62
Una semana después Paul y Gamay Trout estaban sentados en torno a una gran mesa circular en el lujoso restaurante Citronelle de Washington. Los acompañaban Rudi Gunn y Elwood Marchetti. Pidieron unos cócteles e intercambiaron anécdotas mientras esperaban a que llegaran los otros invitados.
—¿Qué va a ser de su isla? —preguntó Paul a Marchetti.
El creativo genio se encogió de hombros.
—No tiene arreglo. Y nadie puede subir a bordo hasta que estemos seguros de que todos los robots han sido limpiados. Puede llevar años. Para entonces el océano Índico habrá hundido Aqua-Terra en el fondo del mar.
—Es terrible —dijo Gamay—. Todos esos años de esfuerzos reducidos a la nada.
Marchetti sonrió pícaramente.
—Eso mismo dirá la compañía aseguradora cuando presente una demanda por infestación irreversible.
Paul miró las dos sillas vacías.
—¿Dónde están nuestros laureados amigos?
—Y benefactores de la cena —añadió Rudi Gunn.
La apuesta de Kurt y Joe había acabado en empate. Habían convenido encantados dividir la cuenta y habían dado gracias de estar vivos para hacer de anfitriones de la celebración, aunque nadie había sabido nada de ellos esa noche.
—¿Cuál es la última noticia sobre la Atormentadora de los isleños de Pickett?
—Nuestro departamento informático la ha encontrado registrando los archivos de objetos desaparecidos hace mucho tiempo —respondió Gunn—. Fue descrita como un proyecto secreto de la Segunda Guerra Mundial creado para detener las misiones banzai de los japoneses. En aquel entonces, los japoneses creían que morir por el emperador era un acto glorioso. Cuando no podían atacar usando las maniobras de flanqueo normales, realizaban cargas suicidas gritando Banzai! o Tenno Heika Banzai!, que significaba: «¡Diez mil años de reinado para el emperador!».
»La Atormentadora fue diseñada para incapacitar a la fuerza atacante y permitir a los estadounidenses capturar e interrogar a prisioneros valiosos, al tiempo que detenía la matanza sistemática que los japoneses estaban decididos a provocar entre sus filas.
—¿Por qué la máquina no fue usada durante la guerra? —preguntó Paul.
—Poco después de que el John Bury desapareciera, el Departamento de Guerra de Estados Unidos decidió que la máquina era demasiado fácil de reproducir si era capturada y que podía ser usada contra nuestras fuerzas de asalto.
—Y ahora las máquinas de la isla de Pickett están en un oscuro almacén militar acumulando polvo —añadió Gamay.
—Más o menos —contestó Gunn.
En ese momento su atención se centró en una figura alta y fuerte con el cabello oscuro y unos penetrantes ojos verdes que entró en el comedor privado.
—Por favor, no se levanten —dijo Dirk Pitt con una amplia sonrisa. Sostenía una pequeña tarjeta en la mano—. Una tarjeta de crédito de la agencia. Invita el Tío Sam.
Gamay rió.
—Kurt y Joe se alegrarán.
—¿Dónde están? —preguntó Paul.
—Justo detrás de mí —dijo Dirk, señalando hacia la puerta abovedada.
Todos se volvieron hacia la puerta cuando Kurt entró con Joe, seguidos de Leilani un paso por detrás. Las mujeres se abrazaron. Los hombres se estrecharon las manos, se abrazaron y besaron a las damas en las mejillas.
—Nos hemos adelantado a vosotros —dijo Paul, haciendo señas a un camarero para que se acercara a la mesa—. ¿Qué os apetece?
Dirk pidió un tequila blanco Don Julio con hielo, lima y sal. Joe se decidió por un Jack Daniel’s con hielo. Leilani optó por un Cosmopolitan de Ketle One, mientras que Kurt pidió un Gibson de ginebra Bombay Sapphire sin hielo: un martini con cebollitas en lugar de aceitunas.
—Bueno —dijo Dirk a Joe—, ya que eres el hombre del momento, con una estrella de oro en tu historial, enséñanos tu medalla egipcia.
Joe se ruborizó.
—No se puede ver.
—¿Qué has hecho con ella?
—Está en el cajón de los calcetines.
Gamay rió.
—Vaya, qué hombre más modesto.
Paul les mostró un periódico. Era rosa. El Financial Times, impreso en Reino Unido.
Leyó una lista de posibles consecuencias si no se hubiera evitado la tragedia. Entre ellas, se contaban un millón de muertos, hambrunas, anarquía e incluso una guerra por todo Oriente Medio si la culpa hubiera recaído erróneamente sobre Israel en lugar de sobre Jinn y su grupo de Yemen.
A esas alturas Joe estaba abochornado.
—Esta parte no le va a gustar a Joe —dijo Paul, y siguió leyendo—: «Todo esto y más fue evitado gracias a los heroicos esfuerzos del equipo de operaciones de la presa, la fuerza militar, entre los que se encontraban el mayor Edo y un estadounidense anónimo que está siendo aclamado como héroe de Egipto y que recibirá la codiciada medalla de la O del Nilo».
Gamay sacudió la cabeza.
—No es justo.
—Por lo menos le han dado una medalla —señaló Dirk sonriendo.
—¿Eso es todo lo que puede hacer el gobierno por Joe después de salvar un millón de vidas?
Leilani intervino:
—A Joe no le gusta ser el centro de atención, a menos, claro está, que esté rodeado de un grupo de mujeres guapas.
Joe rió.
—Me acabas de dar una razón para volver a Egipto.
—Bromas aparte —dijo Dirk—, si Joe no hubiera arriesgado su vida en una misión intrépida para detener la brecha de la presa de Asuán, se habrían perdido un millón de vidas a lo largo del río.
—¿Han hecho el recuento? —preguntó Rudi Gunn.
—Por lo menos diez mil —contestó Pitt despacio.
Joe parecía haberse encerrado en un caparazón de vergüenza.
—Quiero otro Jack Daniel’s con hielo. Doble, esta vez.
Durante unos instantes bebieron de sus copas sin decir palabra hasta que finalmente Paul rompió el silencio.
—¿Qué ha pasado con la fábrica subterránea de Jinn?
Dirk consultó la esfera de su reloj de buceo Doxa.
—La han volado y convertido en chatarra hace cuarenta minutos, teniendo en cuenta la diferencia horaria.
—¿Habrán penetrado las bombas aéreas lo bastante hondo en la montaña para destruir la fábrica? —preguntó Gamay.
—Pueden y la han penetrado —reveló Pitt—. Un dron disparó dos misiles. Un impulso inicial invisible desde el suelo los aceleró a casi quinientos kilómetros por hora en línea recta hacia abajo. Sus motores principales se encendieron y se aceleraron a más de tres mil doscientos kilómetros por hora. Colisionaron y abrieron un cráter de seis metros, pero no tuvieron suficiente potencia para entrar en la inmensa fábrica subterránea de Jinn.
»Así que cinco minutos más tarde lanzaron otro tipo de artefacto contra las profundas cuevas. Cuatro bombarderos B-2 sobrevolaron Yemen armados con lo que se conoce como Penetradores Masivos de Artillería: las GPU-57 de trece mil kilos, el arma anti-búnker no nuclear más potente del mundo. Las bombas están cargadas con más de dos mil kilos de explosivos metidos en una carcasa metálica de once mil kilos. Tienen tanto impulso que pueden perforar más de cien metros de tierra y roca. Cuando el polvo se asentó, toda la montaña había desaparecido. Solo quedaba un montón de arena y escombros. El equipo y el material para fabricar los microbots habían desaparecido.
—¿Y la mano derecha de Jinn, Sabah? —preguntó Kurt, consultando su reloj. Se alegraba de haberlo recuperado, a pesar de haber tenido que pagar una nueva moto de gama alta.
—Voló en pedacitos del tamaño de microbots —dijo Pitt cáusticamente.
Por fin les sirvieron la cena en una ceremonia dirigida por el chef, empezando por el salmón del mar Negro sazonado Rey Olaf. El siguiente plato era esturión ahumado, seguido de foie gras de oca y de una selección de patés de cerdo y terrina de pato.
El plato principal eran costillitas al estilo Saint Louis acompañadas de raviolis de langosta y puerros estofados con huevos fritos.
De postre les sirvieron una crepe rellena de guayaba y mascarpone. El vino tino era un Purple Angel Carmenere, y el blanco, un Duckhorn Sauvignon Blanc.
Saciados de buena comida, delicioso vino y estimulante compañía, todos se despidieron y empezaron a salir del restaurante para reunirse en una limusina extralarga que Dirk había facilitado a sus amigos para que llegaran a sus casas sin ningún percance.
Leilani se alojaba en un hotel de la ciudad, y Kurt prometió acompañarla.
Dirk lo miró un momento.
—Puede que aguantes bien el alcohol, pero si la poli te para, te multarán por conducir bebido. Te recomiendo encarecidamente que tomes un taxi.
—Eso haré —dijo Kurt.
Después de que el resto de los comensales se hubieran marchado en la limusina, un taxi paró delante del restaurante. Kurt y Leilani se arrellanaron en el asiento trasero camino del hotel de ella.
—¿Has decidido aceptar el trabajo en la NUMA que Dirk te ha ofrecido en el departamento de biología marina? —preguntó él.
En el rostro de la joven se reflejó cierta tristeza.
—Washington no es para mí. Voy a volver a Hawái, al instituto biológico de Maui.
Kurt le apretó la mano.
—Te echaré de menos.
—Yo también te echaré de menos —dijo ella—. Espero que lo entiendas.
Kurt sonrió.
—¿Cómo se llama?
Los ojos de ella se abrieron mucho por un momento, y acto seguido le devolvió la sonrisa.
—Se llama Kale Luka.
Kurt sonrió otra vez.
—Me alegro de que no estés sola.
El taxi llegó al hotel. Ella abrió la puerta y se detuvo.
—Adiós, Leilani —dijo Kurt en voz queda—. Pensaré en ti a menudo.
—Y yo en ti.
La joven se inclinó y le dio un suave beso en los labios. Luego la puerta se cerró y ella desapareció.