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Interior de Yemen

Una figura vestida de blanco se encontraba en un afloramiento rocoso que sobresalía por encima de la arena del extenso desierto de Yemen. El viento le tiraba del caftán y este producía un sonido apagado al ondear en la brisa.

Un reluciente helicóptero blanco se hallaba sobre el risco detrás de él. Una insignia verde que representaba dos palmeras datileras dando sombra a un oasis decoraba su lateral. Tres pisos más abajo estaba la entrada de una ancha cueva.

En el pasado, la cueva habría estado vigilada por unos cuantos beduinos ocultos en los riscos, pero en la actualidad había una docena de hombres con rifles automáticos a plena vista, y otros veinte más o menos permanecían escondidos.

Jinn al-Khalif se llevó unos prismáticos a los ojos y observó cómo un trío de Humvee atravesaban el desierto hacia él. Subían y bajaban por las dunas como pequeños botes cruzando las olas del mar. Viajaban en formación de flecha en dirección a él.

—Siguen el antiguo camino —dijo, dirigiéndose a una figura situada a su lado y ligeramente por detrás de él—. En la época de mi padre, habrían sido caravanas de especias y comerciantes, Sabah. Ahora solo los banqueros vienen a vernos.

Bajó los prismáticos y miró al anciano con barba que se encontraba a su lado. Sabah había sido el hombre más leal de su padre. Iba vestido con una túnica más oscura que la de Jinn y llevaba una radio.

—Haces bien en conocer sus motivos —señaló Sabah—. No les importa nada nuestra lucha. Vienen porque les prometes riqueza. Debes cumplir con lo prometido antes de que podamos llevar a cabo lo que queremos.

—¿Está Xhou con ellos?

Sabah asintió con la cabeza.

—Sí. Cuando llegue, todos los miembros del consorcio estarán presentes. No deberíamos hacerlos esperar.

—¿Y el general Aziz, el egipcio? —preguntó Jinn—. ¿Sigue reteniendo los fondos que había prometido?

—Hablará con nosotros dentro de tres días —aseguró Sabah—. Cuando le venga mejor.

Jinn al-Khalif respiró hondo, aspirando el aire puro del desierto. Aziz había prometido muchos millones al consorcio en nombre de un grupo de empresarios y militares egipcios, pero estos todavía no habían pagado un centavo.

—Aziz se burla de nosotros —dijo Jinn.

—Hablaremos con él y lo pondremos a raya —insistió Sabah.

—No —repuso Jinn—. Seguirá desafiándonos porque puede hacerlo; siente que está fuera de nuestro alcance.

Sabah miró a Jinn con expresión burlona.

—Es la respuesta al enigma de la vida —prosiguió Jinn—. Lo importante no es el dinero, ni la riqueza ni el deseo, ni siquiera el amor. Nada de todo ello me salvó cuando los bandidos invadieron nuestro campamento. Solo hay una cosa importante, ahora y entonces: el poder. El poder en bruto, el poder que arrolla. El que lo tiene manda; el que no, suplica. Y Aziz nos tiene de rodillas, pero dentro de poco volveré las tornas contra él; conseguiré un poder que jamás ha tenido ningún hombre.

Sabah asintió lentamente con la cabeza, y una sonrisa arrugó su barba.

—Has aprendido bien, Jinn. Mejor aún de lo que habría esperado. Verdaderamente superas a tu maestro.

Debajo de ellos, los Humvee estaban reduciendo la marcha hasta que se detuvieron delante de la cueva.

—Tú has sido la estrella polar que me ha guiado —dijo Jinn—. Por eso mi padre me confió a tu cuidado.

Sabah se inclinó ligeramente.

—Agradezco tus amables palabras. Ahora recibamos a nuestros invitados.

Minutos más tarde estaban dentro de la caverna, cuatro pisos por debajo. La temperatura en el interior era de veintisiete grados, que contrastaba marcadamente con los vientos de cuarenta grados que estaban empezando a soplar fuera.

A pesar del primitivo entorno, los invitados reunidos estaban sentados en cómodas sillas de oficina tras una mesa de conferencias negra. La sala que los rodeaba había sido diseñada y labrada a partir de lo que antaño fuera una cámara irregular. Ahora parecía un gran salón decorado al estilo más contemporáneo.

Delante de ellos había unas pequeñas pantallas encajadas en la mesa. Las paredes estaban llenas de ordenadores. Habitaciones ocultas situadas más allá albergaban dormitorios y estanterías con armas.

A Jinn le había costado mucho dinero transformar aquel viejo lugar de reunión de beduinos y convertir lo que era una polvorienta grieta en un cuartel general. Había resultado un proceso largo y complicado, al igual que la evolución que había experimentado su familia al pasar de ser un grupo de nómadas que comerciaban con camellos y artículos tradicionales a una empresa puntera con intereses en la tecnología, en el petróleo y en los barcos.

Atrás quedaban los camellos y el oasis que su familia había reclamado durante siglos, sacrificados a cambio de pequeñas participaciones en compañías modernas. Lo único que quedaba eran las palabras de su padre: «No debes tener compasión… Y sin el agua, solo nos quedará vagar y morir».

Jinn nunca había olvidado ese mensaje ni la necesidad de ser absolutamente despiadado para acatarlo. Con la ayuda de Sabah y de los fondos de quienes estaban reunidos en la cueva, se encontraba a un paso de asegurarse el control de las aguas de medio mundo, como su padre había controlado el oasis.

El señor Xhou entró con sus ayudantes. Sabah lo saludó y lo acompañó a su asiento. Nueve hombres importantes se hallaban presentes, entre ellos el señor Xhou, de China; Mustafá, de Pakistán, y el jeque Abin da-Alhrama, de Arabia Saudí. Suthar había llegado de Irán, Attakari procedía de Turquía, y había varios invitados de menor categoría del norte de África, de las antiguas repúblicas soviéticas y de otros países árabes.

No eran representantes de gobiernos sino hombres de negocios interesados en el plan de Jinn.

—Por la gracia de Alá, estamos otra vez reunidos —declaró Jinn.

—Por favor, ahórrese los parlamentos religiosos —dijo el señor Xhou—. E infórmenos de sus progresos. Nos ha hecho venir aquí para pedirnos más fondos y todavía no hemos visto los efectos que nos ha prometido.

La brusquedad de Xhou irritaba a Jinn, pero él era el mayor inversor, tanto en lo tocante a los fondos concedidos a Jinn como en el dinero gastado apostado por las ganancias que este había prometido. Debido a ello, Xhou estaba impaciente, y lo había estado desde el principio. Parecía deseoso de dejar atrás la fase de inversión y de entrar en la de los beneficios. Y con la negativa de Aziz a pagarles, Jinn necesitaba la financiación de Xhou más que nunca.

—Como ya saben, el general Aziz no ha podido facilitar los bienes que prometió.

—Sabiamente, quizá —dijo Xhou—. Hasta la fecha hemos gastado miles de millones y hemos obtenido grandes beneficios. Ahora tengo ochocientas mil hectáreas de desierto mongol. Si sus promesas no se hacen pronto realidad, mi paciencia llegará a su fin.

—Le aseguro que dentro de poco se verán los progresos —respondió Jinn.

Pulsó un botón de un mando a distancia, y las pequeñas pantallas situadas delante de cada invitado se iluminaron. En la pared, una pantalla más grande mostraba el mismo diagrama, una representación en color del mar de Omán y del océano Índico. Unos sectores de color rojo, naranja y amarillo ilustraban los gradientes de temperatura. Unas flechas mostraban la dirección y la velocidad de las corrientes.

—Esta es la pauta habitual de las corrientes del océano Índico basada en las medias de los últimos treinta años —explicó Jinn—. En invierno y primavera, la pauta es de este a oeste, en el sentido contrario al de las agujas del reloj. Las corrientes son empujadas por vientos fríos y secos de alta presión procedentes de India y de China. Pero en verano la pauta cambia. El continente se calienta más rápidamente que el mar. El aire se eleva y empuja el viento tierra adentro. La corriente varía, fluye en el sentido de las agujas del reloj y lleva los monzones a la India.

Jinn pulsó el mando a distancia para mostrar el cambio de pauta.

—Como saben —prosiguió—, los gradientes de temperatura y de presión empujan los vientos. Los vientos empujan las corrientes oceánicas, y juntos producen el aire seco o las lluvias monzónicas. En este caso, cubren la India y el sudeste de Asia de humedad, crean las lluvias monzónicas que riegan esos territorios y que les permiten dar de comer a su enorme población.

En la pantalla apareció una nueva animación que mostraba unas nubes avanzando sobre la India hasta Bangladesh, Vietnam, Camboya y Tailandia.

—Ya sabemos todo eso —interrumpió bruscamente Mustafá de Pakistán—. Ya hemos visto esta demostración. Mientras ellos tienen abundantes cosechas, nuestras tierras siguen secas. Las arenas de aquí también están áridas. Hemos venido a ver si ha conseguido algún cambio, ya que hemos invertido una fortuna en su plan.

—Así es —dijo otro representante.

—¿Cree que les habría llamado a todos juntos si no tuviera pruebas? —preguntó Jinn.

—Si las tiene, enséñenoslas —exigió Xhou.

Jinn pulsó una tecla del mando a distancia, y la pantalla cambió otra vez.

—Hace tres años empezamos a sembrar la plaga en el cuadrante oriental del océano Índico.

En la pantalla, un pequeño triángulo de forma irregular apareció cerca del ecuador.

—Cada año, con sus fondos, hemos sembrado más secciones. Cada año la plaga ha crecido por sí sola, según lo prometido. Hace dos años cubría el diez por ciento de la zona objetivo.

El triángulo irregular se alargó y se estiró con la corriente. Una segunda sección curvada se extendió hacia él desde el oeste.

—Hace un año llegaba al treinta por ciento de saturación.

Otro clic, otro diagrama. Las dos manchas oscuras se unieron y se extendieron a través de la curva meridional de la corriente del océano Índico.

—Sabemos que las lluvias se han vuelto menos abundantes en la India. La cosecha del año pasado fue la más escasa desde hace décadas. Este año esperarán unas nubes que no aparecerán.

Pulsó el mando a distancia una vez más. Las dispersas franjas negras habían disminuido, pero en la sección central del océano Índico había surgido un dibujo más denso y oscuro. Mediante la acción natural de las corrientes oceánicas y la manipulación de Jinn, la plaga se había concentrado en una zona conocida por los oceanógrafos como «giro», el centro del Gran Remolino. Concentrada de esa forma, produciría un efecto mucho mayor en la temperatura del agua y en el clima resultante de ella.

—Las temperaturas del agua están bajando, pero las del aire sobre el mar están aumentando y asemejándose a las fluctuaciones que se perciben sobre la tierra —explicó Jinn—. Las condiciones meteorológicas están cambiando. Está lloviendo más que nunca en las tierras altas de Etiopía y Sudán. Después de años de sequía, el lago Nasser corre el peligro de sobrepasar su capacidad máxima.

El grupo parecía impresionado. Todos menos Xhou.

—El hambre de la India no nos servirá a ninguno de nosotros —indicó el chino—. Salvando a Mustafá, que ve el país como un antiguo enemigo. Nuestra intención es tener grano que venderles cuando sus silos estén vacíos. Y eso no ocurrirá a menos que las precipitaciones experimenten un cambio correspondiente en nuestros países.

—Por supuesto —convino Jinn—. Pero no puede conseguir el segundo efecto sin lograr antes el primero. La lluvia caerá, sus tierras yermas darán cosechas, y aumentarán sus riquezas vendiendo arroz y grano a mil millones de personas hambrientas.

Xhou se arrellanó carraspeando y se cruzó de brazos. No parecía satisfecho.

—La parte científica es simple —prosiguió Jinn—. Hace seis mil años Oriente Medio, la península arábiga y el norte de África eran fértiles y no sufrían sequías. Había praderas, sabanas y llanuras cubiertas de árboles. Entonces las condiciones meteorológicas cambiaron y las convirtieron en desiertos debido a una alteración en las corrientes oceánicas y en los gradientes de temperatura de esas corrientes. Cualquier científico se lo confirmará. Estamos intentando modificar de nuevo el proceso. La primera señal de progreso se dio el año pasado. Este año será incuestionable.

El jeque Alhrama de Arabia Saudí habló a continuación:

—¿Cómo es que nadie ha visto su plaga? Seguro que algo tan grande no se le escapa a los satélites.

—El enjambre permanece bajo la superficie durante el día. Evita así que el calor penetre en las capas inferiores del mar absorbiéndolo. Cuando anochece, el enjambre sale a la superficie e irradia el calor al cielo. No hay nada que ver. Una imagen por satélite normal solo mostrará el agua del mar. Una imagen térmica mostrara una extraña radiación.

—¿Y las muestras de agua? —preguntó Xhou.

—A menos que la plaga se configure en su modalidad más agresiva, una muestra de agua parecerá a simple vista poco más que agua turbia, tal vez contaminada. A menos que sean examinados bajo un microscopio extraordinariamente potente, los microbios de la plaga son invisibles de forma individual. No hay nada que nos delate. Pero por si acaso vigilamos los barcos de investigación. La plaga los esquiva.

—No todos.

Jinn se sorprendió. Se imaginaba lo que Xhou estaba a punto de decir, pero le asombró que dispusiera de esa información. Por otra parte, para llegar a lo más alto como Xhou uno debía tener la capacidad de obtener toda la información necesaria.

—¿De qué está hablando? —preguntó Mustafá.

—Un pequeño barco de investigación nos pilló por sorpresa —explicó Jinn—. Estadounidenses. Nos ocupamos de ellos.

Xhou negó con la cabeza.

—Los estadounidenses a los que se refiere pertenecen a una organización conocida como NUMA. La Agencia Nacional de Actividades Subacuáticas.

Un murmullo recorrió el grupo, y Jinn se dio cuenta de que debía controlar rápidamente la situación. Necesitaba la siguiente cuota de fondos o toda la operación se iría al traste.

—No pudimos evitarlo —dijo—. No teníamos motivos para sospechar de un velero con tres tripulantes. No solicitaron ningún permiso ni dieron ningún aviso. Cuando nos dimos cuenta de lo que hacían, estaban a punto de descubrir la plaga. Ya habían enviado datos sobre el gradiente de temperatura a su cuartel general.

—¿Qué pasó? —preguntó el jeque.

—La plaga los engulló.

—¿Los engulló?

Jinn asintió con la cabeza.

—Cuando busca alimento, la plaga puede devorar todo lo que encuentra a su paso. Forma parte de su programa, necesario para la reproducción y su propia defensa. En el caso que nos ocupa, se activó desde aquí.

Xhou pareció enfadarse más al oír eso.

—Es usted un necio, Jinn. Cada medida que se toma tiene una reacción. En este caso, la NUMA llevará a cabo una investigación. Estarán indignados por la pérdida de la tripulación y contarán con una fuerte motivación para descubrir lo que pasó. Son famosos por su tenacidad. Me temo que puede haber despertado a la bestia.

Jinn se puso furioso; no soportaba que lo trataran de esa forma.

—No teníamos alternativa. Ahora que la plaga está concentrada, se encuentra en un estado más vulnerable. Si los estadounidenses la hubieran descubierto, es posible (aunque poco probable) que hubieran tomado medidas antes de que iniciáramos la última parte de nuestro plan, aquí y ahora, en esta época crucial de crecimiento. Si eso hubiera ocurrido, todos nuestros esfuerzos habrían sido baldíos.

—¿Y qué impide que suceda de nuevo en el futuro?

Jinn hinchó el pecho.

—Cuando las condiciones meteorológicas hayan sido alteradas, la plaga podrá dispersarse de nuevo. Mediante su proceso de reproducción natural, crecerá tanto y se extenderá tan lejos que ni siquiera un esfuerzo concertado de todos los países del mundo bastará para destruirla.

—¿Adónde irá? —preguntó Mustafá.

—A todas partes —dijo Jinn—. Al final se extenderá a todos los océanos del mundo. Podrá influir no solo en el clima de nuestros continentes sino también en todas las masas continentales del mundo. Los países ricos nos pagarán impuestos para que les proporcionemos lo que antes recibían gratis.

—¿Y si atacan la plaga? —preguntó Xhou.

—Tendrían que quemar toda la superficie del mar para producirle un daño considerable. Y aunque lo hicieran, los supervivientes se reproducirían y la plaga renacería como sucede con un bosque después de un incendio.

Los miembros del consorcio miraron a su alrededor y asintieron con la cabeza observándose unos a otros. Parecían entender el poder del arma que Jinn estaba creando; un arma en la que ellos tenían parte.

—Jinn ha actuado correctamente —señaló el jeque, apoyando a su hermano árabe.

—Estoy de acuerdo —asintió Mustafá.

Sin embargo, Xhou no estaba satisfecho.

—Ya veremos —dijo—. Tengo entendido que unos especialistas de la NUMA se dirigen a Malé para iniciar una investigación. Si la plaga todavía es vulnerable debido a la concentración, propongo que la dispersemos.

—No es el momento aún —repuso Jinn—. Pero no se preocupe. Sabemos quién estaba en el catamarán y también a quién han enviado a investigar. He ideado un plan para ocuparme de ellos.