DE SACAMUELAS A ODONTÓLOGO
A UN SACAMUELAS
Oh tú, que comes con ajenas muelas,
mascando con los dientes que nos mascas;
y con los dedos gomias y tarascas
las encías pellizcas y repelas.
Tú, que los mordiscones desconsuelas
pues en las mismas sopas los atascas,
cuando en el migajón corren borrascas
las quijadas que dejas bisabuelas.
Por ti reta las bocas la corteza,
revienta la avellana de valiente,
y su cascara ostenta fortaleza.
Quitarnos el dolor, quitando el diente
es quitar él dolor de la cabeza
quitando la cabeza que le siente.
Este maravilloso soneto de Quevedo —no podía ser de otro— está escrito, naturalmente, en tiempos en que la obra máxima del arte odontológico consistía en extraer molares. Ahora el soneto llevaría un estrambote.
Y es que, ¡válgame santa Apolonia, patrona de dentistas y sacamuelas!, ¿quién no tiene un poquito de inquina contra estos torturadores espantables, inquisidores modernos, chequistas de la medicina y gestapos de las humanas encías? Por desgracia he tenido que recurrir a ellos y sé lo que me digo, aunque también sé que no es suya la culpa sino de mi maldita caries. A cada uno lo suyo.
Mi dentista es amigo mío desde hace años —tan amigo que pienso regalarle este libro— y cada vez que le visito —como cliente es natural— olvido que es mi amigo. Se me aparece como una pesadilla. No sé si los lectores se han fijado en que las antesalas de los dentistas son las peores que existen. Es conocida la siguiente anécdota.
Un caballero correctamente vestido entra en un establecimiento de compra y venta de libros.
—¿Qué desea, señor? —pregunta amablemente el tendero.
—¿Tiene alguna revista ilustrada de hace tres o cuatro años? Acabo de instalar un gabinete de odontología.
Creo que este sistema de las revistas, tan corriente en las antesalas de los dentistas, se emplea como comienzo de una anestesia especial. Si se ha tenido la desgracia de tener que esperar durante más de cinco minutos, es seguro que se entra en la sala de tortura medio atontado y narcotizado.
Según el ya tantas veces citado libro El porqué de todas las cosas los hombres padecemos más que las mujeres de achaques de dentadura por tener más dientes las bocas masculinas que las femeninas.
—¿Por qué tienen los hombres más dientes que las mujeres?
—Porque tienen más calor natural, mejor sangre. Y porque son más perfectos que las mujeres.
El mismo libro nos resuelve muchos problemas curiosos:
—¿Por qué nos crecen los dientes y no crece otro hueso ninguno?
—Porque como se gastan, se acabara si no crecieran.
—¿Por qué reconocen (sic) los dientes y no renacen los demás huesos, si una vez se quitan?
—Porque los dientes los engendra el húmedo natrimental, que de día en día se renueva. Los demás huesos se engendran del radical en el vientre de las madres y no necesitan de renovarse.
—¿Por qué los animales que tienen cuernos no tienen dientes en las encías de arriba de la boca?
—Porque pasa a ser cuerno lo que había de ser diente.
—¿Por qué nacen muchos animales con dientes?
—Porque los han de menester luego que nacen y porque es tan activo el húmedo radical que suple en la matriz lo que había de hacer después el nutrimental. Y de esto nace que nacen muchos niños con dos dientes y algunos más.
—¿Por qué tienen corta vida los que tienen los dientes ralos?
—Porque en esto se conoce la falta de virtud generante, pues fue tan débil y flaca que no puede darles cuerpo bastante; y por lo débil se infiere que no puede durar mucho.
—¿Por qué no tienen dientes las aves?
—Porque se reduce a pico lo que había de ser dientes.
Contra el dolor de muelas y de dientes el pueblo se encomienda a santa Apolonia o Polonia. Tal costumbre data de tiempo inmemorial. En las más antiguas efigies de la santa aparece ésta con el atributo que la caracteriza: una o más piezas molares amén de unas gigantescas tenazas.
En el capítulo VII de la segunda parte del Quijote se alude a santa Apolonia. En el paraje al que aludo el ama solicita del bachiller que persuada a su señor para que deje el desvariado propósito de una tercera salida:
«—Pues no tenga pena —respondió el bachiller—, sino váyase en hora buena a su casa y téngame aderezado de almorzar alguna cosa caliente, y de camino, vaya rezando la oración de santa Apolonia, si es que la sabe; que yo iré luego allá y verá maravillas.
»—¡Cuitada de mí! —replicó el ama—. ¿La oración de santa Apolonia dice vuesa merced que rece? Eso fuera si mi amo lo hubiera de las muelas; pero no lo ha sino de los cascos».
Según Rodríguez Marín la oración de santa Apolonia sería probablemente la siguiente:
A la puerta del cielo
Polonia estaba,
y la Virgen María
allí pasaba.
—Polonia, ¿qué haces?
¿Duermes o velas?
—Señora mía, ni duermo ni velo:
que de un dolor de muelas
me estoy muriendo.
—Por la estrella de Venus
y el Sol poniente
por el Santísimo Sacramento
que tuve en mi vientre
que no te duela más ni muela ni diente.
El refranero popular posee abundancia de proverbios referentes al cuidado de la boca: casi todos vienen a simplificar el problema:
Al que le duele la muela, que se la saque.
Aunque duela, saqúese la muela.
Otros indican la fealdad de las encías desiertas:
Caras sin dientes hacen muertos a los vivientes.
Otros predican simplemente la resignación:
El amigo y el diente, aunque duelan, sufridos hasta la muerte.
El dolor de la muela no lo sana la vihuela.
Los españoles siempre hemos dado mucha importancia a los dientes; dígalo si no nuestro buen amigo don Quijote de la Mancha, que luego de su espantable lucha con los ejércitos de carneros le dice a su fiel escudero:
—Pero dame acá la mano y atiéntame con el dedo y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho, de la quijada alta, que allí siento el dolor.
»Metió Sancho los dedos, y estándole tentando, le dijo:
»—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?
»—Cuatro —respondió don Quijote—, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.
»—Mire vuestra merced bien lo que dice, señor —respondió Sancho.
»—Digo cuatro, si no eran cinco —respondió don Quijote—; porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni comido de neguijón ni de reuma alguna.
»—Pues en esta parte de abajo —dijo Sancho— no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba ni media ni ninguna que toda está rala como la palma de la mano.
»—¡Sin ventura yo! —dijo don Quijote a las tristes explicaciones que su escudero le daba—; que más quisiera que me hubieran derribado un brazo como no fuera el de la espada. Porque te" hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante».
En España el cuidado del diente es tradicional; véase si no el epigrama de Catulo contra Ignatius. En él el poeta afirma que su amigo abre mucho la boca al reír para poder mostrar sus blancos dientes:
Si Urbanus esses, aut Sabinus, aut Tiburs,
aut Transpadanus, ut meos quoque attingam
aut quilibet, qui puriter lavit denles.
(No eres ni un Romano, ni Sabino, ni Etruvio, ni ciudadano de un lugar italiano cualquiera en donde se lavan los dientes con agua pura).
Nunc Celtiber es: Celtiberia in térra,
quod quisque minxit, hoc solet sibi mane
dentem atque russam defricare gingivam.
Ut quoque iste vester expolitior dense est,
hoc te amplius bibisse praedicet loti.
(Tú eres un Celtíbero, de Celtiberia, cuyos habitantes cada mañana quitan el sarro de sus dientes con el líquido que todos han orinado. Así, pues, cuanto más blancos son tus dientes tanto más muestras la repugnante receta que extraes de tu vaso de noche).
Catulo trata con desprecio a nuestro celtíbero y afirma con orgullo latino que tal puerca costumbre no se da ni entre el transpadamus lombardo, ni el etruscus toscano, y menos todavía en el urbanus romano. Es necesario ser celtíbero para limpiarse con eso:
quod quisque minxit.
Para él Equatius es un maleducado, un grosero, un extranjero con manías:
qui huno habet morbum
y cuyas costumbres no son dignas de países civilizados.
Estrabón y Diodoro afirman, en efecto, que los españoles no sólo se lavaban los dientes con orines, sino todo su cuerpo, alegando para ello causas higiénicas.
Desgraciadamente hoy en día el lavarse los dientes es costumbre que cuesta mucho imponer en las ciudades hispanas y no digamos en los campos. ¡Las tradiciones se han perdido!