia sacó a Fran de su ensimismamiento y dio un paso hacia atrás. Saltó de la muralla hacia el exterior y comprobó que los verdes campos habían dejado paso a una tierra yerma y llena de grietas por las que salían volutas de humo. Vio el suelo aproximarse a una velocidad de vértigo. Cerró los ojos y puso las manos por delante cuando vio que el impacto era inminente. Pero en vez de sentir dolor, supo que lo había atravesado. Tras un par de metros, el suelo dio paso a las nubes y, cinco segundos después, dejaba atrás el blanco manto y se precipitaba hacia la tierra.
La música envolvió su caída. Cada vez ganaba más velocidad. El viento le azotaba el rostro y casi no podía respirar. Vio con terror que el suelo empezaba a acercarse cada vez más aprisa. Sin embargo ahora no tenía a un ángel al lado que le hiciera volar.
Los campos de cultivo de los alrededores, los bosques, la mancha azul del lago entre montañas, los picos de las cumbres sobre los que se precipitaba de manera inminente… todo se hacía cada vez más grande. Escuchó la música más fuerte, más cercana. Oyó voces a su alrededor. Ruidos extraños. Sus oídos captaban sonidos que no debían estar en una caída libre…
-Atención, atención. Ayer Teresa perdió su ojo de cristal. Rogamos a todo el personal que si alguien lo ve no se ponga a jugar a las canicas con él, sino que lo lleve a recepción. Gracias.
Los más madrugadores y que ya estaban despiertos se rieron. Otras caras demostraban una incomprensión total. Fran era uno de ellos. Abrió los ojos y tardó en entender dónde se encontraba. Se llevó la mano al corazón y comprobó que le latía muy deprisa. Aquel sueño había sido tan vívido… Respiró aliviado al comprobar que estaba en LagoClaro y no en una caída mortal desde una ciudad oculta en las nubes.
La música sonaba por los altavoces de los distintos edificios para despertarles, mientras Marco, el monitor de la habitación de los Milanos, decía tonterías por el micrófono. Era sábado por la mañana y el día siguiente sería Día de Padres. Llevaban ya casi una semana en el campamento y se le había pasado volando. Por otro lado, el día anterior por la mañana habían regresado de la marcha y no había vuelto a saber nada de Luna. Sólo habían pasado treinta y seis horas y ya se le antojaba una eternidad. ¿Había sido real? ¿Había visto a un ángel? Los padres de Fran no eran religiosos, pero sus abuelos maternos habían ido todos los domingos a misa. En ocasiones el abuelo le había contado historias sobre la Biblia, que siempre le habían parecido fascinantes. A veces le había hablado sobre los ángeles y Fran había pensado que eran unos seres excepcionales. ¡Y ahora comprobaba que eran reales! ¿Sería igualmente cierto el resto de cosas que decían en la Biblia? ¿Habría habido un hombre cuya fuerza poderosa provenía de su pelo largo? ¿Un arca en el que Noé guardara todas las especies animales?
-Bueno, hermanito, ¿te levantas o qué? –le dijo Gus bajando de un salto de la litera de arriba-. Nos van a dejar sin desayuno por tu culpa.
-Ya voy, ya voy…
Aquel día las actividades trataban sobre detectives, tal y como les habían anunciado. Después del desayuno se dividieron en grupos y tuvieron que resolver acertijos en los que se presentaba una situación con un cadáver y ciertas pistas y, a través de preguntas que sólo se respondieran con “sí” o “no”, tenían que llegar al fondo del asunto y averiguar lo que había pasado. En el claro entre matorrales junto al campo de fútbol, por ejemplo, encontraron un muñeco vestido con ropas de buzo y les preguntaron que qué cómo había llegado hasta allí. Les costó un buen rato descubrir que se había producido un incendio y que el avión cisterna, al amerizar para coger agua, había atrapado al buzo que estaba tan tranquilamente en el lago. Al soltar el agua el hombre cayó desde mucha altura y murió a causa del impacto.
La actividad de después consistió en unos talleres en los que todos tuvieron que hacerse un disfraz de detectives con plásticos, cartones y material reciclable. A esas alturas Fran, Ana, Samuel y Lucía eran ya uña y carne. Mientras preparaban su disfraz hablaban sin parar, sobre todo Samuel que, reunido con gente de confianza, demostraba ser todo un parlanchín.
En la comida salió a la luz un nuevo cotilleo. Resulta que Antón tenía unas curiosas mascotas: avispas asesinas africanas cuyo avispero tenía dentro de un acuario vacío. Se oyeron muchos abucheos y comentarios de chicos que no lo creyeron, pero el director les miró a todos con una sonrisa enigmática que dejó a más de uno dudando.
Tras la hora de descanso, se vistieron con sus disfraces detectivescos y fueron al campo de fútbol de arena. Los monitores de por la tarde ya les esperaban con cuatro grandes cestas llenas de material. Todos los chavales empezaron a gritar de entusiasmo cuando les explicaron que eran globos de agua y pistolas rellenas de pintura. Les explicaron que iban a jugar todos a “capturar la bandera”. El campo estaba sembrado de aros y los miembros de cada equipo tenían que avanzar a través de ellos. Si les disparaban con las pistolas o les lanzaban globos y eran tocados, debían retroceder hasta el aro anterior, con el añadido de acabar empapados de pintura. Si no, podían seguir avanzando hasta que cogían la bandera del rival y después deshacían el camino para regresar a su campo y anotar un punto. Todos acabaron perdidos y las que más puntos se llevaron fueron las chicas de la habitación de las Palomas, en las que estaban Ana y Lucía, por demostrar su buena puntería.
Ese día, tras las duchas obligadas, cenaron pizza y refrescos, y después subieron a las salas de arriba y vieron una película tumbados en pufs y en colchonetas.
El Día de Padres comenzó como un día normal, hasta que a las diez empezaron a llegar los primeros coches. Algunos recogieron a sus hijos y se marcharon a pasar el día por ahí, mientras que otros se quedaron y participaron en las actividades programadas para ese día. Afortunadamente, tanto el padre como la madre de Fran y Gus pudieron ir y se quedaron a pasar el día. No sucedió así con los de Samuel, que no aparecieron y sus amigos sintieron pena al verle apesadumbrado.
-Siempre están muy ocupados –había dicho en un susurro.
Pero les dio todavía más impresión cuando apareció Antonio, el padre de Ana, un tipo delgado y ojeroso de barba enjuta. Todos sabían de sobra por qué venía solo. Aunque hubieran pasado dos años, perder a una madre, o a una esposa, era algo muy duro.
Durante toda la mañana se pudo ver a muchos padres participar en un futbolín humano junto a sus hijos; o hacer carreras de sacos o con los pies atados; llevar en equilibrio un huevo cocido sobre una cuchara; y una decena más de juegos. Almorzaron todos juntos en el comedor, para lo que tuvieron que traer sillas y mesas del aula de los talleres y, a partir de las cinco, el volumen de padres fue decayendo progresivamente. Poco a poco se iban marchando, despidiéndose de sus hijos y dejando a éstos algo tristes. Ellos se estaban divirtiendo mucho en el campamento, pero despedirse de sus progenitores conllevaba una nota de melancolía, por no hablar del hecho de que fuera domingo: era fin de semana y la conclusión de la primera mitad del campamento; ya sólo les quedaba la otra mitad.
Durante la tarde se hicieron otros juegos más calmados y a las diez de la noche todos los niños estaban de vuelta en el patio central y no quedaba ni un solo padre o madre en todo el recinto. Aquella noche pusieron de nuevo una película, pero muchos chicos y chicas se fueron pronto a la cama de lo cansados que estaban. Ningún monitor tuvo que entrar a ninguna de las cuatro habitaciones a decir que se callaran.
Los altavoces del campamento tronaron con una canción pop y despertaron a la mitad de los muchachos. La otra mitad se despejó al término de la misma cuando Nuria cogió el micrófono y se puso a hablar con su voz cantarina.
-¡Buenos días, LagoClaro! Hoy es lunes, nueve de julio, y luce un sol espléndido. La temperatura exterior es de 23 grados centígrados y el viento sopla en dirección sur-sureste. No se esperan precipitaciones ni niebla.
Sonó entonces otra canción del grupo anterior y, al terminar ésta, de nuevo la monitora:
-Aviso a los LagoClarenses: ayer se vio rondar por el campamento a un hombre con cabeza de sandía. Si le veis alejaos de él porque tiene la manía de escupir pipas a la gente con la que se cruza…
Fran sonrió. Se levantó, se puso las chanclas y fue al baño a la lavarse la cara. Mientras organizaba a los cuatro chicos que dependían de él, intentó adivinar qué tipo de juegos harían ese día y si Víctor intentaría hacer trampa o directamente fastidiar al personal, como hacía siempre. Y es que a lo largo de la semana todo el mundo había comprobado que la paciencia de los monitores se agotaba rápidamente. Le llamaban mucho la atención y a veces le dejaban sin hacer la actividad o parte de ella, pero el matón no reaccionaba. Se iba maldiciendo y jamás admitía su culpa.
-Tiene que tener algún problema –había dicho Samuel un día-. No es normal que sea así. A lo mejor se le ha muerto algún familiar o algo por el esti… -y cuando se dio cuenta de lo que había dicho, miró a Ana sintiéndose culpable.
-Tranquilo –le reconfortó ella, poniéndole una mano en el brazo-, no pasa nada.
Fran, que había visto el gesto y había sentido una punzada de celos, convino con Samuel. Víctor debía esconder algo.
-O eso, o es idiota perdido, porque así sólo consigue quedarse solo y que todos le odien.
Aquella segunda semana los grupos se entremezclaban cada vez más y teniendo en cuenta las edades. Los juegos o actividades eran como siempre muy entretenidos: rutas en kayak por el lago; rutas en bicicleta por los alrededores del campamento; gymkhanas de orientación con mapas y brújulas; etc.
Ahora estaban reunidos en la zona del lago, cerca del cobertizo en la linde del bosque, para hacer tiro con arco. Habían puesto cinco dianas hechas de corcho y rellenas de paja prensada apoyadas contra cinco troncos y, frente a ellos, se habían formado tantas filas; sólo el primero de cada una tenía arco, para que no hubiera situaciones de riesgo.
-¡Los arcos siempre mirando al suelo! –repitió Manolo, el monitor mayor, por cuarta vez consecutiva.
Practicaron varias veces todos ellos. Finalmente, Manolo organizó una competición. Todos podían lanzar tres flechas y se quedaban con el mejor resultado. De cada ronda de cinco se eliminaban cuatro, de manera que sólo uno de cada fila pasaba a la siguiente eliminatoria. Tras esa primera clasificación quedaron ocho, entre ellos Ana, Samuel y Víctor. Después quedaron cuatro y tras eso, la final la disputarían Ana y el matón.
Todo el mundo le animaba a ella, mientras que los únicos hinchas de Víctor eran sus dos “guardaespaldas a sueldo”.
-Tranquilos –les dijo-, está todo controlado. No me va a ganar una tía.
Manolo le miró con el ceño arrugado, pero optó por no decir nada.
-Encima machista –le susurró Samuel a Fran.
-Lo vamos a hacer por puntos. Cada uno tiráis cinco flechas, ¿vale? –el monitor se adelantó y les dio a cada uno cinco saetas, repasó la línea de lanzamiento y obligó a los espectadores a alejarse, pues estaban todos apiñados alrededor de los dos finalistas.
-La zona negra de fuera os da cero puntos. El círculo grande, el azul, os da cinco puntos; el amarillo, diez; y la diana, en rojo, os da 15. A ver qué tal andáis de matemáticas… -dijo sonriendo.
La primera flecha que dispararon los dos dio en la diana. Sucedió lo mismo con la segunda y el público aplaudió y silbó.
-¡Vale, vale! –gritó Manolo-. Ahora más difícil. En cada una de las tres flechas que quedan, los competidores se van a alejar cada vez más –e hizo retroceder a todos moviendo los brazos para situar a Ana y a Víctor tres metros todavía más alejados de las dianas.
Le tocaba disparar al matón.
-Vale, venga, vamos a parar un momento –dijo una voz con eco-. Vamos a ver cómo termina esto.
-Una competición de tiro con arco –susurró otra voz sin cuerpo que parecía más joven.
Fran giró con disimulo hacia el lugar de donde provenían las voces, pero no vio nada. Se fijó en el resto de chicos y chicas de su alrededor, pero ninguno hizo ademán de haber escuchado algo fuera de lo normal.
La siguiente flecha de Víctor dio en el segundo círculo y la de Ana en el tercero.
-¿Veis? Ya os lo dije –susurró a sus compinches-, no tiene nada que hacer.
Manolo les hizo retroceder otros tres metros y esta vez los dos dieron en la zona amarilla que rodeaba a la diana.
-¡Guau! –exclamó Manolo sinceramente-. Sois realmente buenos.
-Y parece que como te descuides sí te van a ganar –le soltó Fran a Víctor, sin poderse contener.
-¿Tu novia, la loca? –respondió éste despectivo-, ni en sueños.
Fran no tuvo tiempo siquiera de reaccionar: Samuel fue directo a por el matón con los puños apretados. El monitor, que acababa de retrasarles tres metros más y estaba junto a ellos en ese momento, se puso en medio de los dos con un par de zancadas.
-Bueno, hasta aquí ha llegado la competición. La ganadora es Ana, directamente, por tener algo que Víctor no tiene y que se llama deportividad. A no ser que te disculpes y quieras pelear por una victoria justa –y esta vez se dirigió al matón.
Víctor miró al suelo y musitó un “lo siento”. Sin embargo Manolo no se quedó satisfecho hasta que se lo hizo repetir bien alto y lo oyeron todos. Víctor refunfuñó algo entre dientes y se posicionó tras la nueva marca que había hecho el monitor. Tras unos segundos de silencio en los que todos contuvieron la respiración, disparó. Su flecha dio en el círculo exterior. Tan solo sus dos subordinados le felicitaron y Manolo lo hizo de manera menos efusiva.
-Muy bien, Ana. Círculo amarillo, empatas; diana, ganas; y el resto, pierdes –le recordó el monitor-. O también puedes fallar, dar a un jabalí y procurarnos la cena para esta noche…
Varias caras sonrieron, pero no sucedió así con Ana, que estaba totalmente concentrada. Miró la diana durante unos segundos y cogió aire. Levantó el arco y lo tensó, echando su brazo derecho hacia atrás. Permaneció así unos instantes, dejando que el sol le calentara la cara y el viento acariciara sus músculos tensos. Por fin abrió los ojos y relajó la mano derecha, dejando volar la flecha, que salió con un breve siseo. Todos vieron, con el corazón encogido por los nervios, cómo hacía una curva perfecta y empezaba a descender de nuevo. Finalmente, y para asombro generalizado, la saeta se estrelló en la parte de arriba de la diana, en la zona exterior negra.
Algunos se mostraron decepcionados; otros en cambio fueron corriendo a decir a Manolo que organizara otro campeonato, pero el monitor les dijo que se sentaran que iban a tomar el almuerzo. Mientras tanto Víctor sacaba pecho y sonreía socarronamente, aunque casi nadie le hacía caso.
Al poco llegaron el resto de chicos del campamento y los monitores empezaron a repartir batidos de chocolate, fresa y vainilla. Antes de sentarse, Ana pidió a Fran y Samuel que le acompañaran y se dirigieron al lugar donde estaba sentado el matón. Ante el asombro de sus amigos, Ana se puso de cuclillas y le tendió la mano.
-Enhorabuena, Víctor. Tienes muy buena puntería –y le mostró además una sonrisa sincera.
Víctor le miró sorprendido, pero la sorpresa duró solo unos instantes. Al momento, con cara de pocos amigos, se giró y siguió a lo que estaba haciendo, sin decir una palabra, como si nadie le hubiera dicho nada, ignorando a Ana y dejándola allí con la mano agarrando el aire.
Fran y Samuel se miraron, los ojos como platos, y ya iban a intervenir cuando Ana se encogió de hombros sin darle importancia y regresó a donde estaban. Fran la cogió por el brazo y le hizo girarse, mientras Samuel seguía caminando.
-¿Estás bien?
-¡Cómo va a estar bien! ¡Qué maleducado! ¡¿Qué les pasa a estos humanos?! ¡Encima de que le ha dejado ganar!
-¿Le ha dejado ganar?
-Sí. Ha fallado adrede.
Fran supo que Ana les había oído al notar cómo su amiga se ponía rígida. Utilizó toda su fuerza de voluntad para no dirigir la vista hacia el lugar de donde provenían esas voces.
-¿Es que son así de mezquinos todos los humanos?
-Por supuesto que no, Nathaniel. Aquí mismo tienes dos casos distintos. Ella tiene buen corazón, ¿no?
Las voces siguieron hablando, pero alejándose cada vez más. Cuando pasaron unos segundos y estuvo seguro de que se habían marchado, soltó el aire y se relajó. Lo último que quería ahora era retomar la conversación inacabada del instituto con Ana.
-Ahora me vas a decir que tú tampoco has oído nada… -le soltó ella a quemarropa.
Fran se giró hacia ella, su cara pálida como la nieve.
-Entonces, ¿tú también los ves?
-¿Ver? Lo más que he llegado es a oírlos alguna vez por casualidad y ver alguna sombra azul, como transparente… pero nada más. ¿Tú sí puedes verlos? –preguntó ella realmente interesada.
Fran sopesó su respuesta durante unos instantes. No sabía sí debía decir lo que sabía o no; no sabía qué pensaría Luna si contaba que la había conocido. Finalmente, en un acceso de locura, decidió dejarse llevar.
-No es solo que haya visto a los dueños de esas voces… es que hace poco hablé con uno.
Fran y Ana, que habían empezado a caminar lentamente, llegaron donde estaban sus amigos y no pudieron hablar más sobre el tema. Samuel le preguntó que por qué traía esa cara de asombro, pero ella salió del paso diciendo que era por la actitud de Víctor. Sin embargo la mirada que le echó a Fran decía claramente que no habían terminado de hablar de ese asunto.
Tras los juegos de la mañana fueron como siempre al comedor. Cuando la mayoría se estaba comiendo el postre, empezaron los primeros coros de “cotilleo”. Ésta vez fue Antón quien se subió a una silla y, después de que terminara el griterío y tras conseguir crear la expectación deseada, les dijo que el sábado habría un baile, y que todos debían llevar pareja. Muchos rieron nerviosos y a algunas se les encendieron las mejillas. Llovieron las miradas huidizas y hubo un murmullo general por toda la sala.
Fran posó la vista en Ana y la vio sonrojada. Entonces siguió su mirada y comprobó que Samuel también estaba azorado, frotándose las manos un tanto nervioso.
-Por otro lado, vamos a poner un buzón de sugerencias en el patio central. Al lado habrá papel y bolígrafos. Cuando queráis, podéis escribir notas a la gente. Si queréis las firmáis y si no pues que sean anónimas.
-¿Para qué? –dijo una niña unas mesas más adelante.
-Para decirle algo a quien queráis –sonrió Andrés-. Por ejemplo: “Andrés, me encanta tu corte de pelo”. O “Laura, me ha encantado conocerte”. O “Ana, quiero que vengas al baile conmigo, firmado Samuel” –se oyeron varias risas en el comedor-. Siempre os las daremos después de cenar, pero tenéis que poner bien claro a quién van dirigidas porque si no es un lío.
Ana agachó la cabeza y se deslizó un poco en su asiento, como si tratara de ocultarse debajo de la mesa. Samuel sonreía tímidamente. En cuanto a Fran, se revolvió incómodo en su sitio. Mientras tanto, Andrés se había marchado a la cocina.
-Mira qué chulo es –comentó Fran mientras miraba a Víctor, dando el asunto del baile por zanjado. El matón, unas mesas más adelante, estaba con los pies en la silla de enfrente, el brazo derecho por encima del respaldo de la silla de al lado y llevándose cucharadas de natilla a la boca.- Estaría bien que se le cayera y se manchara los pantalones, o la camiseta, o todo él...
Todos se volvieron hacia el matón, que justo en ese instante se giró y los miró. Así según estaba, extendió el puño hacia ellos y les levantó el dedo corazón. Después les dio la espalda. Lejos de sorprenderse, los cuatro sacudieron la cabeza y no le dieron importancia. Sólo era otro gesto más de desprecio.
Como le veían de perfil, los cuatro fueron testigos directos de lo que pasó a continuación y pudieron ver, desde la distancia, cómo el contenido de la taza que tenía en frente voló rápidamente hacia su rostro, que empezó a chorrear natillas de vainilla hasta caer en su camiseta. Los pocos que vieron lo que sucedió, incluidos los chicos de su mesa, se quedaron boquiabiertos. Se hizo un silencio repentino que se fue extendiendo mesa a mesa y todas las miradas fueron en su dirección. Entonces, Víctor se dio la vuelta y se quedó mirando a Fran fijamente, como si no hubiera nadie más en el comedor.
Se levantó de un salto y se quedó parado, apuntándole con un dedo.
-¡Has sido tú!
Nadie dijo una sola palabra. Todos miraban extrañados a Fran y cambiaban el sentimiento a miedo cuando veían la cara manchada de Víctor.
El silencio fue roto finalmente por Tere, la monitora, que en ese momento hablaba con una niña pequeña para que se terminara el segundo plato.
-¿Qué ha pasado? –y entonces vio a Víctor con la cara llena de natillas señalando a Fran, tres mesas más atrás.
-Sucede que no sabe usar una cuchara y me echa la culpa a mí –respondió Fran fríamente. El eco de su propia voz en el comedor, el saber que todo el mundo estaba pendiente de aquella escena, lejos de avergonzarle, le dio valor-. ¿Y cómo se supone que lo he hecho, si estoy a ocho metros de ti?
El matón apretó los puños y se puso hecho una furia. El rojo de la piel asomaba por los huecos en que no resbalaban chorros de natillas. Salió al pasillo en dirección a la salida del comedor y, antes de que desapareciera por la puerta con Tere pisándole los talones, se empezaron a oír las primeras risas de los niños pequeños, inconscientes de que Víctor pudiera tomar represalias.
-Está mal de la cabeza –dijo Samuel, cuando volvió el ruido habitual del comedor y reanudaron la conversación. Lucía movió la cabeza afirmativamente, sin hablar, pero Ana miró a Fran con un brillo peculiar en los ojos. Él, con cierto orgullo, sonrió casi imperceptiblemente.
Finalmente Tere, que ya había regresado de hablar con Víctor y no sacar nada en claro, les dijo que podían salir. Tenían una hora libre por delante y los cuatro quedaron en el sitio de siempre, en una sombra generosa en el campo de fútbol para jugar a las cartas.
-Id delante –dijo Ana-, que voy a lavarme los dientes.
-Lo mismo digo –repuso Fran.
Samuel y Lucía se fueron hacia el sitio acordado y Ana entró en su habitación, sin embargo Fran permaneció allí, una vez que se aseguró de que no le veían. Saludó a Gus que iba corriendo junto a unos cuantos chicos de su edad y con un balón de fútbol sala en las manos y esperó a que Ana saliera de la habitación, pues lo que quería hacer requería que estuviesen solos. Su corazón latía deprisa solo de imaginárselo. Él mismo se preguntaba qué pensarían de él sus compañeros de clase, y sobre todo Pedro, si le vieran ahora, a punto de invitar a Ana al baile del campamento.
Finalmente ella salió y al verle allí esperando le sonrió. Se acercó y se quedó con los brazos cruzados.
-A ti te quería ver yo a solas… -comenzó, y por unos segundos Fran pensó que se iba a adelantar y le iba a decir que si quería ser su pareja de baile.- ¿Has tenido algo que ver con lo de antes?
Fran arqueó una ceja, confundido.
-Parece que la gente se ha tomado eso de las natillas como algo muy normal, pero yo no, sobre todo conociéndote. Vi cómo las natillas volaban desde la taza de cristal, sin que nada ni nadie las tocara. ¿Tiene algo que ver con la conversación que tenemos pendiente?
Decepcionado por pensar que ella iba a invitarle, se recompuso y meditó unos instantes. ¿Debería decírselo? ¿Lo que eran esos seres? ¿Lo que él sabía hasta ahora? Al fin y al cabo Ana también les oía alguna que otra vez. Quizá si compartieran todo lo que sabían conocerían más sobre ellos.
-Dijiste que hablaste con uno. ¿Qué te contó? –quiso saber.
-Bueno, sólo cruzamos un par de frases.
-No…
-¿Y qué te dijo? ¿Sabes lo que son? –insistió Ana.
-No le cuentes nada, Fran… –dijo una voz en su oído-. Es nuestro secreto…
Fran no volvió la cabeza; sabía de ante mano que no vería nada. Pero la sentía a su lado, susurrándole. Sabía que Luna estaba ahí mismo, junto a ellos. ¿Qué debía hacer? ¿Mentir a Ana? ¿O contarle la verdad sobre ellos? Como Fran no respondía, Ana tomó la palabra.
-Fran, te voy a decir algo que no he contado nunca a nadie. Sólo intenté decírselo a mi padre y me dijo que estaba bien, que era normal estar triste, pero que esas cosas no eran reales. Verás… es sobre mi madre y el accidente de coche.
-Si no quieres hablar está bien –le cortó Fran, incómodo por hacerla recordar ese momento.
-Tranquilo. No hay un solo día que no la eche de menos, pero ya he superado lo peor. Además sé que está a mi lado, en cada cosa que hago, y por eso me gusta portarme bien y ser buena persona, porque sé que ella lo ve y está feliz.
-Es un bonito pensamiento.
-Hace dos años –continuó Ana mirando por encima del hombro de Fran, con la vista perdida en los bosques-, cuando tuvimos el accidente, pasó algo extraño. El coche volcó y quedamos atrapadas. Me quité el cinturón y me arrastré hasta el asiento delantero. Mi madre tenía sangre en la cara, pero estaba despierta y miraba el espejo retrovisor. Estábamos en mitad de la carretera y tenía miedo de que apareciera algún coche y nos chocara por detrás. Yo me había dado un golpe en la cabeza y veía las cosas borrosas. Aun así intenté desabrocharla, pero el cinturón estaba atascado. Entonces apareció una luz azul por el lado de ella. Vi unos brazos como transparentes, que intentaban soltar a mi madre. Entonces ella se volvió hacia la luz y habló a esa persona… o lo que fuera. Yo no podía verla porque mi madre estaba en medio, pero sí oí lo que dijeron.
>>Mi madre le dijo que se olvidara de ella; que me salvara a mí. Y aquel ser, con voz de mujer, le respondió que yo no era su obligación, que estaba ahí para salvar a la madre, no a la hija. Entonces mi madre agarró su brazo y le dijo que si no tenía hijos, que si no conocía el amor de una madre. Después le dijo que si no iba a salvarme a mí, que no se molestara en salvarla tampoco a ella.
>>La luz desapareció del lado de mi madre y apareció por mi puerta. Ésta se abrió y una mujer rubia, muy guapa, apareció ante mí. Me sacó de allí, me cogió en brazos y llevó hasta la cuneta. La vi volver al coche. Llevaba un vestido largo, algo parecido a una túnica, pero había algo raro. Tenía una especie de chepa, porque le noté dos grandes bultos a la espalda, bajo la ropa. Justo entonces me desmayé.
Ana agachó la cabeza y comenzó a llorar en silencio. Sin saber muy bien qué hacer, sintiendo parte del dolor de su amiga como suyo, Fran le puso una mano en el hombro y apretó afectuosamente.
-Lo siento mucho –dijo.
Ella se secó las lágrimas y levantó la vista. Tenía los ojos enrojecidos.
-No sé si habrás oído en clase lo que pasó después –continuó-. Apareció otro coche tras la curva donde nos estrellamos, y se chocó contra el nuestro, por el lado del conductor. –Hizo una pausa y miró a Fran a los ojos-. Mamá no sufrió. Eso es lo que me contó papá al menos, y yo le creo.
>>Desde ese día empecé a oír a estas personas. A veces incluso veo una especie de luz azul que desaparece al segundo. Al principio creí que estaba loca, y luego aprendí a vivir con ello. Entonces este año me di cuenta de que cuando yo los oía, tú también parecías darte cuenta de que ahí había algo. Aunque no lo he notado hasta hace poco, terminando el curso. ¿Sabes qué son?
Fran casi no había oído las últimas palabras de su amiga. Toda la culpa que sentía había aflorado a la superficie de golpe y no podía ni concentrarse en lo que escuchaba. Miró a Ana tan arrepentido que hasta ella lo notó.
-Lo siento mucho. Siento haber sido un imbécil y haberte tratado mal durante todo este año.
-Bueno, tú nunca me has cantado esa horrible canción…
-Pero tampoco te he defendido cuando se metían contigo y no he intentado conocerte. Lo siento mucho. He sido un idiota. Pero eso va a cambiar a partir de ahora. Eres una chica guay y… y tú…
-¿Sí?
-Tú… tú eres mi amiga.
-Muchas gracias, Fran. De verdad. –Ana sonrió con verdadero alivio.
-Gracias a ti, por dejarme ser tu amigo.
-Salimos los dos ganando –concluyó ella, sonriendo-. Bueno, entonces… ¿sabes qué son?
Fran tardó unos instantes en saber a qué se refería. Abrió la boca para responder y de nuevo notó el roce del aliento en su oreja.
-Si lo dices no podré volver a verte…
Con gran pesar y disgusto, Fran respondió a su amiga:
-No. No sé qué son.
El resto del día transcurrió sin incidencias. Juegos, talleres y muchas, muchas risas. Gus apareció muy contento y le dijo a Fran que ya tenía pareja para el baile. Lucía comentó que a ver si el hermano mayor tomaba nota y Fran terminó colorado hasta las orejas. En cuanto a Víctor, se mantuvo alejado de todos ellos, aunque les miraba con un desprecio visible y de vez en cuando comentaba cosas con sus secuaces cuando coincidían todos en algún lugar.
Después de la cena, repartieron los mensajes que había en el buzón del patio principal y, tras ello, hicieron una gymkhana nocturna. Tuvieron que ir en grupos a buscar pistas por el campamento ayudados de la luz de las linternas y las luces frontales. Con un cansancio generalizado se fueron a acostar con un par de canciones tranquilas y Antón comentando por megafonía que si pillaban al niño o niña que se había estado haciendo bocatas con las flores de la entrada, le pondría a lavar platos hasta el final del verano.
Finalmente todo el campamento cayó en un profundo sueño, y los únicos ruidos que se escucharon fueron los ocasionales gruñidos de los animalillos nocturnos y los ronquidos de los chavales.
El sueño de Fran estaba siendo ligero y muy, muy vívido.
Soñaba con el campamento y con lo que habían hecho justo ese mismo día. Rememoró el episodio de las natillas y la conversación con Ana. Soñó también con que se había quedado con ganas de invitarla al baile. Después revivió el juego nocturno, cómo repartieron puntos, y como se fueron a lavar los dientes y a acostar. Y finalmente se vio a sí mismo tumbado en la cama, a oscuras, durmiendo apaciblemente. Algo le tocó el hombro una vez, otra vez más y finalmente una tercera vez, hasta que, dentro del sueño, abrió los ojos y miró a su derecha. Entonces vio un resplandor azul de pie junto a su cama y, aunque poco a poco la imagen fue cogiendo nitidez y perdiendo luminosidad, no le hacía falta verla bien para saber que se trataba de Luna. Todavía adormilado, sonrió al verla. Después notó una corriente de aire y se echó la sábana por encima. Se giró y quedó mirando hacia el armario, placenteramente dormido. Todo parecía real y una parte de sí mismo pensaba que estaba despierto.
¿Y si no es un sueño?, dijo esa voz dentro de su cabeza.
Haciendo un soberano esfuerzo, abrió los ojos. Estaba de lado, dando la espalda al pasillo central, donde supuestamente estaba Luna en la imagen de su sueño. Poco a poco se fue dando la vuelta y se encontró con unos ojos que le miraban fijamente.
Se pegó un susto y se enderezó muy rápido, golpeándose la cabeza contra la cama de arriba. Por suerte su hermano se limitó a gruñir y cambiar de posición, haciendo rechinar los muelles de la litera.
-Sshhh… -le advirtió la oscura figura, con un dedo en los labios. La luz que la envolvía era muy suave; de otro modo, hubiera podido despertar a alguien.
Fran se quedó callado, sin saber qué decir. Entonces ella le miró sonriente y le indicó con un gesto que la siguiera. Fran vio la sonrisa dentro de la silueta oscura y reconoció a Luna.
Sin muchas más opciones donde elegir, salió de la cama, cogió las chanclas con la mano y atravesó el pasillo de puntillas, siempre tras la estela de la chica. Al llegar a la puerta, fue ella quien la abrió y no emitió ni un solo ruido. Se giró y guiñó un ojo a Fran, que estaba boquiabierto, pues sabía de sobra que esa puerta gritaba, literalmente, cada vez que la empujaban.
-Como me pillen me la cargo… -le susurró.
Ella le sonrió e hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
Salieron del edificio sin llamar la atención y atravesaron el patio principal, siempre vigilando que no hubiera algún monitor despierto. De todos modos Fran había mirado el reloj antes de salir y había comprobado que eran las tres de la madrugada; no era probable que alguien estuviera todavía por ahí. Ni siquiera Antón andaría despierto a esas horas.
Salieron a la calle y sólo después de dejar el comedor atrás, Fran se calzó las chanclas. La chica siguió caminando como si nada.
-¡Espera! –gritó en voz baja, pero ella no hizo caso y se perdió tras los altos setos.
Cuando Fran giró tras ellos, pudo ver cómo una luz azul se perdía camino arriba hacia el campo de fútbol de arena y apretó el paso. Al llegar allí, de nuevo por los pelos, vio perderse la luz tras la última barrera de plantas y arbustos altos que daban a la playa del lago. Echó a correr para alcanzarla y para no pensar en la amenazadora oscuridad que se cernía sobre él en ese terreno abierto.
Una vez en la playa contempló el bonito paisaje que presentaba aquella zona de noche. Los laterales eran manchas negras formadas por los árboles del bosque y la pared del acantilado. En frente se veía el lago oscuro y, justo en la mitad de la orilla, la figura del embarcadero adentrándose unos metros en el agua. La luna y las estrellas iluminaban gran parte del cielo y reflejaban su luz en la superficie, que lanzaba sus destellos en todas direcciones, aportando claridad. Sobre el embarcadero, Fran vio la figura de la chica.
Se acercó despacio, disfrutando de la visión del lago y saboreando la certeza de que por fin obtendría respuestas, tal vez el cuadro completo. Subió al embarcadero y se asustó del eco de sus pisadas sobre los maderos, algunos de los cuales estaban sueltos y golpeaban entre sí. El suave oleaje, a su vez, movía los postes. No pudo evitar pensar en la película Tiburón.
Finalmente llegó a la altura de la chica, que estaba sentada con los pies colgando sobre el agua y se situó a su lado.
Se quedaron los dos mirando al frente, sin nada que decir y sin embargo no era un silencio incómodo. Ambos sabían que en el momento en que empezaran a hablar la verdad sería desvelada, así que no había prisa alguna. Era de noche, nadie sabía que estaban ahí y, en el caso de Fran, por muchas preguntas que tuviera, tampoco sabía cómo romper el hielo. Al final se limitó a decir lo primero que se le vino a la cabeza: su nombre.
-Luna…
Ella se giró, le miró a los ojos y sonrió. Después volvió a posar la mirada en el oscuro lago.
-Sí, esa soy yo –respondió con su suave voz.
-Mi ángel de la guarda…
-Exacto.
Se hizo de nuevo el silencio. Se oyó un aullido en la lejanía y Fran se preguntó si habría lobos en la sierra o sería el perro de algún guarda forestal o de alguna casa de campo. Desechó esos pensamientos de la cabeza y trató de ordenar sus ideas. El misterio de las semanas pasadas estaba ahora a su lado, dispuesto a hablar y él no sabía qué decir.
-¿Por qué... por qué yo? Quiero decir, ¿por qué puedo verte? –y entonces, sin previo aviso, todas las preguntas sin respuesta acudieron a su mente-. ¿Por qué solo os podemos ver algunos? ¿Por qué has tardado tanto en mostrarte? Y, ¿sois muchos? ¿Dónde estáis? ¿Dónde vivís? ¿Sois… transparentes? Quiero decir, ¿por qué estás siempre rodeada de una luz azul?
Luna se tapó la boca con la mano y dejó escapar una risita.
-Bueno, hazme las preguntas una a una y te las responderé.
-Vale. –Fran se tranquilizó, respiró hondo y volvió a hablar-: ¿La gente os ve?
-Casi nadie. Muy pocos pueden.
-¿Y entonces yo?
-Cuando un ser humano tiene un contacto directo con un ángel y en una situación límite, digamos que se vuelve más… susceptible. Ve más cosas, cosas que antes no veía. Está más atento al mundo que le rodea. Y aún así es sólo a veces.
-¿Y por qué tu nombre en el espejo? ¿O el encuentro hace dos días en el río? ¿O las veces que has estado por ahí dejando un rastro azul, como cuando moviste el boli de mi mesa, o tocaste el balón en el parque de mi barrio?
-No sabía cómo te lo tomarías. Pensé que era mejor mostrarme poco a poco.
-¡Pues vaya! Si vieras la que montamos para saber quién eras… ¡hicimos la ouija en mi desván!
-¡Ya lo sé! –exclamó Luna, y Fran la vio por primera vez agitada-. ¡A quién se le ocurre! No sabéis lo peligroso que es eso. Se pueden dejar canales abiertos y algún espíritu maligno puede quedarse en vuestra casa. A veces vienen espíritus buenos, almas de difuntos que están perdidas vagando por el mundo hasta que las encontramos y las llevamos al Gran Árbol, pero la mayoría de las veces hacer eso –dijo marcando la palabra- sólo trae problemas.
-¿Gran Árbol? –quiso saber Fran.
-Sí, en plural realmente, porque hay varios por todo el mundo. Bueno, mejor será que vayamos por partes. Ya te explicaré qué es eso.
-Entonces, ¿puede haber posesiones haciendo la ouija? –quiso saber Fran, al recordar lo que le había pasado a Gus.
Luna le miró directamente a los ojos y Fran pudo ver cómo se le dilataban las pupilas debido al impacto de sus palabras.
-No… -dijo pensativa-. Nuestra mitología habla de que sólo un demonio puede poseer a un ser humano. Pero eso no puede ser; son solo historias. Los demonios no existen. ¿Pasó algo? –preguntó, temiéndose lo peor.
-Bueno… más o menos. ¿Tú no estabas allí?
-No. Los ángeles de la guarda no estamos siempre con vosotros. También dormimos y comemos y tenemos otras necesidades; otra vida paralela. ¡Además, si hubiera estado allí os hubiera impedido hacerla!
-Verás –dijo Fran con cierto titubeo-, hicimos un círculo de protección, y al principio no pasaba nada, hasta que algo empezó a hablar con nosotros. No entendimos el nombre. Mi hermano Gus se salió del círculo y aquella cosa se metió dentro de él… -se estremeció sólo de recordarlo-. Hablaba a través de él, y se le pusieron los ojos con una luz roja muy rara.
Por primera vez desde que había empezado a verla, Fran comprobó cómo la cara de Luna abandonaba la sonrisa permanente y se transformaba en una mueca de incredulidad.
-¡Estáis locos! ¡Podría haber pasado cualquier cosa! ¿Qué sucedió después?
-Echamos sal en el tablero y se quemó. Entonces lo que estaba dentro de mi hermano desapareció.
-Yo… ¿seguro que fue así? Las posesiones es algo que nos cuentan para meternos miedo si no nos portamos bien. Pero no puede ser, los demonios no existen –insistió ella.
-Pues te lo cuento tal y como pasó.
-Suponiendo que fuera cierto –admitió Luna-, fue una auténtica locura. Cuando una persona es poseída se queda así hasta que lo que se ha metido dentro quiera marcharse. Y mientras tanto la persona no tiene voluntad propia; hace lo que quiera el espíritu, porque un demonio no puede ser. Sería algún espíritu poderoso… El caso es que quien está poseído puede hacer cosas buenas o malas; dar su dinero; robar un banco; maltratar animales; provocar daños a sus seres queridos... Cosas muchísimo peores que no quiero ni decir.
Fran sintió un escalofrió recorrer su columna vertebral. Luna volvió a mirar en dirección al lago y se quedó en silencio. Él pudo comprobar cómo arrugaba el ceño y se quedaba pensativa.
-Supongo que por eso no lo supe. Las fuerzas oscuras a veces anulan los buscadores y otros objetos angelicales.
-¿Buscadores? –repitió él despacio, marcando las sílabas.
-Sí. Un buscador es un objeto que une al ángel de la guarda con su custodiado; es decir, con el humano al que protege. El buscador se ilumina cuando la persona está en peligro, pero no son infalibles. A veces no funcionan si hay poderes oscuros muy fuertes alrededor. Supongo que por eso tu buscador no se activó. Me pregunto qué tipo de espíritu poseyó a tu hermano como para anular mi buscador…
-¿Lo tienes ahí? –dijo Fran, curioso-. ¿Puedo verlo?
Luna tomó una finísima cadena de oro de su cuello y la sacó de debajo de su túnica. De la cadena pendía un extraño colgante: un diente.
-¿Un colmillo? –dijo Fran decepcionado-. Creía que sería una piedra preciosa o algo más molón.
-Créeme, es molón. Cada vez que estás en peligro se ilumina…
-Salvo cuando falla –contestó con ironía.
-Sí, bueno… ¿Cómo te crees que supe lo de la fábrica? En ese momento no estaba a tu lado, pero vi brillar el diente y vine en tu ayuda.
-Por cierto, gracias de nuevo, Luna. Por lo de la fábrica, digo.
Ella volvió a sonreír. Hubo un chapoteo cercano y ambos pudieron ver fugazmente la brillante superficie del costado de un pez cayendo de nuevo al agua tras el salto. Fran cambió de posición y se sentó como los indios, mirando de frente al ángel.
-¿Qué pasó allí? ¿Qué hiciste para que salieran corriendo? Porque tú no das miedo.
-Bueno, no te di miedo a ti. Pero que se aparezca una chica con túnica, medio transparente en mitad de la oscuridad en una fábrica abandonada, es algo que normalmente da miedo. Además –añadió, sonriendo pícaramente-, trate de poner cara de fantasma: los ojos en blanco, la boca abierta, los brazos extendidos…
Fran se quedó pensativo y sin preguntas que hacer en ese momento. Recordó entonces las voces y los ruidos que había escuchado en su instituto, y se le ocurrió preguntar por aquellas otras presencias. Luna tomó aire y empezó a explicárselo como si ella fuera la maestra y él un alumno interesado en la lección.
-Oíste voces en tu instituto y las oirás en muchos más lugares. Los ángeles de la guarda, como tenemos que estar protegiéndoos y también viviendo nuestras vidas, tenemos que organizarnos el tiempo mejor. Vamos al colegio, sí, pero vamos cada uno al colegio donde está su custodiado, así matamos dos pájaros de un tiro: aprendemos de nuestros profesores ángeles y cuidamos de las personas que tenemos a nuestro cargo.
Fran la oía hablar así y se quedaba admirado de la madurez que demostraba Luna. Parecía tener su misma edad, pero explicaba las cosas como si fuera mucho mayor que él. Quizás tener a alguien bajo tu responsabilidad, una mascota, un hijo, alguien a quien proteger, te hacía crecer.
-Entonces esas voces pertenecían a ángeles que iban al instituto a aprender y de paso a echar un ojo a los seres humanos bajo su cargo –razonó Fran.
-Así es.
-Y… ¿cuántos años tienes?
-También trece.
-Y… ¿todas las personas tienen ángeles de la guarda?
-No. No todas.
-¿Gus tiene? ¿Y mis padres? –preguntó él rápidamente, preocupado.
-No… -respondió ella suavemente-. Ninguno de ellos.
Fran agachó la cabeza, algo triste. Pensó que una persona podía llevar una vida totalmente normal sin necesidad de tener un ángel de la guarda, pero al fin y al cabo era una ayuda que no venía mal.
-Y…
-Y nada más –le cortó Luna, poniéndose en pie-. Tengo que irme. Otro día seguimos hablando, o al menos eso espero.
-¿Por qué? ¿No vas a volver? –preguntó Fran, alarmado.
-Porque no es algo que esté bien visto entre los ángeles.
-¿El qué? ¿Hablar con nosotros? –le interrogó.
-Sí.
-¡Pero si tenéis que protegernos!
-Es algo complicado de explicar –se excusó ella.
-Entonces, ¿por qué hablas conmigo?
Luna comenzó a andar por el embarcadero sin responder. Cuando llegó a la orilla y Fran la alcanzó, todavía quedaba algo de rubor en sus mejillas y respondió sin mirarle a la cara.
-Curiosidad. –Y rápidamente añadió:- Venga, te acompaño a la habitación.
Deshicieron el camino y volvieron bajo la luz de los astros en el oscuro cielo a la acogedora calidez del patio central. De nuevo Luna abrió las puertas para él y lograron entrar en su habitación sin hacer un solo ruido. Finalmente miró a Fran y le susurró:
-Seguro que verás más cosas de mi mundo cuando yo esté cerca de ti. Es como si mi presencia te hiciera desarrollar más los sentidos. No te asustes y, sobre todo, no des señales de que les ves. Porque yo me podría meter en un lío muy grande y, sobre todo, porque no les gusta nada saber que un humano puede verles –dijo, alzando la cabeza hacia el techo.
Fran siguió su mirada y se quedó helado. Aquella imagen ya le era familiar. Había visto algo parecido en su clase en el instituto, sólo que en aquella ocasión pensó que se trataba de una alucinación. Ahora sabía que había sido real. El techo de la habitación de Los Halcones estaba lleno de camas. Camas que no eran sino nubes rectangulares envueltas en un halo azul y que, por supuesto, desafiaban la ley de la gravedad. Alrededor de la mitad de ellas estaban libres, pero el resto estaban ocupadas por chicos de más o menos su edad, pero ligeramente traslúcidos y con expresiones, nunca mejor dicho, angelicales. Estaban boca abajo, de cara al suelo, pero no caían. Ni siquiera los faldones de sus sábanas de lino colgaban en el vacío. Era como si la habitación estuviera atravesada a media altura por un espejo que reflejara dos salas simétricas, con el mismo número de camas arriba y abajo. Sin contar, claro está, con que los chicos de abajo eran seres humanos y, los de arriba, ángeles.
Fran se volvió pero Luna ya no estaba. Sin darle más importancia, dividido entre los extremos de saltar de alegría por tener un ángel de la guarda y ante el miedo de volverse loco, se dirigió hacia su cama, dudando de si dormiría durante el resto de la noche. Tenía mucha información que procesar. A medida que avanzaba, notaba cómo la visión de los ángeles en el techo iba perdiendo consistencia, hasta que desapareció del todo cuando llegó a su cama. Sólo cuando Luna está a mi lado, se recordó.
Subió el primer peldaño de la litera y se asomó para echar un vistazo a su hermano. Dormía plácidamente, ajeno, como el resto del mundo, a la aventura que acababa de vivir. Bajó a su cama, se arropó hasta la cintura y cerró los ojos.
Los ángeles existen…, suspiró. Me va a costar mucho acostumbrarme a esto…
***
Mientras tanto, en otro lugar…
La sombra acude de nuevo a hablar con su maestro. Atraviesa la ciudad ruinosa, iluminada solo por las antorchas sembradas por la calle principal y se dirige al edificio más imponente de todos: la catedral. Empuja los grandes portones, cuyo sonido al deslizarse helaría la piel de cualquier humano y penetra en el lóbrego interior. Se aproxima a la pila bautismal en el cruce de los brazos y observa sonriente la decoración, que nada tiene que ver con los motivos religiosos que contenían las que se construyeron en el Renacimiento. Mientras unas alababan el Reino de los Cielos, este edificio impío estaba sobrecargado con esculturas de demonios, ángeles oscuros y demás criaturas de la noche.
Como muchas otras veces antes, la sombra se asoma a la pila y mira el oscuro líquido fijamente, a la vez que pronuncia unas palabras en un lenguaje arcano, extinto ya hace milenios.
-Antke miserum pandemonia, ich ruine ièttáni est.
En algún lugar, una gotera corta regularmente el pesado silencio.
Empiezan a formarse ondas en el agua hasta que asoma un rostro conocido, una de las siete caras del maestro. Indistintamente, al final todos se asomarán a la pila desde el otro lado.
-¿Qué noticias traes?
-Hemos perdido al hermano pequeño. Ha olvidado el día en el que abrieron el canal con el tablero. Están en un campamento humano y vuelve a ser feliz. No hay oscuridad que se pueda extender dentro de él ahora.
-¡Debemos tenerle! –ruge el sexto rostro, el que carece de rasgos faciales, porque parece tener una bolsa de piel adherida-. ¡Debe ser él!
La sombra retrocede instintivamente unos centímetros.
-Después de lo sucedido, no creo que vuelvan a practicar con el tablero.
Un rostro nuevo aparece al otro lado del agua de la pila bautismal y habla:
-Hay que encontrar la forma de volver a sembrar la oscuridad en él. Miedo, tristeza, odio, rabia, envidia… sobre todo miedo u odio. Debemos inundar su corazón de sentimientos negativos y prepararle para albergar una mente oscura que le posea.
-Odio… miedo… -repitieron varias cabezas a la vez.
La sombra se lleva una mano huesuda al mentón y cavila durante unos segundos.
-Tengo un plan, maestro –dice finalmente, saboreando macabramente la idea que ha tenido.
El rostro en el que dominaban dos cuernos y dos ojos rojos como la lava toma la posición frente al canal y habla:
-Hay que actuar ya. No podemos perder más tiempo. Confío en ti, sombra. Una vez fuiste humano y conoces el lado oscuro de los corazones. Hónrame, asesino, y serás recompensado. Sírveme bien, fraticida, y tu reino será restituido. Pero si me fallas el castigo será mil veces peor que el de las incautas almas que solían caer en mis garras…