CÓMO FUE ENGENDRADO JAIME I EL CONQUISTADOR

La narración que sigue es tan novelesca que algunos historiadores la tienen por falsa. Ferran Soldevila en sus notas a las Crónicas de Bernat Desclot y Ramón Muntaner apunta la hipótesis, muy plausible, que tenga su origen en un poema anterior. Puede ser verdad, pero no quita la verosimilitud al hecho. En primer lugar, ¿no damos importancia histórica al Poema de Mió Cid, por ejemplo? En segundo lugar, ¿por qué no puede ser verdadera una relación que hubiese sido Popularizada por los juglares y trovadores? Si damos crédito a los datos que nos proporcionan los cronistas citados, ¿por qué en este caso no las hemos de creer? Sea como sea ahí va la historia.

Pedro el Católico, conde de Barcelona y rey de Aragón, era hombre muy mujeriego «molí dat a fembras», casó el 15 de junio de 1204 con María de Montpellier que, a pesar de su juventud, había ya matrimoniado dos veces, la primera con Barral, conde de Marsella, y la segunda con Bertrán, conde de Comenges, que la había repudiado por causa de parentesco.

El motivo del enlace no fue el amor sino el interés. María aportaba a Pedro los dominios extensos de Montpellier que el rey católico ambicionaba. Una vez casados el rey no hizo mayor caso de su mujer y se dedicó a otras hembras. La crónica de Muntaner nos dice «per escalfament que hac d'altres gentils dones».

Sucedió, pues, que un día el rey don Pedro fue a Montpellier y allí se enamoró de una dama por la cual gustaba y daba a conocer a todos, que estaba enamorado, o por lo menos que la deseaba, y los cónsules y prohombres de Montpellier, que lo supieron, llamaron a un caballero que era de la confianza del rey en tales asuntos y le dijeron que si les ayudaba le harían rico. El tal caballero les respondió que si no era nada que atañese a su fe de buen grado haría lo que ellos le indicasen.

—Vos sabéis —le dijeron— que nuestra señora la reina es una de las más castas y honestas mujeres que hay en el mundo y sabéis también que el rey está loco por otra mujer. Os rogamos que hagáis lo posible para convencer al rey de que ésta se encuentra dispuesta a satisfacer sus deseos pero de forma tal que nadie lo sepa, y que por ello se encontrará con el rey a oscuras en el aposento de palacio que ella misma indicará. Nosotros haremos que en vez de la tal dama la que yazga con el rey sea la reina.

El caballero se avino a todo, pues lo encontró muy puesto en razón.

—Nosotros —añadieron los prohombres— llevaremos a la reina a la habitación que hayamos designado y elegiremos doce damas honradas, las más honestas de Montpellier y doce doncellas, asimismo dos notarios y el representante del obispo, dos canónigos y cuatro reputados religiosos.

—De acuerdo.

Los cónsules y prohombres se retiraron y mandaron que durante siete días se celebraran misas y funciones religiosas para implorar del Altísimo la gracia pedida. Y así se hizo y hombres y mujeres participaron en las ceremonias religiosas rogando a Dios el éxito del asunto.

Ramón Muntaner con gran precisión añade:

—Y ¿cómo no se enteró el señor rey de que se hacían tales actos y se mandase ayunar durante una semana a pan y agua?

—Yo respondo y digo —escribe— que se ordenó por todas las tierras del señor rey que se hacía oración para que Dios pusiera paz entre el rey y la reina y les concediera el fruto deseado.

Y el rey dijo cuando se enteró de ello:

—Me place, que sea lo que Dios quiera.

Y llegó el día o, mejor dicho, la noche convenida, que era un domingo, y, cuando todo el mundo se hubo acostado, los veinticuatro hombres buenos y abades y priores y el representante del obispo y las doce mujeres y las doce doncellas con cirios en la mano, junto con los dos notarios, entraron en palacio y vieron cómo el rey se dirigía a la habitación designada en la que entró la reina. Y la habitación estaba a oscuras. El rey holgó con la reina y cuando hubo terminado entraron en la cámara todos los descritos y le dijeron:

—Mirad con quién os habéis acostado.

Y el rey, que al oír el ruido había desenvainado su espada, vio que era la reina la mujer con la que había holgado, dijo entonces:

—Ya que así es, que se cumpla lo que Dios quiera.

Y todos respondieron:

—Señor, gracias por vuestra merced.

La reina quedó al cuidado de las damas confabuladas y al cabo de un mes se comprobó que estaba encinta. Y, a los nueve meses, parió en Montpellier el más grande de los condes de Barcelona y reyes de Aragón.

He seguido, casi paso a paso, la crónica de Ramón Muntaner en la edición de Les quatre grans cróniques preparadas por Ferran Soldevila en la colección «Perenne» de Editorial Selecta de Barcelona.